viernes, 12 de mayo de 2017

Sábado semana 4 de Pascua

Sábado de la semana 4 de Pascua

Cristo, en su Iglesia, proclama un cántico nuevo, por el que Jesús muestra al Padre en la fe.
“Dice Jesús: “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le dijo: «Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que os digo no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Creedlo al menos por las obras mismas»” (Jn 14,7-14).
1. Dice Jesús: “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta»”. La pregunta de Felipe es sencilla y profunda, pues Juan nos transmite por ella una respuesta de Jesús que nos ayuda a profundizar en la manifestación de su divinidad: “Jesús le dijo: «Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que os digo no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Creedlo al menos por las obras mismas»” (Jn 14,7-14). Es una de las afirmaciones más fuertes de Jesús. Unidad con Dios. Afirmación decisiva: «yo estoy en el Padre y el Padre en mí...»; y la fuerza de nuestra participación en él: «lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré». Tenemos en Jesús al mediador más eficaz: su unión íntima con el Padre hará que nuestra oración sea siempre escuchada, si nosotros estamos unidos a Jesús. Nosotros, como Felipe, no hemos visto al Padre. Y además, a diferencia de Felipe, no hemos visto tampoco a Jesús. Aunque Él ya nos dijo que «dichosos los que crean sin haber visto»… En la Eucaristía tenemos una experiencia sacramental de la presencia de Cristo Jesús en nuestra vida: una experiencia que nos ayuda a saberle «ver» también presente a lo largo de nuestros días, en la persona del prójimo, en nuestro trabajo, en nuestras alegrías y dolores. Convencidos de que unidos a Él, «también haremos las obras que Él hace, y aún mayores», como nos ha dicho hoy (J. Aldazábal).
2. El pueblo judío había sido elegido primero, pero no podía monopolizar la salvación de Dios, era para todos los pueblos, aunque algunos tienden al exclusivismo: “los paganos se alegraron y se pusieron a glorificar a Dios... Pero los Judíos incitaron a mujeres distinguidas y a notables del país y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé”. Ayer como hoy: ¡cerrazón de los corazones… obstáculos al evangelio! Perseguidos, expulsados…
Todo al final conduce al bien, de los que se abren al amor, a Dios. Cuentan de un chino que tenía un caballo. Le dijeron “hay que ver qué suerte tienes”, y él siempre decía: “no todo es como parece...” El caballo se le escapo y los vecinos fueron a consolarle “por la desgracia”: “¿Quién dice que sea una desgracia?”, comentaba. A la semana siguiente el caballo volvió, trayendo detrás una manada preciosa de caballos. Los vecinos le felicitaron por “la suerte”... “¿quién dice que sea una fortuna?” A los dos días su hijo iba a caballo y cayendo quedó cojo. Volvieron para “consolarle”: “¿quién dice que sea una desgracia?”, les dijo también. Al cabo de poco hubo una guerra y el primogénito por estar cojo se libró de tener que ir a pelear...
Y así podríamos ir alargando la historia… Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Nos parece muchas veces que la vida es una carrera de obstáculos, que hay una serie de problemas ante nosotros, cada día, y que se trata de irlos superando. En cierto modo es así, pero no podemos agobiarnos con lo que está más adelante, pues el mucho mirar los obstáculos del mañana, el obsesionarse por lo que está aún lejos, puede hacer que caigamos en el obstáculo que tenemos delante, el único que existe y en el que nos hemos de fijar, para no caer: sólo existe el “aquí y ahora”, el presente, y hemos de aprovechar la memoria del pasado como experiencia, y la previsión del futuro como deseo o esperanza. Una de las causas de inquietud que tenemos en nuestro mundo es ésta: que la vida es ir solucionando problemas, a veces agobiantes porque no está en nuestra mano el resolverlos, ir con la lengua fuera corriendo hacia una paz que nunca se alcanza... En realidad, no es ésta la finalidad de nuestra existencia, sino ver en lo de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra vocación al amor, al encuentro con Dios. Entonces, en lugar de estar inquietos, veremos la cruz de cada día: “Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis… Fijaos en las aves del Cielo… Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos... No andéis, pues, preocupados... Bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mateo 6).
Mirar los lirios y los pájaros quiere decir saber contemplar, tener fe en las palabras de Jesús, que es nuestro modelo, Camino, Verdad y Vida, que lo que de veras cuenta es participar en esta aventura divina que es la vida. No podemos perdernos en amarguras del pasado y miedos del futuro. La vida es un continuo regalo de Dios, y hay que vivirla en presente, disfrutarla. Pero esto es duro para quien se deja llevar por dos peligros o tentaciones, el remordimiento del pasado y el miedo por el futuro. El pasado, con sus remordimientos de "hubieras debido actuar de manera distinta a como actuaste, hubieras debido decir otra cosa de lo que dijiste": en determinados momentos de la vida, el casado piensa si debería haber hecho otra elección o haber escogido otra persona... y así en todo; es el sentimiento de culpabilidad de "hubiera debido"; pero aún peor que nuestras culpas son nuestras preocupaciones por el futuro, esos miedos que llenan nuestra vida de "¿qué pasaría si?"... "¿y si perdiera mi trabajo?, ¿y si mi padre muriera?, ¿y si faltara dinero? ¿y si la economía se hundiera? ¿y si estallara una guerra?"... Son los "si" que junto con los "hubiera debido" perturban nuestra vida, como decía Henri J. M. Nouwen: "ellos son los que nos tienen atados a un pasado inalterable y hacen que un futuro impredecible nos arrastre. Pero la vida real tiene lugar aquí y ahora.
Dios es Dios del presente..." no existe ni el pasado (queda sólo en la memoria, es la experiencia de la vida) ni el futuro (que forjaremos con lo de ahora), sólo existe una realidad, la presente, y ésta es la que hemos de afrontar. El stress famoso no viene con la abundancia de trabajo, sino con el estado psicológico de agobio ante el trabajo: es decir no es causado por la materialidad de tener muchas cosas que hacer sino por la sensación subjetiva de no llegar: lo que agobian son las cosas “pendientes”. Pienso que algunas personas, más bien perfeccionistas, tienden a esta “saturación”... una búsqueda de la perfección enfermiza, que genera inquietud; un compararse con los demás, hacer siempre más... Más bien deberíamos pensar que no importa ser perfecto, que la vida no es un circo en el que hay que hacer el “¡más difícil todavía!” sino que se trata de hacer las cosas lo mejor que podamos. No competir con los demás, en la búsqueda del éxito, sino sacar lo mejor de nosotros mismos. Hacer lo mejor que podamos esto que traigo entre manos, sabiendo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
3. Se agradece a Dios en el salmo los grandes favores hechos por Él a Israel, se reclama que toda la tierra lo haga: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”; Un «cántico nuevo» en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva… se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel; “su diestra, su santo brazo, le alcanzó la victoria; el Señor ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia”. Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (Juan Pablo II).
“Se acordó de su amor y su lealtad para con la casa de Israel; todos los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor toda la tierra, alegraos, regocijaos, cantad (98,1-4). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad». Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» para que todo vaya a Cristo, como dice S. Pablo, en quien «la justicia de Dios se ha revelado», «se ha manifestado». Orígenes dice: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo».
Llucià Pou Sabaté
Nuestra Señora de Fátima

«Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltase el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: Mujer ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. Dijo su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga.Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, cada una con capacidad de dos o tres metretas. Jesús les dijo: Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora y llevad al maestresala. Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían, llamó al esposo y le dijo: Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.» (Juan 2, 1-11)
1º. Jesús, habías ido a Caná a acompañar a tu madre en la celebración de las bodas de algún amigo de la familia.
No tenías intención de hacer nada extraordinario todavía.
Acababas de escoger a tus discípulos y les estabas empezando a enseñar las verdades del Reino de los Cielos.
No era prudente, tal vez, empezar a hacer milagros sin antes preparar a los apóstoles para que pudieran entender tu divinidad.
Por eso le dices a María: «Todavía no ha llegado mi hora.»
Sin embargo, tu madre te conoce bien y no quiere que sus amigos se queden sin vino pues, en esas fiestas, hubiera significado un trastorno muy grande para los esposos.
María se da cuenta de la necesidad incluso antes que los propios interesados, y se apresura a pedir la intercesión de su Hijo.
Madre, si así te comportas con los amigos, ¿qué no harás por mí, que soy tu hijo?
A pesar de la resistencia inicial de Jesús, le dices a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
¡Qué gran consejo para todos los hombres de todos los tiempos!
Ayúdame, madre mía, para que sepa hacer cada día lo que tu Hijo me diga.
Jesús, aquellos sirvientes te obedecieron con fe: llenaron las tinajas «hasta arriba».
No pusieron un poco para «hacer la prueba», sino que se fiaron de Ti.
También yo debo fiarme de Ti, y darme del todo en lo que me pidas.
2º. «María, Maestra de oración. -Mira cómo pide a su Hijo, en Caná. Y cómo insiste, sin desanimarse, con perseverancia. -Y cómo logra.
-Aprende» (Camino.-502).
Madre, enséñame a rezar con esa fe, con esa perseverancia, con esa confianza.
A veces pido cosas a Jesús, y parece como si Él me respondiera: «Todavía no ha llegado mi hora».
Y me canso de pedir.
En esos casos, madre, ayúdame tú: intercede por mí.
«María es, al mismo tiempo, una madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance esta virtud (de la humildad) que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido. María la pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída. Recurre a Ella en todas tus cruces, en todas tus necesidades, en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, sea María tu consuelo». (León XIII).
Sé que una oración que te gusta mucho es el rosario, y que en varias apariciones has dicho que te pidamos cosas rezándolo cada día.
Por eso, un propósito muy concreto es rezar cada día el rosario, o -al menos- algún misterio del rosario, pidiéndote las cosas que me interesan o me preocupan.
Si rezo con fe y con perseverancia, estoy seguro que tú conseguirás de tu Hijo Jesús lo que mejor me convenga.
Y también es seguro que estarás atenta a que no me aleje del camino cristiano, recordándome una y otra vez -y ayudándome a ponerlo en práctica- lo que le dijiste a los siervos de Caná: «Haced lo que él os diga».

jueves, 11 de mayo de 2017

Viernes semana 4 de Pascua

Viernes de la semana 4 de Pascua

Jesús es Camino para nuestra felicidad, santidad como realización personal en la obediencia a Dios, que conduce al Cielo
“«No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí. En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio. Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros; ya sabéis el camino para ir adonde yo voy». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”” (Juan 14,1-6).
1. En el Evangelio Jesús habla de irse y de volver, de la Parusía y el encuentro con cada alma tras la muerte: Cristo nos prepara la morada celestial con su obra redentora, cuando hayamos concluido nuestro tiempo aquí en la tierra: “No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí”. Jesús nos pide confianza, un acto de Fe en su persona.
Sigue diciendo: “En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio”. Jesús "vuelve a casa": "Voy al Padre". La pascua es “pasar” a la casa del Padre, pasar de la muerte a la vida, este ciclo vital se repite en todo: nacer, morir, resucitar... como las plantas: nacer y arraigar, trasplantarse y desarraigo, y volver a arraigar, nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda: el padecimiento, la muerte, es la puerta de la vida, y esta es nuestra esperanza que nos une en el momento de dolor ante alguien querido que está muriendo, esperando el final. Al contemplar la vida llena de quien ha estado tantos años a nuestro lado, el corazón se nos va a Jesús, que con su pasión y resurrección vino a traernos la buena nueva de que Dios es Padre y nos manda su Espíritu para ir hacia Él: “los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom 8,14). Sí, somos hijos de Dios, y si somos hijos, también somos herederos... puesto que sufrimos con Él para llegar a ser glorificados con Él. Los sufrimientos del mundo presente no son nada comparados con la felicidad de la gloria... todos estamos esperando esta manifestación de los hijos de Dios, tenemos ya los frutos de esta cosecha en la esperanza: cuando sembramos bondad ya la recogemos, en nuestro corazón, pero es sólo una prenda de lo mucho que será el cielo.
Sigue Jesús: “Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros…” También puede traducirse por “os tomaré conmigo”: ¡Que ternura!, nos toma junto a Él.
 “Y a dónde yo voy, ya sabéis el camino».” Es también como decir: “Para ir donde Yo voy, vosotros conocéis el camino”. S. Juan Crisóstomo señala: “era necesario decirles ‘yo soy el camino’ para demostrarles que en realidad sabían lo que les parecía ignorar, porque le conocían a Él”. ¡Cristo, el que abre los caminos! ¡El que va delante! El que ha roto el círculo infernal de la finitud humana, de la mortalidad y del pecado, el que ha abierto "la salida". Sin Cristo la humanidad está encerrada en sus límites; pero he aquí que se abre una esperanza. No seremos siempre egoístas, injustos, duros, impuros, débiles... la humanidad no será siempre opresora, racista, violenta, agresiva, no estará dividida... Hay un camino que conduce a alguna parte, allá donde el amor existe (Noel Quesson).
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,1-6). “Ego sum via, veritas et vita, Yo soy el camino, la verdad y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Ego sum via: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.  
”Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in sæcula. ¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios... pídele, como aquel ciego del Evangelio: Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea!, que se llene mi inteligencia de luz y penetre la palabra de Cristo en mi mente; que arraigue en mi alma su Vida, para que me transforme cara a la Gloria eterna” (San Josemaría Escrivá).
Damos gracias a Dios: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10), y pedimos en la Colecta: «Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y puesto que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre de Ti y en Ti encontremos la felicidad eterna».
2. Llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, dice en la sinagoga: “Hermanos, hijos de la estirpe de Abraham, y los que sois fieles a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación”. Es una especie de Credo resumido, continuación del de ayer. Una serie de «hechos» históricos. Un resumen de la historia de la salvación dirigido hacia Jesús el Salvador.
-“Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; y sin haber encontrado ninguna causa de muerte, le condenaron y pidieron a Pilato que lo matase”. Anuncia Pablo a Jesús, como hará en otras ocasiones, en el misterio de la cruz, el amor “obediente hasta la muerte”; provoca en nosotros compasión, correspondencia… así como en un árbol hubo el pecado que cortó la subida al cielo en un árbol de cruz Jesús nos prepara a la subida al Cielo…
-“Y así que cumplieron lo que acerca de Él estaba escrito, lo bajaron del leño y lo sepultaron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos; Él se apareció durante muchos días a los que habían ido con Él de Galilea a Jerusalén, y que ahora son sus testigos ante el pueblo”. Proclama luego la fe en la resurrección, y sus apariciones.
-“Nosotros os anunciamos la buena nueva: la promesa hecha a nuestros padres Dios la ha cumplido en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy (He 13,26-33). Recita el salmo de la realeza de Cristo, que leemos también hoy, en el contexto de resurrección según las promesas (Noel Quesson).
3. El Salmo 2 se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica (siglos X-VI a.C.). El “decreto del Señor” es el acta que legitima el trono: “tú eres mi hijo”, y el día de la coronación es “hoy”, día de las promesas, el día del bautismo del Señor, de la transfiguración, de la resurrección, citada en la carta a los Hebreos para hablar de la dignidad de Cristo, y un día abierto, podemos oírlo cuando por la piedad somos hijos de Dios: “«Ya tengo yo a mi rey entronizado sobre Sión, mi monte santo». Proclamaré el decreto que el Señor ha pronunciado: «Tú eres mi hijo, yo mismo te he engendrado hoy”. “La misericordia de Dios Padre nos ha dado como Rey a su Hijo. Cuando amenaza, se enternece; anuncia su ira y nos entrega su amor. Tú eres mi hijo: se dirige a Cristo y se dirige a ti y a mí, si nos decidimos a ser alter Christus, ipse Christus. / Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con Él la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada” (san Josemaría Escrivá).
 -“Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. Los destrozarás con un cetro de hierro, los triturarás como a vasos de alfarero». Ahora, pues, oh reyes, sed sensatos; dejaos corregir, oh jueces de la tierra. Servid al Señor con reverencia, postraos temblorosos ante Él (2,6-11).
Llucià Pou Sabaté
Santos Pancracio, Nereo y Aquiles, mártires. Santo Domingo de la Calzada. Beato Álvaro del Portillo

SANTOS PANCRACIO, NEREO Y AQUILES, MÁRTIRES
Pancracio, huérfano de 14 años traído a Roma por su tío. Se convirtió a la fe, y fue martirizado al día siguiente de su bautismo, rechazando premios y ayudas para el futuro si renegaba de su fe. Luego de dar las gracias a sus verdugos, no dudó en sacrificar su juventud para mantenerse fiel a Cristo. El mismo día fueron martirizados S. Nereus y  S. Aquileo. Murió mártir, decapitado c. 304 en Roma a los quince años.

Nacido en Frigia, provincia romana del Asia Menor. Su padre era un noble pagano llamado Cleonio que falleció cuando el niño tenía siete años. Pancracio fue a vivir con su tío paterno, Dionisio, quien fue un excelente modelo. Se trasladaron a Roma cuando el niño tenía diez años.

Dionisio y Pancracio tienen un criado cristiano que los evangeliza y los pone en contacto con el Papa. Así conocen a fondo el cristianismo y se convierten. Fueron bautizados y recibieron la comunión. Enseguida se despojaron de muchas posesiones en favor de los pobres.

El emperador Diocleciano, decretó una persecución (la última del imperio romano) contra el Cristianismo. Al poco tiempo Pancracio fue denunciado al emperador, quien conocía a su difunto padre.  Le dijeron "El hijo de Cleonio de Frigia se ha hecho cristiano y está distribuyendo sus haciendas entre viles personas; además, blasfema horriblemente contra nuestros dioses".

Diocleciano mando llamar a Pancracio y conversó largo tiempo con el, tratando de persuadirlo a que renunciase a Jesucristo. Al no lograrlo le condenó a muerte. En el lugar del martirio Pancracio se arrodilló, levantó los ojos y las manos al cielo, dando gracias al Señor porque había llegado a ese momento. Le cortaron la cabeza. Por la noche una noble señora, llamada Octavila, hizo recoger su cuerpo, lo embalsamó, lo amortajó con un lienzo precioso e hizo que lo entierren en un sepulcro nuevo, cerca del lugar del martirio.

El Papa Vitaliano envió sus reliquias desde el cementerio de Calepodius en Roma a Inglaterra para evangelizar y para instalar en los altares. San Agustín de Canterbury dedicó la primera Iglesia de Inglaterra a San Pancracio.

Es titular de una Basílica romana. Aquí los que habían sido bautizados el Sábado de Gloria dejaban sus vestidos blancos en el domingo octava de la Resurrección (llamado Dominica in Albis). Era un acto conclusivo de la Pascua. Sobre la tumba de San Pancrasio renovaban el juramento de fidelidad a Jesucristo.  Desde entonces ha sido un santo muy amado, protector de inocentes y de las víctimas de la perjurio.

Patrón contra falsos testimonios, contra perjurio, juramentos, tratados, dolores de cabeza y calambres.

SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
Domingo García nace en Viloria de Rioja, provincia de Burgos en el año 1019. Hijo del labrador Ximeno García y de su esposa Orodulce, vaya nombre bonito, pastor de ovejas él mismo, tras la muerte de sus padres intenta ingresar en los monasterios benedictinos de Valvanera y San Millán de la Cogolla. Al no conseguirlo, se retira a los encinares de Ayuela, lugar cercano al actual Santo Domingo de la Calzada, donde llevará llevando una vida contemplativa hasta que cumpla veinte años. Llegado a Calahorra como legado de Benedicto IX el obispo de Ostia Gregorio, lo toma como asistente, lo ordena sacerdote y con su ayuda, construye un puente de madera sobre el río Oja para facilitar el tránsito de los peregrinos compostelanos, enseñándole así las bases de la construcción.

Al morir el obispo cinco años después, Domingo hace gala de los conocimientos adquiridos y emprende una profunda labor de colonización de la zona, comenzando la construcción de una calzada de piedra que supondrá una alternativa al camino tradicional a Santiago que corre poco más al norte. Acto seguido, reemplaza el puente de madera que él mismo había construido por uno nuevo de piedra, y construye un albergue de peregrinos con hospital, pozo e iglesia, una iglesia que con el correr del tiempo alcanzará el rango de colegiata primero, y el de catedral después, concretamente cuando en 1106 es consagrada por el obispo calagurritano Pedro. El burgo va creciendo poco a poco hasta alcanzar una población mediana, que es la que hoy conocemos precisamente por el nombre de su fundador y constructor: Santo Domingo de la Calzada.

Conquistada La Rioja por Alfonso VI de León, en 1090, cuando el santo ya tiene más de setenta años de edad, pone a Domingo a cargo de las obras viarias a lo largo del Camino de Santiago. Domingo se convierte así en el gran impulsor de toda la comarca entre los ríos Najerilla y Tirón, de la Ruta Jacobea, y con ella, del más importante medio de comunicación existente en la época entre los distintos pueblos de Europa. Tanta será su identificación con el Camino, que éste termina dando apellido a nuestro sabio español, aquél con el que pasa a la historia, “De la Calzada”, vale decir, “Del Camino”.

Domingo de la Calzada muere en La Rioja el 12 de mayo de 1109 a la avanzada edad de los noventa años. Su obra es continuada por varias personas, entre las cuales su propio discípulo, santo como él, Juan de Ortega, o los abades calceatenses, -vale decir de Santo Domingo de la Calzada- Munio, Sancho, Lope, Pedro, Diego, etc.. Alfonso el Batallador toma la ciudad bajo su protección incorporándole nuevos territorios, bienes y privilegios.

La existencia y obras de Santo Domingo de la Calzada es recogida en varias fuentes, entre las cuales sólo a modo de ejemplo, el Compendio historial de Garibay; el Año Cristiano de Justo Pérez de Urbel; la Historia de la vida y milagros de Santo Domingo de la Calzada de Luys de la Vega, del año 1606; el Compendio historial de la provincia de la Rioja, de sus santos y milagrosos santuarios de Matheo de Anguiano, de 1704, y muchas otras.

En cuanto a su canonización, no consta con exactitud cuando se produce, pero debió de ser muy temprana, si no súbita, por proclamación popular, pues existen documentos que ya se refieren a nuestro Domingo como santo tan pronto como el 1112, es decir, apenas tres años después de su muerte, por lo que sin duda, aconteció durante el pontificado de Sergio IV (1109-1112). Amén de ello, Santo Domingo es pronto considerado con toda justicia patrón de los ingenieros. Se celebra su festividad el 12 de mayo.

Por si todo ello fuera poco, a su veneración se une toda una extensa tradición taumatúrgica que le convierte en un santo muy popular en España y en todos los países del Camino, alguno tan lejano como Alemania. Está la leyenda que le atribuye haber cruzado al Niño Jesúspor el río Oja. Se le atribuyen numerosas curaciones de peregrinos, desde un caballero francés poseído por  el demonio, hasta el peregrino alemán Bernardo. Pero si un milagro descolla en la tradición sobre los demás es el del gallo que cantó después de muerto. En el siglo XIV, una joven se habría enamorado del apuesto peregrino germano Hugonell. Como el muchacho le negara sus favores, ella, despechada, le mete en el zurrón una copa de plata y le acusa del robo. Detenido y hallado culpable es colgado en la horca. Los padres le rezan a Domingoy al acercarse al cuerpo colgado de su hijo  para despedirse, éste les habla para decirles que está vivo, lo que ha de atribuirse al santo. Cuando los eufóricos padres comunican la noticia al corregidor, al que encuentran opíparamente cenándose unos capones, éste se burla diciéndoles: “¡Vuestro hijo está tan vivo como este gallo y esta gallina!”, tras lo cual, las aves saltaron del plato y se pusieron a cantar.
Luis Antequera

BEATO ÁLVARO DEL PORTILLO

74913 10151750291206872 583266377 nObispo y Prelado de la Prelatura Personal de la Santa Cruz y del Opus Dei

En Roma, Italia, beato Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, español, obispo y prelado de la Prelatura Personal de la Santa Cruz y del Opus Dei. ( 1994)Hijo de Clementina Diez de Sollano (mexicana) y de Ramón del Portillo y Pardo (español), Álvaro del Portillo nació en Madrid el 11 de marzo de 1914. Era el tercero de ocho hermanos.
Después de cursar el bachillerato en el Colegio El Pilar (Madrid), ingresó en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, en la que terminó sus estudios en 1941. Posteriormente trabajó en diversas entidades oficiales con competencia en materia hidrográfica. A la vez, estudió Filosofía y Letras (Sección de Historia) y se doctoró en 1944 con la tesis Descubrimientos y exploraciones en las costas de California.
En 1935 se incorporó al Opus Dei, institución de la Iglesia Católica que había sido fundada siete años antes por san Josemaría Escrivá de Balaguer. Recibió directamente del fundador la formación y el espíritu propios de aquel nuevo camino en la Iglesia. Desarrolló una amplia labor de evangelización entre sus compañeros de estudio y trabajo, y desde 1939 realizó numerosos viajes apostólicos por diferentes ciudades de España.
El 25 de junio de 1944 fue ordenado sacerdote por el obispo de Madrid, Mons. Leopoldo Eijo y Garay, junto con José María Hernández Garnica y José Luis Múzquiz: son los tres primeros sacerdotes del Opus Dei, después del fundador.
En 1946 se trasladó a Roma, pocos meses antes de que fijara allí su residencia san Josemaría, con el que convivió también en los años siguientes. Se trata de un periodo crucial para el Opus Dei, que recibe entonces las primeras aprobaciones jurídicas de la Santa Sede. Para Mons. del Portillo empieza también una época decisiva en la que, entre otras cosas, realizará —con su actividad intelectual junto a san Josemaría y con su trabajo en la Santa Sede— una honda reflexión sobre el papel y la responsabilidad de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, a través del trabajo profesional y las relaciones sociales y familiares. “En un hospital —escribirá años más tarde, para ejemplificar esta realidad— la Iglesia no está solo presente por el capellán: también actúa a través de los fieles que, como médicos o enfermeros, procuran prestar un buen servicio profesional y una delicada atención humana a los pacientes; en un barrio, el templo será siempre un punto de referencia indispensable: pero el único modo de llegar a los que no lo frecuentan será a través de otras familias”.
Entre 1947 y 1950 empujó la expansión apostólica del Opus Dei en Roma, Milán, Nápoles, Palermo y otras ciudades italianas. Promovió actividades de formación cristiana y atendió sacerdotalmente a numerosas personas. De la huella que su labor ha dejado en Italia hablan hoy las numerosas calles y plazas que se le han dedicado en distintos núcleos urbanos del país.
El 29 de junio de 1948, el fundador del Opus Dei erigió en Roma el Collegio Romano della Santa Croce, centro internacional de formación del que Álvaro del Portillo fue primer rector y en el que enseñó teología moral (1948-1953). En ese mismo año (1948) obtuvo el doctorado en Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Santo Tomás.
Durante sus años en Roma, los diversos Papas que se suceden (desde Pío XII hasta Juan Pablo II) le llamaron a desempeñar numerosos encargos, como miembro o consultor de 13 organismos de la Santa Sede. 
Participó activamente en el Concilio Vaticano II. Juan XXIII le nombró consultor de la Sagrada Congregación del Concilio (1959-66). En las etapas previas al Vaticano II, fue presidente de la Comisión para el Laicado. Ya en el curso del Concilio (1962-65) fue secretario de la Comisión sobre la Disciplina del Clero y del Pueblo Cristiano. Terminado este evento eclesial, Pablo VI le nombró consultor de la Comisión postconciliar sobre los Obispos y el Régimen de las Diócesis (1966). Fue también, durante muchos años, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
La vida de Álvaro del Portillo está estrechamente unida a la del fundador. Permaneció siempre a su lado hasta el mismo momento de su muerte, el 26 de junio de 1975, colaborando con san Josemaría en las tareas de evangelización y de gobierno pastoral. Con él viajó a numerosos países para disponer y orientar los diversos apostolados del Opus Dei. “Al advertir su presencia amable y discreta al lado de la dinámica figura de Mons. Escrivá, me venía al pensamiento la modestia de san José”, escribirá a su muerte un agustino irlandés, el Padre John O´Connor.
El 15 de septiembre de 1975, en el congreso general convocado tras el fallecimiento del fundador, don Álvaro del Portillo fue elegido para sucederle al frente del Opus Dei. El 28 de noviembre de 1982, cuando el beato Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal, le designó Prelado de la nueva prelatura. Ocho años después, el 7 de diciembre de 1990, le nombró obispo y, el 6 de enero de 1991, le confirió la ordenación episcopal en la basílica de San Pedro.
A lo largo de los años en que estuvo al frente del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo promovió el comienzo de la actividad de la prelatura en 20 nuevos países. En sus viajes pastorales, que le llevaron a los cinco continentes, habló a miles de personas de amor a la Iglesia y al Papa, y predicó con persuasiva simpatía el mensaje cristiano de san Josemaría acerca de la santidad en la vida ordinaria.
Como Prelado del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo estimuló la puesta en marcha de numerosas iniciativas sociales y educativas. El Centre Hospitalier Monkole (Kinshasa, Congo), el Center for Industrial Technology and Enterprise (CITE, en Cebú, Filipinas) y la Niger Foundation (Enugu, Nigeria) son ejemplos de instituciones de desarrollo social llevadas a cabo por fieles del Opus Dei, junto a otras personas, bajo el impulso directo de monseñor del Portillo.
Asimismo, la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (desde 1985) y el seminario internacional Sedes Sapientiae (desde 1990), ambos en Roma, así como el Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa (Pamplona, España), han formado para las diócesis a miles de candidatos al sacerdocio enviados por obispos de todo el mundo. Son una muestra de la preocupación de monseñor del Portillo por el papel del sacerdote en el mundo actual, tema al que dedicó buena parte de sus energías, como se puso de manifiesto en los años del Concilio Vaticano II. “El sacerdocio no es una carrera —escribió en 1986— sino una entrega generosa, plena, sin cálculos ni limitaciones, para ser sembradores de paz y de alegría en el mundo, y para abrir las puertas del Cielo a quienes se beneficien de ese servicio y ministerio”.
Mons. Álvaro del Portillo falleció en Roma en la madrugada del 23 de marzo de 1994, pocas horas después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa. La víspera, el 22 de marzo, había celebrado su última misa en la iglesia del Cenáculo de Jerusalén.
Álvaro del Portillo es autor de publicaciones sobre materias teológicas, canónicas y pastorales: Fieles y laicos en la Iglesia (1969), Escritos sobre el sacerdocio (1970) y numerosos textos dispersos, gran parte de ellos recogidos póstumamente en el volumen Rendere amabile la Verità. Raccolta di scritti di Mons. Álvaro del Portillo, publicado en 1995 por la Libreria Editrice Vaticana. En 1992 se publicó el volumen Intervista sul Fondatore dell´Opus Dei, fruto de sus conversaciones con el periodista italiano Cesare Cavalleri, sobre la figura de san Josemaría Escrivá, que ha sido traducido a varias lenguas.
Tras su muerte en 1994, miles de personas han testimoniado por escrito su recuerdo de monseñor Álvaro del Portillo: su bondad, el calor de su sonrisa, su humildad, su audacia sobrenatural, la paz interior que su palabra les comunicaba.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Jueves semana 4 de Pascua

Jueves de la semana 4 de Pascua

Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor en la historia.
«En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor ni el enviado más que quien le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis seréis bienaventurados. No lo digo por todos vosotros: yo sé a quiénes elegí; sino para que se cumpla la Escritura: El que come mi pan levantó contra mí su calcañal: Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy En verdad, en verdad, os digo: quien recibe al que yo envíe, a mime recibe, y quien a mime recibe, recibe al que me ha enviado.» (Juan 13, 16-20)
1. A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos en el Evangelio los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos. “Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís”. Esta es la «bienaventuranza nueva», que nos enseñas pocos minutos antes del mandamiento nuevo: es la bienaventuranza del servicio.
Bienaventurado el que sirve a los demás -vienes a decir- porque de él es el Reino de los Cielos. Si comprendéis que servir es la reacción propia del ser espiritual -porque es lo propio de Dios- y lo hacéis, seréis bienaventurados. Por eso también el servicio es propio de los ángeles, especialmente de cada ángel de la guarda, de mi ángel custodio. Que le sepa pedir muchos favores, porque él está para servirme a mí y, sirviéndome, es bienaventurado, esto es, feliz. Para servir a los demás no tengo que hacer, necesariamente, cosas extraordinarias. No sirve más el que se va más lejos, sino el que más pone el corazón en los que le rodean (Pablo Cardona). «El artesano, el soldado, el labrador; el comerciante, todos sin excepción contribuyen al bien común y al provecho del prójimo (...). El que sólo vive para sí y desprecia a los demás, es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje» (San Juan Crisóstomo).
Jesús, si no aprendo a servir, no sólo soy mal cristiano, sino también menos persona.
No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado”. Como ya celebramos el jueves santo con el Lavatorio de los pies, con este signo quiere Jesús hablarnos de cómo hemos de servirnos si queremos seguirle a Él, que no ha venido a ser servido sino a servir: el «haced esto» en memoria mía también se aplica al servicio. Todo esto tiene que ver con la felicidad, armonía de la vida, basada en el amor y la sal de la cruz… como expresión del amor.
Pero aún hay que dar otro paso, pues la voluntad tiende al bien pero el bien supremo es el amor. Es más, el hombre –imagen de Dios, que es amor- se realiza cuando –como el modelo de su ejemplar- vive de amor, reconoce el amor y se dedica a amar, la felicidad es propia de un corazón enamorado, del que sabe querer. En definitiva, para ser buenos no hay que hacer cosas bien en un sentido de moral de obligación, sino que se han de unir las dos cosas: el bien y el amor. Porque ella es siempre la consecuencia -¡no buscada!- de la propia perfección, de la propia bondad. Y para ser buenos, hay que olvidarse por completo de uno mismo y querer procurar el bien de los demás, recuerda Tomás Melendo: “hay que aprender a amar. Únicamente entonces, cuando la desestimemos plenamente, nos sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la felicidad. El amor, sólo el amor, engendra la dicha”. 
El gozo se alcanza siempre al tener lo bueno que se buscaba, y así desde el placer, que es el gozo más sensible, hasta el éxtasis –salir de uno mismo- que es el más sublime. En todos los casos, es siempre consecuencia de tender a lo que se ve como bueno y cuando se busca el gozo en sí mismo se aborta. 
El goce de la felicidad es consecuencia del amor, señal de plenitud en la realización personal…, la donación amorosa. El hombre bueno es quien hace el bien a los demás, y el hombre malo el que es egoísta y perjudica a los demás, pero entonces se autodestruye pues renuncia a ser hombre. Pero el mal no tiene la última palabra, existe el perdón: pues el amor es fecundo y tiene frutos, hijos: la fecundidad del amor es su hijo, que es el perdón. Como fruto del amor viene la misericordia, que mueve a perdonar todo, y entonces es verdad que “amar es no tener que decir nunca lo siento”, pues está el perdón “englobado” en el amor, metido dentro de él como al “baño maría”.
2. Desde ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la misión de Pablo y de Bernabé: “En aquellos días, Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos; llegaron a Perge de Panfilia, y allí Juan Marcos los dejó y volvió a Jerusalén”. Vemos aquí que a Marcos le faltó el ánimo y abandonó la misión apostólica. Esto provocó también la separación de Pablo, que ya no lo quiere con él, y Bernabé, que lo toma consigo: “Pablo más severo y Bernabé más benigno, cada uno mantiene su punto de vista. La discusión manifiesta un tanto la fragilidad humana” (San Jerónimo). Sin embargo, luego Pablo lo tendrá con él y dirá que le es “muy útil para el ministerio” (2 Tim 4,11). Las circunstancias, las personas, cambian; por eso, que no tengamos listas de agravios, que seamos humildes, que no demos vueltas a las cosas. Además, tenemos defectos pero podemos querernos con ellos, así como Dios nos quiere con nuestros defectos.
“Desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia, y el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron decir: “Hermanos, si tenéis alguna exhortación que hacer al pueblo, hablad”. Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal de silencio con la mano, les dijo: “Israelitas y cuantos temen a Dios, escuchadme: El Dios del pueblo de Israel eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo cuando éste vivía como forastero en Egipto, lo sacó de allí con todo su poder, lo alimentó en el desierto durante cuarenta años, aniquiló siete tribus del país de Canaán y dio el territorio de ellas en posesión a Israel por cuatrocientos cincuenta años. Posteriormente les dio jueces, hasta el tiempo del profeta Samuel. Pidieron luego un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Después destituyó a Saúl y les dio por rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios. Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador, Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: ‘Yo no soy el que vosotros pensáis. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias’ (13, 13-25).
3. El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo (88,2-3.21-22.25.27) cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor, liberador, el Redentor. La alianza que hace con nosotros es para siempre, y aunque nosotros fallemos Él es fiel a sus promesas, por eso cantamos:“Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad  es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. He encontrado a David, mi servidor, y con mi aceite santo lo he ungido. Lo sostendrá mi mano y le dará mi brazo fortaleza. Contará con mi amor y mi lealtad y su poder aumentará en mi nombre. El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva’.
Llucià Pou Sabaté

martes, 9 de mayo de 2017

Miércoles semana 4 de pascua

Miércoles de la semana 4 de Pascua

El apostolado, en la primitiva Iglesia, guiada por Jesús (en el Espíritu Santo, y la intercesión de la Virgen María)
«El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, ya que no he venido a juzgar al mundo sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado ésa le juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha ordenado lo que he de decir y habla': Y sé que su mandato es vida eterna; por tanto, lo que yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo.» (Juan 12, 44-50)
1. Jesús proclama hoy: «El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado; y el que me ve a mí ve al que me ha enviado”. Jesús es nuestro modelo, y así como Él transparenta al Padre, también nosotros con su gracia podemos llevar su luz a los demás, transmitir a Jesús en nuestra vida.
Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no quede en tinieblas”. Es el signo de la luz. Es la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio: «la Palabra era la luz verdadera» y en otras ocasiones solemnes: «yo soy la luz del mundo: el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida». Pero siempre sucede lo mismo: algunos no quieren ver esa luz, porque «los hombres amaron más las tinieblas que la luz». Cristo como luz sigue dividiendo a la humanidad. También ahora hay quien prefiere la oscuridad o la penumbra: y es que la luz siempre compromete, porque pone en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como defectuoso. Nosotros, seguidores de Jesús, ¿aceptamos plenamente en nuestra vida su luz, que nos viene por ejemplo a través de su Palabra que escuchamos tantas veces? ¿somos «hijos de la luz», o también en nuestra vida hay zonas que permanecen en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios o rencores («quien ama a su hermano permanece en la luz». La «tiniebla» es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo y no amar. El Cirio pascual que encendemos estos días significa Cristo resucitado (J. Aldazábal).Y nosotros hemos de estar también encendidos con esta luz.
 “Yo no condeno al que oye mis palabras y no las guarda, pues no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo”. Son las últimas palabras de la predicación pública de Jesús, y recopila temas fundamentales: la fe en Él, unidad y distinción entre Padre e Hijo, Jesús como Luz y Vida del mundo, juicio de los hombres según la aceptación de Cristo; es el relato previo a la oración sacerdotal y relatos Pascuales: “El que me rechaza y no acepta mi doctrina ya tiene quien lo juzgue; la doctrina que yo he enseñado lo condenará en el último día, porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me ha enviado me ha ordenado lo que tengo que decir y enseñar, y yo sé que su mandato es vida eterna”. Jesús, al final de vida terrena, sabe que tiene un pequeño núcleo de discípulos, pero su corazón abarca a todos los hombres, dentro del misterio de su unión con el amor del Padre: “Por eso lo que yo os digo, lo digo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn 12,44-50).
Tenemos también la ayuda del auxilio luminoso de María (que significa “estrella”). San Bernardo intuyó muy bien al invocar a María como “Estrella de los mares”. San Bernardo exhortaba así a los cristianos: “Si alguna vez te alejas del camino de la luz y las tinieblas te impiden ver el Faro, mira la Estrella, invoca a María. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. (...) Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón”.
2. “La palabra del Señor crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo, después de haber cumplido su misión, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan Marcos. En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores: Bernabé y Simón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manahén, hermano de leche de Herodes el virrey, y Saulo”. Vemos ya una Iglesia desarrollada, carismas diversificados. Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. ¡Ayúdanos, Señor, a saber leer los signos de tu Palabra, en los signos de los tiempos! Tú nos hablas a través de lo que va sucediendo. Pensando en un acontecimiento que acaba de producirse o que está a punto de ocurrir, trato humildemente de descubrir lo que Tú, Señor, quieres decir al mundo... Los doctores discernían las Escrituras, comentando el antiguo Testamento y el Nuevo, que se estaba elaborando entonces. Enseñaban a los catecúmenos y a los demás cristianos, eran maestros, sin ser sacerdotes tenían lugar importante por lo delicado de su misión educadora, doctrinal y moral.
 “Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado»”. Es el inicio de la gran «misión» de san Pablo, de la que saldrá la evangelización de toda la cuenca del Mediterráneo: Chipre, Salamina, Grecia, el Imperio Romano... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero. Con el ayuno y oración, hay una buena preparación apostólica, y el Señor no dejará “caer en tierra ninguna de sus palabras”. Es también la Iglesia la que envía a misión. La «comunidad» acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía, «se sacrifica y ora» por ellos... les da un «signo» -sacramento- que se halla en el origen de la ordenación de los obispos y de los sacerdotes: la imposición de las manos. ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostiene, por la oración y el esfuerzo, a los que ha enviado a ponerse «en contacto con los paganos»?
 “Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo fueron a Seleucia, desde donde se embarcaron hacia Chipre. Al llegar a Salamina, se pusieron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan como auxiliar (He 12,24-26-13,1-5).
Y así comienza el primero de los tres grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al Apóstol a evangelizar primero la isla de Chipre y después algunas regiones del sur de Asia Menor: Panfilia, Pisidia y Licaonia (años 44-49). El Espíritu Santo deja oir su voz en la Iglesia de Cristo.
3. El Señor ha tenido piedad de nosotros y nos ha bendecido al enviarnos a su propio Hijo como Salvador nuestro. Quienes hemos sido beneficiados con el Don de Dios debemos convertir toda nuestra vida en una continua alabanza de su Nombre. Agradecidos, alabamos al Señor con el SalmoQue Dios tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro entre nosotros para que en la tierra se conozca su camino y su salvación en todas las naciones”. El reino de Dios se proclama en la Iglesia, se vive en la presencia de Jesús que permanece en ella, como indica S. Agustín: “¡Oh bienaventurada Iglesia! En un tiempo oíste, en otro viste. Oíste en tiempo de las promesas, viste en el tiempo de su realización; oíste en el tiempo de las profecías, viste en el tiempo del Evangelio. En efecto, todo lo que ahora se cumple había sido antes profetizado. Levanta, pues, tus ojos y esparce tu mirada por todo el mundo; contempla la heredad del  Señor difundida ya hasta los confines del orbe”.   
“Que canten de alegría las naciones, pues tú juzgas al mundo con justicia y gobiernas los pueblos de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga y que le rinda honor el mundo entero” (67,2-3,5-6.8). Y Juan Pablo II enseñaba que “la bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol frondoso. El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Gen 12,2-3). Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción”.
Llucià Pou Sabaté

San Juan de Ávila, presbítero

San Juan de Ávila nació el 6 de enero de 1499 (o 1500) en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), de una familia profundamente cristiana. Sus padres, Alfonso de Ávila (de ascendencia israelita) y Catalina Jijón, poseían unas minas de plata en Sierra Morena, y supieron dar al niño una formación cristiana de sacrificio y amor al prójimo. Son conocidas las escenas de entregar su sayo nuevo a un niño pobre, sus prolongados ratos de oración, sus sacrificios, su devoción eucarística y mariana.
Probablemente en 1513 comenzó a estudiar leyes en Salamanca, de donde volvería después de cuatro años para llevar una vida retirada en Almodóvar. A pesar de llamarlas ‘leyes negras’ los estudios de Salamanca dejaron huella en su formación eclesiástica, como puede constatarse en sus escritos de reforma. Esta nueva etapa en Almodóvar, en casa de sus padres, viviendo una vida de oración y penitencia, durará hasta 1520. Pues aconsejado por un religioso franciscano, marchará a estudiar artes y teología a Alcalá de Henares (1520-1526). De esta etapa en Alcalá existen testimonios de su gran valía intelectual, como así lo atestigua el Mtro. Domingo de Soto. Allí estuvo en contacto con las grandes corrientes de reforma del momento. Conoció el erasmismo, las diversas escuelas teológicas y filosóficas y la preocupación por el conocimiento de las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia. También trabó amistad con quienes habían de ser grandes reformadores de la vida cristiana, como don Pedro Guerrero, futuro arzobispo de Granada, y posiblemente también con el venerable Fernando de Contreras. Incluso pudo haber conocido allí al P. Francisco de Osuna y a San Ignacio de Loyola.
Primeros años de sacerdocio
Durante sus estudios en Alcalá, murieron sus padres. Juan fue ordenado sacerdote en 1526, y quiso venerar la memoria de sus padres celebrando su Primera Misa en Almodóvar del Campo. La ceremonia estuvo adornada por la presencia de doce pobres que comieron luego a su mesa. Después vendió todos los bienes que le habían dejado sus padres, los repartió a los pobres, y se dedicó enteramente a la evangelización, empezando por su mismo pueblo.
Un año después, se ofreció como misionero al nuevo obispo de Tlascala (Nueva España), Fr. Julián Garcés, que habría de marchar para América en 1527 desde el puerto de Sevilla. Con este firme propósito de ser evangelizador del Nuevo Mundo, se trasladó san Juan de Ávila a Sevilla, donde mientras tanto se entregó de lleno al ministerio, en compañía de su compañero de estudios en Alcalá el venerable Fernando de Contreras. Ambos vivían pobremente, entregados a una vida de oración y sacrificio,  de asistencia a los pobres, de enseñanza del catecismo.
Esta amistad y convivencia con Fernando de Contreras, fueron posiblemente las que motivaron el cambio de las ansias misioneras de Juan de Ávila. El P. Contreras habló con el arzobispo de Sevilla, D. Alonso Manrique, y éste le ordenó a Juan que se quedara en las ‘Indias’ del mediodía español. El mismo arzobispo quiso conocer personalmente la valía del nuevo sacerdote y le mandó predicar en su presencia. Juan de Ávila contaría después la vergüenza que tuvo que pasar; orando la noche anterior ante el crucifijo, pidió al Señor que, por la vergüenza que él pasó desnudo en la cruz, le ayudara a pasar aquel rato amargo. Y cuando, al terminar el sermón, le colmaron de alabanzas, respondió: <<Eso mismo me decía el demonio al subir al púlpito.
Durante algún tiempo continuó el ministerio juntamente con Fernando de Contreras. Pronto se dirigió a predicar y ejercer el ministerio en Écija (Sevilla). Uno de sus primeros discípulos y compañero fue Pedro Fernández de Córdoba, cuya hermana de catorce años, D.ª Sancha Carrillo (ambos hijos de los señores de Guadalcázar, Córdoba), comenzó una vida de perfección bajo la guía del Maestro Ávila. La que habría sido dama de la emperatriz Isabel, pasó a ser (después de confesarse con san Juan de Ávila) una de las almas más delicadas de la época y destinataria de las enseñanzas del Maestro en el Audi, Filia, preciosa pieza espiritual del siglo XVI y único libro escrito por Juan de Ávila. Su predicación se extendía también a Jerez de la Frontera, Palma del Río, Alcalá de Guadaira, Utrera..., juntamente con la labor de confesionario, dirección de almas, arreglo de enemistades.
Pero su presencia en Écija pronto le va a acarrear las enemistades y la persecución. El primer incidente ocurrió cuando un comisario de bulas impidió la predicación de Juan para poder predicar él la bula de que era comisario. El auditorio, sin embargo, dejó al bulero solo en la iglesia principal y fue a escuchar a Juan de Ávila en otra iglesia. Después del suceso, el comisario de bulas, en plena calle, propinó una bofetada a Juan. Éste se arrodilló y dijo humildemente: <<emparéjeme esta otra mejilla, que más merezco por mis pecados>>. Este hecho y las envidias de algunos eclesiásticos, llevaron precisamente a los clérigos a denunciar a San Juan de Ávila ante la Inquisición sevillana en 1531.
Procesado por la Inquisición
Desde 1531 hasta 1533 Juan de Ávila estuvo procesado por la Inquisición. Las acusaciones eran muy graves en aquellos tiempos: llamaba mártires a los quemados por herejes, cerraba el cielo a los ricos, no explicaba correctamente el misterio de la Eucaristía, la Virgen había tenido pecado venial, tergiversaba en sentido de la Escritura, era mejor dar limosna que fundar capellanías, la oración mental era mejor que la oración vocal... Todo menos la verdadera acusación: aquel clérigo no les dejaba vivir tranquilos en su cristianismo o en su vida ‘clerical’. Y Juan fue a la cárcel donde pasó un año entero.
Juan de Ávila no quiso defenderse y la situación era tan grave que le advirtieron que estaba en las manos de Dios, lo que indicaba la imposibilidad de salvación; a lo que respondió: <<No puede estar en mejores manos>>. San Juan fue respondiendo uno a uno todos los cargos, con la mayor sinceridad, claridad y humildad, y un profundo amor a la Iglesia y a su verdad. Y aquél que no quiso tachar a los cinco testigos acusadores, se encontró con que la Providencia le proporción 55 que declararon a su favor.
Este tiempo en la cárcel produjo sus frutos interiores, al igual que lo hiciera con san Juan de la Cruz. En ella escribió un proyecto del Audi, Filia, pero sobre todo, como él nos cuenta, allí aprendió, más que en sus estudios teológicos y vida anterior, el misterio de Cristo. Juan fue absuelto. Pero lo que más humillante fue la sentencia de absolución: “Haber proferido en sus sermones y fuera de ellos algunas proposiciones que no parecieron bien sonantes”, y le mandan, bajo excomunión, que las declare convenientemente, donde las haya predicado.
Viajes y ministerio desde 1535 a 1554
En 1535 marcha Juan de Ávila a Córdoba, llamado por el obispo Fr. Álvarez de Toledo. Allí conoce a Fr. Luis de Granada, con quien entabla relaciones espirituales profundas. Organiza predicaciones por los pueblos (sobre todo por la Sierra de Córdoba), consigue grandes conversiones de personas muy elevadas, entabla buenas relaciones con el nuevo obispo de Córdoba, D. Cristobal de Rojas, que quien dirigirá las Advertencias al Concilio de Toledo.
La labor realizada en Córdoba fue muy intensa. Prestó mucha atención al clero, creando centros de estudios, como el Colegio de San Pelagio (en la actualidad el Seminario Diocesano), el Colegio de la Asunción (donde no se podía dar título de maestro sin haberse ejercitado antes en la predicación y el catecismo por los pueblos). Explica las cartas de san Pablo a clero y fieles. Un padre dominico, que primero se había opuesto a la predicación de san Juan, después de escuchar sus lecciones, dijo: <<vengo de oír al propio san Pablo comentándose a sí mismo.
Córdoba es la diócesis de san Juan de Ávila, tal vez ya desde 1535, pero con toda seguridad desde 1550. Allí le vemos cuando murió D.ª Sancha Carrillo, en 1537, de quien escribió una biografía que se ha perdido. Predica frecuentemente en Montilla, por ejemplo la cuaresma de 1541. Y las célebres misiones de Andalucía (y parte de Extremadura y Castilla la Mancha) las organiza desde Córdoba (hacia 1550-1554). Juan recibiría en Córdoba el modesto beneficio de Santaella, que le vinculó a la diócesis cordobesa para lo restante de su vida. En el Alcázar Viejo de Córdoba reuniría a veinticinco compañeros y discípulos con los que trabajaba en la evangelización de las comarcas vecinas.
A Granada acudió san Juan de Ávila, llamado por el arzobispo D. Gaspar de Avalos, el año 1536. Es en Granada donde tiene lugar el cambio de vida de san Juan de Dios; en la ermita de san Sebastián, oyendo a san Juan de Ávila, Juan Cidad, antiguo soldado y ahora librero ambulante, se convirtió en san Juan de Dios. En numerosas ocasiones san Juan de Dios a Montilla para dirigirse espiritualmente con el Maestro Ávila, convirtiéndose en su más fiel discípulo.
El duque de Gandía, Francisco de Borja, fue otra alma predilecta influida por la predicación de san Juan de Ávila; las honras fúnebres predicadas por éste en las exequias de la emperatriz Isabel (1539) fueron la ocasión providencial que hicieron cambiar de rumbo la vida del futuro general de la Compañía.
En Granada lo vemos formando el primer grupo de sus discípulos más distinguidos. En Granada también, en 1538 están fechadas las primeras cartas de san Juan de Ávila que conocemos. En los años sucesivos vemos a san Juan de Ávila en Córdoba, Baeza, Sevilla, Montilla, Zafra, Fregenal de la Sierra, Priego de Córdoba. La predicación, el consejo, la fundación de colegios, le llevan a todas partes.
La cuaresma de 1545 la predicó en Montilla. Su predicación iba siempre seguida de largas horas de confesionario y de largas explicaciones del catecismo a los niños; éste era un punto fundamental de su programa de predicación.
Los colegios de san Juan de Ávila.
En todas las ciudades por donde pasaba, Juan de Ávila procuraba dejar la fundación de algún colegio o centro de formación y estudio. Sin duda, la fundación más celebre fue la Universidad de Baeza (Jaén). La línea de actuación que allí impuso era común a todos sus colegios, como puede verse plasmada en los Memoriales al Concilio de Trento, donde pide la creación de seminarios, para una verdadera reforma de la Iglesia y del clero.
Predicando el Evangelio.
Es la definición que mejor cuadra a Juan de Ávila: predicador. Éste es precisamente el epitafio que aparece en su sepulcro: “mesor eram”. El centro de su mensaje era Cristo crucificado, siendo fiel discípulo de san Pablo. Predicaba tanto en las iglesias como incluso en las calles. Sus palabras iban directamente a provocar la conversión, la limpieza de corazón. El contenido de su predicación era siempre profundo, con una teología muy escriturística. Pero ésta estaba sobre todo precedida de una intensa oración. Cuando le preguntaban qué había que hacer para predicar bien, respondía: ‘amar mucho a Dios’.
Los textos de los sermones de san Juan de Ávila están acomodados al tiempo litúrgico. Los temas principales son la Eucaristía, el Espíritu Santo, la pasión, el tiempo litúrgico; siendo el tema predilecto para los clérigos el del sacerdocio. La fuerza de su predicación se basaba en la oración, sacrificio, estudio y ejemplo. Podía hablar claro quien había renunciado a varios obispados y al cardenalato, y quien no aceptaba limosnas ni estipendios por los sermones, ni hospedaje en la casa de los ricos o en los palacios episcopales. El desprecio y conocimiento de sí mismo era el secreto para guardar el equilibrio al reprender a los demás, considerándose siempre inferior a los demás.
Su modelo de predicador era san Pablo, al que procuraba imitar sobre todo en el conocimiento del misterio de Cristo. Afirma su biógrafo el Lic. Muñoz que “no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le precediese”, ya que “su principal librería” era el crucifijo y el Santísimo Sacramento.
La misión apostólica de la predicación era precisamente uno de los objetivos de la fundación de sus colegios de clérigos. Ésta era también una de las finalidades de los Memoriales dirigidos al Concilio de Trento.
Retiro en Montilla
Desde 1511 Juan de Ávila se sintió enfermo. Gastado en un ministerio duro, sintió fuertes molestias que le obligaron a residir definitivamente en Montilla desde 1554 hasta su muerte. Rehusó la habitación ofrecida en el palacio de la marquesa de Priego, y se retiró en una modesta casa propiedad de la marquesa. Su vida iba transcurriendo en la oración, la penitencia, la predicación (aunque no tan frecuente), las pláticas a los sacerdotes o novicios jesuitas, la confesión y dirección espiritual, el apostolado de la pluma.
Su enfermedad la ofreció para inmolarse por la Iglesia, a la que siempre había servido con desinterés. Cuando arreciaba más la enfermedad, oraba así: “Señor, habeos conmigo como el herrero: con una mano me tened, y con otra dadme con el martillo”.
Pero a Juan todavía le quedaban quince años de vida fructífera, que empleó avaramente en la extensión del Reino de Dios. El retiro de Montilla le dio la posibilidad de escribir con calma sus cartas, la edición definitiva del Audi, Filia, sus sermones y tratados, los Memoriales al Concilio de Trento, las Advertencias al Concilio de Toledo y otros escritos menores. Se puede decir que Juan de Ávila inicia con sus escritos la mística española del Siglo de oro. Si en otros períodos de su vida se podía calificar de predicador, misionero, fundador de colegios, ahora, en Montilla, se puede resumir su vida diciendo que era escritor.
El Audi, Filia, a pesar de todas las vicisitudes por las que pasó, y tras retocarlo de nuevo en Montilla, queriéndolo confrontar con las enseñanzas de Trento, fue publicado después de su muerte. El rey Felipe II lo apreció tanto que pidió no faltara nunca en El Escorial. El Card. Astorga, arzobispo de Toledo, diría que, con él, “había convertido más almas que letras tiene”. Prácticamente es el primer libro en lengua vulgar que expone el camino de perfección para todo fiel, aun el más humilde. El sentido de perfección cristiana es el sentido eclesial de desposorio de la Iglesia con Cristo. Éste y otros libros de Juan influyeron posteriormente en autores de espiritualidad.
Las cartas de Juan de Ávila llegaban a todos los rincones de España e incluso a Roma. De todas partes se le pedía consejo. Obispos, santos, personas de gobierno, sacerdotes, personas humildes, enfermos, religiosos y religiosas, eran los destinatarios más frecuentes. Las escribía de un tirón, sin tener tiempo para corregirlas. Llenas de doctrina sólida, pensadas intensamente, con un estilo vibrante.
No hay en todo el siglo XVI ningún autor de vida espiritual tan consultado como Juan de Ávila. Examinó la Vida de santa Teresa, se relacionó frecuentemente con san Ignacio de Loyola o con sus representantes, con san Francisco de Borja, san Juan de Dios, san Pedro de Alcántara, San Juan de Ribera, fray Luis de Granada.
A Juan de Ávila se le llama <<reformador>>, si bien sus escritos de reforma se ciñen a los Memoriales para el Concilio de Trento, escritos para el arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, ya que Juan de Ávila no pudo acompañarle a Trento debido a su enfermedad, y a las Advertencias al Concilio de Toledo, escritas para el obispo de Córdoba, D. Cristóbal de Rojas, que habrían de presidir el Concilio de Toledo (1565), para aplicar los decretos tridentinos.
La doctrina de san Juan de Ávila sobre le sacerdocio quedó esquematizada en un Tratado sobre el sacerdocio, del que conocemos sólo una parte, pero una belleza y contenido extraordinarios, y que sirvió de pauta para sus pláticas y retiros a clérigos, y para que sus discípulos hicieran otro tanto donde no podía llegar ya el Maestro.
Escuela Sacerdotal
Este término aparece con frecuencia en las primeras biografías de nuestro santo, para referirse a sus discípulos. Todos ellos tienen un denominador común, a pesar de ministerios muy diversos y de encontrarse en lugares muy distantes: predicar el misterio de Cristo, enderezar las costumbres, renovación de la vida sacerdotal según los decretos conciliares, no buscar dignidades ni puestos elevados, vida intensa de oración y penitencia, paciencia en las contradicciones y persecuciones, sentido de Iglesia, enseñar la doctrina cristiana, dirección espiritual, etc. Los encontramos en los pueblecitos más alejados de pastores y agricultores como en las aldeas de Fuenteovejuna, como entre los consejeros de los grandes; en los colegios y universidades o en las costas de Andalucía; en las prelaturas o en las minas de Almadén.
El grupo sacerdotal de Juan de Ávila parece que se estructura en Granada hacia el año 1537, aunque ya antes se habían hecho discípulos suyos algunos sacerdotes de Sevilla, Écija y Córdoba. En Córdoba reunió a más de veinte en el Alcázar Viejo. Y fue allí donde dirigió un centro misional durante ocho o nueve años. La gran misión del mediodía español es una de las manifestaciones típicas de la escuela sacerdotal de Juan de Ávila.
La escuela sacerdotal de Juan de Ávila no se puede estudiar sino teniendo a la vista la relación con la Compañía de Jesús. Juan encaminó a muchos de sus discípulos a la Compañía, y hubo intentos de fusión, cesión de colegios, estudio conjunto, ayuda a los jesuitas, que en Salamanca encontraron muchas dificultades. Pero Juan de Ávila no entró en la Compañía. Éste era el gran deseo de san Ignacio, hasta el punto de afirmar que “o nosotros nos unamos a él o él a nosotros”. Pero la voluntad del Señor no era ésta, la enfermedad de Juan y los caminos del Señor lo impidieron. A pesar de ello, él fue enviando a sus mejores discípulos a la Compañía.
La escuela sacerdotal avilista ser refleja principalmente en su Maestro. El testimonio y la doctrina de Juan dejaron huella imborrable, como le iba dejando su sello personal que tenía dibujado el Santísimo Sacramento. En sus discípulos dejó impresa la ilusión por la vocación sacerdotal, el amor al sacerdocio, con los matices de la vida eucarística, vida litúrgica y de oración personal profunda, devoción al Espíritu Santo, a la Pasión del Señor, a la Virgen María, entrega total al servicio desinteresado de la Iglesia en la expansión del Reino y la predicación de la Palabra de Dios. Pero lo que consideraba esencial en todo aquel que quería ser buen sacerdote era la vida de oración, ya que en la caridad y en la oración era en los que según él habrían de consistir los exámenes de Órdenes.
En la Santa Misa centraba toda la evangelización y vida sacerdotal. La celebraba empleando largo tiempo, con lágrimas por sus pecados. Sobre la Eucaristía jamás le faltó materia para predicar, especialmente en la fiesta y octava del Corpus. “Trátalo bien, que es hijo de buen Padre”, dijo a un sacerdote de Montilla que celebraba con poca reverencia; la corrección tuvo como efecto conquistar un nuevo discípulo. Ya enfermo en Montilla, quiso ir a celebrar misa a una ermita; por el camino se sintió imposibilitado; el Señor, en figura de peregrino, se le apareció y le animó a llegar hasta la meta. Fue el gran apóstol de la comunión frecuente, a pesar de las contradicciones que se le siguieron. Prefería la presencia eucarística a la visita de los Santos Lugares.
Su virtud principal fue la caridad. Tenía un amor entrañable a la humanidad de Cristo: “el Verbo encarnado fue el libro y juntamente maestro”. Su Tratado del amor de Dios es una joya de la literatura teológica en lengua castellana. Su amor al prójimo fue la expresión del ministerio sacerdotal. Toda la obra de Juan de Ávila mira hacia la caridad cristiana. De ahí la preocupación por la educación cristiana y humana integral, la preocupación por los problemas sociales, por la reforma del estado seglar (como él decía), por la reforma del clero.
Una cruz grande de palo en su habitación de Montilla, la renuncia a las prebendas y obispados (el de Segovia y Granada), así como el capelo cardenalicio (ofrecido por Paulo III), son índice de la pobreza y humildad de quien “fue obrero sin estipendio..., y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real” (Lic. Muñoz). No renunció al episcopado por desprecio, sino por imitar al Señor y por sentirse indigno. Su amor a la pobreza no tiene otra motivación sino un amor profundo a Jesucristo. Asistía a los pobres. Vivía limpia y pobremente y no consiguieron cambiarle el manteo o la sotana ni aun con engaño.
Su humildad le llevó a ser un verdadero reformador. No pudieron sacarle ningún retrato. Su predicación iba siempre acompañada del catecismo a los niños; su método catequético tiene sumo valor en la historia de la pedagogía.
El celo por la extensión del Reino aparece en sus obras y palabras. Las cartas a los predicadores son pura llama de apóstol. No admitía que murmurasen de nadie. La castidad la veía en relación al sacerdocio, principalmente como ministro de la Eucaristía. La devoción a María la expresa continuamente y la aconseja a todo el mundo.
De todas sus virtudes, de su prudencia, consejo, discreción, etc., hablan sus biógrafos. Pero él conocía bien sus propios defectos y, por eso, pidió en las últimas horas de su vida que no le hablaran de cosas elevadas, sino que le dijeran lo que se dice a los que van a morir por sus delitos. A Juan de Ávila no le atraían propiamente las virtudes en sí mismas, sino el misterio de Cristo vivido y predicado.
Entregado al estudio continuo de las Escrituras y de otras materias eclesiásticas, gastando su vida en la oración, predicación y fundación de obras apostólicas y sociales, en la dirección de las almas y en la enseñanza del catecismo, en la formación de sacerdotes y futuros sacerdotes, Juan de Ávila es un maestro de apóstoles.
La figura personal y pastoral de Juan de Ávila encontró pronto eco en Italia con san Carlos Borromeo, y en Francia en la escuela sacerdotal francesa del siglo XVII. Pero su obra quedó, en parte, en la tiniebla en su aportación más profunda a la vida evangélica precisamente para el clero diocesano y la vida de perfección cristiana en las estructuras de todo el pueblo de Dios.
Muerte de Juan de Ávila.
La estancia definitiva en Montilla fue especialmente fructífera. Dejó una huella imborrable en los sacerdotes de la ciudad. En una de sus últimas celebraciones de la misa le hablo un hermoso crucifijo que él veneraba: “perdonados te son tus pecados”.
Pero la enfermedad iba pudiendo más que su voluntad. A principio de mayo de 1569 empeoró gravemente. En medio de fuertes dolores se le oía rezar: “Señor mío, crezca el dolor, y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer por vos”. Pero en otras ocasiones podía la debilidad: “¡Ah, Señor, que no puedo!”. Una noche, cuando no podía resistir más, pidió al Señor le alejara el dolor, como así se hizo en efecto; por la mañana, confundido, dijo a los suyos: “¡Qué bofetada me ha dado Nuestro Señor esta noche!”.
Juan de Ávila no hizo testamento, porque dijo que no tenía nada que testar. Pidió que celebraran por él muchas misas; rogó encarecidamente que le dijeran lo que se dice a quienes van a morir por sus delitos. Quiso que se celebrara la misa de resurrección en aquellos momentos en que se encontraba tan mal. Manifestó el deseo de que su cuerpo fuera enterrado en la iglesia de los jesuitas, pues a los que tanto había querido en vida, quiso dejarles su cuerpo en muerte. Quiso recibir la Unción con plena conciencia. Invocó a la Virgen con el Recordare, Virgo Mater... Y una de sus últimas palabras mirando el crucifijo, fue “ya no tengo pena de este negocio”. Era el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de la muerte de Juan de Ávila, se puso a llorar y, preguntándole la causa, dijo: “Lloro porque pierde la Iglesia de Dios una gran columna”.
La persona, los escritos, la obra y los discípulos de Juan de Ávila influirán en los siglos posteriores. Hemos visto los santos y autores que estuvieron relacionados más o menos con san Juan de Ávila; casi todos ellos influenciados por sus escritos, por su persona o por su obra. Se suelen encontrar, además, vestigios de influencia místico-poética en san Juan de la Cruz y en Lope de Vega. San Francisco de Sales y san Alfonso Mª de Ligorio citan frecuentemente a san Juan de Ávila. Y san Antonio Mª Claret reconocía el bien que le hicieron los escritos de san Juan de Ávila como predicador. Su influencia es notoria en la escuela francesa de espiritualidad sacerdotal, en cuyos escritos y doctrina se inspiraron.
En 1588, Fr. Luis de Granada, recogiendo algunos escritos enviados por los discípulos y recordando su propia convivencia con san Juan de Ávila, escribió la primera biografía. En 1623, la Congregación de san Pedro Apóstol, de sacerdotes naturales de Madrid, inicia la causa de beatificación. En 1635, el Licdo. Luis Muñoz escribe la segunda biografía de Juan de Ávila, basándose en la de Fr. Luis, en los documentos del proceso de beatificación y en algunos documentos que se han perdido. El día 4 de abril de 1894, León XIII beatifica al Maestro Ávila. Pío XII, el 2 de julio de 1946 lo declara Patrono del clero secular español. Pero el maestro de santos tendrá que esperar hasta el año 1970 para ser canonizado por el Papa Pablo VI.
La iglesia de la Compañía de Montilla, donde descansan sus restos, y la pequeña casa donde vivió sus últimos años san Juan de Ávila, son centros de continuo peregrinar de obispos, sacerdotes y fieles de toda España.
La Conferencia Episcopal Española ha pedido a la Santa Sede, con motivo del centenario del nacimiento de san Juan de Ávila, que sea declarado Doctor de la Iglesia Universal. Esperamos que aquél que ha sido conocido a lo largo de los últimos cinco siglos como el Maestro, pronto le sea reconocido por la Iglesia oficial el título de Doctor y Maestro del pueblo cristiano.

lunes, 8 de mayo de 2017

Martes semana 4 de Pascua

Martes de la semana 4 de Pascua

Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y la fortaleza que nos protege
«Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Paseaba Jesús por el Templo, en el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y le decían: ¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Les respondió Jesús: Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» (Juan 10, 22-30)
1. El buen pastor -el verdadero pastor- es Jesús: pastor "bueno, bravo, honrado, hermoso, perfecto en todos los aspectos"... ¿qué significa “pastor” en la Biblia? El guía, el que cuida, y gobierna, el "mesías", el "jefe del pueblo", pero Jesús añade: -“El verdadero pastor da su vida por sus ovejas...”, "pone su alma" = "deja su vida" = "da su vida". ¡Esta es una imagen sorprendente! Cuando un pastor muere, no puede ya defender sus ovejas... Pero Jesús, por su muerte misma, salva a sus ovejas. Por otra parte, enseguida añadirá que El tiene el poder de "recobrar su vida" -resurrección. Conscientemente Jesús dice que es capaz de "morir" por nosotros. Así nos dice hoy el Evangelio: “Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno. Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos has de tener en vilo? Si tú eres el mesías, dínoslo claramente»”. Soy conocido en el amor que Dios me tiene. Y todos están llamados a ese amor, en el corazón universal de Jesús. De ahí que nosotros, Iglesia en Cristo, tengamos una dimensión misionera, apostólica. “Jesús les respondió: «Os lo he dicho y no me habéis creído. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre lo demuestran claramente. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías…” Quiero ser de tus ovejas, Señor, meterme en tu redil, dejarme guiar por ti, mi Maestro interior: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”: Todo viene de esa misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno», progresiva manifestación del misterio de su propia persona: el «Yo soy». Le pedimos a la Virgen, Divina Pastora, que nos haga escuchadores del Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, el Buen Pastor.
2. Antioquia es, después de Roma y Alejandría, la tercera ciudad del Imperio romano (con medio millón de habitantes, y una numerosa colonia judía), centro de gran importancia cultural, económica y religiosa; fue la primera gran urbe del mundo antiguo donde se predica el Evangelio. La fundación de la Iglesia en Antioquía, capital de Siria y entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión de la Iglesia. Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la dispersión que le siguió resultó que la Iglesia empezó a sentirse misionera y abierta. Los discípulos huidos de Jerusalén fueron evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego también a los paganos: “Los que se habían dispersado a causa de la persecución ocurrida con ocasión de Esteban, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, predicando sólo a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses, quienes, llegados a Antioquía, se dirigieron también a los griegos, anunciando a Jesús, el Señor. El Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor”. Problema típico de todos los tiempos: el respeto a la diversidad: los «griegos», paganos, tienen una mentalidad totalmente distinta a la de los judíos… “anunciándoles el Evangelio del Señor Jesús...”: es decir, que Jesús es Dios (no Mesías de un solo pueblo, sino que su dominio es sobre todos los hombres).
Dios dirige la Iglesia, se sirve de todo para que la cosa vaya hacia el bien. “Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía”. No se contentan con "crear" nuevas Iglesias locales, la comunidad de Jerusalén cuida de incorporarlas a la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la comunidad de Antioquía... Aparece aquí un personaje muy significativo del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles. Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén, para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos. Era generoso, conciliador: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de la fe en gran parte de la Iglesia. También la comunidad cristiana de ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso -por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu misionero. Hoy también se necesitan personas conciliadoras, dialogantes, que sepan mantener en torno suyo la ilusión por el trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Que valoran las personas y sus capacidades y virtudes, en vez de constituirse en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.
 “Al llegar y ver la gracia de Dios, se llenó de alegría y exhortaba a todos a perseverar con un corazón firme, fieles al Señor, porque era un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud se unió al Señor. Se fue a Tarso en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Y estuvieron un año entero en aquella Iglesia instruyendo en la fe a muchas personas” (Hch 11,19-26). El Espíritu hace que de las patadas que les pegan las persecuciones, como un saco lleno de semilla, más se extienden los granos y el viento los lleva lejos (san Josemaría Escrivá). Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gueto, un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor, por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y fermento de unidad entre todos los hombres.
En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos”. «Cristianos» = «hombres de Cristo». Se ha inventado una palabra nueva. ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. o bien, ¿se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a Ti! (Noel Quesson/J. Aldazábal).
3. El Salmo 87/86 habla del nuevo Pueblo de Dios, el Reino de Dios entre nosotros. El Señor nos ha elegido como pueblo suyo: «alabad al Señor todas las naciones», porque Dios llama a todos por igual. “Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí…” con alusiones al Templo, que es Jesús, la Presencia de Dios vivo, y todos seremos puestos en el registro de este pueblo santo, familia de Dios, Iglesia: “Este ha nacido allí”; y cantarán mientras danzan: “Todas mis fuentes están en ti”». Es la hermandad de todos los pueblos, llamados a la Jerusalén Celestial (dirá el Apocalipsis). Es la «ciudad de Dios»; está por tanto en la base del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se encuentran en relación con esta Madre: Ráhab, es decir, Egipto, el gran estado Occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental; Tiro, que personifica al pueblo comercial del norte; mientras que Etiopía representa al profundo sur; y Palestina, el área central, también es hija de Sión.
            Llucià Pou Sabaté