martes, 7 de marzo de 2017

Miércoles semana 1 de Cuaresma

Miércoles de la semana 1 de Cuaresma

No hemos de pedir cosas mágicas a Jesús, el éxito de la vida es tenerlo a Él mismo como Amigo, y con Él tenemos todo lo demás, para verlo así necesitamos conversión
“En aquel tiempo, habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás»” (Lucas 11,29-32).
1. La reina de Sabá vino desde muy lejos, atraída por la fama de sabio del rey Salomón. Los habitantes de Nínive hicieron caso a la primera a la voz del profeta Jonás y se convirtieron. Jesús dice que aquella Reina “vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás”. Le pedimos que no tengamos el corazón duro, y hagamos caso de esta llamada a mejorar. ¡Qué pena, cuando Jesús «vino a los suyos y los suyos no le reconocieron»! Hoy hace una semana que iniciamos la Cuaresma con el rito de la ceniza. ¿Hemos entrado en serio en este camino de los 40 días?, ¿en casa notan ya que estoy mejorando?: si controlo un poco más el potro salvaje que llevo dentro, que hay que domar (ayuno, sacrificio). Si conecto con Jesús como hijo de Dios que es algo mucho más mágico que los de Avatar conectando con la madre tierra o con su cabalgadura pues así “cargamos las pilas” y nos encendemos de energía de amor de Dios, nos revestimos de la coraza de la fortaleza para arrancar las malas hierbas del egoísmo en nuestra vida (oración). Si una vez hemos preparado nuestra alma sembramos la buena semilla del amor y la llevamos a todos con el servicio y la sonrisa (caridad): «Señor, mira complacido a tu pueblo, que desea entregarse a Ti con una vida santa; y a los que moderan su cuerpo con la penitencia, transfórmales interiormente mediante el fruto de las buenas obras» (oración colecta). Hay quien piensa que ser feliz es tener una consola o el último juego de ordenador, o tener suerte con los exámenes o con los amigos o con la lotería, tener éxito. Pero el éxito es tener a Jesús, ahí está todo. Él dice: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre», el “todo será mejor” del cielo. Queremos ver a Jesús, que se haga realidad todo lo que soñamos, ese mundo mejor, y, de este modo, estar seguros. Jesús responde: «Sí, podéis ver». Ese mundo mágico del Padre se ha hecho visible en el Hijo.
2. Jonás fue a Nínive, la gran ciudad, y predicó durante un día entero: "Dentro de cuarenta días Nínive será destruida". Los ninivitas creyeron en Dios: promulgaron un ayuno y todos, grandes y pequeños, se vistieron de sayal. También el rey de Nínive, al enterarse, se levantó de su trono, se quitó el manto, se vistió de sayal y se sentó en el suelo. Luego mandó pregonar en Nínive este bando: "Por orden del rey y sus ministros, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado, ni pasten ni beban agua. Que se vistan de sayal, clamen a Dios con fuerza y que todos se conviertan de su mala conducta y de sus violentas acciones". Y Dios protegió la ciudad.
Jonás lo pasó mal, cuentan que no se portaba muy bien y se lo tragó un monstruo marino y los tres días y las tres noches que pasó en el corazón de la tierra, en «lo profundo de los infiernos» quedó marcado, las huellas de la experiencia de la muerte le hicieron madurar, dejó de ser un joven frívolo y salió hecho un profeta de pies a cabeza. Señor, si a veces lo paso mal, y Tú lo permites, que aproveche aquel “castigo” no para encerrarme en mis tonterías, sino para madurar. No para quedarme en mi habitación llorando sin abrir a nadie diciendo “no quiero cenar ni hablar con nadie”, “quiero morirme”, “no quiero respirar”, sino diciéndome: “si Tú quieres esto, Señor, será como tus tres días de estar en la Cruz y en el sepulcro, será para resucitar como el gusano que se transforma en mariposa, para vivir a una vida mejor, para transformarme en una persona mucho más fuerte y aprovechar de esta “crisis” y con ayuda de la Virgen, que me trae toda Gracia, que sea una “oportunidad” de victoria.
3. Ver a Jesús; ésta es la respuesta. Rezar nos cansa a veces, no sabemos. Hemos de purificarnos, nuestra alma está “miope”, por eso ahora que dentro de cuarenta días será Pascua, la gran fiesta de  nuestra salvación, vamos a prepararnos… con el salmo de hoy: «oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme». Nos invita la Iglesia a pedir perdón y a perdonarnos unos a otros. Y por mucho que nos cueste algo, más grande es la misericordia de Dios. Vamos aprendiendo a hacer la confesión con sinceridad, como dice el salmo: “¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! / ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! / Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. / No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu”.
Dios no se asusta de mí. Quizá hayas visto la película "Tarzán en Nueva York". Describe las divertidas aventuras de Tarzán y Chita cuando son trasladados en avión desde la selva a la ciudad de los rascacielos, donde todo les llena de asombro y les ocurren mil peripecias. Chita protagoniza una de las sorpresas: al llegar a la habitación del hotel ve reflejada su fea cara sobre el gran espejo del armario. El susto fue tan descomunal que, lanzando un terrible bramido presa de pavor, salió corriendo: no se imaginaba que aquel feísimo "monstruo" que ha visto en la habitación es su propia imagen reflejada en el espejo. La escena acaba bien: Chita se refugió en los brazos de Tarzán, que la cogió con afecto, calmándola con sus caricias. Y es que Tarzán quería a Chita como era: con sus pelos negros y largos, su rostro de irracional y su mirada extraviada.
Dios nos quiere a cada uno de nosotros infinitamente más: sabe mejor que nadie cómo somos; conoce nuestros fallos; no ignora que somos miserables y que tenemos muchos defectos. Nos conoce mucho mejor que podemos conocernos a nosotros mismos, y tiene en cuenta nuestras cosas buenas y nuestros deseos de mejorar (José Pedro Manglano). Dios no se asusta de nuestras tonterías. Gracias, Dios mío, porque me quieres a mí y a cada uno más que todas las madres del mundo puedan querer a sus hijos; no te asustas ante nuestras torpezas, ni ante nuestras miserias, y nos acoges con un cariño infinitamente mayor que el que tenía Tarzán a Chita. El problema es que cuando yo voy descubriendo mis limitaciones, fallos, miserias, etc., me puedo "medio asustar" y pensar que no me es posible ser santo, que no puedo estar cerca de ti, entonces puedo desanimarme, olvidarme de que Tú me quieres como soy, y alejarme de Ti. Que no me pase esto, Señor. Si alguna vez me alejo de Ti, volveré corriendo a tu lado contándote lo que me pasa. Y también a las personas que me fío: padres, hermanos, abuelos, parientes, en el cole el preceptor o tutor,  amigos y sacerdote, etc., porque cuando se me mete una idea de que soy super-raro y el único que le pasa algo, como que tengo una cara fea porque me sale un grano, en cuanto lo cuento y me dicen que es normal… me quedo ya tranquilo. Y esto en todo…
¿Por qué descorazonarnos, cuando en nuestro camino de conversión encontramos algo que se nos hace tremendamente difícil de superar? ¿Somos más grandes nosotros que la Misericordia de Dios? ¿Es más milagroso el hecho de que una mujer vaya a escuchar a Salomón, o el que una ciudad completa, se convierta ante la voz de un profeta, que la Resurrección del Hijo de Dios? Muchas veces a lo largo de la vida hemos pedido perdón, y muchas veces nos ha perdonado el Señor. Cada uno de nosotros sabe cuánto necesita de la misericordia divina: Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas (Salmo 24, 6), leemos en la Antífona de la Misa. La Cuaresma es un tiempo oportuno para cuidar muy bien el modo de recibir el sacramento de la Penitencia, ese encuentro con Cristo, que se hace presente en el sacerdote. Allí nos acoge, nos cura, nos limpia, nos fortalece. Cuando nos acercamos a este sacramento debemos pensar ante todo en Cristo. Él debe ser el centro del acto sacramental. Y la gloria y el amor a Dios han de contar más que nuestros pecados. Se trata de mirar mucho más a Jesús que a nosotros mismos; más a su bondad que a nuestra miseria, pues la vida interior es un diálogo de amor en el que Dios es siempre el punto de referencia. Somos como el hijo pródigo que vuelve a la casa paterna (Francisco Fernández Carvajal).
Llucià Pou Sabaté

San Juan de Dios, religioso

San Juan de Dios (Montemor-o-Novo 8 de marzo de 1495 - Granada 8 de marzo de 1550) es el fundador de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Su nombre de pila era João Cidade Duarte (Juan Ciudad Duarte en español).
Cuando aún no contaba con doce años, se establece en Oropesa, (Toledo) (España), en la casa de Francisco Cid Mayoral, al cual le servía como pastor. A la edad de 27 años, (1523) se alistó en las tropas de un capitán de infantería llamado Juan Ferruz, al servicio del Emperador Carlos I, en la defensa de Fuenterrabía, contra de las tropas francesas. Fue para él una dura experiencia, siendo expulsado por negligencia en el cuidado de las ganancias de su compañia (se salvo en el último momento de ser ahorcado). A pesar de ello, volvió a combatir en las tropas del conde de Oropesa en 1532, en el auxilio de Carlos V a Viena, sitiada por los turcos de Soliman I.
Al desembarcar en España por la costa gallega, siente la necesidad de entrar en Portugal y reencontrarse con sus orígenes. Pero este deseo se ve seriamente frustrado: sus padres han muerto; tan sólo queda su tío. De allí pasa a Andalucia y estando de paso en Gibraltar decide embarcar para África. En su mismo barco, encuentra al caballero Almeyda, su mujer y sus cuatro hijas que habían sido desterrados por el rey de Portugal enviándolos a Ceuta. El padre le contrata como sirviente, pero pronto cayeron todos enfermos, gastando la poca fortuna que traían, viéndose en la necesidad de pedir socorro a Juan de Dios. Este, mostrando ya la enorme caridad que le convertiría en santo, se pone a trabajar en la reconstrucción de las murallas de la ciudad, permitiendo que de su salario comiesen todos. Más tarde, pasa a Gibraltar, donde se hace vendedor ambulante de libros y estampas. De ahí se traslada definitivamente a Granada, en 1538, y abre una pequeña librería en la Puerta Elvira. Sería en esta librería donde comienza su contacto con los libros de tipo religioso.
El 20 de enero de 1539 se produce un hecho trascendental. Mientras escuchaba el sermón predicado por San Juan de Ávila en la Ermita de los Mártires, tiene lugar su conversión. Las palabras de Juan de Ávila producen en él una conmoción tal, que le lleva a destruir los libros que vendía, vaga desnudo por la ciudad, los niños lo apedrean y todos se mofan de él. Su comportamiento es el de un loco y, como tal, es encerrado en el Hospital Real. Allí trata con los enfermos y mendigos y va ordenando sus ideas y su espíritu mediante la reflexión profunda. Juan de Ávila dirige su joven e impaciente espíritu y lo manda peregrinar al santuario de la Virgen de Guadalupe en Extremadura. Allí madura su propósito y a los pies de la Virgen promete entregarse a los pobres, enfermos y a todos los desfavorecidos del mundo.
Juan vuelve a Granada en otoño de ese mismo año, lleno de entusiasmo y humanidad. Los recursos con los que cuenta son su propio esfuerzo y la generosidad de la gente. En un principio Juan utiliza las casas de sus bienhechores para acoger a los enfermos y desfavorecidos de la ciudad. Pero pronto tuvo que alquilar una casa, en la calle Lucena, donde monta su primer hospital. Pronto crece su fama por Granada, y el obispo le pone el nombre de Juan de Dios. En los siguientes diez años crece su obra y abre otro hospital en la Cuesta de Gomérez. Es, así mismo, un innovador de la asistencia hospitalaria de su época. Sus obras se multiplican y crece el número de sus discípulos -entre los cuales destaca Antón Martín, creador del Hospital de la Orden en Madrid llamado de Nuestra Señora del Amor de Dios- y se sientan las bases de su obra a través del tiempo. El 8 de marzo de 1550, a los 55 años, moría Juan de Dios en Granada, víctima de una pulmonía a consecuencia de haberse tirado al Genil para salvar a un joven que, aprovechando la crecida del río, había ido para hacer leña pero se cayó en medio de la corriente y estaba en trance de ahogarse. Lógico final para una vida totalmente entregada a los demás.
Fue beatificado por el papa Urbano VIII el 1 de septiembre de 1630 y canonizado por el papa Alejandro VIII, el 16 de octubre de 1690. Fue nombrado santo patrón de los hospitales y de los enfermos.
A su muerte su obra se extendió por toda España, Portugal,Italia y Francia y hoy día está presente en los cinco continentes.

lunes, 6 de marzo de 2017

Martes semana 1 de Cuaresma

Martes de la semana 1 de Cuaresma

La oración transforma el alma como tierra fértil para acoger la semilla divina, a ejemplo de santa María.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,7-15).
1. Jesús nos recomienda la oración y nos enseña el «Padrenuestro». Podemos hablar con Dios como padre, llamarle “papá”, con una confianza de niño pequeño con su padre, santa osadía. Es tan bonito ver que no es un “dios” lejano al que rendimos homenaje y pedimos a cambio cosas, sino un “padre” al que amamos y que espera de nosotros correspondencia a su amor. La palabra "abba" expresa esa confianza extrema en aquella tierra, la que los niños usan al echarse en brazos de su padre: algo así como "¡papaíto querido!": Jesús nos anima a tratar a Dios como padre, como Él lo trata: “Padre nuestro, que estás en el cielo, / sólo tu eres santo, / tu estás por encima de todo, / eres ternura y misericordia. / ¡Bendito sea tu nombre! / ¡No abandones la obra de tus manos, / hazte reconocer por lo que eres, / que venga tu Reino, / que los hombres descubran tu presencia, / pues tú eres el Dios fiel!
¡Danos hoy el pan de la vida, / tu palabra y tu Hijo, / tu gracia y tu luz, / para el camino de este día! / ¡Bendito seas, / tú que has cancelado toda nuestras deudas / salvándonos por Jesucristo: / también hoy perdónanos, / como nosotros perdonamos / a todos los que nos ofenden, / en la paz de tu gracia! / ¡Padre, / no nos sometas a la gran prueba, / guárdanos en la fe y la esperanza / pues nunca renegaremos de tu nombre y tu palabra! / ¡Líbranos del Adversario, / pues tú eres nuestro Dios, el único, / Dios santo, Padre de ternura!” (Sal Terrae).
Esto es la oración, que nuestro corazón se haga campo para la palabra como decía el profeta, tierra que se deja absorber por la semilla. María es la que mejor «guardaba» la palabra en su corazón y daba fruto. Ella ha llevado en sí todo el pueblo de Israel, sus esperanzas, y la Promesa, Jesús. Ella, entregada a la oración, ha convertido el sufrimiento y la grandeza de aquella historia en tierra fértil para el Dios vivo. Gracias, Madre mía, porque te haces tierra, ser transformada en aquel que tiene necesidad de nosotros para hacerse fruto de la tierra. Te pido que hagas realidad la oración colecta de hoy: hacernos deseo ardiente de Dios. En este tiempo de hacer cosas, de activismo y poca contemplación, acudimos a tu intercesión para profundizar  de la oración, el anhelo de Dios y la fe, para que como la semilla germinó en tualma, y una nueva vida pudiera ver la luz, también nosotros acojamos a Jesús.
2. Cuentan de un hombre que estaba arriba el  tejado de casa suya durante una inundación; el agua le llegaba a los pies, y pasó uno con una canoa y dijo:
-"He venido a salvarte!"
-"¡No!, dijo él, he rezado a mi Dios y Él me salvará".
Pasaba el tiempo, el agua le llegaba ya a la cintura, cuando llegó una lancha a motor:
-"Quieres que te lleve a un lugar más alto?"
-"No, gracias, tengo fe en Dios, a quien he rezado y él me salvará."
-"Tú te lo pierdes...!"- cogió la lancha y se fue. Y cuanto el agua le llegaba al cuello, lo vio un helicóptero que desde lejos lo había visto, con las sirenas encendidas, y con el altavoz le gritan:
-"¡Cógete a esta cuerda y te subiremos!"
-"¡no gracias, he rezado a mi Señor y tengo fe en él, que me salvarà!”
Desconcertado el piloto, dejó aquel hombre al tejado, y poco después, moría ahogado; y cuanto fue a recibir la recompensa, que se presentó ante Dios, le dijo:
-"Señor, yo tenía total fe en que tú me salvarías y me has abandonado: ¿Porqué?".
Y dice la historieta que Dios le contestó: "¿Que más querías que hiciera?: fuiste tú que no quisiste salvarte. Yo te envié una canoa, una lancha a motor y un helicóptero, ¿qué más querías?"
Bien, a veces no sabemos reconocer estas señales de Dios, y nos obsesionamos, nos ahogamos por un problema y la solución está a nuestro lado; buscamos una felicidad de maneras equivocadas, en lugar de disfrutar de lo que se nos da. El Señor nos escucha siempre, pero no siempre de la forma que le pedimos… A veces pedimos las grandes cosas, y Dios está en las pequeñas cosas, las que pasen hoy y ahora, cada día y a  cada hora concreta, en cada momento... ahí nos da “el pan nuestro de cada día”… No podemos dejar pasar aquella oportunidad, cada momento es especial…
Hay una canción de uno que se cree el Rey que manda más que nadie y dice “y mi palabra es la ley…” esto no verdad, porque ya vimos el domingo que no somos Dios, y nos estropeamos si no queremos obedecer la ley de Dios, como nos dice hoy por boca del profeta Isaías. En contra de lo que dice el profeta, Israel no obedece. La semilla de Dios en el mundo no parece dar resultados. Isaías, profeta del consuelo, canta cuanto hay de bello y de hermoso en el mundo  para devolver la ilusión y la esperanza. Confianza en que a pesar de todo, Dios concede esos dones que promete: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé”.
Jesús, sé que eres tú la Palabra encarnada, que da fruto y nos salva. En ti, Señor, tu Padre Dios se ha comprometido con nosotros, eres la nueva Alianza, nuestra salvación. Y eres la misma palabra de Dios que te nos das en la Eucaristía, como dice hoy la oración sobre las ofrendas: "transforma en sacramento de vida eterna el pan y el vino  que has creado para sustento temporal del hombre". Tú nos divinizas, Señor, contigo la tierra ya no será desolada, sino fértil porque acogerá esta simiente divina. Aquí vemos también a María, tierra santa de la Iglesia: que la palabra de Dios no quedó vacía y limitada a sí misma, sino que asumió lo otro, la tierra; en la «tierra» de la Madre, la palabra se hace hombre, y ahora, amasada con la tierra de la humanidad entera, puede de nuevo volver a Dios. La Virgen María es la que sabe decir que sí a lo que Dios le pide, y es estupendo cómo nos trajo a Jesús.
3. Por eso dice el salmo que el Señor está al lado de los que tienen roto el corazón, y los ayuda: “Engrandeced conmigo a Yahveh, ensalcemos su nombre todos juntos”. Al buscarte, Señor, me libras de mis miedos: “He buscado a Yahveh, y me ha respondido: me ha librado de todos mis temores. Los que miran hacia él, refulgirán: no habrá sonrojo en su semblante”. Eres mi roca que me da paz: “Cuando el pobre grita, Yahveh oye, y le salva de todas sus angustias. Los ojos de Yahveh sobre los justos, y sus oídos hacia su clamor”. Nos libras de toda angustia, y me levantas de toda pena: “Yahveh está cerca de los que tienen roto el corazón. Él salva a los espíritus hundidos”.
Llucià Pou Sabaté
Santa Perpetua y santa Felicidad, mártires

Estas dos santas murieron martirizadas en Cartago (África) el 7 de marzo del año 203.
Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población. Mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo.
Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien.
Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó voluntariamente.
Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas, eran inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos documentos narran lo siguiente.
El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir.
Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.
Dice Perpetua en su diario: "Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión".
Afortunadamente al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y dieron dinero a los carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos sofocante y oscura que la anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo menos entraba la luz del sol,y no quedaban tan apretujados e incómodos. Y permitieron que le llevaran al niño a Perpetua, el cual se estaba secando de pena y acabamiento. Ella dice en su diario: "Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, y a aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor". Las tías y la abuelita se encargaron después de su crianza y de su educación.
El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores. La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Ella narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.
Primero pasaron los esclavos y el díacono. Todos proclamaron ante las autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses.
Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la religión del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito. Ella se conmovía intensamente pero terminó diciéndole: ¿Padre, cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente? "Una bandeja", respondió él. Pues bien: "A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre".
Y añade el diario escrito por Perpetua: "Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo".
El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara. Pero había un inconveniente: que Felicidad iba a ser madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba diciéndole: "Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: "Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza".
A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística. Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban a cual de animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo.
A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así valientemente su sangre por nuestra religión.
Antes de llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres entraran vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y ninguno quiso colocarse vestidos de religiones falsas.
El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los carceleros, llamado Pudente, y le dijo: "Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño". Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí le dio un tremendo mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra el santo diácono. Entonces soltaron a un leopardo y éste de una dentellada destrozó a Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.
A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la cual las corneó sin misericordia. Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando los vestidos de manera que no diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta. Y se arreglaba también los cabellos para no aparecer despeinada como una llorona pagana. La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos. Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está esa tal vaca que nos iba a cornear?
Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, las dos jóvenes valientes se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello donde debía darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda generosidad.
Estas dos mujeres, la una rica e instruida y la otra humilde y sencilla sirvienta, jóvenes esposas y madres, que en la flor de la vida prefirieron renunciar a los goces de un hogar, con tal de permanecer fieles a la religión de Jesucristo, ¿qué nos enseñarán a nosotros? Ellas sacrificaron un medio siglo que les podía quedar de vida en esta tierra y llevan más de 17 siglos gozando en el Paraíso eterno. ¿Qué renuncias nos cuesta nuestra religión? ¿En verdad, ser amigos de Cristo nos cuesta alguna renuncia? Cristo sabe pagar muy bien lo que hacemos y renunciamos por El.

Lunes semana 1 de Cuaresma

Lunes de la semana 1 de Cuaresma

Necesitamos convertirnos, para crear una cultura del amor, y además en el amor seremos juzgados
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Y él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna»” (Mateo 25,31-46).
1. Hoy se nos recuerda el juicio final, “cuando el Hijo del hombre venga en su gloria” y “Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos”. Y en ese gran momento, dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los que van al cielo piensan: resulta que Cristo estaba en los demás, y no lo veíamos, y le dicen: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”». Sigue con los condenados, que nos da mucha pena…
Jesús no habla aquí de ir a Misa y cumplir otros mandamientos, sino de tener buen corazón con los demás. Hacemos o dejamos de hacer con él lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean. Es una de las páginas más sorprendentes de todo el evangelio. Una página que se entiende demasiado bien. El amor fraterno es la mejor preparación para participar de la Pascua de Cristo, se nos dice desde el principio de la Cuaresma. Es un programa exigente. Amar a nuestro prójimo: a nuestra familia, a los compañeros de clase, a los vecinos del barrio o de la escalera del edificio. Va en serio: «cada vez que lo hicisteis con ellos, conmigo lo hicisteis; cada vez que no lo hicisteis con uno de ellos, tampoco lo hicisteis conmigo». Tenemos que ir viendo a Jesús mismo en la persona del prójimo. Para un estudiante, será visitar al compañero enfermo y explicarle las cosas que han dado en clase mientras no ha ido. De ayudar al que pasa hambre: si guardamos en la hucha para dar a los que vemos en la tele que están necesitados. Si estudiamos para arreglar el mundo, el día de mañana, con nuestra ciencia. Alguien ha dicho que tener un enfermo en casa es como tener el sagrario: pero entonces debe haber muchos «sagrarios abandonados». Será la manera de preparar la Pascua de este año: «anhelar año tras año la solemnidad de la Pascua, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno» (prefacio I de Cuaresma). Será también la manera de prepararnos a sacar buena nota en ese examen final. «Al atardecer de la vida, seremos juzgados sobre el amor» (S. Juan de la Cruz): si hemos dado de comer, si hemos visitado al que estaba solo. Al final resultará que eso era lo único importante (J. Aldazábal).
Por tanto, en la vida no es importante hacer cosas grandes sino amar, ésta es la cosa grande, como dice S. Agustín: “A los que se salvan Jesús no les dirá: “hiciste esta o aquella obra grande”, sino: “tuve hambre y me disteis de comer”; a los que están a la izquierda no les dirá: “hicisteis ésta o aquélla obra mala”, sino: “tuve hambre y no me disteis de comer.” Los primeros, por su limosna irán a la vida eterna; los segundos por su esterilidad, al fuego eterno, Elegid ahora el estar a la derecha o a la izquierda”… Cristo vive en los cristianos, y le da un sentido más profundo a las relaciones humanas, ver a Jesús en los demás da una orientación a todo nuestro actuar: “el corazón del progreso es el progreso del amor. Y el corazón del amor es la cruz, el perderse con Jesús” (Ratzinger). Hoy en Roma se revive una “estación”, una Misa en una iglesia importante, es en San Pedro “in Vinculis”, iglesia construida al lado de un tribunal romano; ahí se guardan las cadenas de Pedro en la cárcel. ¿El amor encadena? De una manera diferente al juego al que uno se engancha, pero engancha… pero qué bonito engancharse a lo bueno…
Hoy rezamos: “dame fuerzas, Señor, para convertirme”. ¿Qué es convertirse? Seguir a Jesús, acompañarle, caminar con Él, no querer ser “libres” de Dios, sino engancharnos a él, tener necesidad de su amor, de rezar, desear la fe, esperanza y amor antes que nuestro gusto, caprichos y comodidades, los falsos dioses que nos engañan.
Cuentan que un importante señor gritó al director de su empresa, porque estaba enfadado en ese momento. El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado, porque había un abundante almuerzo en la mesa. Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato. La empleada dio una patada al perro porque la hizo tropezar. El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la acera, porque le cerraba el paso. Esa señora fue al hospital para ponerse la vacuna y que le curaran la herida, y gritó al joven médico, porque le dolió la vacuna al ser aplicada. El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado. Su madre, tolerante y un manantial de amor y perdón, acarició sus cabellos diciéndole: -"Hijo querido, prometo que mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor". Bendijo a su hijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos... En ese momento, se interrumpió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor. Si tú eres de los que entraron en un círculo del odio, acuérdate que puedes romperlo con tolerancia, dulzura, perdón y amor. No caigamos en el círculo del odio pensando que es imposible encontrar amor: la manera más rápida de recibir amor es darlo, hay más alegría en dar que en recibir. El amor lo perdemos cuando lo queremos para nosotros, es como el fuego que cuando lo extendemos nos acaricia con su calor; el amor tiene alas y no hay que encadenarlo. El amor es el don más preciado que Dios nos ha regalado, y que nos da la oportunidad de regalar. Además, cuanto más se da más nos queda porque se agranda nuestro corazón al amar, ahí está el secreto del amor. De nada tiene necesidad este mundo como del amor. El amor alienta, sonríe, atrae, confía, enternece, canta, tranquiliza, guarda silencio, edifica, siembra, espera, consuela, suaviza, aclara, perdona, vivifica, es dulce; es pacífico; es veraz, es luminoso, es humilde, es sumiso, es manso, es espiritual, es sublime, todo lo puede... No hay dificultad por muy grande que sea, que el amor no lo supere. -No hay enfermedad por muy grave que sea, que el amor no la sane. -No hay puerta por muy cerrada que esté, que el amor no la abra. -No hay distancias por extremas que sean, que el amor no las acorte tendiendo puentes sobre ellas. -No hay muro por muy alto que sea, que el amor no lo derrumbe. -No hay pecado por muy grave que sea, que el amor no lo redima. -No importa cuán serio sea un problema, cuán desesperada una situación, cuán grande un error, el amor tiene poder para superar todo esto. Quien es capaz de experimentar realmente el amor, puede ser la persona más feliz y más poderosa del mundo. Amar... Siempre... En cada acto, en cada pensamiento, en cada día que amanece, en cada noche que llega, hacer de la vida siempre una canción de amor...
2. El Señor fue dando a Moisés un “código de santidad”: “No odiarás a tu hermano en tu corazón: deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él. No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”: mientras que hay cosas que cambiaron con Jesús pero otras que nunca cambian: no robar, no engañar, no guardar rencor, no maldecir al sordo (aprovechando que no puede oír) y no poner tropiezos ante el ciego (que no puede ver). La consigna final es bien positiva: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Todo ello en nombre de Dios: «yo soy el Señor». Dios quiere que seamos santos como él, que le honremos más con las obras que con los cantos y las palabras. “Sed santos, porque Yo el Señor, vuestro Dios, soy Santo”. Jesús dirá: «sed perfectos como vuestro Padre es perfecto».  Y es que lo demás no nos llena, como decía S. Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones 1,1).
3. El Salmo nos recuerda que “la ley del Señor es perfecta, reconforta el alma…; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos… los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos”. El mandamiento de Dios es el amor, y el amor verdadero es el que sigue estos mandamientos… ¡qué misterio! Somos como un coche con muchas posibilidades, pero que está mal de frenos… nos avisa la cabeza: “que viene bajada, no aceleres”, pero a veces nos gusta la velocidad, y ya es demasiado tarde… no tomamos bien la curva y nos salimos, o chocamos contra un árbol… por eso tenemos los mandamientos: prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo y mandan lo que le es esencial, para ayudarnos a no salirnos del camino, a no chocar, a no estrellarnos llevados por las pasiones. Al final, es lo que hace feliz: «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida»… Si contemplamos la Palabra de Dios viva, que es Jesús, si hacemos oración, si hacemos de su Palabra nuestro alimento cotidiano, nuestra delicia... por ese camino alcanzaremos la santidad.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 4 de marzo de 2017

Domingo de la semana 1 de Cuaresma ; ciclo A

Domingo de la semana 1 de Cuaresma; ciclo A

Con Jesús las tentaciones nos ayudan a ser más de Dios, y luchar con más esperanza: “no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Con Jesús vencemos las tentaciones, porque la oración nos hace fuertes
 En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó diciendo: -Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: -Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le dijo: -También está escrito: No tentarás, al Señor, tu Dios.Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor le dijo: -Todo esto te daré si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: -Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían” (Mateo 4,1-11).
1. Seguiremos hoy el comentario de Ratziger al relato de San Mateo que hoy consideramos, señala que desde el momento de la teofanía que Jesús recibe en su bautismo, donde se proclama su unción como Mesías, "queda investido de esa misión. Los tres Evangelios sinópticos nos cuentan, para sorpresa nuestra, que la primera disposición del Espíritu lo lleva al desierto «para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). La acción está precedida por el recogimiento, y este recogimiento es necesariamente también una lucha interior por la misión, una lucha contra sus desviaciones, que se presentan con la apariencia de ser su verdadero cumplimiento. Es un descenso a los peligros que amenazan al hombre, porque sólo así se puede levantar al hombre que ha caído. Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana —esto forma parte del núcleo de su misión—, recorrerla hasta el fondo, para encontrar así a «la oveja descarriada», cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil.
El descenso de Jesús «a los infiernos» [lugar de los muertos, no lo que llamamos hoy lugar de condenación] del que habla el Credo (el Símbolo de los Apóstoles) no sólo se realiza en su muerte y tras su muerte, sino que siempre forma parte de su camino: debe recoger toda la historia desde sus comienzos -desde «Adán»-, recorrerla y sufrirla hasta el fondo, para poder transformarla... el relato de las tentaciones guarda una estrecha relación con el relato del bautismo, en el que Jesús se hace solidario con los pecadores. Junto a eso, aparece la lucha del monte de los Olivos, otra gran lucha interior de Jesús por su misión. Pero las «tentaciones» acompañan todo el camino de Jesús, y el relato de las mismas aparece así —igual que el bautismo— como una anticipación en la que se condensa la lucha de todo su recorrido".
"Mateo y Lucas hablan de tres tentaciones de Jesús en las que se refleja su lucha interior por cumplir su misión, pero al mismo tiempo surge la pregunta sobre qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana. Aquí aparece claro el núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras".
 Una de las más sibilinas es cuando muestra la razón de bien de algo que no está bien. "Es propio de la tentación adoptar una apariencia moral: no nos invita directamente a hacer el mal, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor: abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo. Además, se presenta con la pretensión del verdadero realismo. Lo real es lo que se constata: poder y pan. Ante ello, las cosas de Dios aparecen irreales, un mundo secundario que realmente no se necesita".
Como veremos en la primera lectura, la cuestión de Dios es el interrogante fundamental que nos pone ante la encrucijada de la existencia humana. ¿Qué debe hacer el Salvador del mundo o qué no debe hacer?: ésta es la cuestión de fondo en las tentaciones de Jesús. Las tres tentaciones son idénticas en Mateo y Lucas, sólo varía el orden. Sigamos el orden que nos ofrece Mateo por la coherencia en el grado ascendente con que está construida". De hecho, pienso que el orden de Lucas cuadra mejor con una catequesis sobre los tres obstáculos en nuestro caminar (ley del gusto o concupiscencia de la carne, afán desmesurado de poder y gloria o concupiscencia de los ojos, y soberbia) que se combaten con los tres métodos que nos presenta la Cuaresma (oración, limosna y ayuno); pero lo dejamos para cuando comentemos la versión de Lucas.
Jesús, «después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre» (Mt 4,2). Ya nos referimos el miércoles de Ceniza cómo "en tiempos de Jesús, el número 40 era ya rico de simbolismos en Israel". Aquellos años del desierto, "que fueron tanto los años de su tentación como los años de una especial cercanía de Dios. También nos hace pensar en los cuarenta días que Moisés pasó en el monte Sinaí, antes de que pudiera recibir la palabra de Dios, las Tablas sagradas de la Alianza. Se puede recordar, además, el relato rabínico según el cual Abraham, en el camino hacia el monte Horeb, donde debía sacrificar a su hijo, no comió ni bebió durante cuarenta días y cuarenta noches, alimentándose de la mirada y las palabras del ángel que le acompañaba". Los Padres, como muchos en la antigüedad gustaban de la simbología numérica, y "han visto también en el 40 el número cósmico, el número de este mundo en absoluto: los cuatro confines de la tierra engloban el todo, y diez es el número de los mandamientos. El número cósmico multiplicado por el número de los mandamientos se convierte en una expresión simbólica de la historia de este mundo. Jesús recorre de nuevo, por así decirlo, el éxodo de Israel, y así, también los errores y desórdenes de toda la historia. Los cuarenta días de ayuno abrazan el drama de la historia que Jesús asume en sí y lleva consigo hasta el fondo".
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4, 3). Así dice la primera tentación: «Si eres Hijo de Dios...»; volveremos a escuchar estas palabras a los que se burlaban de Jesús al pie de la cruz: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz» (Mt 27, 40)”. Es poner a prueba a Jesús. “Y esta petición se la dirigimos también nosotros a Dios, a Cristo y a su Iglesia a lo largo de la historia: si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde. Si tú, Cristo, eres realmente el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces. Y, así, tienes que dar a tu Iglesia, si debe ser realmente la tuya, un grado de evidencia distinto del que en realidad posee”.
“Es una prueba hoy muy viva a la fe: ¿cómo permite Dios hambre en los niños, en tantos países? ¿Qué es más trágico, qué se opone más a la fe en un Dios bueno y a la fe en un redentor de los hombres que el hambre de la humanidad? El primer criterio para identificar al redentor ante el mundo y por el mundo, ¿no debe ser que le dé pan y acabe con el hambre de todos? Cuando el pueblo de Israel vagaba por el desierto, Dios lo alimentó con el pan del cielo, el maná”. Vemos respuestas como el marxismo que querían que toda hambre fuera saciada y que «el desierto se convirtiera en pan».
“Jesús mismo se ha convertido en grano de trigo que, muriendo, da mucho fruto. El mismo se ha hecho pan para nosotros, y esta multiplicación del pan durará inagotablemente hasta el fin de los tiempos. De este modo entendemos ahora las palabras de Jesús, que toma del Antiguo Testamento (cf Dt 8, 3), para rechazar al tentador: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4)”. Tantas ideologías sin Dios, “creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan”. Se habla mucho de fraternidad, pero si no hay padres acaban desapareciendo los hermanos, en el sentido de que después de un primer pecado de Adán (levantar el puño contra Dios) aparece el de Caín (mata a su hermano Abel). Por tanto, el buscar resolver la situación social no es un absoluto... Aunque sigue la pregunta: ¿por qué el silencio de Dios? ¿Por qué no actúas, Señor?
 Pasemos a la segunda tentación de Jesús, cuyo significado ejemplar es el más difícil de entender en ciertos aspectos. El diablo cita el salmo 91, la Sagrada Escritura, para hacer caer a Jesús en la trampa: «Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra»". El diálogo es como un debate entre dos expertos de las Escrituras. Cierta erudición exegética puede no sólo estar llena de extravíos, sino ser un instrumento del Anticristo, así se han escrito los peores y más destructivos libros de la figura de Jesús, que desmantelan la fe. Se piensa que Dios no puede actuar en la historia. “La respuesta de Jesús, de nuevo está tomada del Deuteronomio (6, 16): «¡No tentaréis al Señor, vuestro Dios!». Alude a cuando Israel tenía sed en el desierto, y se llega a la rebelión contra Moisés, rebelión contra Dios: «Tentaron al Señor diciendo: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"» (Ex 17,7). Esta escena sobre el pináculo del templo hace dirigir la mirada también hacia la cruz. Cristo no se arroja desde el pináculo del templo. No salta al abismo. No tienta a Dios. Pero ha descendido al abismo de la muerte, a la noche del abandono, al desamparo propio de los indefensos. Se ha atrevido a dar este salto como acto del amor de Dios por los hombres. Y por eso sabía que, saltando, sólo podía caer en las manos bondadosas del Padre. Así se revela el verdadero sentido del Salmo 91, el derecho a esa confianza última e ilimitada de la que allí se habla: quien sigue la voluntad de Dios sabe que en todos los horrores que le ocurran nunca perderá una última protección. Sabe que el fundamento del mundo es el amor y que, por ello, incluso cuando ningún hombre pueda o quiera ayudarle, él puede seguir adelante poniendo su confianza en Aquel que le ama. Pero esta confianza a la que la Escritura nos autoriza y a la que nos invita el Señor, el Resucitado, es algo completamente diverso del desafío aventurero de quien quiere convertir a Dios en nuestro siervo. Es la humildad, el medio para no tentar a Dios, vencer con el ayuno del "yo" esa tentación. Así hemos visto también los dos medios que nos propone la Iglesia en Cuaresma (oración, ayuno) y pasamos a la tercera tentación y medio.
Será el punto culminante de todo el relato de Mateo. El diablo conduce al Señor en una visión a un monte alto. "¿No es justamente ésta la misión del Mesías? ¿No debe ser Él precisamente el rey del mundo que reúne toda la tierra en un gran reino de paz y bienestar?" En otros momentos también quieren hacer a Jesús Rey. Ya veremos cómo Jesús resucitado reina con poder, con el que adquiere en su pasión. En el curso de los siglos, bajo distintas formas, ha existido esta tentación de asegurar la fe a través del poder, y sigue la tentación de aprovecharse de la fe para el mundo, o del mundo para la fe. Jesús, ¿qué has traído entonces? Y sabemos la respuesta: ha traído a Dios. Y Jesús supera las tentaciones para mostrarnos que más allá de las mentiras del demonio, Dios nos da todo: “Al Señor tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto”. Y es entonces cuando se cumple lo que citó el demonio: Y se acercaron los ángeles y le servían». Es un reinado que se adquiere dando la vida, con lo que tocamos el tercero de los medios de Cuaresma, la limosna: y no sólo dar, sino darse, que es el modo de caridad más plena. En la oración post-comunión decimos: "te pedimos, Señor, tener siempre hambre del único Pan vivo y verdadero (Cristo) y vivir de toda palabra que sale de tu boca". Amén.
2. Génesis nos cuenta la primera tentación y pecado, en un oasis (paraíso) en medio del desierto (edén) donde hay “el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal”. Es entonces cuando surge la serpiente astuta, “y dijo a la mujer: -¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?” Se plantea la sospecha sobre Dios… la cuestión es Dios: ¿es verdad o no que Él es el real, la realidad misma? ¿Es Él mismo el Bueno, o debemos inventar nosotros mismos lo que es bueno? El árbol de la vida está relacionado con el árbol de la ciencia del bien y del mal, tenemos la vida cuando aceptamos a Dios como bien, no queremos suplantarle y decir lo que está bien... son los dos modos de hacerse dios: por el orgullo de suplantarlo o por la humildad de caminar por Jesús en el camino de la filiación divina. Así pedimos en el prefacio a Jesús "que venciendo todas las tentaciones de la antigua serpiente, Satanás, nos ha enseñado a despojarnos de la levadura de la maldad, para que... podamos llegar a la Pascua eterna".
“La mujer respondió a la serpiente: -Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: «No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte»”. Santiago apóstol nos dice que cuando se ha concebido la seducción de la concupiscencia, se engendra el pecado, y el pecado, cuando se ha consumado, infanta la muerte. Resuena en toda tentación el “seréis como dioses”. S. Ireneo nos dice: El demonio tratar de "seducir y apartar el espíritu humano para que viole los preceptos de Dios, oscureciendo poco a poco el corazón de aquellos que tratan de servirle, con el propósito de que olviden al verdadero Dios, sirviéndole a él como si fuera el verdadero Dios". El demonio promete siempre más de lo que puede dar, y además miente, luego no da lo que promete. Y lo que pide a cambio es la infidelidad. 
 “La serpiente replicó a la mujer: -No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal. La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió”. La serpiente había prometido que se les "abrirían los ojos" y había dado a entender que esto significaba alcanzar la sabiduría; ahora se descubre el engaño al "abrir los ojos" para ver cómo el mal había penetrado en el hombre y lo había dejado completamente desnudo: “entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron”. Vemos ahí una explicación del origen del sufrimiento y del mal.
El Salmo 50 es un canto a la Misericordia divina: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado”. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. Aquí en cambio se reconoce el pecado: “Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces”. Hay en el salmo una línea de fondo de confianza en la misericordia divina: "Aunque nuestros pecados -afirmaba santa Faustina Kowalska- fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una  sola  cosa:   que  el  pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El resto lo hará Dios. Todo comienza  en  tu  misericordia y en tu misericordia acaba".
3. San Pablo nos dice: “Hermanos: Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron...” triste experiencia y desgraciada herencia que los primeros padres nos dejaron. “Si por la culpa de aquél, que era uno sólo, la muerte inauguró su reino, mucho más los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán y reinarán gracias a uno solo, Jesucristo. En resumen, una sola culpa resultó condena de todos, y un acto de justicia resultó indulto y vida para todos. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos”. Pedimos hoy en la Colecta: «Al celebrar un año más la santa Cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo, y vivirlo en su plenitud».
Llucià Pou Sabaté

Sábado después de Ceniza

Sábado de Ceniza

Al reconocernos pecadores podemos recibir la misericordia divina, y comunicar ese amor divino a los demás
«Después de esto, salió y vio a un publicano de nombre Leví, sentado en el telonio y le dijo: Sígueme. Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió. Y Leví preparó en su casa un gran banquete para él; había un gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la mesa. Y murmuraban los fariseos y sus escribas decían a los discípulos de Jesús: ¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores? Y respondiendo Jesús, les dijo: No tienen necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia». (Lucas  5, 27-32)
1. Hoy, Jesús invita al publicano Levi-Mateo a seguirlo. Y el pecador se levanta, lo deja todo y va en seguimiento de Jesús. Le ofrece un gran banquete para celebrar su conversión. San Mateo era antes un recaudador de impuestos, vendido a los romanos, hacía un negocio sucio, y era odiado: por ser un traidor del pueblo. El Señor lo miraría con cariño (una mirada de misericordia, que llena de esperanza), y le dijo: “Sígueme”. «No podía ser más sencilla la manera de llamar Jesús a los primeros doce: «ven y sígueme». / Para ti, que buscas tantas excusas con el fin de no continuar esta tarea, se acomoda como el guante a la mano la consideración de que muy pobre era la ciencia humana de aquellos primeros; y, sin embargo, ¡cómo removieron a quienes les escuchaban! / - No me lo olvides: la labor la sigue haciendo El, a través de cada uno de nosotros” (S. Josemaría, Surco 189).
«Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió.» Es la respuesta ante la transformación que Jesús provoca en algunas almas, en la nuestra, si le atendemos. Y Leví hace la fiesta. Le dicen “¿cómo es que comes con publicanos y pecadores?” y Cristo dirá: “no he venido a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”, y es que los que se creen justos no se dejan salvar… Él es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por eso tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico, diciendo la verdad de lo que le pasa, con deseos de curarnos: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Y el Señor actuará: “Quiero, sé limpio”. También dice: “Id y mostraos a los sacerdotes”, y vamos al sacramento de la penitencia, como nos dice el Catecismo, hablando de la confesión frecuente: «sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la iglesia. En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espiritual» (1458).
2. Nos dice Dios que nos portemos bien con los demás,. “Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!"… tú serás como un jardín bien regado”, nos dará el Señor todo lo que necesitamos, si nosotros lo hacemos con los demás, si no los dejamos solos.
El profeta nos dice: «el sábado sea tu delicia», o bien, que «el Señor sea tu delicia». Pero por la caridad fraterna, desterrar la opresión y la maledicencia, partir el pan con el hambriento. Entonces sí, «brillará tu luz en las tinieblas y el Señor te dará reposo permanente» y te llamarán «reparador de brechas». ¿Aprovecho el domingo para dedicarlo a los que amo: mi familia, mis amigos, Dios? ¿Es la misa del domingo el núcleo y centro de toda mi semana? ¿Procuro asimilar la Palabra de Dios?¿Mi misa es un encuentro con Dios, un escuchar a Dios, una comunicación con El? ¿Es la cumbre de mi vida humana? Mi conducta, mis compromisos de toda la semana ¿quedan iluminados por mi misa dominical?  “Entonces, encontrarás tu «alegría» en el Señor... Serás como huerto bien regado... Como un manantial... Levantarás las ruinas... Edificarás”. Imágenes de expansión y de felicidad, de fecundidad y de vida. Siempre la misma idea: Dios no quiere el esfuerzo y el sacrificio por sí mismos. Dios quiere el sacrificio para el gozo y la alegría.
-“Que tu gesto no sea nunca una amenaza, ni tus palabras expresen maldades... Comparte tu pan con el hambriento... Colma los deseos del desgraciado”. Nos pide el Señor desterrar la maledicencia: no sólo la calumnia, sino el hablar mal de los demás propalando sus defectos o fallos; partir el pan con el que no tiene, saciar el estómago del indigente: poner suavidad y bondad en todas nuestras relaciones... estar atentos a los deseos de los demás... y a las necesidades de más necesitados...
-“Tales son las palabras del Señor”. ¿Cómo es posible que la cuaresma aparezca a muchos, hoy todavía, como un tiempo de restricción, de disminución, de menoscabo? (Noel Quesson). Dice San Gregorio Nacianceno: «No consintamos, hermanos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido... No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza... Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios que hace llover sobre  justos y pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves y el agua a los que viven en ella, y a todos da con abundancia los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad».
Dicen que un joven iba por carretera en coche, cuando vio a una señora anciana, fuera de un coche parado, al lado de la carretera. Llovía fuerte y  oscurecía, y al verla necesitada, detuvo su coche y se acercó. La señora al verle vestido pobremente tuvo miedo, y el joven le dijo: “Estoy aquí para ayudarla, señora, no se preocupe. ¿Por qué no entra en el coche que estará mejor? Me llamo Renato”. Ella tenía una rueda pinchada y Renato la cambió… la mujer le contó que estaba de paso, y que se encontraba perdida en aquel lugar, sin saber qué hacer, y no sabía cómo agradecer la preciosa ayuda; preguntó qué podía pagarle. Renato respondió: “Si realmente quisiera pagarme, la próxima vez que encuentre a alguien que precise de ayuda, déle a esa persona la ayuda que ella necesite y acuérdese de mí”...
Algunos kilómetros después, la señora se detuvo en un restaurante más bien pobre. La camarera era joven, muy amable, le trajo una toalla limpia para que secase su cabello y le dirigió una dulce sonrisa... estaba con casi ocho meses de embarazo, le notó cierta preocupación en su cara, y quedó curiosa en saber cómo olvidaba sus problemas para tratar tan bien a una extraña, y le dio pena que trabajara hasta tan tarde, en esas condiciones. Entonces se acordó de Renato. Después que terminó su comida, se retiró... Cuando la camarera volvió notó algo escrito en la servilleta, en la que había 4 billetes de 500 euros... Leyó entre lágrimas lo que decía: - “Tú no me debes nada, yo tengo bastante. Alguien me ayudó hoy y de la misma forma te estoy ayudando. Si tú realmente quisieras reembolsarme este dinero, no dejes que este círculo de amor termine contigo, ayuda a alguien”. Aquella noche, cuando fue a casa, cansada, pensaba en el dinero y en lo que la señora dejó escrito... ¿Cómo pudo esa señora saber cuánto ella y el marido necesitaban de aquel dinero? Con el bebé que estaba por nacer el próximo mes, todo estaba difícil... Quedó pensando en la bendición que había recibido, y que últimamente estaba enfadada con su situación y que las cosas no iban bien con su marido; cambió su cara y dibujó una gran sonrisa... Agradeció a Dios y besó a su marido con un beso suave y susurró: -“Todo estará bien: ¡te amo... Renato!”
En la película "Cadena de Favores" vemos esta idea: un niño inicia un movimiento que sugiere que alguien haga un favor grande a tres personas; cada una de esas tres personas ayudará a otras tres, y así sucesivamente, hasta llegar a un nivel donde el se multiplican los favores y buenas intenciones y se logre mejorar el lamentable estado en el que está el mundo. El niño entonces ayuda a quienes más cerca están de él, sin darse cuenta del lío que va a organizar, como una gran ola de gente que le va a seguir. Uno se puede dejar contagiar de la agresividad que nos rodea, el “mal rollo”, o puede sembrar amabilidad. Uno puede ir a la suya, y construir su destino, o bien hacer el bien, y ayudar a todo el que te necesite. La vida es algo misterioso, y la historia de Renato sería una cursilada si no fuera porque experimentamos que en nuestras vidas muchas veces es realmente así... en la medida que hagamos a los demás, ellos harán con nosotros; la vida es un espejo... ciertas “casualidades” nos hacen ver que todo lo que uno da, ¡vuelve a  uno!  Es como si hubiera un espejo que funciona con lo que expresamos; si damos odio nos vuelve odio, si lo que damos a los demás es amor, también lo recibimos. ¿Siempre? Porque a veces parece que no recibimos lo que damos: en realidad lo recibimos siempre, pero de otro modo, pues el fruto más importante de nuestras acciones ya ha crecido en nuestro interior, aunque fuera no germine aparentemente; aunque no siempre se ven los resultados, aun así vale la pena. La regla de oro siempre es la del Evangelio: hacer a los demás lo que queremos que hagan con nosotros, sabiendo que hay más alegría en dar que en recibir.
3. «Enséñame tus caminos», pedimos al Señor en el salmo. La misericordia oprimido por todos esos males y buscando socorro en nosotros. "Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad."
“Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, / que a ti te estoy llamando todo el día; / alegra el alma de tu siervo, / pues levanto mi alma hacia ti.
Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, / rico en misericordia con los que te invocan. / Señor, escucha mi oración, / atiende a la voz de mi súplica”.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 3 de marzo de 2017

Viernes de Ceniza

Viernes de Ceniza

El sacrificio, necesario para la vida cristiana
«Entonces se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia, y en cambio tus discípulos no ayunan? Jesús les respondió: ¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces ayunarán» (Mateo 9, 14-15).
1. El Señor dice que no quiere sacrificios de gente que reza y luego maltrata a los demás, que quiere que la gente se quiera. No quiere que nos pongamos piedras en los zapatos sino el amor a los demás. Cuando le preguntan a Jesús por qué no ayunan los suyos, les contesta: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán». Habla de fiesta. Por eso, lo que decíamos ayer de pensar en sacrificios va unido a la alegría, que decía S. Josemaría que es un árbol “que tiene las raíces en forma de cruz”,  esta cruz que nos encontramos cada día unidos a la de Jesús.
Jesús aparece como el esposo que perfecciona el alma, preparándola para esta unión esponsal a través del amor. Y esto lleva consigo corresponder, a ejemplo de Jesús, seguir su vida que tiene entrega de cruz. "Jesús se entregó a Sí mismo, hecho holocausto por amor. Y tú, discípulo de Cristo; tú, hijo predilecto de Dios; tú también debes estar dispuesto a negarte a ti mismo. Por lo tanto, sean cuales fueren las circunstancias concretas por las que atravesemos, ni tú ni yo podemos llevar una conducta egoísta, aburguesada, cómoda, disipada..., -perdóname mi sinceridad- ¡necia! (...). Es necesario que te decidas voluntariamente a cargar con la cruz. Si no, dirás con la lengua que imitas a Cristo, pero tus hechos lo desmentirán; así no lograrás tratar con intimidad al Maestro, ni lo amarás de veras. Urge que los cristianos nos convenzamos bien de esta realidad: no marchamos cerca del Señor, cuando no sabemos privarnos espontáneamente de tantas cosas que reclaman el capricho, la vanidad, el regalo, el interés... No debe pasar una jornada sin que la hayas condimentado con la gracia y la sal de la mortificación. Y desecha esa idea de que estás, entonces, reducido a ser un desgraciado. Pobre felicidad será la tuya, si no aprendes a vencerte a ti mismo, si te dejas aplastar y dominar por tus pasiones y veleidades, en vez de tomar tu cruz gallardamente" (J. Escrivá, Amigos de Dios, n.129).
"Todos los fieles... son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). Y ese amor, nos dice el Catecismo (n. 2015), ese "camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: "El que asciende nunca cesa de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa)".
2. Hay una historia que une las tres armas que nos dice la Iglesia para estos días (oración, sacrificio, amor). Había una vez un ermitaño, que vivía solo en la montaña, en lo alto había una antigua iglesia con su casita donde vivía, trabajando, buscando alimento. Durante el día, bajaba al pueblo a vender sus productos, y luego subía otra vez hacia su ermita. Cuando hacía calor, al subir tenía muchísima sed y sudaba. Pasaba por una fuente y... no bebía, le ofrecía a la Virgen aquel sacrificio y proseguía su camino. Al anochecer, el ermitaño miraba al cielo y veía una estrella, regalo de la Virgen, en recompensa a su sacrificio...
Pero, un jovencito, al ver la vida del ermitaño, llegó a admirarlo y quiso ser como él. Entonces hacía lo que el ermitaño hacía... Cuando subían acalorados, con mucha sed, el ermitaño pensó que el chico tenía sed, y que si él no bebía, el muchacho tampoco lo haría. Pero, que si bebía, no tendría el lucero por la noche como premio, porque no habría hecho el sacrificio. Al final, venció el corazón y bebió, y también el chico. Pensó al subir que no había podido ofrecer a la Virgen su sacrificio, y quién sabe si tendría recompensa aquel día, si vería su estrella en el firmamento. Pero, al tener al jovencito a su lado estaba contento y pensó que valía la pena. Al anochecer miró al cielo con miedo y vio que no había una estrella… aquel día la Virgen le había hecho un regalo distinto… había dos estrellas en el firmamento. La Virgen estaba contenta de su atención hacia el muchacho.
¿Se encienden de verdad las estrellas?, No sé en el cielo, pero en nuestro corazón seguro que sí, el Señor enciende una luz mágica, como nos dicen las lecturas de hoy: “Entonces brotará tu luz como la aurora”, tendrás una fuerza especial, divina, serás hijo de Dios, y es lo que pedimos en la Misa de hoy: “Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empezado la Cuaresma
Dice el profeta: -“Pero mientras ayunáis sabéis buscar vuestro negocio, explotáis a vuestros trabajadores, continuáis las querellas, las disputas, los puñetazos”. Ayunar es bueno, dice Dios, pero no es lo esencial. Lo esencial es respetar al prójimo, no explotarle, no considerarlo como un objeto que ponemos a nuestro provecho. Ayúdanos, Señor, a no buscar con avidez nuestra ventaja y menos si hay detrimento para los demás. ¡Ayuda a cada hombre a no explotar a otro hombre! En nuestras vidas de familia, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones, ayúdanos a no ser exigentes ni duros, ni atropelladores, ni tajantes; que renunciemos a las «disputas y a las querellas» y, como dice el Señor, que nuestro ayuno sea «desatar los lazos de maldad». Privarse de suscitar disputas y atropellos es más necesario que privarse de alimento o de golosinas. La Cuaresma que me agrada es: -Aflojar las cadenas injustas... -Liberar a los oprimidos... -Compartir el pan con el hambriento... -Dar acogida al desgraciado... -Cubrir al que veas sin vestido... -No esquivar a tu semejante... Esas frases deberían pasar sin comentario. Es preciso llevar a la oración esas palabras que nos queman como brasas. Eso es lo que Tú esperas de mí, Señor. ¡Ah, si todos los cristianos pudieran oír esas llamadas. Si tu pueblo aceptara dejarse interrogar sobre esas cuestiones, durante cuarenta días al año! ¡Cuál sería la renovación de la sociedad humana, con esa levadura! ¡Qué revolución sin violencia sería la Iglesia en medio del mundo! Pero, cuidado, no he de aplicar esas palabras a mis vecinos. Van dirigidas a mí. Concédeme, Señor, no andar soñando en sacrificios y en «ayunos» excepcionales; te pido saber aceptar francamente los que me imponen mis relaciones humanas, cotidianas. «¡Comparte!» «¡Acoge!» «¡Da!».
-“Un día agradable al Señor...” Lo significativo de ese día no es el «ayuno», sino el amor a los semejantes.
-“Entonces brotará tu luz como la aurora”. Entonces clamarás al Señor y te contestará: "Aquí estoy". Si la búsqueda de Dios, el deseo de su cercanía parece a menudo tan inoperante, es porque no ponemos los medios adecuados. El encuentro con Dios está condicionado por nuestras conductas humanas fraternas o no (Noel Quesson).
3. El amor es lo que da sentido al sacrificio, dirá Jesús llevando a plenitud esos textos de Isaías, y el salmo insiste: «los sacrificios no te satisfacen... mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias». Debería recorrer por ahí nuestra preparación para la Pascua. La liturgia nos insiste que son importantes las formas externas, pero más importantes son los contenidos del corazón. Los ayunos de Miércoles de Ceniza y Viernes Santo, y la abstinencia de esos días y los viernes de Cuaresma, ampliable a todos los viernes del año –esos otros viernes se puede sustituir por otro acto penitencial como la oración, mortificación o limosna-. Son un signo externo que conviene que vaya acompañado de un corazón también lleno de dolor de amor. La conciencia personal sincera va unida a una opción vital de conversión: "Tengo siempre presente mi pecado", "no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados" (Sal 37,4)... y por la gracia de Dios nos llega la luz de la salvación, esperanza de la purificación, de la liberación y de la nueva creación, pues Dios nos salva "no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tt 3,5-6)”.
Te pedimos, Señor, tener “la sinceridad de corazón” de tu mano: «Señor, enséñame tus caminos e instrúyeme en tus sendas» (ant. de entrada).
¿Dónde poner estos sacrificios? será al dejar cada cosa en su sitio; para un chico estudiante, estudiar y hacer los deberes puntualmente; estar atento a clase sin “de aventuras” con la imaginación, no escoger lo mejor en la comida, ceder el sitio…, obedecer, rezar por la mañana y noche aunque tenga sueño. Levantarme a la primera por la mañana –minuto heroico. Limpiarme los zapatos, bajar la basura, no decir motes que molestan a los demás, “ayunar” de tele sobre todo cuando no toca, sonreír cuando me cuesta. Dominar el mal humor cuando las cosas cuestan o no salen como esperaba. Dominar la curiosidad. Aprender a comer, quizá un poco más de lo que no me gusta… y así hacer como un “entrenamiento”… (Josep Maria Torras).
Nos puede ayudar el testimonio de los mártires. El cardenal Mindszenty de Hungría cuando entraron los comunistas lo metieron en la cárcel, donde pasó muchos años. Le daban carne los viernes para comer, y él decía: “los viernes no como carne”.
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 1 de marzo de 2017

Jueves de Ceniza

Jueves de Ceniza

Jesús anuncia por primera vez a sus discípulos que ha de morir y resucitar… el camino de la cruz
«Y añadió: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea condenado por los ancianos, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que sea muerto y resucite al tercer día. Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; el que, en cambio, pierda su vida por mí, ése la salvará. Porque ¿qué adelanta el hombre si gana todo el mundo, pero se pierde a sí mismo, o sufre algún daño?». (Lucas 9, 22-25).
1. La cruz es el camino hacia la plenitud de la vida, y la condición indispensable para seguir a Jesús. –“Jesús decía a sus discípulos: "Es preciso que el Hijo del Hombre padezca mucho y que sea rechazado por los ancianos, y por los príncipes de los sacerdotes, y por los escribas y sea muerto y resucite al tercer día”. Desde el segundo día de cuaresma, la liturgia nos sitúa delante de lo esencial de la cuaresma: es una subida hacia la Pascua... una marcha hacia la vida en plenitud... una ascensión hacia las cumbres de la alegría, del gozo... Dios se propone que tengamos vida, felicidad... Pascua está al final del camino. Yo voy hacia la Pascua. Pero el camino es la cruz, es el sufrimiento y la renuncia. Un solo modelo, un solo principio, un solo esfuerzo cuaresmal: imitar a Jesús, seguir el camino que El siguió. De ahí la importancia primordial de la oración, de la meditación, para poner realmente a Cristo ante nuestros ojos, en nuestros corazones y en nuestras vidas.
Jesús, nos propones hoy el camino que tú vas a seguir, la Pascua completa: la muerte y la nueva vida. El camino que lleva a la salvación. Usas en verdad ejemplos paradójicos: el discípulo que quiera «salvar su vida» ya sabe qué tiene que hacer, «que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo». Mientras que si alguien se distrae por el camino con otras apetencias, «se pierde y se perjudica a sí mismo». «El que quiera salvar su vida, la perderá. El que pierda su vida por mi causa, la salvará». Hemos de abrazarnos a la cruz para encontrar la vida. De nada sirve ganar el mundo si uno se pierde. Únicamente muriendo a nosotros mismos tendremos la senda de la libertad y de la alegría verdaderas (Misa dominical 1990).
Si alguno quiere venir en pos de mí…” No eres masoquista, Señor, no te gusta el dolor, no propones la mortificación como fin en sí mismo. Juan Pablo II nos indicaba pistas para entender mejor el mensaje: “En realidad, «negarse a sí mismo» y «tomar la cruz» equivale a asumir hasta el fondo la propia responsabilidad ante Dios y el prójimo. El Hijo de Dios ha sido fiel a la misión que le confió el Padre hasta derramar su propia sangre por nuestra salvación. A sus seguidores, les pide que hagan lo mismo, entregándose sin reservas a Dios y a los hermanos. Al acoger estas palabras, descubrimos cómo la Cuaresma es un tiempo de fecunda profundización en la fe. La Cuaresma tiene, un elevado valor educativo, de manera particular, para los jóvenes, llamados a orientar con claridad su vida. A cada uno, Cristo les repite: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame». Cristo es exigente: “Quienes se ponen a la escucha del divino Maestro abrazan con amor su Cruz, que conduce a la plenitud de la vida y de la felicidad”.
Lo que vale, cuesta. El amor supone renuncias. En el fondo, para nosotros Cristo mismo es el camino: «yo soy el camino y la verdad y la vida». Celebrar la Eucaristía es una de las mejores maneras, no sólo de expresar nuestra opción por Cristo Jesús, sino de alimentarnos para el camino que hemos elegido. La Eucaristía nos da fuerza para nuestra lucha contra el mal. Es auténtico «viático», alimento para el camino. Y nos recuerda continuamente cuál es la opción que hemos hecho y la meta a la que nos dirigimos (J. Aldazábal). «Que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras» (oración)… «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renúevame por dentro» (comunión).
No es posible seguir al Señor sin la Cruz. Unida al Señor, la mortificación voluntaria y las mortificaciones pasivas adquieren su más hondo sentido. No son algo dirigido a la propia perfección, o una manera de sobrellevar con paciencia las contrariedades de esta vida, sino participación en el misterio de la Redención. La mortificación puede parecer a algunos, locura o necedad, y también puede ser signo de contradicción o piedra de escándalo para aquellos olvidados de Dios. Pero no nos debe extrañar, pues ni los mismos Apóstoles no siguen a Cristo hasta el Calvario, pues aún, por no haber recibido al Espíritu Santo, eran débiles.
Decía San Josemaría, después de experiencias duras, al meditarlas al cabo de los años: “Tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón -lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios (...). Vale la pena clavarse en la Cruz, porque es entrar en la Vida, embriagarse en la Vida de Cristo”. Y escribía en su epacta: “in laetitia, nulla dies sine cruce! –¡con alegría, ningún día sin cruz!”. Rezan unos versos: "Corazón de Jesús, que me iluminas, / hoy digo que mi Amor y mi Bien eres, / hoy me has dado tu Cruz y tus espinas / hoy digo que me quieres". Jesús bendice con su cruz, pero la ayuda a llevar: "Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal.  Y te he respondido al oído: toma sobre tus hombros una partecica de esa cruz, sólo una parte pequeña. Y si ni siquiera así puedes con ella... déjala toda entera sobre los hombros fuertes de Cristo. Y ya desde ahora, repite conmigo: Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno. Y quédate tranquilo".
Antes de cargar con nuestra “cruz”, lo primero, es seguir a Cristo. No se sufre y luego se sigue a Cristo... A Cristo se le sigue desde el Amor, y es desde ahí desde donde se comprende el sacrificio, la negación personal: «Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25). Escoger amar es muchas veces escoger sufrir… «En aquello que se ama, o no se sufre, o el mismo sufrimiento es amado» (San Agustín). Dios no quiere el mal, no es correcta la pregunta: «¿Por qué Dios me manda esto?», aunque muchas veces se dice así, que Dios envía eso o aquello. Dios sacará de “eso” algo bueno, si no, no lo permitiría.
Tomás Moro fue mártir por preferir la verdad, siguiendo su conciencia, a la adulación política (el rey Enrique VIII quiso el divorcio con su mujer Catalina de Aragón y nuevo matrimonio con Ana Bolena, y él no lo aceptó como tampoco la iglesia anglicana). Muchos eclesiásticos ingleses cedieron. La propia familia de Tomás Moro intentó persuadirle de que diera su consentimiento para salvar la vida. Moro, Lord Canciller de Inglaterra, intentó primero no opinar, pero su silencio era acusación para el rey… En la película “Un hombre para la eternidad” se relata bien la grandeza de su conciencia, que no se doblega ante ningún poder humano, siempre abierta a Dios. Los mártires, los buenos pastores de la Iglesia, nos enseñan a ser heraldos de la Verdad, a vivir lo que rezamos en la oración Colecta: «Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en Ti como en su fuente, y tienda siempre a Ti como a su fin». Esta presencia de Dios es la que nos lleva a esa coherencia, con la gracia que nos viene también por la Eucaristía, y que pedimos en la Postcomunión: «Favorecidos con el don del Cielo te pedimos, Dios Todopoderoso, que esta Eucaristía se haga viva realidad en nosotros y nos alcance la salvación».
La grandeza del hombre no consiste en trascender la finitud de la materia, subiendo hasta la altura del ser de lo divino (mística oriental) ni consiste en identificarnos sacramentalmente con las fuerzas de la vida que laten en la hondura radical del cosmos (religión de los misterios) ni es perfecto quien cumple la ley hasta el final (fariseísmo) ni el que pretende escaparse del abismo de miseria del mundo, en la esperanza de la meta que se acerca (apocalíptica)... Seguir a Jesús es nuestra religión, la del reino, adoptar su manera de ser en el ofrecer siempre el perdón, amar sin limitaciones, vivir abiertos al misterio de Dios y mantenerse fieles, aunque eso signifique un riesgo que nos pone en camino de la muerte. La ley de Jesús se puede traducir así: se gana en realidad aquello que se pierde, es decir, lo que se ofrece a los demás, aquello que se sacrifica en bien del otro. Por el contrario, todo aquello que los hombres retienen para sí de una manera cerrada y egoísta lo han perdido. La concreción de esta manera de vida es el "Calvario": resucita lo que ha muerto en bien del otro (Edic. Marova).
 2. “Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor… si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá... Pero si tu corazón se desvía y no escuchas” lloverán desgracias: “yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel. Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob”. Te pido, Señor, seguir el camino de tus mandatos, y meditar hoy este resumen del discurso de Moisés a su pueblo, para acoger tu fuerza y tu salvación, no quedarme como mustio sino lleno de vida, pues tú me has dado vida para esa felicidad que me ofreces, que supone lucha pero que vale la pena: la coherencia con la ley que has puesto, Señor, en mi corazón, la Verdad.
3. El salmo lo dice de otra manera: «dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor, que no entra por la senda de los pecadores... será como árbol plantado al borde de la acequia», que tiene raíces que pueden beber, «no así los impíos, no así: serán paja que arrebata el viento; porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal».
Llucià Pou Sabaté