domingo, 6 de diciembre de 2015

Lunes de la semana 2 de Adviento

Lunes de la semana 2 de Adviento

La conversión hacia Dios y la amistad con Él viene de iniciativa suya: “viene en persona y os salvará”… Damos gracias a Dios: “Hoy hemos visto cosas admirables”
“Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados». Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados, dijo al paralítico: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles» (Lucas 5,17-26).
1. «Le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro». Vemos aquí la ayuda de los amigos, que llevan el paralítico al Señor… Todos necesitamos la compañía, sentirnos queridos por los amigos, «es propio del amigo hacer el bien a los amigos, principalmente a aquellos que se encuentran más necesitados» (Santo Tomás de Aquino). En primer lugar, es bonito contemplar a Jesús, que parece perdonar al paralítico por la fe de sus amigos: “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: hombre, tus pecados te son perdonados”.
Ser amigo es algo muy grande: el amigo no juzga la causa de las desgracias, está al lado para acompañar. Jesús tiene corazón, y le gusta ver el amor expresado en los signos de amistad: no quiere convencer ni vencer, sino ofrecer la experiencia de lo que va bien, quiere lo mejor para el amigo y está dispuesto a sacrificarse por él, hacer algo poco habitual como es subir al tejado y levantar el techo para descolgar, con unas cuerdas u otro sistema, la litera con el amigo (con cuidado para que no caiga) y ponerlo ante Jesús. Hay que reconocer la audacia de esos amigos, y como todos estamos enfermos, la amistad auténtica es ayudarnos, y poner al amigo ante Jesús para que se conozca, se encuentre de un modo más pleno a sí mismo. Es una llamada a la reflexión sobre este valor de la amistad, y de cómo lo vivimos, y con qué profundidad. También esa amistad se extiende a muchos, por eso dice el Introito: “Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas: llega nuestro Salvador, no temáis”.
Un segundo aspecto que nos ofrece este milagro es la conversión, tónica que domina este tiempo litúrgico y concretamente esta segunda semana de Adviento. Jesús conoce lo que estos hombres quieren: la curación de su amigo, en el cuerpo y en el alma «Hombre, tus pecados te quedan perdonados». Recuerda Benedicto XVI que nosotros hubiéramos curado primero la enfermedad, pero el Señor viene a salvarnos, y por eso primero cura el alma de los pecados. Solo luego, precisamente para que se vea que tiene poder para hacer lo que Dios hace, salvar, dice también: “Yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. La respuesta también abarca las dos cosas, la salud física y la alegría espiritual: “Y al instante se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que yacía, y se fue a su casa glorificando a Dios”. Veremos comenzar el ministerio del Señor con esta llamada de anuncio de la llegada del Reino de Dios y llamada a la conversión (cfr. Mc 1, 15), y aquí lo vemos perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe y además la curación; este paralítico llevado en camilla representa a cada uno de nosotros en el camino hacia Jesús y el misterio de misericordia que es la Navidad. Este ministerio del perdón lo continua ejerciendo en su nombre la Iglesia, hasta el final del mundo, sobre todo “a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia” (Juan Pablo II). “Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; aun el peor de los pecadores es llamado a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos les son revelados los misterios del Reino” (Compendio del Catecismo, 107).
La fuente más profunda de nuestros males son los pecados, por eso, aunque pidamos ciertos bienes Dios sabe lo que nos conviene, va más allá: necesitamos el encuentro con la misericordia divina.
Podemos fijarnos en que todo eso es posible gracias a que los amigos superan la “prudencia de la carne” (Romanos 8, 6-8), que es cobardía, y equivale al disimulo, la hipocresía, “escurrir el bulto”, astucia, cálculo interesado, y en resumen egoísmo. Se ve la fortaleza manifestada en su forma más alta en resistir las adversidades, y afrontar los obstáculos con constancia y paciencia. La justicia es dar a cada uno lo suyo, y cuando se ve que para el amigo hay que darle lo mejor, se ponen los medios. Templanza en la discreción y modestia de estar en segundo plano, con una sobriedad exquisita, una sencillez encantadora. Es preciso cultivar esas virtudes, para ser buenos amigos y útiles para que “el Espíritu Santo se sirva del hombre como de un instrumento” (Santo Tomás de Aquino).
Hoy la unidad de las lecturas subraya que en Cristo Jesús tenemos de nuevo todos los bienes que habíamos perdido por el pecado del primer Adán. Él es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían acobardados. Jesús, el que salva, el que cura, el que perdona. Le dio al paralítico más de lo que pedía: no sólo le curó de la parálisis, sino que le dio la salud interior. Lo que ofrece él es la liberación integral de la persona.
Resulta así que lo que prometía Isaías se quedó corto. Jesús hizo realidad lo que parecía utopía, superó nuestros deseos y la gente exclamaba: «hoy hemos visto cosas admirables». Cristo es el que guía la nueva y continuada marcha del pueblo: el que dijo «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Vemos también hoy rodillas vacilantes y manos temblorosas, miedos y desorientación, y nos propone el Adviento: «levantad la cabeza, ya viene la liberación», «cobrad ánimos, no tengáis miedo», «te son perdonados tus pecados», «levántate y anda». Cristo Jesús nos quiere curar a cada uno de nosotros, y ayudarnos a salir de nuestra situación, sea cual sea, para que pasemos a una existencia viva y animosa. Aunque una y otra vez hayamos vuelto a caer y a ser débiles.
El sacramento de la Reconciliación, que en este tiempo de preparación a la gracia de la Navidad tiene un sentido privilegiado, es el que Cristo ha pensado para que, por medio del ministerio de su Iglesia, nos alcance una vez más el perdón y la vida renovada. La reconciliación es también cambio y éxodo. Nuestra vida tiene siempre algo de éxodo: salida de un lugar y marcha hacia alguna tierra prometida, hacia metas de mayor calidad humana y espiritual. Es una liberación total la que Dios nos ofrece, de vuelta de los destierros a los que nos hayan llevado nuestras propias debilidades.
Pero el evangelio de hoy nos invita también a adoptar una actitud activa en nuestra vida: ayudar a los demás a que se encuentren con Jesús. Son muchos los que, a veces sin saberlo, están (estamos) buscando la curación, que viven en la ignorancia, en la duda o en la soledad, y están paralíticos. Tal vez, ya no esperan nada en esta vida. O porque creen tenerlo ya todo. O están desengañados. Te pido hoy, Señor, ser de los que se prestan gustosos a llevar al enfermo en su camilla, a ayudarle, a dedicarle tiempo. Como tú, Jesús…
Cuando el sacerdote nos invita a la comunión, nos presenta a Jesús como «el Cordero que quita el pecado del mundo». Esta palabra va dirigida a nosotros hoy y aquí. Cada Eucaristía es Adviento y Navidad, si somos capaces de buscar y pedir la salvación que sólo puede venir de Dios. Cada Eucaristía nos quiere curar de parálisis y miedos, y movernos a caminar con un sentido más esperanzado por la vida. Porque nos ofrece nada menos que al mismo Cristo Jesús, el Señor Resucitado, hecho alimento de vida eterna (J. Aldazábal).
La mentalidad de aquella cultura marginaba al enfermo. Se consideraba, en general, que la parálisis, como toda enfermedad, provenía del pecado. Más pecador, si grave era su enfermedad. Si no era él, fue su familia o algún antepasado. Los sacerdotes, escribas y otros guardaban celosamente los prejuicios de la cultura como normas absolutas e inalterables. Sometían a la población con esas represiones. La injusticia era así sacralizada, y todos se llenaban de miedo. También en nuestra época hay algo de eso, y el moralismo ha hecho daño, dominando las conciencias dirigiéndolas desde fuera, sin formarlas, sustituyéndolas… Jesús rompe ese esquema y propone una visión amplia, generosa, tierna. El ser humano, cualquiera que sea, tiene un valor tan grande que las normas y los prejuicios tienen que modificarse para que la persona sea el centro de la vida. El Dios de la Vida no nos habla de ser gusanos, sin derechos para nada, sinoi de dignidad, justicia y solidaridad. La fe en Dios, por tanto, no se puede utilizar para marginar y recriminar a nadie. Jesús denuncia a los fanáticos religiosos. El ser humano, no importa qué dignidad y cargo ocupe, no está en el mundo para reprimir a sus hermanos y someterlos a la servidumbre de las costumbres. "¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?" La función del ser humano, del Hijo del Hombre, es liberar a la humanidad atormentada y darle posibilidades de comenzar aquí y ahora el camino de redención. "Te lo ordeno, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa". Por eso la persona postrada por la enfermedad y oprimida por los prejuicios religiosos y legales es liberada definitivamente. El paralítico se pone en pie y recupera su dignidad humana. Ahora, es capaz de seguir, por sus propios medios, el camino que elige y no está sometido ya a lo que los demás decidan por él (servicio bíblico latinoamericano).
2. La segunda parte del libro de Isaías que leemos esta semana («el segundo Isaías»), se sitúa en pleno exilio. Jerusalén, como Samaria, ha sido destruida... el Templo profanado y arruinado por los ejércitos enemigos... todos los judíos aptos para trabajar han sido deportados a Babilonia donde están condenados a duros trabajos forzados... y aquí, en ese contexto, el profeta medita, por adelantado, sobre el «retorno a la tierra santa». Es «el libro de la consolación», lleno de esperanza: ¡vendrá un tiempo de felicidad total, cuando Dios salvará a su pueblo!
-“¡Que el desierto y el sequedal se alegren, que la estepa exulte y florezca, que la cubran las flores de los campos!... Fortaleced las manos fatigadas, afianzad las rodillas vacilantes, decid a los que se azoran: «¡Animo, no temáis...!»” Te ruego, Señor, por todos los que están «desanimados» (podemos pedir por personas concretas…).
-“Mirad que viene vuestro Dios... y os salvará”. ¡Ven, Señor! En esta vida, donde esperamos tu advenimiento... «Esperamos tu venida...» en la liturgia volvemos a esas plegarias de la Iglesia primitiva.
-“Dios es el que viene”: Cada uno de los sacramentos es un signo sensible de ello: en la eucaristía esto es lo esencial; Jesús viene a nosotros y está en nosotros. Pero esto es también verdad en cada sacramento. Oro partiendo de mi vivencia de cada sacramento: *reconciliación como encuentro con Jesús... *matrimonio, como encuentro con Jesús... *bautismo, como comunión a la vida de «hijo de Dios» de Jesús. Pero, no sólo los sacramentos son una «venida» de Jesús. Mi vida cotidiana, mi apostolado, mis compromisos, mis trabajos de cada día, mis esfuerzos en mi vida moral... son también un modo de hacer que Jesús «venga» al mundo. Es preciso que, en la oración, dé ese sentido a mi vida.
-“Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos... Entonces saltará el cojo como ciervo y la boca del mudo lanzará gritos de alegría... Los cautivos rescatados llegarán a Jerusalén entre aclamaciones de júbilo... Una dicha sin fin iluminará sus rostros”... Alegría y gozo les acompañarán, dolor y tristeza huirán para siempre... (Noel Quesson).
3. Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra”, rezamos con el salmista: nos vamos acercando a nuestra salvación eterna. “La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo”. Es el cielo y la tierra que se unen con la venida del Señor, y así “el Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos”.
Llucià Pou Sabaté
San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia

El valor y la constancia para resistir el mal forman parte de las virtudes esenciales de un obispo.  En ese sentido, San Ambrosio fue uno de los más grandes pastores de la Iglesia de Dios.  Se le consideró tradicionalmente como uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia de occidente. 
El santo nació en Tréveris, probablemente el año 340. Su padre, que se llamaba también Ambrosio, era entonces prefecto de la Galia.  El prefecto murió cuando su hijo era todavía joven, y su esposa volvió con la familia a Roma.  La madre de San Ambrosio dio a sus hijos una educación esmerada, y puede decirse que el futuro santo debió mucho a su madre y a su hermana Santa Marcelina.  El joven aprendió el griego, llegó a ser buen poeta y orador y se dedicó a la abogacía.  En el ejercicio de su carrera llamó la atención de Anicio Probo y de Símaco.  Este último, que era prefecto de Roma, se mantenía en el paganismo.  Probo era prefecto pretorial de Italia.  Ambrosio defendió ante este último varias causas con tanto éxito, que Probo le nombró asesor suyo.  Más tarde, el emperador Valentiniano nombró al joven abogado gobernador con residencia en Milán (norte de Italia).  Cuando Ambrosio se separó de su protector Probo, éste le recomendó:  "Gobierna más bien como obispo que como juez".  El oficio que se había confiado a Ambrosio era del rango consular y constituía uno de los puestos de mayor importancia y responsabilidad en el Imperio de occidente. 
El obispo Auxencio, un hereje arriano que había gobernado la diócesis de Milán durante casi veinte años, murió el año 374.  La ciudad se dividió en dos partidos, ya que unos querían a un obispo fiel a la fe católica y otros a un arriano.  Para evitar en cuanto fuese posible que la división degenerase en pleito, San Ambrosio acudió a la iglesia en la que iba a llevarse a cabo la elección, y exhortó al pueblo a proceder a ella pacíficamente y sin tumulto.  Mientras el santo hablaba, alguien gritó:  "¡Ambrosio obispo!"  Todos los presentes repitieron unánimemente ese grito, y católicos y arrianos eligieron al santo para el cargo.  Ambrosio quedó desconcertado tanto más cuanto que, aunque era cristiano, no estaba todavía bautizado.  Pero los obispos presentes ratificaron su nombramiento por aclamación.  Ambrosio alegó irónicamente que "la emoción había pesado más que el derecho canónico y trató de huir de Milán.  El emperador recibió un informe sobre lo sucedido.  Por su parte, Ambrosio también le escribió, rogándole que le permitiese renunciar. Valentiniano respondió que se sentía muy complacido por haber sabido elegir a un gobernador que era digno de ser obispo, y mandó al vicario de la provincia que tomase las medidas necesarias para consagrar a Ambrosio.  Este trató de escapar una vez más y se escondió en casa del senador Leoncio.  Pero, cuando Leoncio se enteró de la decisión del emperador, entregó al santo, y éste no tuvo más remedio que aceptar.  Así pues, recibió el bautismo y, una semana más tarde, el 7 de diciembre de 374, se le confirió la consagración episcopal.  Tenía entonces unos treinta y cinco años.
Consciente de que ya no pertenecía al mundo, el santo decidió romper todos los lazos que le unían a él.  En efecto, repartió entre los pobres sus bienes muebles y cedió a la Iglesia todas sus tierras y posesiones;  lo único que conservó fue una renta para su hermana Santa Marcelina.  Por otra parte, confió a su hermano San Sátiro la administración temporal de su diócesis para poder consagrarse exclusivamente al ministerio espiritual.  Poco después de su ordenación, escribió a Valentiniano quejándose con amargura de los abusos de ciertos magistrados imperiales.  El emperador le respondió:  "Desde hace tiempo estoy acostumbrado a tu libertad de palabra y no por ello dejé de aceptar tu elección.  No dejes de seguir aplicando a nuestras faltas los remedios que la ley divina prescribe".  San Basilio escribió a Ambrosio para felicitarle, o más bien dicho para felicitar a la Iglesia por su elección para exhortarle a combatir vigorosamente a los arrianos.  San Ambrosio, que se creía muy ignorante en las cuestiones teológicas, se entregó al estudio de la Sagrada Escritura y de las obras de los autores eclesiásticos, particularmente de Orígenes y San Basilio.  En sus estudios le dirigió San Simpliciano, un sabio sacerdote romano, a quien amaba como amigo, honraba como padre y reverenciaba como maestro. San Ambrosio combatió con tanto éxito el arrianismo que la erradicó casi por completo de Milán.  El santo vivía con gran sencillez y trabajaba infatigablemente. Sólo cenaba los domingos, los días de la fiesta de algunos mártires famosos y los sábados.  En efecto, en Milán no se ayunaba nunca en sábado;  pero cuando Ambrosio estaba en Roma, ayunaba también los sábados.  El santo no asistía jamás a los banquetes y recibía en su casa con suma frugalidad.  Todos los días celebraba la misa por su pueblo y vivía consagrado enteramente al servicio de su grey;  todos los fieles podían hablar con él siempre que lo deseaban, y le amaban y admiraban enormemente.  San Agustín fue a verle varias veces.
Sobre la Virginidad
En sus sermones, San Ambrosio alababa con frecuencia el estado y la virtud de la virginidad por amor a Dios, y dirigía personalmente a muchas vírgenes consagradas.  A petición de Santa Marcelina, el santo reunió sus sermones sobre el tema;  tal fue el origen de uno de sus tratados mas famosos.  Las madres impedían que sus hijas fuesen a oír predicar a San Ambrosio, y aun llegó a acusársele de que quería despoblar el Imperio.  El santo respondía:  "Quisiera que se me citase el caso de un hombre que haya querido casarse y no haya encontrado esposa", y sostenía que en los sitios en que se tiene en alta estima la virginidad la población es mayor.  Según él, la guerra y no la virginidad era el gran enemigo de la raza humana.
Defensa de la Fe y del orden
Como los godos hubiesen invadido ciertos territorios romanos del oriente, el emperador Graciano decidió acudir con su ejército en socorro de su tío Valente.  Sin embargo, para preservarse del arrianismo, del que Valente era gran protector, Graciano pidió a San Ambrosio que le instruyese sobre dicha herejía.  Con ese objeto, el santo escribió el año 377 una obra titulada "A Graciano acerca de la Fe" y, más tarde, la amplió.  Los godos habían causado estragos desde Tracia a la Iliria.  San Ambrosio, no contento con reunir todo el dinero posible para rescatar a los prisioneros, mandó fundir los vasos sagrados.  Los arrianos consideraron esa medida como un sacrilegio y se la echaron en cara.  El santo respondió que le parecía más útil salvar vidas humanas que conservar el oro:  "Si la Iglesia tiene oro, no es para guardarlo, sino para emplearlo en favor de los necesitados". Después del asesinato de Graciano en 383, la emperatriz Justina rogó a San Ambrosio que negociase con el usurpador Máximo para evitar que éste atacase a su hijo, Valentiniano II.  San Ambrosio fue a entrevistarse con Máximo en Tréveris y consiguió convencerle de que se contentase con la Galia, España y las Islas Británicas.  Según se dice, fue ésa la primera vez que un ministro del Evangelio intervino en los asuntos de la alta política. Es un ejemplo clásico una justa intervención por parte de la Iglesia, ya que no buscó favoritismos ni se alió con un lado de la política sino que solo buscó que se ejerciese el derecho, en este caso, defender el orden contra un usurpador armado.  Más tarde, como veremos, prefirió sufrir mucho antes que ceder a las injustas exigencias del otro bando, el de la emperatriz Justina.
Por entonces, ciertos senadores trataron de restablecer en Roma el culto a la diosa Victoria.  El grupo estaba encabezado por Quinto Aurelio Símaco, hijo y sucesor del prefecto romano que había protegido a San Ambrosio en su juventud y había sido un admirable erudito, hombre de Estado y orador.  Quinto Aurelio Símaco pidió a Valentiano que reconstruyese el altar de la Victoria en el senado, pues a dicha diosa atribuía los triunfos y la prosperidad de la antigua Roma.  Quinto Aurelio Símaco redactó muy hábilmente su petición, apelando a la emoción y empleando argumentos que se oyen todavía:  "¿Qué importa el camino por el que cada uno busca la verdad?  Existen muchos caminos para llegar al gran misterio".  La petición era un ataque velado contra San Ambrosio. Cuando el santo se enteró por conducto privado de la existencia del documento, escribió al emperador pidiéndole que le enviase una copia y reprendiéndole por no haberle consultado inmediatamente en ese asunto que atañía a la religión.  Poco después, escribió una respuesta que sobrepasaba en elocuencia a la petición de Símaco y la demolía punto por punto. Tras ridiculizar la idea de que los éxitos conseguidos por el valor de los soldados se vaticinaban en las entrañas de las bestias sacrificadas, el santo, elevándose a las cumbres de la más alta retórica, hablaba por boca de Roma, diciendo que la ciudad se lamentaba de sus errores pasados y que no se avergonzaba de cambiar. Ambrosio exhortaba a Símaco y sus compañeros a interpretar los misterios de la naturaleza a través del Dios que los había creado y a pedir a Dios que concediese la paz a los emperadores, en vez de pedir a los emperadores que les concediesen adorar en paz a sus dioses.  La respuesta del santo terminaba con una parábola sobre el progreso y el desarrollo del mundo: Por medio de la justicia, la verdad se cierne sobre las ruinas de las opiniones que antiguamente gobernaban el mundo".  Tanto el escrito de Símaco como el de San Ambrosio fueron leídos ante el emperador y su consejo. No hubo discusión de ninguna especie.  Valentiniano dijo a los presentes. "Mi padre no destruyó los altares, y nadie le pidió tampoco que los reconstruyese. Yo seguiré su ejemplo y no modificaré el estado de cosas".
La emperatriz Justina no se atrevió a apoyar abiertamente a los arrianos mientras vivieron su esposo y Graciano; pero, en cuanto la paz que San Ambrosio negoció entre Máximo y el hijo de Justina le dieron oportunidad de oponerse al obispo, se olvidó de todo lo que le debía. Al acercarse la Pascua del año 385, Justina indujo a Valentiniano a reclamar la basílica Porcia (actualmente llamada de San Víctor), situada en las afueras de Milán, para cederla a los arrianos, entre los que se contaban ella y muchos personajes de la corte. San Ambrosio respondió que jamás entregaría un templo de Dios. Entonces, Valentiniano envió a unos mensajeros a pedir la nueva basílica de los Apóstoles. Pero el santo obispo no cedió. El emperador mandó a sus cortesanos a apoderarse de la basílica. Los milaneses, enfurecidos ante eso tomaron prisionero a un sacerdote arriano. Al enterarse de lo sucedido, San Ambrosio pidió a Dios que no permitiese que la sangre corriese y envió a varios sacerdotes y diáconos a rescatar al prisionero.  Aunque el santo tenía de su parte a la multitud y aun al ejército, se guardó de hacer o decir nada que pudiese desatar la violencia y poner en peligro al emperador y a su madre. Cierto que se negó a entregar las iglesias, pero se abstuvo de oficiar en ellas para no encender los ánimos. Sus adversarios, que le llamaban "el Tirano", hicieron lo posible por provocarle. San Ambrosio preguntó a sus enemigos: "¿por qué me llamáis tirano?  Cuando me enteré de que la iglesia estaba rodeada de soldados, dije que no la entregaría, pero que tampoco me lanzaría a la lucha. Máximo no afirma que tiranizó a Valentiniano, a pesar de que a él le impedí marchar sobre Italia". 
En el momento en que el santo explicaba un pasaje del libro de Job al pueblo, irrumpió en la capilla un pelotón de soldados, a los que habían dado la orden de atacar; pero ellos se negaron a obedecer y entraron a orar con los católicos. A los pocos momentos, todo el pueblo se dirigió a la basílica contigua, arrancó las decoraciones que se habían puesto para recibir al emperador, y las dio a los niños para que jugasen con ellas. Sin embargo, San Ambrosio no aprovechó ese triunfo y no entró en la basílica sino hasta el día de Pascua, cuando Valentiniano retiró de ahí a los soldados. El pueblo celebró con gran júbilo esa victoria. San Ambrosio escribió un relato de los hechos a Santa Marcelina, que estaba entonces en Roma, y añadió que preveía desórdenes todavía mayores:  "El eunuco Calígono, que es camarlengo imperial, me dijo:  'Tú desprecias al emperador, de suerte que te voy a mandar decapitar'.  Yo repuse:  ¡Dios lo quiera!  Así sufriría yo como corresponde a un obispo, y tú obrarías como las gentes de tu calaña' ".
En enero del año siguiente, Justina convenció a su hijo de que promulgase una ley para autorizar a los arrianos a celebrar reuniones y las prohibiera a los católicos. Dicha ley amenazaba con la pena de muerte a quien tratase de impedir las reuniones de los arrianos. Además se condenaba al destierro a quien se opusiese a que las iglesias fuesen cedidas a los arrianos. San Ambrosio no hizo caso de la ley y se negó a entregar una sola iglesia. Sin embargo, nadie se atrevió a tocarle. "Yo he dicho ya lo que un obispo tenía que decir. Que el emperador proceda ahora como corresponde a un emperador. Nabot se negó a entregar la herencia de sus antepasados. ¿Cómo voy yo a entregar las iglesias de Jesucristo?"  El Domingo de Ramos, el santo predicó sobre su decisión de no entregarlas.  Entonces, el pueblo, temeroso de la venganza del emperador, se encerró con su pastor en la basílica.  Las tropas imperiales la sitiaron con miras a vencer al pueblo por el hambre;  pero ocho días después, el pueblo seguía ahí.  Para ocupar a las gentes, San Ambrosio se dedicó a enseñarles himnos y salmos que él mismo había compuesto.  Todos cantaban en coros alternados.  El emperador envió al tribuno Dalmacio a conferenciar con el santo. Proponía que Ambrosio y el obispo arriano, Auxencio, eligiesen conjuntamente un grupo de jueces para decidir la cuestión. Si San Ambrosio no aceptaba esa proposición, debía retirarse y dejar la diócesis en manos de Auxencio. Ambrosio respondió por escrito al emperador, haciéndole notar que los laicos (pues Valentiniano había propuesto que se eligiesen jueces laicos) no tenían derecho a juzgar a los obispos ni a dictar leyes eclesiásticas.  En seguida, el santo subió al púlpito y expuso al pueblo el desarrollo de los acontecimientos en el último año.  En una sola frase resumió espléndidamente el fondo de la disputa:  "El emperador está en la Iglesia, no sobre la Iglesia". 
Entre tanto, llegó la noticia de que Máximo, con el pretexto de la persecución de que eran objeto los católicos, así como ciertas cuestiones de fronteras, estaba preparándose para invadir Italia. Valentiniano y Justina, sobrecogidos por el pánico, rogaron entonces a San Ambrosio que partiese nuevamente a impedir la invasión del usurpador. Olvidando todas las injurias públicas y privadas de que había sido objeto, el santo emprendió el viaje. Máximo, que estaba en Tréveris, se negó a concederle una audiencia privada, a pesar de que Ambrosio era obispo y embajador imperial, y le propuso recibirle en un consistorio público.  Cuando Ambrosio fue introducido a la presencia de Máximo y éste se levantó del trono para darle el beso de paz, el santo permaneció inmóvil y se negó a acercarse a recibir el ósculo.  En seguida, demostró públicamente a Máximo que la invasión que proyectaba era injustificable y constituía una deslealtad y terminó pidiéndole que enviase a Valentiniano los restos de su hermano Graciano como prenda de paz.  Desde su llegada a Tréveris, el santo se había negado a mantener la comunión con los prelados de la corte que habían participado en la ejecución del hereje Prisciliano, y aun con el mismo Máximo.  Por ello, se le ordenó al día siguiente que abandonase Tréveris.  El santo regresó a Milán, no sin escribir antes a Valentiniano para referirle lo sucedido y aconsejarle que no se dejase engañar por Máximo, pues consideraba a éste como un enemigo velado que prometía la paz pero buscaba la guerra.  En efecto, Máximo invadió súbitamente Italia, donde no encontró oposición alguna.  Justina y Valentiniano dejaron en Milán a San Ambrosio para que hiciese frente a la tormenta y huyeron a Grecia en busca del amparo del emperador de oriente, Teodosio, en cuyas manos se pusieron. Teodosio declaró la guerra a Máximo, le derrotó y ejecutó en Panonia, y devolvió a Valentiniano sus territorios y los que le había arrebatado el usurpador.  Pero en realidad, Teodosio fue quien gobernó desde entonces el imperio.
Teodocio permaneció algún tiempo en Milán, e indujo a Valentiniano abandonar el arrianismo y a tratar a San Ambrosio con el respeto que merecía un obispo verdaderamente católico. Sin embargo, no dejaron de surgir conflictos entre Teodosio y San Ambrosio y hay que reconocer que en el primero de esos conflictos no faltaba razón a Teodosio.  En efecto, ciertos cristianos de Kallinikum de Mesopotamia habían demolido la sinagoga de los judíos. Cuando Teodosio se enteró, ordenó que el obispo del lugar, a quien se acusaba de estar complicado en el asunto, se encargase de reconstruir la sinagoga.  El obispo apeló a San Ambrosio, quien escribió una carta de protesta a Teodosio ; pero, en vez de alegar que no se conocían con certeza las circunstancias del caso, el santo basó su protesta en la tesis exagerada de que ningún obispo cristiano tenía derecho a pagar la construcción de un templo de una religión falsa. Como Teodosio hiciese caso omiso de esa protesta, San Ambrosio predicó contra él en su presencia, lo que dio lugar a una discusión en la iglesia.  El santo no celebró la misa hasta haber arrancado a Teodosio la promesa de que revocaría la orden que había dado.
El año 390, llegó a Milán la noticia de una horrible matanza que había tenido lugar en Tesalónica.  Buterico, el gobernador, había encarcelado a un auriga que había seducido a una sirvienta de palacio, y se negó a ponerle en libertad por más que el pueblo quería verlo correr en el circo. La multitud se enfureció tanto ante la negativa, que mató a pedradas a varios oficiales y asesinó a Buterico. Teodosio ordenó que se tomasen represalias increíblemente crueles. Los soldados rodearon el circo cuando todo el pueblo se hallaba congregado en él, y cargaron contra la multitud. La carnicería duró cuatro horas.  Los soldados dieron muerte a 7,000 personas, sin distinción de edad, de sexo, ni de grado de culpabilidad.  El mundo entero quedó aterrorizado y volvió los ojos a San Ambrosio, quien reunió a los obispos para consultarles sobre el caso.  En seguida, escribió a Teodosio una carta muy digna, en la que le exhortaba a aceptar la penitencia eclesiástica y declaraba que no podía ni estaba dispuesto a recibir su ofrenda y celebrar ante él los divinos misterios hasta que hubiese cumplido esa obligación.  "Los sucesos de Tesalónica no tienen precedente.  Sois humano y os habéis dejado vencer por la tentación.  Os aconsejo, os ruego y os suplico que hagáis penitencia. Vos, que en tantas ocasiones os habéis mostrado misericordioso y habéis perdonado a los culpables, mandasteis matar a muchos inocentes. El demonio quería sin duda arrancaros la corona de piedad que era vuestro mayor timbre de gloria. Arrojadle lejos de vos ahora que podéis hacerlo.  Os escribo esto de mano propia para que leáis en particular".  El emperador le escribió diciéndole:  "Dios perdonó a David; luego a mí también me perdonará".  San Ambrosio respondió:  "Ya que has imitado a David en cometer un gran pecado, imítalo ahora haciendo una gran penitencia, como la que hizo él".
El efecto que produjo esta carta en un hombre que sin duda estaba devorado por los remordimientos ha sido desvirtuado por una leyenda, según la cual, como Teodosio se negase a aceptar la penitencia eclesiástica, San Ambrosio salió a la puerta de la iglesia para impedirle el paso, cuando se acercaba con toda su corte a oír la misa.  El obispo le reprendió públicamente y se negó a admitirle.  El emperador estuvo excomulgado ocho meses, al cabo de los cuales se sometió sin condiciones.  El P. Van Ortroy, S. J., echó por tierra esa leyenda.  Por otra parte, la "religiosa humildad" que San Agustín, bautizado apenas tres años antes por San Ambrosio, atribuye a Teodosio, resume perfectamente cuanto necesitamos saber.  "Habiendo incurrido en las penas eclesiásticas, hizo penitencia con extraordinario fervor y, los que habían acudido a interceder por él, se estremecían de compasión al ver tanto rebajamiento de la dignidad imperial más de lo que hubiesen temblado ante su cólera si se hubieran sentido culpable de alguna falta en su presencia".  En la oración fúnebre de Teodosio, dijo San Ambrosio simplemente:  "Se despojó de todas las insignias de la dignidad regia y lloró públicamente su pecado en la iglesia.  El, que era emperador, no se avergonzó de hacer penitencia pública, en tanto que otros muchos menores que él se rehúsan a hacerla. El no cesó de llorar su pecado hasta el fin de su vida".  Ese triunfo de la gracia en Teodosio y del deber pastoral en Ambrosio demostró al mundo que la iglesia no hace distinción de personas y que las leyes morales obligan a todos por igual.  El propio Teodosio dio testimonio de la influencia decisiva de San Ambrosio en aquellas circunstancias, al señalarle como el único obispo digno de ese nombre que él había conocido.
Teodoreto menciona otro ejemplo de la humildad y religiosidad de que Teodosio dio muestra.  Un día de fiesta, durante la misa en la catedral de Milán, Teodosio se acercó al altar a depositar su ofrenda y permaneció en el presbiterio. San Ambrosio le preguntó si deseaba algo. El emperador dijo que quería asistir a la misa y comulgar. Entonces San Ambrosio mandó al diácono a decirle: "Señor, durante la celebración de la misa nadie puede estar en el presbiterio. Os ruego que os retiréis a donde están los demás. La púrpura os hace príncipe pero no sacerdote. "Teodosio se disculpó y dijo que estaba en la creencia de que en Milán existía la misma costumbre que en Constantinopla, donde el sitial del emperador se hallaba en el presbiterio. En seguida, dio las gracias al obispo por haberle instruido y se retiró al sitio en el que se hallaban los laicos.
El año 393, tuvo lugar la patética muerte del joven Valentiniano, quien fue asesinado en las Galias por Arbogastes cuando se hallaba solo entre sus enemigos. San Ambrosio, que había partido en auxilio suyo, encontró la procesión funeraria antes de cruzar los Alpes. Arbogastes, a quien se había dicho que San Ambrosio era "un hombre que dice al sol: '¡Detente!, y el sol se detiene", había maniobrado para conseguir que el santo obispo le apoyase en sus intereses.  Pero Ambrosio, sin nombrar personalmente a Arbogastes, manifestó claramente en la oración fúnebre de Valentiniano que sabía a qué atenerse sobre su muerte. Por otra parte, salió de Milán antes de la llegada de Eugenio, el enviado de Arbogastes, de suerte que este último empezó a amenazar con perseguir a los cristianos. Entre tanto, San Ambrosio fue de ciudad en ciudad, exhortando al pueblo a oponerse a los invasores. Después regresó a Milán, donde recibió la carta en que Teodosio le anunciaba que había vencido a Arbogastes en Aquileya. Dicha victoria fue el golpe de muerte al paganismo en el imperio. Pocos meses después, murió Teodosio en brazos de San Ambrosio. En la oración fúnebre del emperador, el santo habló con gran elocuencia del amor que profesaba al difunto y de la gran responsabilidad que pesaba sobre sus dos hijos, a quienes tocaba gobernar un imperio cuyo lazo de unión era el cristianismo.
En tanto que el Imperio Romano comenzaba a decaer en el occidente, San Ambrosio daba nueva vida a su idioma y enriquecía a la iglesia con sus escritos. [*3*] Pero el santo sólo sobrevivió dos años a Teodosio el Grande. Una de las últimas obras que escribió fue el tratado sobre "La bondad de la muerte".  Las obras homiléticas, exegéticas, teológicas, ascéticas y poéticas del santo son numerosísimas. Cuando el santo cayó enfermo, predijo que moriría después de la Pascua, pero prosiguió sus estudios acostumbrados y escribió una explicación al salmo 43.  Mientras San Ambrosio dictaba, Paulino, que era su secretario y fue más tarde su biógrafo, vio una llama en forma de escudo posarse sobre su cabeza y descender gradualmente hasta su boca, en tanto que su rostro se ponía blanco como la nieve. A este propósito escribió Paulino:  "Estaba yo tan asustado, que permanecí inmóvil, sin poder escribir. Y a partir de ese día, dejó de escribir y de dictarme, de suerte que no terminó la explicación del salmo".  En efecto, el escrito sobre el salmo se interrumpe en el versículo veinticuatro.  Después de ordenar al nuevo obispo de Pavía, San Ambrosio tuvo que guardar cama. Cuando el conde Estilicón, tutor de Honorio, se enteró de la noticia, dijo públicamente: "El día en que ese hombre muera, la ruina se cernirá sobre Italia". Inmediatamente, el conde envió al santo unos mensajeros para pedirle que rogara a Dios que le alargase la vida.  El santo repuso:  "He vivido de suerte que no me avergonzaría de vivir más tiempo. Pero tampoco tengo miedo de morir, pues mi Amo es bueno".  El día de su muerte, Ambrosio estuvo varias horas acostado con los brazos en cruz, orando constantemente.  San Honorato de Vercelli, que se hallaba descansando en otra habitación, oyó una voz que le decía tres veces:  "¡Levántate pronto, que se muere!"  Inmediatamente bajó y dio el viático a San Ambrosio, quien murió a los pocos momentos.  Era el Viernes Santo, 4 de abril de 397.  El santo tenía aproximadamente cincuenta y siete años.  Fue sepultado el día de Pascua.  Sus reliquias reposan bajo el altar mayor de su basílica, a donde fueron trasladadas el año 835.  Su fiesta se celebra el día del aniversario de su consagración episcopal, tanto en oriente como en occidente.  Su nombre figura en el canon de la misa del rito de Milán.
Sus libros son sus reflexiones y discursos. De modo que sus famosos Comentarios Exegéticos, antes de ser reunidos en volúmenes, habían sido predicados.  Por eso son tan vivos y ungidos por el Espíritu Santo.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Domingo 2º de Adviento; ciclo C

Domingo 2º de Adviento; ciclo C

Nuestra meta es siempre Cristo, la gran promesa de salvación, en la que Dios mostrará su esplendor… en espera del día en que todos verán la salvación de Dios
“En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios»” (Lucas 3,1-6)
1. Juan Bautista fue el Precursor, que cumple la antigua profecía: "Preparad el camino del Señor", para la gran esperanza de los pobres de Israel: todos verán la salvación de Dios. San León Magno nos dice: «Demos gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, que, por la inmensa misericordia con que nos amó, se compadeció de nosotros y, estando muertos por el pecado, nos resucitó a la vida de Cristo para que fuésemos en Él una nueva criatura, una nueva obra de sus manos. Por tanto, dejemos al hombre viejo con sus acciones y renunciemos a las obras de la carne nosotros que hemos sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo. Reconoce ¡oh cristiano! tu dignidad, pues participas de la naturaleza divina y no vuelvas a la antigua vileza con una vida depravada. Ten presente que, arrancado al poder de las tinieblas se te ha trasladado al reino y claridad de Dios. Por el  sacramento del bautismo te convertiste en templo del Espíritu Santo. No ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas».
-“Todos verán la salvación de Dios”. La salvación es universal: aquel que nace en Navidad  es el salvador de todos los hombres (recordemos:"omnis caro" toda carne). La iglesia,  decimos, es el "sacramento" (el signo sensible) de esta salvación universal, el lugar donde se hace accesible y visible. El resplandor de la Iglesia se ve hoy por todas  partes. Pero ¿es realmente signo sensible de aquel que vino "en la humildad de nuestra  carne"? (Josep M. Totosaus).
Juan convoca al pueblo al desierto, le invita a entrar en el agua. Ese rito bautismal adquiere un valor simbólico. Juan conduce a  Israel a través del desierto hasta el Jordán, cuyo paso permitirá la entrada en la Tierra  prometida. Y él, Juan, se queda en las orillas del río, como si su misión, semejante a la de  Moisés, se detuviera a las puertas de esa tierra en la que no entrará el pueblo sino bajo la  dirección de otro. Juan recorre "toda la comarca del Jordán,  predicando un bautismo de agua", mientras que a Jesús le corresponderá introducir por fin  al pueblo, salido del Jordán, adonde Juan lo había conducido, hasta el interior mismo de la  Tierra deseada. Y así, Jesús irá a predicar a Galilea. A través de este juego de alusiones al  valor simbólico de los lugares, se muestra la diversidad de las personas y de las misiones (Louis Monloubou).
En la biblia se nos habla del "día-de-Yahvé", fecha en la que se dará un cambio drástico en la trayectoria histórica de Israel. Las infidelidades a su Dios terminarán porque los malos serán eliminados y sólo quedará  un "resto" fiel. Por supuesto, ese día no finalizará la existencia del cosmos, ya que este "resto" de fieles vivirá feliz en la tierra. Será un mero viraje en la historia del hombre. Al "fin  de los tiempos", acabará el mundo del pecado. Quizá los cristianos al ver el día del Yahvé en el "día de Jesús", en su venida futura (parusía), pensaron al principio que esa sería inminente, aunque la presencia de cristianos no judíos les condujo a un planteamiento más teológico y no cronológico.
Hoy se sigue preguntando: “¿cuándo acabará este mundo?” Pero el aspecto cronológico es más cuestión de la astrofísica. El Reino de Dios viene ya, cuando seguimos a Jesús en nuestra vida, en una dinámica de entrega y amor.
Adviento es camino: de esperanza, de alegría  de vivir en comunión con el amor de Dios. La colecta de hoy habla precisamente de salir "animosos al  encuentro de tu Hijo" y pide "participar plenamente del esplendor de su gloria". Es una invitación a caminar con alegría y esperanza en el Dios que  libera, que salva, al que pedimos: "Que los afanes de este  mundo no nos impidan salir animosos al encuentro de tu Hijo" (colecta); "danos sabiduría  para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo" (postcomunión), en la segunda venida de aquel que vino "en la humanidad de nuestra carne"  (prefacio).
El desierto es un lugar que transforma, en lo físico y lo espiritual. Juan Bautista vivió allí,  su figura sería de ceño duro, de  piel curtida, de cabellos enredados por el  viento del desierto. Sobre él vino la  Palabra de Dios. Nos habla del Adviento: "enderezad lo torcido, allanad lo escabroso"; pues Dios viene, Dios nos salva. Dios está  presente en nuestra historia.
Juan antecede: ¨Y a ti niño te  llamarán profeta del Altísimo, porque irás  delante del Señor a preparar sus caminos... ¨ (Lc 1,76-77). "Preparad el camino del Señor... y todos  verán la salvación de Dios". Esta profecía de Isaías que Juan encarnó  perfectamente, debe introducirnos en el  auténtico sentido del Adviento que busca  suscitar en nosotros una actitud  profundamente espiritual.
"Una voz grita en le desierto: Preparad el camino del Señor". Flavio Josefo cuenta: «Herodes había hecho asesinar a este hombre bueno (Juan), que exhortaba a los judíos a llevar una vida honrada, tratándose con justicia unos con otros, sometiéndose religiosamente a Dios y participando en un bautismo. De hecho, el propio Juan estaba convencido de que esa ablución no sería aceptable como perdón de los pecados, sino que se quedaría en una mera purificación temporal, si antes no se limpiaba el espíritu mediante una conducta honrada».Pero Juan hace algo más: anuncia el juicio de Dios sobre los hombres. El mensaje del Bautista significa el punto de partida de la obra de Jesús, que comienza con la conversión, pues no se trata de estar a la espera, con los brazos cruzados o las manos juntas creyendo que el reinado de Dios es una bicoca caída del cielo. Es un camino, un trabajo, y el bautismo es eso: «el que se convierte» testimonia, con su inmersión-emersión, que en lo sucesivo quiere ser otro, vivir como un ser purificado, convertir su camino torcido en un camino recto. En Juan Bautista toda la Antigua Alianza reconoce que ella no es más que un preludio de lo decisivo, que viene ahora (H. von Balthasar).
2. Baruc muestra una comunidad deportada por los babilonios y que vivió en la dispersión. Fue el profeta secretario, confidente y amigo de Jeremías, y quiere alentar a los desterrados, para que acepten su situación y cambien de mentalidad. Luego ese pueblo volverá a Jerusalén, como "pobres que buscan al Señor". Todo esto se refiere a un tiempo futuro indefinido. Es, sobre todo, este fragmento una invitación a la alegría profunda por los bienes que Dios ofrece: el cambio profundo que se ha de realizar (“Eucaristía 1988”).
Todo esto está compilado en el siglo II-I a. C. Canta, junto al recuerdo del pasado, la providencia especial de Dios respecto al pueblo de Israel. Invita a Jerusalén a despojarse del duelo y a vestirse como una mujer que se engalana para una fiesta. La ciudad devastada y desposeída de sus hijos, que fueron llevados al cautiverio de Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin hijos y sin esposo que la cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y como una madre feliz que espera el pronto retorno de sus hijos.
Yahvéh, su esposo, le ha preparado como vestido el "manto de su justicia" y como diadema "la gloria perpetua", su nueva condición. Es invitado Israel a ponerse de pie, a subir a Sión, la esperanza: y verá que vuelven sus hijos, que son traídos en carroza real los mismos que antes fueron llevados por la fuerza al exilio. Pues el Espíritu, esto es, la fuerza de Dios, los ha congregado de todos los rincones de la tierra. Se acabó la diáspora, porque Dios se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos (inspirado el texto en Isaías).
"Dios mostrará tu resplandor a cuantos viven bajo el cielo". Mensaje universalista para que no quedemos encerrarnos en "nuestra" salvación individual. Y así "Dios ha mandado  abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas... para que Israel camine  con seguridad". La verdadera gloria que aquí se anuncia a Jerusalén es la venida de Cristo proclamada por el Bautista; pero esta gloria tampoco será un esplendor terreno, sino exactamente lo que el evangelio de Juan designará como la gloria visible para el que cree: la vida, la muerte y la resurrección de Cristo. Este es en el fondo el camino recto -«yo soy el camino»- por el que Dios viene a nosotros, el Dios que ciertamente, como se dice al final de la lectura, en su «misericordia» (que se consumará en la cruz) trae consigo su «justicia» de la alianza. El profeta Baruc invita a Jerusalén a «ponerse en pie» y a «mirar hacia oriente» para ver venir esta gloria sobre sí (H. von Balthasar).
«El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres», canta este salmo "salmo gradual" o "de subida" hacia Jerusalén. Hace pensar en una inmensa procesión que avanza hacia el Templo, con los brazos cargados de "gavillas" para la fiesta en que se ofrendaban a Dios las cosechas: "como escalones a subir paso a paso": "se va, se va llorando / hecha la semilla, / viene, viene alegremente. / Trae las gavillas". El sentido original era el "regreso de los prisioneros" mediante el edicto de Ciro, en el año 538, después de 47 años de exilio en Babilonia. Pero el sentido profundo es este: Dios es el único "salvador". Y es así la "vida que renace después de la muerte": lo expresa el torrente de agua viva que hace florecer el Negueb en primavera... Y las semillas del grano de trigo que mueren bajo tierra para dar nacimiento a la alegría de las cosechas... La salvación "ya" ha comenzado pero "aún" no ha terminado. Este mundo es sólo un comienzo. Las lágrimas son simiente de alegría (Noel Quesson).
«Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares». La vida es como marea que sube y baja, se pasa de la sequía a la lluvia primaveral llena de agua, cubriendo de verde sus riberas en sonrisa espontánea de campos agradecidos. «Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas».
3. Habla san Pablo del "Día de Cristo Jesús", "Día de Cristo". Hay que trabajarlo: "habéis sido colaboradores en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy". El Padre ha empezado en cada uno de nosotros la obra de la salvación, y él mismo es quien la llevará a término. Concordia divina y humana, misterio de gracia y libertad, a través de la oración, por la gracia, en la alegría. Hay en nuestro camino un crecimiento, desarrollo de la vida cristiana. No somos observantes, sino testigos de la vida de Cristo. Y  crecer "en  penetración y en sensibilidad para apreciar los valores", con limpieza "e irreprochables,  cargados de frutos de justicia", con la mirada puesta en el "Día de Cristo el Señor".
En una ordenación sacerdotal, se dice al que ha de ser ordenado: "El que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús", que hoy leemos. El camino del Señor» prometido en Isaías, el camino que es necesario preparar y que fue anunciado con tanta seriedad como apremio por el Bautista, se ha convertido ahora en el «Camino» que es el Señor mismo, que está siempre dispuesto a llevarnos consigo a través de él (Hans Urs von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté
San Nicolás, obispo

Cinco Papas han llevado el nombre de Nicolás, pero el santo de nuestra historia no fue Papa sino obispo.
Poco se sabe con certeza de San Nicolás mas allá de los siguientes datos: nació en Parara de Licia, una antigua provincia del Asia Menor; en su juventud hizo una peregrinación a Egipto y Palestina. Poco tiempo después de su regreso fue nombrado obispo de Mira, capital de Licia, junto al mar Mediterráneo; echado en prisión durante la persecución de Diocleciano por confesar su fe, fue liberado al subir al trono el emperador Constantino.
Posiblemente San Nicolás participó en el Concilio de Nicea en el año 325, donde se condenó la herejía arriana que ponía en duda la divinidad de Jesucristo y se instituyó el credo Nicenciano, el cual es una fuente para el credo posterior que se reza en las misas dominicales. Por otra parte, su nombre no aparece en las antiguas listas de los obispos que participaron en el concilio.
San Metodio afirma que "gracias a las enseñanzas de Nicolás, la metrópolis de Mira fue la única que no se contaminó con la herejía arriana la cual rechazó firmemente, como si fuese un veneno mortal".  San Nicolás tomó también medidas severas contra el paganismo y lo combatió incansablemente.
Su celo por la justicia es legendario. Cuando el gobernador Eustacio había sido sobornado para condenar a tres inocentes,  Nicolás se presentó en el momento de la ejecución, detuvo al verdugo y puso en libertad a los prisioneros.  Reprendió entonces a Eustacio, hasta que éste reconoció su crimen y se arrepintió.  En esa ocasión habían presentes tres oficiales que mas tarde, al verse ellos mismos en peligro de muerte le rezaron a San Nicolás.  Esa misma noche el santo se apareció en sueños a Constantino y le ordenó que pusiese en libertad  a los tres inocentes.  Constantino interrogó a los tres y al darse cuenta por ellos de que habían invocado a San Nicolás,  los envió libres al santo obispo con una carta en la que le rogaba que orase por la paz del mundo.  Durante mucho tiempo ese fue el milagro mas famoso de San Nicolás, y prácticamente lo único que se sabía de él en la época de San Metodio quién murió en el 847.
Después de su muerte el 6 de diciembre, de 345 o 352,  creció su devoción y aumentaron los reportes de sus milagros.  Se convirtió en el patrón de los niños y marineros. En el siglo VI, el emperador Justiniano construyó una Iglesia en Constantinopla en su honor. Su popularidad en esa ciudad (hoy día Estambul) se propagó por todo el Cristianismo.  Fue nombrado patrono de Rusia y, gracias a los zares, su devoción aumentó hasta tener mas iglesias dedicadas a su nombre en Rusia que ningún otro santo fuera de la Virgen María. Es interesante que San Nicolás es popular en Rusia siglos antes de que fuera conocido en el continente Americano.
En Alemania la devoción a San Nicolás comenzó bajo Otto II, posiblemente por su esposa Theophano, quien era griega. El obispo Reginald de Eichstaedt (991) escribió "Vita S. Nicholai."
El 9 de mayo, de 1087 sus huesos fueron rescatados de Mira que había caído bajo la invasión musulmana. Se llevaron a Bari, en la costa adriática de Italia. Fue posiblemente en ese tiempo en que se propagó su devoción en Italia donde se le conoce como San Nicolás de Bari.  Sus reliquias todavía se preservan en la Iglesia de San Nicola de Bari, Italia. En Mira, se decía que "el venerable cuerpo del obispo, embalsamado en el aceite de la virtud, sudaba una suave mirra que le preservaba de la corrupción y curaba a los enfermos, para gloria de aquél que había glorificado a Jesucristo, nuestro verdadero Dios".   El fenómeno no se interrumpió con la translación de los restos; según se dice,  un aceite conocido como el Manna di S. Nicola, sigue brotando de su cuerpo.
San Nicolás es honrado como patrón en los siguientes lugares: Rusia; Nápoles y Sicilia, Italia; Campen, Holanda; Freiburg en Suiza; Lorena; la Diócesis de Liège; también en ciudades de Alemania, Austria y Bélgica. En diferentes lugares es patrón de marineros, mercantes, panaderos, niños y viajeros.  Los marineros del mar Egeo y los del Jónico, siguiendo la costumbre del oriente, tienen una "estrella de San Nicolás" y se desean buen viaje con estas palabras: "que San Nicolás lleve tu timón". Su imagen se representa en el arte en diferentes formas según sus milagros. 
En Demre (Turquía), la Basílica de San Nicolás está ahora en ruinas y hay dudas sobre cual es su tumba original. Ya no quedan cristianos en la ciudad, pero los negociantes musulmanes han fundado una organización caritativa en su honor que cada año da un premio de paz. 
Tratándose de un santo muy popular no faltaron las maravillosas historias que se acumularon a través de los siglos..  
Durante una hambruna, el santo pidió que se organice una flota para llevar grano a un pueblo que sufría hambre.  La flota sobrevivió una terrible tormenta gracias a la bendición del obispo.  En otra ocasión, San Nicolás convenció a unos mercaderes para que entregasen todos los alimentos que tuviesen en su barca.  Al llegar a su destino, estos encontraron todos los alimentos en su lugar original.  
Se cuenta que en la diócesis de Mira un vecino de San Nicolás se encontraba en tal pobreza que se decidió a exponer a sus tres hijas vírgenes a la prostitución para sacar de ese vil mercado el sustento para él y para ellas....  Sin dinero no podían pagar la dote de una,  por lo que ninguna se podía casar. Para evitar aquel inhumano lenocinio, San Nicolás tomó una bolsa con monedas de oro y, al amparo de la oscuridad de la noche, la arrojó por la chimenea de la casa de aquel hombre. Con el dinero se casó la hija mayor. San Nicolás hizo lo mismo para favorecer a las otras dos hermanas. En la segunda ocasión, tras ser tirada la bolsa  sobre la pared del patio de la casa del pobre,  esta se enredó en la ropa que se tendía para secar... El padre se puso al acecho en la ventana, descubrió a su bienhechor y le agradeció su caridad.
Se narra también que San Nicolás resucitó a tres niños que habían sido asesinados y desechados en un barril de sal.  (Vea la imagen superior)   Las antiguas leyendas de los niños y los regalos por la chimenea y las medias dieron lugar en Alemania, Suiza y los Países Bajos a la leyenda del "niño obispo" y sobre todo a la costumbre de que San Nicolás trae secretamente regalos para los niños el 6 de diciembre, día en que la Iglesia celebra su fiesta.   Dicha costumbre fue popularizada en los Estados Unidos por los protestantes holandeses de Nueva Amsterdam, que convirtieron al santo "papista" en un mago nórdico. Su nombre fue abreviado, no solo a San Nic, sino también a Sint Klaes o Santa Claus.
Lamentablemente el Santa Claus moderno ha sido paganizado. La mitra de obispo fue remplazada por el hoy famoso gorro rojo, su cruz pectoral desapareció por completo. Se mudó de Turquía al Polo Norte, de donde viene por la nieve con venados.  
El Santa Claus pagano cautivó la imaginación de agentes publicitarios en el occidente. Como San Nicolás era obispo, se le representa vestido en rojo. Eso le gustó a los magnates de la Coca Cola ya que ese es también el color publicitario de esa corporación. Comenzaron a usarlo en una campaña publicitaria pre Navideña  .
Hoy día, "Santa Claus" se utiliza para vender toda clase de cosas y casi nadie recuerda su verdadera historia.  Es hora que los cristianos recuperemos nuestro santo y le enseñemos a nuestros niños que la Navidad es la celebración del Nacimiento de Dios hecho niño.  Recordemos pues que San Nicolás fue un santo obispo que se preocupaba por los pobres, especialmente los niños y se hizo famoso por su caridad.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Sábado de la semana 1ª de Adviento

Sábado de la semana 1 de Adviento

Ser instrumentos de Dios. El Señor se apiada a la voz de nuestro gemido: Jesús, al ver a las gentes, se compadecía de ellas…
“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio poder para arrojar a los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente” (Mateo 9,35 — 10,1.6-8).
1. –“Jesús recorría todas las ciudades y villas, enseñando en sus sinagogas”. No sólo te gusta enseñar en aire abierto, Señor, veo que también te acomodas al uso de tu gente, el sábado en la sinagoga. -“Predicando la "buena" nueva del reino de Dios y curando toda dolencia”. Nos liberas de lo que oprime al hombre, en su inteligencia con las mentiras que impiden encontrar la verdad, y en el cuerpo con muchas dolencias. Te pido con el padrenuestro: “Venga a nosotros Tu reino”.
-“Y al ver aquellas gentes, se apiadó entrañablemente de ellas, porque estaban malparadas, y decaídas como ovejas sin pastor”. Así ve Jesús la humanidad: una muchedumbre desencantada, desfallecida... sin verdaderos guías ni buenos pastores que la conduzcan a verdes pastos. El Profeta Ezequiel había acusado a los pastores oficiales, a todos los que mandan, de no apacentar el pueblo, sino a sí mismos... Y dice Jesús: -“La mies es abundante, mas los obreros pocos”... Señor, ves la humanidad como un campo de trigo en sazón ondulante al soplo del viento. La inmensidad del trabajo te lleva a que nos pides que recemos para que vengan colaboradores tuyos. Que con esperanza recemos pues eso lo concede Dios de lo alto: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Hoy seguimos con esta oración, al ver a tantos desorientados, como ovejas sin pastor, buscando con ansia la felicidad, en formas a veces equivocadas que después de la euforia dejan un rastro de abatimiento, soledad, desconfianza, egoísmo. ¡Qué grande es la libertad, cuando todo un Dios la ha de respetar aún a costa de tanto sufrimiento! Dios necesita de nuestra libertad...
-“Y habiendo convocado a sus doce apóstoles, les dio potestad sobre los espíritus inmundos, para lanzarlos y para sanar toda dolencia y toda enfermedad… a éstos envío Jesús diciendo: … id y predicad… sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, lanzad demonios”… el Señor desea hacernos instrumentos suyos para obrar milagros: “Dar luz a los ciegos –decía san Josemaría-: ¿Quién no podría contar mil casos de cómo un ciego casi de nacimiento recobra la vista recibe todo el esplendor de la luz de Cristo? Y otro era sordo, y otro mudo, que no podían escuchar o articular una palabra como hijos de Dios... Y se han purificado sus sentidos, y escuchan y se expresan ya como hombres, no como bestias. «In nomine Iesu!», en el nombre de Jesús sus Apóstoles dan la facultad de moverse a aquel lisiado, incapaz de una acción útil; y aquel otro poltrón, que conocía sus obligaciones pero no las cumplía... En el nombre del Señor, «surge et ambula!», levántate y anda.
”El otro, difunto, podrido, que olía a cadáver, ha percibido la voz de Dios, como en el milagro del hijo de la viuda de Naím: «muchacho, yo te lo mando, levántate». Milagros como Cristo, milagros como los primeros apóstoles haremos. (... ) Si amamos a Cristo, si lo seguimos sinceramente, si no nos buscamos a nosotros mismos sino sólo a Él, en su nombre podremos transmitir a otros, gratis, lo que gratis se nos ha concedido”.
Y enseñar: ayudar a los demás es el arte de las artes (diríamos corrigiendo a Aristóteles, para quien era la política), como decía S. Juan Crisóstomo: “¿qué hay comparable con el arte de formar un alma, de plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven?”. Es darles formación, en sus diversos aspectos: humano, doctrinal, profesional, espiritual y apostólico, y esto pone a esas personas en disposición de atender a su vez la llamada divina, y multiplicar los resultados: “Quien escasamente siembra, cosechará escasamente; y quien siembra a manos llenas, a manos llenas recogerá” (2 Cor 9, 6). Como en el grano de mostaza, habrá resultados insospechados, sobre todo cuando surge la confianza y la confidencia tan necesaria para abrir el alma y salir de su soledad, una cierta orientación espiritual, pedir consejo, palabra que estimula, etc. En definitiva, querer con los sentimientos que albergan el corazón de Jesús y de su Madre, mirar al prójimo con sus ojos.
-“A los doce apóstoles, que Jesús había convocado, les dijo: "Id en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel..."” Jesús, te veo con paciencia. No puede hacerse todo a la vez... Hay que empezar por esos. Calma. Te ofrezco, Señor, todas mis ansias misioneras, todo lo que quisiera hacer por tu Reino, y que no llego a realizar.
-“Proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios”. Es necesario que los apóstoles hagan lo mismo que hizo el Señor (Noel Quesson). Jesús, te veo hoy mostrar la misericordia del Padre, tu compasión como el buen pastor anunciado por los profetas. Veo tu amor incondicional, lo que yo necesito para no sentirme solo.
Cada uno de nosotros necesita un buen pastor que guíe su alma, pues nadie puede orientarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. Es una gracia especial de Dios poder contar con esa persona llena de sentido humano y sobrenatural que nos ayude eficazmente. Podemos examinarnos con estas palabras: “Cuatro son las condiciones que debe reunir el buen pastor: En primer lugar el amor: fue precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su rebaño. Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de vida; ésta es la principal de todas las cualidades” (Santo Tomás de Villanueva).
Te pedimos, Señor, que, ya que para librar al hombre de la antigua esclavitud te envió el Padre a ti a este mundo, nos conceda a los que esperamos con devoción su venida la gracia de su perdón y el premio de la libertad verdadera (colecta). Decía san Agustín que no vale la excusa de decir que los tiempos son malos y hay egoísmo en el mundo, si no estoy dispuesto a mi enmienda y por falta de buen corazón me hago malo como el mundo del que me quejo, o peor… En el canto de entrada decimos anhelantes: «Despierta tu poder, Señor, Tú que te sientas sobre querubines, y ven a salvarnos». La certeza de la consolación final no está separada del dolor que habitualmente nos acompaña.
San Buenaventura reza: “¡Oh Jesús, Salvador del mundo, sálvanos, ayúdanos, oh Señor Dios Nuestro!, esforzando a los débiles, consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los vacilantes”... y nos dice: “¡Alégrate, viendo que Jesús ahuyenta los demonios en la remisión del pecado, alumbra a los ciegos infundiendo el verdadero conocimiento, resucita a los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza a los paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu,  a fin de que sean fuertes y varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa”. El «pan de la aflicción» y «el agua de la tribulación» son el alimento diario del hombre. Pero todo será para bien, el Señor «curará nuestras heridas».
2. –“Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén, no llorarás ya más. Cuando clamarás, el Señor tendrá piedad de ti; oirá tu voz y te contestará”. Esto se escribe cuando Jerusalén ve acercarse a su puerta la amenaza asiria. Los ejércitos de la época arrasan las ciudades y matan a todos los habitantes, a excepción de los más fuertes que son deportados: “Aquel día de muerte y devastación, cuando se derrumbarán todas las torres de defensa...”
En medio de todo, habrá esperanza: -“En la tribulación el Señor te dará pan de asedio y agua de opresión. El dará lluvia a tu sementera… y el pan que producirá la tierra será rico y sustancioso. Tus ganados pacerán aquel día en vastos pastizales. De tus montañas brotarán manantiales”... Isaias evoca una felicidad paradisíaca, un futuro reino mesiánico del que todo mal habrá desaparecido: hambre... enfermedad... violencia... injusticia...
-“¡No será ya ocultado el que te enseña, y tus ojos le verán!” Ver a Dios. Comunicarse con Dios. ¡Un Dios «que ya no se oculta», que se "deja ver"! Esta es también una de las aspiraciones fundamentales del hombre. Ver al Dios escondido, invisible; al Dios silencioso, ausente, lejano, inaccesible (Noel Quesson). «¡Ven, Señor Jesús!»
-«¡Este es el camino; síguelo!» Los momentos de angustia y tragos amargos no faltan en nuestras vidas, pero ahí podemos seguir también un camino de salvación, de cruz y por tanto de gloria.
3. Señor, buen Pastor y salvador, traernos la misericordia de Dios, de ese amor divino que quiere que todos los hombres se salven, pues a nadie creó para la condenación. ¡Enséñanos a abrirnos a tu gracia, y llevar  a otros tu salvación, como el buen samaritano quiero transmitir lo que tú me das a mí: vendar y sanar las heridas del pecado!
Este Salmo 146 fue cantado al Señor por Israel, al salir del destierro: «El Señor sostiene a los humildes». Adviento es también abrirnos a la liberación: «Dichosos los que esperan en el Señor. Alabad al Señor que Él merece todo nuestro canto y nuestra acción de gracias. Él sana los corazones destrozados, venda nuestras heridas», como el Buen Samaritano. «Nuestro Dios es grande y poderoso, conoce el número de las estrellas y a todas las llama por su nombre. Su sabiduría no tiene medida… Dichosos los que esperan en el Señor». Ayúdanos, Señor, a vivir esta esperanza. Quiero clamar, sabiendo que se hará realidad lo de que «apenas te oiga, te responderá». Si andamos desorientados, oiremos muy cerca su voz que nos dice: «éste es el camino, caminad por él». «No se esconderá tu Maestro». Dios es el misericordioso, paciente y dispuesto a acoger al pecador arrepentido y converso. Algunas veces pensamos que el Señor está escondido, que no oye nuestros lamentos, que no atiende nuestras súplicas... Pero no, él está siempre allí, y llegará el momento en que, como dice el profeta, ya no tendremos que llorar, porque se apiadará de nosotros al oír nuestros gemidos, y siempre nos responderá.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 3 de diciembre de 2015

Viernes de la semana 1ª de Adviento

Viernes de la semana 1 de Adviento

Jesús abre nuestros ojos con la fe, como curó los ciegos dándoles la luz
“Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca” (Mt 9,27-31).
1. El Mesías ya ha venido y "abrió los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos". La era mesiánica ha comenzado y ha llegado el tiempo anunciado por los profetas. Pero aún somos muchos los que no creemos de verdad en "aquel día que se nos ha prometido". Creemos que es mayor el pecado del mundo que la fuerza salvadora de Jesús. Creemos que el "misterio de iniquidad" es más poderoso que el misterio de la gracia. Creemos que el egoísmo es de nuestro corazón es un muro tan impenetrable que no lo puede traspasar el Señor resucitado.
-“Jesús iba de camino... Dos ciegos le salieron al encuentro gritando”... Me paro un instante a imaginar esta escena concreta como si yo asistiera también. Adviento... Esperamos, como hombres, mujeres, jóvenes, niños... a mi alrededor esperan algo de mí. Su grito es quizá interno. El "grito" es un signo. Signo de una necesidad muy fuerte, de un sufrimiento muy intenso, signo de una sensibilidad afectada a lo vivo. Una necesidad fuertemente sentida, ni que sea solo de tipo humano, (sufrimiento físico o moral, ansia de pan o de amistad, aspiración a una vida mejor), puede ser el punto de partida, el inicio, de una búsqueda de Dios.
Jesús, gracias por curar nuestros males. Te pido que nos cures de la ceguera del egoísmo, ante tanto sufrimiento, sobre todo ceguera ante el sentido del sufrimiento. Benedicto XVI dice que “podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”. Hemos de procurar aliviar el sufrimiento, pero el objetivo va más allá, sobre todo cuando no puede quitarse el dolor y hay que transformarlo.
-"¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!" Su plegaria es muy simple: es su grito, grito que brota de su sufrimiento. Mi plegaria, también debería ser a veces simplemente esto: la expresión sincera de que algo no marcha bien en mí, alrededor de mí... mi sufrimiento... los sufrimientos de los que yo soy el testigo... "Ten compasión de nosotros, Señor. Kyrie eleison." En cada misa, se nos sugiere a menudo este tipo de plegaria. Sabemos darle un contenido concreto: plegaria de intercesión. Al decir "Hijo de David", los dos ciegos reconocen a Jesús un título mesiánico. Tú eres aquel que ha de venir, aquel que ha sido prometido por los profetas.
Te pido, Señor, que nos libres también de la ceguera interior, como decía de sí mismo San Agustín: “ciego y hundido, no podía concebir la luz de la honestidad y la belleza que no se ven con el ojo carnal sino solamente con la mirada interior”, pues sin la apertura a Dios la ceguera es una enfermedad incurable: “¿qué soy yo sin ti para mi mismo sino un guía ciego que me lleva al precipicio?”, la búsqueda del “ciego y turbulento amor a los espectáculos” es una forma de suplir esa carencia vital.
Estamos viendo estos días cómo el Señor, en cumplimiento de las profecías de Isaías cura a los enfermos y les da la libertad: “a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos”. Los dos ciegos que siguen a Jesús les piden curación, misericordia, y el Señor les pregunta si tienen fe en que Él puede curarlos. En muchos otros lugares del Evangelio se recoge esta llamada a la fe, para poder obrar los milagros (F. Fernández Carvajal).
-“Jesús les dijo: "Creéis que puedo hacer eso que me pedís?"  -"Sí, Señor". Jesús interroga. Quiere asegurarse de la autenticidad de su fe. Desea purificar esta Fe. La necesidad humana que está en el origen de su plegaria podría no ser sino el deseo de un milagro... para sí mismos, para ellos dos. Y esto tiene ya su importancia, lo hemos visto. Y Dios lo escucha. Es un punto de partida, ambiguo, pero tan natural... Jesús, con su pregunta, trata de hacerles progresar hacia una fe más pura: ellos pensaban en "sí mismos"... Jesús les orienta hacia su propia persona, hacia El. "¿Creéis que yo puedo hacer esto?” Jesús les pregunta si tienen Fe. Don de Dios; el milagro que se dispone a hacer no es una cosa automática ni mágica. Los sacramentos no son actos mágicos: los sacramentos requieren Fe. Lo que me llama la atención Señor, es el respeto que tienes a la libertad del hombre: Suscitas en ellos la espera, el deseo, la fe... No quieres forzar... hace falta una cierta correspondencia, en el hombre, para que Tú le colmes.
Jesús parece haber querido poner a prueba su plegaria: de momento no les contesta. A menudo, Señor, nos da la impresión de que Tú no nos oyes. Imagino la escena que se prolonga: los dos ciegos que se apegan a El, que continúan siguiendo a Jesús por la calle, que continúan gritando, rogando... hasta la casa, y entran con El.
La clave para aumentar la fe, en el sufrimiento, es la que nos indica san Agustín sobre oración y esperanza. El corazón del hombre desea Dios, pero es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado: «Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]». Dios quiere darnos todo, pero el “recipiente” no está preparado todavía: «Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?» El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados.” Así logramos esta fe, necesaria para obtener lo que deseamos, aun de un modo mejor que el que deseamos, y es el que Dios quiere; pero el camino es ensanchar nuestro corazón, para poder albergar ese don, esa luz para poder ver.
-“Entonces les tocó los ojos diciendo: Según vuestra fe, así os sea hecho”. Sí, Tú no has obligado. Has esperado y has suscitado su Fe. "Así se haga, según vuestra Fe." Señor, aumenta en nosotros la Fe.
-“Se les abrieron los ojos, mas Jesús les conminó diciendo: Mirad que nadie lo sepa”. Ellos, sin embargo, al salir de allí, lo publicaron por toda la comarca. Ese secreto que Jesús les pide pone de manifiesto que no desea levantar un entusiasmo superficial. No es lo sensacional ni lo prodigioso lo que cuenta (Noel Quesson).
Es la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas». Dios nos quiere liberar de las injusticias que existen ahora, como en tiempos del profeta. De las opresiones. De los miedos. Cuántas personas están ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad, la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no todos sepan que su deseo de curación coincide con la voluntad de Dios que les quiere salvar. Tanta gente sencilla que han sido engañados porque no conocían sus derechos, pisoteados… les han engañado para firmar documentos y luego los bancos se les han llevado todo… se han casado con personas que luego han mostrado su violencia y las han sometido…
Pero nos podemos hacer a nosotros mismos la pregunta: ¿en verdad queremos ser salvados?, ¿nos damos cuenta de que necesitamos ser salvados?, ¿seguimos a ese Jesús como los ciegos suplicándole que nos ayude?, ¿de qué ceguera nos tiene que salvar? Hay cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de hoy?, ¿o preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por la última ideología de moda?
El Adviento nos invita a abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros. Vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven, Señor Jesús» (J. Aldazábal).
Los milagros son un medio para mostrar tu divinidad, Señor: Nadie tiene poder sobre la naturaleza sino Aquel que la hizo. Nadie puede obrar un milagro sino Dios. Si surgen milagros tenemos una prueba de que Dios está presente (card. Newman). Nos dices: según vuestra fe así os suceda. Ten piedad de nosotros, Hijo de David. La fe es capaz de arrancarte cualquier favor. Yo también necesito que me ayudes. Ten piedad de mí, Jesús, que tantas veces no estoy a la altura de lo que me pides. Mi egoísmo, mis caprichos, mis gustos, mis planes, me ciegan y no acabo de ver tu voluntad. Ten piedad y ábreme los ojos del espíritu para que te vea, para que te desee, para que quiera hacer lo que me pides.
2. "Mirad este país que Yahvé dio a vuestros padres..." La injusticia y la opresión reinan en todas partes; la administración está corrompida, y los pobres no disponen de recurso alguno contra la arbitrariedad. Hay "tiranos" llenos de iniquidad, pero el Señor intervendrá, y los sordos oirán; entonces los pobres exultarán en el Señor.
-“El ojo del profeta vislumbre como cercana la salvación total”. Será un vuelco total que sufrirá la creación entera y nuestro propio corazón cuando triunfe el Mesías, cuando llegue su Reino y todo sea transformado y el mundo redimido, no podrá existir el mal en ningún sentido. Tanto el mal cósmico como el humano habrán desaparecido. Todos escucharán y todos verán porque todos vivirán pendientes de la palabra de Yavhé, de su voluntad salvífica.
-“Dentro de poco tiempo, muy poco, y el Líbano se convertirá en vergel”. Será la gran renovación de los corazones humanos. Promesa de felicidad total. Sentido de la creación que participa a los decaimientos y a los enderezamientos del hombre.
-“Aquel día, los sordos oirán las palabras del libro y saliendo de la oscuridad y las tinieblas los ojos de los ciegos verán”. Lo vemos realidad en ti, Jesús, en el Evangelio de hoy.
-“Los humildes volverán a alegrarse en el Señor y los pobres se regocijarán en Dios, el santo de Israel”. Señor, ayuda a todos los que sufren esperando "aquel día" que nos has prometido. ¡Que venga aquel día! Mensaje de esperanza para los humildes y los pobres. Estas son, por adelantado, las palabras mismas del Magnificat. Como madre lo enseñó a Jesús. Un pueblo entero, alimentándose de esa Palabra, esperaba la era mesiánica. María debió «exultar» cuando vio a su hijo «abrir los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos». El Mesías ha venido. La era mesiánica ha comenzado y ¡ha llegado el tiempo anunciado por los profetas! Y, no obstante, son todavía muchos los pobres que sufren y gimen, y ¡que están muy lejos de exultar! Los pobres y oprimidos están contentos porque quedarán defendidos y en paz (Noel Quesson).
-“Porque habrá llegado el fin de los tiranos... Los que se burlan de Dios, desaparecerán... Y serán exterminados todos los que desean el mal”... Me interrogo sobre mi plegaria al servicio de los demás. No cerremos nuestros ojos ante las inmoralidades, ante los engaños, ante las injusticias, ante la corrupción que reina en muchos ambientes. Hemos de implicarnos en este mundo nuestro, para quitar aquella carga de maldad que oprime a tantos.
3. “El Señor es mí luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?” San Pablo insiste: si Dios está con nosotros, ¿quién estará en contra nuestra? Confiemos en el Señor. “Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo”.
Dejemos que Él guíe nuestros pasos por el camino del bien, hasta que algún día podamos contemplar el Rostro del Señor y disfrutemos de Él eternamente: “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.
Llucià Pou Sabaté
San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia

Llamado Damasceno por ser de Damasco, capital de Siria.
Defendió la práctica de la veneración de imágenes contra los iconoclastas.
Llamado "Orador de Oro" por su elocuencia.  Gran poeta de la Iglesia del Este.
Nació de familia acomodada, su padre era ministro en Damasco, pero Juan renunció a esa vida, repartió sus posesiones entre los pobres y entro en el monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén.  Se dedicó al estudio y a escribir.  Quería hacer llegar los profundos tesoros de la fe a todo el mundo.
Cuando León el Isaurico, emperador de Constantinopla, prohibió el culto a las imágenes, haciéndose eco de los iconoclastas que acusaban a los católicos de adorar imágenes, San Juan Damasceno se hizo portavoz de la ortodoxia enseñando la doctrina católica. No adoramos imágenes sino que las veneramos.
Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen. -San Juan Damasceno.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Jueves de la semana 1ª de Adviento

Jueves de la semana 1 de Adviento

Jesús es nuestra roca, donde estamos seguros, y sobre él hemos de edificar nuestra vida entera.
No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos.Por tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: Cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca.Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena: Cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, y cayó y fue tremenda su ruina” (Mt 7,21.24-27).
1. –“No todo aquel que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos. Sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial”. Señor, que hoy me repita estas palabras. Sé que tengo necesidad de orar y me lo dices, pero también siento que no basta rezar... hay que vivir ese amor con obras. Quiero descubrir y vivir la "voluntad del Padre"... "hacer esta voluntad". ¿Qué esperas de mí, Señor, en el día de hoy?
La voluntad de Dios es la brújula que nos indica el camino que nos lleva a Él, y es al mismo tiempo, el sendero de nuestra propia felicidad. El  cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios es a la vez, la cima de toda santidad. El Señor nos la muestra a través de los Mandamientos, de las indicaciones de la Iglesia, y de las obligaciones que conlleva nuestra vocación y estado. La voluntad de Dios se nos manifiesta también a través de aquellas personas a quienes debemos obediencia, y a través de los consejos recibidos en  la dirección espiritual: “Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia” (San Juan Crisóstomo).
La voluntad de Dios también se manifiesta en aceptar aquellas contrariedades que Él permite (no las quiere, pero no hace un milagro para evitarlas y por eso decimos que es su “voluntad permisiva”): la enfermedad, la muerte de un ser querido, el dolor de los que más queremos. “Dios sabe más”… sabrá como sacar un bien de ahí… El Señor nos consolará de todos nuestros pesares y quedarán santificados. Todo contribuye al bien de los que aman a Dios (Rom 8,28).
Decía santa Teresa de Jesús que Dios “da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno y el amor que tiene a Su Majestad. A quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por El; al que amare poco, poco. Tengo yo para mí, que la medida del poder llevar gran cruz o pequeña, es la del amor. Así que, hermanas, si le tenéis, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere... Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella, nunca deja beber de ella”, de la fuente del agua viva.
-“Cualquiera que escucha estas mis instrucciones, y las practica…” -Escuchar... -Poner en práctica… Señor, ayúdame a fin de que te escuche verdaderamente. Concédeme que esté atento a tu voz. Señor, ayúdame; que mi obrar sea verdadero, que mis actos sean conformes a lo que Tú quieres.
-“Será semejante a un hombre cuerdo que fundó su casa sobre piedra”. Mis días podrían estar más llenos si tuviera más presencia tuya, Señor, si edifico cuanto hago sobre tu Palabra, sobre tu querer, sobre ti, Señor, la roca firme. Nuestra vida sólo puede ser edificada sobre Cristo mismo, nuestra única esperanza y fundamento.
-“Pero, cualquiera que oye estas mis instrucciones y no las pone en práctica...” Oímos: "soy creyente... pero no soy practicante..." Es verdad que hay muchas maneras de "practicar": la caridad, la justicia, la plegaria, la bondad... practicar la fe... Fe y vida. Hay que aplicar la caridad, si decimos amar. Lo contrario ¡es ser como una "casa edificada sobre la arena"! (Noel Quesson), y por tanto se expone a un derrumbamiento lastimoso, el que se contenta con oír la Palabra o con clamar en sus oraciones ¡Señor, Señor!
Confiar en mis fuerzas es como si una amistad se basa en el interés, o un matrimonio se apoya sólo en un amor romántico, o una espiritualidad se deja dirigir por la moda o el gusto personal, o una vocación sacerdotal o religiosa no se fundamenta en valores de fe profunda. Eso sería construir sobre arena. La casa puede que parezca de momento hermosa y bien construida, pero es puro cartón, que al menor viento se hunde. Isaías y Jesús nos dicen que no busquemos seguridades humanas, ni mesianismos fugaces que fallan, ni horóscopos o religiones orientales o sectas que se cruzan en su camino.
Tenemos un modelo admirable, sobre todo estos días de Adviento, en María, la Madre de Jesús. Ella fue una mujer de fe, totalmente disponible ante Dios, que edificó su vida sobre la roca de la Palabra. Su lema puede ser nuestro: «hágase en mí según tu Palabra». Es nuestra maestra en la obediencia a la Palabra (J. Aldazábal).
2. -“Aquel día se entonará este cantar en el país de Judá: «¡Ciudad fuerte tenemos!»”. Tener una ciudad fuerte, asentada sobre roca, inexpugnable para el enemigo, era una de las condiciones más importantes en la antigüedad para sentirse seguros. El pueblo puede confiar en el Señor, nuestro Dios: Él es nuestra muralla y torreón, la roca y la fortaleza de nuestra ciudad. Y a la vez, con él podemos conquistar las ciudades enemigas, por inexpugnables que crean ser -¿Babel, Nínive?-, porque la fuerza de Dios no tiene límites.
Anuncia «la comunidad espiritual», la Iglesia, Ciudad fuerte. Con ello responde a la necesidad profunda de seguridad que habita en todos los hombres. ¿Es la Iglesia mi seguridad? ¿De qué modo me apoyo en ella? o bien... ¿me apoyo en mis propias fuerzas, en mis propios juicios? ¿En qué tengo puesta mi confianza? ¿En el dinero, en el poder, en la seguridad...? No lo permitas, Señor: sé tú mi Ciudad, mi roca y mi salvación.
"Abrid las puertas para que entre un pueblo justo". Tengo que abrir cada vez más de par en par las puertas de mi corazón, para vivir la justicia y fidelidad.
"El que escuche estas palabras mías": eres la roca verdadera, Señor. La piedra que Jesús dirá en el evangelio. Babilonia y Jerusalén son símbolo de la lucha entre el mal y el bien (Ap 18,21).
-“Para protegernos, el Señor le ha puesto murallas y antemuro...” Aquellos días iban cayendo en manos de los enemigos tal o cual ciudad, en el reino del Norte, distante unos cincuenta kilómetros. Es la fragilidad patente… Y te pido, Señor, que seas mi muralla, la muralla de los míos y de todos los hombres. ¡Protégenos del mal!
-“¡Abrid las puertas! Y entrará la nación justa, la que guarda fidelidad”. Abrir la mentalidad, pues son la "justicia" y la «fidelidad» lo que cuenta ahí, y no el hecho de pertenecer a una raza o a un país. La puerta está abierta a todos los pueblos, a todos los hombres justos y fieles. En el evangelio resuena esta apertura. ¿Y yo? Tú construyes "la paz" sólidamente, Señor. Construir la paz, con Dios... es un gran reto para el mundo de hoy, dividido por guerras y egoísmos. Te pedimos, Señor, más solidaridad entre las naciones, y para eso, entre cada uno de nosotros. Construir la paz con los que viven conmigo.
-“Poned vuestra confianza en el Señor, porque en El tenemos una Roca para siempre”.Jerusalén, por ejemplo, era considerada inexpugnable porque estaba admirablemente situada sobre un espolón rocoso, lugar muy estratégico para la defensa. Los profetas desarrollan el tema: Dios-roca. Pues la verdadera seguridad no procede de sus medios humanos de defensa, sino del apoyo divino: ¡Dios es la roca verdadera! Imagen de la solidez de la piedra, que Jesús repetirá en el evangelio. "Edificar su casa sobre roca"... "Tú eres Pedro, tú eres Roca, y sobre esta piedra, sobre esta Roca, edificaré mi Iglesia" (Noel Quesson).
-“El derroca a los que viven en las alturas y humilla la ciudadela inaccesible”. "¡Tenemos una ciudad fortificada! ¿Quién podrá derrocarnos?... ¡Somos dueños de la mitad del mundo! ¿Quién podrá igualarnos?" Letanía del orgullo humano, y una pequeña crisis hace tambalear todo… nuestras ciudades están cimentadas sobre arena. ¿Acaso no se escribe la historia sobre la base de las civilizaciones destruidas? Una visión de fe nos señala que "no tenemos aquí ciudad permanente... Nuestra morada está destinada a permanecer eternamente"...
3. Sólo acertaremos en la vida si ponemos de veras nuestra confianza en él: «mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres» (salmo). Un pueblo que confía en el Señor, que sigue sus mandatos y observa la lealtad, es feliz, «su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti». Él nos llevará a la Jerusalén celestial, la ciudad de la fiesta perpetua: «Tú, Señor, estás cerca y todos tus mandatos son estables. Hace tiempo comprendí tus preceptos, porque Tú existes desde siempre».
En la oración colecta , pedimos al Señor que despierte nuestros corazones y que los mueva a preparar los caminos de su Hijo; que su amor y su perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados. Ansiamos la venida del Señor, pero nos vemos faltos de fuerza y de mérito. Solo en el Señor tenemos puesta nuestra confianza. Y en la oración de Comunión: Para ello llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios (Tit 2,12-13).
Llucià Pou Sabaté
San Francisco Javier, presbítero

      Mt 9, 27-31: Al marcharse Jesús de allí, le siguieron dos ciegos diciendo a gritos: Ten piedad de nosotros, Hijo de David. Cuando llegó a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer eso? Respondieron: Sí, Señor. Entonces tocó sus ojos diciendo: Según vuestra fe así os suceda. Y se les abrieron los ojos. Pero Jesús les ordenó severamente: Mirad que nadie lo sepa. Ellos, por el contrario, una vez que salieron divulgaron la noticia por toda aquella región.
Ser bautizados supone haber sido destinados, por voluntad de Dios y en virtud de su libre decisión y poder, a su misma vida trinitaria. Los que hemos recibido el bautismo tenemos un porvenir sobrenatural, otorgado gratuitamente, que no tenemos capacidad para comprender del todo ni para explicar su grandeza. Supera, pues, nuestra inteligencia y capacidad de expresión, pero es el único capaz de satisfacer plenamente todos nuestros anhelos. La figura de san Francisco Javier, apóstol en el lejano oriente, que hoy conmemoramos, nos hace patente la gran relevancia del misterio trinitario, al que él consagró su vida, administrando el Santo Bautismo a miles de mujeres y de hombres muy lejos de su Navarra natal.

martes, 1 de diciembre de 2015

Miércoles 1ª semana de Adviento

Miércoles de la semana 1 de Adviento

Jesús sigue curando a muchos, y multiplica los panes… lo que le ofrecemos, nos lo multiplica con su generosidad
«Después que Jesús partió de allí, vino junto al mar de Galilea, subió a la montaña y se sentó. Acudió a él una gran multitud llevando consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y otros muchos enfermos, y los pusieron a sus pies y los curó; de tal modo que se maravillaba la multitud viendo hablar a los mudos y quedar sanos los lisiados, andar a los cojos y ver a los ciegos, por lo que glorificaban al Dios de Israel.Jesús llamó a sus discípulos y dijo: Siento profunda compasión por la muchedumbre, porque hace ya tres días que permanecen junto a mi y no tienen qué comer; no quiero despedirlos en ayunas no sea que desfallezcan en el camino. Pero le decían los discípulos: ¿De dónde vamos a sacar; estando en el desierto, tantos panes para alimentar a tan gran multitud? Jesús les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos le respondieron: Siete y unos pocos pececillos. Entonces ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomó los siete panes y los peces y, después de dar gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos y quedaron satisfechos. De los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas” (Mateo 15,29-37).
1. –“Muchas gentes fueron a Jesús llevando consigo cojos, ciegos, baldados, mudos y otros muchos enfermos”. He ahí la pobre humanidad que corre tras de Ti, Señor. Jesús, tu atención va en primer lugar hacia éstos: los que sufren, por los pobres, por los enfermos. En este tiempo de Adviento, propio para reflexionar sobre la espera de Dios que se encuentra en el corazón de los hombres, es muy provechoso contemplar esta escena: "Jesús rodeado... Jesús acaparado... Jesús buscado”... por los baldados, los achacosos.
-“Y los pusieron a sus pies y El los curó”. Es el signo de la venida del Mesías: el mal retrocede, la desgracia es vencida. ¿Es éste también el signo que yo mismo doy siempre que puedo? ¿Procuro también que el mal retroceda? Y mi simpatía, ¿va siempre hacia los desheredados? Mi plegaria y mi acción ¿caminan en este sentido?
-“Entonces la multitud estaba asombrada... y glorificaron a Dios”. La venida del Señor es una fiesta para los que sufren. Cuando Dios pasa deja una estela de alegría. ¿Me sucede lo mismo cuando trato de revelar a Dios? Sé muy bien, Señor, que las miserias materiales no suelen ser aliviadas hoy; quedan muchos baldados, ciegos, achacosos...
Es una de las graves cuestiones de nuestra fe. Quiero creer, sin embargo, que Tu proyecto es suprimir todo mal. Quiero participar en él... con la esperanza de que por fin el mal desaparecerá. Y aun cuando desgraciadamente, las miserias físicas no puedan ser siempre suprimidas, creo que es posible a veces transfigurarlas un poco.
Señor, da ese valor y esa transfiguración a todos los angustiados. Jesús, te veo hacer milagros. Nos traes el Reino de Dios, con tus curaciones (físicas y espirituales, van unidas muchas veces) y quieres traernos el reino de los cielos, anticipo del cielo. Además de las profecías, hiciste numerosos milagros:
a. Milagros sobre los espíritus: tanto los ángeles como los demonios se sometían públicamente a Cristo, como algunos endemoniados
b. Milagros cósmicos, sobre la naturaleza: conversión del agua en vino, pescas milagrosas, apaciguamiento de la tempestad, multiplicación de los panes, caminar sobre las aguas, pez con moneda en el interior, la higuera maldita que inmediatamente se seca… tiene pleno poder sobre toda la creación. También veremos la estrella que guía a los Magos hasta Belén, las tinieblas que rodearon el Calvario durante la crucifixión, el terremoto que acompaña la Resurrección de Cristo.
c. Milagros sobre personas. Muchos son de orden moral, como perdonar los pecados, y otros son físicos, como resurrecciones, curaciones y milagros “de majestad” (se someten a su autoridad los mercaderes del templo, o cuando quieren despeñarlo en Nazaret, o la transfiguración o la caída de los enemigos en Getsemaní).
Sólo Dios puede hacer milagros, y tú, Jesús, los hacías con tu propio poder, salía de ti un poder que sanaba a todos (Lc 6,19). Con esto se muestra, dice San Cirilo, que “no obrara con poder prestado”. El dedo de Dios está aquí (Ex 8,14).
Señor, te vuelcas con nosotros: “Siento profunda compasión por la muchedumbre”. Contemplo este sentimiento tan humano en tu corazón de hombre y en tu corazón de Dios. Hoy todavía Jesús nos repite que se apiada y sufre con los que sufren.
-"No tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino... ¿Cuántos panes tenéis?...” El Señor nos invita a prestar atención al grave problema del hambre. Los que hoy tienen hambre. Todas las hambres: el hambre material, el hambre espiritual. Por eso quieres, sobre lo que tenemos, hacer tu obra. Y les preguntas a todos aquellos, ambientos: “¿Cuántos panes tenéis?
-“Siete panes y algunos pececillos...” Es de este "poco" que va a salir todo. Siete panes no es mucho para una muchedumbre. Es en el reparto fraterno que se encuentra la solución del hambre y en el amor siempre atento a los demás. Jesús multiplica. Pero ello ha tenido un primer punto de partida humano, modesto y pequeño. A pesar de ver cuán insuficientes son mis pobres esfuerzos, ¿no debo, sin embargo, hacer ese esfuerzo? Señor, he aquí mis siete panes, ¡multiplícalos! (Noel Quesson).
Jesús, si con mis siete panes -mis pocas virtudes, mi torpe inteligencia, mi débil voluntad- Tú quieres ayudar a los demás, tómalos. Es lo que tengo: tuyos son.
 “¿Qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la Iglesia? Ciertamente, la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquel un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente y merecerás recibir de Cristo, ya que Él ha dicho: «Dad y se os dará». No comprendo cómo te atreves a esperar recibir si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades" (San Cesareo de Arles).
La vida es como un eco, se me vuelve (aumentado) aquello que doy… Puedo ir a visitar a un pariente enfermo, o a alguna persona que está sola. Ayúdame Jesús a tener un corazón grande como el tuyo, capaz de compadecerme de las necesidades materiales o morales de los demás.
2. Isaías nos dice que el Señor, Dios del universo, preparará, sobre su montaña, un banquete de manjares muy condimentados y de vinos embriagadores, un banquete de platos suculentos y de vinos depurados... En aquellos pueblos orientales el banquete forma parte del ritual de entronización de los reyes. La fastuosidad de ellos eran el signo del poder de un rey, y el modo de celebrar una victoria. También nosotros festejamos nuestras alegrías en familia con una comida más exquisita. Para anunciar los tiempos mesiánicos, Dios anuncia que será el anfitrión de su propia mesa. Jesús hizo de la comida el signo de su gracia.
¿Me doy cuenta de que en la eucaristía Dios me recibe en su propia mesa? ¿Es una comida gozosa, una fiesta? ¿Tengo algo a conmemorar o a celebrar cuando voy a misa? ¿Valoro la acción de gracias?
-“Para todos los pueblos... sobre toda la faz de la tierra...” Ese universalismo, es sorprendente para aquella época. Un Mesías no reservado exclusivamente al pueblo de Israel, que salva a toda la humanidad.
-“Apartará de los rostros el velo que cubría todos los pueblos y el sudario que envolvía las naciones”. Destruirá la muerte para siempre. Dios celebra una victoria al invitarnos a ese festín de victoria sobre la «muerte». La muerte, la gran obsesión de la humanidad, el gran fracaso, el gran absurdo, es el enemigo, símbolo de la fragilidad y del sufrimiento. Es también la gran objeción que hacen los hombres a Dios: si Dios existe, ¿por qué hay ese mal? Debemos escuchar la pregunta y también la respuesta de Dios. Hay que darle tiempo, saber esperar su respuesta: «El Señor quitará el sudario que envolvía los pueblos». ¡Tal es su promesa, su palabra de honor! «El Señor destruirá la muerte para siempre.» Tal es la buena nueva de Jesucristo. Comenzada en Jesucristo y celebrada en cada misa. Cada eucaristía, ¿es para mí una comida de victoria sobre la muerte? Proclamamos tu muerte, Señor, celebramos tu resurrección.
-“El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros”. ¡Lo ha prometido! Dios... enjugará... las lágrimas... de los rostros de todos los hombres! ¡Señor, cuán reconfortante será ese día! Lo espero en la Fe y, en la espera de ese día procuraré consolar algunas lágrimas del rostro de mis hermanos.
-“Se dirá aquel día: ¡Ahí tenéis a nuestro Dios, en El esperábamos y nos ha salvado... exultemos, alegrémonos, porque nos ha salvado!” La muerte no es el final del hombre, no es su fin. El fin es la exultación, la alegría, la salvación. Esto es lo que Dios quiere, lo que Dios nos ha preparado (Noel Quesson).
3. El salmo prolonga la perspectiva con la imagen del Pastor divino que nos hace participar de su mesa: nos lleva a pastos verdes, repara nuestras fuerzas, nos conduce a beber en fuentes tranquilas, nos ofrece su protección contra los peligros del camino. "Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida». Nos ha ungido con su Espíritu Santo y por la Eucaristía nos da su comida de Vida para ir con él a su Casa por años sin término.
Llucià Pou Sabaté