martes, 11 de agosto de 2015

Miércoles de la semana 19 de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 19 de tiempo ordinario; año impar

La corrección fraterna es un medio de ayuda al que se equivoca, muestra de caridad
«Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no escucha, toma entonces contigo a uno o dos, para que cualquier asunto quede firme por la palabra de dos o tres testigos. Pero si no quiere escucharlos, díselo a la Iglesia. Si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, tenlo por pagano y publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el Cielo. Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que quieran pedir; mi Padre que está en los Cielos se lo concederá. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»  (Mateo 18, 15-20)
1. La corrección fraterna es una manifestación del amor, para las comunidades cristianas, formada por personas que no son perfectas. Coexisten el bien y el mal. Con el hermano que falta, Jesús, nos muestras un método gradual en la corrección fraterna: el diálogo personal, el diálogo con testigos y, luego, la separación, si es que el pecador se obstina en su fallo.
No se juzga al pecador, se le perdona. La condena será medicinal, si se niega a vivir en el seno de esa comunidad acogedora (Maertens-Frisque).
Si tu hermano te ofende, ve y házselo ver, a solas entre los dos. Si te hace caso, has ganado a tu hermano”. La Iglesia no es una comunidad de "puros" –eso se pensaban los cátaros-. Pero nos señalas, Señor, el modo de corregir: “-Ve y házselo ver a solas”. El que ve el mal, ha de dar el primer paso. ¿Somos nosotros delicados como lo fue Jesús... o bien nos apresuramos a publicar los defectos de los demás? ¿Corregimos en privado? ¿Nuestras intervenciones intentan "salvar", "ganar" a nuestros hermanos... o contribuyen a hundirles mas todavía?
Si no escucha, toma entonces contigo a uno o dos, para que cualquier asunto quede firme por la palabra de dos o tres testigos.  Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un recaudador”. Vemos aquí los modos del Antiguo Testamento, y unas oportunidades de rehacerse: son modos de continuar, por otros medios, a querer salvar.
Son modos sucesivos, por tanto esta corrección con testigos o reprobación pública van después de la privada. También el hecho de remitirse al juicio del conjunto de la comunidad, de la Iglesia, es una medida de prudencia y confianza en el don del Espíritu que ella tiene.
Es muy bonito ver que hasta la reprensión final, una modo que llamaríamos hoy de “excomunión”, también es medicinal, ayuda para la conversión.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra que dará desatado en el cielo”. Jesús, repites aquí a la comunidad las palabras dichas a Pedro como primer creyente (16,19). El perdón es tarea de todos los miembros de la Iglesia: mostrar la misericordia con nuestras vidas.
Os lo digo otra vez: Si dos de vosotros llegan a un acuerdo aquí en la tierra acerca de cualquier asunto por el que hayan pedido, surtirá su efecto por obra de mi Padre del cielo, pues donde están dos o tres reunidos apelando a mí, allí en medio de ellos, estoy yo”.Jesús, gracias por estar en tu Iglesia, por hacernos ver que todos somos corresponsables en la comunidad.
La indiferencia no es cristiana, la actitud de Caín es falsa: «¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?». Un centinela tiene que avisar. Un padre no siempre tiene que callar, ni el maestro o el educador permitirlo todo, ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino, ni un obispo dejar de ejercer su cura pastoral en la diócesis. No es que nos vayamos a meter continuamente en los asuntos de otros, pero nos debemos sentir corresponsables de su bien. La pregunta de Dios a Caín nos la dirige también a nosotros: «¿qué has hecho con tu hermano?». Esta corrección no la ejercitamos desde la agresividad y la condena inmediata, con métodos de espionaje o policíacos, echando en cara y humillando. Nos tiene que guiar el amor, la comprensión, la búsqueda del bien del hermano: tender una mano, dirigir una palabra de ánimo, ayudar a rehabilitarse.  La corrección fraterna es algo difícil, en la vida familiar como en la eclesial. Pero cuando se hace bien y a tiempo, es una suerte para todos: «has ganado a un hermano».
“Las palabras  atar y desatar  significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios” (Catecismo 1445). Somos hermanos en la comunidad.
Corrección fraterna entre amigos, entre esposos, en el ámbito familiar, en una comunidad religiosa, en la Iglesia. Y acompañada de la oración: rezar por el que ha fallado es una de las mejores maneras de ayudarle y, además, nos enseñará a adoptar el tono justo en nuestra palabra de exhortación, cuando tenga que decirse (J. Aldazábal).
Jesús, tu modo de vivir el perdón lo subvierte todo: rezas y pides el perdón divino para tus verdugos (Lc 23,34); Esteban hace lo mismo ante los que le matan (Act 7,59-60), Pablo (1 Cor 4,12-13) y otros muchos siguen también tu ejemplo. Nos dices que si no juzgamos no tendremos juicio, y añades que Dios nos perdona cuando nosotros perdonemos a nuestros hermanos.
El poder de atar y desatar indica también los modos de vivir el perdón en la Iglesia: “Toda la virtud de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con Él con profunda amistad. El fin y el efecto de este sacramento son, pues, la reconciliación con Dios. En los que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una disposición religiosa, tiene como resultado la paz y la tranquilidad de conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual. En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera «resurrección espiritual», una restitución de la dignidad y de los  bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios»  (Catecismo 1468).
Señor, nos dices que “donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”: veo la importancia de rezar en familia, hacer la oración acompañado de otros, y de muchas costumbres en las que los cristianos se reúnen para rezar: procesiones, romerías, etc.
Jesús, Tú estableciste que la reunión de cristianos por excelencia fuera la Santa Misa: «haced esto en memoria mía» (Lucas 22,19).
En la Santa Misa, Tú estás en medio de nosotros de manera muy especial: te haces presente en la Eucaristía con tu cuerpo y sangre, alma y divinidad.
Por eso, la Santa Misa es el mejor lugar para pedirte lo que necesito, y también para alabarte, darte gracias y pedirte perdón.
Si esto es así, ¿no es raro que muchos cristianos se sientan urgidos para recortar el tiempo dedicado al Sacrificio Santísimo del Altar?
Jesús, lo que pasa es que me falta fe para descubrir tu presencia en la Misa.
Auméntame mi fe.
Precisamente la Misa es el mejor momento para pedirte que aumentes mi fe, especialmente en la Consagración y en la Comunión, pues la Eucaristía es el Sacramento de nuestra Fe (Pablo Cardona).
2. –“Antes de morir, Moisés subió de las estepas de Moab al monte Nebó sobre una cima frente a Jericó. De lo alto de esta montaña se domina el Mar Muerto y el Valle del Jordán y, si el día es claro, toda la comarca de Jerusalén, «la tierra de Palestina». Murió Moisés, muy cerca de la Tierra prometida.
-”El Señor le mostró todo el país y le dijo: «Esta es la tierra que bajo juramento prometí a Abraham, a Isaac y a Jacob, dar a su descendencia. Te dejo verla, pero no entrarás en ella.” Después del desierto del Negueb, después de las estepas de Moab, es un verdadero país de Jauja lo que Moisés tiene a la vista: el verde palmeral de Jericó, los cultivos irrigados de las orillas del Jordán. Es el oasis, la abundancia tras las duras marchas bajo el sol, el hambre y la sed. Este es el resultado final de toda la vida de un hombre que ha dado lo mejor de sí mismo para «liberar a su pueblo» y conducirlo a esa «Tierra de libertad y de felicidad», ¡una tierra que mana leche y miel!  Danos, Señor, el valor de emprender, en la Fe, aunque no podamos humanamente terminar lo emprendido: ¡hay que empezar! ¡hay que proseguir!
-“Allí murió Moisés, servidor del Señor,” “amigo de Dios” (Ex 33,11), en el país de Moab, según la palabra del Señor. Fue enterrado en el Valle frente a Bet-Peor en el país de Moab. Nadie hasta hoy ha conocido su tumba. Misterio de la muerte. Si es el punto final de una vida de hombre, nada más absurdo. Pero nuestra Fe nos dice que la muerte es sólo un episodio: Dios continúa viviendo y pasamos a El para vivir su vida. En la montaña de la Transfiguración, Moisés estaba de pie con Elías, cerca de Jesús, hablando con El (Mc 9, 4). La vida continúa. El proyecto de Dios continúa. El Nuevo Testamento es continuación de Moisés. ¿Creo de veras que Dios prosigue siempre HOY su proyecto?
-”No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien el Señor trataba cara a cara.” Moisés «servidor de Dios» «profeta que el Señor trataba cara a cara». Se le recordaba como a un hombre excepcional... ¡como a alguien de los que ya no quedan! Los evangelistas presentarán a Jesús como el «nuevo Moisés», el verdadero servidor de Dios, aquel que, más aún que Moisés, conocía a Dios cara a cara: «Si la Ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo” (Jn 1,7). “En verdad, no fue Moisés quien os dio pan del cielo, es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo" (Jn 6,32). Contemplo interiormente la continuidad de las obras de Dios. Moisés y el pueblo de Israel... Jesús y la Iglesia de hoy... El Padre, incansablemente, prosigue su designio. La historia contemporánea está inmersa en ese gran movimiento. ¿Participo yo de él? (Noel Quesson).
3. Terminamos hoy la lectura del Deuteronomio, y con él, la del Pentateuco el grupo de los primeros cinco libros de la Biblia. El salmo parece que pone en sus labios esta invitación: «Aclama al Señor, tierra entera, cantad himnos a su gloria, venid a ver las obras de Dios... venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo: a él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua». Ojalá se pudiera resumir nuestra vida, y la misión que realizamos, cada cual en su ambiente, con las mismas alabanzas que la de Moisés: ¿Se podrá decir de nosotros que hemos sido personas unidas a Dios, que hemos orado intensamente? ¿Que hemos estado en sintonía con el pueblo, sobre todo con los que sufren, trabajando abnegadamente por ellos? ¿Se podrá alabar nuestro corazón lleno de misericordia? Tal vez no se nos permitirá ver el fruto de nuestro esfuerzo, como Moisés no vio la tierra hacia la que había guiado al pueblo durante cuarenta años de esfuerzos y sufrimientos. Pero no se nos va a examinar por los éxitos y los frutos a corto plazo, sino por el amor y la entrega que hayamos puesto al colaborar en la obra salvadora de Dios (J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabaté
Santa Juana Francisca de Chantal, religiosa

Santa Juana Francisca Fremiot nació en Dijon, Francia, el 23 de enero, de 1572, nueve años después de finalizado el Concilio de Trento. De esta manera, estaba destinada a ser uno de los grandes santos que el Señor levantó para defender y renovar a la Iglesia después del caos causado por la división de los protestantes. Santa Juana fue contemporánea de S. Carlos Borromeo de Italia, de Sta. Teresa de Ávila y S. Juan de la Cruz de España, de S. Juan Eudes y de sus compatriotas, el Cardenal de Berulle, el Padre Olier y sus dos renombrados directores espirituales, San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl.  En el mundo secular, fue contemporánea de Catalina de Medici, del Rey Luis XIII, Richelieu, Mary Stuart, la Reina Isabel y Shakespeare. Murió en Moulins el 13 de diciembre, de 1641.
Su madre murió cuando tenía tan solo dieciocho meses de vida. Su padre, hombre distinguido, de recia personalidad y una gran fe, se convirtió así en la mayor influencia de su niñez. A los veintiún años se casó con el Barón Christophe de Rabutin-Chantal, de quien tuvo seis hijos. Dos de ellos murieron en la temprana niñez. Un varón y tres niñas sobrevivieron. Tras siete años de matrimonio ideal, su esposo murió en un accidente de cacería. Ella educó a sus hijos cristianamente.
En el otoño de 1602, el suegro de Juana la forzó a vivir en su castillo de Monthelon, amenazándola con desheredar a sus hijos si se rehusaba. Ella pasó unos siete años bajo su errática y dominante custodia, aguantando malos tratos y humillaciones. En 1604, en una visita a su padre, conoció a San Francisco de Sales. Con esto comenzó un nuevo capítulo en su vida.
Bajo la brillante dirección espiritual de San Francisco de Sales, nuestra Santa creció en sabiduría espiritual y auténtica santidad. Trabajando juntos, fundaron la Orden de la Visitación de Annecy en 1610. Su plan al principio fue el de establecer un instituto religioso muy práctico algo similar al de las Hijas de la Caridad, de S. V. de Paúl. No obstante, bajo el consejo enérgico e incluso imperativo del Cardenal de Marquemont de Lyons, los santos se vieron obligados a renunciar al cuidado de los enfermos, de los pobres y de los presos y otros apostolados para establecer una vida de claustro riguroso. El título oficial de la Orden fue la Visitación de Santa María.
Sabemos que cuando la Santa, bajo la guía espiritual de S. Francisco de Sales, tomó la decisión de dedicarse por completo a Dios y a la vida religiosa, repartió sus joyas valiosas y sus pertenencias entre sus allegados y seres queridos con abandono amoroso. De allí en adelante, estos preciosos regalos se conocieron como "las Joyas de nuestra Santa." Gracias a Dios que ella dejó para la posteridad joyas aún más preciosas de sabiduría espiritual y edificación religiosa.
A diferencia de Sta. Teresa de Ávila y de otros santos, Juana no escribió sus exhortaciones, conferencias e instrucciones, sino que fueron anotadas y entregadas a la posteridad gracias a muchas monjas fieles y admiradoras de su Orden.
Uno de los factores providenciales en la vida de Sta. Juana fue el hecho de que su vida espiritual fuera dirigida por dos de los más grandes santos todas las épocas, S. Francisco de Sales y S. Vicente de Paúl. Todos los escritos de la Santa revelan la inspiración del Espíritu Santo y de estos grandiosos hombres. Ellos, a su vez, deben haberla guiado a los escritos de otros grandes santos, ya que vemos que ella les indicaba a sus Maestras de Novicias que se aseguraran de que los escritos de Sta. Teresa de Ávila se leyeran y estudiaran en los Noviciados de la Orden.
Santa Juana fue una auténtica contemplativa. Al igual que Sta. Brígida de Suecia y otros místicos, era una persona muy activa, llena de múltiples proyectos para la gloria de Dios y la santificación de las almas. Estableció no menos de ochenta y seis casas de la Orden. Se estima que escribió no menos de once mil cartas, que son verdaderas gemas de profunda espiritualidad. Más de dos mil de éstas se conservan todavía. La fundación de tantas casas en tan pocos años, la forzó a viajar mucho, cuando los viajes eran un verdadero trabajo.
Sta. Juana le escribió muchas cartas a S. Francisco de Sales, en búsqueda de guía espiritual. Desafortunadamente, después de la muerte de S. Francisco la mayoría de las cartas le fueron devueltas a Sta. Juana por uno de los miembros de la familia de Sales. Como era de esperarse, ella las destruyó, a causa de su naturaleza personal sagrada. De este modo, el mundo quedó privado de lo que pudo haber sido una de las mejores colecciones de escritos espirituales de esta naturaleza.

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SANTA JUANA FRANCISCA FREMIOT DE CHANTAL
VIUDA; COFUNDADORA DE LA CONGREGACIÓN DE LA VISITACIÓN (1641 P.C.)
Nació en el año 1572 en Dijon (Francia). Casada con el barón de Chantal, tuvo seis hijos, a los que educó cristianamente. Muerto su marido, llevó, bajo la dirección de san Francisco de Sales, una admirable vida de perfección, ejerciendo, sobre todo, la caridad con los pobres y enfermos. Fundó el Instituto de la Visitación, y lo gobernó sabiamente. Murió el año 1641.
Vida familiar
El padre de Santa Juana de Chantal era Benigno Frémiot, presidente del parlamento de Borgoña. El señor Frémiot había quedado viudo cuando sus hijos eran todavía pequeños, pero no ahorró ningún esfuerzo para educarlos en la práctica de la virtud y prepararlos para la vida. Juana, que recibió en la confirmación el nombre de Francisca, fue sin duda la que mejor supo aprovechar esa magnífica educación. Cuando la joven tenía veinte años, su padre, que la amaba tiernamente, la concedió en matrimonio al barón de Chantal, Cristóbal de Rabutin. El barón tenía veintisiete años, era oficial del ejército francés y contaba con un largo historial de victoriosos duelos; su madre descendía de la Beata Humbelina, cuya fiesta se celebra también el día de hoy. El matrimonio tuvo lugar en Dijon y Juana Francisca partió con su marido a Bourbilly. Desde la muerte de su madre, el barón no había llevado una vida muy ordenada, de suerte que la servidumbre de su casa se había acostumbrado a cierta falta de disciplina; en consecuencia, el primer cuidado de la flamante baronesa fue establecer el orden en su casa. Los tres primeros hijos del matrimonio murieron poco después de nacer; pero los jóvenes esposos tuvieron después un niño y tres niñas que vivieron. Por otra parte, poseían cuanto puede constituir la felicidad a los ojos del mundo y procuraban corresponder a tantas bendiciones del cielo. Cuando su marido se hallaba ausente, la baronesa se vestía en forma muy modesta y, si alguien le preguntase por qué, ella respondía: "Los ojos de aquél a quien quiero agradar están a cien leguas de aquí". Las palabras que San Francisco de Sales dijo más tarde sobre Santa Juana Francisca podían aplicársele ya desde entonces: "La señora de Chantal es la mujer fuerte que Salomón no podía encontrar en Jerusalén".
El dolor visita
Pero la felicidad de la familia sólo duró nueve años. En 1601, el barón de Chantal salió de cacería con su amigo, el señor D'Aulézy, quien accidentalmente le hirió en la parte superior del muslo. El barón sobrevivió nueve días, durante los cuales sufrió un verdadero martirio a manos de un cirujano muy torpe y recibió los últimos sacramentos con ejemplar resignación, La baronesa había vivido exclusivamente para su esposo, de modo que el lector puede suponer fácilmente su dolor al verse viuda a los veintiocho años. Durante cuatro meses estuvo sumida en el más profundo dolor, hasta que una carta de su padre le recordó sus obligaciones para con sus hijos. Para demostrar que había perdonado de corazón al señor D'Aulézy, la baronesa le prestó cuantos servicios pudo y fue madrina de uno de sus hijos. Por otra parte, redobló sus limosnas a los pobres y consagró su tiempo a la educación e instrucción de sus hijos. Juana pedía constantemente a Dios que le diese un guía verdaderamente santo, capaz de ayudarla a cumplir perfectamente su voluntad. Una vez, mientras repetía esta oración, vio súbitamente a un hombre cuyas facciones y modo de vestir reconocería más tarde, al encontrar en Dijon a San Francisco de Sales.En otra ocasión, se vio a sí misma en un bosquecillo, tratando en vano de encontrar una iglesia. Por aquel medio, Dios le dio a entender que el amor divino tenía que consumir la imperfección del amor propio que había en su corazón y que se vería obligada a enfrentarse con numerosas dificultades. La futura santa fue a pasar el año del luto en Dijon, a casa de su padre. Más tarde, se trasladó con sus hijos a Monthelon, cerca de Autun, donde habitaba su suegro, que tenía ya setenta y cinco años. Desde entonces, cambió su hermosa y querida casa de Bourbilly por un viejo castillo. A pesar de que su suegro era un anciano vanidoso, orgulloso y extravagante, dominado por una ama de llaves insolente y de mala reputación, la noble dama no pronunció jamás una sola palabra de queja y se esforzó por mostrarse alegre y amable.
Un guía espiritual excepcional
En 1604, San Francisco de Sales fue a predicar la cuaresma a Dijon y Juana se trasladó ahí con su suegro para oír al famoso predicador. Al punto reconoció en él al hombre que había vislumbrado en su visión y comprendió que era el director espiritual que tanto había pedido a Dios. San Francisco cenaba frecuentemente en casa del padre de Juana Francisca y ahí se ganó, poco a poco, la confianza de ésta. Ella deseaba abrirle su corazón, pero la retenía un voto que había hecho por consejo de un director espiritual indiscreto, de no abrir su conciencia a ningún otro sacerdote. Pero no por ello dejó de sacar gran provecho de la presencia del santo obispo, quien a su vez se sintió profundamente impresionado por la piedad de Juana Francisca. En cierta ocasión en que se había vestido más elegantemente que de ordinario, San Francisco de Sales le dijo: "¿Pensáis casaros de nuevo?" "De ninguna manera, Excelencia", replicó ella. "Entonces os aconsejo que no tentéis al diablo", le dijo el santo. Juana Francisca siguió el consejo.
Después de vencer sus escrúpulos sobre su voto indiscreto, la santa consiguió que Francisco de Sales aceptara dirigirla. Por consejo suyo, moderó un tanto sus devociones y ejercicios de piedad para poder cumplir con sus obligaciones mundanas en tanto que vivía con su padre o con su suegro. Lo hizo con tanto éxito, que alguien dijo de ella: "Esta dama es capaz de orar todo el día sin molestar a nadie". De acuerdo con una estricta regla de vida, consagrada la mayor parte de su tiempo a sus hijos, visitaba a los enfermos pobres de los alrededores y pasaba en vela noches enteras junto a los agonizantes. La bondad y mansedumbre de su carácter mostraban hasta qué punto había secundado las exigencias de la gracia, porque en su naturaleza firme y fuerte había cierta dureza y rigidez que sólo consiguió vencer del todo al cabo de largos años de oración, sufrimiento y paciente sumisión a la dirección espiritual. Tal fue la obra de San Francisco de Sales, a quien Juana Francisca iba a ver, de cuando en cuando, a Annecy y con quien sostenía una nutrida correspondencia. El santo la moderó mucho en materia de mortificaciones corporales, recordándole que San Carlos Borromeo, "cuya libertad de espíritu tenía por base la verdadera caridad", no vacilaba en brindar con sus vecinos, y que San Ignacio de Loyola había comido tranquilamente carne los viernes Por consejo de un médico, "en tanto que un hombre de espíritu estrecho hubiese discutido esa orden cuando menos durante tres días". San Francisco de Sales no permitía que su dirigida olvidase que estaba todavía en el mundo, que tenía un padre anciano y, sobre todo, que era madre; con frecuencia le hablaba de la educación de sus hijos y moderaba su tendencia a ser demasiado estricta con ellos. En esta forma, los hijos de Juana Francisca se beneficiaron de la dirección de San Francisco de Sales tanto como su madre.
Sueño hecho realidad
Durante algún tiempo, la señora de Chantal se sintió inclinada a la vida conventual por varios motivos, entre los que se contaba la presencia de las carmelitas en Dijon. San Francisco de Sales, después de algún tiempo de consultar el asunto con Dios, le habló en 1607 de su proyecto de fundar la nueva Congregación de la Visitación. Santa Juana acogió gozosamente el proyecto; pero la edad de su padre, sus propias obligaciones de familia y la situación de los asuntos de su casa constituían, por el momento, obstáculos que la hacían sufrir. Juana Francisca respondió a su director que la educación de sus hijos exigía su presencia en el mundo, pero el santo le respondió que sus hijos ya no eran niños y que desde el claustro podría velar por ellos tal vez con más fruto, sobre todo si tomaba en cuenta que los dos mayores estaban ya en edad de "entrar en el mundo". En esa forma, lógica y serena, resolvió San Francisco de Sales todas las dificultades de la señora de Chantal.
Antes de abandonar el mundo, Juana Francisca casó a su hija mayor con el barón de Thorens, hermano de San Francisco de Sales, y se llevó consigo al convento a sus dos hijas menores; la primera murió al Poco tiempo, y la segunda se caso más tarde con el señor de Toulonjon. Celso Benigno, el hijo mayor, quedó al cuidado de su abuelo y de varios tutores. Después de despedirse de sus amistades, Juana fue a decir adiós a Celso Benigno. El joven, que había tratado en vano de apartarla de su resolución, se tendió por tierra ante el dintel de la puerta de la habitación para cerrarle la salida, pero la santa no se dejó vencer por la tentación de escoger la solución más fácil y pasó sobre el cuerpo de su hijo. Frente a la casa la esperaba su anciano padre, Juana Francisca se postró de rodillas y, llorando, le pidió su bendición. El anciano le impuso las manos y le dijo: "No puedo reprocharte lo que haces. Ve con mi bendición. Te ofrezco a Dios como Abraham le ofreció a Isaac, a quien amaba tanto como yo a ti. Ve a donde Dios te llama y sé feliz en Su casa. Ruega por mí". La santa inauguró el nuevo convento el domingo de la Santísima Trinidad de 1610, en una casa que San Francisco de Sales le había proporcionado, a orillas del lago de Annecy. Las primeras compañeras de Juana Francisca fueron María Favre, Carlota de Bréchard y una sirvienta llamada Ana Coste. Pronto ingresaron en el convento otras diez religiosas. Hasta ese momento, la congregación no tenía todavía nombre y la única idea clara que San Francisco de Sales poseía sobre su finalidad, era que debía servir de puerto de refugio a quienes no podían ingresar en otras congregaciones y que las religiosas no debían vivir en clausura para poder consagrarse con, mayor facilidad a las obras de apostolado y caridad.
Naturalmente, la idea provocó fuerte oposición por parte de los espíritus estrechos e incapaces de aceptar algo nuevo. San Francisco de Sales acabó por modificar sus planes y aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín añadió unas constituciones admirables por su sabiduría y moderación, Año demasiado duras para los débiles y no demasiado suaves para los fuertes. Lo único que se negó a cambiar fue el nombre de la Congregación de la Visitación de Nuestra Señora, y Santa Juana Francisca le exhortó a hacer concesiones en ese punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre fuesen la base de la observancia. "Pero en la práctica", decía a sus religiosas, "la humildad es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de ella el principio de todas vuestras acciones.
Fuente de amor y alegría
Para bien de Santa Juana y de las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió el "Tratado del amor de Dios". Santa Juana progresó tanto en la virtud bajo la dirección de San Francisco de Sales, que éste le permitió que hiciese el voto de que, en todas las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto a los ojos de Dios. Inútil decir que la santa gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en el espíritu de su director.
La madre de Chantal tuvo que salir frecuentemente de Annecy, tanto para fundar nuevos conventos como para cumplir con sus obligaciones de familia. Un año después de la toma de hábito, se vio obligada a pasar tres meses en Dijon, con motivo de la muerte de su padre, para poner en orden sus asuntos. Sus parientes aprovecharon la ocasión para intentar hacerla volver al mundo. Una mujer exclamó al verla: "¿Cómo podéis sepultaros en dos metros de tela? Deberíais hacer pedazos ese velo". San Francisco de Sales le escribió entonces las palabras decisivas: "Si os hubiéseis casado de nuevo con algún señor de Gascuña o de Bretaña, habríais tenido que abandonar a vuestra familia y nadie habría opuesto en ese caso la menor objeción . . ." Después de la fundación de los conventos de Lyon, Moulins, Grénoble y Bourges Francisco de Sales, que estaba entonces en París, mandó llamar a la madre de Chantal para que fundase un convento en dicha ciudad. A pesar de las intrigas y la oposición, Santa Juana Francisca consiguió fundarlo en 1619. Dios la sostuvo, le dio valor y la santa se ganó la admiración de sus más acerbos opositores con su paciencia y mansedumbre. Ella misma gobernó durante tres años el convento de París, bajo la dirección de San Vicente de Paul y ahí conoció a Angélica Arnauld, la abadesa de Port-Royal, quien le consiguió permiso de renunciar a su cargo e ingresar en la Congregación de la Visitación.
Una dolorosa pérdida
En 1622, murió San Francisco de Sales y su muerte constituyó un rudo golpe para la madre de Chantal; pero su conformidad con la voluntad divina le ayudó a soportarlo con invencible paciencia. El santo fue sepultado en el convento de la Visitación de Annecy. En 1627, murió Celso Benigno en la isla de Ré, durante las batallas contra los ingleses y los hugonotes; el hijo de la santa, que no tenía sino treinta y un años, dejaba a su esposa viuda y con una hijita de un año, la que con el tiempo sería la célebre Madame de Sévigné. Santa Juana Francisca recibió la noticia con heroica fortaleza y ofreció su corazón a Dios, diciendo: "Destruye, corta y quema cuanto se oponga a tu santa voluntad". El año siguiente, se desató una terrible peste, que asoló Francia, Saboya y el Piamonte, y diezmó varios conventos de la Visitación. Cuando la peste llegó a Annecy, la santa se negó a abandonar la ciudad, puso a la disposición del pueblo todos los recursos de su convento y espoleó a las autoridades a tomar medidas más eficaces para asistir a los enfermos. En 1632, murieron la viuda de Celso Benigno, Antonio de Toulonjon (el yerno de la santa, a quien esta quería mucho) y el P. Miguel Favre, quien había sido el confesor de San Francisco y era muy amigo de las visitantinas. A estas pruebas se añadieron la angustia, la oscuridad y la sequedad espiritual, que en ciertos momentos era Dios que permite con frecuencia que las almas que le son más queridas atraviesen por largos períodos de bruma, oscuridad y angustia; pero a través de ellos las casi insoportables, como lo prueban algunas cartas de Santa Juana Francisca, lleva con mano segura a las fuentes de la felicidad y al centro de la luz.
Santa muerte
En los años de 1635 y 1636, la santa visitó todos los conventos de la Visitación, que eran ya sesenta y cinco, pues muchos de ellos no habían tenido aún el consuelo de conocerla. En 1641, fue a Francia para ver a Madame de Montmorency en una misión de caridad. Ese fue su último viaje.
La reina Ana de Austria la convidó a París, donde la colmó de honores y distinciones con gran confusión por parte de la homenajeada. Al regreso, cayó enferma en el convento de Moulins, donde murió el 13 de diciembre de 1641, a los sesenta y nueve años de edad. Su cuerpo fue trasladado a Annecy y sepultado cerca del de San Francisco de Sales.
La canonización de Santa Juana Francisca tuvo lugar en 1767. San Vicente de Paul dijo de ella: "Era una mujer de gran fe y, sin embargo, tuvo tentaciones contra la fe toda su vida. Aunque aparentemente había alcanzado la paz y tranquilidad de espíritu de las almas virtuosas, sufría terribles pruebas interiores, de las que me habló varias veces. Se veía tan asediada de tentaciones abominables, que tenía que apartar los ojos de sí misma para no contemplar ese espectáculo insoportable. La vista de su propia alma la horrorizaba como si se tratase de una imagen del infierno. Pero en medio de tan grandes sufrimientos jamás perdió la serenidad ni cejó en la plena fidelidad que Dios le exigía. Por ello, la considero como una de las almas más santas que me haya sido dado encontrar sobre la tierra".
Fuente Bibliográfica:
-Butler, Vidas de los Santos, Vol. III.
-Oficio Divino I, p. 1026

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EXHORTACIONES
Juana de Chantal
La mayoría de sus exhortaciones las dio en la sala de capítulo de sus conventos de manera formal.
"¿Queréis ser humilde, hija mía? Tratad de conoceros bien; desead que os reconozcan imperfecta; amad el desprecio, en todas sus formas y de cualquier parte que os venga. No ocultéis vuestros defectos; dejad que se vean, aceptando con cariño la abyección que de ellos os resulte. No dejéis nunca decaer vuestro corazón por alguna falta que podáis cometer. Desconfiad de vos misma y confiad única e incesantemente en Dios, persuadida de que, no pudiendo nada por vos, todo lo podéis con su gracia y poderosa ayuda." -a sus hijas espirituales de la Orden de la Visitación.
En un retiro de Navidad
"(Jesucristo) es un Señor tan grande, rico y poderoso, que no tiene necesidad de nuestros bienes. ¿Qué presentes podremos, pues, hacerle, si todo el mundo es suyo? Es preciso ofrecerle almas puras y corazones limpios y blancos y vacíos de todas las cosas terrenas; fijaos que nuestras almas han de estar muy limpias para ser ofrecidas a este Niño divino, que nace en este día, el cual es Autor de toda pureza y santidad. He aquí el más grato presente que podemos hacerle: un corazón limpio, contrito y humillado. Él no quiere de nosotras más que el corazón."

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Sobre las cualidades que debe tener nuestro trato y nuestro afecto hacia el prójimo
"Mis queridas Hermanas, no nos hagamos ilusiones; es preciso que nuestro afecto, para ser bendecido por Dios, sea común e igual, pues el Salvador no ha mandado que se amara más a unos que a otros, sino que ha dicho: Amarás al prójimo como a ti mismo.
Pensamos a veces que nuestros afectos son muy puros; pero delante de Dios es muy diferente; el afecto que es del todo puro no mira más que a Dios, no aspira más que a Dios y no pretende más que a Dios. Yo amo a mis Hermanas porque veo a Dios en ellas y porque Dios lo quiere así... Vuestra caridad es falsa si no es igual, general y completa con todas vuestras Hermanas, de manera que seáis tan suave con una como con otra. El motivo del amor que profesáis a vuestras Hermanas no debe estar fundado más que en el seno de Dios; si está fuera de ahí, no vale nada. ...cuanto esta unión con nuestras Hermanas sea más pura, más general y más entera, tanto mayor será nuestra unión con Dios."

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También les dio Conferencias, las cuales representan las conversaciones espirituales con las Hermanas durante sus tiempos de recreación diaria, en un estilo informal y conversacional.
Sobre la reforma del alma
"En verdad, mis queridas hijas, es por falta de conocernos bien por lo que nos asombramos de vernos defectuosas, pues presumimos tanto de nosotras, que siempre esperamos algo bueno; nos engañamos, y Ntro. Señor mismo permite que caigamos, algunas veces bien torpemente, a fin de que nos conozcamos...
Este conocimiento de nosotras mismas consiste en que debemos creer, con gran certidumbre de fe, que no somos nada, que no podemos nada; que somos débiles, flacas e imperfectas, aficionando nuestra voluntad a amar nuestra pobreza y miseria.
La reforma del alma comienza: por el conocimiento de sí misma y la confianza en Dios; el propio conocimiento nos hará ver que hay en nosotras muchas cosas que corregir y reformar, y que, sin embargo, no podremos llevarlo a cabo por nosotras mismas; la confianza en Dios nos hará esperar que todo lo podemos en Él y que, con su gracia, todas las cosas nos serán posibles y fáciles."

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Sobre la caridad y la pureza de intención
"Alguna vez podrá ocurrir que una Hermana nos haya molestado, que nos haya hecho alguna mala partida, o que no le tengamos simpatía; otra vendrá a hablarnos bien de ella, y contestaremos con medias palabras que rebajarán todo aquel bien y harán como una gota de aceite que cae en la tela, una mancha irremediable en el corazón de aquella Hermana con quien hablamos. Y notad que todo el mal que haga la Hermana a consecuencia de esa mala impresión que nosotras le hayamos causado cargará sobre nuestra conciencia, y seremos culpables de ello y castigadas severamente. Dios dice que odia seis cosas, pero que la séptima la abomina, y son aquellos que desunen los corazones y siembran la discordia entre los hermanos."

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Sobre el amor propio y los perjuicios que causa en el alma
"Cuando uno se ha vencido o ha ejecutado alguna buena acción, se siente cierta complacencia y satisfacción que lo estropea todo, y nos lo hace perder todo, si no ponemos mucho cuidado. ¡Qué desgracia cuando, después de haber hecho algunos sacrificios, alguna auto-negación de actitudes o palabras o cualquier otra cosa, terminamos complaciéndonos en nosotras mismas! Pero mirad: si no se puede nunca, o rara vez, hacer el bien sin que nos quede alguna satisfacción, esto no es malo; la que echa a perder todo es el entretenerse y complacerse en ello.
Y ¿qué hacer entonces? Hay que ahuyentar y aniquilar todos los pensamientos de complacencia y vana satisfacción, humillarse y procurar su desprecio, dar a Dios la gloria de todo y reconocer que nada podemos por nosotras mismas. O sea que no se debe buscar más que la gloria de Dios en todas las cosas y no hacer nada sino para complacerle."

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Les inculcaba y transmitía a sus hijas un amor profundo al Corazón de Jesús y al Corazón de María. Las Instrucciones sobre la oración y la vida espiritual se dirigían a las novicias y a sus maestras.
Sobre "la confianza que debemos tener
en la infinita sabiduría, bondad y omnipotencia de Dios":
"...Consideraba que Ntro. Señor ha permitido que desde el tiempo de los Apóstoles haya habido siempre herejías, y toleraba que se adorara a los perros, gatos y otra suerte de ídolos, como si fueran verdaderos dioses; y pensar que nosotras, miserables criaturas como somos, nos queremos preferir a las demás; queremos que nos estimen, y nos disgustamos cuando no hacen más caso de nosotras que de las demás; ¡y, no obstante, vemos que el Hijo de Dios ha sufrido tantos desprecios!

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Sobre las palabras de Ntro. Señor:
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo..."
"Estas palabras son el fundamento de toda la perfección cristiana y religiosa. Negarse a sí mismo es renunciar a toda la voluntad de la carne, a todas nuestras inclinaciones, deseos, contentos, satisfacciones, delicadezas, gustos, placeres, humores, hábitos, propensiones, aversiones y repugnancias a las cosas ásperas; en fin, renunciar en todo y por todo a ese perverso yo. Luchar por destruir vuestros caracteres, pasiones e inclinaciones; en una palabra, toda nuestra naturaleza; y esto, con enérgica voluntad y con una generosa y perseverante mortificación de todo vuestro ser.
Es necesario saber que solamente hay que mortificar las inclinaciones imperfectas o de cosas malas, y no las buenas o las que tenemos a cosas buenas; por ejemplo: me mandan hacer un trabajo y yo me siento inclinada a hacer otro; hay que mortificar esta inclinación y sujetarla a la obediencia. Pero me dan a hacer un trabajo que me gusta: no debo entonces, bajo el pretexto de mortificar mi inclinación, rehusar dicho trabajo, sino ofrecer a Dios esta labor y decir: la hago, no por la inclinación que a ella siento, sino porque la obediencia me lo manda (o, en el caso de los laicos: Lo hago por amor a ti, Señor; o, porque es mi obligación)."

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Es necesario aclarar que todos estos pasos de la vida espiritual hacia la santidad, los vivía y enseñaba Santa Juana, al igual que todos los santos, con gran gozo y amor, ya que los mandatos del Señor, lejos de ser una carga, "son dulces como la miel para quien ama a Dios", como decía S. Francisco de Sales.
En todas las conversaciones y cartas de Sta. Juana de Chantal, el pensamiento más importante era, sin duda, la mayor gloria de Dios y la santificación de las almas.

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Podemos concluir compartiendo una visión que experimentó San Vicente de Paul
"San Vicente de Paúl me contó que, habiendo tenido noticias de la gravedad de la enfermedad de nuestra desahuciada Madre (Sta. Juana Fca. De Chantal), cayó de rodillas para rogar a Dios por ella, y el primer pensamiento que le vino, fue el de hacer un acto de contrición por los pecados que ella hubiera cometido, y que inmediatamente después, se le apareció un globito de fuego, que se levantaba de la tierra y se absorbía en la parte superior del aire con otro globo más grande y más luminoso y ambos se unieron en uno solo, fueron elevados más alto, entrando y ardiendo dentro de otro globo infinitamente más grande y más luminoso que los otros; y que él supo interiormente que el primer globo era el alma de Nuestra Carísima Madre, el segundo la de nuestro Bienaventurado Padre (S. F. de Sales) y el otro, la Esencia Divina, que el alma de nuestra queridísima Madre se había vuelto a unir a la de nuestro Padre, y las dos, con Dios, su Principio Soberano."
Él contó más adelante, que, "en la celebración de la Santa Misa por nuestra querida Madre apenas se enteró de que había pasado a mejor vida, se le ocurrió que debería rezar por ella, ya que podría estar en el purgatorio por ciertas palabras que había dicho hacía un tiempo, las cuales, al parecer, contenían pecado venial, y al instante volvió a tener la visión, los mismos globos y su unión, y tuvo la convicción interior de que el alma de nuestra Madre estaba bendecida, que no tenia necesidad de oraciones."
Deseamos que el conocer sobre la vida y algunos rasgos de las enseñanzas de Sta. Juana de Chantal, cuyos restos descansan en el Monasterio de Annecy, Francia junto a los de San Francisco de Sales, sean de gran provecho para el lector, lo lleven a amar más y a desear las virtudes del Corazón de Ntro. Señor Jesucristo y de su Santísima Madre y a promover el reinado de estos Dos Corazones, a través de una vida de virtud auténtica, oración y sacrificio.

Martes de la semana 19 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 19 de tiempo ordinario; año impar

El Reino de Dios es de los pequeños, que son la predilección del Señor
«En aquella ocasión se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Quién juzgas que es el mayor en el Reino de los Cielos? Entonces, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos; y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños, pues os digo que sus ángeles en los Cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los Cielos.¿Qué os parece? Si a un hombre que tiene cien ovejas se le pierde una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte e irá a buscar a la que se ha perdido? Y si llega a encontrarla, os aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se habían perdido. Del mismo modo, no es voluntad de vuestro Padre que está en los Cielos que se pierda ni uno solo de estos pequeños.» (Mateo 18, 1-5.10.12-14)
1. Este es el cuarto de los cinco discursos de las enseñanzas de Jesús sobre la vida de la comunidad, por eso se llama «discurso eclesial» o «comunitario». Es sorprendente que el más importante no va a ser ni el que más sabe ni el más dotado de cualidades humanas: «llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino». Lo pequeño, humilde… “si me preguntáis qué es lo más importante en la religión y en la disciplina de Jesucristo, os responderé: lo primero la humildad, lo segundo la humildad, y lo tercero la humildad” (S. Agustín). ¿Un niño el más importante?
Jesús, te pido que la lección me aproveche, para no ir buscando los primeros lugares y creer que soy más importante con la ciencia o dotes de liderazgo o prestigio humano. Que sepa hacerme como un niño en su pequeñez, indefensión, apertura y confianza, porque necesita de los demás. Que cambie de actitud, me convierta, sea sencillo de corazón, abierto, no demasiado calculador, ni lleno de mí mismo, sino convencido de que no puedo nada por mis solas fuerzas y necesito de Dios.
«Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños». Jesús vino como el Siervo, no como el Triunfador. No vino a ser servido, sino a servir. Nos enseñó a no buscar los primeros lugares en las comidas, sino a ser sencillos de corazón y humildes. Los orgullosos, los autosuficientes como el fariseo que subió al Templo, ni necesitan ni desean la salvación: por eso no la consiguen (J. Aldazábal).
Un infantilismo malo sería reducir a Dios al papel de policía o de contable que castiga las faltas o sopesa los méritos. Reducir la religión a una acumulación de ritos y preceptos a los que es necesario ser fiel si se quiere "ganar el cielo" y "salvar el alma"; los sacramentos, los medios para procurarse la buena conciencia o estar en regla; y el pecado, la trasgresión de una ley que debe evitarse por temor al castigo que le seguirá (Colete Hovase).
 “Cualquiera que se haga tan "pequeño" como este chiquillo, ése es el más "grande"...” Es la primera regla de vida comunitaria: cuidar de los más pequeños... hacerse uno mismo pequeño...
-“Y el que acoge a un chiquillo como éste por causa mía, me acoge a mí”. ¡El que toca a un niño, toca a Jesús! San Pablo descubrirá esto en el camino de Damasco: "¡Yo soy Jesús, a quien tú persigues!"
-“Cuidado con mostrar desprecio a un pequeño de esos, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial”.
Los pequeños son también los necesitados, desvalidos… Ayúdame, Jesús, a no ser intransigente con los demás, sino que aprenda de ti, Buen Pastor, que no esperas el arrepentimiento para amar al pecador sino que lo dejas todo para ir en su búsqueda. Me hace pensar en tu corazón ver a alguna madre, cuando se da por entero sin esperar correspondencia. Los pequeños son los indefensos… te pido, Jesús, que la Iglesia y sus instituciones seamos según tu corazón, y nunca demasiado severos con los pobres y pecadores (Maertens-Frisque). Así los hacían los primeros cristianos como cuenta San Ignacio de Antioquia: «Orad sin interrupción por los demás hombres. Hay en ellos esperanza de conversión, una conversión que les conducirá a Dios. Volveos hacia ellos, para que, por medio de vuestras obras, se hagan discípulos vuestros. Ante su cólera estad llenos de dulzura. Ante su jactancia tened sentimientos de humildad. Ante sus blasfemias, estad en oración. Ante sus errores, permaneced firmes en la fe. Ante sus violencias, sed pacíficos, sin imitarlos».
-“Suponed que un hombre tiene cien ovejas y que una se le extravía; ¿no deja las noventa y nueve en el monte para ir en busca de la extraviada?” Cada oveja, por pequeña y pecadora que parezca, comparada con todo el rebaño, es preciosa a los ojos de Dios: él no quiere que se pierda ni una. Así decía S. Asterio de Amasea: “jamás desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, que no los despreciemos cuando se hallan en peligro, ni seamos remisos en ayudarlos, sino que cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerlos volver al camino, nos congratulemos de su regreso y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente”. Todos somos esa oveja al mismo tiempo, necesitados del Señor… oveja…
Somos ovejas, y también pastor: «Cristo espera mucho de tu labor. Pero has de ir a buscar a las almas, como el Buen Pastor salió tras la oveja centésima: sin aguardar a que te llamen. Luego, sírvete de tus amigos para hacer bien a otros: nadie puede sentirse tranquilo -díselo a cada uno- con una vida espiritual que, después de llenarle, no rebose hacia fuera con celo apostólico» (san Josemaría, Surco 223).
-“Pues lo mismo es voluntad de vuestro Padre del cielo que no se pierda ni uno de esos "pequeños"”. Los pequeños son los q ue amas, Jesús, por ellos estás dispuesto a ir hasta el final (Noel Quesson).
2. Moisés ve que ha llegado el momento de transmitir sus poderes a Josué, por indicación divina. Toda autoridad humana ha de estar llena de una presencia de Dios, aunque como Josué tenga competencias profanas: conquistar una tierra, ser fuerte para llevar a cabo la operación e infundir valor y confianza al pueblo. El autor declara que Dios está con él. La relación entre autoridad religiosa y la autoridad civil ha evolucionado a lo largo de la historia, hasta la actual autonomía de las realidades temporales; antaño tuvo una significación divina que supeditaba la autoridad civil a la religiosa:
-“Moisés dijo: «Hoy he cumplido ciento veinte años, ya no puedo entrar ni salir y el Señor me ha dicho: "Tú no pasarás este río Jordán..."” llega al final de su vida. 120 es una cifra simbólica que indica «la perfección»: son 40 años en Egipto (Hch 7,23), 40 en Madián (Ex 7,7) y 40 en el desierto. Ayúdanos, Señor, a escuchar tu Palabra en los acontecimientos y las situaciones de nuestras vidas.
-“Será Josué quien pasará delante de ti, como ha dicho el Señor”. Parece que se nos advierta que muchas veces no veremos el resultado perfecto de nuestros proyectos, que en un momento dado es preciso saberse retirar y dejar el lugar a los demás. Señor, me pides que yo represente plenamente mi papel durante el tiempo dado para ello. Ayúdame a no perder ese tiempo que compromete mi responsabilidad: Tú sólo, Señor, eres capaz de terminar lo que he comenzado.
-“El Señor os entregará las naciones”. Dios está comprometido en todo movimiento histórico, aunque seguramente ponen en boca de Dios las proezas guerreras... ese carácter épico que remonta al mandato divino es común en todas las tradiciones, lo interesante está en la protección divina que subyace ahí, el misterio de la historia, que encierra una verdad revelada: -“Sed fuertes y valerosos, porque el Señor tu Dios marcha contigo: no te dejará ni te abandonará”.
-“Luego llamó Moisés a Josué y le dijo: «Tú entrarás con ese pueblo en tierra que el Señor juró dar a sus padres... El Señor marcha delante de ti”. Rezamos siempre por las autoridades de los países y las ciudades, en los diversos grupos humanos... en la Iglesia (Noel Quesson).
3. El salmo recuerda esta presencia divina en la historia del pueblo: «acuérdate de los tiempos remotos... la porción del Señor fue su pueblo... el Señor solo los condujo». Moisés no se queja de su papel, ve que “las obras de Dios son perfectas (Dt 32,4), por eso, a quienes se da divinamente una potestad, se les dan también los medios para usarla dignamente” (s. Tomás), es lo que se dice en la ordenación en palabras de S. Pablo: el que ha comenzado la buena obra en ti la llevará a término. S. Josemaría añadía que el Señor “se comporta como un buen Padre, y nos ofrece continuas pruebas de su Amor: cifra toda tu esperanza en El…, y sigue luchando”.
Llucià Pou Sabaté
Santa Clara, virgen

Clara significa: "vida transparente"
"El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre" Santa Clara. De sus cartas:  Atiende a la pobreza, la humildad y la caridad de Cristo
Clara nació en Asís, Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal, era una mujer muy cristiana, de ardiente piedad y de gran celo por el Señor. Desde sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes y aunque su ambiente familiar pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue asidua a la oración y mortificación. Siempre mostró gran desagrado por las cosas del mundo y gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual.
Ya en ese entonces se oía de los Hermanos Menores, como se les llamaba a los seguidores de San Francisco. Clara sentía gran compasión y gran amor por ellos, aunque tenía prohibido verles y hablarles. Ella cuidaba de ellos y les proveía enviando a una de las criadas. Le llamaba mucho la atención como los frailes gastaban su tiempo y sus energías cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos eran y hacían le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos y a su visión.
La conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco predicó en la catedral de Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para tener plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. Al oír las palabras: "este es el tiempo favorable... es el momento... ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El que me habla al corazón desde hace tiempo... es el tiempo de optar, de escoger..", sintió una gran confirmación de todo lo que venía experimentando en su interior.
Durante todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón. Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en El toda su fuerza y entereza.
Cuando su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía a los hombres a la guerra comprendió que esta forma de vida eran como la espada afilada que un día traspasó el corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor mas que el que dio la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía para alimentarnos diariamente. El que en la oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es puro Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total y radical.
Clara sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo de entregar su vida a la visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues el solo hecho de la presencia de los Hermanos Menores en Asís estaba ya cuestionando la tradicional forma de vida y las costumbres que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios. A los pobres les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían que el Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a la luz del día. Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal entendida. 
Santa Clara se fuga de su casa el 18 de Marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando así la gran aventura de su vocación. Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo para darle una respuesta concreta al llamado que el Señor había puesto en su corazón. Llega a la humilde Capilla de la Porciúncula donde la esperaban Francisco y los demás Hermanos Menores y se consagra al Señor por manos de Francisco.
De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza un sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se fuera preparando para ser una santa religiosa.
Días más tardes fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas Benedictinas, ya que su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su búsqueda con la determinación de llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de edad, obligan finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla. Días más tardes, San Francisco, preocupado por su seguridad dispone trasladarla a otro monasterio de Benedictinas situado en San Angelo. Allí la sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la expansión de la Orden y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa Clara. Le sigue también su prima Pacífica.
Desde que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en plenitud.
Siempre atenta a la necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su atención de Madre, son recuerdos que aún después de tanto tiempo prevalecen y son el tesoro mas rico de las que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres.
Por el testimonio de las misma hermanas que convivieron con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a las que eran mas delicadas les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo.
Cuando hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la mortificación. Su gran amor al Señor es un ejemplo que debe calar nuestros corazones, su gran firmeza y decisión por cumplir verdaderamente la voluntad de Dios para ella.
Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo muy evidente y es, precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas.
La humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las mas grandes pruebas de su humildad fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección. Se exigía mas de lo que pedía a sus hermanas.
Hacía los trabajos mas costosos y daba amor y protección a cada una de sus hijas. Buscaba como lavarle los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y no había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema humildad.
"En una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la hermana y lo besó."
Para Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno podía alcanzar mas perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido en el pesebre. Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió nada terrenal para si y cuya única posesión era vivir la voluntad del Padre. La pobreza alcanzada en el pesebre y llevada a su cúlmen en la Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo fue obedecer y amar.
La vida de Sta. Clara fue una constante lucha por despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor y todo lo que le limitara su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el deseo por la salvación de las almas.
La pobreza la conducía a un verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al igual que San Francisco, veía en la pobreza ese deseo de imitación total a Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva sino como la manera y forma de vida que el Señor les pedía y la manera de mejor proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio.
Con su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada mas que al Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella la Santa Pobreza era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza, que por fin fue otorgado por el Papa Inocencio III.
Sta. Clara acostumbraba tomar los trabajos mas difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de los detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de madre y de esa verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos. Siguiendo las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: "Santo padre: le suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo". A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros". 
Si hay algo que sobresale en la vida de Santa Clara es su gran mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un áspero trozo de cuero de cerdo o de caballo. Su lecho era una cama compuesta de sarmientos cubiertos con paja, la que se vio obligada a cambiar por obediencia a Francisco, debido a su enfermedad.
Siempre vivió una vida austera y comía tan poco que sorprendía hasta a sus propias hermanas. No se explicaban como podía sostener su cuerpo. Durante el tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar bocado y los demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma y todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una entrega total al amor que la consumía interiormente y su gran anhelo de vivir, servir y desear solamente a su amado Jesús.
Por su gran severidad en los ayunos, sus hermanas, preocupadas por su salud, informaron a San Francisco quien intervino con el Obispo ordenándole a comer, cuando menos diariamente, un pedazo de pan que no fuese menos de una onza y media.
Para Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial de todas las gracias, tanto para ella como para el mundo entero. La oración es el fin en la vida Religiosa y su profesión.
Ella acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la presencia del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos y por las ingratitudes propias y de los hombres.
Se postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la pasión las lágrimas brotaban de lo mas íntimo de su corazón. Muchas veces el silencio y soledad de su oración se vieron invadidos de grandes perturbaciones del demonio. Pero sus hermanas dan testimonio de que, cuando Clara salía del oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes que movían y despertaban en ellas ese ardiente celo y encendido amor por el Señor.
En 1241 los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el convento que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas y Santa Clara que era extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada y se les enfrentó a los atacantes. Ellos experimentaron en ese momento tan terrible oleada de terror que huyeron despavoridos.
En otra ocasión los enemigos atacaban a la ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron sin saber por qué.
Cuando solo tenían un pan para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo y, rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los hermanos menores y la otra mitad se la repartió a las hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para que todas comieran. Santa Clara dijo: "Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?"
En una de las visitas del Papa al Convento, dándose las doce del día, Santa Clara invita a comer al Santo Padre pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide que por favor bendiga los panes para que queden de recuerdo, pero el Papa respondió: "quiero que seas tu la que bendigas estos panes". Santa Clara le dice que sería como un irrespeto muy grande de su parte hacer eso delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces, le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de la Cruz. Ella bendijo los panes haciéndole la señal de la Cruz y al instante quedó la Cruz impresa sobre todos los panes.
Hizo fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le preguntaban si no se excedía, ella contestaba: Estos excesos son necesarios para la redención, "Sin el derramamiento de la Sangre de Jesús en la Cruz no habría Salvación". Ella añadía: "Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por el maligno". Santa Clara aportó de una manera generosa a este equilibrio.
Santa Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damiano, soportando todos los sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba, hacía costuras y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la visitó dos veces y exclamó "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita".
San Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús mientras ella agonizaba. La santa repetía: "Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me consuelan".
El 10 de agosto del año 1253 a los 60 años de edad y 41 años de ser religiosa, y dos días después de que su regla sea aprobada por el Papa, se fue al cielo a recibir su premio. En sus manos, estaba la regla bendita, por la que ella dio su vida.
Cuando el Señor ve que el mundo está tomando rumbos equivocados o completamente opuestos al Evangelio, levanta mujeres y hombres para que contrarresten y aplaquen los grandes males con grandes bienes.
Podemos ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias sociales etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical el verdadero camino a seguir que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la cabeza.  Ellos se convirtieron en signo de contradicción para el mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia para que otros reciban de ella.
En el convento de San Damiano, se recorren los pasillos que ella recorrió. Se entra al cuarto donde ella pasó muchos años de su vida acostada, se observa la ventana por donde veía a sus hijas. También se conservan el oratorio, la capilla, y la ventana por donde expulsó a los sarracenos con el poder de la Eucaristía.
El Señor en su gran sabiduría y siendo el buen Pastor que siempre cuida de su pueblo y de su salvación, nunca nos abandona y manda profetas que con sus palabras y sus vidas nos recuerdan la verdad y nos muestran el camino de regreso a El. Los santos nos revelan nuestros caminos torcidos y nos enseñan como rectificarlos.
En la Basílica de Sta. Clara encontramos su cuerpo incorrupto y muchas de sus reliquias.
Cuando se trasladan las primeras Clarisas a San Damián, San Francisco pone al frente de la comunidad, como guía de Las Damas Pobres a Santa Clara. Al principio le costó aceptarlo pues por su gran humildad deseaba ser la última y ser la servidora, esclava de las esclavas del Señor. Pero acepta y con verdadero temor asume la carga que se le impone, entiende que es el medio de renunciar a su libertad y ser verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de sus hijas espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas.Para Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio y en deseos de darse sin límites a los demás.San Francisco les reconstruye la capilla de San Damián, lugar donde el Señor había hablado a su corazón diciéndole, "Reconstruye mi Iglesia". Esas palabras del Señor habían llegado a lo más profundo de su ser y lo llevó al más grande anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a esa respuesta de amor, de su gran "Si" al Señor, había dado vida a una gran obra, que hoy vemos y conocemos como la Comunidad Franciscana, de la cual Santa Clara se inspiraría y formaría parte crucial, siendo cofundadora con San Francisco en la Orden de las Clarisas.

lunes, 10 de agosto de 2015

Lunes de la semana 19 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 19 de tiempo ordinario; año impar

Nos pide Jesús que seamos ciudadanos ejemplares, sabiéndonos en compañía del buen Dios en nuestro camino de la vida
«Cuando estaban en Galilea les dijo Jesús: El Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los hombres, que lo matarán, pero al tercer día resucitará. Y se pusieron muy tristes. Llegados a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los recaudadores del tributo y le dijeron: ¿No va a pagar vuestro Maestro la didracma? Respondió. Sí. Al entrar en la casa se anticipó Jesús y le dijo: ¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes reciben tributo o censo los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños? Al responderle que de los extraños, le dijo Jesús: Luego los hijos están exentos; pero para no escandalizarlos, ve al mar, echa el anzuelo y el primer pez que pique sujétalo, ábrele la boca y encontrarás un estárter; tómalo y dalo por mí y por ti» (Mateo 17,22-27).
1. Leemos hoy un nuevo anuncio de su muerte y resurrección, que entristece mucho a sus discípulos. Jesús, anuncias tu pasión, tienes presente el pensamiento de tu "muerte". Cada vez que hablas de ella es también para anunciar tu "resurrección". Te pido tu gracia, para reconocerte en la Pascua, en la Eucaristía, tu "memorial".
Jesús, los apóstoles “han aprendido a quererte de verdad; lo han dejado todo por Ti, y ahora les dices que te van a matar.
”Pobres apóstoles.
”No entendían aquella muerte tan injusta.
”Y mucho menos aún entendían lo de que ibas a resucitar al tercer día.
”Por eso están tristes.
”No entienden que la Cruz es el principio de la Resurrección: la muerte es la puerta de la vida.
”Y esta verdad se aplica también a mi vida” (Pablo Cardona). Como dice San Pablo: «Si somos hijos de Dios, también herederos: herederos de Dios, y coherederos de Cristo, con tal de que padezcamos con él, para ser con El glorificados» (Romanos 8,17).
Quisiera ser generoso en las cosas que me pides, Jesús: superar mis malos modos de genio, mis caprichos, envidiejas e ira, orgullo y comodidad sobre todo… ayúdame a poner ahí la Cruz. Que vea que también las dificultades me sirven, más que las cosas que van sin esfuerzo… que la señal del cristiano es la cruz, no el éxito y tantas falsas apariencias…
Vemos hoy también cómo pagas un impuesto, Señor. Desde tiempos de Nehemías era costumbre que los israelitas mayores de veinte años pagaran, cada año, una pequeña ayuda para el mantenimiento del Templo de Jerusalén: dos dracmas (en moneda griega) o dos denarios (en romana). Era un impuesto que no tenía nada que ver con los que pagaban a la potencia ocupante, los romanos, y que recogían los publicanos.
-“Los que cobraban el "didracma", tributo anual para el templo, se acercaron a Pedro y le preguntaron: "Vuestro Maestro no paga el impuesto"?” Y Pedro responde: "¡Sí, cabalmente!"
Jesús, veo que pagas este didracma a favor del Templo, como afirma en seguida Pedro. Cumples las obligaciones del buen ciudadano y del creyente judío. Aunque nos dices que el Hijo no tendría por qué pagar un impuesto precisamente en su casa, en la casa de su Padre. Pero, para no dar motivos de escándalo y crítica, lo haces.
Tu encarnación, Señor, es total, hasta en las costumbres de tu pueblo, desde la infancia: «Se ha promulgado un edicto de César Augusto, que manda empadronarse a todos los habitantes de Israel. Caminan María y José hacia Belén...  ¿No has pensado que el Señor se sirvió del acatamiento puntual a uno ley, para dar cumplimiento a su profecía?
Ama y respeta lo normas de una convivencia honrada, y no dudes de que tu sumisión leal al deber será, también, vehículo para que otros descubran la honradez cristiana, fruto del amor divino, y encuentren a Dios» (J- Escrivá, Surco 322).
Luego, sigues con ese cumplimiento… desde la circuncisión al cumplimiento de los deberes de ciudadanía: «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». En otros temas, como el sábado y la venta en el templo, la indisolubilidad del matrimonio y otros temas, prefieres anunciar la verdad de la nueva Alianza.
Aquí nos haces ver que pagar impuestos justos, seguir la ley en lo civil, en los negocios, en nuestro tiempo las de tráfico… no son aparte de la vida cristiana sino el sitio donde podemos agradar a Dios.«Lo autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidos contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. En semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa» (Catecismo 1903).
Hay leyes justas, que procuraremos cumplir, pero también te pido, Señor, fortaleza para oponerme a las leyes injustas: matar a los no nacidos (aborto), pensar que los niños son del Estado quitándoselos a los padres, o negando la libertad en la educación, llamando matrimonio a cosas que lo desnaturalizan, etc.
Pero te pido, Jesús, hacer como tú, pues «la corresponsabilidad en el bien común exige moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto y la defensa del país» (Catecismo 2240). La pillería de evitar “arrimar el hombro”, es un mal, una plaga que en ciertos tiempos se ve más claro: subvenciones mal distribuidas, fondos mal llevados… aparte de colaborar en el bien común, también podemos canalizar a través de la Iglesia, como “Caritas”, colectas de dinero para actividades buenas que podemos desarrollar.
-“Cuando llegó a casa se adelanto Jesús a preguntarle: "¿Qué te parece, Simón?..."” Jesús, me gusta tu método: no das enseguida la "solución", preguntas, haces reflexionar. Qué bellos debían de ser esos diálogos sostenidos entre Tú y tus apóstoles, a lo largo de los días, cara a los acontecimientos... o al anochecer, en la calma de la casa... Ayúdame también a ser una persona de diálogo, respetuoso con la opinión ajena, capaz de escuchar, sin imponer mis propias opiniones.
-“Los reyes de este mundo, ¿a quiénes cobran tributos e impuestos?: ¿a sus hijos o a los extraños? Contestó Pedro: "A los extraños" Jesús le dijo: "O sea, que los hijos están exentos..." Una vez más, y a propósito de un pequeño suceso banal, nos adentras, Jesús, en tu psicología profunda. Un día habías dicho: "...hay aquí más que el Templo..." (Mateo 12, 6). Y, en otra ocasión: "Hay aquí más que Salomón" (Mateo 12, 42).
-“Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago y echa el anzuelo; toma el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda”.  ¡Admirable humildad del Hijo de Dios, que "siendo de condición divina no reivindicó celosamente su igualdad con Dios", dirá San Pablo!-“Toma esta moneda de cuatro dracmas y págales por mí y por ti” (Noel Quesson).
2. –“Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor tu Dios?... que temas al Señor tu Dios, que sigas todos sus caminos, que le ames, que sirvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos del Señor que te prescribo hoy para que seas feliz...”En una frase admirable se resume todo el Deuteronomio: temer a Dios, amarle, servirle, ser fiel a su Voluntad... ¡es fuente de felicidad! Jesús lo reafirmará (Mateo 19,16 18). «Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.» «Mi manjar es hacer la voluntad de aquél que me ha enviado
Se recuerda a Israel la experiencia de haber sido elegido por Dios. Es la experiencia misma del amor. Esa experiencia, su elección, se extiende a todos los pueblos. Mi vocación de bautizado, ¿me hace testigo del amor de Dios por todos?
-“Vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores… que no hace acepción de personas”. El nuevo signo será ya una «circuncisión del corazón». Y esto es posible a todos los hombres, sin diferencia. ¿Y yo, Señor?: ¡cambia mi corazón! Haz que viva de veras mi vocación. -“Dios hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al forastero a quien da pan y vestido”. Amad al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto (Noel Quesson).
3. “¡Celebra a Yahveh, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión!”, canta el salmo en acción de gracias: “Que él ha reforzado los cerrojos de tus puertas, ha bendecido en ti a tus hijos; pone paz en tu término, te sacia con la flor del trigo. Él envía a la tierra su mensaje, a toda prisa corre su palabra; El revela a Jacob su palabra, sus preceptos y sus juicios a Israel: no hizo tal con ninguna nación, ni una sola sus juicios conoció”. Es la salvación universal, ofrecida a todos en Jesús.
Llucià Pou Sabaté
San Lorenzo, diácono y mártir

Tres días después del martirio del Papa San Sixto II (7 de agosto) a quién servía, San Lorenzo también llegó a la gloria del martirio.
Según la tradición, fue asado vivo sobre una parrilla.
San Lorenzo ha sido venerado tanto en el Oriente como en el Occidente como el más conocido de los diáconos romanos.
De el escribieron los santos Ambrosio, León el Grande, Agustín y otros. Por lo que es evidente que su martirio impresionó profundamente a la Iglesia y fue utilizado por Dios como una gran inspiración a la santidad.  Según Prudencio, su muerte fue la muerte de la idolatría romana, que desde entonces declinó.
Fue enterrado en la Via Tiburtina, en el Campus Veranus donde hoy se encuentra la basílica en su honor. 
Su nombre se menciona en la primera plegaria Eucarística.
Del Oficio de Lectura, 10 de agosto, San Lorenzo, Diácono mártir
Administró la sangre sagrada de Cristo
De los sermones de san Agustín, obispo
Sermón 304, 1-4
La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar el triunfo de san Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones del mundo, venciendo así la persecución diabólica. Él, como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella administró la sangre sagrada de Cristo, en ella, también, derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. El apóstol san Juan expuso claramente el significado de la Cena del Señor, con aquellas palabras: Como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Así lo entendió san Lorenzo; así lo entendió y así lo practicó; lo mismo que había tomado de la mesa del Señor, eso mismo preparó. Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.
También nosotros, hermanos, si amamos de verdad a Cristo, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Según estas palabras de san Pedro, parece como si Cristo sólo hubiera padecido por los que siguen sus huellas, y que la pasión de Cristo sólo aprovechara a los que siguen sus huellas. Lo han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos.
Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino también los linos de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación: Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está escrito de él que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice: A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran majestad! Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad!
Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a enorgullecerte? Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación y haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Ya que habéis resucitado con Cristo, aspirad a los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios.
Oración
Señor Dios nuestro, encendido en tu amor, san Lorenzo se mantuvo fiel a tu servicio y alcanzó la gloria en el martirio; concédenos, por su intercesión, amar lo que él amó y practicar sinceramente lo que nos enseñó. Por nuestro Señor Jesucristo.