domingo, 20 de septiembre de 2015

Lunes de la semana 25 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 25 de tiempo ordinario; año impar

Jesús nos comunica la luz de su gracia, para que alumbremos a los demás con ella
“Nadie que ha encendido una lámpara, la oculta con una vasija o la pone debajo de la cama, sino que la coloca sobre un candelero para que los que entran vean la luz.Porque no hay oculto que no haya de manifestarse y hacerse público. Mirad, pues, cómo oís: porque al que tiene se la dará, y a todo aquel que no tiene, incluso lo que piensa tener se le quitará”. (Lucas  8,16-18)
1. -“Jesús decía a sus discípulos: "Nadie enciende una lámpara para cubrirla con una vasija o ponerla debajo de la cama..."” Una lámpara se la coloca en el lugar más adecuado para que alumbre al máximo.
-“Se la pone sobre un candelero, para que los que entran vean la luz”. Hemos de usar las cosas con “rendimiento”, y cuanta más luz demos, mejor. ¡Dar fruto en abundancia, si es un árbol! ¡Dar ciento por uno, si es una semilla! ¡Iluminar todo el entorno, si es una lámpara! Yo, en mi vida ¿tengo una verdadera solicitud por "hacer que la luz rinda" al máximo su resplandor y claridad?
«Te aseguro que, sí los hijos de Dios queremos, contribuiremos poderosamente o iluminar el trabajo y la vida de los hombres, con el resplandor divino  -¡eterno!- que el Señor ha querido depositar en nuestras almos.
”-Pero «quien dice que mora en Jesús, debe seguir el camino que ÉI siguió», como enseña San Juan: camino que conduce siempre o la gloria, pasando -siempre también- a través del sacrificio» (J. Escrivá, Forja 1018).
-“Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no llegue a ser conocido y manifiesto”. ¿Tengo yo esa solicitud para no esconder el don de Dios, y dejar que se propague? Los discípulos son aún como una luz "escondida", pero Jesús entrevé el día en el cual el evangelio será proclamado "a plena luz". ¿Procuro que mi vida y mis palabras, en ocasiones oportunas, sean evangelizadoras? La fe no será nunca un "secreto" personal, un "asunto privado", pues el amor, si bien no lleva a imposiciones, sí lleva a desear para los que se ama lo mejor…
-“Estad atentos al modo como escucháis y aprendéis...” a veces nos dormimos, como los alumnos que no están muy interesados en la lección. Ayúdame, Señor, a tener un buen “rendimiento”, escuchar tu palabra, dejarme iluminar por ella, darla a los demás…
-“Porque al que tenga se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará...” Sí, es una verdad popular, de experiencia: se pierden los dones que no se hacen fructificar... se atrofian los músculos que no se hacen actuar... se apaga poco a poco la Fe que no se lleva a la práctica (Noel Quesson).
La parábola de la semilla que leímos el sábado, que da el ciento por uno de fruto, se relaciona con la luz del Evangelio de hoy. Si escuchamos la palabra de Dios "con un corazón noble y generoso" y la guardamos, tendremos esa luz para los demás, daremos el ciento por uno.
Quisiera que me explicaras, Jesús, la misteriosa expresión "al que tiene, se le dará". Imagino que si me abro a la Palabra, la tengo y se multiplica sus frutos en nosotros. Y al revés, si no hago caso de tu Palabra, "se le quitará hasta lo que cree tener" y quedará estéril.
Sería una pena desperdiciar la luz, la semilla… una madre sacrificada, un amigo que sabe animar y también decir una palabra orientadora, una muchacha que está cuidando de su padre enfermo, un anciano que muestra paciencia y ayuda con su interés y sus consejos a los más jóvenes, un voluntario que sacrifica sus vacaciones para ayudar a los más pobres… son luz para el mundo.
El día de nuestro Bautismo -y lo recordamos en el cirio pascual, en la Vigilia Pascual y las misas de difuntos- se encendió esa luz de la fe en el alma, para alumbrar según el compromiso de bautizados de dar testimonio de esa luz ante las personas que viven con nosotros.
El Vaticano II llamó a la Iglesia Lumen Gentium, luz de las naciones. Lo deberíamos ser en realidad, comunicando la luz y la alegría y la fuerza que recibimos de Dios, de modo que no queden ocultas por nuestra pereza o nuestro miedo. Jesús, que se llamó a sí mismo Luz del mundo, también nos dijo a sus seguidores: vosotros sois la luz del mundo. Somos Iglesia misionera, que multiplica los dones recibidos comunicándolos a cuantos más mejor (J. Aldazábal).
2. Las lecturas a partir de hoy se refieren al retorno del exilio en Babilonia. En 538 se derrumba el imperio babilónico, bajo la ofensiva del persa Ciro, que promulga un edicto famoso por el que permite que los deportados vuelvan a su patria. Después de un duro y largo cautiverio, de 587 a 538, los judíos retornan a su país y algunas personalidades excepcionales animan a la «restauración»: Nehemías, el constructor... Esdras, el sacerdote... Ageo y Zacarías, los profetas... Se emprende la reconstrucción del Templo de Jerusalén, luego de las murallas de la ciudad; y ante todo se reconstruirá el alma de la comunidad, en derredor de la Ley. Es una de las más grandes épocas del judaísmo.
-“En el año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor inspiró a Ciro quien mandó publicar a todo el imperio: «Quienes de entre vosotros pertenezcan a su pueblo sea su Dios con ellos, y suban a Jerusalén a edificar el templo del Señor...»”. Es una forma de respeto a las minorías que hace pensar que Ciro fue un enviado de Dios.
-“A todo el resto de Israel donde residan, que las gentes del lugar les ayuden, proporcionándoles oro, plata, hacienda y ganado, así como ofrendas voluntarias para el Templo de Dios que está en Jerusalén”. Es una invitación generosa a evitar particularismos. Si conozco a personas que practican una religión diferente de la mía, ¿cuál es mi actitud hacia ellas? ¿Y mi propia convicción personal?: ¿me contento con una práctica religiosa totalmente exterior? O bien, ¿profundizo en mi propia fe para ser capaz, eventualmente, de dar cuenta de ella a los que practican otras religiones, o a los ateos?
-“Entonces, los cabeza de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, todos aquellos cuyo ánimo había movido Dios, se pusieron en marcha para subir a reconstruir el Templo del Señor en Jerusalén”. Fueron unos pioneros los que arrimaron el hombro. De este modo, comienza una especie de nuevo Éxodo. Hay que arrancarse de las seguridades adquiridas, y lanzarse a la aventura... bajo la inspiración de Dios (Noel Quesson).
3. Dios va escribiendo su historia, para salvación de todos. Los años del destierro habían sido ruinosos social y religiosamente. Recordemos el dramático salmo "¡capital de Babilonia, criminal!". Pero las promesas de Dios se cumplen, y empieza de nuevo la historia. Dios nunca deja las puertas cerradas del todo.
No fue nada fácil la vuelta de los israelitas a su antigua tierra. Encontraron muchas dificultades. No perdamos la confianza en Dios, que está siempre a nuestro lado y nos ayuda. Por oscura que nos parezca una situación, el salmo nos invita a decir: "cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar... el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres".
Llucià Pou Sabaté
San Mateo, apóstol y evangelista

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL - Miércoles 30 de agosto de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
Continuando con la serie de retratos de los doce Apóstoles, que comenzamos hace algunas semanas, hoy reflexionamos sobre san Mateo. A decir verdad, es casi imposible delinear completamente su figura, pues las noticias que tenemos sobre él son pocas e incompletas. Más que esbozar su biografía, lo que podemos hacer es trazar el perfil que nos ofrece el Evangelio.
Mateo está siempre presente en las listas de los Doce elegidos por Jesús (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). En hebreo, su nombre significa "don de Dios". El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso:  "el publicano" (Mt 10, 3). De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento:  "Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo:  "Sígueme". Él se levantó y le siguió" (Mt 9, 9). También san Marcos (cf. Mc 2, 13-17) y san Lucas (cf. Lc 5, 27-30) narran la llamada del hombre sentado en el despacho de impuestos, pero lo llaman "Leví". Para imaginar la escena descrita en Mt 9, 9 basta recordar el magnífico lienzo de Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses.
Los Evangelios nos brindan otro detalle biográfico:  en el pasaje que precede a la narración de la llamada se refiere un milagro realizado por Jesús en Cafarnaúm (cf. Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12), y se alude a la cercanía del Mar de Galilea, es decir, el Lago de Tiberíades (cf. Mc 2, 13-14). De ahí se puede deducir que Mateo desempeñaba la función de recaudador en Cafarnaúm, situada precisamente "junto al mar" (Mt 4, 13), donde Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro.
Basándonos en estas sencillas constataciones que encontramos en el Evangelio, podemos hacer un par de reflexiones. La primera es que Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de "publicanos y pecadores" (Mt 9, 10; Lc 15, 1), de "publicanos y prostitutas" (Mt 21, 31). Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia (cf. Mt 5, 46:  sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como "jefe de publicanos, y rico" (Lc 19, 2), mientras que la opinión popular los tenía por "hombres ladrones, injustos, adúlteros" (Lc 18, 11).
Ante estas referencias, salta a la vista un dato:  Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración:  "No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mc 2, 17).
La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador. En otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, Jesús llega a poner a un publicano anónimo como ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina:  mientras el fariseo hacía alarde de su perfección moral, "el publicano (...) no se atrevía ni a elevar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:  "¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!"". Y Jesús comenta:  "Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado" (Lc 18, 13-14). Por tanto, con la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja:  quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia.

A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo:  observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia —comenta el Crisóstomo—, "pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca" (In Matth. Hom.:  PL 57, 363). Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas de bajo nivel social, mientras realizan su trabajo ordinario.
Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica:  Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús:  "Él se levantó y lo siguió". La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios.
Se puede intuir fácilmente su aplicación también al presente:  tampoco hoy se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. En cierta ocasión dijo tajantemente:  "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 19, 21). Esto es precisamente lo que hizo Mateo:  se levantó y lo siguió. En este "levantarse" se puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús.
Recordemos, por último, que la tradición de la Iglesia antigua concuerda en atribuir a san Mateo la paternidad del primer Evangelio. Esto sucedió ya a partir de Papías, obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año 130. Escribe Papías:  "Mateo recogió las palabras (del Señor) en hebreo, y cada quien las interpretó como pudo" (en Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39, 16). El historiador Eusebio añade este dato:  "Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba" (ib., III, 24, 6).
Ya no tenemos el Evangelio escrito por san Mateo en hebreo o arameo, pero en el Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en cierto sentido, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión.
© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana
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Dios en bien de la Iglesia ha constituido a unos, apóstoles, a otros, evangelizadores. Hoy contemplamos la vocación, y a cada uno nos dice el Señor: “Sígueme”…
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -«Sígueme.» Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: -«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?» Jesús lo oyó y dijo: -«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrifi-cios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» En aquel tiempo vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió” (Mateo 9,9-13).
1. Jesús llama a los que quiere, hoy a un publicano –tenido por pecaminoso, ya que recaudaba impuestos a sus compatriotas para venderlos a los romanos-, Mateo, que se llama también Leví. No hemos de desanimarnos si nos vemos llenos de miserias, pues ante Dios no podemos vernos de otra forma, y Él ha venido a buscar a todos, pero quien se considere justo se está cerrando a la gracia… abrir las puertas al Señor es lo fundamental. «Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. —¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión? Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores... Y, ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos» (san Josemaría Escrivá, Camino 799).
Hoy, una vez más, Jesús, resuena tu “sígueme” con claridad: no te vayas, no te preocupes, no te quedes ahí, no tengas miedo, ¡sígueme! No hay nada más esperanzador para un enfermo que escuchar a su médico explicarle con firme tranquilidad cuál va a ser el camino de la curación, nada más tranquilizador para una persona que está perdida en medio de un bosque que encontrar un sendero, nada más acogedor que los brazos de papá o de mamá para un niño asustado. Todo eso es el sígueme de Jesús.
¿Qué recuerdos tenemos cada uno de nosotros de ese instante, del momento en el que escuchamos por primera vez esa palabra en lo más hondo de nuestro ser? ¿No sería precioso sentarnos tranquilamente y hablar, recordar, rememorar ese momento? Ese es un momento histórico para cada uno de nosotros, para nuestras vidas y para las personas que comparten sus vidas con nosotros: son recuerdos que nos deben emocionar, aunque estén vinculados a momentos críticos de la existencia (carlo@ya.com).
San Beda el Venerable, comentando la conversión de Mateo, escribe: «La conversión de un cobrador de impuestos da ejemplo de penitencia y de indulgencia a otros cobradores de impuestos y pecadores (...). En el primer instante de su conversión, atrae hacia Él, que es tanto como decir hacia la salvación, a todo un grupo de pecadores». ¿Quién de nosotros puede decir que no tiene pecado? Y a pesar de nuestras esclavitudes a él, a pesar de las grandes injusticias que hayamos cometido en contra de nuestro prójimo, y de las grandes traiciones a Cristo y a su Iglesia, Él vuelve a pasar junto a nosotros y nos llama para que vayamos tras sus huellas. El poder de su Palabra es un poder salvador, que nos llama a la vida, que nos libra de nuestras tinieblas de maldad y que nos saca a luz, para qué seamos criaturas nuevas en Cristo. Pero no basta haber recibido los dones de Dios.
El Señor, pasando junto a nosotros nos ha dicho: Sígueme. Y nosotros, convocados por É, estamos en su presencia para dejarnos, no sólo instruir, sino transformar por su Palabra poderosa, que nos perdona, nos santifica y nos va configurando día a día, hasta que lleguemos a ser hombres perfectos, y alcancemos nuestra plenitud en Cristo Jesús. Y Él nos sienta a su mesa, a nosotros, pecadores amados por Él; amados hasta el extremo de tal forma que se entregó por nosotros, para santificarnos, pues nos quiere totalmente renovados para poder presentarnos justos y santos ante su Padre Dios. Dejémonos amar por el Señor, y permitámosle llevar a cabo en nosotros su obra salvadora.
Así respondieron los apóstoles a su vocación, con entusiasmo, recordando incluso como san Juan la hora en que fue llamado: “hora autem erat quasi decima: Eran entonces alrededor de las cuatro”. Se comprometieron en la empresa divina: "¡Comprometido! ¡Cómo me gusta esta palabra! -Los hijos de Dios nos obligamos -libremente- a vivir dedicados al Señor, con el empeño de que El domine, de modo soberano y completo nuestras vidas" (San Josemaría, Forja 855).
Como hemos repasado, el combustible para el fuego es el amor: "¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. / -Enamórate, y no "le"  dejarás" (Camino, n.999). "Agradece al Señor la continua delicadeza, paternal y maternal, con que te trata. / Tú, que siempre soñaste con grandes aventuras, te has comprometido en una empresa estupenda..., que te lleva a la santidad. / Insisto: agradéceselo a Dios, con una vida de apostolado" (Surco, n.184).
La correspondencia es docilidad a la labor del Paráclito en nuestras almas. "Descubrir esta llamada, esta vocación, es caer en la cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en ti y que te invita con la mirada a la entrega total en el amor. Ante esa mirada, ante ese amor suyo, el corazón abre las puertas de par en par y es capaz de decirle que sí" (Juan Pablo II en Asunción, Paraguay, 18.5.1988). "La búsqueda y el descubrimiento de la voluntad de Dios para vosotros es una experiencia profunda y fascinante… A fin de cuentas, toda vocación, todo camino al que Cristo nos llama, lleva a la realización y a la felicidad, pues conduce a Dios, a compartir la misma vida divina" (en Manila, 13.1.1995). Compartir la vida de Jesús, su misión: "Recuerdo con profunda emoción el encuentro que tuvo lugar en Nagasaki entre un misionero que acababa de llegar y un grupo de personas que, una vez convencidas de que era un sacerdote católico, le dijeron: ‘Hemos estado esperándote durante siglos’" (en Nagasaki, 25.2.1981).
Es la fascinante misión de ser instrumentos de Jesús para la redención, la felicidad temporal y eterna: "Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, 'vocavi te nomine tuo' -te he llamado por tu nombre. / Como nuestra Madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. -Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: 'ecce ego, quia vocasti me' -aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro" (Forja, n.7).
La Virgen nos concederá esas gracias, que el Señor ya ha previsto que nos lleguen por las delicadas manos cariñosas de nuestra Madre. Ella nos hace ver que ninguna dificultad es insuperable: porque tengo vocación, superaré ese obstáculo: Dios, que ha empezado en nosotros la obra de la santificación, la llevará a cabo (cfr. Fil. 1,6). Ella fomentará nuestro afán de santidad personal, dando gracias a Dios por su libre y amorosa elección, para la unión con Jesús (estar con Él) y como fundamento de toda eficacia apostólica (la misión). Ella nos enseñará a pronunciar su “fiat”, ella nos indica el camino: “Haced lo que él os diga...”  y nos ayuda a cumplir y responder a la misión –“Ego redemi te et vocavit te nomine tuo: meus es tu!”- con fidelidad se ser de Dios, a escucharle en la suave brisa de la oración (cf 1 Rey 19,12). Santa María, virgo fidelis, la criatura que mejor ha correspondido a la vocación: sub tuum praesidium confugimus, bajo tu amparo nos acogemos.
2. La iglesia es el gran proyecto que Dios tiene en su mente, antes, incluso de la creación del mundo: que todos lleguemos hacer uno en Cristo. Cristo une a todos los hombres en uno solo pueblo, llamados a vivir la unidad en el cuerpo de Cristo, compatible con la variedad de dones y tareas que Cristo otorga a cada uno para que desde su sitio en la Iglesia y en el mundo colabore en el desarrollo del Cuerpo. Esta unidad –un solo Cuerpo, un solo Espíritu se fundamenta en que hay un solo Dios, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. “El Espíritu Santo, que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable reunión de los fieles, y tan estrechamente une a todos en Cristo, que es el Principio de la unidad de la Iglesia” (Conc. Vat. II).
La Iglesia no es una mera comunidad de fe, que peregrina por este mundo, pues en las comunidades se dan muchas tensiones, que han roto la unidad. La Iglesia va más allá de esas comunidades. La Iglesia es la Esposa de Cristo, que se hace una con Él y que se convierte en signo verdadero de su presencia, llena de humildad, de mansedumbre, de paciencia y capaz de soportar a todos por amor. Ninguno puede llenarse de orgullo y pensar que ha agotado en sí mismo la presencia de Cristo. Nuestro Dios y Padre a cada uno de nosotros nos ha concedido la gracia a la medida de los dones de Cristo. Y conservando la unidad en un solo Espíritu, todos, transformados en Cristo, debemos ponernos al servicio de la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios.
3. El salmo es hoy un canto poético al sol y a su irradiación sobre la faz de la tierra, que se une a los que hay en Oriente Próximo (himno a Atón por ejemplo). Pero la Biblia nos dice en cambio que el sol no es un dios, sino una criatura al servicio del único Dios y creador. Basta recordar las palabras del Génesis: "Dijo Dios: haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche (...) y vio Dios que estaba bien" (Gn 1,14.16.18). Y los cielos "proclaman", "pregonan" las maravillas de la obra divina. También el día y la noche son representados como mensajeros que transmiten la gran noticia de la creación: testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos. Con la mirada interior del alma, con la intuición religiosa que no se pierde en la superficialidad, el hombre y la mujer pueden descubrir que el mundo no es mudo, sino que habla del Creador. Como dice el antiguo sabio, "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13, 5). También san Pablo recuerda a los Romanos que "desde la creación del mundo, lo invisible de Dios se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1, 20).
San Juan Crisóstomo afirma: "El silencio de los cielos es una voz más resonante que la de una trompeta: esta voz pregona a nuestros ojos, y no a nuestros oídos, la grandeza de Aquel que los ha creado". Y san Atanasio: "El firmamento, con su grandeza, su belleza y su orden, es un admirable predicador de su Artífice, cuya elocuencia llena el universo"”.
Todo se hizo por aquel que es la Palabra externa del Padre, y sin Él no se hizo nada. Así, todo lo creado es una expresión de Dios entre nosotros. Sin que las cosas pronuncien palabra alguna, a su modo nos hablan de Aquel que las ha creado. La persona humana, en sí, debería ser el mejor de los lenguajes de Dios entre nosotros, pues el Señor nos creó a su imagen y semejanza. Llegada la plenitud de los tiempos, Dios nos envió a su propio Hijo, el cual mediante sus palabras, sus obras, sus actitudes y su vida misma es para nosotros la suprema revelación del Padre. Y del costado abierto de Jesús, dormido en la cruz, nació la iglesia. Mediante Ella resuena por toda la tierra la Palabra en nos hace conocer a Dios y experimentar su amor, hasta el último rincón de la tierra.

Llucià Pou Sabaté

sábado, 19 de septiembre de 2015

Domingo de la semana 25 de tiempo ordinario; ciclo B

Domingo de la semana 25 de tiempo ordinario; ciclo B

Los que obran la justicia sufrirán persecución, como Jesús. No hemos de querer mandar, sino servir.
«Una vez que salieron de allí cruzaban Galilea, y no querían que nadie lo supiese; pues iba instruyendo a sus discípulos y les decía: «El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto, resucitará a los tres días». Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle. Y llegaron a Cafarnaun. Estando ya en casa les preguntó: «¿De qué discutíais por el camino?». Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor. Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, hágase el último de todos y servidor de todos». Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me envió». (Marcos 9, 30-37)
1. Jesús, hoy no te entienden los apóstoles cuando les dices: -«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.» No saben cómo decírtelo, pues “les daba miedo preguntarle”. Por eso, al llegar a Cafarnaúm, en casa, les preguntaste: -«¿De qué discutíais por el camino?» Nos dice el Evangelio que “ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante”. Entonces tú te sentaste, llamaste a los Doce y les dijiste: -«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Y, acercando a un niño, lo pusiste en medio de ellos, lo abrazaste y les dijiste: -«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»
Por segunda vez, revelas a tus discípulos tu muy próxima pasión, y siempre que hablas de sufrir dices que es necesario para entrar en el Reino. Además, es preciso estar disponible como un niño, es decir, ser sencillo y no pretender los primeros puestos. Dentro del Reino es preciso hacerse el servidor de todos y ofrecer nuestro amor a los más pequeños. Jesús, has bendecido a los niños para que aprendamos la lección, quieres que tus discípulos se parezcan a los niños en aceptar la dependencia de los otros: no puedo salvarme solo. He de pensar en los demás, no basta que me porte bien con los demás en el trabajo, en clase o con los amigos y en casa sea un desastre y con mal humor. No basta que sea aplicado cuando me miran y luego en el tiempo libre sea un perezoso adicto a la tele o cualquier otro aparato, y no obedezca o no esté atento a los de la familia o no sepa ayudar cuando me lo pidan… ser cristiano no es rezar avemarías sino ayudar como lo haría Jesús. Por eso, te pedimos, Señor, aprender a servir, no ser prepotentes, no marginar a nadie y no dejar de lado a nadie en los juegos, como a nosotros nos gustaría que hicieran.
No queremos entender lo de ser servidores de los demás: el evangelista nos hace ver que los que oyen a Jesús están hablando de lo contrario de lo que acaban de oír: "Por el camino habían discutido quién era el más importante". Así somos: queremos ser más que los demás, ser los primeros, ocupar los mejores puestos, "salir en la foto", prosperar nosotros, y pasar de los demás. Jesús nos enseña a desear ser los últimos, disponibles, servidores y así somos felices, alegres como Jesús, que "no ha venido a ser servido sino a servir", que ayuda a todos y no pide nada, y que al final entrega su propia vida por la vida de los demás. Cada vez que comulgamos en la Eucaristía, comemos "el Cuerpo entregado" y le pedimos a Jesús una vida llena de amor, y para esto vivir libres, con corazón de niños: en la confianza en su padre (el niño pequeño se abandona plácidamente en los brazos de su madre, o de su padre, en paz); viviendo el momento presente sin agobios por el qué pasará ni qué pasó (a los niños no les angustia el futuro, ni tampoco viven anclados en su pasado angustiados, lo que han vivido o tendrán que vivir no les preocupa, sencillamente viven el momento presente)…
Disfrutar del presente, como los niños, que se acercan a lo que santa Teresa del Niño Jesús decía: «La santidad es vivir amando en el momento presente». Por último, los niños son sencillos. Conforme se van haciendo mayores, comienzan las eternas complicaciones y vergüenzas. El Evangelio es para los sencillos, pues los razonamientos complicados nos alejan de Dios: el Señor ama a los niños porque confían. Viven el momento presente y no son enrevesados ni complicados. Viven con gozo el Evangelio.  
2. El Libro de la Sabiduría dice que los malos se meten con el bueno, que les resulta incómodo: porque el que se porta bien “se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”; es como una bofetada para su mala vida, y ellos lo atacan con la excusa de a ver si Dios se pone a ayudarle: “veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él No tienen bastante con disfrutar de los placeres de los que son esclavos, los malvados, sino que hacen la vida imposible al “hijo de Dios”.
El Salmo reza: “El Señor sostiene mi vida”. “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras”. A veces nos vemos en peligro: “Porque unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte, sin tener presente a Dios”, como en la primera lectura, nos quieren hacer daño: “Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida”, y damos gracias a Dios: “Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno”. Poniendo este salmo en labios de Jesús encontramos un sentido de la Misa, que se ofrece por nosotros y nos salva: Jesús "dio gracias" (=Eucaristía) al Padre por su Alianza en el gran combate contra su enemigo principal, la muerte, y nos consigue la verdadera liberación, la resurrección.
3. Santiago nos pide que dejemos “envidias y rivalidades”, “desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones”. Quiere que dejemos todo egoísmo y lo pidamos en la Eucaristía, la escuela de Cristo, para ir asimilando, esta sabiduría de Dios. El "deseo", siempre querer más, incluso a costa de los demás; es acabar en continuas insatisfacciones porque siempre queremos más, y acabamos en guerras.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 18 de septiembre de 2015

Sábado de la semana 24 de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 24 de tiempo ordinario; año impar

Hemos de procurar guardar la palabra de Dios en el corazón, que nuestro corazón sea la tierra buena que dé fruto perseverando.
“En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: -«Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.» Dicho esto, exclamó: -«El que tenga oídos para oír, que oiga.» Entonces le preguntaron los discípulos: -«¿Qué significa esa parábola?» Él les respondió: -«A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando» (Lucas 8,4-15).  
1. Jesús, hoy cuentas la parábola del sembrador, y también la explicas: la homilía la haces tú. Es la manera de responder las distintas personas respecto a la palabra que oyen.
-“Salió el sembrador a sembrar. Una parte del grano cayó: - en la vereda, lo pisaron y los pájaros se lo comieron... - en la roca y al brotar se secó por falta de humedad... - entre zarzas y éstas, brotando al mismo tiempo lo ahogaron”... Una siembra con desperdicio aparente. No les gustaría a los que esperaban que un mesías aparecería con manifestación brillante y rápida de Dios, que tú, Jesús, nos hagas ver que el "Reino de Dios" va progresando penosamente en medio de un montón de dificultades... ¡Mucha paciencia es necesaria!
-“Otra parte cayó en tierra buena, brotó y dio el ciento por uno”. Otros evangelios nos hablan de distintos porcentajes: treinta por uno... sesenta por uno... ciento por uno... Lucas pone el rendimiento más elevado. ¡Cada grano de trigo produce otros cien! El Reino de Dios pasa de “muy poco” al “todo”...
-“Quien tenga oídos para oír, ¡que oiga!” Jesús, nos invitas a estar atentos. Te pido que agudices nuestras facultades de atención, de recogimiento, para poder oír.
"-A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan". Los caminos de Dios son misteriosos, y por un lado la Palabra de Dios es poderosa, tiene fuerza interior. Pero su fruto depende también de nosotros, porque Dios respeta nuestra libertad, y respeta también unos tiempos (J. Aldazábal).
¿Por qué no se hace más evidente la Palabra? Es un misterio… Pascal decía: "Hay claridad suficiente para alumbrar a los elegidos, y bastante oscuridad para humillarlos. Hay suficiente oscuridad para cegar a los réprobos, y bastante claridad para condenarlos y hacerlos inexcusables." "Si hay un Dios, es infinitamente incomprensible... Somos pues incapaces de conocer quién es Él, ni si Él es". "¿Quién censurará a los cristianos no poder dar razón de su creencia, ellos que profesan una religión de la que no pueden dar razón? Si la dieran, no serían consecuentes; y es siendo faltados de prueba que no son faltados de sentido". ¡El mismo Jesús no ha querido convencer "a la fuerza"!
“Me aparecen dudas sobre lo que antes creía”, me decía una persona, hablando de que le costaban ciertas prácticas de piedad, modos de vivir la fe. Le respondí que muchas cosas como las que me hablaba son medios para estar cerca de Dios, pero no el fin que es esa unión. Pueden aparecer dudas y entonces hay que profundizar en la verdad, y escoger la verdad sin miedo antes que nuestras creencias, pues la Verdad es Dios.
-“Lo que cae en buena tierra, son los que, después de haber oído la Palabra, la conservan con corazón bueno y recto, y dan fruto con su perseverancia”. El Reino de Dios no es un "destello" estrepitoso y súbito: viene a través de la humildad del día a día (Noel Quesson).
Como en las labores de campo, hay tierras mejores que otras: a) El camino es tierra dura y crece ahí poca semilla, el corazón también puede estar duro por ideologías que son contrarias al Reino.
b) En el terreno rocoso hay también poca tierra fértil, no profundiza la semilla como en algunos corazones que no se comprometen, inconstantes.
c) Luego están los márgenes húmedos repletos de zarzas, que aprisionan la palabra, como el dinero y el poder y los placeres, a veces es esto que llamamos “sociedad de consumo” o “Estado del bienestar” lo que nos hace estar mal porque no fomenta más que el egoísmo, y la felicidad viene por la generosidad. “Abrasemos las espinas, pues son ellas las que ahogan la palabra divina. Bien lo saben los ricos, que no sólo son inútiles para la tierra. Sino también para el cielo (…) De dos fuentes nace el daño para su espíritu: de la vida de placer y de las preocupaciones. Cualquiera de las dos, por sí misma, basta para hundir el esquife del alma. Considerad, pues qué naufragio les espera cuando concurren las dos juntas. Y no os maravilléis de que el Señor llamara espinas a los placeres. Si no los reconocéis como tales, es que estáis embrigados por la pasión; los que están sanos saben muy bien que el placer punza más que una espina” (S. Juan Crisóstomo).
d) Por fin la tierra fértil. Son los oyentes que, «al escuchar el mensaje, lo van guardando en un corazón noble y bueno». El fruto del reino no es instantáneo, sino que requiere constancia. Ni se trata de un fruto estacional, sino que «van dando fruto con su firmeza». Es toda una vida al servicio de los demás. Todos tenemos una parcela de 'tierra fértil/buena'. Es la lucha, como dice el Catecismo (1810): “Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, reanudada siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas”.
Dios espera de nosotros un corazón bueno y bien dispuesto, que nos haga dar fruto por nuestra constancia. Ya en una ocasión el Señor nos había anunciado: Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.
2. –“Hijo muy querido, en presencia de Dios que da vida a todas las cosas...” ¡Estoy ante un Dios vivo! ¡Vivimos en «presencia de Dios que nos da la vida»!
-“Y en presencia de Cristo Jesús que ante Poncio Pilato rindió tan solemne testimonio...”Gracias, Jesús, por dar ese testimonio de hijo de Dios.
-“Mira lo que te ordeno: conserva el mandato del Señor, permanece irreprochable y recto hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”. «Quien ama, conoce a Dios.» «Dios es amor.» Una vida «sin amor» es una vida sin Dios. Vivir en el amor es el «mandato de Jesús».
-“Manifestación que, a su debido tiempo, hará ostensible el bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores”... Este es otro himno litúrgico que estalla como un grito de alegría. Esta carta a Timoteo termina hoy con una "doxología", alabanza final, y la mirada hacia la venida última del Señor, «¡rey de reyes!» -“El único que posee lnmortalidad...El que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A Él el honor y el poder por siempre. Amén”. Gracias, Señor. A Ti honor y poder eternos. Amén (Noel Quesson).
3. “Aclama al Señor, tierra entera... entrad por sus puertas con acción de gracias”. Es una acción de gracias, de adoración: "Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre". Alabanza a Dios, con alegría, fe y amor. Estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre: "Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño".
Eusebio de Cesarea exhorta: “si no le servimos con alegría ni siquiera nos podemos atrever a presentarnos delante de Él”, y San Agustín: “este salmo de alabanza nos manda y exhorta a regocijarnos en Dios. Pero no exhorta a que quien cante sea algún determinado ángulo de la tierra o una sola morada, o una sola reunión de hombres, sino que como Él derramó su bendición por todo el orbe, de cada parte de él reclama el regocijo”.
Llucià Pou Sabaté
San Jenaro, obispo y mártir

 San Jenaro, patrón de Nápoles, es famoso por el milagro que generalmente ocurre cada año desde hace siglos, el día de su fiesta, el 19 de septiembre. Su sangre, se licua ante la presencia de todos los testigos que deseen asistir.  (Mas sobre este milagro en la segunda parte de esta página)
Nápoles y Benevento (donde fue obispo) se disputan el nacimiento de San Jenaro y Benevento.
Durante la persecución de Diocleciano, fueron detenidos en Pozzuoli, por orden del gobernador de Campania, Sosso, diácono de Miseno, Próculo, diácono de Pozzuoli, y los laicos Euticio y Acucio. El delito era haber públicamente confesado su fe.
Cuando San Jenaro tuvo noticias de que su amigo Sosso y sus compañeros habían caído en manos de los perseguidores, decidió ir a visitarlos y a darles consuelo y aliento en la prisión. Como era de esperarse, sus visitas no pasaron inadvertidas y los carceleros dieron cuenta a sus superiores de que un hombre de Benevento iba con frecuencia a hablar con los cristianos. El gobernador mandó que le aprehendieran y lo llevaran a su presencia.  El obispo Jenaro, Festo, su diácono y Desiderio, un lector de su iglesia, fueron detenidos dos días más tarde y conducidos a Nola, donde se hallaba el gobernador.
Los tres soportaron con entereza los interrogatorios y las torturas a que fueron sometidos. Poco tiempo después el gobernador se trasladó a Pozzuoli y los tres confesores, cargados con pesadas cadenas, fueron forzados a caminar delante de su carro.   En Pozzuoli fueron arrojados a la misma prisión en que se hallaban sus cuatro amigos. Estos últimos habían sido echados a las fieras un día antes de la llegada de San Jenaro y sus dos compañeros, pero las bestias no los atacaron. Condenaron entonces a todo el grupo a ser echados a las fieras. Los siete condenados fueron conducidos a la arena del anfiteatro y, para decepción del público, las fieras hambrientas y provocadas no hicieron otra cosa que rugir mansamente, sin acercarse siquiera a sus presuntas víctimas.
El pueblo, arrastrado y cegado por las pasiones que se alimentan de la violencia, imputó a la magia la mansedumbre de las fieras ante los cristianos y a gritos pedía que los mataran. Ahí mismo los siete confesores fueron condenados a morir decapitados. La sentencia se ejecutó cerca de Pozzuoli, y en el mismo sitio fueron enterrados.
Los cristianos de Nápoles obtuvieron las reliquias de San Jenaro que, en el siglo quinto, fueron trasladadas desde la pequeña iglesia de San Jenaro, vecina a la Solfatara, donde se hallaban sepultadas. Durante las guerras de los normandos, los restos del santo fueron llevados a Benevento y, poco después, al monasterio del Monte Vergine, pero en 1497, se trasladaron con toda solemnidad a Nápoles que, desde entonces, honra y venera a San Jenaro como su patrono principal.
Muchos se cuestionan la autenticidad de los hechos arriba mencionados y de la misma reliquia porque no hay registros sobre el culto a San Jenaro anteriores al año 431.   Pero es significante que ya en esa época el sacerdote Uranio relata sobre el obispo Jenaro en términos que indican claramente que le consideraba como a un santo reconocido. Los frescos pintados en el siglo quinto en la "catacumba de san Jenaro", en Nápoles, lo representan con una aureola. En los calendarios más antiguos del oriente y el occidente figura su nombre.
El milagro continúa
Mientras que muchos se cuestionan sobre la historicidad de San Jenaro, nadie se puede explicar el milagro que ocurre con la reliquia del santo que se conserva en la Capilla del Tesoro de la Iglesia Catedral de Nápoles, Italia. Se trata de un suceso maravilloso que ocurre periódicamente desde hace cuatrocientos años. La sangre del santo experimenta la licuefacción (se hace líquida). Ocurre cada año en tres ocasiones relacionadas con el santo: la traslación de los restos a Nápoles, (el sábado anterior al primer domingo de Mayo); la fiesta del santo (19 de septiembre) y el aniversario de su intervención para evitar los efectos de una erupción del Vesubio en 1631 (16 de diciembre)
El día señalado, un sacerdote expone la famosa reliquia sobre el altar, frente a la urna que contiene la cabeza de san Jenaro. La reliquia es una masa sólida de color oscuro que llena hasta la mitad un recipiente de cristal sostenido por un relicario de metal. Los fieles llenan la iglesia en esas fechas. Es de notar entre ellos un grupo de mujeres pobres conocidas como zie di San Gennaro (tías de San Jenaro). En un lapso de tiempo que varía por lo general entre los dos minutos y una hora, el sacerdote agita el relicario, lo vuelve cabeza abajo y la masa que era negra, sólida, seca y que se adhería al fondo del frasco, se desprende y se mueve, se torna líquida y adquiere un color rojizo, a veces burbujea y siempre aumenta de volumen.  Todo ocurre a la vista de los visitantes. Algunos de ellos pueden observar el milagro a menos de un metro de distancia. Entonces el sacerdote anuncia con toda solemnidad: "¡Ha ocurrido el milagro!", se agita un pañuelo blanco desde el altar y se canta el Te Deum. Entonces la reliquia es venerada por el clero y la congregación.
El 5 de mayo del 2008, reporteros de 20 canales de TV, entre ellos CNN estaban presentes en la catedral cuando ocurrió el milagro.
El milagro ha sido minuciosamente examinado por personas de opiniones opuestas. Se han ofrecido muchas explicaciones, pero en base a las rigurosas investigaciones, se puede afirmar que no se trata de ningún truco y que tampoco hay, hasta ahora, alguna explicación racional satisfactoria. En la actualidad ningún investigador honesto se atreve a decir que no sucede lo que de hecho ocurre a la vista de todos. Sin embargo, antes de que un milagro sea reconocido con absoluta certeza, deben agotarse todas las explicaciones naturales, y todas las interrogantes deben tener su respuesta. Por eso la Iglesia favorece la investigación.
Fruto de las investigaciones.
Entre los elementos positivamente ciertos en relación con esta reliquia, figuran los siguientes:
1 -La sustancia oscura que se dice es la sangre de San Jenaro (la que, desde hace más de 300 años permanece herméticamente encerrada dentro del recipiente de cristal que está sujeta y sellada por el armazón metálico del relicario) no ocupa siempre el mismo volumen dentro del recipiente que la contiene. Algunas veces, la masa dura y negra ha llenado casi por completo el recipiente y, en otras ocasiones, ha dejado vacío un espacio equivalente a más de una tercera parte de su tamaño.
2 -Al mismo tiempo que se produce esta variación en el volumen, se registra una variante en el peso que, en los últimos años, ha sido verificada en una balanza rigurosamente precisa. Entre el peso máximo y el mínimo se ha llegado a registrar una diferencia de hasta 27 gramos.
3 -El tiempo más o menos rápido en que se produce la licuefacción, no parece estar vinculado con la temperatura ambiente. Hubo ocasiones en que la atmósfera tenía una temperatura media de más de 30º centígrados y transcurrieron dos horas antes de que se observaran signos de licuefacción. Por otra parte, en temperaturas mas bajas, de 5º a 8º centígrados, la completa licuefacción se produjo en un lapso de 10 a 15 minutos.
4 -No siempre tiene lugar la licuefacción de la misma manera. Se han registrado casos en que el contenido líquido burbujea, se agita y adquiere un color carmesí muy vivo, en otras oportunidades, su color es opaco y su consistencia pastosa.
Aunque no se ha podido descubrir razón natural para el fenómeno, la Iglesia no descarta que pueda haberlo.  La Iglesia no se opone a la investigación porque busca la verdad.  La fe católica enseña que Dios es todopoderoso y que todo cuanto existe es fruto de su creación.  Pero la Iglesia es cuidadosa en determinar si un particular fenómeno es, en efecto, de origen sobrenatural . 
La Iglesia pide prudencia para no asentir ni rechazar prematuramente los fenómenos. Reconoce la competencia de la ciencia para hacer investigación en la búsqueda de la verdad, cuenta con el conocimiento de los expertos.
Una vez que la investigación establece la certeza de un milagro fuera de toda duda posible, da motivo para animar nuestra fe e invitarnos a la alabanza.  En el caso de los santos, el milagro también tiene por fin exaltar la gloria de Dios que nos da pruebas de su elección y las maravillas que El hace en los humildes.
El Cardenal Crescenzio Sepe de Nápoles anunció que en el 2009 un grupo de científicos investigará la milagrosa reliquia.
Bibliografía
1-Acta Sanctorum, sept. vol. VI
2- Butler, Vida de los Santos

jueves, 17 de septiembre de 2015

Viernes de la semana 24 de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 24 de tiempo ordinario; año impar

Algunas mujeres acompañaban a Jesús y lo ayudaban, dando un ambiente femenino necesario a la familia que es la Iglesia.
“En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él habla curado de malos espíritus y enfermedades: Maria la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes” (Lucas 8, 1-3)
1. –“Jesús iba caminando por pueblos y aldeas, proclamando la "Buena" Noticia”. Es preciso, de vez en cuando, volver a meditar, sobre ese tema. "evangelio"... ¿"euaggelion", en griego? "buena noticia" en castellano. Así, ¡lo que Jesús proclama es algo bueno!
-“Lo acompañaban los doce, y algunas mujeres...” El pasado martes vimos a Jesús hacer una resurrección en atención a una mujer, la viuda de Naím. Ayer Jesús rehabilitaba a una mujer, la pecadora, en casa de Simón. Lucas insiste en el papel de las mujeres: pensemos en la función esencial de María en los relatos de la infancia de Jesús... pensemos en el episodio de Marta y María (Lc 10, 38) que es él el único en relatarlo.
-“Mujeres que Jesús había curado de malos espíritus y de enfermedades”... Jesús, liberas totalmente a la mujer: ni en tu mente ni en tus actitudes concretas haces diferencia alguna de dignidad entre el hombre y la mujer.
Nunca un rabino admitía a mujeres en el grupo de sus discípulos. Jesús, tú . Eran mujeres a las que habías curado de alguna enfermedad o mal espíritu, y "le ayudaban con sus bienes". Lucas nos transmite el nombre de varias de ellas.
¡Cuántas veces aparecen las mujeres en el evangelio con una actitud positiva y admirable! Baste recordar las que estuvieron cerca de él en el momento más trágico, al pie de la cruz, junto con María, su madre. Y que luego fueron las primeras que tuvieron la alegría de ver al Resucitado y anunciarlo a los demás. Son un buen símbolo de las incontables mujeres que, a lo largo de los siglos, han dado en la Iglesia testimonio de una fe recia y generosa: religiosas, laicas, misioneras, catequistas, madres de familia, enfermeras, maestras... Que ayudaron a Jesús en vida y que colaboran eficazmente en la misión de la Iglesia, cada una desde su situación, entregando su tiempo, su trabajo y también su ayuda económica. La primera persona europea que creyó en Cristo, por la predicación de Pablo, fue una mujer: Lidia (Hch 16). A veces nos fijamos en que la Iglesia no se ve con capacidad de admitir mujeres al ministerio sacerdotal, pero lo principal es el amor, la santidad, y tenemos en común la fe y la misión evangelizadora.
Jesús dijo: "¿quién es mi madre y mis hermanos? El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica". Y en eso las mujeres han sido, ya desde el principio (la Virgen Maria: "hágase en mi según tu palabra") las que más ejemplo nos han dado a toda la comunidad. No serán obispos ni párrocos, como tampoco las que acompañaban a Jesús fueron elegidas y enviadas como apóstoles, pero las mujeres cristianas, religiosas o laicas, siguen realizando una misión hermosísima y meritoria en la vida de la comunidad. Es interesante recordar que, en la lenta y progresiva valoración de la mujer por parte de la Iglesia, Pablo VI nombró a dos mujeres insignes "doctoras de la Iglesia", santa Teresa de Jesús y santa Catalina de Siena, y últimamente Juan Pablo II hizo lo mismo con santa Teresa del Niño Jesús y algunas más (J. Aldazábal).
-“María, "Magdalena" de sobrenombre... -¡que había sido liberada de siete demonios!-, Juana, mujer de Kuza, el intendente de Herodes... Susana...” y muchas más... la mujer no contaba mucho, podían participar al culto de la sinagoga, pero no estaban obligadas a ello. La liturgia empezaba cuando, por lo menos, diez hombres estaban presentes, mientras que a las mujeres no se las contaba.
-... “Que le ayudaban con sus bienes”. Realismo del evangelio: se necesita dinero para poder anunciar el evangelio. Si los Doce y Jesús parecen tan libres, sin cuidados materiales, ¡es porque hay mujeres que cuidan de ellos! Trabajo capital que permite todo el resto. ¿Soy una acomplejada por mis tareas humildes? o bien ¿sé darles un valor divino? (Noel Quesson).
Juan Pablo II trató del tema del papel de lo femenino en la Iglesia: “El Evangelio revela y permite entender precisamente este modo de ser de la persona humana. El Evangelio ayuda a cada mujer y a cada hombre a vivirlo y, de este modo, a realizarse. Existe, en efecto, una total igualdad respecto a los dones del Espíritu Santo y las "maravillas de Dios" (Act 2,11). Y no sólo esto. Precisamente ante las "maravillas de Dios" el Apóstol-hombre siente la necesidad de recurrir a lo que es por esencia femenino, para expresar la verdad sobre su propio servicio apostólico. Así se expresa Pablo de Tarso cuando se dirige a los Gálatas con estas palabras: "Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto" (Gal 4,19). En la primera Carta a los Corintios (7,38) el apóstol anuncia la superioridad de la virginidad sobre el matrimonio -doctrina constante de la Iglesia según las palabras de Cristo, como leemos en el evangelio de San Mateo (19,10-12)-, pero sin ofuscar de ningún modo la importancia de la maternidad física y espiritual. En efecto, para ilustrar la misión fundamental de la Iglesia, el Apóstol no encuentra algo mejor que la referencia a la maternidad.
Un reflejo de la misma analogía -y de la misma verdad- lo hallamos en la Constitución dogmática sobre la Iglesia. María es la "figura" de la Iglesia: "Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre (...) Engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre (...) a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf Rom 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno". "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios". Se trata de la maternidad "según el espíritu" en relación con los hijos y las hijas del género humano. Y tal maternidad -como ha se ha dicho- es también la "parte" de la mujer en la virginidad. La Iglesia "es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo". Esto se realiza plenamente en María. La Iglesia, por consiguiente, "a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera".
El Concilio ha confirmado que si no se recurre a la Madre de Dios no es posible comprender el misterio de la Iglesia, su realidad, su vitalidad esencial. Indirectamente hallamos aquí la referencia al paradigma bíblico de la "mujer", como se delinea claramente ya en la descripción del "principio" (cf Gen 3,15) y a lo largo del camino que va de la creación -pasando por el pecado- hasta la redención. De este modo se confirma la profunda unión entre lo que es humano y lo que constituye la economía divina de la salvación en la historia del hombre. La Biblia nos persuade del hecho de que no se puede lograr una auténtica hermenéutica del hombre, es decir, de lo que es "humano", sin una adecuada referencia a lo que es "femenino". Así sucede, de modo análogo, en la economía salvífica de Dios; si queremos comprenderla plenamente en relación con toda la historia del hombre no podemos dejar de lado, desde la óptica de nuestra fe, el misterio de la "mujer": virgen-madre-esposa”.
2. –“Hijo muy querido, te he dicho lo que debes enseñar y recomendar. Si alguno enseña otra cosa y no se atiene a las sólidas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina verdaderamente religiosa, éste tal está cegado por el orgullo y no sabe nada”. Nuestra época se caracteriza por una confusión extraordinaria de opiniones. Se tiene la impresión de que no existe la «verdad». ¡Casi se puede afirmar una cosa y su contrario! Los mayores valores, los principios más sagrados, la Fe... son discutidos.
-“Es un hombre que padece la enfermedad de las «disputas» y "contiendas de palabras"; de donde proceden las envidias, las discordias, insultos, malentendidos, sospechas malignas, discusiones interminables propias de gente de mente corrompida”... La «enfermedad» de que habla Pablo, es ciertamente, la de nuestra época y de nuestra Iglesia contemporánea: rivalidades, conflictos de grupos, sospechas. Señor, ayúdanos a ser hombres abiertos, comprensivos y no cerrados, porfiados, sectarios. En Éfeso había algunos que "padecían la enfermedad de plantear cuestiones inútiles y discutir". Lo que provocaba "envidias, polémicas, difamaciones, controversias propias de personas tocadas de la cabeza".
-“Gente de inteligencia corrompida, que están privados de la verdad y que piensan que la religión es un negocio”: los que consideran que "la religión es una ganancia" y "buscan riquezas y se crean necesidades absurdas y nocivas".  Para no caer en la idolatría de la ambición, nos pide: -1.° Contentarse con lo que uno tiene... Es un principio elemental de sabiduría. -2.° No hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él. ¡La caja de caudales no acompaña al féretro! -3.° Si tenemos comida y vestido, nos contentamos con esto La felicidad es cosa fácil... para los que saben vivir modestamente . -4.° Los que quieren enriquecerse caen en el lazo de una serie de codicias y de deseos absurdos... (Noel Quesson). Para él, "la codicia es la raíz de todos los males". La actitud de Timoteo debe ser dar ejemplo con su vida personal: "practica la justicia, el amor, la paciencia, combate el buen combate de la fe".
3. El salmo nos invita: "no te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa: cuando muera, no se llevará nada". La antífona del salmo nos ha hecho repetir la bienaventuranza de Jesús: "Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos".
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Jueves de la semana 24 de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 24 de tiempo ordinario; año impar

El perdón acompaña al amor: se nos perdonan los pecados si amamos, y amamos si acogemos el perdón
“En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: -«Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora. » Jesús tomó la palabra y le dijo: -«Simón, tengo algo que decirte.» Él respondió: -«Dímelo, maestro.» Jesús le dijo: -«Un prestamista tenía dos deudores; uno le debla quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: -«Supongo que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo: -«Has juzgado rectamente.» Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dijo: -«Tus pecados están perdonados.» Los demás convidados empezaron a decir entre sí: -«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: -«Tu fe te ha salvado, vete en paz»(Juan 7,36-50).
1. –“Un fariseo invitó a Jesús a comer con él”... Tres veces (Lc 7,36; 11,37; 14,1). Veo como aceptas la invitación, Señor.
“En esto una mujer, conocida como pecadora en la ciudad... llegó con un frasco lleno de perfume... se colocó detrás de Jesús junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con perfume”... El fariseo era un "puro". La escena le choca profundamente: "Si este hombre fuera un profeta sabría quién es esa mujer que lo toca: ¡una pecadora!" Efectivamente, se trataba de una pecadora, y todo induce a creer que era una prostituta. Pecados, los que había acumulado... hasta el hastío de sí misma y de los demás. Seguro que sin vergüenza de acercarse a ti, Señor, ella pensó: "¡Si solamente él, el profeta Jesús, pudiera salvarme!" Y allí está, por el suelo, a los pies de Jesús. Cubre de besos los pies de Jesús y su perfume embriagador llena la sala del banquete. Señor, la escena es curiosa: ¿cuál es el mensaje importante que quieres transmitirnos? Pienso en mis propios pecados, y en la sucia marea de todos los pecados del mundo: Tú debes estar habituado, Señor, desde que hay hombres sobre la tierra; en tu genealogía las cuatro mujeres que aparecen están en una situación irregular, y una de ellas es prostituta.
Lucas describe muy bien algunos detalles, como la diferente actitud de Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y aquella mujer pecadora que sabe intuir detalles de amor hacia Jesús. Me gusta verte, Señor, anunciar el amor y perdón en casa de un fariseo. El argumento parece fluctuar en dos direcciones. Tanto se puede decir que se le perdona porque ha amado ("sus pecados están perdonados, porque tiene mucho amor"), como que ha amado porque se le ha perdonado ("amará más aquél a quien se le perdonó más"). Me gustaría saber ser como tú, Jesús, dar ánimos a los “pecadores”, y no dedicarme a hundirlos más con rigideces. Ayúdame a ser como un padre, y no como el hermano mayor del hijo pródigo o como este Simón y los otros convidados, que no saben ser benévolos y amar. Quisiera tener tu corazón, Señor, para levantar a la mujer adúltera, acoger a Zaqueo el publicano, y tener esas palabras de ánimo para esta mujer que hoy entra en la sala del banquete y te unge los pies.
Así lo explica San Josemaría: “Le rogó uno de los fariseos que fuera a comer con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se puso a la mesa. Llega entonces una mujer de la ciudad, conocida públicamente como pecadora, y se acerca para lavar los pies a Jesús, que según la usanza de la época come recostado. Las lágrimas son el agua de este conmovedor lavatorio; el paño que seca, los cabellos. Con bálsamo traído en un rico vaso de alabastro, unge los pies del Maestro. Y los besa.
”El fariseo piensa mal. No le cabe en la cabeza que Jesús albergue tanta misericordia en su corazón.Si éste fuese un profeta -imagina-, sabría quién es y qué tal es la mujer. Jesús lee sus pensamientos, y le aclara: ¿ves a esta mujer? Yo entré en tu casa y no me has dado agua con que se lavaran mis pies; y ésta los ha bañado con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me has dado el ósculo, y ésta, desde que llegó, no ha cesado de besar mis pies. Tú no has ungido con óleo mi cabeza, y ésta sobre mis pies ha derramado perfumes. Por todo lo cual, te digo: que le son perdonados muchos pecados, porque ha amado mucho.
”No podemos detenernos ahora en las divinas maravillas del Corazón misericordioso de Nuestro Señor. Vamos a fijarnos en otro aspecto de la escena: en cómo Jesús echa de menos todos esos detalles de cortesía y delicadeza humanas, que el fariseo no ha sido capaz de manifestarle. Cristo es perfectus Deus, perfectus homo, Dios, Segunda Persona de la Trinidad Beatísima, y hombre perfecto. Trae la salvación, y no la destrucción de la naturaleza; y aprendemos de El que no es cristiano comportarse mal con el hombre, criatura de Dios, hecho a su imagen y semejanza”.
Jesús, quieres que aprendamos de tu enseñanza, por eso le dices al fariseo: -"Simón, tengo algo que decirte: Un acreedor tenía dos deudores... Uno le debía una gran suma, la deuda del otro era muy pequeña... Se las perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le amará más?" Los acreedores humanos no se comportan de ese modo, habitualmente. ¡Pero Dios sí! Es El quien lo dice. Y nos pide que nos portemos también así: "perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Si te colocas sobre ese terreno, Señor, entonces es mejor ser Magdalena que Simón...
-“¿Ves a esta mujer...? Y Jesús hace su elogio. Habla de ella con respeto, la valora. Subraya todo lo que ha hecho bien. Había sufrido mucho. Señor, ayúdame a ver a los pecadores con tu propia mirada llena de bondad y misericordia. Dame el don de saberlos rehabilitar a sus propios ojos. Que todas mis palabras y mis actitudes digan ¡cuán bueno eres, Señor!
-“Quedan perdonados sus muchos pecados porque muestra un gran amor... A quien poco se le perdona poco amor muestra”... Esas dos frases contienen una de las mayores revelaciones sobre el "pecado":
- el amor provoca el perdón: Tú le perdonas sus pecados porque ama...
- el perdón provoca el amor: cuanto más perdonado se ha sido, tanto más se siente uno llevado a amar. ¡Gracias, Señor! El amor es la causa y la consecuencia del perdón. Quizá es por esto que, después de todo, Tú permites, Señor, nuestros pecados... ¡para que un día se transformen en amor! Cada uno de mis pecados, ¡qué misterio! podría llegar a ser una ocasión de amar más a Dios: instante este maravilloso en el que tomo conciencia de la misericordia... en el que adivino "hasta dónde" me ama Dios... Es el instante del perdón, el instante del mayor amor. ¿No vale la pena de celebrarlo en el sacramento de penitencia o reconciliación? (Noel Quesson).
Vemos la actitud de acogida de la persona de Jesús por parte de la pecadora y cómo contrasta con las omisiones del fariseo. Tenemos a Jesús en la Eucaristía, con quien podemos tener los detalles de amor que tuvo esta mujer. Te pedimos, Señor, este sentido de lo sagrado:Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero (Himno Adoro te devote).
2. -“Hijo muy querido, que nadie menosprecie tu juventud”. Hoy propone Pablo unos criterios de actuación a Timoteo, que se ve que todavía es muy joven para su cargo. Son las obras las que rematan lo que se predica: “Hablemos a través de ellas, al mostrarlas a los demás en nuestra vida. Es vivo el lenguaje, cuando son las obras las que hablan” (S. Antonio de Padua).
-“Procura, en cambio, ser para los creyentes un modelo por tu manera de hablar y de vivir, por tu amor y tu fe, por la pureza de tu vida”. El responsable en la comunidad debe ser "un modelo para los fieles en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez".
-“Dedícate a leer la Escritura a los fieles, a animarlos y a instruirlos”. La meditación de la Palabra de Dios es muy importante para la predicación.
-“No descuides el carisma que hay en ti, ese don que se te comunicó por la intervención profética, cuando la asamblea de ancianos te impuso las manos”... La Ordenación sacerdotal al igual que los demás sacramentos es un «don que viene de lo alto», una iniciativa de Dios.
-“Vela por ti mismo, por tu conducta y por tu enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así, obtendrás la salvación para ti y para los que te escuchan”. Doctrina y piedad, ejemplo y predicación, y todo con el don de la salvación.
3. “Justicia y verdad son las obras de sus manos, todos sus preceptos merecen confianza: son estables para siempre jamás, se han de cumplir con verdad y rectitud”. Es el camino de la vida, el que nos ofrece el Señor: “Envió la redención a su pueblo, ratificó para siempre su alianza, su nombre es sagrado y temible”. Por eso, “primicia de la sabiduría es el temor del Señor, tienen buen juicio los que lo practican; la alabanza del Señor dura por siempre”. Y Barsanufio de Gaza comenta: "¿Qué es principio de la sabiduría sino abstenerse de todo lo que desagrada a Dios? ¿Y de qué modo uno puede abstenerse sino evitando hacer algo sin haber pedido consejo, o no diciendo nada que no se deba decir, y además considerándose a sí mismo loco, tonto, despreciable y totalmente inútil?". Y Juan Casiano: "hay una gran diferencia entre el amor, al que nada le falta y que es el tesoro de la sabiduría y de la ciencia, y el amor imperfecto, denominado "principio de la sabiduría"; este, por contener en sí la idea del castigo, queda excluido del corazón de los perfectos al llegar la plenitud del amor". Así, en el camino de nuestra vida hacia Cristo, el temor servil que hay al inicio es sustituido por un temor perfecto, que es amor, don del Espíritu Santo”.
Llucià Pou Sabaté
San Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia

BENEDICTO XVI - AUDIENCIA GENERAL
Sala Pablo VI - Miércoles 23 de febrero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
San Roberto Belarmino, del cual deseo hablaros hoy, nos lleva con la memoria al tiempo de la dolorosa escisión de la cristiandad occidental, cuando una grave crisis política y religiosa provocó la separación de naciones enteras de la Sede apostólica.
Nació el 4 de octubre de 1542 en Montepulciano, cerca de Siena. Era sobrino, por parte de madre, del Papa Marcelo II. Recibió una excelente formación humanística antes de entrar en la Compañía de Jesús el 20 de septiembre de 1560. Los estudios de filosofía y teología, que realizó entre el Colegio Romano, Padua y Lovaina, centrados en santo Tomás y en los Padres de la Iglesia, fueron decisivos para su orientación teológica. Ordenado sacerdote el 25 de marzo de 1570, fue durante algunos años profesor de teología en Lovaina. Sucesivamente, llamado a Roma como profesor en el Colegio Romano, se le encomendó la cátedra de «Apologética»; durante la década en la que ocupó ese cargo (1576 – 1586) elaboró un curso de lecciones que confluyeron después en las Controversiae, obra que en seguida se hizo célebre por la claridad y la riqueza de contenidos y por su corte predominantemente histórico. Hacía poco que se había concluido el concilio de Trento y la Iglesia católica necesitaba afianzar y confirmar su identidad, también respecto a la Reforma protestante. La acción de Belarmino se insertó en este contexto. De 1588 a 1594 fue primero padre espiritual de los estudiantes jesuitas del Colegio Romano, entre los cuales encontró y dirigió a san Luis Gonzaga, y después superior religioso. El Papa Clemente VIII lo nombró teólogo pontificio, consultor del Santo Oficio y rector del Colegio de los Penitenciarios de la basílica de San Pedro. Al bienio 1597–1598 se remonta su catecismo, Doctrina cristiana breve, que fue su trabajo más popular.
El 3 de marzo de 1599 fue creado cardenal por el Papa Clemente VIII y, el 18 de marzo de 1602, fue nombrado arzobispo de Capua. Recibió la ordenación episcopal el 21 de abril del mismo año. En los tres años en los que fue obispo diocesano, se distinguió por el celo de predicador en su catedral, por la visita que realizaba semanalmente a las parroquias, por los tres Sínodos diocesanos y un Concilio provincial que organizó. Después de participar en los cónclaves que eligieron Papas a León XI y Pablo V, fue llamado a Roma, donde fue miembro de las Congregaciones del Santo Oficio, del Índice, de los Ritos, de los Obispos y de la Propagación de la Fe. Asimismo, desempeñó encargos diplomáticos, ante la República de Venecia y ante Inglaterra, en defensa de los derechos de la Sede apostólica. En sus últimos años compuso varios libros de espiritualidad, en los que condensó el fruto de sus ejercicios espirituales anuales. De su lectura el pueblo cristiano obtiene todavía hoy gran edificación. Murió en Roma el 17 de septiembre de 1621. El Papa Pío XI lo beatificó en 1923, lo canonizó en 1930 y lo proclamó doctor de la Iglesia en 1931.
San Roberto Belarmino desempeñó un papel importante en la Iglesia de las últimas décadas del siglo XVI y de las primeras del siglo sucesivo. Sus Controversiae constituyen un punto de referencia todavía válido para la eclesiología católica sobre las cuestiones acerca de la Revelación, la naturaleza de la Iglesia, los sacramentos y la antropología teológica. En ellas aparece acentuado el aspecto institucional de la Iglesia, con motivo de los errores que entonces circulaban sobre esas cuestiones. Sin embargo, Belarmino aclaró también los aspectos invisibles de la Iglesia como Cuerpo místico y los ilustró con la analogía del cuerpo y del alma, a fin de describir la relación entre las riquezas interiores de la Iglesia y los aspectos exteriores que la hacen perceptible. En esta obra monumental, que trata de sistematizar las diversas controversias teológicas de la época, evita todo detalle polémico y agresivo respecto a las ideas de la Reforma, pero, utilizando los argumentos de la razón y de la Tradición de la Iglesia, ilustra de modo claro y eficaz la doctrina católica.
Sin embargo, su herencia está en el modo como concibió su trabajo. Las gravosas funciones de gobierno no le impidieron, de hecho, aspirar diariamente a la santidad con la fidelidad a las exigencias de su estado de religioso, sacerdote y obispo. De esta fidelidad deriva su compromiso en la predicación. Al ser, como sacerdote y obispo, ante todo un pastor de almas, sintió el deber de predicar asiduamente. Son centenares los sermones —las homilías— que pronunció en Flandes, en Roma, en Nápoles y en Capua con ocasión de las celebraciones litúrgicas. No menos abundantes son sus expositiones y sus explanationes a los párrocos, a las religiosas, a los estudiantes del Colegio Romano, que con frecuencia tienen por objeto la Sagrada Escritura, especialmente las cartas de san Pablo. Su predicación y sus catequesis presentan el mismo carácter de esencialidad que había aprendido de la educación ignaciana, toda ella dirigida a concentrar las fuerzas del alma en el Señor Jesús intensamente conocido, amado e imitado.
En los escritos de este hombre de gobierno se percibe con mucha claridad, aun en la discreción detrás de la cual oculta sus sentimientos, la primacía que asigna a las enseñanzas de Cristo. San Roberto Belarmino ofrece así un modelo de oración, alma de toda actividad: una oración que escucha la Palabra del Señor, que se sacia contemplando su grandeza, que no se repliega en sí misma, sino que se alegra de abandonarse a Dios. Un signo distintivo de la espiritualidad de Belarmino es la percepción viva y personal de la inmensa bondad de Dios, por lo que nuestro santo se sentía realmente hijo amado por Dios y era fuente de gran alegría recogerse, con serenidad y sencillez, en oración, en contemplación de Dios. En su libro De ascensione mentis in Deum —Elevación de la mente a Dios— compuesto según el esquema del Itinerarium de san Buenaventura, exclama: «Oh alma, tu modelo es Dios, belleza infinita, luz sin sombras, esplendor que supera el de la luna y el sol. Levanta los ojos a Dios, en el cual se encuentran los arquetipos de todas las cosas, y del cual, como de una fuente de infinita fecundidad, deriva esta variedad casi infinita de las cosas. Por tanto, debes concluir: quien encuentra a Dios lo encuentra todo, quien pierde a Dios lo pierde todo».
En este texto se escucha el eco de la célebre contemplatio ad amorem obtinendum —contemplación para alcanzar amor— de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Belarmino, que vive en la fastuosa y a menudo malsana sociedad de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, saca de esta contemplación aplicaciones prácticas y proyecta la situación de la Iglesia de su tiempo con profundo sentido pastoral. En el libro De arte bene moriendi —el arte de morir bien— por ejemplo, indica como norma segura de vivir bien, y también de morir bien, meditar con frecuencia y seriamente que habrá que dar cuentas a Dios de las propias acciones y del propio modo de vivir, y tratar de no acumular riquezas en esta tierra, sino de vivir con sencillez y con caridad para acumular bienes en el cielo. En el libro De gemitu columbae —el gemido de la paloma, donde la paloma representa a la Iglesia— llama con fuerza al clero y a todos los fieles a una reforma personal y concreta de la propia vida siguiendo lo que enseñan la Escritura y los santos, entre los cuales cita en particular a san Gregorio Nacianceno, san Juan Crisóstomo, san Jerónimo y san Agustín, así como a los grandes fundadores de Órdenes religiosas como san Benito, santo Domingo y san Francisco. Belarmino enseña con gran claridad y con el ejemplo de su vida que no puede haber auténtica reforma de la Iglesia si antes no tiene lugar nuestra reforma personal y la conversión de nuestro corazón.
De los Ejercicios espirituales de san Ignacio, Roberto Belarmino sacaba consejos para comunicar de modo profundo, incluso a los más sencillos, las bellezas de los misterios de la fe. Escribe: «Si tienes sabiduría, comprendes que eres creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación. Este es tu fin, este el centro de tu alma, este el tesoro de tu corazón. Por eso, considera auténtico bien para ti lo que te lleva a tu fin, y auténtico mal lo que te impide alcanzarlo. El sabio no debe ni buscar acontecimientos prósperos o adversos, riquezas y pobreza, salud y enfermedad, honores y ultrajes, vida y muerte, ni huir de ellos de por sí. Son buenos y deseables sólo si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna; son malos y hay que huir de ellos si la obstaculizan» (De ascensione mentis in Deum, grad. 1).
Obviamente, estas palabras no pasan de moda; deberíamos meditarlas largamente a fin de orientar nuestro camino en esta tierra. Nos recuerdan que el fin de nuestra vida es el Señor, el Dios que se reveló en Jesucristo, en el cual él sigue llamándonos y prometiéndonos la comunión con él. También nos recuerdan la importancia de confiar en el Señor, de darlo todo en una vida fiel al Evangelio, de aceptar e iluminar con la fe y con la oración toda circunstancia y toda acción de nuestra vida, buscando siempre la unión con él. Amén.
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Uno de los más grandes defensores de la Iglesia contra la Reforma protestante, fue Roberto Francisco Rómulo Belarmino.  Roberto nació en 1542 en la ciudad de Montepulciano, en Toscana, de una noble familia venida a menos. Sus padres eran Vicente Belarmino y Cintia Cervi, hermana del Papa Marcelo II.  Desde niño, Roberto dio muestras de una inteligencia superior; conocía a Virgilio de memoria, escribía buenos versos latinos, tocaba el violín y así, pronto empezó a desempeñar un brillante papel en las disputas públicas, con gran admiración de sus conciudadanos.

Decisión por Cristo
Cuando tenía diecisiete años, el rector del colegio de los jesuitas de Montepulciano escribió sobre él en una carta: "Es el mejor de nuestros alumnos y no está lejos del Reino de los Cielos". 
Por ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba cuando era joven, pero su madre, que era muy piadosa, lo había convencido de que el orgullo y la vanidad son defectos sumamente peligrosos. El cuenta en sus memorias: "De pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas".  Así lo hizo, aunque le costó la oposición de su padre. El general jesuita hasta le redujo el tiempo de su noviciado y le destinó casi inmediatamente a proseguir los estudios en el Colegio Romano. Fue recibido de jesuita en Roma en 1560.  Quien le iba a decir a San Roberto que Dios tenía destinado a ser cardenal. 
Cambio providencial.  Al principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato.  Pero de pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito fue fulminante.  Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios.  Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes.  Y su éxito fue asombroso.
Formador
Roberto tuvo que luchar toda la vida contra la mala salud.  Al fin de los tres años de filosofía estaba tan débil, que los superiores le enviaron a tomar los aires natales; el joven religioso aprovechó su estancia en Toscana para instruir a los niños y dar conferencias de retórica y poética latinas.  Un año más tarde, fue trasladado a Mondavi del Piamonte y destinado a dar cursos sobre Cicerón y Demóstenes. Roberto no conocía del griego más que el alfabeto, pero, con su obediencia y energía características, preparaba por la noche la lección de gramática griega que debía impartir al día siguiente. El futuro cardenal se oponía al castigo corporal de los alumnos y jamás lo empleó. Además de ejercer el magisterio, predicaba con frecuencia y el pueblo acudía en masa a sus sermones. Su provincial, el P. Adorno, que le oyó predicar un día, le envió inmediatamente a la Universidad de Padua para que recibiese cuanto antes la ordenación sacerdotal.  Roberto se entregó ahí nuevamente a la predicación y al estudio; pero al poco tiempo, el padre general, San Francisco de Borja, le envió a Lovaina a proseguir sus estudios y a predicar en la Universidad, para contrarrestar las peligrosas doctrinas que esparcía el canciller Miguel Bayo y otros.  En el viaje a Bélgica tuvo por compañero al inglés Guillermo Allen, que sería también, un día, cardenal.  Belarmino pasó siete años en Lovaina. Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día, a pesar de que predicaba en latín y era de tan corta estatura, que subía en un banquillo para sobresalir en el púlpito a fin de que el auditorio pudiese verle y oírle. Pero sus oyentes decían que su rostro brillaba de una manera extraordinaria y que sus palabras eran inspiradas.
Después de recibir la ordenación sacerdotal, en Gante, en 1570, ocupó una cátedra en la Universidad de Lovaina. Fue el primer jesuita a quien se confirió ese honor. Sus cursos sobre la "Summa" de Santo Tomás, en los que exponía brillantemente la doctrina del santo Doctor, le proporcionaban la ocasión de refutar las doctrinas de Bayo sobre la gracia, la libertad y la autoridad pontificia.
No cedió a la tentación de las tácticas mundanas frecuentemente utilizadas en las disputas doctrinales: Los ataques personales, el cinismo, el desprecio, las exageraciones, los insultos.  Ni siquiera mencionaba los nombres de sus adversarios sino que se limitaba elucidar los temas controversiales enseñando la verdad y exponiendo el error.
No obstante el trabajo abrumador que tenía con sus sermones y clases, San Roberto encontró todavía tiempo en Lovaina para aprender el hebreo y estudiar a fondo la Sagrada Escritura y los escritos de los Santos Padres. La gramática hebrea que escribió entonces para ayuda de los estudiantes llegó a ser muy popular.
Las Controversias
Como su salud empezaba a flaquear, los superiores le llamaron nuevamente a Italia. San Carlos Borromeo trató de que le destinasen a Milán, pero fue nombrado en 1576 para ocupar la nueva cátedra de teología apologética "de controversiis", es decir, la defensa de la ortodoxia católica en la Universidad Gregoriana, que en ese tiempo se llamaba Colegio Romano. La apologética era, como lo es hoy día, de gran importancia dado a la cantidad de errores que tienen confundidos al pueblo.
San Roberto trabajó incansablemente en esa cátedra y en la preparación de los cuatro enormes volúmenes de sus "Discusiones sobre los puntos controvertidos", popularmente conocidos como "Las Controversias".  San Roberto en estos libros explica la posición católica ante los errores de los protestantes (luteranos, evangélicos, anglicanos, y otros.). Estos por su parte habían sacado una serie de libros contra los católicos y San Roberto produjo las mejores respuestas. El éxito fue rotundo, teniendo 30 ediciones en 20 años. Los sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que necesitaban para la sana enseñanza. San Francisco de Sales utilizaba mucho estos libros de San Roberto.
Tres siglos más tarde, el competente historiador Hefele calificaba esa obra como "la más completa defensa del catolicismo que se ha publicado hasta nuestros días". San Roberto conocía tan a fondo la Biblia, los Santos Padres y los escritos de los herejes, que muchos de sus adversarios no podían creer que sus "Controversias" fuesen la obra de un solo escritor y sostenían que su nombre era el anagrama de un conjunto de sabios jesuitas. 
Las "Controversias" de San Roberto aparecieron en el momento más oportuno, pues los principales reformadores acababan de publicar una serie de volúmenes en los que se proponían demostrar que, desde el punto de vista histórico, el protestantismo era el verdadero representante de la Iglesia de los Apóstoles. Como esos volúmenes habían sido publicados en Magdeburgo y cada tomo correspondía a un siglo, la colección recibió el nombre de "Las Centurias de Magdeburgo".  Baronio refutó dicha obra desde el punto de vista histórico, y Belarmino desde el dogmático.  El éxito de las "Controversias" fue instantáneo: clérigos y laicos, católicos y protestantes leyeron ávidamente los volúmenes.  En Londres la obra fue prohibida, sin embargo un librero declaró: "Este jesuita me ha hecho ganar más dinero que todos los otros teólogos juntos".
 Uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer uno de sus libros: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay como responderle".
Diplomacia
En 1589, San Roberto tuvo que interrumpir algún tiempo sus estudios para acompañar al cardenal Cayetano en una embajada diplomática a Francia, desgarrada entonces por la guerra entre Enrique de Navarra y la Liga.  La embajada no produjo ningún resultado; pero sus miembros vivieron la experiencia de ocho meses de sitio en París, donde, según San Roberto Belarmino, "no hicieron nada pero sufrieron mucho".  Al contrario del cardenal Cayetano, quien favorecía a los españoles, San Roberto apoyaba abiertamente la idea de pactar con Enrique de Navarra, con tal de que se convirtiese al catolicismo; pero el Papa Sixto V murió por entonces, poco después del fin del sitio, y los embajadores fueron llamados de nuevo a Roma.
Biblista
Algo más tarde, San Roberto dirigió una comisión a la que el Papa Clemente VIII encargó preparar la publicación de una edición revisada de la Biblia Vulgata. Ya en la época de Sixto V se había preparado una edición, bajo la supervisión del Pontífice; pero la falta de conocimiento de los exegetas y el temor de modificar demasiado el texto corriente, la habían convertido en un trabajo inútil.  La nueva versión, que recibió el "imprimatur" de Clemente VIII, precedida de un prefacio de San Roberto Belarmino, es el texto latino que se usa actualmente.
Maestro de las almas
San Roberto vivía entonces en el Colegio Romano. Como director espiritual de la casa, había estado en estrecho contacto con San Luis Gonzaga, a quien atendió en su lecho de muerte.  El futuro cardenal profesaba tanto cariño al santo joven, que pidió ser enterrado a sus pies, "pues fue una época mi hijo espiritual".
Por entonces empezó para San Roberto la carrera de los honores.  En 1592, fue nombrado rector del Colegio Romano y, en 1594, provincial de Nápoles.
Tres años más tarde, volvió a Roma a trabajar como teólogo de Clemente VIII.  Por expreso deseo del Pontífice escribió sus dos célebres catecismos para gente sencilla.  Su famoso Catecismo Resumido Fue traducido a 55 idiomas y ha tenido mas de 300 ediciones, éxito superado solo por la Santa Biblia y La Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo Explicado, el cual llegó a las manos de sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Un Humilde Cardenal
Dios tiene sus caminos. San Roberto entró en los Jesuitas porque estos tenían un reglamento que prohibía aceptar cargos en la jerarquía. Sin embargo, por obediencia al Sumo Pontífice, muy en contra de sus deseos personales,  llegó a ser el único obispo y cardenal de los jesuitas en ese tiempo. En 1598, Belarmino fue elevado al cardenalato por Clemente VIII, "en premio de su ciencia inigualable".  El santo no abandonó su austeridad. Se alimentaba, como los pobres, de pan y ajo y ni siquiera en invierno había fuego en su casa. En cierta ocasión pagó el rescate de un soldado que había desertado y regalaba a los pobres los tapices de sus departamentos, diciendo: "Las paredes no tienen frío".
Arzobispo de Capua
En 1602, fue inesperadamente nombrado arzobispo de Capua. Cuatro días después de su consagración, partió de Roma a su sede. Aunque fue admirable en todo, tal vez donde más se distinguía era en el ejercicio de las funciones pastorales en su inmensa diócesis. Haciendo a un lado los libros, aquel hombre de estudios, que no tenía ninguna experiencia pastoral, se dedicó a evangelizar a su pueblo con el celo de un joven misionero y a aplicar las reformas decretadas por el Concilio de Trento. Predicaba continuamente, visitaba su diócesis, exhortaba al clero, instruía a los niños, socorría a los necesitados y se ganó el cariño de todos sus hijos.  
Regresa a Roma
San Roberto no pudo permanecer mas que tres años en Capua ya que el recién elegido Papa Paulo V le insistió en que volviese a la Ciudad Eterna. San Roberto renunció a su diócesis y, a partir de entonces, como encargado de la Biblioteca Vaticana y como miembro de casi todas las congregaciones, desempeñó un papel muy importante en todos los asuntos de la Santa Sede.  
Cuando Venecia abrogó arbitrariamente los derechos de la Iglesia y fue castigada con el entredicho, San Roberto fue el gran paladín pontificio en la discusión con el famoso servita veneciano, Fray Pablo Sarpi.  
Otro adversario todavía más importante fue Jaime I de Inglaterra.  El cardenal Belarmino había reprendido a su amigo, el arcipreste Blackwell, por haber prestado el juramento de fidelidad a dicho monarca, ya que en él se negaban los derechos temporales del Papa.  El rey Jaime, que se consideraba como un controversista, intervino en la contienda con dos libros en defensa del juramento, a los que respondió el cardenal Belarmino.  En su primera respuesta, San Roberto empleó el tono ligeramente humorístico que manejaba tan bien. En cambio, en el segundo tratado respondió en forma seria y aplastante a cada una de las objeciones de su adversario.
Aunque defendió abierta y lealmente la supremacía pontificia en lo espiritual, las opiniones de Belarmino sobre la autoridad temporal no agradaban a los extremistas de ninguno de los dos campos.  Como sostenía que la jurisdicción del Papa sobre los reyes era sólo indirecta, perdió el favor de Sixto V; y como sostuvo contra el jurista escocés Barclay que la monarquía no era una institución de derecho divino, su libro De potestate Papae fue quemado públicamente en el parlamento de París.
Casi nombrado Papa.  En la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino obtuvo 14 votos, la mitad de los votantes. Quizá no lo eligieron por ser Jesuita (los cuales tenían muchos enemigos). El rezaba muy fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante cargo.
Amigo de Galileo Galilei
San Roberto era amigo de Galileo Galilei, a quien dedicó uno de sus libros.  En 1616, se le confió la misión de amonestar al gran astrónomo; pero en su amonestación, que Galileo tomó muy bien, se limitó a rogarle que propusiese simplemente como hipótesis las teorías que no estaban todavía probadas. Galileo, sin renunciar a sus investigaciones, habría ganado mucho si se hubiese atenido a ese consejo.
Sería imposible mencionar aquí todas las actividades de San Roberto en sus últimos años. Siguió escribiendo hasta el fin, pero ya no obras de controversia; terminó un comentario de los Salmos y escribió cinco libros espirituales, el último de los cuales se titulaba "Arte de morir".  
Su Testamento
Poco antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres. Lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos del entierro. Pidió que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un santo.
Cuando su vida tocaba a su fin, San Roberto obtuvo permiso de retirarse al noviciado de San Andrés, Roma, donde murió a los setenta y siete años, el 17 de diciembre de 1621.  Precisamente en esa fecha se celebraba la fiesta de los estigmas de San Francisco de Asís, que se había introducido a petición suya.  
El proceso de beatificación, que comenzó casi inmediatamente, se prolongó por tres siglos.  Después, en un solo año, en el 1930, San Roberto obtuvo del Papa Pío XI ser beatificado y canonizado santo.  Fue declarado Doctor de la Iglesia en 1931.

San Roberto Belarmino, ruega por nosotros para que con todo el corazón imitemos tu celo por conocer y dar a conocer la verdadera doctrina y salvar almas.