domingo, 14 de mayo de 2017

Lunes semana 5 de Pascua

Lunes de la semana 5 de Pascua

Dios viene al alma que le deja, que es humilde, que busca no la propia gloria sino la gloria de Dios, amar correspondiendo al amor de Dios
Un día dijo Jesús a sus discípulos: el que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama; y al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él.Entonces Judas, no el Iscariote, le dijo: Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?Respondió Jesús: el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él...Os he hablado esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que yo os he dicho” (Juan 14, 21-26).
1. Pablo y Bernabé van concluyendo su primer viaje. Derbe fue una estancia provechosa. En Listra se convierte Timoteo, y destaca la curación de un cojo de nacimiento (nos recuerda al otro «tullido de nacimiento» curado por Pedro a la puerta del templo). Viendo un hombre tullido, Pablo le dijo: «¡Levántate!...» El hombre dio un salto y echó a andar. Pablo realiza las mismas maravillas que Pedro y Jesús: “Así como el hombre cojo curado por Pedro y Juan en la puerta del Templo prefigura la salvación de los judíos, también este tullido licaonio representa a los pueblos gentiles alejados de la religión de la Ley y del Templo, pero recogidos ahora por la predicación del apóstol Pablo” (San Beda). Pablo advierte en el tullido “fe para ser salvado”, Pablo hace como Jesús ante el paralítico de Cafarnaum (Mc 2,1), que endereza sus pies y limpia su alma de pecado (Biblia de Navarra). Esta curación hizo que quisieran a Bernabé y a Pablo como Zeus y Hermes, dioses viajeros de una leyenda pagana, y los apóstoles reaccionan de un modo apropiado al caso: "Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros". Y les hablan del Dios vivo... Que os envía desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, que llena vuestros corazones de sustento y de alegría. Cuando de veras se ha relativizado las cosas terrenas en provecho del apoyo único en el Único que no puede decepcionar... entonces se encuentran de nuevo todas las «cosas» como un don de Dios: lluvia, estaciones, saciedad, alegría, felicidad. ¡Danos, Señor, esa concepción optimista de la creación! (Noel Quesson).
Tienen esos pueblos un sentido religioso, una “cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con un íntimo sentido religioso” (Nostra aetate 2).
Como vemos aquí con los Apóstoles, “en nuestra vida a veces experimentamos éxitos, y otras fracasos. Momentos de serenidad y momentos de tensión y zozobra. Deberíamos estar dispuestos a todo. Sin perder en ningún momento la paz y el equilibrio interior, y sobre todo sin permitir que nada ni nadie nos desvíe de nuestra fe y de nuestro propósito de dar testimonio de Jesús en el mundo de hoy. También hay otras direcciones en que nos interpela la escena de hoy. ¿Nos buscamos a nosotros mismos? Como Pablo y Bernabé, tendremos que luchar a veces contra la tentación de «endiosarnos» nosotros, recordando que «somos mortales igual que vosotros»” (J. Aldazábal).
De vuelta a Antioquía de Siria visitan de nuevo las comunidades de Asia Menor, las consolidan en la fe y establecen los ancianos o presbíteros. La admisión de los gentiles a la Iglesia provocó el llamado Concilio de Jerusalén (Hch 15).
2. Cristo ha resucitado y ha sido glorificado, queremos dar testimonio, y proclamamos: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria”. Se ensalza el único Dios creador, que sacó el pueblo de la esclavitud de Egipto. Por desgracia los hombres siguen adorando las obras de sus manos (Ap 9,20 da a este salmo una perenne actualidad). ¿Tengo ídolos, a los que adoro? “Dioses en figura de hombres han venido a visitarnos.” A veces es el orgullo, y Jesús, que “aprendió sufriendo a obedecer”, nos enseña que la cruz es camino para la gloria.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.” A lo mejor, si eres padre o madre, ves que tus hijos parece que no te agradecen ninguno de los desvelos que has tenido a lo largo de tu vida y la de cosas a las que has renunciado para que estén mejor...  Ten paz, toda la gloria a Dios, da gracias a Dios que te conoce y al que tú conoces y sigue trabajando, orando, entregándote.
3. Esta semana meditaremos el "discurso después de la Cena", palabras de Jesús en el contexto de su entrega y de la salvación, pero también de la traición de Judas y negación de Pedro. Pero no dominará la tristeza, sino el amor:
-“El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama”. Amar a Jesús. Jesús quiere que se le ame. E indica el signo del verdadero amor: la sumisión al amado. Es una experiencia que comprenden todos los que aman. Cuando se ama a alguien, se es capaz de abandonar libremente el punto de vista personal para adaptarse al máximo a la voluntad y a los deseos de aquel que ama: se transforma en aquel a quien se ama. Se establece una especie de simbiosis mutua: tu deseo es también el mío, tu voluntad es la mía, tu pensamiento ha llegado a ser el mío... nuestras dos vidas forman una sola vida.
-“El que me ama será amado de mi Padre y Yo le amaré”. Una verdadera cascada de amistad. Es un Dios próximo y amoroso.
-"Señor, ¿por qué te manifiestas a nosotros, y no al mundo?" Esta es la pregunta de uno de los apóstoles. Llenos del Antiguo Testamento, los apóstoles piden a Jesús que se manifieste "pública y gloriosamente", en una especie de teofanía, en medio de relámpagos y truenos, como en el Sinaí... y como los profetas lo habían anunciado alguna vez (Ez 43). Hoy, también, algunos cristianos... y quizá, yo... continúan buscando manifestaciones espectaculares. ¿Cuál será la respuesta de Jesús?
¿Por qué, Jesús, eres glorificado en la cruz, escondido en tu humillación? ¿Por qué no vienes de una manera sensacional a todos los hombres para que te vean? Las cosas no ocurren muchas veces como como me parece que sería lo mejor, pero me fío de ti, Señor, que sigues presente y actuando en la Iglesia y en el mundo.
-“Si alguno me ama guardará mi palabra; mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra "morada"”. Es la manifestación de Dios en nuestro corazón: su morada en el corazón de los que creen en Él, de los que le abren su puerta. Jesús, gracias porque respetas la libertad de cada uno: ayúdame a entender que ¡no hay que forzar el amor!
-“El Espíritu Santo, el defensor que el Padre enviará en mi nombre, Ese os lo enseñará todo. Y os recordará todo lo que Yo os he dicho”. Jesús, sabes que te vas. Pero anuncias otra presencia, tu mismo espíritu: el Espíritu Santo (Noel Quesson). Nos invita a permanecer atentos al Espíritu, nuestro verdadero Maestro interior, nuestra memoria: el que nos va revelando la profundidad de Dios, el que nos conecta con Cristo (cf Catecismo 1091-1112). Es el «pedagogo» que «recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros: él despierta la memoria de la Iglesia». Un momento privilegiado de esta unión en Jesús y con el Padre es la eucaristía (J. Aldazábal).
San Gregorio Magno habla de la necesaria acción del Espíritu Santo en el entendimiento de los cristianos: «El Espíritu se llama también Paráclito –defensor–, porque a quienes se duelen de sus pecados cometidos, al tiempo que les dispone para la esperanza del perdón, libera sus mentes de la aflicción y de la tristeza. Por eso, con razón se hace esta promesa: “Él os enseñará todas las cosas” (Jn 14,26). En efecto, si el Espíritu no actúa en el corazón de los oyentes, resultan inútiles las palabras del que enseña. Que nadie, pues, atribuya al hombre que instruye a los demás aquello que desde la boca del maestro llega a la mente del que escucha, pues si el Espíritu no actúa internamente, en vano trabaja con su lengua aquél que está enseñando. Todos vosotros, en efecto, oís las palabras del que os habla, pero no todos percibís de igual modo lo que significan». Y decía también: “Porque si el Espíritu no toca el corazón de los que escuchan, la palabra de los que enseñan sería vana. Que nadie atribuya a un maestro humano la inteligencia que proviene de sus enseñanzas. Si no fuera por el Maestro interior, el maestro exterior se cansaría en vano hablando.
”Vosotros todos que estáis aquí, oís mi voz de la misma manera; y no obstante, no todos comprendéis de la misma manera lo que oís. La palabra del predicador es inútil si no es capaz de encender el fuego del amor en los corazones. Aquellos que dijeron: ‘¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’ (Lc 24,32) habían recibido este fuego de boca de la misma verdad. Cuando uno escucha una homilía, el corazón se enardece y el espíritu se enciende en el deseo de los bienes del reino de Dios. El auténtico amor que le colma, le provoca lágrimas y al mismo tiempo le llena de gozo. El que escucha así se siente feliz de oír estas enseñanzas que le vienen de arriba y se convierten dentro de nosotros en una antorcha luminosa, nos inspiran palabras enardecidas. El Espíritu Santo es el gran artífice de estas transformaciones en nosotros”.
Pedimos en la Colecta: «¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría». Incorporados al Espíritu, estamos en la fuente de vida divina que es la Santísima Trinidad. «Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor» (San Josemaría). La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad.
Llucià Pou Sabaté
San Isidro, labrador

«Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es echado fuera como los sarmientos y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.» (Juan 15, 1-8)

1º. Jesús, ésta es una de tus comparaciones más profundas en todo el Evangelio.
«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.»
Tú eres el tronco de donde me viene la vida espiritual, tu misma vida: la vida de la gracia.
Si estoy unido a Ti, recibiré la savia que me hace crecer y dar fruto. «Permaneced en mí y yo en vosotros.»
Tú quieres vivir en mí, en mi alma, pero necesitas que yo quiera permanecer en Ti, que te ame por encima de todas las cosas.
Si me desengancho o si sigo unido pero sin aprovechar la savia -los medios que me das para dar fruto-, Dios Padre me cortará, es decir, me echará fuera, no me reconocerá como de su familia; pierdo entonces la condición de hijo de Dios y también la herencia que le es propia: el Cielo.
Si estoy unido a Ti, Jesús, si recibo tu gracia a través de la oración, los sacramentos y las buenas obras, daré fruto; y entonces Dios Padre me podará: «todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto.»
Por eso, no me puedo quejar cuando me envías algún sufrimiento: son sacrificios que me mejoran por dentro, que me unen más a Ti y, por ello, son como la poda, que duele pero que posibilita el dar más fruto.
2º. «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abarrotados de fruto, listo ya para la vendimia. Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad. «Porque sin mino podéis hacer nada» (Amigos de Dios.- 254).
Jesús, sin Ti no puedo nada.
Al menos, nada en el plano espiritual; y también puedo muy poco en el plano humano, porque cuando las cosas cuestan me desanimo y me echo para atrás.
Me convierto entonces en ese palitroque seco, agostado, estéril, tirado en el suelo, enterrado en mis propios defectos, comodidades y deseos, que sólo sirve para el fuego o para que los demás lo pisoteen con desprecio.
«Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá.»
Jesús, prometes escucharme en la oración si te pido con una fe real, no la del sarmiento seco que, por fuera, sigue unido a la vid pero es incapaz de recibir la savia.
«La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (C. I. C.- 2732).
Jesús, Tú esperas que dé mucho fruto: fruto de santidad y de apostolado, fruto de trabajo bien hecho, fruto de solidaridad con los que más lo necesitan, fruto de paz, de comprensión con todos los hombres, fruto de amistad verdadera, fruto de amor y de servicio a los que me rodean, fruto de fidelidad a tu Iglesia.
Ayúdame a no separarme nunca de Ti.
«En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.»

sábado, 13 de mayo de 2017

Domingo semana 5 de pascua; ciclo A

Domingo de la semana 5 de Pascua; ciclo A

En Jesús la misericordia divina se vierte sobre todos los hombres, se nos da Jesús que es el Camino, la Verdad y la Vida: el Camino auténtico en la caridad y el servicio; la Verdad que llena, con la oración que es un medio para conocerla; la Vida eterna de la que la Eucaristía es ya de ella prenda
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.Tomás le dice: -Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?Jesús le responde: -Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.Felipe le dice: -Señor, muéstranos al Padre y nos basta.Jesús le replica: -Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre” (Juan 14,1-12).
1. “Dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros”. Jesús va al cielo, y allí donde él está también iremos nosotros pues él ha ido a prepararnos lugar.
“Y adonde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dice: -Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?” Ésta es la gran pregunta de cada hombre, de mí mismo: «¿cómo podremos saber el camino?», ¿cómo sé por dónde debo ir para alcanzar la vida eterna, la felicidad en la tierra y, después, en el cielo? ¿Cómo puedo ser feliz?
Queremos seguir ese camino que lleva a la felicidad, que es acoger el amor de Jesús. Y escuchar esas palabras de salvación: “volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros”. Y Jesús concluye dirigiéndonos también a nosotros su palabra decisiva: “Creed en Dios y creed también en mí”. Únicamente Jesús es la luz. ¡Él sólo es la Verdad!
Señor, a veces me dejo llevar por otros caminos, cosas de gusto inmediato que produce mi egoísmo: comodidad, pereza, sensualidad, orgullo. Ayúdame a no apartarme de tu camino; y si me aparto -aunque la desviación sea pequeña-, que vuelva cuanto antes a él por la confesión. Gracias, Jesús, porque con tu vida me has dejado un sendero claro, me has marcado el camino que conduce a la felicidad. Un camino que, a veces, es difícil de ver, porque pasa por el sacrificio, por darse a los demás, por no buscarme a mí mismo (P. Cardona).
«Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Yo soy el camino: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Le declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.
Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar» (J. Escrivá, Amigos de Dios 127).
Jesús, has dejado unas huellas imborrables que marcan el camino, unas señales indelebles que me indican dónde está la verdad, unas fuentes inagotables de donde mana la vida espiritual: los sacramentos. La vida cristiana -que es esencialmente sobrenatural- se nutre de los sacramentos que Tú has dejado a la Iglesia. Sin el apoyo de los sacramentos, la oración se convierte en cavilación, y las buenas obras en sentimentalismo.
Jesús, Tú eres la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Y esa senda está marcada por los sacramentos, en especial por aquéllos que podemos recibir más a menudo: la Comunión y la Confesión.
 “Jesús le responde: -Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. «Yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (San Agustín).
Jesús, sólo hay un modo de llegar a Dios, y eres Tú: seguir el ejemplo de tu vida, vivir esa vida de la gracia que me das en los sacramentos, que es tu misma vida: «Yo soy la Vida» Toda otra vida es efímera, todo otro objetivo es superficial, si se aparta de ese «Camino» que lleva a la verdadera felicidad.
Toda «verdad» en dirección opuesta es mentira, porque sólo Tú eres la «Verdad».
“Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”.
Felipe le dice: -Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica: -Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?” Jesús parece reprochar a Felipe por su pregunta, pero era una constatación de las dificultades que la razón humana experimenta ante el misterio. Efectivamente, nos encontramos aquí en la cumbre del misterio trinitario y sólo conociendo profundamente a Jesucristo y aceptando todo su mensaje, es posible conocer a Dios como Padre, que revela su amor con la creación y la redención. Sólo Jesús es el camino hacia el Padre; sólo Jesús nos hace conocer el misterio trascendente de la Santísima Trinidad y el misterio inmanente de la Providencia de Dios, que está presente en la historia de los hombres con el proyecto de salvación, que nos trae su amor, su misericordia y su perdón.
“Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia”: Jesús subraya la perfecta identidad de naturaleza entre Él y el Padre, y por lo tanto, la identidad de pensamiento (no lo habla por su cuenta) y de acción (dentro de la distinción de las divinas Personas): “el Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre”.
Quiero estar preparado, Jesús, para que también a mí me puedas decir: «os llevaré junto a mí para que, donde yo estoy, estéis también vosotros.»
2. Vemos a la Iglesia desarrollarse bajo la acción del Espíritu Santo, en este tiempo de Pascua lleno de frutos. Decía Jacint Verdaguer que la naturaleza –árboles, flores- no puede aguantar la primavera que lleva dentro, y estalla en un mar de colores: así es la alegría de este tiempo pascual: «Señor, Tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos; míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna» (Colecta). “En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas”. Y para no distraerse de rezar y predicar, los "apóstoles" proponen a los "discípulos" que elijan a siete varones para que se encarguen de servir a los pobres. La "imposición de manos" aparece como un símbolo sagrado y jurídico, y es que la Iglesia tiene la misión de atender las necesidades de los demás, como nos enseña la Virgen María con su ejemplo: «en medio del júbilo de la fiesta, en Caná, sólo María advierte la falta de vino... Hasta los detalles más pequeños de servicio llega el alma si, como Ella, se vive apasionadamente pendiente del prójimo, por Dios» (san Josemaría). Jesús nos dio la regla de oro de que el encuentro con los demás es encontrarle a él: “cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
Manifestaciones de este servicio:
-Dejarse llevar por el Espíritu Santo, donde nos coloque en la vida.
-Olvido de mí, solo Dios basta.
-Rectificar la intención, cuando me busque, no hacerme la víctima cuando venga la señal de la cruz: acoger a Cristo en ella.
-No retener cargos, por desgracia los dictadores no saben hacer equipo, y no saben dar continuidad a lo bueno que hicieran.
-No pensar en tener siempre la razón, acoger las correcciones. Cuando alguien tiene poder se cree superior, no escucha a menudo…
-No preocuparse por los fracasos, tomar experiencia para el servicio: nos hacen más humildes, y con la humildad hay una renovada lucha fruto de confiar más en Dios y menos en nuestras fuerzas.
“Dios es  hombre de bien… Alguien de confianza y de buenos sentimientos”, decía Paul Claudel sobre este salmo: “¡Toda la tierra, si tiene corazón, que palpite sobre  el corazón de Dios! En un abrir y cerrar de ojos todo fue hecho. Y entonces, las  combinaciones de las gentes, poco tienen que ver con él”, “¡nadie es intercambiable!” Atentos y todos juntos, diremos: "Que tu amor, Señor,  esté sobre nosotros, como nuestra esperanza está en ti".
3. La Iglesia es pueblo sacerdotal, templo de Dios, "espiritual", construida y habitada por el Espíritu: cohesión mutua de las piedras vivas que somos todos, que entramos por el sacramento del Bautismo. Todo descansa sobre "la piedra escogida y preciosa" que los constructores desecharon, el Señor Jesús, a quien crucificaron los hombres, pero Dios hizo "piedra angular" de la Iglesia. "Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo".
La Iglesia es "un pueblo adquirido por Dios": lo adquirió con la sangre de su Hijo. En su triple función -sacerdotal, regia y profética- está llamada a "ofrecer sacrificios espirituales", "proclamar las hazañas del que nos llamó". En el Evangelio se nos dirá que todos están llamados a participar de la salvación de Cristo, el único camino para la verdad y la vida.
Llucià Pou Sabaté
San Matías, apóstol

«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros.» (Juan 15, 12-17)
1º. Jesús, me llamas amigo.
¡A mi!
A mí, que te he vuelto tantas veces la espalda, o que he pasado de largo con indiferencia cuando me pedías algo.
Pagas bien por mal.
Gracias.
Que sepa responder a tu amistad tratando de cumplir tu voluntad, que está bien clara: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.»
Jesús, ¿cómo me has amado?
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.»
Tú me has amado con el amor más grande posible: dando tu vida por mí; y ahora me pides que te imite.
Ayúdame a pensar en los demás, a servir a los que me rodean: mi familia, mis compañeros, mis amigos, mis vecinos.
«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.»
Jesús, me has elegido Tú: te has puesto a mi alcance, me has llenado de gracias.
No es mérito mío el ser cristiano; es un don tuyo, un talento valiosísimo que me has prestado para que lo haga rendir.
Porque no quieres que entierre mis talentos -los dones que me das-, sino que los haga fructificar: «el treinta por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mateo 4,8).
La   nueva es llamada 'ley de amor', porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; 'ley de gracia', porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; 'ley de libertad' porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo «que ignora lo que hace su señor», a la de amigo de Cristo, «porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer»(CEC.-1972).
2º. «Si el Señor te ha llamado «amigo», has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador» (Surco.-629).
Jesús, eres Tú el que me has llamado, el que te has metido en mi vida, casi sin darme cuenta.
No soy yo el que te he elegido: Tú has querido contar conmigo.
Por eso, no tengo derecho a dejarte; no puedo quedarme en una posición cómoda, de simple espectador, cuando Tú me estás pidiendo más: «os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.»
Jesús, me pides que dé fruto.
¿Pero qué fruto?
Fruto de santidad,
fruto de apostolado,
fruto de trabajo bien hecho,
fruto de servicio a los demás.
Este es el fruto que me pides después de decirme que has dado tu vida por mí y que ya no puedes mostrarme más el amor que me tienes; después de llamarme amigo «porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.»
¿Cómo no voy a responder a tu llamada?
¿Cómo no voy a intentar ir a paso rápido, al paso de Dios?
Pero necesito ayuda, y por eso me aseguras que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.»
Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes;
te pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a luchar en serio en el camino de la santidad;
te pido más generosidad, para saber dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús;
te pido más lealtad, para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con todas mis fuerzas;
te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto permanezca.

viernes, 12 de mayo de 2017

Sábado semana 4 de Pascua

Sábado de la semana 4 de Pascua

Cristo, en su Iglesia, proclama un cántico nuevo, por el que Jesús muestra al Padre en la fe.
“Dice Jesús: “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le dijo: «Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que os digo no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Creedlo al menos por las obras mismas»” (Jn 14,7-14).
1. Dice Jesús: “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta»”. La pregunta de Felipe es sencilla y profunda, pues Juan nos transmite por ella una respuesta de Jesús que nos ayuda a profundizar en la manifestación de su divinidad: “Jesús le dijo: «Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que os digo no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Creedlo al menos por las obras mismas»” (Jn 14,7-14). Es una de las afirmaciones más fuertes de Jesús. Unidad con Dios. Afirmación decisiva: «yo estoy en el Padre y el Padre en mí...»; y la fuerza de nuestra participación en él: «lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré». Tenemos en Jesús al mediador más eficaz: su unión íntima con el Padre hará que nuestra oración sea siempre escuchada, si nosotros estamos unidos a Jesús. Nosotros, como Felipe, no hemos visto al Padre. Y además, a diferencia de Felipe, no hemos visto tampoco a Jesús. Aunque Él ya nos dijo que «dichosos los que crean sin haber visto»… En la Eucaristía tenemos una experiencia sacramental de la presencia de Cristo Jesús en nuestra vida: una experiencia que nos ayuda a saberle «ver» también presente a lo largo de nuestros días, en la persona del prójimo, en nuestro trabajo, en nuestras alegrías y dolores. Convencidos de que unidos a Él, «también haremos las obras que Él hace, y aún mayores», como nos ha dicho hoy (J. Aldazábal).
2. El pueblo judío había sido elegido primero, pero no podía monopolizar la salvación de Dios, era para todos los pueblos, aunque algunos tienden al exclusivismo: “los paganos se alegraron y se pusieron a glorificar a Dios... Pero los Judíos incitaron a mujeres distinguidas y a notables del país y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé”. Ayer como hoy: ¡cerrazón de los corazones… obstáculos al evangelio! Perseguidos, expulsados…
Todo al final conduce al bien, de los que se abren al amor, a Dios. Cuentan de un chino que tenía un caballo. Le dijeron “hay que ver qué suerte tienes”, y él siempre decía: “no todo es como parece...” El caballo se le escapo y los vecinos fueron a consolarle “por la desgracia”: “¿Quién dice que sea una desgracia?”, comentaba. A la semana siguiente el caballo volvió, trayendo detrás una manada preciosa de caballos. Los vecinos le felicitaron por “la suerte”... “¿quién dice que sea una fortuna?” A los dos días su hijo iba a caballo y cayendo quedó cojo. Volvieron para “consolarle”: “¿quién dice que sea una desgracia?”, les dijo también. Al cabo de poco hubo una guerra y el primogénito por estar cojo se libró de tener que ir a pelear...
Y así podríamos ir alargando la historia… Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Nos parece muchas veces que la vida es una carrera de obstáculos, que hay una serie de problemas ante nosotros, cada día, y que se trata de irlos superando. En cierto modo es así, pero no podemos agobiarnos con lo que está más adelante, pues el mucho mirar los obstáculos del mañana, el obsesionarse por lo que está aún lejos, puede hacer que caigamos en el obstáculo que tenemos delante, el único que existe y en el que nos hemos de fijar, para no caer: sólo existe el “aquí y ahora”, el presente, y hemos de aprovechar la memoria del pasado como experiencia, y la previsión del futuro como deseo o esperanza. Una de las causas de inquietud que tenemos en nuestro mundo es ésta: que la vida es ir solucionando problemas, a veces agobiantes porque no está en nuestra mano el resolverlos, ir con la lengua fuera corriendo hacia una paz que nunca se alcanza... En realidad, no es ésta la finalidad de nuestra existencia, sino ver en lo de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra vocación al amor, al encuentro con Dios. Entonces, en lugar de estar inquietos, veremos la cruz de cada día: “Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis… Fijaos en las aves del Cielo… Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos... No andéis, pues, preocupados... Bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mateo 6).
Mirar los lirios y los pájaros quiere decir saber contemplar, tener fe en las palabras de Jesús, que es nuestro modelo, Camino, Verdad y Vida, que lo que de veras cuenta es participar en esta aventura divina que es la vida. No podemos perdernos en amarguras del pasado y miedos del futuro. La vida es un continuo regalo de Dios, y hay que vivirla en presente, disfrutarla. Pero esto es duro para quien se deja llevar por dos peligros o tentaciones, el remordimiento del pasado y el miedo por el futuro. El pasado, con sus remordimientos de "hubieras debido actuar de manera distinta a como actuaste, hubieras debido decir otra cosa de lo que dijiste": en determinados momentos de la vida, el casado piensa si debería haber hecho otra elección o haber escogido otra persona... y así en todo; es el sentimiento de culpabilidad de "hubiera debido"; pero aún peor que nuestras culpas son nuestras preocupaciones por el futuro, esos miedos que llenan nuestra vida de "¿qué pasaría si?"... "¿y si perdiera mi trabajo?, ¿y si mi padre muriera?, ¿y si faltara dinero? ¿y si la economía se hundiera? ¿y si estallara una guerra?"... Son los "si" que junto con los "hubiera debido" perturban nuestra vida, como decía Henri J. M. Nouwen: "ellos son los que nos tienen atados a un pasado inalterable y hacen que un futuro impredecible nos arrastre. Pero la vida real tiene lugar aquí y ahora.
Dios es Dios del presente..." no existe ni el pasado (queda sólo en la memoria, es la experiencia de la vida) ni el futuro (que forjaremos con lo de ahora), sólo existe una realidad, la presente, y ésta es la que hemos de afrontar. El stress famoso no viene con la abundancia de trabajo, sino con el estado psicológico de agobio ante el trabajo: es decir no es causado por la materialidad de tener muchas cosas que hacer sino por la sensación subjetiva de no llegar: lo que agobian son las cosas “pendientes”. Pienso que algunas personas, más bien perfeccionistas, tienden a esta “saturación”... una búsqueda de la perfección enfermiza, que genera inquietud; un compararse con los demás, hacer siempre más... Más bien deberíamos pensar que no importa ser perfecto, que la vida no es un circo en el que hay que hacer el “¡más difícil todavía!” sino que se trata de hacer las cosas lo mejor que podamos. No competir con los demás, en la búsqueda del éxito, sino sacar lo mejor de nosotros mismos. Hacer lo mejor que podamos esto que traigo entre manos, sabiendo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
3. Se agradece a Dios en el salmo los grandes favores hechos por Él a Israel, se reclama que toda la tierra lo haga: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”; Un «cántico nuevo» en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva… se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel; “su diestra, su santo brazo, le alcanzó la victoria; el Señor ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia”. Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (Juan Pablo II).
“Se acordó de su amor y su lealtad para con la casa de Israel; todos los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor toda la tierra, alegraos, regocijaos, cantad (98,1-4). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad». Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» para que todo vaya a Cristo, como dice S. Pablo, en quien «la justicia de Dios se ha revelado», «se ha manifestado». Orígenes dice: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo».
Llucià Pou Sabaté
Nuestra Señora de Fátima

«Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltase el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: Mujer ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. Dijo su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga.Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, cada una con capacidad de dos o tres metretas. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora y llevad al maestresala. Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían, llamó al esposo y le dijo: Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.» (Juan 2, 1-11)
1º. Jesús, habías ido a Caná a acompañar a tu madre en la celebración de las bodas de algún amigo de la familia.
No tenías intención de hacer nada extraordinario todavía.
Acababas de escoger a tus discípulos y les estabas empezando a enseñar las verdades del Reino de los Cielos.
No era prudente, tal vez, empezar a hacer milagros sin antes preparar a los apóstoles para que pudieran entender tu divinidad.
Por eso le dices a María: «Todavía no ha llegado mi hora.»
Sin embargo, tu madre te conoce bien y no quiere que sus amigos se queden sin vino pues, en esas fiestas, hubiera significado un trastorno muy grande para los esposos.
María se da cuenta de la necesidad incluso antes que los propios interesados, y se apresura a pedir la intercesión de su Hijo.
Madre, si así te comportas con los amigos, ¿qué no harás por mí, que soy tu hijo?
A pesar de la resistencia inicial de Jesús, le dices a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
¡Qué gran consejo para todos los hombres de todos los tiempos!
Ayúdame, madre mía, para que sepa hacer cada día lo que tu Hijo me diga.
Jesús, aquellos sirvientes te obedecieron con fe: llenaron las tinajas «hasta arriba».
No pusieron un poco para «hacer la prueba», sino que se fiaron de Ti.
También yo debo fiarme de Ti, y darme del todo en lo que me pidas.
2º. «María, Maestra de oración. -Mira cómo pide a su Hijo, en Caná. Y cómo insiste, sin desanimarse, con perseverancia. -Y cómo logra.
-Aprende» (Camino.-502).
Madre, enséñame a rezar con esa fe, con esa perseverancia, con esa confianza.
A veces pido cosas a Jesús, y parece como si Él me respondiera: «Todavía no ha llegado mi hora».
Y me canso de pedir.
En esos casos, madre, ayúdame tú: intercede por mí.
«María es, al mismo tiempo, una madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance esta virtud (de la humildad) que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido. María la pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída. Recurre a Ella en todas tus cruces, en todas tus necesidades, en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, sea María tu consuelo». (León XIII).
Sé que una oración que te gusta mucho es el rosario, y que en varias apariciones has dicho que te pidamos cosas rezándolo cada día.
Por eso, un propósito muy concreto es rezar cada día el rosario, o -al menos- algún misterio del rosario, pidiéndote las cosas que me interesan o me preocupan.
Si rezo con fe y con perseverancia, estoy seguro que tú conseguirás de tu Hijo Jesús lo que mejor me convenga.
Y también es seguro que estarás atenta a que no me aleje del camino cristiano, recordándome una y otra vez -y ayudándome a ponerlo en práctica- lo que le dijiste a los siervos de Caná: «Haced lo que él os diga».

jueves, 11 de mayo de 2017

Viernes semana 4 de Pascua

Viernes de la semana 4 de Pascua

Jesús es Camino para nuestra felicidad, santidad como realización personal en la obediencia a Dios, que conduce al Cielo
“«No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí. En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio. Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros; ya sabéis el camino para ir adonde yo voy». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”” (Juan 14,1-6).
1. En el Evangelio Jesús habla de irse y de volver, de la Parusía y el encuentro con cada alma tras la muerte: Cristo nos prepara la morada celestial con su obra redentora, cuando hayamos concluido nuestro tiempo aquí en la tierra: “No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí”. Jesús nos pide confianza, un acto de Fe en su persona.
Sigue diciendo: “En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio”. Jesús "vuelve a casa": "Voy al Padre". La pascua es “pasar” a la casa del Padre, pasar de la muerte a la vida, este ciclo vital se repite en todo: nacer, morir, resucitar... como las plantas: nacer y arraigar, trasplantarse y desarraigo, y volver a arraigar, nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda: el padecimiento, la muerte, es la puerta de la vida, y esta es nuestra esperanza que nos une en el momento de dolor ante alguien querido que está muriendo, esperando el final. Al contemplar la vida llena de quien ha estado tantos años a nuestro lado, el corazón se nos va a Jesús, que con su pasión y resurrección vino a traernos la buena nueva de que Dios es Padre y nos manda su Espíritu para ir hacia Él: “los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom 8,14). Sí, somos hijos de Dios, y si somos hijos, también somos herederos... puesto que sufrimos con Él para llegar a ser glorificados con Él. Los sufrimientos del mundo presente no son nada comparados con la felicidad de la gloria... todos estamos esperando esta manifestación de los hijos de Dios, tenemos ya los frutos de esta cosecha en la esperanza: cuando sembramos bondad ya la recogemos, en nuestro corazón, pero es sólo una prenda de lo mucho que será el cielo.
Sigue Jesús: “Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros…” También puede traducirse por “os tomaré conmigo”: ¡Que ternura!, nos toma junto a Él.
 “Y a dónde yo voy, ya sabéis el camino».” Es también como decir: “Para ir donde Yo voy, vosotros conocéis el camino”. S. Juan Crisóstomo señala: “era necesario decirles ‘yo soy el camino’ para demostrarles que en realidad sabían lo que les parecía ignorar, porque le conocían a Él”. ¡Cristo, el que abre los caminos! ¡El que va delante! El que ha roto el círculo infernal de la finitud humana, de la mortalidad y del pecado, el que ha abierto "la salida". Sin Cristo la humanidad está encerrada en sus límites; pero he aquí que se abre una esperanza. No seremos siempre egoístas, injustos, duros, impuros, débiles... la humanidad no será siempre opresora, racista, violenta, agresiva, no estará dividida... Hay un camino que conduce a alguna parte, allá donde el amor existe (Noel Quesson).
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,1-6). “Ego sum via, veritas et vita, Yo soy el camino, la verdad y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Ego sum via: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.  
”Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in sæcula. ¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios... pídele, como aquel ciego del Evangelio: Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea!, que se llene mi inteligencia de luz y penetre la palabra de Cristo en mi mente; que arraigue en mi alma su Vida, para que me transforme cara a la Gloria eterna” (San Josemaría Escrivá).
Damos gracias a Dios: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10), y pedimos en la Colecta: «Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y puesto que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre de Ti y en Ti encontremos la felicidad eterna».
2. Llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, dice en la sinagoga: “Hermanos, hijos de la estirpe de Abraham, y los que sois fieles a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación”. Es una especie de Credo resumido, continuación del de ayer. Una serie de «hechos» históricos. Un resumen de la historia de la salvación dirigido hacia Jesús el Salvador.
-“Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; y sin haber encontrado ninguna causa de muerte, le condenaron y pidieron a Pilato que lo matase”. Anuncia Pablo a Jesús, como hará en otras ocasiones, en el misterio de la cruz, el amor “obediente hasta la muerte”; provoca en nosotros compasión, correspondencia… así como en un árbol hubo el pecado que cortó la subida al cielo en un árbol de cruz Jesús nos prepara a la subida al Cielo…
-“Y así que cumplieron lo que acerca de Él estaba escrito, lo bajaron del leño y lo sepultaron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos; Él se apareció durante muchos días a los que habían ido con Él de Galilea a Jerusalén, y que ahora son sus testigos ante el pueblo”. Proclama luego la fe en la resurrección, y sus apariciones.
-“Nosotros os anunciamos la buena nueva: la promesa hecha a nuestros padres Dios la ha cumplido en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy (He 13,26-33). Recita el salmo de la realeza de Cristo, que leemos también hoy, en el contexto de resurrección según las promesas (Noel Quesson).
3. El Salmo 2 se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica (siglos X-VI a.C.). El “decreto del Señor” es el acta que legitima el trono: “tú eres mi hijo”, y el día de la coronación es “hoy”, día de las promesas, el día del bautismo del Señor, de la transfiguración, de la resurrección, citada en la carta a los Hebreos para hablar de la dignidad de Cristo, y un día abierto, podemos oírlo cuando por la piedad somos hijos de Dios: “«Ya tengo yo a mi rey entronizado sobre Sión, mi monte santo». Proclamaré el decreto que el Señor ha pronunciado: «Tú eres mi hijo, yo mismo te he engendrado hoy”. “La misericordia de Dios Padre nos ha dado como Rey a su Hijo. Cuando amenaza, se enternece; anuncia su ira y nos entrega su amor. Tú eres mi hijo: se dirige a Cristo y se dirige a ti y a mí, si nos decidimos a ser alter Christus, ipse Christus. / Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con Él la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada” (san Josemaría Escrivá).
 -“Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. Los destrozarás con un cetro de hierro, los triturarás como a vasos de alfarero». Ahora, pues, oh reyes, sed sensatos; dejaos corregir, oh jueces de la tierra. Servid al Señor con reverencia, postraos temblorosos ante Él (2,6-11).
Llucià Pou Sabaté
Santos Pancracio, Nereo y Aquiles, mártires. Santo Domingo de la Calzada. Beato Álvaro del Portillo

SANTOS PANCRACIO, NEREO Y AQUILES, MÁRTIRES
Pancracio, huérfano de 14 años traído a Roma por su tío. Se convirtió a la fe, y fue martirizado al día siguiente de su bautismo, rechazando premios y ayudas para el futuro si renegaba de su fe. Luego de dar las gracias a sus verdugos, no dudó en sacrificar su juventud para mantenerse fiel a Cristo. El mismo día fueron martirizados S. Nereus y  S. Aquileo. Murió mártir, decapitado c. 304 en Roma a los quince años.

Nacido en Frigia, provincia romana del Asia Menor. Su padre era un noble pagano llamado Cleonio que falleció cuando el niño tenía siete años. Pancracio fue a vivir con su tío paterno, Dionisio, quien fue un excelente modelo. Se trasladaron a Roma cuando el niño tenía diez años.

Dionisio y Pancracio tienen un criado cristiano que los evangeliza y los pone en contacto con el Papa. Así conocen a fondo el cristianismo y se convierten. Fueron bautizados y recibieron la comunión. Enseguida se despojaron de muchas posesiones en favor de los pobres.

El emperador Diocleciano, decretó una persecución (la última del imperio romano) contra el Cristianismo. Al poco tiempo Pancracio fue denunciado al emperador, quien conocía a su difunto padre.  Le dijeron "El hijo de Cleonio de Frigia se ha hecho cristiano y está distribuyendo sus haciendas entre viles personas; además, blasfema horriblemente contra nuestros dioses".

Diocleciano mando llamar a Pancracio y conversó largo tiempo con el, tratando de persuadirlo a que renunciase a Jesucristo. Al no lograrlo le condenó a muerte. En el lugar del martirio Pancracio se arrodilló, levantó los ojos y las manos al cielo, dando gracias al Señor porque había llegado a ese momento. Le cortaron la cabeza. Por la noche una noble señora, llamada Octavila, hizo recoger su cuerpo, lo embalsamó, lo amortajó con un lienzo precioso e hizo que lo entierren en un sepulcro nuevo, cerca del lugar del martirio.

El Papa Vitaliano envió sus reliquias desde el cementerio de Calepodius en Roma a Inglaterra para evangelizar y para instalar en los altares. San Agustín de Canterbury dedicó la primera Iglesia de Inglaterra a San Pancracio.

Es titular de una Basílica romana. Aquí los que habían sido bautizados el Sábado de Gloria dejaban sus vestidos blancos en el domingo octava de la Resurrección (llamado Dominica in Albis). Era un acto conclusivo de la Pascua. Sobre la tumba de San Pancrasio renovaban el juramento de fidelidad a Jesucristo.  Desde entonces ha sido un santo muy amado, protector de inocentes y de las víctimas de la perjurio.

Patrón contra falsos testimonios, contra perjurio, juramentos, tratados, dolores de cabeza y calambres.

SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
Domingo García nace en Viloria de Rioja, provincia de Burgos en el año 1019. Hijo del labrador Ximeno García y de su esposa Orodulce, vaya nombre bonito, pastor de ovejas él mismo, tras la muerte de sus padres intenta ingresar en los monasterios benedictinos de Valvanera y San Millán de la Cogolla. Al no conseguirlo, se retira a los encinares de Ayuela, lugar cercano al actual Santo Domingo de la Calzada, donde llevará llevando una vida contemplativa hasta que cumpla veinte años. Llegado a Calahorra como legado de Benedicto IX el obispo de Ostia Gregorio, lo toma como asistente, lo ordena sacerdote y con su ayuda, construye un puente de madera sobre el río Oja para facilitar el tránsito de los peregrinos compostelanos, enseñándole así las bases de la construcción.

Al morir el obispo cinco años después, Domingo hace gala de los conocimientos adquiridos y emprende una profunda labor de colonización de la zona, comenzando la construcción de una calzada de piedra que supondrá una alternativa al camino tradicional a Santiago que corre poco más al norte. Acto seguido, reemplaza el puente de madera que él mismo había construido por uno nuevo de piedra, y construye un albergue de peregrinos con hospital, pozo e iglesia, una iglesia que con el correr del tiempo alcanzará el rango de colegiata primero, y el de catedral después, concretamente cuando en 1106 es consagrada por el obispo calagurritano Pedro. El burgo va creciendo poco a poco hasta alcanzar una población mediana, que es la que hoy conocemos precisamente por el nombre de su fundador y constructor: Santo Domingo de la Calzada.

Conquistada La Rioja por Alfonso VI de León, en 1090, cuando el santo ya tiene más de setenta años de edad, pone a Domingo a cargo de las obras viarias a lo largo del Camino de Santiago. Domingo se convierte así en el gran impulsor de toda la comarca entre los ríos Najerilla y Tirón, de la Ruta Jacobea, y con ella, del más importante medio de comunicación existente en la época entre los distintos pueblos de Europa. Tanta será su identificación con el Camino, que éste termina dando apellido a nuestro sabio español, aquél con el que pasa a la historia, “De la Calzada”, vale decir, “Del Camino”.

Domingo de la Calzada muere en La Rioja el 12 de mayo de 1109 a la avanzada edad de los noventa años. Su obra es continuada por varias personas, entre las cuales su propio discípulo, santo como él, Juan de Ortega, o los abades calceatenses, -vale decir de Santo Domingo de la Calzada- Munio, Sancho, Lope, Pedro, Diego, etc.. Alfonso el Batallador toma la ciudad bajo su protección incorporándole nuevos territorios, bienes y privilegios.

La existencia y obras de Santo Domingo de la Calzada es recogida en varias fuentes, entre las cuales sólo a modo de ejemplo, el Compendio historial de Garibay; el Año Cristiano de Justo Pérez de Urbel; la Historia de la vida y milagros de Santo Domingo de la Calzada de Luys de la Vega, del año 1606; el Compendio historial de la provincia de la Rioja, de sus santos y milagrosos santuarios de Matheo de Anguiano, de 1704, y muchas otras.

En cuanto a su canonización, no consta con exactitud cuando se produce, pero debió de ser muy temprana, si no súbita, por proclamación popular, pues existen documentos que ya se refieren a nuestro Domingo como santo tan pronto como el 1112, es decir, apenas tres años después de su muerte, por lo que sin duda, aconteció durante el pontificado de Sergio IV (1109-1112). Amén de ello, Santo Domingo es pronto considerado con toda justicia patrón de los ingenieros. Se celebra su festividad el 12 de mayo.

Por si todo ello fuera poco, a su veneración se une toda una extensa tradición taumatúrgica que le convierte en un santo muy popular en España y en todos los países del Camino, alguno tan lejano como Alemania. Está la leyenda que le atribuye haber cruzado al Niño Jesúspor el río Oja. Se le atribuyen numerosas curaciones de peregrinos, desde un caballero francés poseído por  el demonio, hasta el peregrino alemán Bernardo. Pero si un milagro descolla en la tradición sobre los demás es el del gallo que cantó después de muerto. En el siglo XIV, una joven se habría enamorado del apuesto peregrino germano Hugonell. Como el muchacho le negara sus favores, ella, despechada, le mete en el zurrón una copa de plata y le acusa del robo. Detenido y hallado culpable es colgado en la horca. Los padres le rezan a Domingoy al acercarse al cuerpo colgado de su hijo  para despedirse, éste les habla para decirles que está vivo, lo que ha de atribuirse al santo. Cuando los eufóricos padres comunican la noticia al corregidor, al que encuentran opíparamente cenándose unos capones, éste se burla diciéndoles: “¡Vuestro hijo está tan vivo como este gallo y esta gallina!”, tras lo cual, las aves saltaron del plato y se pusieron a cantar.
Luis Antequera

BEATO ÁLVARO DEL PORTILLO

74913 10151750291206872 583266377 nObispo y Prelado de la Prelatura Personal de la Santa Cruz y del Opus Dei

En Roma, Italia, beato Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, español, obispo y prelado de la Prelatura Personal de la Santa Cruz y del Opus Dei. ( 1994)Hijo de Clementina Diez de Sollano (mexicana) y de Ramón del Portillo y Pardo (español), Álvaro del Portillo nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Era el tercero de ocho hermanos.
Después de cursar el bachillerato en el Colegio El Pilar (Madrid), ingresó en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, en la que terminó sus estudios en 1941. Posteriormente trabajó en diversas entidades oficiales con competencia en materia hidrográfica. A la vez, estudió Filosofía y Letras (Sección de Historia) y se doctoró en 1944 con la tesis Descubrimientos y exploraciones en las costas de California.
En 1935 se incorporó al Opus Dei, institución de la Iglesia Católica que había sido fundada siete años antes por san Josemaría Escrivá de Balaguer. Recibió directamente del fundador la formación y el espíritu propios de aquel nuevo camino en la Iglesia. Desarrolló una amplia labor de evangelización entre sus compañeros de estudio y trabajo, y desde 1939 realizó numerosos viajes apostólicos por diferentes ciudades de España.
El 25 de junio de 1944 fue ordenado sacerdote por el obispo de Madrid, Mons. Leopoldo Eijo y Garay, junto con José María Hernández Garnica y José Luis Múzquiz: son los tres primeros sacerdotes del Opus Dei, después del fundador.
En 1946 se trasladó a Roma, pocos meses antes de que fijara allí su residencia san Josemaría, con el que convivió también en los años siguientes. Se trata de un periodo crucial para el Opus Dei, que recibe entonces las primeras aprobaciones jurídicas de la Santa Sede. Para Mons. del Portillo empieza también una época decisiva en la que, entre otras cosas, realizará —con su actividad intelectual junto a san Josemaría y con su trabajo en la Santa Sede— una honda reflexión sobre el papel y la responsabilidad de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, a través del trabajo profesional y las relaciones sociales y familiares. “En un hospital —escribirá años más tarde, para ejemplificar esta realidad— la Iglesia no está solo presente por el capellán: también actúa a través de los fieles que, como médicos o enfermeros, procuran prestar un buen servicio profesional y una delicada atención humana a los pacientes; en un barrio, el templo será siempre un punto de referencia indispensable: pero el único modo de llegar a los que no lo frecuentan será a través de otras familias”.
Entre 1947 y 1950 empujó la expansión apostólica del Opus Dei en Roma, Milán, Nápoles, Palermo y otras ciudades italianas. Promovió actividades de formación cristiana y atendió sacerdotalmente a numerosas personas. De la huella que su labor ha dejado en Italia hablan hoy las numerosas calles y plazas que se le han dedicado en distintos núcleos urbanos del país.
El 29 de junio de 1948, el fundador del Opus Dei erigió en Roma el Collegio Romano della Santa Croce, centro internacional de formación del que Álvaro del Portillo fue primer rector y en el que enseñó teología moral (1948-1953). En ese mismo año (1948) obtuvo el doctorado en Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Santo Tomás.
Durante sus años en Roma, los diversos Papas que se suceden (desde Pío XII hasta Juan Pablo II) le llamaron a desempeñar numerosos encargos, como miembro o consultor de 13 organismos de la Santa Sede. 
Participó activamente en el Concilio Vaticano II. Juan XXIII le nombró consultor de la Sagrada Congregación del Concilio (1959-66). En las etapas previas al Vaticano II, fue presidente de la Comisión para el Laicado. Ya en el curso del Concilio (1962-65) fue secretario de la Comisión sobre la Disciplina del Clero y del Pueblo Cristiano. Terminado este evento eclesial, Pablo VI le nombró consultor de la Comisión postconciliar sobre los Obispos y el Régimen de las Diócesis (1966). Fue también, durante muchos años, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
La vida de Álvaro del Portillo está estrechamente unida a la del fundador. Permaneció siempre a su lado hasta el mismo momento de su muerte, el 26 de junio de 1975, colaborando con san Josemaría en las tareas de evangelización y de gobierno pastoral. Con él viajó a numerosos países para disponer y orientar los diversos apostolados del Opus Dei. “Al advertir su presencia amable y discreta al lado de la dinámica figura de Mons. Escrivá, me venía al pensamiento la modestia de san José”, escribirá a su muerte un agustino irlandés, el Padre John O´Connor.
El 15 de septiembre de 1975, en el congreso general convocado tras el fallecimiento del fundador, don Álvaro del Portillo fue elegido para sucederle al frente del Opus Dei. El 28 de noviembre de 1982, cuando el beato Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal, le designó Prelado de la nueva prelatura. Ocho años después, el 7 de diciembre de 1990, le nombró obispo y, el 6 de enero de 1991, le confirió la ordenación episcopal en la basílica de San Pedro.
A lo largo de los años en que estuvo al frente del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo promovió el comienzo de la actividad de la prelatura en 20 nuevos países. En sus viajes pastorales, que le llevaron a los cinco continentes, habló a miles de personas de amor a la Iglesia y al Papa, y predicó con persuasiva simpatía el mensaje cristiano de san Josemaría acerca de la santidad en la vida ordinaria.
Como Prelado del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo estimuló la puesta en marcha de numerosas iniciativas sociales y educativas. El Centre Hospitalier Monkole (Kinshasa, Congo), el Center for Industrial Technology and Enterprise (CITE, en Cebú, Filipinas) y la Niger Foundation (Enugu, Nigeria) son ejemplos de instituciones de desarrollo social llevadas a cabo por fieles del Opus Dei, junto a otras personas, bajo el impulso directo de monseñor del Portillo.
Asimismo, la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (desde 1985) y el seminario internacional Sedes Sapientiae (desde 1990), ambos en Roma, así como el Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa (Pamplona, España), han formado para las diócesis a miles de candidatos al sacerdocio enviados por obispos de todo el mundo. Son una muestra de la preocupación de monseñor del Portillo por el papel del sacerdote en el mundo actual, tema al que dedicó buena parte de sus energías, como se puso de manifiesto en los años del Concilio Vaticano II. “El sacerdocio no es una carrera —escribió en 1986— sino una entrega generosa, plena, sin cálculos ni limitaciones, para ser sembradores de paz y de alegría en el mundo, y para abrir las puertas del Cielo a quienes se beneficien de ese servicio y ministerio”.
Mons. Álvaro del Portillo falleció en Roma en la madrugada del 23 de marzo de 1994, pocas horas después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa. La víspera, el 22 de marzo, había celebrado su última misa en la iglesia del Cenáculo de Jerusalén.
Álvaro del Portillo es autor de publicaciones sobre materias teológicas, canónicas y pastorales: Fieles y laicos en la Iglesia (1969), Escritos sobre el sacerdocio (1970) y numerosos textos dispersos, gran parte de ellos recogidos póstumamente en el volumen Rendere amabile la Verità. Raccolta di scritti di Mons. Álvaro del Portillo, publicado en 1995 por la Libreria Editrice Vaticana. En 1992 se publicó el volumen Intervista sul Fondatore dell´Opus Dei, fruto de sus conversaciones con el periodista italiano Cesare Cavalleri, sobre la figura de san Josemaría Escrivá, que ha sido traducido a varias lenguas.
Tras su muerte en 1994, miles de personas han testimoniado por escrito su recuerdo de monseñor Álvaro del Portillo: su bondad, el calor de su sonrisa, su humildad, su audacia sobrenatural, la paz interior que su palabra les comunicaba.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Jueves semana 4 de Pascua

Jueves de la semana 4 de Pascua

Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor en la historia.
«En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor ni el enviado más que quien le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis seréis bienaventurados. No lo digo por todos vosotros: yo sé a quiénes elegí; sino para que se cumpla la Escritura: El que come mi pan levantó contra mí su calcañal: Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy En verdad, en verdad, os digo: quien recibe al que yo envíe, a mime recibe, y quien a mime recibe, recibe al que me ha enviado.» (Juan 13, 16-20)
1. A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos en el Evangelio los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos. “Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís”. Esta es la «bienaventuranza nueva», que nos enseñas pocos minutos antes del mandamiento nuevo: es la bienaventuranza del servicio.
Bienaventurado el que sirve a los demás -vienes a decir- porque de él es el Reino de los Cielos. Si comprendéis que servir es la reacción propia del ser espiritual -porque es lo propio de Dios- y lo hacéis, seréis bienaventurados. Por eso también el servicio es propio de los ángeles, especialmente de cada ángel de la guarda, de mi ángel custodio. Que le sepa pedir muchos favores, porque él está para servirme a mí y, sirviéndome, es bienaventurado, esto es, feliz. Para servir a los demás no tengo que hacer, necesariamente, cosas extraordinarias. No sirve más el que se va más lejos, sino el que más pone el corazón en los que le rodean (Pablo Cardona). «El artesano, el soldado, el labrador; el comerciante, todos sin excepción contribuyen al bien común y al provecho del prójimo (...). El que sólo vive para sí y desprecia a los demás, es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje» (San Juan Crisóstomo).
Jesús, si no aprendo a servir, no sólo soy mal cristiano, sino también menos persona.
No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado”. Como ya celebramos el jueves santo con el Lavatorio de los pies, con este signo quiere Jesús hablarnos de cómo hemos de servirnos si queremos seguirle a Él, que no ha venido a ser servido sino a servir: el «haced esto» en memoria mía también se aplica al servicio. Todo esto tiene que ver con la felicidad, armonía de la vida, basada en el amor y la sal de la cruz… como expresión del amor.
Pero aún hay que dar otro paso, pues la voluntad tiende al bien pero el bien supremo es el amor. Es más, el hombre –imagen de Dios, que es amor- se realiza cuando –como el modelo de su ejemplar- vive de amor, reconoce el amor y se dedica a amar, la felicidad es propia de un corazón enamorado, del que sabe querer. En definitiva, para ser buenos no hay que hacer cosas bien en un sentido de moral de obligación, sino que se han de unir las dos cosas: el bien y el amor. Porque ella es siempre la consecuencia -¡no buscada!- de la propia perfección, de la propia bondad. Y para ser buenos, hay que olvidarse por completo de uno mismo y querer procurar el bien de los demás, recuerda Tomás Melendo: “hay que aprender a amar. Únicamente entonces, cuando la desestimemos plenamente, nos sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la felicidad. El amor, sólo el amor, engendra la dicha”. 
El gozo se alcanza siempre al tener lo bueno que se buscaba, y así desde el placer, que es el gozo más sensible, hasta el éxtasis –salir de uno mismo- que es el más sublime. En todos los casos, es siempre consecuencia de tender a lo que se ve como bueno y cuando se busca el gozo en sí mismo se aborta. 
El goce de la felicidad es consecuencia del amor, señal de plenitud en la realización personal…, la donación amorosa. El hombre bueno es quien hace el bien a los demás, y el hombre malo el que es egoísta y perjudica a los demás, pero entonces se autodestruye pues renuncia a ser hombre. Pero el mal no tiene la última palabra, existe el perdón: pues el amor es fecundo y tiene frutos, hijos: la fecundidad del amor es su hijo, que es el perdón. Como fruto del amor viene la misericordia, que mueve a perdonar todo, y entonces es verdad que “amar es no tener que decir nunca lo siento”, pues está el perdón “englobado” en el amor, metido dentro de él como al “baño maría”.
2. Desde ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la misión de Pablo y de Bernabé: “En aquellos días, Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos; llegaron a Perge de Panfilia, y allí Juan Marcos los dejó y volvió a Jerusalén”. Vemos aquí que a Marcos le faltó el ánimo y abandonó la misión apostólica. Esto provocó también la separación de Pablo, que ya no lo quiere con él, y Bernabé, que lo toma consigo: “Pablo más severo y Bernabé más benigno, cada uno mantiene su punto de vista. La discusión manifiesta un tanto la fragilidad humana” (San Jerónimo). Sin embargo, luego Pablo lo tendrá con él y dirá que le es “muy útil para el ministerio” (2 Tim 4,11). Las circunstancias, las personas, cambian; por eso, que no tengamos listas de agravios, que seamos humildes, que no demos vueltas a las cosas. Además, tenemos defectos pero podemos querernos con ellos, así como Dios nos quiere con nuestros defectos.
“Desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia, y el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron decir: “Hermanos, si tenéis alguna exhortación que hacer al pueblo, hablad”. Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal de silencio con la mano, les dijo: “Israelitas y cuantos temen a Dios, escuchadme: El Dios del pueblo de Israel eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo cuando éste vivía como forastero en Egipto, lo sacó de allí con todo su poder, lo alimentó en el desierto durante cuarenta años, aniquiló siete tribus del país de Canaán y dio el territorio de ellas en posesión a Israel por cuatrocientos cincuenta años. Posteriormente les dio jueces, hasta el tiempo del profeta Samuel. Pidieron luego un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Después destituyó a Saúl y les dio por rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios. Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador, Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: ‘Yo no soy el que vosotros pensáis. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias’ (13, 13-25).
3. El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo (88,2-3.21-22.25.27) cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor, liberador, el Redentor. La alianza que hace con nosotros es para siempre, y aunque nosotros fallemos Él es fiel a sus promesas, por eso cantamos:“Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad  es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. He encontrado a David, mi servidor, y con mi aceite santo lo he ungido. Lo sostendrá mi mano y le dará mi brazo fortaleza. Contará con mi amor y mi lealtad y su poder aumentará en mi nombre. El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva’.
Llucià Pou Sabaté