jueves, 27 de abril de 2017

Viernes semana 2 de Pascua

Viernes de la semana 2 de Pascua

La Eucaristía, fortaleza para ser testimonios de la verdad, da alas para amar
«Jesús, al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman éstos? Lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer. Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: pero ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: Haced sentar a la gente. En aquel lugar había mucha hierba. Se sentaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Jesús tomó los panes y, habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban sentados, e igualmente les dio de los peces cuanto quisieron. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los trozos que han sobrado para que nada se pierda. Entonces los recogieron y llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.» (Juan  6, 5-13)

1. En el Evangelio (Juan 6,1-15) Jesús, levantando pues los ojos, y contemplando la gran muchedumbre que venía a Él, dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para dar de comer a estos?" Jesús con su amor nos revela a Dios Amor, Él ve las necesidades de los hombres, se preocupa de la felicidad de los hombres. Y hace un milagro, la multiplicación de los panes, como más tarde el sacramento de eucaristía... son gestos de amor. ¡Me paro a escuchar tu voz, Jesús! Eres Tú quien nos interroga, quien nos provoca. Eres Tú, Señor, quien nos pide saber mirar el hambre de los hombres, y sus necesidades aun las más prosaicas... "para que tengan de qué comer" Tú dices... ¡simplemente de qué comer! Y nosotros que tan a menudo soñamos en un Dios lejano, en las nubes. Eres Tú que nos conduces a nuestra vida humana cotidiana. Amar... ¡ahí está! es un humilde servicio cotidiano.
 -“Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente?” Ante los grandes problemas humanos -el Hambre, la Paz, la Justicia- repetimos constantemente la misma respuesta: "¿qué podemos hacer nosotros? esto nos rebasa." Retengo la inmensa desproporción: 5 panes... 2 peces... 5.000 hombres.
 -“Jesús tomó los panes, y, habiendo "eucaristizado" -habiendo "dado gracias"- se los distribuyó”. Dar Gracias. Agradecer a Dios. Tal es el sentimiento de Jesús en este instante. Piensa en otra multiplicación de "panes". Piensa en el inaudito misterio de la comida pascual que ofrecerá a los hombres de todos los tiempos. No descuida el "hambre corporal", pero piensa sobre todo en el "hambre de Dios" que es de tal modo más grave aún para los hombres.
-Entonces dicen: "Verdaderamente éste es el gran profeta, que ha de venir al mundo." Pero Jesús conociendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey se retiró otra vez al monte El solo. Jesús no quiere dejar creer que El trabaja para un reino terrestre. Su proyecto no es político, incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús no entra directamente en el proyecto de "liberación" cívica en el que sus contemporáneos quisieran arrastrarle. Esto será por otra parte la gran decepción de estas gentes, que le abandonarán todos. Jesús piensa que su proyecto es otro: su gran discurso sobre el "pan de la vida eterna" nos revelará ese "proyecto"” (Noel Quesson). En la antífona de Comunión recordamos este proyecto: «Cristo nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Aleluya».
Los cinco panes y dos peces son ofrecidos por el joven con generosidad; se puede decir que sobre su generosidad hizo Jesús el milagro. Así, podemos encontrar un sentido espiritual en esto: si ponemos de nuestra parte, nuestros panes y peces, es decir cualidades y tiempo, el Señor multiplica aquello y hace cosas grandes. Quizá tenemos dentro un deseo de ayudar a los demás, de hacer algo grande: Jesús multiplica esos deseos (panes) y los hace realidad, da respuesta al ansia de felicidad de la humanidad. En la Eucaristía, todo eso se hace misterio, el pan se hace Vida.
«Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban». El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una "anorexia espiritual", que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos sobrenaturales; no seamos "realistas", sino "confiados" en Dios. Así, cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él. Al contemplar esos "signos de los tiempos", no podemos quedarnos en un “análisis” que lleve a la pereza, ver que la cosa está mal, y tomarlo como algo personal (“¡qué mal lo hago!”) como el que piensa que llueve en una fiesta porque la culpa es suya. Como Jonás en aquel barco que escapaba de Dios y dijo ante la tormenta “echadme al agua, la culpa es mía”. Más bien hemos de estar como Moisés en aquella guerra, que cuando alzaba los brazos iban ganando los suyos, y le sostuvieron los brazos hasta que huyeron vencidos los enemigos. Como un cuerpo enfermo no se analiza sin hacer nada, diciendo “¡qué mal está!... ¡Está peor!... ¡qué pena, se ha muerto!” no podemos ir “del análisis a la páralisis”. El análisis de una situación es una primera parte del ejercicio médico, para luego hacer un “diagnóstico” y luego “curar” con los medios que se vean oportunos, la “terapia”. Pero hemos de contar con que, además de esos medios humanos, el Señor puede hacer milagros. Son las dos cosas: generosidad del chico de los panes y peces, y multiplicación que obra Jesús. Por eso le pedimos hoy, por mediación de la Santísima Virgen: “Señor, ¡aumenta nuestra fe, esperanza y amor!”, y aunque no veamos despuntar el tallo después de la siembra, que tengamos paciencia para saber que tú siempre das fruto a nuestras peticiones. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos, hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San Josemaría), que aparecerán de modo insospechado. No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte: ¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió Juan Pablo II. La Virgen, que ha hecho notar su intercesión en tantos momentos delicados por los que ha surcado la historia de la Humanidad, es nuestra Madre y está con nosotros.
2. Siguen los Hechos (5,34-42) con que un fariseo, Gamaliel (el profesor de Pablo de Tarso) con sinceridad y sin miedo busca la verdad, y recuerda a los demás judíos del Sanedrín que ciertas insurrecciones que hubo acabaron en nada: muertos sus jefes, cesaron sus seguidores. Así dijo: “que fueran con cuidado, pues Teudas y Judas el Galileo perecieron al cabo de poco de levantarse con sus proclamas y se disolvió su grupo. ‘Y ahora os digo: Dejad a estos hombres; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá: mas si es de Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios’. Y convinieron con él: y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron. Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo”.
Jesús inaugura una familia, por la fe y no por el nacimiento; como recordamos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya», y esta familia tiene una tierra en propiedad, que es el cielo, la Resurrección que ya ha alcanzado Jesús, y es la que nos promete la esperanza, que recordamos en la Colecta: «Oh Dios, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la resurrección». Esta esperanza es la que nace en el corazón de los Apóstoles, por eso contentos ahora por padecer por Cristo: «La alegría cristiana –enseñaba Juan Pablo II- es una realidad que no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaros a gozar de esta alegría!»
3. Esta alegría en la esperanza es la que proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor». Supone vivir con los pies en la tierra pero sin valorar lo material más que lo que es para siempre, como pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre».
Querer vivir en la casa del Señor puede ser el mejor de los deseos. La confianza absoluta en Dios viene de que Jesús por el Espíritu Santo vive en nosotros, y así es luz del alma, luz del mundo que ilumina el camino que se ha encendido plenamente en su resurrección; este es el sentido de “tierra de los vivos” pues el cielo es donde está el Santuario.
El telón de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel, en un ambiente de confianza en Dios, recordaba Juan Pablo II. Ante las dificultades, no está el hombre solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues -como dice la espléndida «antífona» de apertura del Salmo- «El Señor es mi luz y mi salvación». Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?»… «habitaré en la casa del Señor por años sin término». Y mientras, buscamos en esta tierra el rostro del Señor, la intimidad divina a través de la oración, en la liturgia, hasta que un día «le veremos tal cual es», «cara a cara». Orígenes escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos». Y san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada más valioso...»
Llucià Pou Sabaté
San Luis María Grignon de Monfort, presbítero. San Pedro Chanel, presbítero y mártir

San Luis nació en Montfort, Francia el 31 de enero de 1673 de una familia muy numerosa, el siendo el mayor de 18 hermanos. Uno de ellos murió en su infancia, 3 fueron sacerdotes y 3 religiosas. San Luis sobresalía entre sus amigos por su habilidad y su extraordinaria fortaleza física. De carácter era mas bien tímido y prefería la soledad.
Desde joven, San Luis tenía una gran devoción a la Eucaristía y a la Virgen María. Frecuentemente lo encontraban rezando por largo rato frente a una imagen de la Virgen. Cuando tenía suficiente edad, pidió permiso para asistir en la misa de la parroquia en la mañanas. Como la Iglesia le quedaba a dos millas de su casa, tenía que levantarse muy temprano para llegar a tiempo.  Mientras estudiaba con los jesuitas en Rennes siempre visitaba la iglesia antes y después de las clases.  Participó en una sociedad de jóvenes que durante las vacaciones servían a los pobres y los enfermos incurables.   Les leían libros inspirados durante las comidas.
Pero no todo en su juventud era de color de rosas. Su padre, Jean Grignion, tenía la fama de ser uno de los hombres más coléricos en toda la región de Rennes. Y como Luis era el hijo mayor, era quien sentía mas el peso de la furia. Su papá constantemente lo incitaba a la ira. Ya por si mismo Luis tenía un temperamento tan fuerte como el de su papá, lo cual le hacía aun mas difícil soportar aquellas pruebas.. Para evitar un enfrentamiento con su papá, y el mal que su ira podría traer, Luis salía corriendo. Así evitaba la ocasión de pecado. Era todo lo que Luis podía hacer para controlar su temperamento. En vez de empeorar, a través de estas demostraciones de ira de su papá, Luis aprendió a morirse a si mismo y pudo aprender a ser paciente, dulce y crecer en virtud. Su papá, sin quererlo le proporcionó un medio para entrar en la lucha por la santidad a una temprana edad.
UN TOQUE DE GRACIA LO LLEVA AL SACERDOCIO
Entre los 16 y 18 años, San Luis tuvo una experiencia de Dios que marcó su vida para siempre. Ante este encuentro personal e íntimo con Dios, la vida de Luis cambió radicalmente. Se entregaba totalmente a la oración y a la penitencia, encontrando su delicia tan solo en Dios. San Luis aprendió rápidamente que lo que verdaderamente valía no eran los grandes acontecimientos en este mundo: el dinero, la fama, etc. Sino que el verdadero valor ante Dios estaba en la transformación interior.
 Escribe San Luis: "Esta es la forma en que actúan las almas predilectas. Se mantienen dentro de su casa .... o sea, mantienen sus mentes en las verdades espirituales (y no en  las de la tierra). Se aplican a la oración mental, siguiendo el ejemplo de María, su madre, cuya mayor gloria durante su vida era su vida interior y quien amaba tanto la oración mental. Estas almas observan como tantos trabajan y gastan grandes energías e inteligencia para ganar éxitos y reconocimiento en la tierra. Por la luz del Espíritu Santo, saben que hay mas gloria y mas gozo, permaneciendo escondidos en Cristo y en perfecta sumisión a María, que en hacer grandes cosas o grandes milagros."
En 1693, a los 20 años, siente el llamado de consagrar su vida a Dios a través del Sacerdocio. La primera reacción de su padre no era favorable, pero cuando su papá vio la determinación de su hijo, le dio su bendición. Y así, a finales de ese año, San Luis sale de su casa hacia París.
EL SEMINARIO
Renunciando a la comodidad de su caballo, San Luis se decidió caminar los 300 kilómetros hacia el seminario en París. Durante su camino, se encuentra con dos pobres en distintos momentos. Al primero le da todo el dinero que su padre le había entregado, quedándose con nada. Al segundo, no teniendo ya mas dinero que darle, le entrega su único traje, regalo de su mama, cambiándolo por los trapos del pobre. De esta manera, San Luis marca lo que ha de ser su vida desde ese momento en adelante. Ya no se limitará a servir a los pobres, pues es ya uno de ellos. Hace entonces un voto de vivir de limosnas.
En aquella época habían seminariosseparados para ricos y pobres. Cuando llega San Luis al seminario, viéndolo en tan miserable condición, los superiores lo mandan al seminario de los pobres. Así se privó de la ventajas ofrecidad en el mejor seminario. En el seminario, San Luis fue bibliotecario y velador de muertos, dos oficios que eran poco queridos por los demás. Mas en el plan providente de Dios le proporcionaron opotunidades de mucha gracia y crecimiento.
Por su oficio de bibliotecario, San Luis pudo leer muchos libros, sobre todo, libros de la Virgen María. Todos los libros que encontraba de ella, los leía y estudiaba con gran celo. Este período llegó a ser para él, la fundación de toda su espiritualidad Mariana.
El ofocio de velar a los muertos fue también de gran provecho. Era su responsabilidad pasar toda la noche junto con algún muerto. Ante la realidad de la muerte que estaba constantemente ante sus ojos, San Luis apredió a despreciar todo lo de este mundo como vano y temporal. Esto lo llevó a atesorar tesoros en el cielo y no en la tierra. El llegó a reconocer que nada se debe esperar de los que es de este mundo más todo de Dios.
Su tiempo en el seminario estuvo lleno de grandes pruebas. San Luis era poco comprendido por los demás. No sabían como lidiar con el, si como un santo o un fanático. Sus superiores, pensando que toda su vida estaba movida mas bien por el orgullo que por el celo de Dios, lo mortificaban día y noche. Lo humillaban y lo insultaban en frente de todos. Sus compañeros en el seminario, viendo la actitud de los superiores, también lo maltrataban mucho. Se reían de el, lo rechazaban muy a menudo. Y todo esto San Luis lo recibió con gran paciencia y docilidad. Es mas, lo miraba todo como un gran regalo de Cristo quién le había dado a participar de Su Cruz.
SACERDOTE
El 5 de junio de 1700, San Luis, de 27 años,  fue ordenado sacerdote. Escogió como lema de su vida sacerdotal: "ser esclavo de María". Enseguida empezaron a surgir grandes cruces en su vida. Pero no se detenía a pensar en si mismo sino que su gran sueño era llegar a ser misionero y llevar la Palabra de Cristo a lugares muy distantes.
Después de su ordenación, sus superiores no sabían aun como tratar con el. San Luis estaba ansioso de poder empezar su obras apostólicas. Sin embargo sus superiores le negaron sus facultades de ejercer como sacerdote....no podía confesar ni predicar.... y lo mantuvieron un largo rato en el seminario haciendo varios oficios menores. Esto fue un gran dolor para San Luis, no por los trabajos humildes sino por no poder ejercer su sacerdocio.  Tenía como único deseo dar gloria a Dios en su sacerdocio y en sus obras misioneras. Mas como siempre, San Luis obedeció con amor.
Después de casi un año en el seminario, por fin San Luis se encontró con un sacerdote organizador de una compañía de sacerdotes misioneros, que le invitó a acompañarlo en otro pueblo. Sus superiores, aprovechando esta oportunidad para salir de el, le dieron permiso.  A San Luis le esperaba otra gran decepción pues cuando llegó a la casa de los padres misioneros, vio tan grandes abusos y mediocridad entre ellos que no le quedaba duda de que no podía quedarse. Escribió inmediatamente a su superior del seminario pidiendo regresar a París pero este le dijo que estaba siendo malagradecido y le hizo quedarse.  San Luis, que obedecía santamente a sus superiores, se quedó. Aun no le daban permiso para confesar y pasaba los días enseñándole catecismo a los niños.
CAPELLÁN DE HOSPITAL
Después de varios meses en que se encuentra relegado, San Luis es asignado capellán del hospital de Poitiers, un asilo para los pobres y marginados. No era el apostolado que San Luis buscaba, pues su deseo era ser misionero, pero aceptó con docilidad.  Cuando ya percibía los frutos llegó la prueba otra vez. Los poderosos del mundo no podían aceptar la simplicidad y naturalidad que tenía San Luis con los pobres y  empezaron los ataques y la persecución.  Vive, como todos los santos, el sufrimiento de Cristo. 
De vuelta en París, el predilecto de la Virgen Santísima empieza a ver como las puertas se le cerraban con rapidez. Muchos, no entendiéndolo, crean falsos testimonios de el, desacreditándolo como sacerdote y como hombre. Es rechazado hasta por sus amigos mas íntimos. Fue tanto el rechazo contra el, que en uno de los hospitales en que servía, su superior le puso una nota bajo su plato a la hora de la cena informándole que ya no necesitaba de su ministerio. Hasta su propio obispo empieza a dudar seriamente de el y dos veces lo manda a callar.
San Luis, aunque sufrió enormemente, se mantuvo firme en su fe actuando como un santo sacerdote. Dios lo estaba  purificando y fortaleciendo para que su vida sea un amor puro a Dios y al prójimo. En su total humillación y abandono de todos se abre cada vez mas a la total conciencia de que Dios es su único apoyo, su única defensa. El ve en esto una nueva oportunidad de abrazar su determinación de vivir en plena pobreza, tanto espiritual como física. También llega a entender que la razón de los ataques es la doctrina Mariana que enseña.   Primero porque Satanás no la quiere y segundo porque la humanidad no esta dispuesta a abrazar sus enseñanzas.
RECURSO AL PAPA QUIEN LE HACE MISIONERO
San Luis decide, en el año 1706, recurrir al Santo Padre, el Papa Clemente XI.   Quería saber si en verdad estaba errado como todos decían o si cumplía la voluntad de Dios, lo cual era su único deseo. Se logra el encuentro y San Luis recibe del papá la bendición y el título de Misionero Apostólico. 
Durante su vida apostólica como misionero, San Luis llegará a hacer 200 misiones y retiros. Con gran celo predicaba de pueblo en pueblo el Evangelio.  Su lenguaje era sencillo pero lleno de fuego y amor a Dios.  Sus misiones se caracterizaban por la presencia de María, ya que siempre promovía el rezo del santo rosario, hacía procesiones y cánticos a la Virgen. Sus exhortaciones movían a los pobres a renovar sus corazones y, poco a poco, volver a Dios, a los sacramentos y al amor a Cristo Crucificado. San Luis siempre decía que sus mejores amigos eran los pobres, ante quienes abría de par en par su corazón.

FUNDADOR
Un año antes de su muerte, el Padre Montfort fundó dos congregaciones -- Las hermanas de la Sabiduría, dedicadas al trabajo de hospital y la instrucción de niñas pobres, y la Compañía de María, misioneros.  Hacía años que soñaba con estas fundaciones pero las circunstancias no le permitían. Humanamente hablando, en su lecho de muerte la obra parecía haber fracasado. Solo habían cuatro hermanas y dos sacerdotes con unos pocos hermanos.  Pero el Padre Montfort, quien tenía el don de profecía, sabía que el árbol crecería. Al comienzo del siglo XX las Hermanas de la Sabiduría eran cinco mil con cuarenta y cuatro casas, dando instrucción a 60,000 niños.
Después de la muerte del fundador, la Compañía de María fue gobernada durante 39 años por el Padre Mulot. Al principio había rehusado unirse a Montfort en su trabajo misionero.  "No puedo ser misionero", decía, "porque tengo un lado paralizado desde hace años; tengo infección de los pulmones que a penas me permite respirar, y estoy tan enfermo que no descanso día y noche."  Pero San Luis, inspirado por Dios, le contestó, "En cuanto comiences a predicar serás completamente sanado". Así ocurrió
SUS VIRTUDES
Los santos son hombres que aman con todo el corazón y el corazón da fruto en virtud.   Los frutos no se dan sin la entrega y el sacrificio perseverante.  San Luis Grignion de Montfort es un hombre de oración constante, ama a los pobres y vive la pobreza con radicalidad, goza en las humillaciones por Cristo.
Algunas anécdotas:
En una misión para soldados en La Rochelle, estos, movidos por sus palabras, lloraban y pedían perdón por sus pecados a gritos.  En la procesión final un oficial caminaba a la cabeza descalzo, llevando la bandera. Los soldados, también descalzos, seguían llevando en una mano el crucifijo y en la otra el rosario mientras cantaban himnos. 
Cuando anunció su plan de construir un monumental Calvario en una colina cercana a Pontchateau, muchos respondieron con entusiasmo. Por quince meses, entre doscientos y cuatrocientos campesinos trabajaron diariamente sin recompensa.  Cuando la magna obra estaba recién terminada, el rey ordenó que todo fuese destruido.  Los Jansenistas habían convencido al gobernador de Bretaña que se estaba construyendo una fortaleza capaz de ayudar a una revuelta.  El padre Montfort actuó con una gran paz ante la situación.  Solo exclamó: "Bendito sea Dios".
-En una ocasión, cuando el obispo lo había mandado a callar, San Luis obedientemente se retiró en oración. Fue durante ese tiempo que escribió "A los Amigos de la Cruz", un fabuloso tratado que enseña la necesidad y la práctica de llevar la cruz.
-Los Jansenistas (seguidores de Jansenio que terminaron en herejía), irritados por los éxitos del padre Montfort, logran por medio de intrigas que se le expulse del distrito en que daba una misión.
-En La Rochelle trataron de envenenarlo con una taza de caldo y, a pesar del antídoto que tomó, su salud fue dañada permanentemente.
-En otra ocasión trataron de asesinarlo cuando caminaba por una estrecha calle. El tubo un presentimiento de peligro y escapó por otra calle. 
¿Y CUÁL ES LA ESPIRITUALIDAD TAN ATACADA?
La espiritualidad de San Luis María sigue hoy día siendo amada por el Papa y perseguida por muchos aun de la Iglesia. Es porque enseña un camino muy claro y exigente que no permite ambigüedades ni medias tintas. El amor lo reclama todo. 
La espiritualidad de San Luis María de Montfort se basa en dos fundamentos:
1-Reproducir la imagen de Cristo Crucificado en nosotros.
2-Hacerlo a través y por medio de nuestra consagración a María como esclavo de amor.
En otras palabras: vivir la Cruz Redentora a través de María.
Toda la vida de S. Luis fue centrada sobre un deseo:  La adquisición de la Sabiduría Eterna que es Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María. 
Optó por una condición radical de vida formulada como "La santa esclavitud" o la esclavitud voluntaria de amor a la Virgen Santísima para llevarnos a la de Cristo. A ella le entregamos cuerpo y alma para que haga con nosotros lo que quiera pues todo lo que ella quiere es de Dios. La Virgen, Gestora de Cristo, pasa a ser la que dispone de nosotros.
Es una vía de perfección y unión, de ascética radical y de misticismo dentro del corazón de María Santísima. Enseña que el alma abandonada en las manos de la Madre es unida a la obediencia del Hijo.  Esta entrega es total cuando el alma se separa de todo apego terrenal y así es reengendrada en el seno de María donde se encarnó Jesús.  Llega a ser así perfecta imagen de Dios quien escogió ser obediente hasta la Cruz.
San Luis no ve en María una simple devoción piadosa y sentimental, sino una devoción fundada en teología sólida, la cual proviene del misterio inefable de lo que Dios ha optado realizar por su mediación y por su perfecta docilidad a esa obra. Esto es muy importante, ya que es este desarrollo lo que ha hecho posible la revolución teológica que causó S. Luis de Montfort.
Su Santidad Juan Pablo II es un gran devoto de Montfort. De el tomó su lema "Totus Tuus" y se ha referido al santo en su encíclica Mariana Redemptoris Mater y en muchas otras ocasiones. También visitó su tumba Saint Laurent sur Sevre, añadiéndola al itinerario de su visita a Francia.  Allí, junto a la tumba sufrió un atentado, plantaron una bomba que fue descubierta por la seguridad. Providencialmente, nada detuvo al Papá de honrar al santo que tanto ama.
ESCRITOS
San Luis dio a la Iglesia las obras mas grandes que se han escrito sobre la Virgen Santísima:  El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen , el Secreto de la Virgen, y El Secreto del Rosario. A estos se añade "A los Amigos de la Cruz".  La Iglesia ha reconocido sus libros como expresión auténtica de la doctrina eclesial. El Papa Pío XII, quién canonizó a San Luis dijo: "Son libros de enseñanza ardiente, sólida y autentica."
 
MUERTE Y CANONIZACIÓN
-San Luis murió en  Saint Laurent sur Sevre el 28 de Abril de 1716, a la edad de 43 años.
-Fue beatificado en 1888 y canonizado el 20 de Julio de 1947.
-Es venerado como sacerdote, misionero, fundador y sobre todo, como Esclavo de la Virgen María.
Sobre la tumba de San Luis de Monfort dice:
¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada,
un hombre a quien el fuego del amor consumió,
y que se hizo todo para todos, Luis María Grignion Monfort.
-¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más íntegra,
-¿Su penitencia indagas? Ninguna más austera.
-¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente.
-¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.
Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó en sus palabras.
Infatigable, tan sólo en el sepulcro descansó, fue padre de los pobres, defensor de los huérfanos,
y reconciliador de los pecadores.
Su gloriosa muerte fue semejante a su vida. Como vivió, murió.
Maduro para Dios, voló al cielo a los 43 años de edad.

miércoles, 26 de abril de 2017

comentarios sobre las leyes del universo

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Jueves de la semana 2 de Pascua

Jueves de la semana 2 de Pascua

La vida nueva lleva a obedecer a Dios en lo profundo de nuestra conciencia.
“El que es de la tierra es terreno y habla como terreno; el que viene del cielo está sobre todos. Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que lo acepta certifica que Dios dice la verdad. Porque el que Dios ha enviado dice las palabras de Dios, pues Dios le ha dado su espíritu sin medida. El Padre ama al hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas. El que cree en el hijo tiene vida eterna; el que no quiere creer en el hijo no verá la vida; la ira de Dios pesa sobre él” (Juan 3,31-36).
1. En el Evangelio (Jn 3,31-36) sigue Jesús hablándonos de su relación con el Padre y de cómo podemos entrar ahí nosotros, por la fe: El que es de la tierra es terreno y habla como terreno; el que viene del cielo está sobre todos”: el mejor uso de la libertad es no hacer según criterios «de la tierra», sino «del cielo», como decía Jesús a Nicodemo.
-“Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que lo acepta certifica que Dios dice la verdad. Porque el que Dios ha enviado dice las palabras de Dios, pues Dios le ha dado su espíritu sin medida”: Y las palabras de Dios son vida, por eso las besamos en su proclamación de la misa, pues ahí está Jesús en la mesa de la Palabra, como besa el sacerdote el altar donde Jesús dispone la mesa de la Eucaristía.
-“El Padre ama al hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas. El que cree en el hijo tiene vida eterna; el que no quiere creer en el hijo no verá la vida; la ira de Dios pesa sobre él»”. Acoger a Jesús y su palabra es tener Vida eterna. Esta Vida está en la Eucaristía, la Palabra que queda sacramentalmente día a día a nuestra disposición, para escucharla en el Misterio, para alimentarnos de su Cuerpo, para tomar fuerza y defenderla en el mundo ante los ataques contra la dignidad de la persona, y llevar ese Amor donde quiera que vayamos, con fe y valentía.
2. Sigue los Hechos (5,27-33) con esa nueva cárcel de los Apóstoles: “Los trajeron y los presentaron al tribunal supremo. El sumo sacerdote les preguntó: «¿No os ordenamos solemnemente que no enseñaseis en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina y queréis hacernos responsables de la sangre de este hombre»”. Los apóstoles no admiten un mandato injusto, por eso desobedecen al Sanedrín, recuerdan a los gobernantes que la obediencia a Dios es lo primero. La profundidad de las convicciones que Jesús ha despertado ya no se apagará con el martirio, al revés: se extenderá más y más la fe. Ante el “non serviam” –no te serviré- de Satanás y tantos que no quieren amar, los primeros cristianos dejan actuar al Espíritu Santo en sus vidas, dejan que actúe Jesús en ellos, y “este grito –serviam!- es voluntad de ‘servir’ fidelísimamente, aun a costa de la hacienda, de la honra y de la vida, a la Iglesia de Dios” (san Josemaría Escrivá). Los poderosos son unos miedosos, personas vacías; Jesús continúa siempre allí, vivo, se prolonga en sus apóstoles. El tribunal que condenó a Jesús debe tener síntomas de impotencia ahora, al ver nacer a la Iglesia como continuación de Cristo. Pedro habla, como portavoz, no sólo de los demás apóstoles, sino de Cristo, como símbolo de unidad. Lo sigue siendo hoy.
Pedro y los apóstoles respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. Dios lo ha ensalzado con su diestra como jefe y salvador para dar a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, como lo es también el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que lo obedecen». Ellos, enfurecidos con estas palabras, querían matarlos”. Al leer la valentía de esos apóstoles, me pregunto: ¿Me hago esta pregunta yo también: obedecer a Dios, o bien, obedecer a los hombres? ¿Sé ir contra corriente, si hace falta a costa de mi honor, de mi dinero, etc.?
3. El Salmo (34,2.9.17-20) pone en nuestra boca la alegría del Tiempo pascual. Tiempo de esperanza de que todo irá bien, Dios conduce todas las cosa para nuestro bien: “Bendeciré al Señor a todas horas, su alabanza estará siempre en mi boca; / gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se refugia en Él”. Jesús ha hecho la redención por su Pascua, y las mujeres fueron las primeras en ver al Resucitado, y así como Eva dio entrada al pecado, las nuevas Evas cristianas serán las portadoras de la salvación. Nosotros somos también llamados a ser testigos de estas cosas, “gustarlas”, como dice el Salmo, y darlas a los demás.
Y sigue: “El Señor se enfrenta con los criminales para borrar su memoria de la tierra. / Ellos gritan, el Señor los atiende y los libra de todas sus angustias; / el Señor está cerca de los atribulados, Él salva a los que están hundidos. / El hombre justo tendrá muchas contrariedades, pero de todas el Señor lo hará salir airoso”. Dios nos da la certeza de que saldremos airosos, si –como dice la primera lectura- somos obedientes a su voz. Esta presencia de Dios nos infunde confianza, pues esas dificultades pueden convertirse en oportunidades. Jesús pasó por la Cruz para llegar a la Resurrección. Es necesario que el grano de trigo muera para que pueda dar fruto. Los sufrimientos unidos a los de Jesús tienen un sentido salvador. Al Señor, que está cerca de los que sufren, le pedimos hoy «que los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida» (oración), con firme esperanza en sus palabras: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (aleluya).
Una consecuencia de esta fe es la objeción de la conciencia cuando en la sociedad se nos pide algo que va contra ella: la defensa de la libertad nos lleva a dar la cara con valentía, pues como decía San Juan Crisóstomo, “no hay peligro para quienes temen a Dios sino para quienes no lo temen (…). Lo que hay que temer no es el mal que digan contra nosotros, sino la simulación de nuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados. Pero, si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie. Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán pruebas de vuestra firmeza». Y San Agustín advierte de algo que tiene plena actualidad en nuestros días: «En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte. Es cosa sabida de qué modo se violentaba entonces a los cristianos a negar a Cristo; procuraban atraerlos así para que renegasen; pero ellos, confesando a Cristo, eran coronados. Ahora se enseña a negar a Cristo y, engañándoles, no quieren que parezca que se les aparta de Cristo (…). Como ciego que oye las pisadas de Cristo que pasa, le llamo... pero cuando haya comenzado a seguir a Cristo, mis parientes, vecinos y amigos comienzan a bullir. Los que aman el siglo se me ponen enfrente: ¿Te has vuelto loco? ¡Qué extremoso eres! ¿Por ventura los demás no son cristianos? Esto es una tontería. Esto es una locura. Y cosas tales clama la turba para que no sigamos llamando al Señor los ciegos».
Llucià Pou Sabaté
Nuestra Señora de Montserrat

"Rosa de abril, morena de la sierra..."
La Virgen de Montserrat fue declarada santa patrona de Cataluña por el papa León XIII.
El culto de la Virgen de Montserrat se remonta más allá de la invasión de España por los árabes. La imagen, ocultada entonces, fue descubierta en el siglo IX. Para darle culto, se edificó una capilla a la que el rey Wifredo el Velloso agregó más tarde un monasterio benedictino.
Los milagros atribuidos a la Virgen de Montserrat fueron cada vez más numerosos y los peregrinos que iban hacia Santiago de Compostela los divulgaron. Así, por ejemplo, en Italia se han contado más de ciento cincuenta iglesias o capillas dedicadas a la Virgen de Montserrat, bajo cuya advocación se erigieron algunas de las primeras iglesias de México, Chile y Perú, y con el nombre de Montserrat han sido bautizados monasterios, pueblos, montes e islas en América.
Descubrimiento
No se conoce el origen de la estatua. Cuenta la leyenda que unos pastores estaban pastando sus ovejas cerca de Montserrat y descubrieron la imagen de madera en una cueva, en medio de un misterioso resplandor y cantos angelicales. Por órdenes del obispo de llevarla a la catedral, comenzó la procesión, pero no llegó a su destino, ya que la estatua se empezó a poner increíblemente pesada y difícil de manejar. Entonces fue depositada en una ermita cercana, y permaneció allí hasta que se construyó el actual monasterio benedictino.
Descripción de la Imagen
La virgen es de talla románica de madera. Casi toda la estatua es dorada, excepto la cara y las manos de la Virgen y del Niño. Estas partes tienen un color entre negro y castaño. A diferencia de muchas estatuas antiguas que son negras debido a la naturaleza de la madera o a los efectos de la pintura original, el color oscuro de Ntra. Sra. de Montserrat se le atribuye a las innumerables velas y lámparas que durante siglos se han encendido ante la imagen día y noche. En virtud de esta coloración, la Virgen está catalogada entre las vírgenes negras. Por esto la llaman por cariño La Morenita. La estatua goza de gran estima como un tesoro religioso y por su valor artístico. 
La estatua está sentada y mide 95 cm., un poco más de tres pies de altura. De acuerdo con el estilo románico, la figura es delgada, de cara alargada y delicada expresión. Una corona descansa sobre la cabeza de la Virgen y otra adorna la cabeza del Niño Jesús, que está sentado en sus piernas. Tiene un cojín que le sirve de banquillo o taburete para los pies y ella está sentada en un banquillo de patas grandes, con adornos en forma de cono.
El vestido consiste en una túnica y un manto de diseño dorado y sencillo. La cabeza de la Virgen la cubre un velo que va debajo de la corona y cae ligeramente sobre los hombros. Este velo también es dorado, pero lo realzan diseños geométricos de estrellas, cuadrados y rayas, acentuadas con sombras tenues. La mano derecha de la Virgen sostiene una esfera, mientras la izquierda se extiende hacia adelante con un gesto gracioso. El Niño Jesús está vestido de modo similar, por su puesto, con excepción del velo. Tiene la mano derecha levantada, dando la bendición, y la izquierda sostiene un objeto descrito como un cono de pino.
La estatua está ubicada en lo alto de la pared de una alcoba que queda detrás del altar principal. Directamente detrás de esta alcoba y de la estatua se encuentra un cuarto grande, llamado el Camarín de la Virgen. Este camarín puede acomodar a un grupo grande de personas, y desde ahí se puede rezar junto al trono de la Stma. Madre. A este cuarto se llega subiendo una monumental escalera de mármol, decorada con entalladuras y mosaicos.
El nombre de Montserrat, catalán, se refiere a la configuración de las montañas en donde se ubica su monasterio. Las piedras allí se elevan hacia el cielo en forma de sierra. Monte + sierra: Montserrat.
Visitada por los santos
Entre los santos que visitaron el lugar venerado se encuentran S. Pedro Nolasco, S. Raymundo de Peñafort, S. Vicente Ferrer, S. Francisco de Borja, S. Luis Gonzaga, S. José de Calasanz, S. Antonio María Claret y S. Ignacio de Loyola, que, siendo aún caballero, se confesó con uno de los monjes y pasó una noche orando ante la imagen de la Virgen. A unas cuantas millas queda Manresa, un santuario de peregrinación para la Compañía de Jesús, la orden Jesuita fundada por San Ignacio, pues encierra la cueva en donde el Santo se retiró del mundo y escribió sus Ejercicios Espirituales.
Artistas
Los grandes poetas Goethe y Federico Schiller escribieron acerca de la montaña; y Beethoven murió en Viena, en una casa que había sido un antiguo estado feudal de Montserrat. Además de esto, el lugar se hizo famoso gracias a Richard Wagner, quien utilizó el sitio para dos de sus óperas, Parsifal y Lohengrin.
Oración a Ntra. Sra. de Montserrat
Oh Madre Santa, Corazón de amor, Corazón de misericordia,
que siempre nos escucha y consuela, atiende a nuestras
súplicas. Como hijos tuyos, imploramos tu intercesión ante
tu Hijo Jesús.
Recibe con comprensión y compasión las peticiones que hoy
te presentamos, especialmente [se hace la petición].
¡Qué consuelo saber que tu Corazón está siempre abierto
para quienes recurren a ti!
Confiamos a tu tierno cuidado e intercesión a nuestros
seres queridos y a todos los que se sienten
enfermos, solos o heridos.
Ayúdanos, Santa Madre, a llevar nuestras cargas en esta vida
hasta que lleguemos a participar de la gloria eterna y la paz con Dios. Amén.
Nuestra Señora de Montserrat, ruega por nosotros.

Luciano Pou Sabaté: más comentarios en torno a las leyes del universo

Retiro "El despertar de la consciencia": Luciano Pou Sabaté, consciencia y evolución

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Luciano Pou Sabaté: Consciencia y niveles de consciencia superiores (2)

Miércoles semana 2 de Pascua

Miércoles de la semana 2 de Pascua

Jesús se nos entrega, nos da la luz para iluminar la vida, y fuerza para caminar
«Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él El que cree en él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios. Este es el juicio: que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, ya que sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas. Pero el que obra según la ver- dad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios.» (Juan 3, 16-21)
1. -“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único -leemos en el Evangelio-, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.” No queremos seguir en la noche, sino que se haga de luz en nuestras vidas. Queremos corresponder a tanto amor de Dios: «Que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos» (oración de las ofrendas). Como Tomás, a veces nos falta fe, pero el proyecto de Dios no es de condenación, ni de juicio, sino de vida eterna y salvación:
-“Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. El juicio se concreta en la adhesión a Cristo, la luz que vino al mundo, y en el rechazo de las tinieblas, de las obras malas. La motivación y la finalidad del don o del envío por Dios del Hijo único es el amor («tanto amó Dios al mundo»), «para que tengan vida eterna», «para que el mundo se salve por Él».
-“Quien cree en el Hijo no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”. Aunque existe la triste posibilidad de escoger las tinieblas:
-“Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras son malas...” Como comenta San Agustín: «Amaron las tinieblas más que la luz... Muchos hay que aman sus pecados y muchos también que los confiesan. Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces con Dios. Dios reprueba tus pecados... Deshaz lo que hiciste para que Dios salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames en ti la obra de Dios. Cuando empiezas a desterrar lo que hiciste, entonces empiezan tus obras buenas, porque repruebas las tuyas malas. El principio de las obras buenas es la confesión de  las malas. Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es practicar la verdad? No halagarte, ni acariciarte, ni adularte tú a ti mismo, ni decir que eres justo, cuando eres inicuo. Así es como tú empiezas a practicar la verdad, así es como vienes a la Luz». Luz en un mundo entenebrecido por el pecado, quiere dar sentido a nuestro caminar. Obrar en la verdad es la mejor manera de vivir en la luz: vivir en el amor. Dejarnos penetrar por el amor de Dios “que entregó a su Hijo unigénito”, y buscar corresponderle con nuestra entrega.
2. Los apóstoles vuelven hoy a ser encarcelados, ya lo habían sido otra vez, por su predicación. Cada detención va seguida de una liberación providencial, que nos recuerda el paso de la esclavitud a la liberación, que es la Pascua: de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la Cruz a la Resurrección, esa es la gracia que nos da la presencia de Jesús, nuestra unión con Él. Hoy se nos dice: En aquellos días el sumo sacerdote y los de su partido –los saduceos- mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Y así lo hicieron. Pero por la noche un ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles: Id al templo y explicad allí al pueblo este modo de vida.
Al amanecer, ellos entraron en el templo y se pusieron a enseñar... El comisario salió con los guardias y se los trajo de nuevo a la cárcel, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease”.
Los Apóstoles necesitan predicar, dejan actuar en sus vidas al Espíritu Santo, y por eso tienen contradicciones. Este paso de la noche a la luz, cuando ya de día van a predicar al Templo, nos recuerda que Jesús en su resurrección es la luz, que rompe las tinieblas de la noche Santa, cuando en la Vigilia Pascual se hace la luz en el mundo con su Resurrección. Pero así como en la Pascua del nacimiento de Belén, también ahora, cuando vino la luz al mundo, muchos hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal aborrece la luz... Nos vienen a la cabeza las palabras de Jesús en la Cruz: “Padre, perdónales que no saben lo que hacen”, la ignorancia de los que le están matando, los magnates que ordenan su muerte, y esa ignorancia es motivo, como una palanca para la conversión que Jesús pide al Padre para ellos. Esteban también rezará por los que le matan, con las mismas palabras de Jesús: pide perdón para ellos “que no saben lo que hacen”. También san Pedro dirá a los judíos que han matado a Jesús por ignorancia, y les anima a que se conviertan y pasen al conocimiento de Jesús. La ignorancia más grande es la de los que no saben amar, al no conocer el Amor en Persona, y en ese no saber, en el ignorar, hay una base para que se produzca esa transformación que es el pedir perdón, es como la liberación del ángel, que abre la cárcel como vemos hoy, es el “Lázaro, ven fuera” que pronunció Jesús al resucitarlo. Es el “niña, levántate” en otra de las resurrecciones. Dios hace milagros. Los sigue haciendo cuando libera al hombre “del aguijón de la muerte (que) es el pecado”, de su ira, impaciencia, pereza. Estamos prisioneros de nuestro mal genio y de tantas cosas, cuando viene el “ángel” de la gracia de Dios a ayudarnos a que rectifiquemos las cosas, que volvamos a la vida, a la paz, al amor. Así pedimos en las oración de la misa de hoy: «Que el misterio pascual que celebramos se actualice siempre en el amor». Así, no tendremos miedo, por la gracia del Espíritu Santo, como recuerda San Juan Crisóstomo: «Muchas son las olas que nos ponen en peligro y una gran tempestad nos amenaza; sin embargo, no tememos ser sumergidos, porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Nada trajimos al mundo, de modo que nada podemos llevarnos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir si no es para vuestro bien espiritual. Por eso os hablo de lo que ahora sucede, exhortando vuestra caridad a la confianza».
3. Demos gracias al Señor, porque en Jesús hemos vencido a todo mal: «Jesucristo, nos amaste y lavaste nuestros pecados con tu sangre» (aleluya). Con la confianza que nos muestran los apóstoles, de que el Señor nos libera de toda ansia y temor malo, rezamos con el Salmo: «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor, ensalcemos juntos su nombre». Sintiéndonos amados y protegidos por Dios, vivamos con fidelidad en su presencia, de tal forma que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su santo Nombre.
“Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará”. Él jamás abandonará a los suyos, pues es nuestro Dios y Padre. Él sabe que somos frágiles e inclinados a la maldad desde muy temprana edad; por eso envió a nuestros corazones su Espíritu Santo, para que nos fortalezca y desde nosotros dé testimonio de la Verdad, del Amor y de la rectitud que se espera de quienes ya no se dejan guiar por los propios caprichos y pasiones, sino por Aquel que habita en nuestros corazones como en un templo (homiliacatolica.com).
-“Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él”. Según san Agustín, «el que medita día y noche la Palabra del Señor, es como si rumiase y encontrase deleite en el sabor de esa Palabra divina dentro del que podría llamarse paladar del corazón».
Llucià Pou Sabaté
San Isidoro de Sevilla, obispo y doctor de la Iglesia

«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale sino para tirarla fuera y que la pisotee la gente.Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos». (Mateo 5, 13-16)
1º. Jesús nos pone imágenes claras para que entendamos nuestra misión apostólica: somos «la salde la tierra.»
«Es como si les dijera: “El mensaje que se os comunica no va destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el mundo. Porque no os envío a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envío a toda una nación, como en otro tiempo a los profetas, sino a la tierra, al mar y a todo el mundo, y a un mundo, por cierto muy mal dispuesto”. Porque al decir: “Vosotros sois la sal de la tierra”, enseña que los hombres han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado. Por ello exige sobre todo de sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para el cuidado de los demás» (San Juan Crisóstomo).
La sal sirve para preservar los alimentos de la corrupción y para dar sabor.
Su misión no es aparatosa: un poco de sal da sabor a todo un plato y casi ni se nota, porque desaparece mezclándose con los alimentos.
Así debe ser nuestra acción apostólica: discreta; hecha a base de ejemplo, de simpatía y de amistad; siendo uno más, pero con mucho amor de Dios, con contenido, con sabor, con vida sobrenatural que preserva a los demás de la corrupción.
2º. Jesús, también me dice que somos «la luz del mundo.»
La luz sirve para ver mejor la realidad, para distinguir lo verdadero de las sombras falsas.
La luz posibilita caminar por el camino oscuro de la vida.
La luz permite distinguir la belleza de los colores.
Así debemos ser nosotros para los demás: un punto de referencia -de luz-  donde encontrar la verdad divina; un alma de doctrina segura que enseñe el camino verdadero; un ejemplo de vida cristiana imitable, amable, que descubra la belleza y la profundidad y los colores de la enseñanza de Cristo.
3º. «Tu eres sal, alma de apóstol. -«Bonum est sal»- la sal es buena, se lee en el Santo Evangelio, «si autem evanuerit» -pero si la sal se desvirtúa..., nada vale, ni para la tierra, ni para el estiércol; se arroja fuera como inútil.
Tú eres sal, alma de apóstol -Pero, si te desvirtúas.» (Camino.-921).
Jesús nos ha confiado una misión importante: ser sal de la tierra.
«Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.»
Si nosotros le fallamos a Cristo, ¿con quién podrá contar para cristianizar la sociedad?
¿Con qué sal salarás mi ambiente?
Este es uno de los grandes descubrimientos de la vida cristiana: darnos cuenta de que Cristo nos necesita.
Además, si un cristiano se comporta como uno que no tiene fe, se convierte en un estorbo, en instrumento inútil que nada vale.
4º. «No se enciende una luz para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa.»
La gracia que me da Cristo a través de los sacramentos es una gran luz.
Y esa luz no la ha encendido Cristo para que luego nosotros la ocultemos debajo del celemín -de la cama-; debajo de un montón de miserias personales que no queremos luchar por desarraigar; y que oscurecen el mensaje claro y luminoso del cristianismo.
Quiere que la pongamos en un lugar preferente en nuestra vida para que alumbre a todos: quiere que le tomemos en serio para que, a través de nuestra vida cristiana, pueda iluminar a los que nos rodean.
«Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»
Le pedimos a Jesús que nos ayude a estar a la altura de sus peticiones y deseos: que los demás se puedan apoyar -realmente- en nuestras buenas obras.
Obras de trabajo bien realizado, de detalles de servicio, de optimismo, de vida limpia, de sencillez, de sinceridad.
Así le haremos presente en la tierra, de modo que a nuestro alrededor todos «glorifiquen al Padre que está en el cielo.»


BENEDICTO XVI - AUDIENCIA GENERAL - Miércoles 18 de junio de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy voy a hablar de san Isidoro de Sevilla. Era hermano menor de san Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa san Gregorio Magno. Este detalle es importante, pues permite tener presente un dato cultural y espiritual indispensable para comprender la personalidad de san Isidoro. En efecto, san Isidoro debe mucho a san Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera, que había creado en torno a su hermano menor un contexto familiar caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje y por el ritmo de trabajo que requiere una seria entrega al estudio.
Además, san Leandro se había encargado de disponer lo necesario para afrontar la situación político-social del momento: en aquellas décadas los visigodos, bárbaros y arrianos, habían invadido la península ibérica y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio romano. Era necesario conquistarlos para la romanidad y para el catolicismo. La casa de san Leandro y san Isidoro contaba con una biblioteca muy rica en obras clásicas, paganas y cristianas. Por eso, san Isidoro, que se sentía atraído tanto a unas como a otras, fue educado a practicar, bajo la responsabilidad de su hermano mayor, una disciplina férrea para dedicarse a su estudio, con discreción y discernimiento.
Así pues, en el obispado de Sevilla se vivía en un clima sereno y abierto. Lo podemos deducir por los intereses culturales y espirituales de san Isidoro, como se manifiestan en sus obras, que abarcan un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un conocimiento profundo de la cultura cristiana. De este modo se explica el eclecticismo que caracteriza la producción literaria de san Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a san Agustín, de Cicerón a san Gregorio Magno.
El joven Isidoro, que en el año 599 se convirtió en sucesor de su hermano Leandro en la cátedra episcopal de Sevilla, tuvo que afrontar una lucha interior muy dura. Tal vez precisamente por esa lucha constante consigo mismo da la impresión de un exceso de voluntarismo, que se percibe leyendo las obras de este gran autor, considerado el último de los Padres cristianos de la antigüedad. Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el año 636, el concilio de Toledo, del año 653, lo definió: «Ilustre maestro de nuestra época y gloria de la Iglesia católica ».
San Isidoro fue, sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. En su vida personal, experimentó también un conflicto interior permanente, muy parecido al que ya habían vivido san Gregorio Magno y san Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la palabra de Dios, y las exigencias de la caridad hacia los hermanos de cuya salvación se sentía responsable como obispo. Por ejemplo, a propósito de los responsables de la Iglesia escribe: «El responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus), por una parte, debe dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne; y, por otra, debe aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo» (Sententiarum liber III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).
Un párrafo después, añade: «Los hombres de Dios (sancti viri) no desean dedicarse a las cosas seculares y gimen cuando, por un misterioso designio divino, se les encargan ciertas responsabilidades. (...) Hacen todo lo posible para evitarlas, pero aceptan lo que no quisieran y hacen lo que habrían querido evitar. Entran en lo más secreto del corazón y allí tratan de comprender lo que les pide la misteriosa voluntad de Dios. Y cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a los designios de Dios, inclinan el cuello del corazón bajo el yugo de la decisión divina» (Sententiarum liber III, 33, 3: PL 83, col. 705-706).
Para comprender mejor a san Isidoro es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, a las que me referí antes: durante los años de su niñez experimentó la amargura del destierro. A pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo apostólico: sentía un gran deseo de contribuir a la formación de un pueblo que encontraba por fin su unidad, tanto en el ámbito político como religioso, con la conversión providencial de Hermenegildo, el heredero al trono visigodo, del arrianismo a la fe católica.
Sin embargo, no se ha de subestimar la enorme dificultad que supone afrontar de modo adecuado problemas tan graves como los de las relaciones con los herejes y con los judíos. Se trata de una serie de problemas que también hoy son muy concretos, sobre todo si se piensa en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica del siglo VI. La riqueza de los conocimientos culturales de que disponía san Isidoro le permitía confrontar continuamente la novedad cristiana con la herencia clásica grecorromana. Sin embargo, más que el don precioso de la síntesis, parecía tener el de la collatio, es decir, la recopilación, que se manifestaba en una extraordinaria erudición personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear.
En todo caso, es admirable su preocupación por no descuidar nada de lo que la experiencia humana había producido en la historia de su patria y del mundo entero. San Isidoro no hubiera querido perder nada de lo que el hombre había adquirido en las épocas antiguas, ya fueran paganas, judías o cristianas. Por tanto, no debe sorprender que, al perseguir este objetivo, no lograra transmitir adecuadamente, como hubiera querido, los conocimientos que poseía, a través de las aguas purificadoras de la fe cristiana. Sin embargo, de hecho, según las intenciones de san Isidoro, las propuestas que presenta siempre están en sintonía con la fe católica, sostenida por él con firmeza. En la discusión de los diversos problemas teológicos percibe su complejidad y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a los creyentes, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, servirse con gratitud de sus definiciones.
Un ejemplo significativo en este campo es la enseñanza de san Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa. Escribe: «Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación deben entrenarse antes en el estadio de la vida activa; así, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar el corazón puro que permite ver a Dios» (Differentiarum Lib. II, 34, 133: PL 83, col 91 A).
Su realismo de auténtico pastor lo convenció del peligro que corren los fieles de limitarse a ser hombres de una sola dimensión. Por eso, añade: "El camino intermedio, compuesto por ambas formas de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas tensiones, que con frecuencia se agudizan si se elige un solo tipo de vida; en cambio, se suavizan mejor alternando las dos formas" (o.c., 134: ib., col 91 B).
San Isidoro busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración» (o.c. 134: ib.). A la luz de este ejemplo del divino Maestro, san Isidoro concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra» (o.c., 135: ib., col 91 C).
Creo que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio.
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           Isidoro de Sevilla nace hacia el año 560, y es hijo del hispanorromano Severiano y de una visigoda de sangre real. La familia es originaria de Cartagena, de donde huiría hacia Sevilla con motivo de la conquista bizantina de la costa mediterránea española. Lo más singular de la familia es que de cinco hermanos que fueron, cuatro serán canonizados, el propio Isidoro, LeandroFulgencio y Florentina, conocidos generalmente como los cuatro santos de Cartagena, lo que permite hablar de una de las familias más canonizadas de la historia universal. La única hermana que no es santa, Teodora, será en cambio reina, al casarse con el rey visigodo Leovigildo, y es madre de Hermenegildo, que también será santificado, y de Recaredo, el primer rey visigodo que se hace católico abandonando el arrianismo.
 
            Estudioso de lenguas clásicas, latín, griego y hebreo, Isidoro es nombrado arzobispo de Sevilla a la muerte de su hermano Leandro, durando su episcopado unos inusuales treinta y siete años. Y si algo lo caracteriza y le da importancia es su lucha contra el arrianismo, tanto combatiéndolo a nivel intelectual, como colaborando estrechamente a la conversión de la familia real visigoda al catolicismo.
 
            San Isidoro presidirá importantes eventos eclesiásticos como el Sinodo provincial de Sevilla, especialmente relevante porque a él acuden obispos incluso franceses, y el importantísimo IV Concilio de Toledo celebrado en 633, tres años antes de morir, el cual servirá para conseguir la unidad litúrgica de España, la mejora en la formación del clero, y el estudio del griego y el hebreo, del derecho y de la medicina.
 
            Escritor infatigable, Isidoro es autor entre otros, de un libro de astronomía e historia natural llamado “De natura rerum” (“De la naturaleza de las cosas”), o una “Historia de los godos, vándalos y suevos”. Sobre los judíos, a los que ataca pero sin defender su exterminio, escribe “De fide catolica contra judeos”.
 
            Capítulo aparte merece la obra magna de San Isidoro, el “Originum sive etymologiarum libri viginti”, más conocido como “Etimologías” (“Etymologiae”), que da nombre a la colección pero también a uno de sus libros en concreto, el décimo.
 
            Recibe su nombre de la metodología empleada, explicar la etimología de cada palabra a la que da entrada en la enciclopedia, aunque a menudo dicha etimología sea de lo más pintoresca. Es una colección de veinte libros -divididos a su vez en 448 capítulos-, que, al modo de lo que en el s. XIX será la “Enciclopedia” de Diderot y D’Alambert, pretenden ser un compendio de todo el conocimiento de la época: teología, historia, literatura, arte, derecho, gramática, cosmología, ciencias naturales...
 
            Son los siguientes:

Libro I. Trivium: la gramática (incluida la métrica)
Libro II. Trivium: la retórica y la dialéctica
Libro III. Quadrivium: las matemáticas, geometría, música, y astronomía
Libro IV. La medicina y las bibliotecas
Libro V. El derecho y la cronología
Libro VI. Libros eclesiásticos y los oficios
Libro VII. Dios, los ángeles y los santos: jerarquías del Cielo y la Tierra
Libro VIII. La Iglesia y a las herejías (de las más modernas de su tiempo numera no menos de sesenta y ocho)
Libro IX. El lenguaje, los pueblos, los Reinos, las ciudades, y los títulos oficiales
Libro X. Las etimologías
Libro XI. El hombre
Libro XII. Las bestias y los pájaros
Libro XIII. El mundo y sus partes
Libro XIV. La geografía
Libro XV. Los edificios públicos y las avenidas
Libro XVI. Las piedras y los metales
Libro XVII. La agricultura
Libro XVIII. Terminología de la guerra, la jurisprudencia y los juegos públicos
Libro XIX. Los buques, las casas y los vestidos
Libro XX. Las provisiones, utensilios domésticos, agrícolas y los mobiliarios

            La obra es escrita por el sabio sevillano hacia el final de su vida, terminándola seis años antes de morir. La escribe a petición del obispo de Zaragoza Braulio que es quién, una vez que la recibe, la clasifica en libros, y es una verdadera enciclopedia del saber de su época, constituyendo el texto educativo más utilizado a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento, de lo que es buena prueba las al menos diez ediciones impresas entre 1470 y 1530.

            Isidoro cita hasta ciento cincuenta y cuatro poetas griegos y latinos. Su estilo es claro, conciso y ordenado. En ella Isidoro demuestra un espíritu abierto al utilizar y exponer mucho del saber clásico precristiano sin rubor ninguno.

            El gran Isidoro viene a morir en el año 636, cuando cuenta por lo tanto unos 66 años, una edad que no le era dado alcanzar a cualquiera durante la época.

            Amén de todo ello, Isidoro de Sevilla creará toda una escuela de la que saldrán preclaros miembros como Ildefonso de Toledo, y su obra tendrá una gran influencia durante toda la Edad Media.

            Canonizado en 1598 y declarado doctor de la Iglesia en 1722, su cuerpo reposa en León, no tanto, como acostumbra a decirse, resultado de una precipitada huida de los cristianos sevillanos con las más importantes reliquias de la ciudad, sino más bien como parte del pago del tributo impuesto por el rey castellano-leonés Fernando I al emir sevillano Al-Mutamid en el año 1063.

            “La ciencia que el oído percibe, derrámala por la boca. Agranda aún más la sabiduría compartiéndola con otros.”

            Le debemos la reflexión a San Isidoro de Sevilla, el gran sabio santo español cuya vida hemos glosado hoy. Nos dice Isidoro, y no le falta razón, que la sabiduría tanto crece por agrandarse como por compartirse, pues el que la comparte la pone en poder de quien sin duda la agrandará para seguir compartiéndola con quien volverá a agrandarla.

Luis Antequera