viernes, 24 de marzo de 2017

Sábado de la semana 3 de Cuaresma

Sábado de la semana 3 de Cuaresma

La misericordia divina se vuelca en nuestro corazón, cuando nos dejamos querer por Dios y llenar de su misericordia
En aquel tiempo, Jesús dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado»” (Lucas 18,9-14).
1. “Jesús dijo a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano”. No basta la oración, sacrificios, la limosna, y no darnos cuenta de que lo principal que se nos pide es algo interior: la misericordia, el amor a los demás. Importa tener buen corazón, aunque hayan sido grandes los fallos, como Dimas el buen ladrón, que sabe pedir perdón: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42), y con una jaculatoria consigue el cielo, el Señor responde con un premio “rápido”: «En verdad te digo, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Jesús no tiene “memoria”, no se acuerda de que hay purgatorio… pienso que se lo adelantó por el sufrimiento en la cruz, como un examen que se elimina con parciales. Estos días veremos otros ejemplos: Magdalena, Zaqueo, Mateo…
“El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: -‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’.” El peligro del fariseísmo es estar en regla con Dios, sentirse seguro. Y en cambio lo seguro es estar en manos de Dios, reconocer el pecado: "Ten misericordia de mí que soy un pecador". Señor, ayúdame a saber reconocer mis pecados, mis miserias. Devuelve el valor y el ánimo a todos los desesperados. Que nadie dude de tu amor a pesar de todas las apariencias contrarias. Jesús, revélate tal como eres, a todos nosotros, pobres pecadores (Noel Quesson).
“En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: -‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’”. Que sepa ir como el publicano, y saludar Sagrarios. Muchos decían a santa Teresa que les hubiese gustado vivir en los tiempos de Jesús. Ella les respondía que no entendía bien por qué, pues poca o ninguna diferencia había entre aquel Jesús y el Jesús que está en el Sagrario. Vamos a quedarnos con esta alegría, de que Jesús esté ahí…
Dale gracias por haberse quedado. Pero dáselas con obras. Cada vez que haces una genuflexión delante del Sagrario, que la hagas bien y diciéndole por dentro: ¡te amo, Jesús; gracias! Que comulgues bien preparado y muchas veces, siempre que te sea posible. Que le visites todos los días...
Si cuando realizas un viaje en coche, en metro, en autobús, te fijaras en la cantidad de iglesias que dejas por el camino, te darías cuenta de que el Señor está en muchos sagrarios que te pasan desapercibidos. Pero no hace falta irse de viaje. Tenemos al Señor muy cerca de nosotros: en el oratorio del colegio, en la iglesia que podamos tener al lado de casa...
Te recomiendo un propósito: cada vez que pases cerca de una iglesia dile al Señor en el sagrario: ¡Jesús, sé que estás ahí!; o le puedes rezar una comunión espiritual: Yo quisiera, Señor, recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos. Continúa hablándole a Dios con tus palabras (José Pedro Manglano).
 “Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado». Y no nos preocupemos si no hacemos todo bien, si no estamos “en regla”. El amor es lo que marca las distancias, los conceptos de lo cercano y lo lejano. “El fariseo se creía cercano y estaba muy lejos; el publicano parecía distante pero su oración, que era apenas un susurro, alcanzó los oídos del Altísimo. Hemos de pedir misericordia para todos: para el publicano que somos y para el fariseo que duerme en nosotros (Fray Nelson).
El Señor se conmueve y derrocha sus gracias ante un corazón humilde. La ayuda de la Virgen Santísima es nuestra mejor garantía para ir adelante en este punto. Cuando contemplamos su humilde ejemplo, podemos acabar nuestra oración con esta petición: “Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo” (San Josemaría Escrivá).
2. Hoy también es el profeta Oseas el que nos invita a convertirnos a los caminos de Dios, pero una conversión que esta vez vaya en serio, pues el pueblo volvía una y otra vez a sus desvaríos. Una vez más se nos dice en qué ha de consistir la conversión: no en ritos exteriores, sino en la actitud interior de la misericordia, esa es la luz del alma: “Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz…” Lo que Dios espera de nosotros es que le amemos. «Es amor lo que quiero». Un amor que se transforme en misericordia, a imagen de Dios, y que empape todos los actos de nuestras vidas.
¡Ea, volvamos al Señor!... él nos curará… él nos vendará. En dos días nos sanará, el tercero nos resucitará y viviremos delante de Él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz…” es la iluminación que Dios ha puesto en el corazón, y que sigue diciendo que “quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”.
Aunque no correspondamos bien, Dios se mueve a base de "misericordia" ("jésed" que significa también "lealtad", "fidelidad", "piedad" y "gracia"...): “Indica la dulzura de un lenguaje común, algo así como esa atmósfera de entendimiento en el amor que tienen quienes comparten unas mismas convicciones, unos mismos afectos, es decir: los que están en comunión. Cuando el Señor dice como en la primera lectura y el salmo: "yo quiero jésed y no sacrificios", está refiriéndose a esa relación entrañable de proximidad y amor. Los "sacrificios" son un modo de establecer un pacto con Dios, un modo de negociar con él. Y eso es detestable para quien quiere que exista una atmósfera de amor y comunión. Por eso la "jésed" va unida a la "da-aht", que suele ser traducida por "conocimiento" de Dios”. El amor no entiende de “te doy para que me des” (“"Da-aht" alude a "estar despierto", "ser consciente, abrir los ojos, darse cuenta". El sacrifico y el holocausto tienen una lógica que puede volverse ciega y mezquina en su repetición: hago esto y Dios hará aquello. Es necesario tener "da-ath"; es preciso estar conscientes, darse cuenta de Quién es el que nos llama y con Quién estamos tratando. No es una ley anónima, no es una energía sin nombre, no es destino ciego: es el Dios vivo y verdadero y hay que saber Quién es él y qué quiere para agradarle y vivir la "jésed" que él espera de nosotros”).
3. “Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado…” El salmo 50, penitencial, es un canto del pecado y del perdón, del "corazón nuevo" y del "Espíritu" de Dios infundido en el hombre redimido.
Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto no lo querrías. / Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias”. Vemos al señor oscuro, la región tenebrosa del pecado, pero sobre todo vemos que si el hombre confiesa su pecado, Dios lo purifica con su gracia. A través de la confesión de las culpas se abre un horizonte de luz en el que Dios actúa. El Señor elimina el pecado, y vuelve a crear la humanidad a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un "corazón" nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptaras los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos”. Orígenes habla de una terapia divina: "Al igual que Dios predispuso los remedios para el cuerpo de las hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también preparó para el alma medicinas con las palabras infusas, esparciéndolas en las divinas Escrituras... Dios otorgó  también otra actividad médica de la que es primer exponente el Salvador, quien dice de sí: ‘No tienen necesidad de médico los sanos; sino los enfermos’. Él es el médico por excelencia capaz de curar toda debilidad, toda enfermedad”.
Lo mejor está siempre por llegar, decimos a veces llenos de esperanza, pues el sueño del bello largometraje que proyectamos desde pequeños se irá realizando hasta el cielo. Podemos soñar como Dios, que “quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tes 4,3). Ayudamos a este sueño cuando vencemos el mal con el bien, el pecado con la confesión. El perdón hace palanca y con la gracia de Dios tiene tanta fuerza que levanta el alma del pecado y de todo mal. El perdón divino "borra", "lava", "limpia" al pecador y llega incluso a transformarlo en una nueva criatura de espíritu, lengua, labios, corazón transfigurados. "Aunque nuestros pecados fueran negros como la noche -afirmaba santa Faustina Kowalska-, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Sólo hace falta una cosa: que el pecador abra al menos un poco la puerta de su corazón... el resto lo harás tú, mi Dios... Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia termina”.
Llucià Pou Sabaté
La Anunciación del Señor

Jesús viene al mundo gracias a la fe entregada de María Virgen, modelo de fidelidad
“A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen, prometida de un hombre descendiente de David, llamado José. La virgen se llamaba María. Entró donde ella estaba, y le dijo: «Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo». Ante estas palabras, María se turbó y se preguntaba qué significaría tal saludo. El ángel le dijo: «No tengas miedo, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Será grande y se le llamará Hijo del altísimo; el Señor le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al ángel: «¿Cómo será esto, pues no tengo relaciones?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y se le llamará Hijo de Dios. Mira, tu parienta Isabel ha concebido también un hijo en su ancianidad, y la que se llamaba estéril está ya de seis meses,  porque no hay nada imposible para Dios». María dijo: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel la dejó” (Lc 1,26-38).
1. En el prefacio de la misa de hoy leemos esto: “Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió su mensaje a la tierra y la Virgen creyó el anuncio del ángel: que Cristo, encarnado en su seno por obra del Espíritu Santo, iba a hacerse hombre por salvar a los hombres”. A nueve meses de la Navidad, celebramos cuando el ángel anunció a María que sería la Madre de Dios.
«En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María». El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María y la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo». La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría, que significa: «que Dios te ha concedido su favor/gracia», «porque has encontrado favor/gracia ante Dios». La misión es inmensa, y también lo será la gracia, para cumplir –las lecturas de hoy van en esta línea- la voluntad de Dios, como también lo hará su hijo, del que se dirá que «el favor y la gracia de Dios descansaban sobre él» (2,40).
«El Señor está contigo» es el motivo de ese “alégrate”, el Señor con nosotros –como celebramos en la Misa- es el motivo de nuestra alegría, y fórmula usual en para indicar en la Biblia la solicitud de Dios por un determinado personaje. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (a diferencia de Zacarías). «No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús».
María, y no José, contra toda costumbre, es la destinataria del mensaje, y la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios salva»): «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin». Hijo del Altísimo, en quien se cumplirá la promesa dinástica…
María no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre? [no estoy conociendo varón]” y el Ángel le señala: «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán “Consagrado”, “Hijo de Dios”. Se anticipa aquí toda Pentecostés y cumplimiento de profecías y signos mesiánicos: la idea de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita Ex 40,38).
Es el nacimiento de una humanidad nueva, donde se cumple lo que se anunciaba en las lecturas de la reciente fiesta de San José: Dios concede una descendencia, una tierra, una alianza: la numerosa descendencia es la Iglesia a la que se pertenece por la fe; la tierra será la esperanza del cielo; la alianza es la filiación divina.
El anuncio a María, desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año),  es en Galilea, región paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa. Y ahí tiene lugar la encarnación de Dios en la historia, lo más divino que pueda acontecer (Josep Rius-Camps, “Diario Bíblico”): “Cuando el mundo dormía en tinieblas / en tu amor quisiste ayudarlo / y trajiste, viniendo a la tierra, / esa vida que puede salvarlo” (Himno de Vísperas en Adviento).
Dios «ha escogido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte» (1Cor 1,26). El Señor mira a María viendo la pequeñez de su esclava y obrando en Ella la más grande maravilla de la historia: la Encarnación del Verbo eterno como Cabeza de una renovada Humanidad (Josep Vall). Qué bien se aplican a María aquellas palabras que Bernanos dijo a la protagonista de La alegría: «Un sentido exquisito de su propia flaqueza la reconfortaba y la consolaba maravillosamente, porque era como si fuera el signo inefable de la presencia de Dios en Ella; Dios mismo resplandecía en su corazón»”.
2. El Señor dijo a Acaz, en medio de intereses políticos egoístas de ese rey: «Pide al Señor tu Dios una señal, aunque sea en las profundidades del abismo o en las alturas del cielo». Y Acaz no quiso, en su corazón torcido. Entonces, leemos cómo Isaías dijo algo que no podían entender, algo que sólo se entiende con la Encarnación que hoy celebramos: “Escuchad, pues, casa de David: ¿os parece poco cansar a los hombres, para que queráis también cansar a mi Dios? El Señor mismo os dará una señal. Mirad: la virgen encinta da a luz un hijo, a quien ella pondrá el nombre de Emmanuel”.
El salmo centra la atención sobre la misión de Jesús, que puede hacer suyas estas palabras: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no pides holocaustos ni sacrificios por el pecado; en cambio, me has abierto el oído, por lo que entonces dije: «Aquí estoy, en el libro está escrito de mí: Dios mío, yo quiero hacer tu voluntad, tu ley está en el fondo de mi alma»”.Se aplican de maravilla estas palabras también a la Virgen, luego profetizará en el “Magnificat” esa obediencia. La expresión “me abriste el oído” literalmente es “me cavaste las orejas” que puede entenderse como me “hiciste tu siervo de por vida”, o “me hiciste escuchar y conocer” como el maestro con el discípulo, pero la versión griega que indica “me preparaste un cuerpo” va en la primera línea.
Pregoné tu justicia a la gran asamblea, no he cerrado mis labios; tú lo sabes, Señor. No he dejado de hablar de tu justicia, he proclamado tu lealtad y tu salvación, no he ocultado tu amor y tu fidelidad ante la gran asamblea”. Palabras que se aplican a Jesús y a María, y también a nosotros que podemos vivir ese apostolado de al verdad.
3. Leemos en Hebreos que “es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados. Por eso, al entrar en este mundo, Cristo dijo: No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo”. Es la vida de Jesús, que se despoja de la divinidad para hacerse uno de nosotros, y hacer la voluntad del Padre, y proclamar: “No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mí”. Y ahí tenemos nuestra salvación pues “en virtud de esta voluntad nosotros somos santificados, de una vez para siempre, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo”.
“Nuestra Madre es modelo de correspondencia a la gracia y, al contemplar su vida, el Señor nos dará luz para que sepamos divinizar nuestra existencia ordinaria. (...) Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: «he aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra». ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos «la libertad de los hijos de Dios»” (J. Escrivá, Es Cristo que pasa 173).
Llucià Pou Sabaté

jueves, 23 de marzo de 2017

Viernes semana 3 de Cuaresma

Viernes de la semana 3 de Cuaresma

El amor de Dios está por encima de todo; dejarnos amar por Él, dejar que brote de nuestro corazón, el amor a los demás
“En aquel tiempo, uno de los maestros de la Ley se acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos».Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas” (Marcos 12,28b-34).
1. “Uno de los maestros de la Ley se acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». La Ley de Cristo es el amor a Dios y al prójimo. San Bernardo dice que el amor no necesita que “sirva para nada”, “su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor”, es como participar de Dios.  
Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos»”. Hoy Jesús nos hace una receta en la que une dos citas bíblicas, nos dice. «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5) y otro lugar del Levítico: «Ama a los otros» (Lev 19,18), Jesús nos da la receta de la nueva Ley, que “cocinada” a fuego lento, con el amor del Espíritu Santo, al “baño María” nos da la mejor comida, la más sabrosa, exquisita, la de que hace felices a los demás y de paso a nosotros, porque para ser feliz hay que darse. Amar, en lo del día a día: en detalles de espíritu de servicio, como bajar la basura o recoger la mesa, hacer la cama pero antes el trabajo bien hecho: escuchar en clase, hacer los deberes y estudiar y luego disfrutar con lo que nos gusta, cultivar aficiones de leer, escribir, música, y todo tipo de juegos… la conversación amable, la serenidad cuando los nervios asoman.
“Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios»”. Cuando nos conectamos al Señor, podemos cargar las pilas, y ningún momento mejor que el de la Acción de Gracias después de comulgar. Como sabes, cuando comemos algo, durante un rato sigue siendo lo que es, pero pasado un tiempo lo convertimos en nuestro cuerpo. Por eso, después de comulgar y por unos diez minutos, tenemos a Jesús dentro de nosotros, al mismo que nació de María Virgen, que convertía el agua en vino, que sanaba a ciegos y cojos, al mismo que murió clavado en la Cruz para perdonarnos de nuestros pecados. Por eso, ¿por qué no aprovechas al acabar la Misa para quedarte un rato sentado hablando tranquilamente con Él, que está físicamente dentro de ti? Es el mejor momento para darle gracias por todo lo que te ha dado en tu vida, para pedirle por tus familiares y amigos, para pedirle perdón por tus pecados y para pedirle que te ayude a sacar adelante aquellas cosas que necesitas. ¡Gracias, perdón y ayúdame más! Continúa hablándole a Dios con tus palabras (José Pedro Manglano).
“Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas”. «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé» (Santa Catalina de Siena), por eso o nos cargamos de amor de Dios o nos engancharemos a lo primero que nos ofrezcan en la tele o en otro sitio según las modas. Pero entre tantas cosas que hacemos, podemos no tener tiempo para Dios. Y así, nos falta todo porque nos falta el sentido de amar, lo fundamental. Y es que lo más importante no se ve con los ojos del cuerpo sino con los del corazón. Jesús ama al Padre como Dios verdadero nacido del Dios verdadero y, como Verbo hecho hombre, crea la nueva Humanidad de los hijos de Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo. Es la "buena nueva" que mi vida toda debería estar proclamando. ¿Amo yo, efectivamente? ¿A quién amo? ¿A quién dejo de amar? ¿Cómo se traduce este amor? ¿Quién es mi prójimo? “Como tú mismo... Como tú misma...”, ¡no es decir poco! ¿Cómo me amo a mí mismo/a? ¿Qué deseo yo para mí? ¿Cuáles son mis aspiraciones profundas? ¿A qué cosas estoy más aferrado? ¿Qué es lo que más me falta? Y todo esto quererlo también para mi prójimo. No debo pasar muy rápidamente sobre todas estas cuestiones. Debo tomar, sobre ellas, una decisión en este tiempo de cuaresma.
-"No estás lejos del reino de Dios." ¡Jesús felicitó a un escriba! "El Reino de Dios" = ¡amar!, ¡a Dios y a los hermanos! ¡Tantas veces se ha hecho el encontradizo! En la alegría y en el dolor. Como muestra de amor nos dejó los sacramentos, “canales de la misericordia divina”. Nos perdona en la Confesión y se nos da en la Sagrada Eucaristía. Nos ha dado a su Madre por Madre nuestra. También nos ha dado un Ángel para que nos proteja. Y Él nos espera en el Cielo donde tendremos una felicidad sin límites y sin término. Pero amor con amor se paga. Y decimos con Francisca Javiera: “Mil vidas si las tuviera daría por poseerte, y mil... y mil... más yo diera... por amarte si pudiera... con ese amor puro y fuerte con que Tú siendo quien eres... nos amas continuamente”.
2. Oseas fue un profeta muy maltratado por el sufrimiento, y se fue volviendo dulce hasta cantar el amor de Dios, que siempre es fiel, aunque los hombres no lo sean: “Israel, vuelve al Señor, tu Dios… Decidle: Perdona todas nuestras culpas para que recobremos la felicidad y te ofrezcamos en sacrificio palabras de alabanza”. Los muchos juegos no nos pueden llenar el corazón, ni la wii, ni nada: “Asiria no nos puede salvar; no montaremos ya en los caballos, y no diremos más «dios nuestro» a la obra de nuestras manos, pues en Ti encuentra compasión el huérfano”. Y dejamos los diosecillos, ídolos, para abrirnos a Dios. En cuanto decimos: “perdona” ya está todo arreglado… “este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y se le ha encontrado” (Lc 15,32). Quien no encuentra el camino de Dios, quien no se deja hallar como oveja perdida, pierde el sentido de la vida (F. Raurell).
Yo los curaré de su apostasía, los amaré de todo corazón”, el Señor es como un jardinero que nos cuida: “Seré como el rocío para Israel; él florecerá como el lirio y echará sus raíces como el olmo. Sus ramas se extenderán lejos, hermosas como el ramaje del olivo, y su fragancia será como la del Líbano. Volverán a sentarse en mi sombra; cultivarán el trigo, florecerán como la viña y su renombre será como el del vino del Líbano… Yo lo atenderé y lo protegeré. Yo soy como un pino siempre verde; de mí procede todo fruto”. Son una colección de gracias que nos vienen de Dios, cuando nos abrimos a su amor: Florecerán como la vid; su renombre será como el del vino del Líbano... imágenes de prosperidad y de felicidad. Frescor. Fecundidad. Belleza. Fragancia. Flores. Solidez. Hay que "saborear" cada una de las imágenes: el rocío... el lirio... el árbol frondoso... el vino... los perfumes... las frutas... (Noel Quesson).
Estamos en la segunda parte de la cuaresma, si fuera un partido Deportivo de dos partes, estamos en la segunda, más cerca del final, y queremos aprovechar esos días para crecer interiormente, en esa apertura al amor de Dios, y en amor y servicio a los demás. No se es cristiano por un hacer cosas buenas (cumplir los mandamientos) o creer con la cabeza en ideas (unos dogmas fríos) sino por el encuentro con una Persona, Jesús, que provoca en nosotros un agradecimiento, de dejarnos querer por él, por el amor de Dios, y responder con una vida de amor: “Que el sabio comprenda estas cosas, que el inteligente las entienda, porque los caminos del Señor son rectos; por ellos caminarán los justos, mas los injustos tropezarán en ellos”. Oseas era también el profeta y el poeta del amor. Ese amor es aún más hermoso. No es sólo un amor que promete la felicidad, si se es fiel. Es un amor que perdona y que pide «Volver». Nos dice: «¡Vuelve!». Como dos esposos que se perdonan. Como dos amigos que reemprenden su amistad después de una temporada de frialdad. He de escuchar esas palabras de ternura.
3. La roca del agua en el desierto, y el camino de Dios son como el hilo de las lecturas de esta semana. Todo nos lleva a hacer la voluntad divina, vivir el mandamiento del amor. Además, Jesús, al hombre “espiritual, lo sació con miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan la miel en su boca" (Orígenes), como hemos dicho con el salmo: “Oigo un lenguaje desconocido:… Clamaste en la aflicción, y te libré, te respondí oculto entre los truenos, te puse a prueba junto a la fuente… ¡ojalá me escuchases Israel! No tendrás un dios extraño, …yo soy el Señor, Dios tuyo, que saqué del país de Egipto; abre la boca que te la llene… te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre”. Siempre hay una referencia al desierto, porque fue una experiencia fuerte de desierto, de Dios.
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 22 de marzo de 2017

Jueves semana 3 de Cuaresma

Jueves de la semana 3 de Cuaresma

El camino a la felicidad es escuchar la voz de Dios, hacer su voluntad
“En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios». Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Pues, si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?, porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama»” (Lucas 11,14-23).
1. “Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron”. Algunos decían que estaba endemoniado.
Pero Jesús les responde que cómo va a ser del demonio quitar demonios, que ningún reino puede durar si está dividido. En cambio, “si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”, porque si él quita demonios es que es más fuerte que los demonios: “cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos” y nos anima a seguirle en su reino: “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama”. Jesús, nos hablas del Evangelio, de ese combate espiritual contra las fuerzas del mal... contigo. Señor, sálvame de mis demonios... líbranos del mal. Eres más fuerte que Batman, que Superman, que todos los héroes, eres mi Salvador. Ven Jesús a combatir conmigo en esta Cuaresma. Cuaresma = energía (Noel Quesson).
En el ritual del Bautismo hay un gesto simbólico expresivo, el «effetá», «ábrete». El ministro toca los labios del bautizado para que se abran y sepa hablar. Y toca sus oídos para que aprenda a escuchar. Dios se ha quejado hoy de que su pueblo no le escucha. ¿Se podría quejar también de nosotros, bautizados y creyentes, de que somos sordos, de que no escuchamos lo que nos está queriendo decir en esta Cuaresma, de que no prestamos suficiente atención a su palabra? La Virgen María, maestra en esto, como en otras tantas cosas, de nuestra vida cristiana, nos ha dado la consigna que fue el programa de su vida: «hágase en mí según tu palabra» (J. Aldazábal).
2. Jeremías proclama la voz del Señor: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Es una de las expresiones más perfectas de la Alianza. Una pertenencia recíproca: yo soy tuyo, tú eres mío. Marca el camino seguro, “a fin de que todo os vaya bien y seáis felices”. Siempre el mismo lazo entre la «fidelidad» a Dios y la "alegría". No es para tomarlo en un sentido material, de tener éxito: «No te prometo hacerte feliz en este mundo», decía la Virgen a Bernardita Soubirous. A veces los que hacen cosas malas parece que se la pasan muy bien, y que gente buena se la pasan mal en la vida. Pero el que hace el bien, por dentro siente algo íntimo, como un calorcito parecido a la "felicidad", y es la alegría íntima que da el Señor a todos los que se esfuerzan en ser fieles. Dios espera «mi rostro»... cara a cara. Como los que se quieren.
Y yo me aparto de Él. Como sigue el profeta: “Pero ellos no escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que obraron según sus designios, según los impulsos de su corazón obstinado y perverso; se volvieron hacia atrás, no hacia adelante”. Los profetas no fueron escuchados: “Tú les dirás todas estas palabras y no te escucharán: los llamarás y no te responderán”. Como ellos, los que no te quieren, Señor. Me despisto… y te pido, Señor, que no me despiste, que me acuerde de mis citas contigo, de ir a verte, de rezar ahí donde esté y conectar contigo… para que no digas de mí lo que de aquellos: “-No me escucharon”. Solo una cosa puede ponernos tristes: nuestros pecados. Cuando algo malo sucede me he de plantear: “¿es por mi culpa?” Si no, no he de aceptar ese decaimiento, pues ¡bendito sea Dios!, que permite aquello; pero si he pecado –el único mal de verdad- entonces he de rehacer aquello, arreglar la falta de amor con un acto de amor. Es esa conversión la que pide el profeta: -“No me escucharon”.
Tú no nos hablas sólo en la misa o en la oración. Debo escuchar en mi vida, en mi estudio y en mis clases, en mi casa y en mis responsabilidades, en mis amigos y en mis juegos. Pero, con frecuencia, no sé escucharte. Concédeme esa atención que me falta, Señor (Noel Quesson).
3. El salmo de hoy nos anima a eso: «ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón». “¡Venga, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva!” La roca es Cristo, así como la del desierto se abrió y manó agua, así del corazón de Cristo nos viene la salvación del bautismo. ¡Vamos hasta Él dándole gracias, aclamemos con música al Señor! ¡Entremos, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque Él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que Él apacienta, las ovejas conducidas por su mano”.  Es un canto a tu realeza, Señor, y tu Reino está en el árbol de la cruz, tú reinas desde el árbol de la cruz, como dijeron ya los primeros cristianos, “Regnavit a ligno Deus”. Como tú dijiste, Señor: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 43-45).
Señor, quiero alabarte, y procurar obedecer tu voluntad: “Ojalá hoy escuchéis la voz del Señor”… siento que va por mí: «ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón». Es una continuación de lo que me ha dicho el profeta antes… es lo que rezamos cada día: «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», que santo Tomás relaciona al don de ciencia, la ciencia que nos enseña el Espíritu Santo: la de vivir bien, que es no hacer nuestra voluntad sino la de Dios. Por eso, por este don pedimos a Dios que se haga su voluntad así en la tierra como en el cielo. En semejante petición se pone de manifiesto el don de ciencia. Decimos a Dios: Hágase tu voluntad, esto es, que su voluntad se cumpla en nosotros. El corazón del hombre camina derecho cuando va de acuerdo con la voluntad divina, como Cristo: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado” (Jn 6,38). Y cuando decimos Hágase tu voluntad, estamos pidiendo cumplir los mandamientos de Dios, que son la voluntad de Dios, que al que ama le resulta placentera: “Ha salido la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón” (Sal 96,11).
La voz divina penetra con la gracia nuestros corazones, y ya no es esfuerzo humano la lucha interior sino que –dice el Aquinate- en primer lugar se debe a la misericordia divina que no niega su ayuda a quien la pide y confía: «Tres cosas se han de esperar de Dios, puesto que tres hay en el hombre: entendimiento, voluntad y virtud operativa. Por tanto, Dios instruye el entendimiento, satisface la voluntad y fortalece la virtud. Referente a lo primero, dice: le dio la ley en el camino que eligió; es decir, el hombre que teme al Señor elige el camino, a saber, el camino de servir a Dios: “servid al Señor en el temor” (Sal 2,11); “éste es el camino, caminad en él” (Is 30, 21), y en éste instruye de qué manera ha de proceder el hombre. Jerónimo dice: “le enseñaba”, y esto lo hace refiriéndose a la ley».
El Espíritu es quien mueve el corazón en la obediencia a la voluntad de Dios, la piedad de hijo se demuestra por la obediencia a este instinto filial: “lo propio de los hijos es obedecer” (Ef 6,1-3). El cristiano es buen hijo de Dios cuando se une a Cristo para poder con Él decir: “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y dar cumplimiento a su obra” (Jn 4,34), cumpliendo el consejo de María: “haced lo que él os diga” (Jn 2,5): en esto consiste la santidad cristiana, pues la perfecta santidad es obedecer a Cristo en todas las cosas. En esta obediencia está la felicidad del hombre, al meditar y obedecer la ley. Meditación que ha de ser activa, donde intervienen las potencias del alma.
Hay muchos que viven esa escucha a Dios, son santos anónimos. "Soy consciente, rezaba Newman, de que a pesar de mis faltas, deseo vivir y morir para gloria de Dios. Deseo entregarme completamente a Él como instrumento suyo para la tarea que quiera y a costa de cualquier sacrificio personal". Hoy hago mía esta oración del converso inglés que tanto hizo por la Iglesia de su país: ¡Señor, aunque no valga nada, aquí estoy para hacer, por Ti, lo que quieras!
Tierno hablaba de los héroes anónimos, que no los saben ni ellos: "Jamás pensé que estar en contacto con la enfermedad y el sufrimiento de los demás podría hacerme tanto bien". Estando de camillero en Lourdes, una señora, medio ciega y sin piernas, rezaba el rosario. Como advertí preocupación en su rostro, le pregunté qué le apenaba. Ella me respondió: "Me entristece este pobre hombre de la camilla de al lado". Se me hizo un nudo en la garganta y pensé, ¡Dios mío! Ella sí que está físicamente mal y, sin embargo, no piensa en sí misma.
Esta aleccionadora experiencia me la contaba hace unos días en San Sebastián el propio protagonista, Luis, un hombre de mediana edad que, desde hace años, junto con su esposa, asiste como camillero voluntario a los enfermos que peregrinan a Lourdes. Tantas personas anónimas, la mayoría donantes de sangre, como Luis, que no desaprovechan la menor ocasión que se les presenta para ayudar según sus posibilidades, son héroes anónimos.
Tú nos explicaste que lo que hacemos con los demás lo hacemos contigo. Por eso trataré de ser generoso, Jesús, con los demás. En concreto estos días de Cuaresma procuraré hacer muchos favores. Recuérdamelo, por favor, y que sepas que los haré por amor a ti y a ellos. ¡Cada día, al menos, un buen favor! (José Pedro Manglano).
Llucià Pou Sabaté

martes, 21 de marzo de 2017

Miércoles semana 3 de Cuaresma

Miércoles de la semana 3 de Cuaresma

Alabemos a Dios que nos ha enviado a Jesús para darnos una ley nueva: la libertad y el amor de los hijos de Dios
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos»” (Mateo 5,17-19).
1. Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”. Es una ley de libertad, como decía Jacques Philippe  cuando habla de la libertad interior que nadie puede arrebatarnos. Esto es medicina para no agobiarnos, para gozar de la auténtica felicidad. Hay cosas que nos harán sufrir, pero ninguna logrará hundimos ni agobiamos del todo. Se trata de tener un “oasis” en nuestro corazón: “el hombre conquista su libertad interior en la misma medida en que se fortalecen en él la fe, la esperanza y la caridad… el dinamismo de lo que tradicionalmente se han denominado las «virtudes teologales» constituye el centro de la vida espiritual”; esto coloca en un papel decisivo en el desempeño de nuestro crecimiento interior la virtud de la esperanza: una virtud que sólo puede cultivarse unida a la pobreza de corazón, resumida en la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Para ser dóciles a esa maravillosa renovación interior que el Espíritu Santo quiere obrar en los corazones con el fin de hacemos acceder a la gloriosa libertad de los hijos de Dios –“donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”-, es importante acudir a María: «Ofreceremos a Dios nuestra voluntad, nuestra razón, nuestra inteligencia, todo nuestro ser a través de las manos y el corazón de la Santísima Virgen. Entonces nuestro espíritu poseerá esta preciada libertad del alma, tan ajena a la ansiedad, a la tristeza, a la depresión, al encogimiento, a la pobreza de espíritu. Navegaremos en el abandono, liberándonos de nosotros mismos para atarnos a Él, el Infinito» (Madre Yvonne-Airnée de Malestroit).
Jesús luchaba contra todo formalismo, contra toda estrechez de miras. Sin embargo, obrando así, pero no para destruir la Ley, sino para salvarla,  mejorarla para que cumpliera su fin. “Nada es pequeño delante de Dios, según el texto de la Sagrada Escritura. No hay "pequeños deberes" sobre lo que nos pide la Palabra de Dios.
"Considerar las cosas pequeñas como grandes, a causa de Jesús que es quien las hace en nosotros” (B. Pascal). Jesús nos invita a no soñar con cosas grandes: lo que a diario hacemos es a menudo pequeño, minúsculo. Todo depende de lo que nuestro corazón pone en ello.
Santa Teresa de Lisieux entró en el Carmelo a los quince años con todo el entusiasmo de su adolescencia. Lo que le esperaba fue: barrer los claustros, hacer la colada, acompañar al refectorio a una hermana vieja y enferma. Pequeñas cosas. La vida humilde, la dedicada a trabajos pesados y fáciles, es una obra de selección que requiere mucho amor.
-“El que practicare y enseñare -esos mandamientos mínimos- será "grande" en el reino de los cielos”. "Las obras deslumbrantes me están prohibidas. Para dar pruebas de mi amor no tengo otro medio que el de no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra; de aprovechar las más pequeñas acciones y hacerlas por amor.' (Santa Teresita) Lo que es "pequeño" a los ojos de los hombres, puede ser "grande" a los ojos de Dios (Noel Quesson), como decía san Teófilo de Antioquía: «Dios es visto por los que pueden verle; sólo necesitan tener abiertos los ojos del espíritu (...), pero algunos hombres los tienen empañados». Para poder purificar el corazón y poder ver, pedimos en la Colecta: «Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados con tu Palabra, te pedimos, Señor, que te sirvamos fielmente con nuestras penitencias y perseveremos unidos en la plegaria». Y también en la Postcomunión: «Santifícanos, Señor, con este pan del cielo que hemos recibido, para que, libres de nuestros errores, podamos alcanzar las promesas eternas».
 “Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos». ¿Qué son esos mandamientos tan importantes que hay que seguir? El amor. En la vida vamos pasando del “yo, me, mí, conmigo” a un “tú, te, ti, contigo”, de un “quiero para mí” a una vocación de servicio. El amor es la vocación de la persona, el servicio es la misión que tenemos. El que da, es rico. El que se queda con todo es pobre. Hay gente tan pobre que solo tiene dinero. El pobre es el egoísta. Y hay una pobreza aún mayor: "Hay diversas clases de pobreza -cuenta la madre Teresa de Calcuta-. En la India hay gente que muere de hambre. Un puñado de arroz es precioso, valiosísimo. En los países occidentales, sin embargo, no hay pobreza en ese sentido. Nadie muere de hambre y ni siquiera abundan los pobres como en la India... Pero existe otra clase de pobreza, la del espíritu que es mucho peor. La gente no cree en Dios, no reza, no ama, va a lo suyo... Es una pobreza del alma, una sequedad del corazón que resulta mucho más difícil de "remediar". ¿Puedes tener tú esa pobreza? Pídeles a Jesús y a María que nunca caigas en esa pobreza de espíritu; que te ayuden a quererles cada día más y a acudir a ellos ante cualquier necesidad, y que te ayuden a querer a los demás. ¡Jesús, María, que no olvide rezar ni por la noche ni al levantarme! Que sea generoso: porque el verdaderamente "pobre" es el egoísta. Recemos: Señor, purifica mi amor, con la forja donde se ponen los sentimientos en el fuego y se quema lo malo y se esculpe la imagen de Jesús en nosotros...
Cuentan que un obrero había encontrado un billete de mil dólares; no le llamó mucho la atención porque en América los billetes son iguales aunque tengan más valor y aquel papelito no le impresionó demasiado. Se lo guardó en un bolsillo, varios días más tarde, al pasar por un Banco, entró a preguntar cuánto valía. Casi se desmaya cuando se lo dijeron, pues la suma equivalía a más de un mes de su jornal...
No es raro encontrarse con gente que no sabe lo que tiene; puede ser un cuadro de un pintor famoso, un objeto antiguo, unas monedas raras, unos sellos valiosísimos... Cuando nos enteramos, solemos sentir una especie de envidia. No se nos ocurre pensar que nosotros también tenemos un tesoro que quizá no apreciamos: El Sacramento de la Penitencia es esa forja donde se realiza ese milagro. Tal vez al recibirlo frecuentemente y sepamos que no sólo sirve para perdonar los pecados graves, sino también los leves; que aumenta la gracia santificante y nos proporciona una gracia especial para rechazar las tentaciones... Sin embargo, a lo mejor nos parece que no nos aprovecha demasiado, que no nos hace mejores; que nos acusamos una y otra vez de los mismos pecados, inútilmente... Si eso pensamos, lo más probable es que nuestras confesiones no sean buenas. La Penitencia es un sacramento que Jesús pagó con su vida. Debemos cuidar todo lo que tiene que ver con la confesión.
¿Hago bien el examen? ¿Pido perdón con dolor? ¿Digo los pecados en concreto y también los veniales? ¿Hago propósito de no volver a cometerlos? ¿Cumplo la penitencia? La gracia de Dios que nos llega por esos dos sacramentos no circula en vano por nuestra alma, algo hace en nosotros (Agustín Filgueiras Pita).
Hoy en misa pidieron por los que se aprovechan de la crisis económica, para hacerse ricos, para que el Señor les convierta y sepan abrirse a los demás. ¡Señor perdónales porque no saben lo que hacen! Estas fueron casi las últimas palabras que Jesús dijo antes de morir en la Cruz. Dios perdona siempre cuando le pedimos perdón, incluso piensa a la maldad de los hombres la llama ignorancia (“no saben”…), y es también causa de salvación (“Padre, ¡perdónales…!”). Esto podemos aplicarlo no solo a los asesinos, sino también a los que promueven ideas o películas malas, a los que roban o engañan…
2. Los caminos que Dios enseña son justos y muy buenos, camino para la felicidad y la vida. Dios se dirige a los hombres como a una persona amada, por su nombre: «Escucha, Israel...» y nos va dando los mandamientos… En estos días de cuaresma trato de estar «a la escucha». «Para vivir» plenamente... Escuchar a Dios para vivir en plenitud. Ayúdame, Señor: que yo experimente, que tu Palabra escuchada sea «vida» para mí... como una respiración. Para así entrar en posesión de la tierra que Dios da. Que tu Palabra, Señor, sea mi "sabiduría", un alimento de mi espíritu. Que tus pensamientos lleguen a ser también mis pensamientos. Que tu manera de ver impregne mis modos de ver. Y todo ello en plena libertad. No como una coacción exterior obligatoria... sino como una fuente vivificante y profunda. No como algo mandado: “qué palo, hay que ir a misa…" sino quiero sentir como una necesidad interior aceptada de buen grado de quererte. Sin embargo, a veces dudamos: Tú te callas, pareces estar lejos de nosotros. Pero lo sé, estás ahí. Tú me miras en este mismo momento. Te interesas por mí y estás más cerca de mí que mi propio corazón (Noel Quesson).
3. “¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! […] Envía su mensaje a la tierra… le dio a conocer sus mandamientos. ¡Aleluya!” Jerusalén se había derrumbado ante el asalto del ejército del rey Nabucodonosor (586 a. c.). Pero luego Nehemías restableció los muros de Jerusalén para que volviera a ser oasis de serenidad y paz. La paz, «shalom», es evocada inmediatamente, pues está contenida en el mismo nombre de Jerusalén, simbólicamente. Hay una confirmación de la elección divina del pueblo, de su misión única: «Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos». El salmo habla de las bendiciones como la “flor de harina”, que Orígenes ve en clave eucarística: «Nuestro Señor es el grano de trigo que cae a tierra y se multiplicó por nosotros. Pero este grano de trigo es superlativamente copioso. La Palabra de Dios es superlativamente copiosa, recoge en sí misma todas las delicias. Todo lo que quieres, proviene de la Palabra de Dios, como narran los judíos: cuando comían el maná sentían en su boca el sabor de lo que cada quien deseaba. Lo mismo sucede con la carne de Cristo, palabra de la enseñanza, es decir, la comprensión de las santas Escrituras: cuanto más grande es nuestro deseo, más grande es el alimento que recibimos. Si eres santo, encuentras refrigerio; si eres pecador, tormento».
Llucià Pou Sabaté

lunes, 20 de marzo de 2017

Martes semana 3 de Cuaresma

Martes de la semana 3 de Cuaresma

Cuando perdonamos, nos hacemos dignos de la misericordia divina
“En aquel tiempo, Pedro se acercó y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’. Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré’. Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’. Y encolerizado su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano»” (Mateo 18,21-35).
1. Pedro preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Y nos cuentas esta parábola del perdón de las deudas. Y quien no quiere, recibirá ya el castigo en esa falta de amor, “si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».
Está claro: hemos de saber vivir esta misericordia, para poder recibirla: perdonar nosotros a los que nos hayan podido ofender. «Perdónanos... como nosotros perdonamos», nos atrevemos a decir cada día en el Padrenuestro. Para pedir perdón, debemos mostrar nuestra voluntad de imitar la actitud del Dios perdonador. Se ve que esto del perdón forma parte esencial del programa de Cuaresma, porque ya ha aparecido varias veces en las lecturas. ¿Somos misericordiosos? ¿Cuánta paciencia y comprensión almacenamos en nuestro corazón? ¿Tanta como Dios, que nos ha perdonado a nosotros diez mil talentos? ¿Podría decirse de nosotros que luego no somos capaces de perdonar cuatro euros al que nos los debe? ¿Somos capaces de pedir para los pueblos del tercer mundo la condonación de sus deudas exteriores, mientras en nuestro nivel doméstico no nos decidimos a perdonar esas pequeñas deudas?
Se cuenta de Ramón Narváez, un primer ministro de la España del siglo diecinueve, que firmó la sentencia de muerte de 35.000 enemigos. Cuando él estaba muriéndose, en 1886, le preguntó el sacerdote si estaba dispuesto a perdonar a todos sus enemigos. Él contestó:
-“¿Enemigos? Padre, yo no tengo enemigos. Los he fusilado a todos”.
La manera cristiana de no tener enemigos no es fusilarles. Si supiésemos mirar a todos como amigos, no tendríamos enemigos. A las personas, en buena manera, las convertimos en lo que vemos en ellas cuando las miramos. Parafraseando el Evangelio: “Mira a los demás, a cada uno, como quieres que ellos te miren a ti”.
A veces no nos gusta algo de los demás: ¿y qué vamos a hacer, matarlos? No: quererles como son. Fallar y equivocarse es propio de la criatura. Pedir perdón es profundamente humano. Perdonar es lo más divino. Cuando perdonamos, de verdad, es, quizás, cuando más nos parecemos a Dios. Nos cuesta perdonar cualquier cosilla que nos hacen o que creemos nos hacen. Y aún cuando perdonamos, no somos capaces de olvidar. Impresiona que todo un Dios, incluso antes de que le ofendamos, ya está inventando la manera de concedernos su perdón. Y, además, de hacernos saber que estamos perdonados. Quiere perdonarnos y que podamos quedar tranquilos. Eso es la confesión. Un buen hombre desembarca en San Francisco y se va a confesar a la primera iglesia que encuentra. -“¿Cómo tarda usted dos años - le pregunta el cura- en venir a confesarse?”
-“Mire usted -explica el hombre, buscando una excusa- yo vivo en tal isla, que, como sabe, está perdida en el Pacífico. Este es el puerto más cercano. Cuando puedo, aprovecho para venir al continente con algún  amigo pescador”.
El cura recuerda que en esta isla hace escala semanalmente una mala línea de aviones. Y le dice: -“Comprendo. Pero todos los lunes tiene usted un servicio de avión”.
-“También yo he pensado en eso -replica el buen hombre, buscando otra excusa-. Pero póngase en mi lugar: tomar ese avión por pecados veniales, es demasiado caro. Y tomarlo con pecados mortales, es demasiado peligroso (Agustín Filgueiras Pita).
Pues no: sabemos que con un acto de contrición tenemos la gracia de Dios, aunque el sacramento nos da la seguridad del perdón. Porque conviene enseguida pedir perdón a Dios, ya un solo día en pecado mortal “es demasiado peligroso”.
Cuaresma es tiempo de perdón, reconciliación con Dios y con el prójimo. No echemos mano de excusas para no perdonar: Dios nos ha perdonado sin tantas distinciones. Como David perdonó a Saúl, y José a sus hermanos, y Esteban a los que lo apedreaban, y Jesús a los que lo clavaban en la cruz. Es como la prueba del nueve que se hace para ver si una división está bien hecha, así el padrenuestro se reza bien si se cumple ese colofón, como condición, o petición para que nos quede bien grabado que si perdonamos, nuestro corazón puede abrirse al perdón divino: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Dios nos ha perdonado mucho, y no debemos guardar rencor a nadie. Hemos de aprender a disculpar con más generosidad, a perdonar con más prontitud. Perdón sincero, profundo, de corazón. A veces nos sentimos heridos sin una razón objetiva; sólo por susceptibilidad o por amor propio lastimado por pequeñeces que carecen de verdadera entidad. Y si alguna vez se tratara de una ofensa real y de importancia, ¿no hemos ofendido nosotros mucho más a Dios? Él no acepta el sacrificio de quienes fomentan la división.
2. Daniel y sus amigos prefirieron el suplicio que renegar de Dios. Echados al fuego, el emperador que miraba dijo: "yo veo cuatro hombres que caminan libremente por el fuego sin sufrir ningún daño, y el aspecto del cuarto se asemeja a un hijo de los dioses". Daniel pedía a Dios en aquel destierro que sufrían, que dejaran de ser esclavos de los dominadores, oración que podemos hacer nuestra: -«Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Por Abraham, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas marinas. Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados”.
Qué bonito cuando ofrecemos a Dios nuestro corazón. La plegaria de Daniel se apoya por entero en la «misericordia» de Dios. La época de Daniel es un período de prueba, de mucha humillación. Los judíos han sido deportados a Babilonia. Son perseguidos. “En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde... Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor. Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor.»
Sigue pidiendo a Dios que el sacrificio “sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados”. Yo y todos los hombres tenemos necesidad de ti, Señor, buscamos tu rostro: “Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor. Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia”. «Busco tu rostro, el rostro del Señor». Rostro misericordioso… Gracias por inspirarnos esta oración, Señor, estos sentimientos (Noel Quesson).
¿Qué significa misericordia? La alianza con Dios fue rota muchas veces. Israel fue infiel. Pero siempre Dios en lugar de castigar mostraba su misericordia, con imágenes como el amor de esposo que supera las traiciones. El Señor ve la miseria de su pueblo y quiere liberarlo. Ese amor y compasión demostrado por Dios, es fuente de seguridad y esperanza para Israel, sustenta a todos. “La misericordia se contrapone en cierto sentido a la justicia divina y se revela en multitud de casos no sólo más poderosa, sino también más profunda que ella”, dice Juan Pablo II indicando que la justicia es servidora de la caridad: “La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia (lo cual es característico de toda la revelación) se manifiestan precisamente a través de la misericordia”.
3. Cuando Dios perdona, olvida nuestros pecados (algo que nosotros no podemos, cuando nos han ofendido), lo  que significa remisión completa y absoluta. Podemos decir como oración personal nuestra -por ejemplo, después de la comunión- el salmo de hoy: «Señor, recuerda tu misericordia, enséñame tus caminos, haz que camine con lealtad... el Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores...».
Llucià Pou Sabaté
San Nicolás de Flüe, asceta y ermitaño

San Nicolás de Flüe (en alemán: Niklaus von Flüe) (n. 21 de marzo de 1417 - † 21 de marzo de 1487) fue un asceta y ermitaño suizo, santo patrón de Suiza. A veces es invocado como el Hermano Klaus. Nacido en el cantón de Unterwalden, fue hijo de ricos campesinos, distinguiéndose como soldado en acción contra el cantón de Zúrich, que se había rebelado contra la confederación. Alrededor de los treinta años se casó con Dorothy Wiss, hija de un agricultor. Cultivaron la tierra en el municipio de Flüeli en las colinas alpinas, encima de Sachseln sobre el lago Sarnen. Continuaría en el ejército con treinta y siete años, alcanzando el puesto de capitán, según se dice luchando con una espada en una mano y un rosario en la otra. Tras servir en el ejército, llegaría a ser concejal y juez de su cantón en 1459, ejerciendo como juez durante nueve años. Declinaría la oportunidad de servir como Landamman (gobernador) de su cantón.
Tras recibir una visión mística de un lirio comido por un caballo, que reconoció como indicativo de que el cuidado de su mundanal vida (el caballo de tiro arrastrando un arado) se estaba tragando su vida espiritual (el lirio, un símbolo de pureza) decidió dedicarse completamente a la vida contemplativa. En 1467, abandonó a su esposa y a sus diez hijos con su consentimiento, estableciéndose como un ermitaño en el valle de Ranft en Suiza, erigiendo un chantry (un tipo de edificio de iglesia) para un sacerdote de sus propios fondos de modo que pudiera asistir a misa diariamente. Según la leyenda, sobrevivió durante diecinueve años sin alimento a excepción de la eucaristía. Su reputación para la sabiduría y la piedad era tal que figuras de todo Europa vinieron para buscar consejo, y era conocido por todos como el Hermano Klaus. En 1470, el Papa Pablo II concedió su primera indulgencia al santuario en Ranft convirtiéndose en un lugar de peregrinación, puesto que se situa sobre el Jakobsweg (Camino de Santiago), el camino que los peregrinos atraviesan hacia Santiago de Compostela en España. Su consejo previno una guerra civil entre los cantones en la reunión de la Tagsatzung de Stans en 1481 cuando su antagonismo creció. El consejo que les dio sigue siendo un secreto hasta el día de hoy. A pesar de ser analfabeto y tener limitada la experiencia con el mundo, es honrado tanto entre Protestantes como entre Católicos con la unidad nacional permanente de Suiza. Cartas de agradecimiento de Berna y Soleure aún sobreviven. Cuando murió, fue rodeado por su esposa y sus hijos.
Fue beatificado en 1669. Tras su beatificación, el municipio de Sachseln construyó una iglesia en su honor donde su cuerpo fue enterrado. Fue canonizado en 1947 por el Papa Pío XII. Su día de fiesta en la Iglesia Católica Romana es el 21 de marzo, excepto en Suiza y Alemania, que es el 25 de septiembre.
El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica cita una breve oración personal de San Nicolás de Flüe en el párrafo nº 226 del Capítulo 1 de la Parte 1, Sección 2 "La Profesión de Fe Cristiana" bajo el subtítulo IV "Las implicaciones de la fe en un Dios".
Mi Señor y mi Dios, toma de mi todo lo que me distancia de tí.
Mi Señor y mi Dios, dame todo lo que me lleva más cerca de tí.
Mi Señor y mi Dios, sepárame de mi para darte todo a tí.
Como un laico con responsabilidades familiares que se toma en serio sus deberes cívicos al igual que un terrateniente hereditario, el Hermano Klaus es un modelo de heroica valentía para todo aquel preocupado por la prosperidad de las comunidades locales y el uso sostenible del campo abierto. Es el santo patrón de la asociación en lengua alemana KLB (Katholischen Landvolkbewegung), el movimiento de las comunidades rurales católicas.
De las muchas revelaciones espirituales que Nicolás recibió en sus visiones, una en particular se reproduce a menudo en un formato logográfico reducido, como una rueda mística.
Visión del misterio trinitario de San Nicolás de Flüe.Nicolás describió su visión de la Santa Faz en el centro de un círculo con las puntas de tres espadas tocando los dos ojos y la boca, mientras otras tres irradian hacia afuera en una simetría séxtupla evocadora del Sello de Salomón. Una tela pintada con la imagen, conocida como la tela de la oración de meditación asocia el símbolo con seis episodios de la vida de Cristo: la boca de Dios en la Anunciación, los ojos que espían la Creación tanto en su inocencia antes de la Caída de Adán y Eva como en su redención en el Calvario, mientras en la dirección opuesta hacia el interior la traición de su discípulo Judas Iscariote en el Jardín de Getsemaní apunta a la corona del Pantocrátor situada en la sede del juicio, la buena nueva de la escena de la Natividad "Gloria a Dios en las alturas y paz a su pueblo sobre la Tierra" se hace eco en el oído derecho de la cabeza, mientras que el memorial de la Cena del Señor "Este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros" en la oración de consagración en la Divina Liturgia de la Misa se hace eco en el oído izquierdo de la cabeza.
Estos seis medallones contienen símbolos adicionales de actos de bondad cristiana:
1.Dos muletas sugieren Visitar al enfermo como una obra de misericordia.
2.El bastón del excursionista con la bolsa de viaje sugiere la Hospitalidad a forasteros.
3.Una barra de pan, pescado y una jarra de agua y vino representan Alimentar al hambriento, saciar al sediento.
4.Las cadenas indican Cuidados al encarcelado.
5.Las prendas de Cristo evocan Vestir al desnudo.
6.Un ataud nos recuerda Enterrar a los muertos.
Esta interpretación visual encapsula la piedad personal de campesinos rurales, muchos analfabetos, para quienes la historia de la salvación estaba expresada en estos aspectos cruciales de la relación de amor de Dios con nosotros y el deber cristiano de amar al prójimo. La gracia santificante fluye de la víctima pascual en la cruz, una imagen de Nicolás descrita en su visión de la corriente,[9] donde el Tabernáculo se sitúa sobre un manantial que fluye en adelante cubriendo la tierra, haciéndose eco de los ríos que fluyen desde el Templo en las visiones de Ezequiel. Tales profundos insights sobre los sentidos de la escritura alegórico, anagógico y tropológico a menudo se pierden en la exégesis bíblica moderna que se centra demasiado estrictamente en el sentido literal, el método histórico-crítico.
Bibliografía
Abel, Winfried, “The Prayer Book of St. Nicholas of Flue: Mystery of the Center”, Christiana Edition, Stein Am Rhein, 1999.
Boos, Thomas, “Nicholas of Flue, 141-1487, Swiss Hermit and Peacemaker”, The Pentland Press, Ltd, Edinburgh, 1999.
Kaiser, Lother Emanuel, “Nicholas of Flue-Brother Nicholas: Saint of Peace Throughout the World.” Editions du Signe, Strausbourg, 2002.
Yates, Christina, “Brother Klaus: A Man of Two Worlds” The Ebor Press, York, England, 1989.
“Brother Klaus: Our Companion Through Life” , Bruder-Kalusen-Stiftung-Sachseln, 2005.
"The Transformed Berserker: The Union of Psychic Opposites" The Archetypal Dimensions of the Psyche. von Franz, Marie-Louise. 

Lunes semana 3 de Cuaresma

Lunes de la semana 3 de Cuaresma

Jesús nos da el agua viva que cura, que sacia la sed, que crece cuando se comunica con el amor
“En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente reunida en la sinagoga de Nazaret: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó” (Lucas 4,24-30).
1. “Jesús dijo a los de Nazaret que «ningún profeta es bien recibido en su patria... muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio”, como vemos en la primera lectura. Los paisanos de Jesús se llenaron de ira; “y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó”. Esperaban ver cosas extraordinarias. No tienen fe, y Jesús no hizo allí ningún milagro. Aquellas gentes sólo vieron en Él al hijo de José, el que les hacía mesas y les arreglaba las puertas. No supieron ver más allá. No descubrieron al Mesías que les visitaba. Nosotros, para contemplar al Señor, hemos de preparar nuestra visión del alma. La Cuaresma es buena ocasión para intensificar nuestro amor con obras de penitencia que disponen el alma a recibir las luces de Dios (Noel Quesson). No te reconocen, Jesús. Tu infancia y juventud habían sido tan normales que ahora no pueden aceptar tu divinidad y necesitan milagros como prueba de que eres el Mesías. ¡Auméntanos la fe! «Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua» (oración).
Veo que tienes contrariedades, Jesús, y sé que éstas me hacen comprender las mías, saber que me ayudan a prepararme para mi misión, como tú la tuya. Lo que me cuesta, me hace crecer. Tu Cruz explicará mis cruces, Señor. El lugar donde sufriste, el dolor de la soledad, las injusticias que has sufrido en momentos como el que leemos hoy, los insultos que recibió... Los de aquel momento y los de toda la historia. El dolor que sientes por lo que yo he hecho mal hoy contra otra persona, o contra mí mismo o contra Ti. Esa es tu cruz, Tú sufres cuando yo no me porto bien.
Y mi cruz de cada día, la que tengo que coger para seguirte, no es ponerme piedras en los zapatos. Mi cruz es el dolor cuando algo me cuesta, las injusticias que sufro, el cansancio de una clase o trabajo duros, luchar contra la pereza, el esfuerzo por ser generoso -porque me cuesta dar mis cosas-. Mi cruz es trabajar bien cuando no me apetece. Y saber obedecer cuando no quiero, y luchar contra esas debilidades que me cuestan... todo esto es obedecer y así al hacer la voluntad de Dios, amar a Dios y a los demás, más que mi voluntad. Durante esta cuaresma, Señor, quiero coger mi cruz de cada día porque quiero seguirte. ¡Que sea generoso, Dios mío!
2. Cuenta el Libro de los Reyes que “Naamán, general del ejército del rey de Arám, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Arám. Pero este hombre, guerrero valeroso, padecía de una enfermedad en la piel”. Su mujer tenía una esclava judía que le dijo a su patrona: "¡Ojalá mi señor se presentara ante el profeta que está en Samaría! Seguramente, él lo libraría de su enfermedad". Naamán fue y le contó a su señor: "La niña del país de Israel ha dicho esto y esto". El rey de Arám respondió: "Está bien, ve, y yo enviaré una carta al rey de Israel". Naamán partió llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez trajes de gala, y presentó al rey de Israel la carta que decía: "Al mismo tiempo que te llega esta carta, te envío a Naamán, mi servidor, para que lo libres de su enfermedad". Apenas el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y se puso nervioso: “Fijaos bien y ved que él está buscando un pretexto contra mí". Pero Eliseo, el hombre de Dios, dijo al rey: "Que él venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel". Naamán llegó y Eliseo mandó un mensajero para que le dijera: "Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio". Pero Naamán, muy irritado, se fue diciendo: "Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano sobre la parte afectada y curaría al enfermo de la piel. ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio?". Y dando media vuelta, se fue muy enojado. Pero sus servidores se acercaron para decirle: "Padre, si el profeta te hubiera mandado una cosa extraordinaria ¿no la habrías hecho? ¡Cuánto más si él te dice simplemente: Báñate y quedarás limpio!". Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor".
Estaba enfermo de lepra, era tozudo, pero al final obedeció y se hizo el milagro. Los sirios tenían fama de poseer secretos mágicos para curar las enfermedades. Los judíos, inferiores en sabiduría y en ciencia profana, tienen el favor divino de curar. Cuando sufro por mis pecados, cuando me siento egoísta, cuando veo que soy cobarde ante mis responsabilidades... ¿acudo a Dios, a la gracia de mi bautismo? Yo también he sido lavado por el agua que purifica por la Fe. No saldré de mis debilidades con mis esfuerzos sino con tus sacramentos, Señor: penitencia y eucaristía... Tú eres: "el que salva", eres mi salvador” (Noel Quesson).
Tu fuerza sigue viva en nosotros, Señor. Me gusta explicar a los pequeños que Jesús nos ha dado una “poción mágica”, un alimento más potente que el de Asterix y la olla donde cayó Obelix, y es la fe y los sacramentos, la santa Misa. Que no la desaprovechemos. Una historia nos puede ayudar a entender su importancia: A media tarde, Jorge entra en la cocina como un huracán y le dice a su mujer:
"-Hola, cariño... Voy a cambiarme. Felipe y yo vamos a jugar un partido de tenis antes de que se haga de noche".
-"¡Pero, Jorge! –se queja su mujer- es muy tarde y tenía preparada una excelente cena: carne a la borgoñesa, y verduras, y una tarta de limón."
"-Lo siento, cariño -responde Jorge- tomaré un bocadillo en un bar. Tómatelo tú..."
A los cinco minutos, Jorge ya está en camino. Su mujer no puede reprimir el llanto.
-"No me quiere", solloza contemplando la excelente cena que había preparado a su marido. Cualquier mujer que lea esto simpatizará con la esposa de Jorge y hasta muchos hombres le darán la razón, sin pensar que casi todos somos culpables de una falta de consideración semejante, cuando no vamos a este encuentro con nuestro Amigo Jesús. Falta de consideración con Jesús. Desprecio del amor que ha derrochado con nosotros. Indiferencia ante el Gran Banquete -la Eucaristía, la Comunión- a que nos invita. ¿Vas a Misa siempre que puedes? ¿Adelantas el estudio para poder ir a estar con tu Amigo acompañándole en la Pasión, que eso es la Misa? Qué buen propósito: durante la Cuaresma ir a Misa siempre que pueda, todos los días que me sea posible (José Pedro Manglano).
3. En nuestra vida aparecen preguntas, dificultades: Si Dios existe, ¿por qué tanto mal en el mundo? ¿Por qué el malo triunfa y el justo viene pisoteado? ¿La omnipotencia de Dios no termina con aplastar nuestra libertad y responsabilidad? Este salmo recoge las aspiraciones del alma: “Como anhela la cierva… así te anhela mi alma… Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo iré y veré la faz de Dios?” Esa aspiración es una necesidad del hombre que no se puede ahogar, nos nace en el interior…
«Ningún manjar es más sabroso para el alma que el conocimiento de la verdad» (Lactancio); te pedimos luz para que miraremos, Señor, y así podemos conocernos a nosotros mismos: considerar tu vida, para conocerte más, para tratarte más, para amarle más, para seguirle más. Son momentos de agradecer esta oportunidad de una nueva conversión, de fomentar la esperanza: Dios se vuelca con gracias muy especiales.  Es el de hoy un salmo de búsqueda…: “Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas. / Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío”.
Cuando no se encuentra a Dios, esas palabras expresan nuestra sed de Él, la unión con Dios: «Tu gracia vale más que la vida» (Salmo 62,4). Esta sed queda saciada en Cristo crucificado y resucitado.
Llucià Pou Sabaté

San José, esposo de l Virgen Maria

San José, Esposo de la Virgen María

(2 Sm 7,4-5.12-14.16) "Yo estableceré para siempre el trono de su reino"
(Rm 4,13.16-18.22) "Yo te he constituido padre de muchas gentes"
(Mt 1,16.18-21.24) "Él salvará a su pueblo de sus pecados"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la plaza de Juan Pablo II en Térmoli (19-III-1983)
---S. José, Padre de Jesús
---Relación padres e hijos
---Intercesión de S. José
--- S. José, Padre de Jesús
“Cantaré eternamente las misericordias del Señor” (Sal 88,1).
Hoy la Iglesia celebra a San José, el “hombre justo” que, en la humildad del taller de Nazaret, proveyó con el trabajo de las propias manos al sustentamiento de la Sagrada Familia.
San José está ante vosotros como hombre de fe y de oración. La liturgia le aplica la Palabra de Dios en el Salmo 88: “Él me invocará: Tú eres mi padre,/ mi Dios, mi roca salvadora” (v.27). Ciertamente, ¡cuántas veces, durante las largas jornadas de trabajo, José habrá elevado su pensamiento a Dios para invocarlo, para ofrecerle su fatiga, para implorar luz, ayuda, consuelo! ¡Cuántas veces! Pues bien, este hombre, que con toda su vida parecía gritar a Dios: “Tú eres mi padre”, obtuvo esta gracia particularísima: el Hijo de Dios en la tierra lo trató como padre. José invoca a Dios con todo el ardor de su espíritu de creyente: “Padre mío”, y Jesús, que trabajaba a su lado con las herramientas del carpintero, se dirigía a él, llamándole “padre”.
Misterio profundo: Cristo que, en cuanto Dios, tenía directamente la experiencia de la Paternidad divina en el seno de la Santísima Trinidad, vivió esta experiencia, en cuanto hombre, a través de la persona de José, su padre putativo. Y José, a su vez, en la casa de Nazaret, ofreció al niño que crecía a su lado el apoyo de su equilibrio viril, de su clarividencia, de su valentía, de las dotes propias de todo buen padre, sacándolas de esa fuente suprema “de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Ef 3,15).
--- Relación padres e hijos
Alguien ha dicho que hoy estamos viviendo la crisis de una “sociedad sin padres”.
Queridos padres: en Dios, fuente de toda paternidad, en su modo de actuar con los hombres, como nos revela la Sagrada Escritura, podéis encontrar el modelo de una paternidad capaz de incidir positivamente en el proceso educativo de vuestros hijos, no sofocando, por una parte, su espontaneidad, ni abandonando, por otra, su personalidad aún inmadura, a las experiencias traumatizantes de la inseguridad y de la sociedad.
José y su Esposa castísima, la Virgen María, no abdicaron de la autoridad que les competía como padres. El Evangelio dice significativamente de Jesús: “...estaba bajo su autoridad” (Lc 2,51). Era una sumisión “constructiva” aquella de la que fueron testigos las paredes de la casa de Nazaret, ya que dice el Evangelio que, gracias a ella, el Niño “iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (ib.,52).
En este crecimiento humano José guiaba y sostenía al Niño Jesús, introduciéndolo en el conocimiento de las costumbres religiosas y sociales del pueblo judío, y encaminándolo en la práctica del oficio de carpintero, del que durante tantos años de ejercicio, él había asimilado todos los secretos. San José enseñó a Jesús el trabajo humano, en el que era experto. El divino Niño trabajaba junto a él, y escuchándolo y observándolo aprendía a manejar los instrumentos propios del carpintero con la diligencia y la dedicación que el ejemplo del padre putativo le transmitía.
En el trabajo hay un específico valor moral con un significado preciso para el hombre y para su realización. En la Encíclica Laborem exercens, he hecho notar precisamente que “mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto sentido se hace más hombre" (n.9).
--- Intercesión de S. José
“Te hago padre de muchos pueblos” (Rm 4,17), se proclama en la primera lectura. Las palabras que Dios dirige a Abraham, ya anciano y todavía sin descendencia, la liturgia se las aplica hoy a San José, el cual no tuvo en absoluto descendencia carnal; Después de haber sido un instrumento particular de la Providencia divina para con Jesús y María, sobre todo durante la persecución de Herodes, San José continúa desempeñando su providencial y “paterna” misión en la vida de la Iglesia y de todos los hombres.
“Padre de muchos pueblos”: la devoción con que los cristianos de todas las partes del mundo, animados en esto por la liturgia, se dirige a San José para confiarle las propias penas y para implorar su protección, confirma el hecho singular de esta paternidad sin límites.
“El me invocará: Tú eres mi padre”. Como San José, invocad también vosotros con una oración asidua y fervorosa al Padre celestial y también vosotros experimentaréis, como él, la verdad de las siguientes palabras del Señor: “Le mantendré eternamente mi favor/ y mi alianza con él será estable” (Sal 88,29).
DP-85
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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
La figura de S. José, que hoy contemplamos, se agiganta cuando vemos que Jesús, siendo el hijo de Dios a quien el cielo y la tierra están sujetos, quiso estar bajo la autoridad de José. La sublimidad de esta obediencia honra a S. José más que todos los elogios que la piedad cristiana pueda dedicarle.
Dios puso en manos de S. José lo que más quería: su Hijo y su Madre. “Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es S. José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular. José viene a ser el broche del AT, broche en el que fructifica la promesa hecha a los patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa” (S. Bernardino de Siena).
De ahí que la Iglesia rece así: “¡Oh, feliz varón, bienaventurado José, a quien le fue concedido no sólo ver y oír al Dios a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo! Ruega por nosotros, bienaventurado José”.
Uno de los rasgos más llamativos de S. José es, sin duda, el silencioso discurrir de su existencia terrena Es realmente impresionante y ejemplar, la vida sencilla, modesta y laboriosa de un hombre que ha recibido de Dios luces tan extraordinarias, testigo de excepción junto con María de la Encarnación del Hijo de Dios -y en cierto modo protagonista-, y no siente la necesidad de encaminar sus pasos por un sendero llamativo que atraiga la atención de sus contemporáneos. “Para él los trabajos, las responsabilidades, los riesgos, los afanes de la singular y pequeña familia sagrada. Para él el servicio, el trabajo, el sacrificio en la penumbra del cuadro evangélico en el cual nos complace contemplarlo y, ahora que nosotros lo sabemos todo, llamarlo dichoso, bienaventurado” (Pablo VI).
“Maestro de vida interior, trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios en relación continua con Jesús: éste es José. Con San José, el cristiano aprende lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los hombres, santificando el mundo. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret” (S. Josemaría Escrivá).
El recurso a S. José debería ser tan confiado y frecuente como lo ha sido y lo es en las almas que le profesan una gran devoción. ¡Id a José! Los Sumos Pontífices han aconsejado a los padres de familia, a los trabajadores, a los emigrantes, a los exiliados, a los adoradores de Dios en el silencio de los templos y de los monasterios y conventos, a los afligidos, a los agonizantes, a los que confiesan su fe y luchan por los derechos de Dios, a todo el pueblo católico, que acudan confiados a S. José. “No me acuerdo de haberle pedido cosa que la haya dejado de hacer, decía Sta. Teresa. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este santo; los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma. Que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer una necesidad, mas este glorioso santo tengo experimentado que socorre en todas y que quiere darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, así en el cielo hará cuanto le pida”.
Es seguro, que quien recibió de Dios la misión de custodiar la frágil y amenazada infancia de Jesús, continuará protegiendo el también frágil y amenazado Cuerpo Místico de Cristo y cada uno de los miembros del mismo que somos cada uno de nosotros.
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Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
"La promesa está asegurada para toda la descendencia"
2 S 7,4-5a.12-14a.16: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre"
Sal 88,2-3.4-5.17-19: "Su linaje será perpetuo"
Rm 4,13.16-18.22: "Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza"
Mt 1,16.18-21.24a: "José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor"
El profeta Natán, que inicialmente había anunciado que David construiría el templo, cambia ahora el sentido de sus palabras, para decir que, por medio del rey, Dios "construirá" una dinastía ("casa") perdurable. Es una promesa personal, porque, mientras al pueblo de Israel se le aseguran paz y seguridad, a David se le anuncia un larguísimo linaje.
En José se dan dos momentos claves: saber esperar sin precipitaciones ("no quería denunciarla"), y aceptar desde la fe el anuncio del origen de la gravidez de su esposa. Con toda verdad se le puede llamar "justo", "bueno" y "honrado". Desde el primer momento de su narración, san Mateo trata de presentar la novedad de Cristo. José, perfecto conocedor de las maravillas obradas por Dios a lo largo del Antiguo Testamento, recibe ahora el anuncio de la última "maravilla". Y oye, atiende y entiende. Porque actuaba desde la plena confianza en Dios.
El hombre que dice no escuchar a Dios le tacha de mudo, pero nunca se le ocurre pensar si es que él mismo está sordo. La miseria del que no atiende ni escucha a otro está en que se cierra a sí mismo el camino, mientras no cambie. ¡Y es que no hay peor cosa que creer que uno ya lo ha escuchado todo y lo sabe todo! Y atender quiere decir que quien habla es importante, y si el mensaje es de Dios, nadie puede distraerse.
— La concepción virginal, obra divina:
"Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas:  «Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo», dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1,20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías:  «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo»" (497; cf. 498).
— San José, patrono de la buena muerte:
"La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ( «De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor»), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros  «en la hora de nuestra muerte» (Ave María), y a confiarnos a san José, Patrono de la buena muerte" (1014).
— "La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el  «sí» del Hijo hecho siervo y en el  «fiat» de su humilde esclava" (2716).
— "El discípulo de Cristo acepta  «vivir en la verdad», es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad.  «Si decimos que estamos en comunión con Él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad» (1 Jn 1,6)" (2470; cf. 2570).
— "Sólo pido por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial personas de oración, siempre que le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que les ayudó a ellos" (Santa Teresa de Jesús, lib. vida, 6).
Tener el oído y el espíritu abiertos para oír a Dios es tener la voluntad decidida a llevar a cabo su encargo.