lunes, 20 de junio de 2016

Lunes semana XII de tiempo ordinario; año par

Lunes de la semana 12 de tiempo ordinario; año par

No juzguemos, ni las personas ni las desgracias, sabiendo que si llevamos todo con Dios, nos servirá para obtener por la misericordia divina una vida mejor
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "No juzguéis y no os juzgarán. Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Déjame que te saque la mota del ojo", teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano"” (Mateo 7,1-5).
1. Hoy, Jesús, nos hablas de no juzgar al hermano, pues puedo medir mis cosas de una forma y de una forma distinta las de los demás: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?». Cuando hago un examen, si apruebo soy “yo, mis méritos: he aprobado”, pero si suspendo son los demás: “me han suspendido”. Esta forma de deformar la realidad que tenemos es tan clara a veces… Un padre de familia se quejaba del gasto de agua caliente, y él era el que más la gastaba en la ducha. No tenía dinero para la familia y se quejaba que su mujer gastaba mucho en comida buena, cuando él se gastaba cada día dinero en bares, tomando vinos con sus amigos. Por eso, Jesús, tú fomentas la comprensión y la tolerancia con las personas, siendo al mismo tiempo intransigente con la doctrina.
Nos dices que no lo juzguemos: «os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros». Si juzgo con dureza, seré así juzgado; y si tengo misericordia, mi corazón estará dispuesto a la misericordia divina. San Pablo aprendió la lección, cuando nos decía: "Nada juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las tinieblas y declarará los propósitos de los corazones" (1 Co 4,5). Es lo que pedimos en el Padrenuestro: «perdónanos como nosotros perdonamos». Ayúdame, Señor, a no juzgar, para quedar también yo libre de juicio… «No juzguéis y no os juzgarán».
No es malo tener capacidad de observación y un sano espíritu crítico, pero una interpretación de ello que nos lleve a la "cólera" será malo, pues "todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt 5, 22). Se dice hay que juzgar, el "juicio" ha de ser justo y sin juzgar las intenciones, pues sólo Dios las conoce totalmente. «No queramos juzgar -Cada uno ve las cosas desde su punto de vista... y con su entendimiento, bien limitado casi siempre, y oscuros o nebulosos, con tinieblas de apasionamiento, sus ojos, muchas veces.
Una cosa importante que te pido, Señor, es una escucha activa, con empatía: que no me deje llevar por mis ideas preconcebidas al oír alguien, sino que me meta en sus necesidades, para desde ahí poder ayudarle.
"Quita primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para quitar la paja del ojo de tu hermano". Comenzar por ordenar nuestra casa nos permite ver mejor las cosas de los demás, como dicen: “el que trabaja su campo no hace mal a nadie”, en cambio el perezoso se queja de que no tiene suerte pues el campo del vecino es siempre mejor, y esparce habladurías contra él.
Nos dice la mitología que Júpiter puso sobre nuestros hombros unas alforjas con dos aberturas: en la delantera están los defectos ajenos y las virtudes propias; en la de la espalda, las virtudes de los otros y los defectos propios. Vemos primero lo de delante de la vista, que no tiene capacidad para ver la alforja de delante. Vemos primero los defectos de los demás.
Además, lo mismo que la de esos pintores modernistas, es la visión de ciertas personas tan subjetiva y tan enfermiza, que trazan unos rasgos arbitrarios, asegurándonos que son nuestro retrato, nuestra conducta...
”¡Qué poco valen los juicios de los hombres! -No juzguéis sin tamizar vuestro juicio en la oración» (J. Escrivá, Camino 451).
Veo que si tengo que juzgar por necesidad, ha de ser con ese “tamizar mi juicio en la oración”, para poder decir las cosas con tu dulzura y misericordia, Señor, pensando no tanto en mi necesidad (“¡es que si no lo digo reviento!”) sino en el modo y las palabras y afecto que lo harías tú, Jesús. Pero quisiera entenderte cuando vas más allá, y dices: "¡no juzguéis!" en lugar de "no juzguéis severamente..." o "no juzguéis injustamente..." o "no juzguéis calumniosamente..." Dices: "no juzguéis..."; y añades:  -“Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis la usarán con vosotros”.
Veo que mis juicios tienen que considerar que yo tengo necesidad del perdón y del juicio indulgente de Dios.
Veo que no soy objetivo pues calibro distinto las cosas de las demás y las mías: -“¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?
Veo que soy incapaz de ver verdaderamente en el corazón de los demás, y por eso me pides que no me meta en juzgar (Noel Quesson). Que tengo que luchar en mi alma primero: -“Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano”.
Veo que nos pides ver más lo "positivo" que lo negativo. Señor, concédeme lucidez para que me dé cuenta de seré bueno si sé ver las cosas buena de los demás (san Josemaría).
2. Vemos hoy el final del reino del Norte, Samaria (que se separó del Sur después del reinado de Salomón) cuando el año 721 a. C. (estamos en la época de la fundación de Roma) fue vencido y deportadas sus gentes a Asiria. El Libro de los Reyes lo interpreta como castigo de Dios. Dios ha sido fiel a su Alianza, pero el reino de Samaria, cada vez más deteriorado en su vida social y religiosa, ha caminado hacia la ruina. Abandonaron la religión verdadera, adoraron a dioses falsos, no hicieron ningún caso de los profetas que Dios les enviaba y procedieron según las costumbres de los paganos. Por eso ha venido el cataclismo: «el Señor se irritó contra Israel».
Aprendamos la lección. La infidelidad, el pecado, la flojedad en nuestra alianza con Dios, nos llevan a desastres más o menos calamitosos, a la ruina personal y a la comunitaria. La culpa no es de Dios, sino nuestra. No es que él sea rencoroso o vengativo.  Nosotros mismos elegimos, a veces, el camino más cómodo y ancho, pero que lleva a la ruina. Un camino torcido nunca lleva a la felicidad duradera. Esto les pasa a los pueblos, cuando se dejan llevar por la corrupción y las ambiciones injustas. Y a las comunidades cristianas, cuando aflojan en la fidelidad a sus ideales. Y a las personas, cuando eligen el camino de lo superficial (J. Aldazábal).
Cuando veamos los bajorrelieves que se encuentran en museos de todo el mundo con el terror que siembran los guerreros de Asiria (todo tipo de tormentos y muertes), pensemos que también hoy las «grandes potencias» se reparten las bombas atómicas, fabrican ingenios perfeccionados para matar, ¡ellos los usan y los venden a los demás! Y pensemos en la interpretación del libro que leemos: -“Esto sucedió porque los israelitas habían pecado contra su Dios... Habían adorado a otros dioses”... Jesús dirá que la desgracia no es un castigo (Juan 9,3; Lucas 13, 4). Pero no hay que olvidar lo que añade Jesús: «si no hacéis penitencia, pereceréis de modo semejante». Es difícil interpretar la historia con prudencia y fe… (Noel Quesson).
3. De manera que no podemos juzgar ni siquiera las desgracias, que no son por nuestra culpa muchas veces, pero a partir de ellas podemos sacar una enseñanza de penitencia, de mejorar espiritualmente, de que salga de aquel mal un bien más alto. El salmo nos da la clave para la interpretación religiosa de este triste final: «Oh Dios, nos rechazaste, estabas airado... hiciste sufrir un desastre a tu pueblo... tú nos has rechazado y no sales ya con nuestras tropas». Se cumple lo de los dos caminos del salmo. Si seguimos los caminos de Dios, tendremos vida; si preferimos los más cómodos de este mundo, nosotros mismos nos estamos condenando a la esterilidad y al fracaso. Y no se podrá decir que no hayamos tenido avisos. Los israelitas desoyeron a los profetas. Nosotros tenemos a Cristo mismo y a la Iglesia que nos recuerda sus palabras: que el que edifica sobre arena se expone a derrumbes estrepitosos. El salmo nos hace reconocer la culpa y pedir clemencia a Dios: «que tu mano salvadora, Señor, nos responda... restáuranos... auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil».
Llucià Pou Sabaté

sábado, 18 de junio de 2016

Domingo XII de tiempo ordinario; ciclo C

Domingo de la semana 12 de tiempo ordinario; ciclo C

«Y sucedió que, cuando estaba haciendo oración, se hallaban con él los discípulos y les preguntó: ¿Quién dicen las gentes que soy yo? Ellos respondieron: Juan el Bautista; otros que Elías, y otros que ha resucitado un profeta de los antiguos. Pero él les dijo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro dijo: El Cristo de Dios. Pero él les amonestó y les ordenó que no dijeran esto a nadie. Y añadió: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea condenado por los ancianos, los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que sea muerto y resucite al tercer día. Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; el que, en cambio, pierda su vida por mí ése la salvará.» (Lucas 9, 18-24)
1º. Jesús, estabas haciendo oración, hablando con tu Padre. ¿Qué le estarías diciendo? Seguramente le hablarías de la pregunta que ibas a hacer a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Le pedirías al Padre que tus apóstoles entendieran quién eras. Por eso, cuando Pedro te reconoce como el Cristo de Dios, le contestas:«Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mateo 16, 17-18).
Jesús, éste es un momento importante en tu vida pública: vas a nombrar a Pedro como cabeza visible de los apóstoles, como sucesor tuyo, roca firme sobre la que se apoyará para siempre la unidad de tu Iglesia.
Y como haces antes de los momentos importantes, te diriges a tu Padre, te recoges en oración. ¿Es ésta mi actitud cuando me enfrento a una circunstancia más especial? ¿Me apoyo en la oración a la hora de tomar una decisión importante o cuando algo me preocupa?
En esos momentos delicados, Tú me ayudas, me das la luz y la fortaleza que necesito, y me haces comprender el verdadero valor sobrenatural de las dificultades (Pablo Cardona). Descubres a los discípulos el programa de tu vida: "El hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día". Jesús, realizarás paso a paso, al pie de la letra, este programa, hasta el colmo de la cruz, en donde todo se habrá cumplido; más aún, lejos de apartarse de tu camino, dices claramente a tus discípulos que es preciso que cada uno tome su cruz y te siga, corriendo tu misma suerte: "El que quiera salvar su vida la perderá pero el que pierda su vida por mi causa la salvará". Vivir es elegir, optar y, consiguientemente, en todo momento un riesgo. Cuando uno no está dispuesto a poner en juego su vida es ya un hombre muerto para la libertad. No puede elegir. Su elección estará ya siempre condicionada por el temor a perder la vida. Inevitablemente, llegará un momento en que tendrá que hacer traición a sus mejores proyectos, a sus más sanas intenciones, a lo que él más desearía hacer. Su verdadera vocación quedará bloqueada por ese temor a perder la vida. Sólo el que está dispuesto a decir no, incluso cuando éste no puede costarle la vida, es realmente un hombre libre, es un hombre vivo. Así, pues, vivir es siempre estar dispuesto a dar la vida. Pero sólo dará la vida quien tiene esperanza en el más allá.
Para el creyente esta vida que se ejerce precisamente arriesgándola es una vida con esperanza, pues es una vida que se arriesga por la causa de Cristo. La causa de Cristo es la salvación del hombre porque esta es la voluntad del Padre, para esto vino Jesús al mundo, para que "tengamos vida y la tengamos abundante". Jesús no defendió su vida, es impresionante el silencio que guardó ante los tribunales y no lo es menos el que sostuvo en la cruz cuando le decían: "Si eres Hijo de Dios baja de la cruz y creeremos en ti". No era ésta la señal que Cristo quiso darnos sino muy otra.
Precisamente, quedándose en la cruz dando su vida por los hombres es como demostró que era no solamente más hombre que nadie, sino también el mismo Hijo de Dios, capaz de superar la muerte y entrar en la gloria de la Resurrección. Esta es nuestra esperanza. La vida cristiana sólo es vida cuando se entrega por los hombres, por la causa de Cristo y esto vale también para la Iglesia. También la Iglesia es para los hombres, amar a la Iglesia es transmitir la esperanza a los hombres. El Papa Francisco habla mucho de ese universalismo, de no encerrarnos en una salvación individual, pues la esperanza está precisamente en este continuo dar la vida siguiendo la suerte de Cristo (Eucaristía 1971/38).
"El Hijo del hombre tiene que padecer mucho": constituye un punto esencial en la revelación de la identidad y misión de Jesús. Las ideas de la gente al respecto son tan vagas e imperfectas que él no puede seguir callando; la afirmación de Pedro: tú eres «el Mesías de Dios», pero la verdadera misión del Mesías es ser desechado, morir, resucitar. Y para que todo esto no sea percibido como un acontecimiento incomprensible, en cierto modo mitológico, se saca enseguida la consecuencia para todo el que quiera ser su discípulo: que «cargue con su cruz cada día y se venga conmigo»; eso es seguir al Mesías. La fe exigida incluye la acción que implica: seguir a Jesús no por una especie de ganancia ventajosa, sino mediante la pérdida incondicional: «El que pierda su vida por mi causa...» (H. von Balthasar).
“¿No sabías que el Amor exige sacrificio? Lee despacio las palabras del Maestro: «quien no toma su Cruz «cotidie» cada día, no es digno de Mí». Y más adelante: «no os dejaré huérfanos...». El Señor permite esa aridez tuya, que tan dura se te hace, para que le ames más, para que confíes sólo en El, para que con la Cruz corredimas, para que le encuentres» (J. Escrivá, Surco 149). Jesús, a veces permites que experimente esa cruz de la aridezesa falta de ganas para rezar. Que me acuerde entonces de tu oración y de tu cruz, y me decida, una vez más, a hacer la voluntad de Dios, y no la mía (Pablo Cardona).
2. «Harán llanto como llanto por el hijo único». Ciertamente la primera lectura (del profeta Zacarías), por su proximidad a la cruz de Cristo, seguirá estando siempre rodeada de misterio y nunca podrá explicarse del todo. Quizá ni siquiera el propio profeta sabe quién es este «hijo único», por el que se entona un lamento tan grande como el luto de los sirios paganos por su dios Hadad-Rimón, que muere y resucita; del que se dice que los mismos que se lamentan lo han matado, «traspasado». Además este gran llanto está suscitado por «un espíritu de gracia y de clemencia» que es derramado por Dios, y con motivo de tan gran lamentación se alumbrará en la ciudad santa «un manantial contra los pecados e impurezas». ¿Tuvo realmente el profeta un presentimiento de que todo esto sucedería: el Hijo de Dios traspasado, el manantial (que en último término brota de él mismo) y el espíritu de oración que por la muerte del traspasado se derrama sobre el pueblo? Resulta casi obligado suponer que aquí aparece un oscuro barrunto de lo que se dice claramente en el evangelio: el Mesías tendrá que padecer mucho y morir, y el espíritu de oración y purificación hará posible una com-pasión interior (H. von Balthasar).
El salmo sigue los anhelos de nuestro corazón, hasta el Señor, que fundamenta nuestra esperanza: “Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin agua. Como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria, -pues tu amor es mejor que la vida, mis labios te glorificaban-, así quiero en mi vida bendecirte, levantar mis manos en tu nombre; como de grasa y médula se empapará mi alma, y alabará mi boca con labios jubilosos. porque tú eres mi socorro, y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene”.
3. «Hijos de Dios en Cristo Jesús». La segunda lectura cierra el abismo que parece abrirse entre el destino del Mesías traspasado y el llamamiento a seguirle que se hace en el evangelio a hombres completamente normales. Si éstos «pierden su vida por mi causa», entran en la esfera del que padece originariamente y por sustitución vicaria, se convierten en «Hijos de Dios» en él, no en el sentido de los misterios paganos de Hadad-Rimón, sino en el sentido que Pablo desvela cuando muestra cómo el creyente por el bautismo «se reviste de Cristo». Se sobrentiende que no se trata de algo externo como el vestido, que permanece fuera del cuerpo, sino de una realidad dentro de la cual el hombre se pierde (hacerse a su forma, meterse en su piel, participar de su vida y sus sentimientos). Por eso los cristianos no llevan cada uno su vestido personal, sino el vestido de Cristo, el Cristo vivo que acoge a todos en sí para que todos sean «uno» en él y puedan así participar interiormente en su destino único («cargar con su cruz cada día») (H. von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté
San Romualdo, abad

San Romualdo, como fundador de la Orden contemplativa de los Camaldulenses, es uno de los mejores representantes de la tendencia reformadora de fines del siglo X y del siglo XI, como reacción contra el deplorable estado de relajación en que se hallaba la Iglesia católica y gran parte de la vida monástica del tiempo. El movimiento renovador más conocido y más eficaz para toda la Iglesia en este tiempo fue el cluniacense, iniciado a principios del siglo x en el monasterio de Cluny. Pero en Italia tuvo manifestaciones características de un ascetismo más intenso, que tendía a una vida mixta, en que se unía la más absoluta soledad y contemplación con la obediencia y vida de comunidad cenobítica. El resultado fueron las nuevas Ordenes de Valleumbrosa y de los Camaldulenses y los núcleos organizados por San Nilo y San Pedro Damiano.
San Romualdo, de la familia de los Onesti, duques de Ravena, nació probablemente en torno al año 950 y murió en 1027. Es cierto que su biógrafo San Pedro Diamiano atestigua que murió a la edad de ciento veinte años; pero ya los bolandistas corrigieron este testimonio, que, como resultado de modernos estudios, no puede mantenerse. Educado conforme a las máximas del mundo, su vida fue durante algunos años bastante libre y descuidada, dejándose llevar de los placeres y siendo víctima de sus pasiones. Sin embargo, según parece, aun en este tiempo, experimentaba fuertes inquietudes, a las que seguían aspiraciones y propósitos de alta perfección. Así se refiere que, yendo cierto día de caza, mientras perseguía una pieza, se paró en medio del bosque y exclamó: "¡Felices aquellos antiguos eremitas que elegían por morada lugares solitarios como éste! ¡Con qué tranquilidad podían servir a Dios, apartados por completo del mundo!"
Un hecho trágico le dió ocasión para abandonar el mundo. En efecto, su padre, llamado Sergio y hombre imbuído en los principios mundanos, se lanzó a un duelo con un pariente, obligando a Romualdo a asistir como testigo. Terminado el duelo con la muerte del adversario, Romualdo sintió tal remordimiento por aquella muerte y tal repugnancia por el mundo, que se retiró al monasterio benedictino de Classe, cerca de Ravena, con el fin de hacer penitencia. Tres años pasó allí entregado a las mayores austeridades, y al fin se decidió a suplicar su admisión en el monasterio. El abad tuvo especial dificultad por no contrariar a su padre Sergio; mas, por intercesión del arzobispo de Ravena, antiguo abad de Classe, le permitió al fin vestir el hábito benedictino, en aquel célebre monasterio.
Pero entonces comenzó un nuevo género de dificultades. La vida de observancia y penitencia del nuevo monje constituía una tácita reprensión para muchos religiosos de aquel monasterio, más o menos relajados. Por esto, se fue formando tal oposición contra Romualdo que, en inteligencia con el abad, se vió obligado a retirarse a un lugar solitario cerca de Venecia, donde se puso bajo la dirección de un tal Marino. Este, con sus formas rudas y su austera ascética, contribuyó eficazmente al adelantamiento de Romualdo en la perfección religiosa, y tal fue el ascendiente de santidad que ambos llegaron a alcanzar, que el mismo dux de Venecia, San Pedro Orseolo, se sintió impulsado a abandonar el mundo y entregarse a la vida solitaria. Así pues, ambos, juntamente con Pedro Orseolo, se dirigieran a San Miguel de Cusan, donde se entregaron a las más rigurosa vida solitaria. Movido por el ejemplo de su hijo, también el duque Sergio se retiró al monasterio de San Severo, cerca de Ravena, para expiar sus pecados. Sin embargo, después de algún tiempo, vencido por la tentación, intentaba volver a su antigua vida; pero entonces su hijo Romualdo, abandonando su retiro, acudió a su lado y consiguió mantenerlo en aquella vida de penitencia, en la que perseveró hasta su muerte.
La vida de San Romualdo durante los treinta años siguientes constituye un verdadero prodigio de ascetismo cristiano. En el monasterio de Cusan se puso bajo la dirección del abad Guérin, de quien obtuvo el permiso de retirarse a un lugar solitario, próximo a la abadía, donde se entregó durante tres años a las mayores austeridades.
Ponía ante sus ojos la vida de los santos y procuraba imitar los excesos de penitencia que ellos habían practicado. Como los antiguos anacoretas del desierto se habían impuesto ayunos rigurosísimos, Romualdo quiso también seguir su ejemplo. Durante estos años, Romualdo no comía más que el domingo, y aun entonces, una comida sumamente frugal.
En medio de todo esto, lo acometió el enemigo con las más molestas tentaciones. Poníale ante los ojos con la mayor viveza los atractivos de la vida del mundo, mientras, por otra parte, la representaba la inutilidad de los esfuerzos que realizaba y de la vida que llevaba. Frente a los repetidos asaltos del enemigo, Romualdo se entregó más de lleno a la oración, de donde sacaba la fuerza necesaria para mantenerse firme en la lucha. Según se refiere, el enemigo llegó a maltratar cruelmente su cuerpo, con el objeto de apartarlo de aquella vida de austeridad. Más aún, excitando en su imaginación durante la noche imágenes feas y espantosas, trataba de amedrentarlo con el ejercicio de la vida de perfección.
Pero Romualdo, fiel a la oración y puesta su confianza en Dios, salió victorioso de todas estas batallas. Hacia el año 999 volvió a Italia y se incorporó de nuevo al monasterio de Classe, donde, en una celda solitaria, continuó la vida de penitencia y de retiro que había comenzado. Allí se renovaron los asaltos del enemigo. Las crónicas antiguas refieren que, habiéndolo el demonio fiagelado cruelmente un día en el interior de su celda, Romualdo se dirigió al Señor con estas palabras: "Dulcísimo Jesús mío, ¿me habéis abandonado por completo en manos de mis enemigos?" Al oír el demonio el nombre de Jesús, huyó rápidamente, a lo que siguió una gran tranquilidad y dulzura del alma.
Pero Romualdo tuvo que superar otras muchas dificultades, con las que se fue purificando su alma y aquilatando su virtud, hasta disponerlo definitivamente a la fundación de la nueva Orden de los Camaldulenses. Estas dificultades le vinieron de sus mismos monjes. Viviendo él en su retiro, no lejos del monasterio de Classe, un rico caballero le envió una limosna de siete libras para que las distribuyera entre los monjes pobres. Así lo hizo él inmediatamente, repartiéndolo entre otros monasterios más pobres que el suyo, por lo cual los de su monasterio se enfurecieron contra él, y como ya estaban resentidos por sus grandes austeridades, lo tomaron aparte y, después de azotarlo bárbaramente, le obligaron a retirarse.
Pero, precisamente entonces, quiso el Señor valerse de él para la reforma de aquel monasterio de Classe. En efecto, hallándose a la sazón en Ravena el emperador Otón III, lleno siempre de los más elevados ideales de reforma eclesiástica, trabajó eficazmente para la reforma del monasterio de Classe, y para ello obtuvo de sus monjes que eligieran como abad a Romualdo. El mismo en persona fue en busca del solitario y lo introdujo como abad y reformador en la célebre abadía. Efectivamente, durante dos años entregóse con toda su alma a la importante obra de la reforma del monasterio; pero, viendo que no lograba su intento, acudió al arzobispo de Ravena y al mismo Otón III, y puso en sus manos su báculo, renunciando a la dignidad de abad.
Tal fue el momento preparado por la Providencia para que iniciara su obra de fundador. En efecto, con toda la experiencia adquirida durante los largos años dedicados a la vida solitaria, e impulsado siempre por sus ansias de vida. contemplativa y de la más absoluta soledad, pidió entonces a Otón III le concediera los terrenos y los medios para la construcción de un monasterio, donde pudieran entregarse a una vida mixta de contemplación, soledad y obediencia, y, efectivamente, el emperador le hizo construir uno en el lugar denominado Isla de Perea dedicado a San Adalberto, a donde se retiró Romualdo con algunos caballeros del séquito de Otón III, que se decidieron a seguirle. Poco después organizó otros centros de vida eremítica en Italia y en la Istria, y concibió el plan de construir uno en Val de Castro, consistente en un conjunto de celdas separadas, cuyos moradores debían llevar una vida de rigurosa soledad, entregados a la oración y penitencia, pero manteniendo la unión y vida de comunidad. Con esto debía realizarse su ideal de consagración a Dios.
Entre tanto, movido del ansia de derramar la sangre por Cristo, que siempre había sentido, obtuvo del Papa el permiso de predicar el Evangelio en Hungría. Púsose, en efecto, en marcha; pero, cuando estaba a punto de llegar a la meta de sus aspiraciones, se sintió atacado por una enfermedad, y como esto se repitiera cada vez que intentaba continuar su empresa, comprendió que no era aquélla la Voluntad de Dios, y así volvió a Italia.
Entonces, pues, se entregó con toda su alma a la realización definitiva de su ideal monástico. Afianzóse la fundación de Val de Castro; continuó organizando otros centros semejantes. Llamado a Roma por el Romano Pontífice, dedicóse algún tiempo al apostolado y, con la santidad de su vida y sus ardientes exhortaciones, logró la conversión de muchos pecadores; mas, volviendo a su ideal monástico, fundó diversos centros en las proximidades de Roma, entre los que sobresale el de Sasso Ferrato, donde permaneció algún tiempo. Precisamente en este lugar quiso el Señor que resplandecieran de un modo especial sus virtudes. En efecto, según refieren sus biógrafos, un señor, a quien Romualdo había tratado de convertir de su desordenada vida de impureza, lanzó contra Romualdo la más inicua calumnia. Dios permitió que los monjes, demasiado crédulos, se dejaran convencer, y así, impusieron al Santo una severa penitencia y le prohibieron celebrar la santa misa. Romualdo sobrellevó aquella deshonra con el más absoluto silencio durante seis meses; pero, transcurrido este tiempo, Dios mismo le ordenó que no se sometiera por más tiempo a una sentencia abiertamente injusta, pronunciada contra él sin autoridad y sin ninguna sombra de verdad. La primera vez que celebró la santa misa después de esta prueba apareció, según se refiere, arrobado en éxtasis.
Después de esto, ya iniciado el siglo XI, pasó seis años en Monte-Sitrio, donde había organizado un nuevo centro de vida ascética conforme a su ideal. El mismo era un ejemplo viviente de la vida de consagración a Dios: guardaba el más absoluto silencio; observaba las más rigurosas austeridades; rehusaba a sus sentidos todo lo que pudiera darles alguna satisfacción. El emperador Enrique I, sucesor de Otón III, en su primer viaje a Italia, quiso visitar a Romualdo, de cuya santidad y austeridades estaba ínformado. El resultado de la entrevista fue entregarle el monasterio de Monte-Amiato, en Toscana, para que introdujera en él algunos de sus discípulos. Así lo realizó él, en efecto, durante los años siguientes. A este tiempo se refieren diversos hechos milagrosos, que las crónicas le atribuyen; pero estas mismas observan que Romualdo procuraba siempre obrar los milagros de tal manera que no se le pudieran atribuir a él. Así se refiere que, cuando enviaba a sus discípulos a alguna misión, les daba pan y diversos frutos benditos, con los que Dios quiso obrar algunos milagros. Durante un sueño que tuvo por este tiempo al pie de los Apeninos, mientras andaba en busca de un lugar apropiado para sus monjes, según refieren las crónicas, vió en sueños una escala que subía de la tierra al cielo, por donde subían muchos religiosos en hábitos blancos.
Con esto, dió la forma definitiva a sus fundaciones. Así, al fundar en 1012 el monasterio de Campo Maldoli (que se abreviaba Camaldoli) puso en práctica el ideal de vida en celdas independientes, del más riguroso silencio, gran austeridad de vida, pero bajo la obediencia a su superior, vida común y demás obligaciones impuestas por la regla, a lo que se añadió el hábito blanco. En realidad, pues, la obra del fundador de los Camaldulenses, San Romualdo, no comienza en 1012 con el establecimiento del monasterio de Campo Maldolo o Camaldolo. Esta fundación, significa más bien el complemento final de San Romualdo. Su obra se prepara con la práctica de sus largos años de vida sol¡taria en los monasterios de Classe, Cusan y otros lugares en que vivió vida solitaria, y se realiza, desde principios del siglo XI, en la Isla de Perea, en Val de Castro, Sasso Ferrato, Monte-Sitrio, Monte-Amiato y, finalmente, en Camaldolo.
El motivo de haber tomado la Orden por él fundada el nombre de Camaldulense fue, como se interpreta comúnmente en nuestros días, porque en Camaldolo se realizó plenamente el ideal de San Romualdo. Por lo demás, es conocida la explicación que se ha dado tradicionalmente a esta denominación. Se supone que aquel monasterio se llamó Campo Maldolo por ser donativo de un caballero llamado Maldoli. Pero frente a esta explicación, se ha averiguado que la donación fue hecha por Teobaldo, obispo de Arezzo. En todo caso, consta que el nombre del monasterio fue Campo Maldolo o Camaldolo.
Tal fue la obra de San Romualdo, que halló en este monasterio su más perfecta realización, con lo cual se consolidó definitivamente este nuevo tipo de vida, mezcla ideal de la vida anacorética y cenobítica, que luego imitaron los cartujos y otras órdenes. Una vez establecido y bien organizado este monasterio, Romualdo volvió a su vida ambulante, visitando y afianzando los demás centros por él fundados. Finalmente, sintiendo que se aproximaba su fin, se retiró a Val de Castro, donde expiró el 7 de febrero de 1027, estando enteramente solo en su celda. Según se atestigua, veinte años antes había profetizado que moriría en este lugar, en esta fecha y en esta forma en que moría,
La Orden de los Camaldulenses fue aprobada definitivamente por Alejandro II (1061-1073) en 1072. Contaba entonces solamente nueve monasterios. El cuarto General, Beato Rodolfo, redactó en 1102 las constituciones definitivas, en las que se mitiga un poco el extremado rigor primitivo.
BERNARDINO LLORCA, S. I.

viernes, 17 de junio de 2016

Sábado semana XI de tiempo ordinario; año par

Sábado de la semana 11 de tiempo ordinario; año par

Dios nos cuida con su misericordia, por encima de nuestros pecados y de todos los problemas
«Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas. Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿Acaso no vale la vida más que el alimento y el cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves del Cielo, que no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros por mucho que cavile puede añadir un solo codo a su edad? Y acerca del vestir, ¿por qué preocuparos? Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. Si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿ Qué vamos a comer; qué vamos a beber; con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad.» (Mateo 6, 24-34).
1. Jesús, nos previenes hoy con las preocupaciones materiales: -“Nadie puede estar al servicio de dos amos... ¡No podéis servir a Dios y al Dinero!” Es otro modo de decir la necesidad de escoger entre los "tesoros de la tierra"... y los "tesoros del cielo"... (se dice ahí “mamón”, como dios del dinero, que esclaviza).
–“No andéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir”... Fijaos en los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros... no nos pides, Jesús, que seamos egoístas despreocupados de los demás. Al revés, que nos ocupemos de ellos. No andar “preocupados” sino “ocupados”, no tener “preocupaciones” sino “ocupaciones”, que con fe se viven con paz.
-“¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” Tomad el lado bueno de la vida, parece decirnos Jesús. Vivid. Sí, vivid. Pasáis el tiempo corriendo, ganando dinero, trabajando para vivir: ¡tomaos, de vez en cuando, el tiempo de vivir!
-“Daos cuenta de cómo crecen los lirios del campo...” De vez en cuando, ¡contemplad una flor! ¡Mirad crecer una planta! No hay que ir al Japón ni a la India para satisfacer esta necesidad fundamental del hombre: la calma, la contemplación de la naturaleza.
-“Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto. Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo eso ¡se os dará por añadidura!” ¡Jerarquía de valores! Asegurar primero lo que es esencial en cada jornada... Jesús no intenta apartarnos de nuestras tareas y responsabilidades terrestres... nos recuerda lo esencial.
-“No os agobiéis por el mañana, porque "el mañana" traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos”. Hay que vivir HOY. No acumular las preocupaciones del mañana: vivir solamente las del día que pasa... ¡mañana, ya se verá! Gracias, Jesús (Noel Quesson).
“Si viviéramos más confiados en la Providencia divina, seguros -¡con fe recia!- de esta protección diaria que nunca nos falta, cuántas preocupaciones o inquietudes no ahorraríamos. Desaparecerían tantos desasosiegos que, con frase de Jesús, son propios de los paganos, ‘de los hombres mundanos’, de las personas que carecen de sentido sobrenatural” y después de considerar que somos hijos de Dios, continúa: “caminar con optimismo por esta tierra, con el alma bien desasida de esas cosas que parecen imprescindibles, ya que ‘¡bien sabe ese Padre vuestro qué necesitáis!’, y Él proveerá» (san Josemaría, Amigos de Dios 116).
Cuentan de un chino que tenía un caballo. Le dijeron “hay que ver qué suerte tienes”, y él siempre decía: “no todo es como parece...” El caballo se le escapo y los vecinos fueron a consolarle “por la desgracia”: “¿Quien dice que sea una desgracia?”, comentaba. A la semana siguiente el caballo volvió, trayendo detrás una manada preciosa de caballos. Los vecinos le felicitaron por “la suerte”... “¿quien dice que sea una fortuna?” A los dos días su hijo iba a caballo y cayendo quedó cojo. Volvieron para “consolarle”: “¿quien dice que sea una desgracia?”, les dijo también. Al cabo de poco hubo una guerra y el primogénito por estar cojo se libró de tener que ir a pelear...
Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Nos parece muchas veces que la vida es una carrera de obstáculos, que hay una serie de problemas ante nosotros, cada día, y que se trata de irlos superando. En cierto modo es así, pero no podemos agobiarnos con lo que está más adelante, pues el mucho mirar los obstáculos del mañana, el obsesionarse por lo que está aún lejos, puede hacer que caigamos en el obstáculo que tenemos delante, el único que existe y en el que nos hemos de fijar, para no caer: sólo existe el “aquí y ahora”, el presente, y hemos de aprovechar la memoria del pasado como experiencia, y la previsión del futuro como deseo o esperanza. Una de las causas de inquietud que tenemos en nuestro mundo es ésta: que la vida es ir solucionando problemas, a veces agobiantes porque no está en nuestra mano el resolverlos, ir con la lengua fuera corriendo hacia una paz que nunca se alcanza... En realidad, no es ésta la finalidad de nuestra existencia, sino ver en lo de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra vocación al amor, al encuentro con Dios. Entonces, en lugar de estar inquietos, veremos la cruz de cada día, como dice el Evangelio: “No os preocupéis…” Mirar los lirios y los pájaros quiere decir saber contemplar, tener fe en las palabras de Jesús, que es nuestro modelo, Camino, Verdad y Vida, que lo que de veras cuenta es participar en esta aventura divina que es la vida. No podemos perdernos en amarguras de pasados y miedos del futuro. La vida es un regalo de Dios continuo, y hay que vivirla en presente, disfrutarla. Pero esto es duro para quien se deja llevar por dos peligros o tentaciones, el remordimiento del pasado y el miedo por el futuro. El pasado, con sus remordimientos de "hubieras debido actuar de manera distinta a como actuaste, hubieras debido decir otra cosa de lo que dijiste": en determinados momentos de la vida, el casado piensa si debería haber hecho otra elección o haber escogido otra persona... y así en todo; es el sentimiento de culpabilidad de "hubiera debido"; pero aún peor que nuestras culpas son nuestras preocupaciones por el futuro, esos miedos que llenan nuestra vida de "¿qué pasaría si?"... "¿y si perdiera mi trabajo?, ¿y si mi padre muriera?, ¿y si faltara dinero? ¿y si la economía se hundiera? ¿y si estallara una guerra?"... Son los "si" que junto con los "hubiera debido" perturban nuestra vida, como decía Henri J. M. Nouwen: "ellos son los que nos tienen atados a un pasado inalterable y hacen que un futuro impredecible nos arrastre. Pero la vida real tiene lugar aquí y ahora. Dios es Dios del presente...": no existe ni el pasado (queda sólo en la memoria, es la experiencia de la vida) ni el futuro (que forjaremos con lo de ahora), sólo existe una realidad, la presente, y ésta es la que hemos de afrontar. El stress famoso no viene con la abundancia de trabajo, sino con el estado psicológico de agobio ante el trabajo: es decir no es causado por la materialidad de tener muchas cosas que hacer sino por la sensación subjetiva de no llegar: lo que agobian son las cosas “pendientes”. Pienso que algunas personas, más bien perfeccionistas, tienden a esta “saturación”... una búsqueda de la perfección enfermiza, que genera inquietud; un compararse con los demás, hacer siempre más... Más bien deberíamos pensar que no importa ser perfecto, que la vida no es un circo en el que hay que hacer el “¡más difícil todavía!” sino que se trata de hacer las cosas lo mejor que podamos. No competir con los demás, en la búsqueda del éxito, sino sacar lo mejor de nosotros mismos. Hacer lo mejor que podamos esto que traigo entre manos, sabiendo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
2. En el 2 libro de Crónias (24,17-25) se nos cuenta que Joas ha sido un rey fiel, durante un cierto tiempo... De temperamento inestable, al final de su vida se deja llevar a los cultos de Baal, el poder de atracción de lo placentero le pudo. -“Después de la muerte del sacerdote Yeodada, vinieron los jefes de Judá a postrarse delante del rey... Y Joas les escuchó... Abandonaron el «templo» del Señor y adoraron los árboles sagrados y los ídolos”. Toda la historia del mundo está llena de este conflicto entre «el verdadero Dios» y «los ídolos» que el hombre se fabrica.
También nosotros tendemos a poner la atención en preocupaciones materiales como confort, dinero, placer, salud, belleza... pero Dios nos ayuda mandándonos santos: -“La cólera de Dios estalló sobre Jerusalén... y les envió profetas para que los hombres volvieran a Él”. Los profetas son la voz de Dios, para que sea venerado y servido. Podemos decir que un profeta de nuestro tiempo ha sido Juan Pablo II. Señor, ¡envíanos tus profetas! Señor, ¡purifica nuestras actitudes religiosas! Sánanos de ese egoísmo sutil que nos haría utilizar nuestra fe y nuestra oración en provecho propio solamente.
Señor, ayúdame a no transgredir tu voluntad. Sé que tu voluntad es mi «salvación»... y que mi transgresión es mi «perdición». El hombre está perdido cuando olvida al verdadero Dios: se esclaviza entonces a ídolos vacuos, que no tienen ningún valor (Noel Quesson).
3. En el Salmo 88, Señor, nos dices que tu providencia está siempre cuidándonos: “Sellé una alianza con mi elegido, / jurando a David, mi siervo: / "Te fundaré un linaje perpetuo, / edificaré tu trono para todas las edades."”
Te pido, Señor, escucharte siempre, para poder acoger tu misericordia: "Le mantendré eternamente mi favor, / y mi alianza con él será estable; / le daré una posteridad perpetua / y un trono duradero como el cielo."
Y te pido acoger tu perdón, Señor, pues me dices que aunque seamos pecadores tú sigues siendo fiel, “no les retiraré mi favor / ni desmentiré mi fidelidad."
Llucià Pou Sabaté

Viernes semana XI de tiempo ordinario; año par

Viernes de la semana 11 de tiempo ordinario; año par

Los  tesoros que nos interesan son la felicidad que nos viene de Dios, el amor de Dios que nos salva más allá de todos los problemas
«No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el Cielo, donde ni polilla ni herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado. Pero si tu ojo es malicioso, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tinieblas, cuán grande será la oscuridad» (Mateo 6, 19-23)
1. Jesús, tú tienes palabras de vida eterna, que llenan la oscuridad de mi alma cuando se fija sólo en los pobres tesoros terrenales.Tú nos invitas a algo más alto, los tesoros del cielo.
«No amontonéis tesoros en la tierra». Señor, quiero amontonar tesoros en el cielo, invertir en ti, entregarte mi corazón, servirte con amor. Y ¿qué es lo más valioso para mí?, ¿qué es lo que busco con mayor afán? Jesús, me invitas a no contentarme con lo efímero. Nuestra existencia en la tierra es una existencia amenazada, frágil. Utilizas una imagen inolvidable: la pequeña carcoma roe y con ello estropea un hermoso mueble... y la minúscula polilla agujerea el mejor de los vestidos de lana o seda... Sé que los bienes de consumo no son los verdaderos bienes del hombre. Quiero¡trabajad para el cielo!
-“Donde está tu tesoro (tu riqueza), está también tu corazón”. El instinto de propiedad forma parte de la naturaleza humana, el deseo de poseer está profundamente inscrito en nuestros corazones. Los sabios de todas las religiones han aconsejado la moderación. Jesús no aconseja de sofocar el deseo sino de dirigirlo mejor.
-“La lámpara del cuerpo es el ojo. Por esto si tu ojo está limpio, sano, tu cuerpo entero tendrá luz”. Nos hablas ahora, Jesús, de la importancia de los ojos... de la mirada: en este momento pienso en tus ojos: ¡cuán límpida debía ser tu mirada, cuán alegres tus ojos y tan amables! Trataré hoy de mejorar la calidad de mis miradas. Los ojos son la base para la comunión con los demás. ¡No sabemos ver! Pasamos al lado de innumerables ocasiones de entrar en comunicación con los demás, hermanos nuestros, conocidos o desconocidos. Señor, enséñanos a mirar... a salir de nosotros mismos.
-“Si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras”. Y si la luz que tienes está oscura, ¡qué oscuridad tan grande! Ojo sano, es también corazón sano. Ojo malo, es signo de un corazón malo. Señor, que mi mirada sea sana: Si el ojo está sano, vemos bien, si el ojo está enfermo, nos vemos rodeados de tinieblas. Quiero tener mi ojo, mi mirada, puesta en ti, que eres la luz y fuente de toda luz, que iluminas el misterio de la oscuridad humana. Si no lo tuviera puesto en Dios, vivirás en tinieblas, dentro del misterio de mi propia oscuridad.
Como rezaba san Francisco de Asís: “oh alto y divino Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón. Dame una fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta, humildad profunda. Dame juicio y discernimiento para cumplir tu santa y divina voluntad”. No me dejes, Señor, que te necesito para dirigir mis pasos hacia el camino bueno… tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Te pido que no me despiste poniendo el corazón donde no debo, que tú seas mi verdadero tesoro, el motor de mis acciones.
El ojo es la imagen del corazón. El hombre entero se refleja en sus ojos. Dios es Luz, dirá san Juan... ¡porque Dios es amor! El que no ama vive en las tinieblas.
Te ofreceré, Señor, todas las cosas que hago: “esta es la manera práctica de ir amontonando tesoros en el Cielo, y también es la forma de que Tú vayas siendo mi tesoro, y por tanto el punto de mira de mi corazón, «porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón»” (Pablo Cardona).
«Los defectos que ves en los demás quizá son los tuyos. ‘Si oculus tuus fuerit simplex...’ -Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado; mas si tienes malicioso tu ojo, todo tu cuerpo estará oscurecido.
”Y más aún: «¿ cómo te pones a mirar la mota en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que está dentro del tuyo?».
”Examínate» (s. Josemaría, Surco 328).  Jesús, te pido ser una persona que sepa ver las cosas buenas de los demás; que sea yo optimista, que vea lo positivo en todo, con la fe. Dicen que la anorexia es una percepción visual equivocada: alguien que se ve gordo al espejo aunque no sea verdad. Miramos dependiendo de cómo estamos por dentro, y así veré los defectos muchas veces si yo también los tengo, como un espejo de mis propios defectos: mi soberbia, mi envidia, mi sensualidad, mi pereza.
«Y si la luz que hay en ti es tinieblas, cuán grande será la oscuridad.»  Por eso, Jesús, te pido tu luz, esa “lámpara especial que, junto con las imágenes, ilumina mi mundo interior, mi modo de ver las cosas: la inteligencia. A través de la formación que reciba, interpretaré todo de una manera o de otra. Por eso es tan importante que cuide mi formación espiritual a través de la lectura, de charlas de formación o de la dirección espiritual. Esa formación será como una luz que alumbre mi camino y me ayude a decidir en cada momento lo que debo y no debo hacer; y también me llevará a pedir consejo ante lo que no sepa” (Pablo Cardona).
2. La monarquía de entonces, como a veces nuestros gobiernos de hoy, tienen una ambición de poder que  llega a ahogar el bien común. –Atalía hizo exterminar toda la estirpe real, nos cuenta 2Reyes (11,1-4.9-18.20).
-Pero Josabet  (esposa del sumo sacerdote Joad)... tomó a Joas, lo escondió, y evitó así su muerte. Se prepara la venganza y justicia con violencia: Atalía mató a sus nietos, también ella será asesinada... Ella usurpó el trono, a su vez será también destronada. Y se prepara esa operación larga y trabajosa salvando de la muerte a un niño. Hoy también hay partidarios de la violencia…
-Durante seis años estuvo Joas escondido en el Templo... Entonces, dieron muerte a Atalía, y el sumo sacerdote concertó una alianza entre el Señor, el rey y el pueblo, para que el pueblo fuera el pueblo del Señor... El reino de Joas fue un largo reino de paz y de piedad.  Se hizo todo esto «para que el pueblo sea el pueblo del Señor» muestra el motivo por el cual el sumo sacerdote se había comprometido: Danos, Señor, la firmeza de nuestras convicciones y de nuestros compromisos... y el respeto profundo de las libertades y de las opciones de los demás (Noel Quesson).
3.  Con el Salmo (132) te cantamos, Señor, tu providencia que nos cuida más allá de las desgracias, pues nos dices: «El fruto de tu seno asentaré en tu trono. Si tus hijos guardan mi alianza, el dictamen que yo les enseño, también sus hijos para siempre se sentarán sobre tu trono
Has querido, Señor, a tu Iglesia, tu pueblo, para nuestra felicidad y así te glorificamos. Llamas a tu Hijo a la vida humana, para que nos salve: «Aquí está mi reposo para siempre, en él me sentaré, pues lo he querido. Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi ungido; de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará su diadema».
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 15 de junio de 2016

Jueves semana XI tiempo ordinario; año par

Jueves de la semana 11 de tiempo ordinario; año par

El Evangelio está resumido en el padrenuestro, la oración que resume lo que Jesús lleva en el corazón, el amor y el perdón
“Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mateo  6,7-15). 
1. Jesús, nos das el modelo de oración: el Padrenuestro. «Los discípulos conviven con Jesucristo y, en medio de sus charlas, el Señor les indica cómo han de rezar; les revela el gran secreto de la misericordia divina: que somos hijos de Dios, y que podemos entretenernos confiadamente con Él, como un hijo charla con su padre.
Cuando veo cómo algunos plantean la vida de piedad, el trato de un cristiano con su Señor, y me presentan esa imagen desagradable, teórica, formularia, plagada de cantinelas sin alma, que más favorecen el anonimato que la conversación personal, de tú a Tú, con Nuestro Padre Dios -la auténtica oración vocal jamás supone anonimato-, me acuerdo de aquel consejo del Señor: «en la oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles» (...)
De todos modos, si al iniciar vuestra meditación no lográis concentrar vuestra atención para conversar con Dios, os encontráis secos y la cabeza parece que no es capaz de expresar ni una idea, o vuestros afectos permanecen insensibles, os aconsejo lo que yo he procurado practicar siempre en estas circunstancias: poneos en presencia de vuestro Padre, y manifestadle al menos: ¡Señor que no sé rezar que no se me ocurre nada para contarte!... Y estad seguros de que en ese mismo instante habéis comenzado a hacer oración» (san Josemaría Escrivá, Amigos de Dios 145).
Jesús, ayúdame a rezar la oración que nos enseñas: “si aprendo a rezar, también aprenderé a querer a los demás. Y si aprendo a quererlos, también les sabré perdonar. Entonces Tú me perdonarás mis fallos” (Pablo Cardona), «pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial».
Es el resumen de la espiritualidad del Antiguo y Nuevo Testamento, de todo el Evangelio: confiar en nuestro Padre Dios; alabar su nombre, pedir su reino, que se haga su voluntad. Jesús, nos enseñas así a sintonizar con Dios. Luego pasamos a nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de nuestras faltas, la fuerza para no caer en tentación y vencer el mal. Destacas, al final, una petición que tal vez nos resulta la más incómoda: «si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas». Santa Teresa decía que toda la profundidad de la oración consiste simplemente en empezar a rezar el padrenuestro y meditar lo que decimos, lo que nos dices, Señor. El Catecismo de la Iglesia nos ofrece un comentario espléndido en su parte final, con los comentarios de Padres de la Iglesia sobre el padrenuestro. Nos metemos así en la oración de Jesús, la de todos los cristianos de todos los tiempos. Es muy famosa la catequesis de san Cipriano sobre el padrenuestro (J. Aldazábal). Ya desde la primera regla (Didaché) se nos pide considerar la filiación divina con frecuencia, y para eso se nos indica rezar el padrenuestro tres veces al día.
Jesús, tu vida nos hace ver que creer es, sobre todo, cumplir la voluntad de Dios: “No todo el que me dice ‘Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo”. Y conocerte, Jesús, es poner en práctica sus palabras, entrar en tu oración, poder decir: «Padre nuestro». «Padre» es el Dios de la ternura y misericordia, del perdón y de los desvelos por nosotros su Iglesia, y por cada uno. Pronunciarlo supone el compromiso de portarse como hijos, al reconocerlo por modelo, como fuente de vida y de amor, nos hacemos mejores.
Te alabamos, oh Padre, en tu cielo que también es tu presencia en la tierra, por eso pedimos que llegue a nosotros tu reinado… que se extienda a todos los hombres, a todos los pueblos.
Te pedimos que se haga en la tierra tu designio del cielo…, tu voluntad concreta sobre las personas, sobre la historia. Tanto en tu providencia como en la realización de esos planes, «en el cielo, en la tierra». Te pedimos por tanto que «se realice en la tierra el designio que tú has pensado con tu amor, desde el cielo».
Te pedimos, ya en la segunda parte, por nuestras necesidades: que nuestro pan del mañana dánoslo hoy… tanto el «pan», de «alimento» como «el pan del mañana» o «venidero» que es el banquete mesiánico en la etapa final del reino que ya podemos empezar a probar aquí en la Eucaristía, en espera del banquete de bodas de tu Reino. El pan de la alegría y de la amistad de «los amigos del novio»).
Ahora te pedimos: perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores... no puedo abrir las puertas al perdón que Dios me da, mientras no perdone de corazón a los demás, es una condición que abre o cierra nuestro corazón al amor de Dios que se manifiesta en el perdón. Quiero profundizar en tus últimas palabras de hoy: “Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.
Te pido por fin: “y no nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos del Malo”. «Haz que no entremos (cedamos / caigamos) en tentación». Veo en tus tentaciones, Jesús, el resumen de las nuestras: la del ateísmo práctico, usando de los dones que Dios nos da para propio beneficio, sin atender al plan de Dios; la de la irresponsabilidad, la de la gloria y el poder (J. Mateos-F. Camacho).
2. Leemos hoy (Si 48,1-15) un elogio de Elías, y se anuncia su retorno: -“Surgió «como un fuego» el profeta Elías, su palabra abrasaba «como una antorcha»...” el fuego es algo misterioso, por ejemplo penetra en el animal ofrecido, es lo que calienta, lo que alumbra, lo que purifica, pero también lo que destruye, lo que es difícil de dominar, lo que alegra y a la vez espanta… Jesús, tú dirías: «He venido a traer fuego a la tierra y ¡cómo quisiera yo que ardiera
-Elías es elogiado hoy de distintas formas: “tú que despertaste un cadáver de la muerte...” Al resucitar al hijo de la viuda de Sarepta, anuncia esta nueva era de la historia en la que la muerte será vencida. Te anuncia a ti, Jesús resucitado. Concédenos, Señor, ser unos apasionados de tu encuentro. «¡Quiero ver a Dios!» decía santa Teresa de Ávila, discípula del profeta del Carmelo. Y añadía: «¡Sólo Dios basta!» Entretenerse con Dios sólo (Noel Quesson).
Hoy se interrumpe el libro de los Reyes porque el significado religioso de los hechos históricos queda iluminado por medio de textos como el de hoy, de los libros sapienciales, que explican algunos puntos que se han ido desvelando (se escribe en el siglo IV a. C., sobre hechos del siglo IX).
3. Cantamos con el salmo 96: “El Señor reina, la tierra goza… Tiniebla y nube lo rodean”. Jesús, veo ahí una profecía de tu Transfiguración, de tu Pascua: “Delante de él avanza fuego… sus relámpagos deslumbran el orbe, / y, viéndolos, la tierra se estremece”. Quiero alabarte, Señor, en mi oración, uniéndome al canto de las criaturas: “Los montes se derriten como cera / ante el dueño de toda la tierra; / los cielos pregonan su justicia, / y todos los pueblos contemplan su gloria.”
Llucià Pou Sabaté

martes, 14 de junio de 2016

Miércoles semana XI de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 11 de tiempo ordinario; año par

Oración, ayuno y limosna, en rectitud de intención, resumen de las prácticas de ascensión a Dios
“«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga.  Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha;  así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. «Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. «Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo  6,1-6,16-18). 
1. La única opinión que vale es la tuya, Señor. Si queréis ser justos, evitad el hacer vuestras obras de piedad delante de la gente para llamar la atención; si no, os quedáis sin paga de vuestro Padre del cielo. Un principio esencial. Que no haga las cosas para ser visto por los demás, sino por ti, Dios mío. Esto da una fuente de paz infinita. Que vuestra vida sea "en la interioridad". Que no busque el elogio, ni la aprobación, ni la recompensa... que no tema la reprobación, ni el olvido, ni la ingratitud. Con un desprendimiento completo de mí mismo. Tú me conoces, Señor, y me sabes débil, que muchas veces hago cosas para quedar bien. Te pido la fortaleza de ánimo para vivir en esta libertad de espíritu de hacer las cosas no para el aplauso de los hombres, sino por ti, por amor.
-Cuando des limosna, cuando reces, cuando ayunes... no lo anuncies, no hagas de ello un espectáculo como los que buscan que la gente los alabe. Los más hermosos gestos de la verdadera religión -la limosna, la oración, el ayuno- pueden, por desgracia, ser desviados de su sentido: resulta entonces una búsqueda de sí mismo... hay también una complacencia que no es para agrado de los demás, sino de mí mismo: es la complacencia de hacer el bien, porque me satisface. Así puedo sentirme movido a ayudar a los demás por una necesidad de sentirme bien ayudando, y sufriré si no puedo hacerlo. Sin embargo, la solución no será dar algo a un pobre para tranquilizar la conciencia, sino emplearme en darle trabajo a esa persona si está dispuesta, acogerla, exigirle… tengo que hacer un esfuerzo para que la cabeza domine, y no domine el sentimiento. A la larga, es mejor. Buscar hacer las cosas por amor, y no para sentirme bien.
-Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha... Cuando quieras rezar, entra en tu cuarto y echa la llave... Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara... Jesús, nos recomiendas no aparecer... que nadie pueda notarlos, salvo Dios. Los fariseos del tiempo de Jesús eran gentes sin duda admirables por sus regularidades y fidelidades... Jesús no les reprocha "lo que hacen bien", sino su "manera de hacerlo" para dar lecciones a los demás. En este sentido hay siempre fariseos... e incluso hay un fariseo en cada uno de nosotros... ¡que le gusta ponerse en primera fila! Aquí también, hay que procurar poner en práctica los consejos de Jesús: hacer gestos de caridad verdadera que nadie nos reconocerá y que uno mismo procurará olvidar... rezar en un lugar retirado, en el que nadie podrá ser testigo del tiempo que pasamos en oración... renunciar a las ventajas, sacrificar algunas cosillas, a las que tenemos derecho, sin que nadie pueda darse cuenta ni adivinarlo.
-Y tu Padre que ve lo escondido, te recompensará. Me agrada, Señor, esta definición tan simple de Dios: "El que ve lo escondido, lo invisible"... está mal empleada cuando hablamos del “ojo de Dios” en cuanto a: "Cuidado, Dios te ve incluso cuando te escondes"... pero Dios no es "el gran hermano", para castigar las tonterías escondidas, sino un Dios que sabe ver y recompensar todo lo que está escondido, todo lo que ¡los hombres no saben ver! ¡Maravilloso Dios! ¡Maravilloso Padre! ¡Dios atento a todo! ¡Padre lleno de bondad y delicadeza! Padre que no olvida nada de todo lo bueno que podemos hacer... sobre todo si nos olvidamos de nosotros mismos (Noel Quesson)
Jesús, nos concretas hoy tres cosas: la oración contigo, la caridad con los demás, y el ayuno como sacrificio. Es el programa de la Cuaresma, y el de toda nuestra vida.
2. Este encuentro contigo, Señor, puede ser de muchos modos. El relato de 2R 1,6-14, lleno de imágenes y de símbolos, nos cuenta que fue arrebatado al cielo al final de su vida, y que transmite su poder profético a su discípulo, Eliseo...
En tiempos de Jesús, se esperaba el retorno de Elías que debía preceder al Mesías. Así la gente preguntaba a Juan Bautista: «¿Eres tú Elías?» (Juan 1,21). Es lo que el ángel había dicho a Zacarías anunciando el nacimiento de Juan Bautista: «Estará con él el espíritu y el poder de Elías» (Lucas 1,17). Y Jesús dirá un día: «Si queréis admitirlo, él es Elías el que iba a venir» (Mateo 11,14).
-Dijo Eliseo a Elías: «Que tenga yo doble parte de tu espíritu.» Esto me da también ocasión a pedirte, Señor, que tu espíritu esté en mí. Elías es el hombre a la escucha de Dios, imagen de Juan Bautista, que nos dirá que “conviene que yo mengüe y él crezca en mí”. También es mi lema, que yo mengüe y tú, Señor, crezcas en mí, fruto de esa escucha de la oración y las obras de caridad y los sacrificios.
Concédenos, Señor, este mismo «espíritu», ¡tu Espíritu! Haz de nosotros hombres espirituales, transfigurados desde el interior, hombres que tienen «un manantial en ellos», hombres de los que mana «el agua viva». «Hablaba del Espíritu que debían recibir los que creerían en él.»
Elías permanece vivo. En la mañana de la Transfiguración, Pedro, Santiago y Juan, han visto a Jesús hablando con Moisés y Elías (Mateo 17). A través de esas páginas concretas está la afirmación de nuestra fe en el más allá, en la supervivencia. Pienso en los innumerables «vivientes» que están en Dios... los de mi familia.
-Eliseo tomó el manto de Elías... Si Elías no ha muerto, si vive en el cielo en Dios... es verdad también que continuará viviendo aquí abajo, en sus sucesores, sus discípulos, los que prosiguen su misión. El «manto de Elías», símbolo de su papel de profeta, pasa a los hombros de Eliseo. Arriesgar la vida por ti, Señor. Responder a mi vocación… ¿Quién recogerá hoy el «manto de Elías»? (Noel Quesson).
3. Te doy gracias, Padre, con palabras del salmo de hoy (30/31): “¡Qué grande es tu bondad, Yahveh! Tú la reservas para los que te temen, se la brindas a los que a ti se acogen, ante los hijos de Adán”. En la oración es donde te conozco, en lo secreto: “Tú los escondes en el secreto de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres; bajo techo los pones a cubierto de la querella de las lenguas”.
Y de ahí nace el afán de darte a conocer, de que todos te amen: “Amad a Yahveh, todos sus amigos; a los fieles protege Yahveh, pero devuelve muy sobrado al que obra por orgullo”.
Llucià Pou Sabaté
Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, virgen

Micaela Desmaisiéres y López de Dicastillo, vizcondesa de Jorbalán, nació en Madrid el 1 de enero de 1809, en plena Guerra de la Independencia Española, en el seno de una familia de la aristocracia. Micaela se educó en las religiosas Ursulinas de Pau, pero al quedarse huérfana de padre en 1822, regresó al hogar familiar. De su madre recibió una educación piadosa y de acuerdo a la clase social a que pertenecía. De sus ocho hermanos, casi todos murieron prematuramente salvo sus hermanos Dolores y Diego, éste ausente por sus negocios y cargos diplomáticos. Esto la obligó a ocuparse de los intereses familiares, desarrollándose así en ella un carácter enérgico y dotes de gobierno y organización. Aunque la pretendió el hijo del marqués de Villadarias, a la muerte de su madre en 1841, decide consagrar su vida a la caridad y a Dios.

Tras una visita al Hospital de San Juan de Dios, se conciencia de la lacra de la prostitución, y en abril de 1845, funda un colegio para redimir a las prostitutas en una casa en la calle de Dos Amigos de Madrid. El 12 de octubre de 1850, deja los fastos de la corte de Isabel II, para vivir con sus chicas en el colegio. Tras grandes dificultades, para 1856 el colegio ha crecido y ya tiene con ella algunas colaboradoras. Ve la necesidad de formar una comunidad que dé estabilidad a la obra, surge así la Congregación de Adoratrices, Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad. Micaela se ha convertido ya en la Madre Sacramento y ese mismo año escribe unas constituciones de su congregación que serán aprobadas por la Santa Sede en 1861. Al colegio de Madrid le siguen pronto, Zaragoza (1856), Valencia (1858), Barcelona (1861), Burgos (1863), Pinto, filial de Madrid (1864), Santander (1865) y Guadalajara (1915), ésta fundada por su sobrina María Diega Desmaissières. En agosto de 1865, la Madre Sacramento al enterarse de que en Valencia estalla una epidemia de cólera, decide viajar en tren a Valencia para ayudar a las religiosas y colegialas de su casa durante una epidemia de cólera que también acabó con su propia vida el 24 de agosto de dicho año.

APOSTOLADO SOCIAL
La Madre Sacramento dedicó su vida a la fundación de la Congregación de Religiosas Adoratrices y Esclavas de la Caridad, con sus colegios de reeducación, ejerciendo así un notable influjo en la sociedad del siglo XIX. Pero su radio de acción trasciende los límites del Instituto: actúa también en el campo eclesial y social, unas veces a instancias de la jerarquía eclesiástica y otras movida por las circunstancias sociales que la rodean.

También debemos señalar su apostolado con la Familia Real, particularmente con la reina Isabel II, que le ocupó buena parte de su tiempo en los últimos años de su vida, llamada por el confesor de la reina San Antonio María Claret.

Asimismo, las Escuelas Dominicales de España le deben su existencia.

lunes, 13 de junio de 2016

Martes semana XI de tiempo ordinario; año par

Martes de la semana 11 de tiempo ordinario; año par

Jesús nos pide amor hacia los enemigos, y rezar por ellos
“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mateo 5,43–48).
1. Jesús, gracias por darnos como doctrina lo que has hecho con tu vida. Túhas amado a los enemigos, y nos enseñas a hacerlo para ser felices como tú. Después de citar las palabras del Levítico (“amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”), añades la interpretación auténtica, no la de una letra muerta, sino la del espíritu que hay debajo de la ley: “amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen”.
La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5,43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación  de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14)” (Catecismo, 2844).
Con la oración de San Francisco, te pido: “Señor, hazme un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensa, ponga yo perdón, donde haya discordia, ponga yo armonía, donde haya error, ponga yo verdad, donde haya duda, ponga yo la fe, donde haya desesperación, ponga yo  esperanza, donde haya tinieblas, ponga yo la luz, donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh, Señor, que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar, en ser comprendido,  como en comprender, en ser amado, como en amar; porque dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado, muriendo se resucita a la vida. Amén”.
Cuentan que un importante señor gritó al director de su empresa, porque estaba enfadado en ese momento.
El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado, porque había un abundante almuerzo en la mesa.
Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato.
La empleada dio una patada al perro porque la hizo tropezar.
El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la acera, porque le cerraba el paso. Esa señora fue al hospital para ponerse la vacuna y que le curaran la herida, y gritó al joven médico, porque le dolió la vacuna al ser aplicada.
El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado.
Su madre, tolerante y un manantial de amor y perdón, acarició sus cabellos diciéndole: - "Hijo querido, prometo que mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor". Bendijo a su hijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos...
En ese momento, se interrumpió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor. Si tú eres de los que ingresaron en un círculo del odio, acuérdate que puedes romperlo con tolerancia, dulzura, perdón y amor. No caigamos en el círculo del odio pensando que es imposible encontrar amor: la manera más rápida de recibir amor es darlo, hay más alegría en dar que en recibir.
El amor lo perdemos cuando lo queremos para nosotros, es como el fuego que cuando lo extendemos nos acaricia con su calor; el amor tiene alas y no hay que encadenarlo. El amor es el don más preciado que Dios nos ha regalado, y que nos da la oportunidad de regalar. Además, cuanto más se da más nos queda porque se agranda nuestro corazón al amar, ahí está el secreto del amor.
De nada tiene necesidad este mundo como del amor. Leía hace poco algo que nos viene muy bien para permanecer en el círculo del amor, y no caer en el del odio: el amor alienta, el odio abate; el amor sonríe, el odio gruñe; el amor atrae, el odio rechaza; el amor confía, el odio sospecha; el amor enternece, el odio enardece; el amor canta, el odio espanta; el amor tranquiliza, el odio altera; el amor guarda silencio, el odio vocifera; el amor edifica, el odio destruye; el amor siembra, el odio arranca; el amor espera, el odio desespera; el amor consuela, el odio exaspera; el amor suaviza, el odio irrita; el amor aclara, el odio confunde; el amor perdona, el odio intriga; el amor vivifica, el odio mata; el amor es dulce; el odio es amargo; el amor es pacífico; el odio es explosivo; el amor es veraz, el odio es mentiroso; el amor es luminoso, el odio es tenebroso; el amor es humilde, el odio es altanero; el amor es sumiso, el odio es jactancioso; el amor es manso, el odio es belicoso; el amor es espiritual, el odio es carnal. El amor es sublime, el odio es triste. El amor todo lo puede... No hay dificultad por muy grande que sea, que el amor no lo supere. No hay enfermedad por muy grave que sea, que el amor no la sane. No hay puerta por muy cerrada que esté, que el amor no la abra. No hay distancias por extremas que sean, que el amor no las acorte tendiendo puentes sobre ellas. No hay muro por muy alto que sea, que el amor no lo derrumbe. No hay pecado por muy grave que sea, que el amor no lo redima. No importa cuán serio sea un problema, cuán desesperada una situación, cuán grande un error, el amor tiene poder para superar todo esto. Quien es capaz de experimentar realmente el amor, puede ser la persona más feliz y más poderosa del mundo. Amar... Siempre... En cada acto, en cada pensamiento, en cada día que amanece, en cada noche que llega, hacer de la vida siempre una canción de amor...
«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial». Hoy, Jesús, nos invitas a amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos». Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial». ¿Dónde encontramos tu rostro, Señor? “En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿Y nuestros compañeros de trabajo? ¿Y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿Cómo los amamos? ¿Qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?
Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?». ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...
Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros” (Iñaki Ballbé Turu).
2. El Señor volvió a hablar a Elías: «Levántate... ¡baja al encuentro de Ajab!» y Elías, como siempre, obedece, totalmente entregado a sus hermanos los hombres. Un hombre capaz de vivir en relación con lo invisible, en la oración y capaz de arriesgarse, en servicio de la justicia. Su fuerza viene de su oración.
Señor, te pedimos la valentía de Elías tu profeta. Ayúdanos a estar a tu escucha de tal modo, que oigamos la llamada de nuestros hermanos que piden justicia.
Le toca transmitir el mensaje de que el rey ha asesinado a Nabot para quedarse con su viña.
Da, Señor, a tu Iglesia de hoy, la valentía de defender a la justicia y a los pobres. Concede a todos los cristianos esa pasión por la justicia. Para decir las verdades con valentía.
Ajab reconoce su pecado y lo deplora. Elías, que antes trajo al rey la amenaza, ahora es instrumento de misericordia. Ya sabemos que Dios no amenaza nunca por amenazar: «el Señor no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.» Concédenos, Señor, en medio de nuestros combates, ese sentido de la justicia y de la bondad (Noel Quesson).
Hay también hoy día una misión social en la Iglesia, como nos dice el Catecismo por ejemplo sobre la misa: «la Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres», y san Juan Crisóstomo se queja de unos cristianos que muestran un culto muy cuidadoso al Cristo eucarístico, pero no tienen en cuenta al Cristo que está en la persona del hermano: «Has gustado la sangre del Señor y luego no reconoces a tu hermano... Dios te ha invitado a esta mesa, y tú, aun así, no te has hecho más misericordioso» (CEC 1397).
3. Por eso te pedimos hoy, Señor, con el salmo 50, estar libres de todo rencor y juicio negativo sobre los demás, para poder abrirnos a tu misericordia: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado”.
Cuando perdonamos a los demás, tenemos también el corazón libre para recibir el perdón divino: “Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra ti, contra ti solo pequé, / cometí la maldad que aborreces.
Aparta de mi pecado tu vista, / borra en mí toda culpa. / Líbrame de la sangre, oh Dios, / Dios, Salvador mío, / y cantará mi lengua tu justicia”.
Llucià Pou Sabaté