domingo, 25 de enero de 2015

Domingo 3ª semana tiempo ordinario; ciclo B

Domingo de la semana 3 de tiempo ordinario; ciclo B

Meditaciones de la semana
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«Después de haber sido apresado Juan, llegó Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido y está cerca el Reino de Dios; haced penitencia y creed en el Evangelio. Y, al pasar junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme, y os haré pescadores de hombres. Y, al instante, dejaron las redes y le siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano, que remendaban las redes en la barca. Y en seguida los llamó. Y dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él». (Marcos 1, 14-20)

1º. Jesús, empiezas tu vida pública escogiendo a los primeros apóstoles: Pedro, Andrés, Santiago y Juan.
Ellos ya te venían siguiendo desde antes, gracias al apostolado de Juan el Bautista, pero no con una llamada de entrega concreta.
Habían empezado acercándose a Ti, pero ahora eres Tú el que les llamas: «Seguidme».
Y ellos, «dejando las redes»te siguieron.
Jesús, Tú también me llamas.
No soy yo el que te elijo, sino Tú.
Si me acerco a Ti, si te escucho en la oración, me daré cuenta de qué es lo que esperas de mí.
Y entonces, he de saber responder con generosidad y prontitud, dejando las redes que me atan a una vida cómoda y egoísta.
«Si Dios nos ha elegido entre una infinidad de criaturas posibles para desempeñar un papel en la creación, esto es un hecho que nosotros no podemos cambiar y ante el cual la única actitud digna de un hombre es la de aceptarlo tal cual es, porque ni depende de nosotros ni dejará de ser así porque pretendamos ignorarlo» (F. Suárez, La Virgen Nuestra Señora, p.81).
¿Qué diría Zebedeo, cuando te llevaste a sus hijos?
Por lo que se lee más adelante en el Evangelio, parece que es una familia que te conoce bien.
Por eso Salomé, la madre de Santiago y Juan se atreve a pedirte los mejores puestos para ellos. (Mateo 20, 20).
Pero no le debió ser fácil a Zebedeo prescindir de sus hijos, tan necesarios para su trabajo de pesca.
Podría haber protestado: ¿por qué te llevas a mis hijos?, ¿es que no hay otros?
Jesús, qué alegría da ver a padres generosos que saben prescindir, con dolor, de sus hijos cuando así se lo pides.
2º. «Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. -¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión?
Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores...
Y ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos» (Camino.-799).
Jesús, no me dejas indiferente.
Cuando te veo muerto en la Cruz por mí, cuando veo que otros hacen tantas cosas por amor a Ti, me da un vuelco el corazón.
Y yo, ¿no podría hacer más?
A veces pienso que no puedo hacer menos.
Pero me excuso.
Yo... tengo mucho que hacer.
Tengo mis problemas, mi trabajo, mi familia.
«¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión?»
Es lo normal.
Si estuviera ocioso, perdiendo el tiempo, sin mucho trabajo, entonces, Jesús, no me habrías podido decir nada.
Porque no sabes que hacer con los perezosos, con los irresponsables.
Sin embargo, pides tiempo a los que no tienen tiempo: a los que trabajan con orden, con seriedad, con afán de servicio.
Jesús, quieres que también yo sea «pescador de hombres»apóstol.
Pero no necesariamente he de dejar mi trabajo.
Precisamente ahí donde estoy, puedo  -y debo- ser apóstol: haciendo el trabajo con seriedad; ofreciéndolo; sirviendo a los demás que están a mi alrededor; siendo optimista, con la alegría del que ve tu mano, amorosa de Padre y todopoderosa de Dios, en todas las cosas.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

(Para leer este texto en el web y compartirlo pulse aquí)


La Conversión del apóstol San Pablo

La Conversión de san Pablo, apóstol nos ayuda a considerar tres puntos: la unidad de los cristianos, la evangelización, nuestra conversión
“En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien»” (Marcos 16,15-18).
1. Durante esta Semana de oración hemos pedido al Señor la unidad de los cristianos, para que se haga realidad que seamos un solo rebaño y un solo pastor, y podamos vivir la petición de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. Proclamar el Evangelio: no sólo en tierras lejanas sino en nuestros territorios multi-étnicos y plurirreligiosos (cf. Mc 7,31). En diversas ocasiones, S. Pablo nos recuerda, también por experiencia propia, que lo primero es que todos puedan acceder a la predicación. A la escucha divina, a través de signos. Recuerda aquellas palabras del Maestro: "bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11,28); y a Marta, preocupada por muchas cosas, le dice que "una sola cosa es necesaria" (Lc 10,42). La escucha de la palabra es importante para esa unidad con el Señor y con los demás que es la Iglesia, y la base del ecumenismo, pues “no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la ‘lectio’ divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra. Quien se pone a la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y transmitirla a los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han olvidado y ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del mundo (cf. Mt 13, 22)” (Benedicto XVI).
Te pedimos, Jesús, ayuda para vivir esta fuerte exigencia de escuchar la palabra de Dios y de hablar con valentía, para que tu Evangelio ilumine tantas situaciones humanas, y dé paz a una sociedad llena de conflictos.
Hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”: son manifestaciones extraordinarias del reino de Dios. Quizá a veces nos quedamos mudos, hemos de hablar. "De este diálogo se obtendrá un conocimiento más claro aún de cuál es el verdadero carácter de la Iglesia católica" (Unitatis redintegratio, 9). La Virgen María es la gran promotora de la realización del ardiente anhelo de unidad de su Hijo divino: "Que todos sean uno..., para que el mundo crea" (Jn 17, 21).
2. Pablo cuenta su historia, cómo fue formado entre los fariseos por su maestro Gamaliel, y –añade- “yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres”. El evangelista san Lucas describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte de Esteban (cf Hch 8,1). Había pactado acabar con los cristianos, y pidió cartas para detener a los sectarios de Damasco, y mientras allí iba, se encuentra con Cristo que siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace con Pablo: “de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo pregunté: ¿quién eres, Señor? Me respondió: soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues… yo pregunté: ¿Qué debo hacer, Señor? El Señor me respondió: ‘levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer’” A nuestro lado está siempre Jesús que nos acompaña en el crecimiento de las virtudes, pero vemos que a veces da un empujón a algunas personas, y las transforma, algo así como un salto y crecen “de golpe”…
Como quedó ciego, Pablo se dejó llevar. Así, continúa el Apóstol, “un cierto Ananías… vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: ‘Saulo, hermano, recobra la vista… el Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, porque vas a ser testigo ante todos los  hombres, de lo que has visto y oído… Levántate, recibe el bautismo que por la invocación del nombre de Jesús lavará tus pecados”. Con agradecimiento, Pablo obedece, como escribe él mismo en su Primera Carta a Timoteo: "Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, que me ha fortalecido, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio; aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin embargo, se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad" (1 Tim 1,12-13). Dice que "lo hice por ignorancia". Muchos que hacen cosas malas, son ignorantes. El mismo Jesús pide en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”… la misma ignorancia se convierte en motivo de salvación…
Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12): “el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”. A veces, nos faltan respuestas como un chico que pensando, no encontraba respuesta: “¿es posible que si Dios me quería rápido, me haya creado lento?, ¿por qué no empezó por ahí?” En realidad, quizá no quiere el Señor que perdamos la paz, pues si él quiere ya sabe transformarnos de golpe, como a Pablo.
Otra veces estas luces son precisamente cambiar la manera de mirar nuestra vida, no pretender una realidad distinta sino ver que Jesús ilumina mi realidad, sólo se trata de mirarla de otro modo. Señalaba uno que pasarse la vida luchando “contra” los propios defectos, es tiempo perdido. “Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar”, así no empezaré a amar nunca. Si me digo: “voy a empezar a amar…” entonces el amor irá pulverizando el egoísmo que me corroe. No es que tengamos muchos defectos; en realidad practicamos pocas virtudes, y así el horno interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a multiplicarse la hojarasca.
Pasó Pablo tres días sin ver, sin comer y sin beber… para favorecer esa conversión de corazón. “La conversión es mucho más que un arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La conversión es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él mismo. Cambió de camino, pero no de alma” (Bernardino Herrando).
A San Pablo un día Dios le tiró “del caballo” y le explicó que toda esa violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por otra de mantequilla. Su amor a la ley judaica se transmutó por unas ansias por la Ley de Cristo. Efectivamente, había cambiado de camino, pero no de alma. Este es el cambio que Dios espera del hombre: que luchemos por el espíritu, como hasta ahora hemos peleado por dominar; que nos empeñemos en ayudar a los demás, como deseábamos que todos nos sirvieran. No que echemos agua al moscatel de nuestro espíritu, sino que se convierta en vino que conforte y no emborrache.
Si San Pablo, al caer del caballo, no se hubiera enamorado de Cristo, a los pocos meses, habría acabado siendo un buen burgués mediocre montado en un burro. La resurrección es, como dice Bessiere, “un fuego que corre por la sangre de nuestra humanidad. Un fuego que nada ni nadie puede apagar”. Salvo nuestra propia mediocridad y aburrimiento. Los resucitados son los que tienen un “plus” de vida que les sale por los ojos y se convierte enseguida en algo contagioso. Algo que demuestra que el espíritu es más fuerte que el cuerpo.
Mucha gente sin ir a médicos especialistas viven resucitados: una ciega que reparte alegría en un hospital de cancerosos; un pianista ciego que toca para asilos de ancianos; jóvenes que gastan el tiempo que no tienen en despertar minusválidos… Dedícate a repartir resurrección… basta con chapuzarse en el río de tus propias esperanzas para salir de él chorreando amor a los demás.
Tomó Pablo alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Todos los que le oían quedaban atónitos y decían: «¿No es éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente a los que invocaban ese nombre, y no ha venido aquí con el objeto de llevárselos atados a los sumos sacerdotes?»
¿Qué preparación tenía S. Pablo cuando Cristo lo derriba del caballo, lo deja ciego y le llama al apostolado? No lo sabemos. Jesucristo lo escoge para Apóstol. Luego en su humildad, Pablo dirá que es como un abortivo (1 Cor 15,8). «La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (A.A. 2).
El día de su conversión Pablo entendió que si perseguía a los seguidores de Cristo estaba persiguiendo a Cristo, que está en los cristianos, pues le dice: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues". Pablo pasa de perseguidor a convertido. Quizá también nosotros hacemos de “perseguidores”: como a san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.
La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos los pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Tu verdad, Jesús, es prenda de salvación, y si la misión de propagarla es grande, no nos falta tu ayuda, pues nos has dicho: “yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Con labor de Pablo y otros, el mundo pagano se convirtió a la luz y al amor de Cristo. Te pido, Señor, dejarme tocar por tu amor, responder con la generosidad de Pablo, siendo portador de tu evangelio en mi casa, empresa, escuela… «El verdadero cristiano busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: “Porque la caridad de Cristo nos urge» (2 Corintios 5,14). En el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol “Ay de mí si no evangelizara”(1 Corintios 9,16)» (A.A.-3).
3. Alabemos al Señor con el salmo por todos sus beneficios: “alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos”. Todos estamos llamados a convertirnos en una continua alabanza de nuestro Dios y Padre, que “firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre”. Nadie puede decir que no ha sido amado por el Señor, pues Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Nuestra vida debe convertirse en una continua alabanza de su Santo Nombre. Cristo es la clave, el centro y el fin de la historia humana, porque sólo Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, desvelando la grandeza de su dignidad y vocación (cf. GS 22.24).
Llucià Pou Sabaté 
HOMILÍA DE S.S. BENEDICTO XVI
Fiesta de la Conversión de San Pablo ApóstolBasílica de San Pablo Extramuros
Martes 25 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo el ejemplo de Jesús, que en la víspera de su pasión oró al Padre por sus discípulos «para que todos sean uno» (Jn 17, 21), los cristianos siguen invocando incesantemente de Dios el don de la unidad. Esta petición se hace más intensa durante la Semana de oración que hoy concluye, cuando las Iglesias y comunidades eclesiales meditan y rezan juntas por la unidad de todos los cristianos. Este año el tema ofrecido a nuestra meditación ha sido propuesto por las comunidades cristianas de Jerusalén, a las que quiero expresar mi vivo agradecimiento, acompañado por la seguridad del afecto y de la oración tanto por mi parte como por parte de toda la Iglesia. Los cristianos de la ciudad santa nos invitan a renovar y reforzar nuestro compromiso por el restablecimiento de la unidad plena meditando sobre el modelo de vida de los primeros discípulos de Cristo reunidos en Jerusalén, los cuales —como leemos en los Hechos de los Apóstoles— «perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Este es el retrato de la primera comunidad, nacida en Jerusalén el mismo día de Pentecostés, suscitada por la predicación que el apóstol san Pedro, lleno del Espíritu Santo, dirige a todos aquellos que habían llegado a la ciudad santa para la fiesta. Una comunidad no cerrada en sí misma, sino, desde su nacimiento, católica, universal, capaz de abrazar a gentes de lenguas y culturas distintas, como nos atestigua el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles. Una comunidad no fundada sobre un pacto entre sus miembros, ni surgida simplemente de compartir un proyecto o un ideal, sino de la comunión profunda con Dios, que se reveló en su Hijo, del encuentro con Cristo muerto y resucitado.
En un breve sumario, que concluye el capítulo iniciado con la narración de la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, el evangelista san Lucas presenta de modo sintético la vida de esta primera comunidad: quienes habían acogido la palabra predicada por san Pedro y habían sido bautizados, escuchaban la Palabra de Dios, transmitida por los Apóstoles; estaban juntos de buen grado, haciéndose cargo de los servicios necesarios y compartiendo libre y generosamente los bienes materiales; celebraban el sacrificio de Cristo en la cruz, su misterio de muerte y resurrección, en la Eucaristía, repitiendo el gesto del partir el pan; alababan y daban gracias continuamente al Señor, invocando su ayuda en las dificultades. Esta descripción, sin embargo, no es simplemente un recuerdo del pasado ni tampoco la presentación de un ejemplo a imitar o de una meta ideal por alcanzar. Es más bien la afirmación de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Es un testimonio, lleno de confianza, de que el Espíritu Santo, uniendo a todos en Cristo, es el principio de la unidad de la Iglesia y hace que los fieles creyentes sean uno.
La enseñanza de los Apóstoles, la comunión fraterna, el partir el pan y la oración son las formas concretas de vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén reunida por la acción del Espíritu Santo, pero al mismo tiempo constituyen los rasgos esenciales de todas las comunidades cristianas, de todo tiempo y de todo lugar. En otras palabras, podríamos decir que representan también las dimensiones fundamentales de la unidad del Cuerpo visible de la Iglesia.
Debemos reconocer que, en el curso de las últimas décadas, el movimiento ecuménico, «surgido con la ayuda de la gracia del Espíritu Santo» (Unitatis redintegratio, 1), ha dado significativos pasos adelante, que han permitido alcanzar convergencias alentadoras y consensos sobre diversos puntos, desarrollando entre las Iglesias y las comunidades eclesiales relaciones de estima y respeto recíproco, así como de colaboración concreta frente a los desafíos del mundo contemporáneo. Con todo, sabemos bien que aún estamos lejos de la unidad por la que Cristo oró, y que encontramos reflejada en el retrato de la primera comunidad de Jerusalén. La unidad a la que Cristo, mediante su Espíritu, llama a la Iglesia no se realiza sólo en el plano de las estructuras organizativas, sino que se configura, en un nivel mucho más profundo, como unidad expresada «en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios» (ib., 2). La búsqueda del restablecimiento de la unidad entre los cristianos divididos, por tanto, no puede reducirse a un reconocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una convivencia pacífica: lo que anhelamos es la unidad por la que Cristo mismo oró y que por su naturaleza se manifiesta en la comunión de la fe, de los sacramentos, del ministerio. El camino hacia esta unidad se debe percibir como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa del Señor. Por eso es necesario vencer la tentación de la resignación y del pesimismo, que es falta de confianza en el poder del Espíritu Santo. Nuestro deber es proseguir con pasión el camino hacia esta meta con un diálogo serio y riguroso para profundizar en el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común; con el conocimiento recíproco; con la formación ecuménica de las nuevas generaciones y, sobre todo, con la conversión del corazón y con la oración. De hecho, como declaró el concilio Vaticano ii, el «santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de una sola y única Iglesia de Cristo, supera las fuerzas y las capacidades humanas» y, por ello, nuestra esperanza debe ponerse en primer lugar «en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre por nosotros y en el poder del Espíritu Santo» (ib., 24).
En este camino de búsqueda de la unidad plena visible entre todos los cristianos nos acompaña y nos sostiene el apóstol san Pablo, de quien hoy celebramos solemnemente la fiesta de la Conversión. Antes de que se le apareciera Cristo resucitado en el camino de Damasco diciéndole: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9, 5), era uno de los más encarnizados adversarios de las primeras comunidades cristianas. El evangelista san Lucas describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte de Esteban, en los días en que estalló una violenta persecución contra los cristianos de Jerusalén (cf. Hch 8, 1). Saulo partió de la ciudad santa para extender la persecución de los cristianos hasta Siria y, después de su conversión, volvió allí para ser presentado a los Apóstoles por Bernabé, el cual se hizo garante de la autenticidad de su encuentro con el Señor. Desde entonces san Pablo fue admitido, no sólo como miembro de la Iglesia, sino también como predicador del Evangelio junto con los demás Apóstoles, habiendo recibido, como ellos, la manifestación del Señor resucitado y la llamada especial a ser «instrumento elegido» para llevar su nombre a los pueblos (cf. Hch 9, 15). En sus largos viajes misioneros, san Pablo, peregrinando por ciudades y regiones diversas, no olvidó nunca el vínculo de comunión con la Iglesia de Jerusalén. La colecta en favor de los cristianos de esa comunidad, los cuales, muy pronto, tuvieron necesidad de ayuda (cf. 1 Co 16, 1), ocupó un lugar importante entre las preocupaciones de san Pablo, que la consideraba no sólo una obra de caridad, sino el signo y la garantía de la unidad y de la comunión entre las Iglesias fundadas por él y la primitiva comunidad de la ciudad santa, un signo de la unidad de la única Iglesia de Cristo.
En este clima de intensa oración, dirijo mi cordial saludo a todos los presentes: al cardenal Francesco Monterisi, arcipreste de esta basílica, al cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, y a los demás cardenales, a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, al abad y a los monjes benedictinos de esta antigua comunidad, a los religiosos y las religiosas, a los laicos que representan a toda la comunidad diocesana de Roma. De modo especial quiero saludar a los hermanos y hermanas de las demás Iglesias y comunidades eclesiales aquí representadas esta tarde. Entre ellos me es particularmente grato dirigir mi saludo a los miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias orientales ortodoxas, cuya reunión tiene lugar aquí en Roma en estos días. Encomendamos al Señor el éxito de vuestro encuentro, para que pueda representar un paso adelante hacia la unidad tan deseada.
Quiero dirigir un saludo particular también a los representantes de la Iglesia evangélica luterana alemana, que han llegado a Roma encabezados por el obispo de la Iglesia de Baviera.
Queridos hermanos y hermanas, confiando en la intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, invocamos, por tanto, el don de la unidad. Unidos a María, que el día de Pentecostés estaba presente en el Cenáculo junto a los Apóstoles, nos dirigimos a Dios, fuente de todo bien, para que se renueve para nosotros hoy el milagro de Pentecostés y, guiados por el Espíritu Santo, todos los cristianos restablezcan la unidad plena en Cristo. Amén.

viernes, 23 de enero de 2015

Sábado semana 2ª de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 2 de tiempo ordinario; año impar

Sufrir por la verdad, por el Reino de los cielos, por causa de salirse de las pautas “del mundo, da una fecundidad y una felicidad completas (aunque nos llamen locos como a Jesús)
 “En aquel tiempo, Jesús vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí» (Marcos 3,20–21).
1. “Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer”. Por eso sus parientes dirán que «no está en sus cabales», porque no se toma tiempo ni para comer. Su clan familiar -primos, allegados, vecinos- tampoco le entienden. Además de su ritmo de trabajo, les deben haber asustado las afirmaciones tan sorprendentes que hace, perdonando pecados y actuando contra instituciones tan sagradas como el sábado. Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». María es distinta, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» y tiene fe, como le dijo su prima Isabel: «dichosa tú, porque has creído». Pero a Jesús le dolería ciertamente esta cerrazón de sus paisanos y familiares.
Además, la locura era signo de posesión diabólica. Calificar de loco a alguien ha sido siempre una buena forma de excluirlo, anularlo y condenarlo. Con Jesús quisieron aplicar también esta táctica. Si sus enemigos tuvieran éxito en ella, la figura de Jesús se derrumbaría por sí misma. Reacciona su familia para disuadir a Jesús de esa Causa que anunciaba y que sólo traía riesgos (posiblemente un apedreamiento, ya que la locura era considerada posesión diabólica).
Dicen que «está fuera de sí». Se cumple el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio» (Mt 13,57). Muchas veces se puede sospechar del que obra el bien, y decirle, como a Jesús: ¿no será porque es por posesión del diablo? Así, hemos visto que a Juan Pablo II se le llamó “tozudo-anticuado”, y tanta gente buena tiene ataques y sospechas, y se les quiere poner a prueba como le dirán luego a Jesús: «baja y creeremos en ti» (cf. Mc 15,32). También nos puede afectar todo esto, porque nos dice Jesús: «si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).
Jesús, te duele mucho más que si lo hicieran los desconocidos, como indicó más tarde ante la traición de un amigo, de Judas. Sabe que ha de pasar así, como anunció Isaías y lo dirá más de una vez: «Eso ocurrió para que se cumpliera lo que los profetas habían anunciado...” (Mt 21, 5; cf. Jn 12, 15). Pero le duele. Vemos a Jesús dolido, por el desprecio de sus parientes. Queremos respetar el dolor de Jesús, que sin embargo permanece firme, fiel a su misión.
A los católicos se nos llama “exagerados”, “radicales”, porque el amor es así de “totalizante”, hay un “radicalismo evangélico” que nos hace “no tener miedo” ni por habladurías ni injusticias: «En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza» (Juan Pablo II). En este sentido es Jesús un loco, y nosotros podemos imitarle. Dio la vida por nosotros, y se convirtió en Pan de Vida. Se hizo pequeño para apaciguar nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de amor. Se ha hecho tan pequeño de someterse a las limitaciones nuestras. Nos quejamos a menudo de no tener tiempo de hacer tal o cual cosa y creemos que esto es una característica de nuestro siglo XX. Pues bien, Jesús vivió todo esto, esta sohrecarga, esta carrera contra el tiempo, cuando no se llega a todo lo que hay que hacer, cuando uno se siente hundido por el trabajo y las preocupaciones. Gracias, Señor, por haber vivido esta experiencia de nuestra condición humana. Ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo.
Jesús, quieren “ningunearte” y no te dejas, usan su familiaridad para hacer ver que no eres nadie, que no tienes categoría, hasta ahí la envidia, que anticipa la pasión. Quizá has querido probar este acoso y sus consecuencias, que tantas personas sufren en su familia, sociedad… Luego, en la proclamación del Reino y de las Bienaventuranzas, ya explicarás esta “lógica de la cruz”, que es la lógica de tu seguimiento: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Nos llamarán fanáticos, exagerados, locos, retrógradas y radicales al mismo tiempo…
Jesús, te llaman loco, pero no pierdes tu equilibro interior. Señor, ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo. –“Oyendo esto sus familiares, salieron para llevárselo, pues decían: "¡Está fuera de Sí!"” He aquí lo que se decía en familia. "¡Está loco!" Evidentemente, la imagen que ahora daba, ¡era tan diferente de la que había dado durante los treinta años tranquilos en su pueblo! Va a meternos en líos. Se temen represalias de las autoridades. Si la cosa va mal puede repercutir en nosotros... Saben muy bien que los fariseos y los herodianos estaban de acuerdo para suprimirlo. Jesús se mete en líos, se compromete con la justicia, a costa de lo que haga falta.
En el caso de Jesús, seguir el dictamen de la familia significaba abandonar la Causa del Reino. María Santísima es siempre para él un apoyo, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo. ¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Pero ¿quién es el loco? Quien no ama, no vive… y amar es apostar totalmente, no quedarse con medias tintas…  amar es dar la vida, tocar las bienaventuranzas.
2. El duelo es una pena muy dolorosa... vemos hoy el dolor de David cuando conoce que Saúl y su hijo Jonatán han muerto en el combate, en los montes de Gelboé: -“entonces, tomando David sus vestidos los desgarró, y lo mismo hicieron los hombres que estaban con él. Se lamentaron, lloraron y ayunaron hasta la noche por Saúl y por su hijo Jonatán”. La Biblia es un espejo de la humanidad donde se reflejan todos los verdaderos sentimientos humanos. Señor, te ofrecemos nuestras vidas, nuestras penas. Mira, Señor, nuestras lágrimas y nuestras angustias. Señor, oye los gemidos de los que sufren. Señor, no cierres los oídos a las lamentaciones de los que están separados.
David amaba a Jonatán, y lloró también la muerte de su amigo. Jesús amaba a Lázaro y a Marta y a María, y lloró la muerte de su amigo. Profunda humanidad de Dios. No me avergüenzo de llorar delante de ti, Señor. Tú sabes lo que es esto. «Da, Señor, el descanso eterno a nuestros difuntos.»
-“¿Cómo han caído los héroes?” Para David, Saúl continuaba siendo el “ungido” del Señor, el rey consagrado por la unción divina. Y es profundamente escandaloso que un hombre elegido por Dios conozca un tal destino. La pregunta queda sin respuesta. "¿Cómo han caído?" La muerte nos deja desamparados siempre. Serán precisos muchos siglos para que la humanidad reconozca, en Jesús, a la vez: -la unción divina, signo de la eleccion irreversible de Dios... -y la muerte escandalosa, signo de la condición humana... Pero, únicamente la resurrección da la respuesta definitiva. «Espero la resurrección de los muertos, y la vida del mundo futuro». Este es el último artículo del credo y la última respuesta de Dios a nuestros interrogantes. Por el misterio de tu muerte y de tu resurrección, ayúdanos, Señor. Ayúdanos a no temer demasiado a la muerte. Ayúdanos a pensar en ella alguna vez, no como en un pensamiento sombrío, sino como en una realidad que viene... y que Tú has querido compartir para liberarnos de ella (Noel Quesson).
3. Escucha, Pastor de Israel, tú que guías a José como a un rebaño; tú que tienes el trono sobre los querubines (…) reafirma tu poder y ven a salvarnos”. Ante la oscuridad de la muerte, nos abres la esperanza en que hay algo más grande: “les diste de comer un pan de lágrimas, les hiciste beber lágrimas a raudales”, pero algo me dice que nos has creado por amor, Señor, y que nos conduces a una vida de amor perfecto. Santa María, esperanza nuestra, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 22 de enero de 2015

Viernes semana 2ª de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 2 de tiempo ordinario; año impar

Vemos la teología de la llamada; nuestra llamada divina es fruto del amor gratuito de Dios, de sus misteriosos designios de misericordia
 “En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó” (Marcos 3,13-19).
1. Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles: “En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso”. En primer lugar, los elige: "antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos” (Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.
¿Y para qué nos ha llamado? “…y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él”. Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).
Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).
Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.
Santa Teresa del Niño Jesús dice sobre el misterio de la vocación: “No voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente -¡¡¡las misericordias del Señor!!! (cf Sal 88,1)...Abriendo el Santo Evangelio, mis ojos han topado con estas palabras: “habiendo subido Jesús a un monte, llamó a sí a los que quiso; y ellos acudieron a él” (Mc 3,13) He aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y el misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma... El no llama a los que son dignos, sino a los que le place, o como dice san Pablo: “Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia” (Rm 9,15-16).
”Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida. Me maravillaba al verle prodigar favores extraordinarios a santos que le habían ofendido, como san Pablo, san Agustín, y a los que él forzaba, por decirlo así, a recibir sus gracias; o bien, al leer la vida de los santos a los que nuestro Señor se complació en acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, apartando de su camino todo lo que pudiera serles obstáculo para elevarse a él... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Jesús ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos”.
2. David perdona la vida a su perseguidor Saúl, que entra casualmente en una cueva en la que no sabe que están David y los suyos. Saúl, víctima de su temperamento inestable, se deja recomer de los celos y, en una operación militar en toda regla, persigue a David, que se ve obligado a convertirse en jefe de guerrilleros. Ya había intentado eliminarle en varias ocasiones, que no hemos leído en esta selección de lecturas de la Misa. El relato pone de relieve la grandeza de corazón de David y además el respeto que siente por el ungido de Dios, perdonando a su enemigo, a pesar de que los suyos le incitan a acabar con él casi en nombre de Dios. Una vez más aparece el carácter voluble de Saúl que, llorando, reconoce su propia falta y llega a aceptar a David como el futuro rey.
La envidia y los celos no dejan vivir a Saúl, y podríamos decir que son causa de su caída. Amargarse cuando otros tienen mejores cualidades que nosotros es causa de nuestra caída. David es imagen de Jesús que perdona en la cruz a los que le matan.
“Con tres mil hombres persigue Saúl a David”. Un día, por casualidad, para hacer sus necesidades, Saúl entra en una cueva donde está escondido David. Este podría vengarse porque se encuentra en estado de legítima defensa, y es la guerrilla: se contenta con cortarle una punta del manto. David no se deja llevar por la violencia ni el odio. Sabe ser generoso con su perseguidor. David vive ya un valor evangélico esencial. “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian.» Sí, Señor, ésta será mi oración del día de hoy. Que la fuerza del evangelio del perdón penetre nuestro duro mundo... los hombres se dañan, se odian, se desprecian, se envidian... por doquier hay heridas abiertas... Por doquier el perdón es la única solución, la del evangelio, la de David. Yo mismo, ¿a quién debo perdonar hoy?
-“Tus ojos han visto que el Señor te ha puesto en mis manos en la cueva, pero no he querido matarte, te he perdonado”. Además del perdón, hay aquí otro valor evangélico también esencial: el respeto a la vida. Ante su adversario que quiere su muerte, David se niega a matarle. El respeto a la vida es patrimonio de la humanidad. Pero ha sido preciso que Cristo nos revelara toda su profundidad. Saúl es visto como ungido del Señor, y David lo respeta. Podríamos decir que toda vida es sagrada, preciosa, «tiene un precio».
-“Saúl declaró: Tú eres más justo que yo, porque tú me favoreces y yo te hago daño... Ahora sé que reinarás sobre Israel”. También Jesús conoció la tentación de la venganza, cuando Pedro le ofreció su espada, y hubiera sido legítimo que se defendiera. Si Jesús se entregó a sus verdugos, si no tuvo una palabra para defenderse de los que le ultrajaban, si a todos perdonó, fue porque no dejó de «ver a los hombres con la mirada de su Padre». En el más pobre, en el más sucio y descuidado, en el más inhumano, en el más pecador, Jesús veía siempre a «un ser amado de Dios». Es ésta una moral nueva, que apunta ya en el corazón de David, el antepasado del Mesías. «Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso». Imitar a Dios. ¡Qué empresa! Jesús en su persona, «derribó el odio y la enemistad» (Ef 2,14; Noel Quesson).
3. “Ten piedad de mí, Dios mío, ten piedad, porque mi alma se refugia en ti; yo me refugio a la sombra de tus alas hasta que pase la desgracia. Invocaré a Dios, el Altísimo, al Dios que lo hace todo por mí: él me enviará la salvación desde el cielo y humillará a los que me atacan”. "En la medida en que la gloria de Dios se extiende sobre la tierra, aumentada por la fe de los que son salvados, las potencias celestiales, exultando por nuestra salvación, alaban a Dios" (San Gregorio de Nisa): “¡Que Dios envíe su amor y su fidelidad! ¡Levántate, Dios, por encima del cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra! porque tu misericordia se eleva hasta el cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra!
Llucià Pou Sabaté

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San Ildefonso, obispo. Santa Mariana Cope, religiosa

SAN ILDEFONSO, OBISPO

San Ildefonso nació en Toledo, España. Su tío era Eugenio, también de Toledo. Estudió en Sevilla bajo San Isidoro. Entró a la vida monástica y fue elegido abad de Agalia, en el río Tajo, cerca de Toledo.  En el 657 fue elegido arzobispo de esa ciudad. Unificó la liturgia en España; escribió muchas obras importantes, particularmente sobre la Virgen María.
San Ildefonso tenía una profunda devoción a la Inmaculada Concepción XII siglos antes de que se proclamara dogmáticamente. Ella le favoreció con grandes milagros.
Milagro del encuentro con la Virgen
Una noche de diciembre, él, junto con sus clérigos y algunos otros, fueron a la iglesia, para cantar himnos en honor a la Virgen María. Encontraron la capilla brillando con una luz tan deslumbrante, que sintieron temor. Todos huyeron excepto Alfonso y sus dos diáconos. Estos entraron y se acercaron al altar. Ante ellos se encontraba la María, La Inmaculada Concepción, sentada en la silla del obispo, rodeada por una compañía de vírgenes entonando cantos celestiales. María hízole seña con la cabeza para que se acercara. Habiendo obedecido, ella fijó sus ojos sobre él y dijo: "Tu eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería." Habiendo dicho esto, la Virgen misma lo invistió, dándole las instrucciones de usarla solamente en los días festivos designados en su honor.
Esta aparición y la casulla, fueron pruebas tan claras, que el concilio de Toledo ordenó un día de fiesta especial para perpetuar su memoria. El evento aparece documentado en el Acta Sanctorum como El Descendimiento de la Santísima Virgen y de su Aparición.
En la catedral los peregrinos pueden aun observar la piedra en que la Virgen Santísima puso sus pies cuando se le apareció a San Ildefonso.
En el bautismo, Cristo es quien bautiza
Del libro de san Ildefonso, obispo, sobre el conocimiento del bautismo, OFICIO DE LECTURA
Vino el Señor para ser bautizado por el siervo Por humildad, el siervo lo apartaba, diciendo: Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Pero, por justicia, el Señor se lo ordenó, respondiendo: Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Después de esto, declinó el bautismo de Juan, que era bautismo de penitencia y sombra de la verdad, y empezó el bautismo de Cristo, que es la verdad, en el cual se obtiene la remisión de los pecados, aun cuando no bautizase Cristo, sino sus discípulos. En este caso, bautiza Cristo, pero no bautiza. Y las dos cosas son verdaderas bautiza Cristo, porque es él quien purifica, pero no bautiza, porque no es él quien baña. Sus discípulos, en aquel tiempo, ponían las acciones corporales de su ministerio, como hacen también ahora los ministros, pero Cristo ponía el auxilio de su majestad divina. Nunca deja de bautizar el que no cesa de purificar; y, así, hasta el fin de los siglos, Cristo es el que bautiza, porque es siempre él quien purifica.
Por tanto, que el hombre se acerque con fe al humilde ministro, ya que éste está respaldado por tan gran maestro. El maestro es Cristo. Y la eficacia de este sacramento reside no en las acciones del ministro, sino en el poder del maestro, que es Cristo.
Oración
Dios todopoderoso, que hiciste a san Ildefonso insigne defensor de la virginidad de María, concede a los que creemos en este privilegio de la Madre de tu Hijo sentirnos amparados por su poderosa y materna intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo.
ORACIÓN A MARIA
De San Ildefonso de Toledo
(del Libro de la perpetua virginidad de Santa María)
A ti acudo, única Virgen y Madre de Dios. Ante la única que ha obrado la Encarnación de mi Dios me postro.
Me humillo ante la única que es madre de mi Señor. Te ruego que por ser la Esclava de tu Hijo me permitas consagrarme a ti y a Dios, ser tu esclavo y esclavo de tu Hijo,
servirte a ti y a tu Señor.
A Él, sin embargo, como a mi Creador y a ti como madre de nuestro Creador;
a Él como Señor de las virtudes y a ti como esclava del Señor de todas las cosas; a Él como a Dios y a ti como a Madre de de Dios.
Yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Tú eres mi Señora, porque eres esclava de mi Señor.
Concédeme, por tanto, esto, ¡oh Jesús Dios, Hijo del hombre!: creer del parto de la Virgen aquello que complete mi fe en tu Encarnaciòn; hablar de la maternidad virginal aquello que llene mis labios de tus alabanzas; amar en tu Madre aquello que tu llenes en mi con tu amor; servir a tu Madre de tal modo que reconozcas que te he servido a ti; vivir bajo su gobierno en tal manera que sepa que te estoy agradando y ser en este mundo de tal modo gobernado por Ella que ese dominio me conduzca a que Tú seas mi Señor en la eternidad.
¡Ojalá yo, siendo un instrumento dócil en las manos del sumo Dios, consiga con mis ruegos ser ligado a la Virgen Madre por un vínculo de devota esclavitud y vivir sirviéndola continuamente!
Pues los que no aceptáis que María sea siempre Virgen; los que no queréis reconocer a mi Creador por Hijo suyo, y a Ella por Madre de mi Creador; si no glorificáis a este Dios como Hijo de Ella,  tampoco glorificáis como Dios a mi Señor. No glorificáis como Dios a mi Señor los que no proclamáis bienaventurada a la que el Espíritu Santo ha mandado llamar así por todas las naciones; los que no rendís honor a la Madre del Señor
con la excusa de honrar a Dios su Hijo.
Sin embargo yo, precisamente por ser siervo de su Hijo, deseo que Ella sea mi Señora; para estar bajo el imperio de su Hijo, quiero servirle a Ella; para probar que soy siervo de Dios, busco el testimonio del dominio sobre mi de su Madre; para ser servidor de Aquel que engendra eternamente al Hijo,
deseo servir fielmente a la que lo ha engendrado como hombre.
Pues el servicio a la Esclava está orientado al servicio del Señor;
lo que se da a la Madre redunda en el Hijo;
lo que recibe la que nutre termina en el que es nutrido,
y el honor que el servidor rinde a la Reina viene a recaer sobre el Rey.
Por eso me gozo en mi Señora,
canto mi alegría a la Madre del Señor,
exulto con la Sierva de su Hijo, que ha sido hecha Madre de mi Creador
y disfruto con Aquélla en la que el Verbo se ha hecho carne.
Porque gracias a la Virgen yo confio en la muerte de este Hijo de Dios
y espero que mi salvación y mi alegría venga de Dios siempre y sin mengua,
ahora, desde ahora y en todo tiempo y en toda edad
por los siglos de los siglos.
Amén.


SANTA MARIANA COPE, RELIGIOSA
Religiosa de la Tercera Orden de San Francisco de Syracuse (Nueva York, USA), que se trasladó a Estados Unidos al poco de nacer en Alemania. En 1883 marchó a las islas Hawai para trabajar entre los leprosos, continuando la obra del padre Damián, tarea en la que permaneció treinta y cinco años, hasta su muerte en 1918. Fue beatificada el 14 de mayo del 2005, víspera de la solemnidad de Pentecostés, junto con la española Ascensión del Corazón de Jesús, Misionera Dominica del Santísimo Rosario. Benedicto XVI, en su Carta apostólica de beatificación, estableció que la fiesta de la beata Mariana se celebre el 23 de enero.
Nació en Heppenheim, Hessen-Darmstadt (Alemania), el 23 de enero de 1838. Sus padres fueron Peter Kobb, agricultor, y Bárbara Witzenbacher. La bautizaron con el nombre de Bárbara. Al año siguiente, la familia emigró a Estados Unidos y se estableció en Útica, Estado de Nueva York. Su padre obtuvo la ciudadanía americana y la dio a sus hijos. La familia adoptó el apellido Cope.
Bárbara estudió en la escuela parroquial de San José, en Útica; hizo la primera comunión en 1848. Siendo aún adolescente, aceptó un puesto en una fábrica de ropa para ayudar económicamente a la familia. A los 15 años quería entrar en el convento, pero, al ser la hija mayor y tener a su cargo a su madre impedida, a sus tres hermanos menores y a su padre inválido, tuvo que esperar nueve años para cumplir su deseo. Durante esos años de espera se pusieron claramente de manifiesto su paciencia y su espíritu alegre.
En 1860 una rama independiente de las Hermanas de San Francisco de Filadelfia se estableció en Útica y Syracuse, ciudades ubicadas en el área central de Nueva York. Dos años más tarde, a la edad de 24 años, Bárbara ingresó en la congregación y posteriormente emitió la profesión religiosa, tomando el nombre de Mariana. El apostolado de la congregación consistía en la educación de los hijos de inmigrantes alemanes. Aprendió el alemán, la lengua de sus padres, y fue destinada a abrir y dirigir nuevas escuelas.
Dotada de cualidades naturales de gobierno, pronto formó parte del equipo directivo de su comunidad, que en 1860 estableció dos de los primeros cincuenta hospitales generales de Estados Unidos, que alcanzaron gran renombre: el de Santa Isabel de Útica (1866) y el de San José de Syracuse (1869). Los dos siguen siendo en la actualidad florecientes centros médicos. Ambos hospitales, equipados con medios extraordinarios para su tiempo, ofrecían sus servicios a todos los enfermos sin distinción de nacionalidad, credo o color. A menudo criticaban a la madre Mariana por atender a los «excluidos» de la sociedad: los alcohólicos y las madres solteras.
En medio de las dificultades más serias, la madre Mariana logró realizar un servicio apostólico sobresaliente con los más pobres de entre los pobres. Fue elegida provincial de su congregación en 1877 y, de nuevo, por unanimidad, en 1881.
En 1883, cuando las islas Hawai eran una lejana monarquía en el océano Pacífico, sólo la madre Mariana respondió a una petición urgente de los reyes de Hawai: se necesitaban enfermeras para los leprosos del país. «No tengo miedo a la enfermedad -aseguró-. Para mí será la alegría más grande servir a los leprosos desterrados...». Más de cincuenta comunidades religiosas habían declinado la petición de los reyes.
Al llegar al hospital de leprosos de Kakaako, Honolulú, se encontró con problemas muy serios. Su intención era volverse a Syracuse después de establecer la misión en Hawai. Sin embargo, las malas condiciones higiénicas del hospital, la falta de alimentación adecuada y la precaria atención médica, la impulsaron a cambiar sus planes. Las autoridades eclesiásticas y el Gobierno de Hawai pronto se convencieron de la importancia de su presencia para el éxito de la misión.
Fueron numerosos sus logros en favor de los enfermos y de las personas sin hogar en Hawai. En 1884 el Gobierno le pidió que estableciera el primer hospital general en la isla de Maui. En 1885, cuando sólo las Hermanas Franciscanas podían hacerse cargo de los hijos de los pacientes leprosos, abrió un albergue para ellos en los terrenos del hospital de Oahu. El rey la condecoró con una preciada medalla en reconocimiento de su acción en favor del pueblo de Hawai.
En 1888 la madre Mariana respondió una vez más a la solicitud de ayuda del Gobierno. El hospital de Oahu se había cerrado y los pacientes leprosos eran enviados a la aislada colonia de Kalaupapa, en Molokai. El padre Damián de Veuster había contraído la lepra en 1884 y su muerte era ya inminente. En 1889, después de la muerte del padre Damián, aceptó la dirección del hogar para los varones, además del trabajo con las mujeres y las niñas.
La madre Mariana vivió treinta años en una lejana península de la isla de Molokai, exiliada voluntariamente con sus pacientes. Debido a su insistencia, el Gobierno dio leyes para proteger a los niños. La enseñanza, tanto de la religión como de las otras asignaturas, estaba al alcance de todos los residentes capaces de acudir a las clases. Dando ejemplo, promovió en aquella árida tierra la siembra y el cultivo de árboles, arbustos y flores. Conocía por su nombre a cada uno de los residentes en la colonia y cambió la vida de quienes se veían forzados a vivir allí, introduciendo la limpieza, el sentido de la dignidad y un sano esparcimiento. Les daba a conocer que Dios amaba y cuidaba con cariño de los abandonados.
Los historiadores de su tiempo se referían a ella como a «una religiosa ejemplar, de un corazón extraordinario». Era una mujer que no buscaba protagonismo. Su lema, según testificaron las Hermanas, era: «Sólo por Dios».
Murió el 9 de agosto de 1918. Fue beatificada el 14 de mayo de 2005.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 13-V-05]
* * *
De la homilía del Card. Saraiva en la misa de beatificación (14-V-2005)
La Iglesia naciente se preparó para el primer Pentecostés cristiano recorriendo un itinerario de fe en el Señor resucitado. En efecto, es él quien da su Espíritu al pueblo de la nueva alianza. [...]
Los Apóstoles experimentaron la venida del Espíritu Santo y se transformaron en testigos de Cristo muerto y resucitado, en misioneros por los caminos del mundo. Esa misma experiencia se repite en todos los que, acogiendo a Cristo, se abren a Dios y a la humanidad; se repite sobre todo en los santos, tanto en los anónimos como en los que han sido elevados al honor de los altares. Los santos son las obras maestras del Espíritu, que esculpe el rostro de Cristo e infunde en su corazón la caridad de Dios.
Nuestras dos beatas abrieron de par en par su vida al Espíritu de Dios y se dejaron conducir por él en el servicio a la Iglesia, a los pobres, a los enfermos y a la juventud. [...]
4. La vida de la beata Mariana Cope fue una admirable obra de la gracia divina. Mostró la belleza de la vida de una verdadera franciscana. El encuentro de la madre Mariana con los enfermos de lepra tuvo lugar cuando ya había avanzado bastante en el seguimiento de Cristo. Durante veinte años había sido miembro de la Congregación de las religiosas de la Tercera Orden de San Francisco de Syracuse, en Nueva York. Ya era una mujer de vasta experiencia y madura espiritualmente. Pero de repente Dios la llamó a una entrega más radical, a un servicio misionero más difícil.
La beata Mariana, que en aquel tiempo era superiora general, escuchó la voz de Cristo en la invitación del obispo de Honolulu. Buscaba religiosas que asistieran a los enfermos de lepra en la isla de Molokai. Como Isaías, ella no dudó en responder: «Heme aquí: envíame» (Is 6,8). Lo dejó todo, y se abandonó completamente a la voluntad de Dios, a la llamada de la Iglesia y a las exigencias de sus nuevos hermanos y hermanas. Puso en peligro su salud y su misma vida.
Durante treinta y cinco años vivió en plenitud el mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Trabajó de buen grado con el beato Damián de Veuster, que estaba al final de su extraordinario apostolado. La beata Mariana amó a los enfermos de lepra más que a sí misma. Los sirvió, los educó y los guió con sabiduría, amor y fuerza. Veía en ellos el rostro sufriente de Jesús. Como el buen samaritano, se convirtió en su madre. Sacó fuerza de su fe, de la Eucaristía, de su devoción a nuestra santísima Madre y de la oración. No buscó honores terrenos o reconocimientos. Escribió: «No espero un lugar elevado en el cielo. Estaré muy agradecida de tener un rinconcito donde pueda amar a Dios por toda la eternidad».
5. «Ríos de agua viva brotarán del seno» de quien cree en Cristo. La carta a los Gálatas nos indica sumariamente los signos de su presencia. Son: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5,22).
Nuestras dos beatas llevaron al mundo los frutos y los signos de la presencia del Espíritu Santo, hablaron el lenguaje de la verdad y del amor, el único capaz de derribar las barreras de la cultura y de la raza y de restablecer la unidad de la familia humana, dispersa por el orgullo, por la voluntad de poder y por el rechazo de la soberanía de Dios, como nos ha dado a entender el relato bíblico de la torre de Babel (cf. primera lectura de Pentecostés).
El Santo Padre Benedicto XVI, al inaugurar su ministerio petrino, reafirmó que «no es el poder lo que redime, sino el amor. (...) Este es el distintivo de Dios: él mismo es amor. (...) Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo es salvado por el Crucificado y no por los crucificadores» (Homilía del 24-IV-2005: L'Oss. Rom., ed. esp,, 29-IV-2005).
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, de 20-V-05]
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Del discurso de Benedicto XVI a los peregrinos que fueron a Roma para la beatificación (16-V-2005)
Queridos hermanos y hermanas:
Con alegría os acojo hoy a todos vosotros, que habéis venido para participar en el rito de beatificación de la madre Ascensión del Corazón de Jesús Nicol Goñi y de la madre Mariana Cope, que tuvo lugar el sábado por la tarde en la basílica vaticana. Estas dos nuevas beatas, testigos ejemplares de la caridad de Cristo, nos ayudan a comprender mejor el sentido y el valor de nuestra vocación cristiana. [...]
Con gran alegría os doy la bienvenida a Roma, queridos hermanos y hermanas, con ocasión de la beatificación de la madre Mariana Cope. Sé que vuestra participación en la solemne liturgia del sábado, tan significativa para la Iglesia universal, será una fuente de gracia y de compromiso renovados con vistas al ejercicio de la caridad, que caracteriza la vida de todo cristiano.
Mariana Cope vivió una vida de profunda fe y amor, que dio fruto en un espíritu misionero de inmensa esperanza y confianza. En 1862 ingresó en la Congregación de las Religiosas Franciscanas de Syracuse, donde se impregnó de la particular espiritualidad de san Francisco de Asís, consagrándose sin reservas a las obras de misericordia espirituales y corporales. Con su experiencia de vida consagrada desarrolló un extraordinario apostolado, adornado con virtudes heroicas.
Como es bien sabido, mientras la madre Mariana era superiora general de su congregación, el entonces obispo de Honolulu invitó a la orden a ir a Hawai para trabajar entre los leprosos. La lepra estaba extendiéndose rápidamente y causaba sufrimientos y miseria indecibles entre los afectados. Otras cincuenta congregaciones habían recibido antes la misma petición, pero sólo la madre Mariana, en nombre de sus hermanas, respondió positivamente. Fiel al carisma de la congregación, y a imitación de san Francisco, que abrazó a los leprosos, la madre Mariana se ofreció para la misión con un «sí» confiado. Durante treinta y cinco años, hasta su muerte en 1918, nuestra nueva beata dedicó su vida a amar y servir a los leprosos en las islas de Maui y Molokai.
Sin duda, la generosidad de la madre Mariana, humanamente hablando, fue ejemplar. Pero las buenas intenciones y el altruismo por sí solos no bastan para explicar su vocación. Sólo la perspectiva de la fe nos permite comprender su testimonio, como cristiana y como religiosa, del amor sacrificial que alcanza su plenitud en Jesucristo. Todo lo que realizó estaba inspirado por su amor personal al Señor, que expresaba a su vez a través de su amor a las personas abandonadas y rechazadas por la sociedad de un modo lamentable.
Queridos hermanos y hermanas, inspirémonos hoy en la beata Mariana Cope para renovar nuestro compromiso de caminar por la senda de la santidad.
Pidiendo a Dios que vuestra peregrinación a Roma sea un tiempo de enriquecimiento espiritual, os imparto de corazón a vosotros mi bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los miembros de vuestras familias que han permanecido en casa, especialmente a los que están enfermos o sufren de cualquier modo.
La Virgen María nos obtenga el don de una fidelidad constante al Evangelio, nos ayude a seguir el ejemplo de las nuevas beatas y a tender incansablemente a la santidad. A todos vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos, mi bendición.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, de 20-V-05]
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BEATA MARIANA COPE
[Entrevista de la Agencia Fides a Sor Mary Laurence Hanley, vice-postuladora de la Causa de beatificación de la Madre Mariana Cope, durante 35 años madre de los leprosos en la isla de Molokai, con motivo de su beatificación, que iba a celebrarse el 14 de mayo del 2005]
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides).- Junto a la Madre Ascensión Nicol Goñi, cofundadora de las Dominicas Misioneras del Rosario, el sábado 14 de mayo del 2005 será también beatificada en San Pedro del Vaticano la Madre Mariana Cope (1838-1918), de las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco de Syracuse (Nueva York), que continuó el trabajo del padre Damián entre los leprosos de la isla de Molokai en las islas Hawai.
«Vivimos la beatificación de la Madre Mariana como una gran bendición para nuestras hermanas y para toda la Comunidad -dice a la Agencia Fides sor Mary Laurence Hanley-. Este gran evento tiene lugar poco después de haber realizado la unión de tres Congregaciones en una como Hermanas de San Francisco y, por tanto, vemos también este acontecimiento como una bendición para esta unión. Nuestra comunidad religiosa ha recibido a lo largo de los años numerosas vocaciones religiosas gracias a nuestra misión de Molokai en Hawai, donde trabajó durante muchos años la Madre Mariana. Actualmente este trabajo se está agotando, sólo quedan unos treinta enfermos. Pero sentimos que ahora tenemos otros lugares con necesidades desesperantes que constituyen un llamamiento al corazón generoso que desea servir a Dios y al prójimo de una manera directa».
Nacida en 1838 de una familia de emigrantes alemanes, Bárbara Cope, en religión Mariana, trabaja en Nueva York algunos años en una fábrica para ayudar a su numerosa familia antes de entrar en la Congregación de las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco en Syracuse. Luego cuida de los enfermos en el hospital de Syracuse y también asume cargos de responsabilidad en su Congregación. En 1883 se traslada a Honolulu, en las islas Hawai, para organizar la asistencia a los leprosos. Diez años antes, el 10 de mayo de 1873, había desembarcado en la isla de Molokai, donde el gobierno había mandado a todos los enfermos infecciosos, el padre Damián de Veuster, de la Congregación de los Sagrados Corazones, proclamado beato por Juan Pablo II el 4 de junio de 1995, y universalmente conocido como el apóstol de los leprosos. En 1888 la Madre Mariana llega a los lugares donde trabajaba el padre Damián, y en 1889, cuando muere el misionero, continúa su obra de asistencia y reinserción social de los leprosos, hasta su muerte, que tuvo lugar en 1918.
«La Madre Mariana encarnó el mandato del Evangelio: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" -continúa Sor Mary Laurence Hanley-. Ha dejado una herencia extraordinaria en el campo de la educación y la salud, especialmente poniéndose al servicio de aquellos que sufren y están atemorizados o asilados debido a su enfermedad. La Madre Mariana puso a Dios en el centro de su vida y hacer su voluntad fue todo su deseo. Tenía un profundo respeto hacia todo el pueblo de Dios, demostró gran compasión hacia los enfermos, fue una innovadora y lograba mantener y transmitir su alegría incluso en las situaciones más difíciles. Fue una mujer valiente, que no sólo se sacrificó por los otros sino que lo hizo con alegría. La vida de la Madre Mariana nos impulsa a amar más Dios y a servirlo mejor».
Las hermanas de la Tercera Orden de San Francisco viven el Evangelio siguiendo el ejemplo de San Francisco y de Santa Clara, comprometidas en la construcción del Reino de Dios con la oración, la contemplación, el testimonio, con una atención particular para los pobres. Actualmente son unas 450 religiosas, presentes en diversos estados de América del Norte y del Sur, y en África. «Trabajamos en el campo de la educación a todos los niveles -explica sor Mary Laurence Hanley-: educación religiosa, atención de la salud, servicios sociales, clínicas para los que carecen de seguridad social, comedores, atención pastoral en hospitales y atención a domicilio, trabajo en parroquias, acogida de los sin hogar, casas para enfermos crónicos y terminales, acogida de refugiados. Algunas hermanas también se dedican a los servicios de orientación pastoral para jóvenes y adultos, y a la organización de retiros espirituales».
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Mariana Cope, religiosa de las Hermanas de San Francisco de Siracusa
LA HEROÍNA DE MOLOKAI
por Ernesto Piacentini, OFMConv, postulador
Mariana Cope nació en Heppenheim (Alemania) el 23 de enero de 1838. La bautizaron con el nombre de Bárbara. Al año siguiente, la familia emigró a Estados Unidos. A los 24 años ingresó en la congregación de las Hermanas de San Francisco de Siracusa tomando el nombre de Mariana. En 1883 marchó a Hawai como enfermera para los leprosos. En 1889, tras la muerte del padre Damián de Veuster, aceptó la dirección del hogar para los varones en Molokai, isla en la que vivió durante treinta años. Murió en Kalaupapa el 9 de agosto de 1918. Fue beatificada el 14 de mayo de 2005 y canonizada el 21 de octubre de 2012.
Definida como «la heroína de Molokai», Mariana, junto a seis hermanas religiosas, atendiendo la llamada del padre Damián de Veuster, vivió más de 30 años misionando en el hospital de los leprosos. A los 24 años tomó el hábito religioso trabajando en la escuela parroquial de la Asunción en Siracusa (USA). Por sus dotes intelectuales y generoso espíritu de dedicación ocupó importantes encargos en su congregación. Elegida madre general, recibió la petición de asistir a los leprosos en la isla de Molokai.
En aquellos años la situación de los leprosos empeoraba. No había ningún médico y el mal se convertía en «epidemia». El padre Damián vio que sin las religiosas no sería posible establecer un hospital, y por ello, a través del obispo de Honolulú, apeló a la madre Mariana, quien a su vez llamó a sus hermanas: de ellas sólo seis fueron destinadas para la misión.
La situación fue difícil debido a la falta de medicamentos, de comida y de todo tipo de subsidios. Madre Mariana, junto a su grupo de religiosas, devolvió la esperanza a aquellos hombres a menudo esclavos del alcohol, del vicio y presas del dolor físico. Para impedir el contagio en los hijos, establecieron dos casas separadas de modo que una vez llegados a la edad adulta pudieran incorporarse a la sociedad. Madre Mariana alentaba a las otras hermanas, asegurándoles: «No contraerán jamás la lepra aún sabiendo que estamos expuestas, Dios nos ha llamado para este trabajo...».
Fue grande la admiración en todos aquellos que conocieron el gesto generoso de la madre Mariana en dedicar su vida a la salud de los leprosos. En vida fue celebrada en artículos y en poesías; después de su muerte con biografías. Un himno fue compuesto en su honor para exaltar su papel de «protectora de la mujer». Muchas almas abrazaron la vida religiosa para imitar el ejemplo de dedicación a los hermanos más necesitados.
La vida y la actividad en favor de los leprosos es muy significativa para el hombre moderno. La vida de la madre Mariana se muestra con dos características fundamentales que el Concilio pide a los candidatos a la canonización en la actualidad. En primer lugar, el aspecto social de la santidad. En nuestro caso se trata de una persona que gastó su vida al servicio del más necesitado. En segundo lugar, que los candidatos sean hombres y mujeres de nuestro tiempo para que el mensaje sea más fácil de comprender.
Madre Mariana muestra concretamente cómo emplear la vida en coherencia con el bautismo, comprometiéndose con el Evangelio y con las palabras de Cristo: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».
De cara a las necesidades de los hermanos, es necesario responder con la generosidad de la madre Mariana. Ella, junto al padre Damián, héroes de la caridad, encarnan los grandes ideales y estimulan a los hombres, particularmente a los jóvenes, a imitar su coraje y dar una respuesta de autenticidad para la construcción de un mundo más humano y cristiano.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, de 21-X-2012]
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De la homilía de Benedicto XVI en la misa de canonización (21-X-2012)
El hijo del hombre ha venido a servir y dar su vida en rescate por la multitud (cf. Mc 10,45).
Venerados Hermanos, queridos hermanos y hermanas.
Hoy la Iglesia escucha una vez más estas palabras de Jesús, pronunciadas durante el camino hacia Jerusalén, donde tenía que cumplirse su misterio de pasión, muerte y resurrección. Son palabras que manifiestan el sentido de la misión de Cristo en la tierra, caracterizada por su inmolación, por su donación total. En este tercer domingo de octubre, en el que se celebra la Jornada mundial de las misiones, la Iglesia las escucha con particular intensidad y reaviva la conciencia de vivir completamente en perenne actitud de servicio al hombre y al Evangelio, como Aquel que se ofreció a sí mismo hasta el sacrificio de la vida.
Saludo cordialmente a todos vosotros, que llenáis la Plaza de San Pedro, en particular a las delegaciones oficiales y a los peregrinos venidos para festejar a los siete nuevos santos. Saludo con afecto a los cardenales y obispos que en estos días están participando en la Asamblea sinodal sobre la nueva evangelización. Se da una feliz coincidencia entre la celebración de esta Asamblea y la Jornada misionera; y la Palabra de Dios que hemos escuchado resulta iluminadora para ambas. Ella nos muestra el estilo del evangelizador, llamado a dar testimonio y a anunciar el mensaje cristiano conformándose a Jesucristo, llevando su misma vida. Esto vale tanto para la misión ad gentes como para la nueva evangelización en las regiones de antigua tradición cristiana.
El hijo del hombre ha venido a servir y dar su vida en rescate por la multitud (cf. Mc 10,45).
Estas palabras han constituido el programa de vida de los siete beatos que hoy la Iglesia inscribe solemnemente en el glorioso coro de los santos. Con valentía heroica gastaron su existencia en una total consagración a Dios y en un generoso servicio a los hermanos. Son hijos e hijas de la Iglesia, que escogieron una vida de servicio siguiendo al Señor. La santidad en la Iglesia tiene siempre su fuente en el misterio de la Redención, que ya el profeta Isaías prefigura en la primera lectura: el Siervo del Señor es el Justo que «justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos» (53,11); este Siervo es Jesucristo, crucificado, resucitado y vivo en la gloria. La canonización que estamos celebrando constituye una elocuente confirmación de esta misteriosa realidad salvadora. La tenaz profesión de fe de estos siete generosos discípulos de Cristo, su configuración al Hijo del hombre, resplandece hoy en toda la Iglesia.
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Paso hablar ahora de Mariana Cope, nacida en 1838 en Heppenheim, Alemania. Con apenas un año de edad fue llevada a los Estados Unidos y en 1862 entró en la Tercera Orden Regular de san Francisco, en Siracusa, Nueva York. Más tarde, y como superiora general de su congregación, madre Mariana acogió gustosamente la llamada a cuidar a los leprosos de Hawai, después de que muchos se hubieran negado a ello. Con seis de sus hermanas de congregación, fue personalmente a dirigir el hospital en Oahu, fundando más tarde el hospital de Malulani en Maui y abriendo una casa para niñas de padres leprosos. Cinco años después aceptó la invitación a abrir una casa para mujeres y niñas en la isla de Molokai, encaminándose allí con valor y poniendo fin de hecho a su contacto con el mundo exterior. Allí cuidó al padre Damián, entonces ya famoso por su heroico trabajo entre los leprosos, atendiéndolo mientras moría y continuando su trabajo entre los leprosos. En un tiempo en el que poco se podía hacer por aquellos que sufrían esta terrible enfermedad, Mariana Cope mostró un amor, valor y entusiasmo inmenso. Ella es un ejemplo luminoso y valioso de la mejor tradición de las hermanas enfermeras católicas y del espíritu de su amado san Francisco.
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Queridos hermanos y hermanas, estos nuevos santos, diferentes por origen, lengua, nación y condición social, están unidos con todo el Pueblo de Dios en el misterio de la salvación de Cristo, el Redentor. Junto a ellos, también nosotros reunidos aquí con los padres sinodales, procedentes de todas las partes del mundo, proclamamos con las palabras del salmo que el Señor «es nuestro auxilio y nuestro escudo», y le pedimos: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti» (Sal 32,20-22). Que el testimonio de los nuevos santos, de su vida generosamente ofrecida por amor de Cristo, hable hoy a toda la Iglesia, y su intercesión la fortalezca y la sostenga en su misión de anunciar el Evangelio al mundo entero.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, de 28-X-2012]