miércoles, 21 de enero de 2015

Jueves semana 2ª de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 2 de tiempo ordinario; año impar

David tiene buen corazón y goza de la amistad de Jonatán, y Dios le protege también por el amor del amigo. Jesús se nos muestra como nuestro amigo y salvador.
“En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran” (Marcos 3,7-12).
1. En estos días rezamos por la unidad de los cristianos, y hoy el Evangelio nos muestra «una gran muchedumbre de Galilea» y de otros lugares que sigue a Jesús. Ya es sintomático que Jesús sea Galileo, tierra considerada poco religiosa por los Judea; y cuando Jesús habla de alguien caritativo cita la parábola del samaritano, tierra paganizada cuyos habitantes eran mal vistos por los judíos, considerados pecadores. Señor, sé que has venido a llamar a todos, a congregar un solo rebaño con un solo pastor, donde tú eres la puerta que da al aprisco, terreno seguro en el que conseguir la paz anhelada, la felicidad de hijos de Dios, la pascua -el paso- o bautismo de salvación; hemos sido bautizados «en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). Jesús está abierto a todos, y en cambio los cristianos –como antes los judíos- nos hemos dividido en grupos, se han disgregado los ortodoxos, y luego todos los protestantes (anglicanos, luteranos, etc.). Pecado histórico que hemos de reparar, con la oración y una caridad viva e imaginativa, en nuestra realidad eclesial y social. Que nuestro amor sea atrayente, para los que están lejos, que al vernos digan señalándonos: “quiero ser como éste”, y seamos reflejo de Jesús. Él pide al Padre, para la Iglesia, la unidad: «Que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17,21); y nosotros también pedimos al Espíritu Santo que la Iglesia de Cristo tenga un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32-34).
“Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle”.
“Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran”. La expresión “hijo de Dios” en los sinópticos suele ir ligada a referencias angélicas o de demonios. San Juan lo usa para explicar la divinidad de Jesús, y como esa expresión “hijo de Dios” era una referencia a los reyes, y como extensión a todo hijo de Israel, especialmente al pueblo como tal, Jesús se inventó una que venía del libro de Daniel: “hijo del hombre” (el ser pre-existente que vendrá a la tierra desde Dios) y lo une a la tradición del siervo de Yahvé del libro de Isaías. Esta expresión, “hijo del Hombre”, le permitió desvelar progresivamente la divinidad, que no sería aceptada al principio, y paulatinamente se va descubriendo. Otras acepciones estaban politizadas –la de Mesías-, o eran ambiguas como hijo de David que sí tiene sentido pero sin expresar la divinidad, y por eso Jesús inventa la expresión.
La afirmación de Jesús como Hijo de Dios responde a la pregunta explícita o implícita (por los hechos que hace Jesús, con autoridad) sobre quién es: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16,15). Decía Juan Pablo II: “nos sentimos interpelados por la misma pregunta que hace casi dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con Él. En ese momento decisivo de su vida, como narra en su Evangelio Mateo, que fue testigo de ello, “viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: unos, que Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías u otro de los profetas. Y Él les dijo: y vosotros ¿quién decís que soy?” (Mt 16,13-15).
Conocemos la respuesta escueta e impetuosa de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Para que nosotros podamos darla, no sólo en términos abstractos sino como una expresión vital, fruto del don del Padre (Mt 16,17), cada uno debe dejarse tocar personalmente por la pregunta: “Y tú, ¿quién dices que soy? Tú, que oyes hablar de Mí, responde: ¿Qué soy de verdad para tí?”. A Pedro la iluminación divina y la respuesta de la fe le llegaron después de un largo período de estar cerca de Jesús, de escuchar su palabra y de observar su vida y su ministerio (cfr. Mt 16,21-24)”. En el fondo, la pregunta de Jesús respeta nuestra libertad, no induce a una respuesta determinada, no fuerza y no tiene miedo a ser rechazado, esto es particularmente importante en el momento difícil de su vida, cuando la cruz se perfilaba cercana y muchos le abandonaban, y ante el abandono del discurso de Cafarnaum hizo a los que se habían quedado con El otra de estas preguntas tan fuertes, penetrantes e ineludibles: “¿Queréis iros vosotros también?”. Fue de nuevo Pedro quien, como intérprete de sus hermanos, le respondió: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 67-69). La grandeza de Jesús es misteriosa, como respeta nuestra libertad y estar dispuesto a quedarse solo, no forzar con su poder nuestra respuesta… también estas preguntas nos indican que es justo por nuestra parte que estemos disponibles para dejarnos interrogar por Jesús, capaces de dar la respuesta justa a sus preguntas, dispuestos a compartir su vida hasta el final.
La respuesta de Pedro aparece ante nuestra mirada como un “laboratorio de la fe”, en expresión del mismo Papa, y Pablo VI decía que muestran cómo Jesús “está en el vértice de la aspiración humana, es el término de nuestras esperanzas y de nuestras oraciones, es el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización, es decir, es el Mesías, el centro de la humanidad, Aquel que da un valor a las acciones humanas, Aquel que conforma la alegría y la plenitud de los deseos de todos los corazones, el verdadero hombre, el tipo de perfección, de belleza, de santidad, puesto por Dios para personificar el verdadero modelo, el verdadero concepto de hombre, el hermano de todos, el amigo insustituible, el único digno de toda confianza y de todo amor: es el Cristo-hombre. Y, al mismo tiempo, Jesús está en el origen de toda nuestra verdadera suerte, es la luz por la cual la habitación del mundo toma proporciones, formas, belleza y sombra; es la palabra que todo lo define, todo lo explica, todo lo clasifica, todo lo redime; es el principio de nuestra vida espiritual y moral; dice lo que se debe hacer y da la fuerza, la gracia, de hacerlo; reverbera su imagen, más aún se presencia, en cada alma que se hace espejo para acoger su rayo de verdad y de vida, de quien cree en El y acoge su contacto sacramental; es el Cristo-Dios, el Maestro, el Salvador, la Vida”.
La vida de fe lleva a confesar el nombre de Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios vivo es; él es nuestro Redentor, el Camino; nuestro Maestro, la Verdad; el Amigo que nos resucita, la Vida. Es el centro de la historia y del mundo; quien conoce nuestro interior y nos ama tal como somos; plenitud de nuestros afanes y felicidad que colma nuestros anhelos. Luz para nuestra inteligencia, Pan para darnos fortaleza, Fuente de agua viva que colma toda sed de conocer y amar; Pastor y guía que nos acompaña y consuela, Rey de un Reino de las bienaventuranzas donde los pobres son ricos, los que lloran felices, los pacíficos mandan desde el servicio, la mirada pura de los que aman de corazón ilumina con su transparencia a todos y todas las cosas. Es el puente que une cielo y tierra, el sueño de Jacob en su escalera por donde los ángeles presentan a Dios nuestras obras junto a Jesús…
2. -“Cuando David regresó victorioso, salían las mujeres de todas las ciudades para cantar danzando al son de los tamboriles, de los cantos de alegría y de los símbolos. Las mujeres danzando cantaban a coro ese refrán: «¡Saúl mató a mil, y David a diez mil!»” Es la ley de la fama, que sube a unos y hunde a otros que tuvieron un día su gloria…
-“Saúl se irritó mucho y desde aquel día miraba a David con ojos de envidia”. Este es el precio del éxito: la envidia de los demás. Señor, líbranos de esas comparaciones desmesuradas, y de esas envidias. Señor, líbranos del orgullo y de esa suficiencia por la que nos atribuiríamos a nosotros mismos el resultado de los dones que hemos recibido. "¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4,7). Saúl está celoso de David, que tiene más carisma como líder militar.
Jonatán, hijo de Saúl amaba mucho a David, y le advirtió: «Mi padre, Saúl, te busca para matarte, anda sobre aviso.» La amistad entre dos jóvenes. David y Jonatán. Este es también un valor muy humano, que sirve aquí, los designios de Dios. Cualquier realidad puede ser a la vez positiva y negativa, constructiva y negativa. Se juzga al árbol por sus frutos, dirá Jesús. Pienso en mis amistades. ¿Sirven a mi expansión, a mi crecimiento, y al designio de Dios? Jesús, también conoció ese sentimiento: entre los doce, estaba Juan, «a quien amaba». Ayúdame, Señor, a poner todas mis facultades de afectividad a tu servicio y al servicio del mundo. Que jamás llegue a ser yo esclavo de ellas. Por el contrario, te pido que todas mis amistades y afectos sean útiles. -“Jonatán habló en favor de David a Saúl, su padre”... Se atreve a comprometerse por su amigo con riesgo, sin duda, de ser mal visto él mismo. Quiero vivir mi amistad como David que con su buen corazón atrae a todos…
3. Ten piedad de mí, Señor, porque me asedian, todo el día me combaten y me oprimen: mis enemigos me asedian sin cesar, son muchos los que combaten contra mí”. Es la confianza plena en Dios que salva, en medio de las tormentas de la vida: “Tú has anotado los pasos de mi destierro; recoge mis lágrimas en tu odre: ¿acaso no está todo registrado en tu Libro?”Misteriosamente, Dios sabe todo pero lo que aquí pasa es a tiempo real, luego Dios lo reconduce todo para el bien, sabiendo él qué va a pasar. “Mis enemigos retrocederán cuando te invoque. Yo sé muy bien que Dios está de mi parte; confío en Dios y alabo su palabra; confío en él y ya no temo: ¿qué pueden hacerme los hombres?” Quiero yo también abrirme a lo que Dios quiera, sabiendo que pase lo que pase será lo mejor, y desde ya quiero dar gracias al Señor: “Debo cumplir, Dios mío, los votos que te hice: te ofreceré sacrificios de alabanza, porque tú libraste mi vida de la muerte y mis pies de la caída, para que camine delante de Dios en la luz de la vida”.
Llucià Pou Sabaté

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San Vicente, diácono y mártir

«Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, cautos como las serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus sinagogas, y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar; porque en aquel momento os será dado lo que habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése será salvo. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre.» (Mateo 10, 16-23)                                     
1º. Jesús, las advertencias que das a los apóstoles son válidas para tus discípulos de todos los tiempos.
Porque siempre habrá oposición entre el cristiano, que ve el mundo como medio de santificación, y el mundano, para quien el mundo es únicamente un medio de satisfacción.
Estas dos visiones antagónicas del mundo hacen que el cristiano sea necesariamente un inconformista ante los abusos del materialismo en materia de fe y de moral, y se encuentre, en ocasiones, incomprendido, despreciado, y hasta amenazado por sus mismos familiares y compañeros.
A veces, la incomprensión más dolorosa y el desprecio más inhumano provienen de los «moderados»: de los que piensan que son buenos porque no son malos.
Son cristianos, pero sin «pasarse»: saben «disfrutar» de la vida, que para eso está.
Esos familiares o amigos no entienden que se pueda ser más feliz siendo cristiano de verdad a través de una vida de oración, trabajo y entrega a los demás por amor a Ti.
Y como no entienden, se sienten en la obligación de llevar a los demás por el «buen» camino, usando todo tipo de medios físicos y psicológicos a su alcance.
«Y porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios?» (San Ambrosio).
2º. « ¡Acabar!, ¡acabar! -Hijo, «qui perseveraverit usque in finem, hic salvus erit» -se salvará el que persevere hasta el fin.
-Y los hijos de Dios disponemos de los medios, ¡tú también!: cubriremos aguas, porque todo lo podemos en Aquél que nos conforta.
-Con el Señor no hay imposibles: se superan siempre». (Forja.-656).
Jesús, aunque a veces tenga contradicciones -que no serán tan grandes como las que pasaron los primeros cristianos, y tantos otros a lo largo de la historia, también de la historia reciente- sé que tengo tu ayuda para seguir adelante en mi camino de cristiano.
Los hijos de Dios disponemos de los medios para perseverar: la oración, los sacramentos, y el ejemplo y la ayuda de los demás cristianos.
Jesús, contigo no hay imposibles: se superan siempre.                                                               
Incomprensiones, presiones de todo tipo, dificultades económicas, o el rechazo de algunas amistades -que al fin y al cabo no eran tan profundas-, no me hacen ninguna mella, cuando te contemplo azotado, escupido, coronado de espinas, clavado en una cruz, traspasado por una lanza..., por amor a mi.
Y si alguna vez tengo que hablar en público para defender mi fe o mi vocación  en clase, en mi familia, en mi trabajo-, me acordaré de tu promesa: «en aquel momento os será dado lo que habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros».

martes, 20 de enero de 2015

Miércoles semana 2ª de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 2 de tiempo ordinario; año impar

Jesús nos libera de la esclavitud de la ley, y nos salva: la nueva Ley es de libertad de los hijos de Dios
En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle” (Mc 3,1-6).
1. Jesucristo ha venido a proclamar el Evangelio de la salvación, pero sus adversarios, lejos de dejarse convencer, buscan pretextos contra Él: «Había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle». Los enemigos, en lugar de alegrarse de la salud del enfermo, se obcecaron todavía más. Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Nos dice san Agustín: «Quien tiene la conciencia en paz, está tranquilo, y esta misma tranquilidad es el sábado del corazón». En Jesucristo, el sábado se abre ya al don del domingo (Joaquim Meseguer).
¿Es la ley el valor supremo?, ¿o lo es el bien del hombre y la gloria de Dios? En su lucha contra la mentalidad legalista de los fariseos, ayer nos decía Jesús que «el sábado es para el hombre» y no al revés. Jesús, nos dices que ley sí, legalismo, no. La ley es un valor y una necesidad. Pero detrás de cada ley hay una intención que debe respirar amor y respeto al hombre concreto. Es interesante que el Código de Derecho Canónico, el libro que señala las normas para la vida de la comunidad cristiana, en su último número (1752), nos habla de la aplicación de la ley «teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia». Estas son las últimas palabras de nuestro Código. Detrás de la letra está el espíritu, y el espíritu debe prevalecer sobre la letra. La ley suprema de la Iglesia de Cristo son las personas, la salvación de las personas (J. Aldazábal). No somos esclavos de las normas, sino libres, hijos de Dios.
«Esclavitud o filiación divina: he aquí el dilema de nuestra vida» Podemos escoger entre las dos palabras importantes que en realidad cuentan en la vida: libertad o esclavitud del pecado, amor o muerte. «No hay nada como saberse, por Amor, esclavos de Dios. Porque en ese momento perdemos la situación de esclavos, para convertirnos en amigos, en hijos (...) si el Hijo os alcanza la libertad, seréis verdaderamente libres (Jn 8, 36)». El tema de paso de la servidumbre (y el temor) a la libertad (y el amor) es de una gran riqueza, los santos lo han desarrollado con sus vidas, pero también conviene releer sus escritos, que es un modo de acercarnos a sus vidas: Jesús «se ha ido y nos envía al Espíritu Santo, que rige y santifica nuestra alma. Al actuar el Paráclito en nosotros, confirma lo que Cristo nos anunciaba: que somos hijos de Dios; que no hemos recibido el espíritu de servidumbre para obrar todavía por temor, sino el espíritu de adopción de hijos, en virtud del cual clamamos: Abba, ¡Padre! (Rom VIII, 15)» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa, 118).
Es un espíritu de sentirnos hijos de Dios, en el mundo ya no hay temor sino libertad de quien es el “hijo del amo”, estamos “en casa”, sin miedo por el teatro de la sociedad. La libertad personal es, en lo humano, el don más precioso que nos ha hecho el Señor.
H. Küng en su libro sobre el judaísmo (Madrid, Trotta, 1993) ilustra bien la sensibilidad que tienen algunos judíos actuales: Eugene Borowitz cita un caso especialmente significativo, apasionadamente discutido en el Estado de Israel, y que, una vez más, tiene sobre todo que ver con el precepto sabático: a un judío que intentaba ayudar a un no judío gravemente herido en un accidente de tráfico, le fue negado el uso del teléfono en casa de un judío ortodoxo. ¿Por qué? ¡Porque era sábado! Ciertamente, puede quebrantarse el precepto del sábado cuando va en ello la vida o la muerte, pero con una condición: "que se trate de un judío, y no de un infiel". Esta historia conecta con la de Marcos. Parece que, en el caso referido por Borowitz, al menos se puede atender al compatriota judío en una situación que no cabe aplazar para el día siguiente. En el episodio de Marcos, claro que se podía diferir para otro día la curación, como tuvo la oportunidad de recordarlo, en otro relato, un jefe de sinagoga. Y tampoco postergaban para el primer día de la semana la labor de sacar una bestia de carga que hubiera caído en un pozo. En cambio, una especie de entumecimiento mental y, según Marcos, una verdadera dureza de corazón, incapacitaba a aquellos hombres para ver el sentido del sábado. ¿En qué consiste la santidad del sábado?... ¿No acabamos convirtiéndolo en un día moralmente neutro, salvíficamente vacío, teologalmente desustanciado?" (Pablo Largo).
Jesucristo ha venido a proclamar el Evangelio de la salvación, pero sus adversarios, lejos de dejarse convencer, buscan pretextos contra Él: «Había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle» (Mc 3,1-2). Al mismo tiempo que podemos ver la acción de la gracia, constatamos la dureza del corazón de unos hombres orgullosos que creen tener la verdad de su parte. ¿Experimentaron alegría los fariseos al ver aquel pobre hombre con la salud restablecida? No, todo lo contrario, se obcecaron todavía más, hasta el punto de ir a hacer tratos con los herodianos —sus enemigos naturales— para mirar de perder a Jesús, ¡curiosa alianza!
Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Nos dice san Agustín: «Quien tiene la conciencia en paz, está tranquilo, y esta misma tranquilidad es el sábado del corazón». En Jesucristo, el sábado se abre ya al don del domingo (Joaquim Meseguer García).
2. La victoria del joven David contra el gigante Goliat es uno de los episodios bíblicos más populares y se ha convertido en el símbolo de cómo el débil puede humillar a veces al más fuerte. David entró al servicio del rey Saúl. Pero lo que el relato subraya es la intervención de Dios en su victoria: «Tú vienes hacia mí armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor: hoy te entregará el Señor en mis manos y todo el mundo reconocerá que hay un Dios en Israel y que el Señor da la victoria sin necesidad de espadas ni lanzas».
3. El salmo, como siempre, hace eco a esta primera lectura: «Te cantaré a ti que das la victoria a los reyes y salvas a David tu siervo: bendito el Señor, mi Roca». No son nuestras fuerzas las que salvan al mundo, sino la misericordia gratuita de Dios. Tendemos a confiar en la técnica, en nuestras habilidades y en los medios materiales… pero la eficacia en todas nuestras empresas nos la da Dios. Ya nos avisó Jesús: «Sin mí no podéis hacer nada». ¡Cuántas veces los más débiles y humildes, confiados en Dios, han conseguido lo que los fuertes no han podido! Con la intercesión de santa María, pedimos a Dios lo que nos enseñó Jesús: «no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal».
Llucià Pou Sabaté

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Santa Inés, virgen y mártir

Santa Inés es una de las santas más populares del calendario. Una de las figuras más graciosas, una de las heroínas más cantadas por los poetas y los Santos Padres. Luego, de la poesía y la leyenda pasó al arte, desde Bernini hasta Alonso Cano.

Cada época la reproduce a su estilo, pero todos compitiendo en ensalzarla. Como la Inés de Carlos Dolci, cuya dulce hermosura y blancura de lirio nos atrae con su encanto inefable.
La devoción a Santa Inés se ha mantenido viva a través de los tiempos. La Iglesia introdujo su nombre en el canon de la Misa. Es el prototipo de la virgen fiel consagrada a Cristo, desde su más tierna edad. Su mismo nombre, pura en griego y cordera en latín, es ya un presagio.

La tierna corderita tiñó su candor virginal con la sangre del martirio a principios del siglo IV, en la persecución de Diocleciano. Inés, patricia romana, niña tan pura como su nombre, frisaba en los trece años. Su devoción, dice San Ambrosio, era superior a su edad. Su energía superaba a su naturaleza. No había en aquel cuerpecito lugar para el golpe de la espada. Pero quien no tenía dónde recibir la herida del hierro, tuvo fortaleza para vencer al mismo hierro y a los que querían dominarla.

Rehusó la mano del hijo del Prefecto de Roma, por lo que fue acusada de cristiana y juzgada. La doncellita, canta Prudencio en sus versos, caldeada ya en el amor a Cristo, resistía firmemente las seducciones de los impíos para que abandonase la fe, y ofrecía de grado su cuerpo a la tortura. San Dámaso cantó también la fidelidad de la virgen. Holló bajo sus pies las amenazas del tirano y superó, siendo niña, un inmenso terror.

¡Cuántos terrores, insiste San Ambrosio, ensayó el verdugo para asustarla! ¡Cuántos halagos y promesas para rendirla! Pero ella respondía con firmeza superior a su edad: "Injuria sería para mi Esposo el pretender agradar a otro. Me entregaré sólo a aquél que primero me eligió. ¿Qué esperas, verdugo? Perezca un cuerpo que puede ser amado por ojos que detesto".

Anuncia luego el juez un lugar más terrible para una virgen. "Haz lo que quieras, responde Inés, impávida y confiada. Cristo no olvida a los suyos. Teñirás, si quieres, la espada con mi sangre. Pero no mancillarás mis miembros con la lujuria". Despechados sus jueces, fue conducida a un lupanar público, expuesta al fuego criminal de la lujuria. Pero le crece milagrosamente la cabellera, que se derrama sobre el lirio desnudo de su cuerpo, para que ningún rostro humano profanara el templo del Señor.

Para recordar este hecho, en aquel mismo lugar, en la actual plaza Navona, se alza hasta nuestros días la iglesia de Santa Inés. Se venera aún allí una reliquia insigne de la virgen de Cristo.
Aún pasó Inés el tormento del fuego. Pero el fuego respetó el cuerpo virginal. Llegó entonces el verdugo armado con la espada. Tiembla el brazo del verdugo, recuerda San Ambrosio, su rostro palidece. Inés, entretanto, aguarda valerosa.

La Corderita lo recibió gozosa, oró brevemente, inclinó la cabeza y quedó consumado el martirio. La descripción de esta última escena es una de las más bellas páginas de Fabiola, la ejemplar novela del cardenal Wiseman. Los restos virginales fueron enterrados en la Vía Nomentana, en las llamadas catacumbas de Santa Inés. Todavía hoy, el 21 de enero de cada año, se bendicen en este lugar dos corderillos con cuya lana se teje al pallium del papa y de los arzobispos. Santa Inés sigue siendo hoy ejemplo de las jóvenes cristianas.

lunes, 19 de enero de 2015

Martes semana 2ª de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 2 de tiempo ordinario; año impar


No es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre

“Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado»” (Marcos 2,23-28).

1. Los judíos han mitificado el sábado, como algo santo, divino, y Jesús les dice que «el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado». Jesús no quiere que la norma esté por encima de la persona hasta agobiarla. La norma es para ayudar a la persona: «Mi yugo es ligero, yo os doy descanso. El Hijo del hombre es el verdadero señor del sábado. Pues el Hijo del hombre es ahora el sábado de Israel; es nuestro modo de comportarnos como Dios» (rabino Neusner). Esto significa, para un judío, ponerse en lugar de Moisés, como el nuevo Moisés que explica en nombre de Dios la ley y su lugar. Está en juego la reivindicación de autoridad por parte de Jesús: «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá… Tu maestro ¿es Dios?"» (id).
Algunos modernos con poca fe en la divinidad de Jesús, han dicho que Jesús fue mitificado, pero bien dijo Romano Guardini que no se puede tomar a Jesús más que como Dios o un loco o un mentiroso que ha dicho cosas sublimes pero engañó. Sin embargo, vemos que la locura no es correlativa a su magnífica doctrina de amor que nos da vida, con su lógica impecable habla de una doctrina verdadera como nunca hubo, es el culmen de sabiduría humana y divina; y la sublimidad de su vida que entrega hasta la muerte no es tampoco la que corresponde a un malvado, un mentiroso perverso. Sí, Jesús es “señor del sábado”, es Dios, esta es nuestra fe, y su figura nos ayuda a creer. Sí, creemos que tú, Jesús, vienes a liberarnos de la misma norma, y nos ayudas a no ser esclavos sino libres, obedecer por amor.
Hoy como ayer, tomamos el rábano por las hojas, y entendemos muchas veces la moral como cumplir cosas. Estamos muy contraminados por cuanto dijo Kant (en “Lo bello y lo sublime”), cuando afirma que la ética no está en la bondad del corazón, que lo ético hay que situarlo en las normas externas a la persona… en cumplir. Esta separación entre ética y corazón del hombre, es causa de muchos males: estética separada de la bondad, el amor de la verdad, etc. Total, que estamos ante un nuevo fariseísmo, y para decirlo en dos palabras, ha degenerado en puritanismo, actualmente estatalista, y si el Gobierno dice que lo criminal es fumar, pues con no fumar ya puedo tener la conciencia tranquila. Pero Jesús nos dice, a nuestra sociedad, nuevamente farisea, que la cosa no es así. San Agustín lo resumió con aquel: «Ama y haz lo que quieras». “¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él” (Ignasi Fabregat).
También nosotros podemos caer en unas interpretaciones tan meticulosas de la ley que lleguemos a olvidar el amor. La «letra» puede matar al «espíritu». La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el camino para llevar a la práctica el amor. Pero por eso mismo no debe ser absolutizada. El sábado -para nosotros el domingo- está pensado para el bien del hombre. Es un día en que nos encontramos con Dios, con la comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un gesto profético que nos hace bien a todos, para huir de la esclavitud del trabajo o de la carrera consumista. El día del Señor también es día del hombre, con la Eucaristía como momento privilegiado. Pero tampoco nosotros debemos absolutizar el «cumplimiento» del domingo hasta perder de vista, por una exagerada casuística, su espíritu y su intención humana y cristiana. Debemos ver en el domingo sus «valores» más que el «precepto», aunque también éste exista y siga vigente.
Las cosas no son importantes porque están mandadas. Están mandadas porque representan valores importantes para la persona y la comunidad. Es interesante el lenguaje con que el Código de Derecho Canónico (1983) expresa ahora el precepto del descanso dominical, por encima de la casuística de antes sobre las horas y las clases de trabajo: «El domingo los fieles tienen obligación de participar en la Misa y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (c. 1247). Hay que cuidar el bien espiritual de los cristianos y también su alegría y de su salud mental y corporal. Tendríamos que saber distinguir lo que es principal y lo que es secundario. La Iglesia debería referirlo todo -también sus normas- a Cristo, la verdadera norma y la ley plena del cristiano (J. Aldazábal). Por eso Jesús nos dice que es señor del sábado, para que veamos que su interpretación es la correcta, pues él ha hecho es sábado y puede interpretarlo.
Dios no es un tirano, «está siempre a nuestro lado. Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! -Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos».

2. Hoy se nos cuenta la elección y unción de David como rey. Samuel recibe el encargo de preparar al sucesor de Saúl, que todavía seguirá un tiempo en su cargo. Empieza la historia de David, «el rey ideal», carismático por excelencia, que guía la historia de su pueblo. El fracaso de Saúl se interpreta como castigo de Dios. El éxito de David, como don gratuito de Dios. La simpática -y un tanto novelesca- escena de Samuel en casa de Jesé y su familia nos da a entender, una vez más, que los caminos de Dios no son como los nuestros. Todos hubieran apostado por los hermanos mayores, más fuertes y avezados. Nadie contaba con David. Su padre Jesé por poco se olvida de que existe. Ya iban a empezar a comer sin él. Pero Samuel espera que llegue el más joven y le unge de parte de Dios. En aquel momento «el espíritu del Señor invadió a David». Las bromas de Dios, libre y sorprendente en sus caminos.
El mundo de hoy aplaude en sus concursos, en sus campeonatos y en sus medios de comunicación a los fuertes, a los sanos, a los que tienen éxito. Pero Dios aplaude a veces otros valores. De David no vio si era fuerte o no, sino que vio su corazón. Sigue siendo actual para nosotros, si queremos ir consiguiendo la sabiduría de Dios y no la del mundo, el consejo que se le dio a Samuel: «No mires su apariencia ni su gran estatura... la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón». Si siguiéramos esta norma, nos llevaríamos seguramente menos desengaños en la vida. Porque tendemos a poner nuestras ilusiones y nuestra confianza en ídolos humanos y en instituciones efímeras. No acabamos de aprender la lección que nos da Dios, que elige con criterios diversos y que con los medios más pobres y las personas más débiles según el mundo es capaz de hacer cosas grandes. Como dijo la Virgen María: «Ha mirado la pequeñez de su sierva y ha hecho en mí cosas grandes».

3. Como dice el salmo de hoy, «encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado, para que mi mano esté siempre con él». 

Llucià Pou Sabaté 

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San Fabián, papa y mártir. San Sebastián, mártir

SAN FABIÁN, PAPA Y MÁRTIR
Fue el vigésimo Papa de la Iglesia católica, ejerciendo entre los años 236 y 250.
Elegido papa durante las persecuciones que contra los cristianos había ordenado el emperador Decio, las extraordinarias circunstancias de la misma fueron relatadas por el historiador Eusebio de Cesarea quien en el tomo sexto de su obra Historia de la Iglesia relata cómo estando reunidos los electores para seleccionar al sucesor del papa Antero, una paloma se posó sobre Fabián, un granjero laico que se encontraba en Roma accidentalmente y como simple espectador. El pueblo tomó esto como una señal milagrosa de Dios que escogía a Fabián como su candidato e inmediatamente procedieron a ordenarlo sacerdote y obispo.
Debido al crecimiento de Roma dividió la ciudad en siete distritos poniendo a cargo de cada uno de ellos a un diácono para su gobierno y administración. Consagró a varios obispos, entre ellos a San Denis de París al que envió a misionar las Galias, y según la tradición, Fabián instituyó las cuatro órdenes menores. Estableció que todos los años el Jueves Santo fuese renovado el Santo Crisma y que se quemara el del año anterior. También reguló que el Santo Crisma debería prepararse con aceite mezclado con bálsamo.
San Fabián murió mártir el 20 de enero de 250, bajo la persecución de Decio y fue enterrado en la catacumba de San Calixto.
El culto de San Fabián ha estado siempre unido al de San Sebastián, ambos se celebran el 20 de enero, en la festividad de los Santos Mártires.
Es patrón de la aldea de Peñaullán perteneciente al concejo de Pravia en Asturias y co-patrón de Valsinni, una localidad de Italia situada en la provincia de Matera.
SAN SEBASTIÁN, MÁRTIR
Sebastián, hijo de familia militar y noble, era oriundo de Narbona, pero se había educado en Milán. Llegó a ser capitán de la primera corte de la guardia pretoriana. Era respetado por todos y apreciado por el emperador, que desconocía su cualidad de cristiano. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios idolátricos. Además, como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de Cristo. Esta situación no podía durar mucho, y fue denunciado al emperador Maximino quien lo obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo.

El santo escogió la milicia de Cristo; desairado el Emperador, lo amenazó de muerte, pero San Sebastián, convertido en soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Enfurecido Maximino, lo condenó a morir asaeteado: los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de saetas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos que estaban al acecho, se acercaron, y al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana, llamada Irene, que lo mantuvo escondido en su casa y le curó las heridas hasta que quedó restablecido.

Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero el santo se negó rotundamente pues su corazón ardoroso del amor de Cristo, impedía que él no continuase anunciando a su Señor. Se presentó con valentía ante el Emperador, desconcertado porque lo daba por muerto, y el santo le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximino mandó que lo azotaran hasta morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores la misión y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián.

El culto a San Sebastián es muy antiguo; es invocado contra la peste y contra los enemigos de la religión, y además es llamado además el Apolo cristiano ya que es uno de los santos más reproducidos por el arte en general.

sábado, 17 de enero de 2015

Domingo semana 2 de tiempo ordinario: ciclo B

Domingo de la semana 2 de tiempo ordinario; ciclo B

Encontrar a Jesús y seguirle, es la respuesta a la vocación para la que nos ha creado Dios
«Al día siguiente estaba allí de nuevo Juan y dos de sus discípulos y; fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Los dos discípulos, al oírle hablar así siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y viendo que le seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Les respondió: Venid y veréis. Fueron y vieron dónde vivía, y permanecieron aquel día con él. Era alrededor de la hora décima.Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y siguieron a Jesús. Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa el Cristo). Y lo llevó a Jesús. Mirándolo Jesús le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Piedra)» (Juan 1,35-42)
1. Juan presenta a Jesús a dos discípulos:: “he ahí el cordero de Dios”. Jesús morirá en las horas en que eran sacrificados los corderos que iban a ser comidos en la cena de pascua. No nos dice dónde están, pero sí la hora: “serían las cuatro de la tarde”. Las horas del sacrificio de los corderos. El Nacimiento –Navidad- queda así unido a la Cruz, la Pascua…
Los dos discípulos encuentran a Jesús: “Maestro, ¿dónde vives?” Parece que son ellos quienes toman la iniciativa. “Venid y veréis”, les responde el Maestro. Fueron y se quedaron con él aquel día. Van a buscar a sus hermanos: “Hemos encontrado al Mesías”, dice Andrés a su hermano Simón. Ya son cuatro los que le siguen, pero nos quedamos aquí con el tercero, Pedro, para darle más importancia (no se habla de Juan que llama a su hermano Santiago. Al día siguiente, Felipe llevó también a su amigo Natanael).
2. Vemos en la primera lectura al joven Samuel hablar con Dios, en el silencio de la noche. Estamos hoy en un mundo en el que oímos demasiadas cosas, el hombre moderno no sabe estar sin algo que oír: el televisor, los nuevos aparatos de comunicación…
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: —Aquí estoy; vengo porque me has llamado. Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: —Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.» Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: —¡Samuel, Samuel! El respondió: —Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.
El hombre es un ser a la escucha, con la posibilidad de abrirse a la voz divina, al Padre que habla, que nos habla, con carácter personal y que exige también el esfuerzo de escuchar, Dios que nos llama por nuestro nombre para darnos el encargo máximo de nuestra vida, para descubrirnos, ni más ni menos, que nuestra vocación: ese modo especial de realizarnos, esa manera irrepetible de ser. Dios que tiene un proyecto para cada uno de nosotros y quiere que lo conozcamos. Pero escuchar a Dios supone esfuerzo, requiere cierto silencio interior, cierta serenidad de espíritu y, sobre todo, un gran deseo de oírlo. Ser cristiano es ser discípulo de Cristo… Pero escuchar, cuesta ciertamente. Hay que pararse, aquietar el ánimo, esforzarse. Pero de ahí surge el enriquecimiento: el diálogo lleva a la comprensión y al amor (“Dabar 1976”).
Samuel es el último juez, de gran autoridad, y a la vez el instaurador de la monarquía. Vemos en él sencillez y sublimidad; serenidad y dramatismo; silencio y elocuencia; quietud y dinamismo. Tiene la iluminación divina, tendrá que dar un alumbramiento a una etapa nueva.
Eran tiempos de una cierta “ausencia de Dios” (indigno comportamiento de la casta sacerdotal, etc.) pero "la lámpara de Dios que ardía en el santuario no estaba totalmente apagada". Samuel oye voces tres veces, y a la cuarta comprenden, él y Elí, que es Dios quien le habla.
El Salmista nos anima a rezar: “Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito: me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios”.
Después de ese lamento, viene la iluminación: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: ‘Aquí estoy—como está escrito en mi libro—para hacer tu voluntad’”.
Y acaba con el descubrimiento de la misión a la que Dios llama: “Dios mío lo quiero y llevo tu ley en las entrañas. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes”.
3. Pablo aprovecha la ocasión para recordar los principios fundamentales de la ética cristiana del cuerpo.
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él (…) ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” El hombre es el templo del Espíritu Santo. El cuerpo del cristiano está consagrado en el interior, que colabora con el Espíritu.
Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseáis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros”. Jesús nos rescata. Pasa de la esclavitud a la libertad.
Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!” La resurrección prometida es anunciada en esa ciudad, Corinto, de vida licenciosa. Puntualiza el Apóstol: "todo está permitido, pero no todo conviene". "Ser en Cristo" es el fundamento de la conducta moral del cristiano y su motivación. A Pablo le interesa poner de relieve que el fundamento decisivo y el motivo último de la conducta moral es la unión personal con Cristo. No es una ética de normas abstractas sino una vida desde la fe, la esperanza y el amor. "Ser en Cristo" abarca toda la realidad del hombre, alma y cuerpo, todo lo que es y todo lo que hace (P. Franquesa).
Llucià Pou Sabaté  

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Inicio Octavario Unidad de los cristianos

BENEDICTO XVI - AUDIENCIA GENERAL
Palacio Vaticano
Aula Pablo VI
Miércoles, 18 de enero de 2012
Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy comienza la Semana de oración por la unidad de los cristianos que, desde hace más de un siglo, celebran cada año los cristianos de todas las Iglesias y comunidades eclesiales, para invocar el don extraordinario por el que el Señor Jesús oró durante la última Cena, antes de su pasión: «Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). La celebración de la Semana de oración por la unidad de los cristianos fue introducida el año 1908 por el padre Paul Wattson, fundador de una comunidad religiosa anglicana que posteriormente entró en la Iglesia católica. La iniciativa recibió la bendición del Papa san Pío X y fue promovida por el Papa Benedicto XV, quien impulsó su celebración en toda la Iglesia católica con el Breve Romanorum Pontificum, del 25 de febrero de 1916.
El octavario de oración fue desarrollado y perfeccionado en la década de 1930 por el abad Paul Couturier de Lyon, que sostuvo la oración «por la unidad de la Iglesia tal como quiere Cristo y de acuerdo con los instrumentos que él quiere». En sus últimos escritos, el abad Couturier ve esta Semana como un medio que permite a la oración universal de Cristo «entrar y penetrar en todo el Cuerpo cristiano»; esta oración debe crecer hasta convertirse en «un grito inmenso, unánime, de todo el pueblo de Dios», que pide a Dios este gran don. Y precisamente en la Semana de oración por la unidad de los cristianos encuentra cada año una de sus manifestaciones más eficaces el impulso dado por el concilio Vaticano II a la búsqueda de la comunión plena entre todos los discípulos de Cristo. Esta cita espiritual, que une a los cristianos de todas las tradiciones, nos hace más conscientes del hecho de que la unidad hacia la que tendemos no podrá ser sólo resultado de nuestros esfuerzos, sino que será más bien un don recibido de lo alto, que es preciso invocar siempre.
Cada año se encarga de preparar los materiales para la Semana de oración un grupo ecuménico de una región diversa del mundo. Quiero comentar este hecho. Este año, los textos fueron propuestos por un grupo mixto compuesto por representantes de la Iglesia católica y del Consejo ecuménico polaco, que comprende varias Iglesias y comunidades eclesiales de ese país. La documentación fue revisada después por un comité compuesto por miembros del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos y de la Comisión Fe y Constitución del Consejo mundial de Iglesias. También este trabajo, realizado en colaboración en dos etapas, es un signo del deseo de unidad que anima a los cristianos y de la convicción de que la oración es el camino principal para alcanzar la comunión plena, porque caminando unidos hacia el Señor caminamos hacia la unidad. El tema de la Semana de este año —como hemos escuchado— está tomado de la primera carta a los Corintios: «Todos seremos transformados por la victoria de Jesucristo, nuestro Señor» (cf. 1 Co 15, 51-58), su victoria nos transformará. Y este tema fue sugerido por el amplio grupo ecuménico polaco que he citado, el cual, reflexionando sobre su propia experiencia como nación, quiso subrayar la gran fuerza con que la fe cristiana sostiene en medio de pruebas y dificultades, como las que han caracterizado la historia de Polonia. Después de largos debates se eligió un tema centrado en el poder transformador de la fe en Cristo, especialmente a la luz de la importancia que esta fe reviste para nuestra oración en favor de la unidad visible de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Esta reflexión se inspiró en las palabras de san Pablo, quien, dirigiéndose a la Iglesia de Corinto, habla de la índole temporal de lo que pertenece a nuestra vida presente, marcada también por la experiencia de «derrota» del pecado y de la muerte, frente a lo que nos trae la «victoria» de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte en su Misterio pascual.
La historia particular de la nación polaca, que conoció períodos de convivencia democrática y de libertad religiosa, como en el siglo XVI, en los últimos siglos ha estado marcada por invasiones y derrotas, pero también por la lucha constante contra la opresión y por la sed de libertad. Todo esto indujo al grupo ecuménico a reflexionar de modo más profundo en el verdadero significado de «victoria» —qué es la victoria— y de «derrota». Con respecto a la «victoria» entendida de modo triunfalista, Cristo nos sugiere un camino muy distinto, que no pasa por el poder y la potencia. De hecho, afirma: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9, 35). Cristo habla de una victoria a través del amor que sufre, a través del servicio recíproco, la ayuda, la nueva esperanza y el consuelo concreto ofrecidos a los últimos, a los olvidados, a los excluidos. Para todos los cristianos la más alta expresión de ese humilde servicio es Jesucristo mismo, el don total que hace de sí mismo, la victoria de su amor sobre la muerte, en la cruz, que resplandece en la luz de la mañana de Pascua. Nosotros podemos participar en esta «victoria» transformadora si nos dejamos transformar por Dios, sólo si realizamos una conversión de nuestra vida, y la transformación se realiza en forma de conversión. Por este motivo el grupo ecuménico polaco consideró especialmente adecuadas para el tema de su meditación las palabras de san Pablo: «Todos seremos transformados por la victoria de Jesucristo, nuestro Señor» (cf. 1 Co 15, 51-58).
La unidad plena y visible de los cristianos, a la que aspiramos, exige que nos dejemos transformar y conformar, de modo cada vez más perfecto, a la imagen de Cristo. La unidad por la que oramos requiere una conversión interior, tanto común como personal. No se trata simplemente de cordialidad o de cooperación; hace falta fortalecer nuestra fe en Dios, en el Dios de Jesucristo, que nos habló y se hizo uno de nosotros; es preciso entrar en la nueva vida en Cristo, que es nuestra verdadera y definitiva victoria; es necesario abrirse unos a otros, captando todos los elementos de unidad que Dios ha conservado para nosotros y que siempre nos da de nuevo; es necesario sentir la urgencia de dar testimonio del Dios vivo, que se dio a conocer en Cristo, al hombre de nuestro tiempo.
El concilio Vaticano II puso la búsqueda ecuménica en el centro de la vida y de la acción de la Iglesia: «Este santo Concilio exhorta a todos los fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en el trabajo ecuménico» (Unitatis redintegratio, 4). El beato Juan Pablo II puso de relieve la índole esencial de ese compromiso, diciendo: «Esta unidad, que el Señor dio a su Iglesia y en la cual quiere abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra. No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos. Pertenece, en cambio, al ser mismo de la comunidad» (Enc. Ut unum sint, 9). Así pues, la tarea ecuménica es una responsabilidad de toda la Iglesia y de todos los bautizados, que deben hacer crecer la comunión parcial ya existente entre los cristianos hasta la comunión plena en la verdad y en la caridad. Por lo tanto, la oración por la unidad no se limita a esta Semana de oración, sino que debe formar parte de nuestra oración, de la vida de oración de todos los cristianos, en todos los lugares y en todos los tiempos, especialmente cuando personas de tradiciones diversas se encuentran y trabajan juntas por la victoria, en Cristo, sobre todo lo que es pecado, mal, injusticia y violación de la dignidad del hombre.
Desde que nació el movimiento ecuménico moderno, hace más de un siglo, siempre ha habido una clara consciencia de que la falta de unidad entre los cristianos impide un anuncio más eficaz del Evangelio, porque pone en peligro nuestra credibilidad. ¿Cómo podemos dar un testimonio convincente si estamos divididos? Ciertamente, por lo que se refiere a las verdades fundamentales de la fe, nos une mucho más de lo que nos divide. Pero las divisiones existen, y atañen también a varias cuestiones prácticas y éticas, suscitando confusión y desconfianza, debilitando nuestra capacidad de transmitir la Palabra salvífica de Cristo. En este sentido, debemos recordar las palabras del beato Juan Pablo II, quien en su encíclica Ut unum sint habla del daño causado al testimonio cristiano y al anuncio del Evangelio por la falta de unidad (cf. nn. 98-99). Este es un gran desafío para la nueva evangelización, que puede ser más fructuosa si todos los cristianos anuncian juntos la verdad del Evangelio de Jesucristo y dan una respuesta común a la sed espiritual de nuestros tiempos.
El camino de la Iglesia, como el de los pueblos, está en las manos de Cristo resucitado, victorioso sobre la muerte y sobre la injusticia que él soportó y sufrió en nombre de todos. Él nos hace partícipes de su victoria. Sólo él es capaz de transformarnos y cambiarnos, de débiles y vacilantes, en fuertes y valientes para obrar el bien. Sólo él puede salvarnos de las consecuencias negativas de nuestras divisiones. Queridos hermanos y hermanas, os invito a todos a uniros en oración de modo más intenso durante esta Semana por la unidad, para que aumente el testimonio común, la solidaridad y la colaboración entre los cristianos, esperando el día glorioso en que podremos profesar juntos la fe transmitida por los Apóstoles y celebrar juntos los sacramentos de nuestra transformación en Cristo. Gracias.
© Copyright 2012 - Libreria Editrice Vaticana
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AUDIENCIA GENERAL DE BENEDICTO XVI
Palacio Vaticano
Aula Pablo VI
20 de Enero de 2010

Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Queridos hermanos y hermanas:

Estamos a mitad de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, una iniciativa ecuménica, que se ha ido estructurando desde hace más de un siglo, y que cada año llama la atención sobre un tema, el de la unidad visible entre los cristianos, que implica la conciencia y estimula el compromiso de quienes creen en Cristo. Y lo hace, ante todo, con la invitación a la oración, como imitación de Jesús mismo, que pide al Padre para sus discípulos: "Que sean uno, para que el mundo crea" (Jn 17, 21). La exhortación perseverante a la oración por la comunión plena entre los seguidores del Señor manifiesta la orientación más auténtica y profunda de toda la búsqueda ecuménica, porque la unidad es ante todo don de Dios. En efecto, como afirma el concilio Vaticano II: "El santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la una y única Iglesia de Cristo excede las fuerzas humanas" (Unitatis redintegratio, 24). Por lo tanto, además de nuestro esfuerzo por desarrollar relaciones fraternas y promover el diálogo para aclarar y resolver las divergencias que separan a las Iglesias y las comunidades eclesiales, es necesaria la confiada y concorde invocación al Señor.

El tema de este año está tomado del Evangelio de san Lucas, de las últimas palabras de Cristo Resucitado a sus discípulos: "Vosotros sois testigos de todo esto" (Lc 24, 48). La propuesta del tema la pidió el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, de acuerdo con la Comisión Fe y Constitución del Consejo mundial de Iglesias, a un grupo ecuménico de Escocia. Hace un siglo la Conferencia mundial para la consideración de los problemas relativos al mundo no cristiano tuvo lugar precisamente en Edimburgo, Escocia, del 13 al 24 de junio de 1910. Entre los problemas que se discutieron entonces estaba el de la dificultad objetiva de proponer con credibilidad el anuncio evangélico al mundo no cristiano por parte de los cristianos divididos entre sí. Si a un mundo que no conoce a Cristo, que se ha alejado de él o que se muestra indiferente al Evangelio, los cristianos se presentan desunidos, más aún, con frecuencia contrapuestos, ¿será creíble el anuncio de Cristo como único Salvador del mundo y nuestra paz? La relación entre unidad y misión ha representado desde ese momento una dimensión esencial de toda la acción ecuménica y su punto de partida. Y por esta aportación específica esa Conferencia de Edimburgo es uno de los puntales del ecumenismo moderno. La Iglesia católica, en el concilio Vaticano II, retomó y confirmó con vigor esta perspectiva, afirmando que la división entre los discípulos de Jesús no sólo "contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, sino que además es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura" (Unitatis redintegratio, 1).

En ese contexto teológico y espiritual se sitúa el tema propuesto para esta Semana dedicada a la meditación y la oración: la exigencia de un testimonio común de Cristo. El breve texto propuesto como tema, "Vosotros sois testigos de todo esto", hay que leerlo en el contexto de todo el capítulo 24 del Evangelio según san Lucas. Recordemos brevemente el contenido de este capítulo. Primero las mujeres van al sepulcro, ven los signos de la resurrección de Jesús y anuncian lo que han visto a los Apóstoles y a los demás discípulos (v. 8); después el mismo Jesús resucitado se aparece a los discípulos de Emaús en el camino, luego a Simón Pedro y, sucesivamente, "a los Once y a los que estaban con ellos" (v. 33). Les abre la mente para que comprendan las Escrituras acerca de su muerte redentora y su resurrección, afirmando que "se predicará en su nombre a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados" (v. 47). A los discípulos que se encuentran "reunidos" y que han sido testigos de su misión, el Señor resucitado les promete el don del Espíritu Santo (cf. v. 49), a fin de que juntos lo testimonien a todas las naciones. De ese imperativo -"de todo esto", de esto vosotros sois testigos (cf. Lc 24, 48)-, que es el tema de esta Semana de oración por la unidad de los cristianos, brotan para nosotros dos preguntas. La primera: ¿qué es "todo esto"? La segunda: ¿cómo podemos nosotros ser testigos de "todo esto"?

Si nos fijamos en el contexto del capítulo, "todo esto" significa ante todo la cruz y la resurrección: los discípulos han visto la crucifixión del Señor, ven al Resucitado y así comienzan a entender todas las Escrituras que hablan del misterio de la pasión y del don de la resurrección. "Todo esto", por lo tanto, es el misterio de Cristo, del Hijo de Dios hecho hombre, que murió por nosotros y resucitó, que vive para siempre y, de ese modo, es garantía de nuestra vida eterna.

Pero conociendo a Cristo —este es el punto esencial— conocemos el rostro de Dios. Cristo es sobre todo la revelación de Dios. En todos los tiempos, los hombres perciben la existencia de Dios, un Dios único, pero que está lejos y no se manifiesta. En Cristo este Dios se muestra, el Dios lejano se convierte en cercano. Por lo tanto, "todo esto" es, principalmente el misterio de Cristo, Dios que se ha hecho cercano a nosotros. Esto implica otra dimensión: Cristo nunca está solo; él vino entre nosotros, murió solo, pero resucitó para atraer a todos hacia sí. Cristo, como dice la Escritura, se crea un cuerpo, reúne a toda la humanidad en su realidad de la vida inmortal. Y así, en Cristo, que reúne a la humanidad, conocemos el futuro de la humanidad: la vida eterna. De manera que todo esto es muy sencillo, en definitiva: conocemos a Dios conociendo a Cristo, su cuerpo, el misterio de la Iglesia y la promesa de la vida eterna.

Pasemos ahora a la segunda pregunta. ¿Cómo podemos nosotros ser testigos de "todo esto"? Sólo podemos ser testigos conociendo a Cristo y, conociendo a Cristo, conociendo también a Dios. Pero conocer a Cristo implica ciertamente una dimensión intelectual —aprender cuanto conocemos de Cristo— pero siempre es mucho más que un proceso intelectual: es un proceso existencial, es un proceso de la apertura de mi yo, de mi transformación por la presencia y la fuerza de Cristo, y así también es un proceso de apertura a todos los demás que deben ser cuerpo de Cristo. De este modo, es evidente que conocer a Cristo, como proceso intelectual y sobre todo existencial, es un proceso que nos hace testigos. En otras palabras, sólo podemos ser testigos si a Cristo lo conocemos de primera mano y no solamente por otros, en nuestra propia vida, por nuestro encuentro personal con Cristo. Encontrándonos con él realmente en nuestra vida de fe nos convertimos en testigos y así podemos contribuir a la novedad del mundo, a la vida eterna. El Catecismo de la Iglesia católica nos da una indicación también para entender el contenido de "todo esto". La Iglesia ha reunido y resumido lo esencial de cuanto el Señor nos ha dado en la Revelación, en el "Símbolo llamado niceno-constantinopolitano, que debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los dos primeros concilios ecuménicos (325 y 381)" (n. 195). El Catecismo precisa que este Símbolo "sigue siendo todavía hoy común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente" (ib.). En este Símbolo, por lo tanto, se encuentran las verdades de fe que los cristianos pueden profesar y testimoniar juntos, para que el mundo crea, manifestando, con el deseo y el compromiso de superar las divergencias existentes, la voluntad de caminar hacia la comunión plena, la unidad del Cuerpo de Cristo.

La celebración de la Semana de oración por la unidad de los cristianos nos lleva a considerar otros aspectos importantes para el ecumenismo. Ante todo, el gran avance logrado en las relaciones entre Iglesias y comunidades eclesiales después de la Conferencia de Edimburgo de hace un siglo. El movimiento ecuménico moderno se ha desarrollado de modo tan significativo que en el último siglo se convirtió en un elemento importante en la vida de la Iglesia, recordando el problema de la unidad entre todos los cristianos y sosteniendo también el crecimiento de la comunión entre ellos. No sólo favorece las relaciones fraternas entre las Iglesias y las comunidades eclesiales en respuesta al mandamiento del amor, sino que también estimula la investigación teológica. Además, implica la vida concreta de las Iglesias y las comunidades eclesiales con temáticas que tocan la pastoral y la vida sacramental, como, por ejemplo, el reconocimiento mutuo del Bautismo, las cuestiones relativas a los matrimonios mixtos, los casos parciales de comunicatio in sacris en situaciones particulares bien definidas. En la estela de este espíritu ecuménico, los contactos se han ido ampliando también a movimientos pentecostales, evangélicos y carismáticos, para un mayor conocimiento recíproco, si bien no faltan problemas graves en este sector.

La Iglesia católica, desde el concilio Vaticano II, ha entablado relaciones fraternas con todas las Iglesias de Oriente y las comunidades eclesiales de Occidente, especialmente organizando con la mayor parte de ellas diálogos teológicos bilaterales, que han llevado a encontrar convergencias o también consensos en varios puntos, profundizando así los vínculos de comunión. En el año que acaba de concluir los distintos diálogos han dado pasos positivos. Con las Iglesias ortodoxas, la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico, en la XI Sesión plenaria que tuvo lugar en Paphos, Chipre, en octubre de 2009, comenzó el estudio de un tema crucial en el diálogo entre católicos y ortodoxos: El papel del obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio, es decir, en el tiempo en que los cristianos de Oriente y de Occidente vivían en la comunión plena. Este estudio se extenderá sucesivamente al segundo milenio. Otras veces ya he solicitado la oración de los católicos por este diálogo delicado y esencial para todo el movimiento ecuménico. También con las antiguas Iglesias ortodoxas de Oriente (copta, etiópica, siria, armenia), la análoga Comisión mixta se reunió del 26 al 30 de enero del año pasado. Estas importantes iniciativas demuestran que se está llevando a cabo un diálogo profundo y rico de esperanzas con todas las Iglesias de Oriente que no están en comunión plena con Roma, en su propia especificidad.
Durante el año pasado, con las comunidades eclesiales de Occidente se han examinado los resultados alcanzados en los distintos diálogos de estos cuarenta años, deteniéndose especialmente en los diálogos con la Comunión anglicana, con la Federación luterana mundial, con la Alianza reformada mundial y con el Consejo mundial metodista. Al respecto, el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos ha realizado un estudio para dilucidar los puntos de convergencia a los que se ha llegado en los relativos diálogos bilaterales, y señalar, al mismo tiempo, los problemas abiertos sobre los que será preciso comenzar una fase nueva de confrontación.

Entre los eventos recientes, quiero mencionar la conmemoración del décimo aniversario de la Declaración común sobre la doctrina de la justificación, celebrado conjuntamente por católicos y luteranos el 31 de octubre de 2009, para estimular la continuación del diálogo, como también la visita a Roma del arzobispo de Canterbury, doctor Rowan Williams, quien mantuvo también conversaciones sobre la situación particular en que se encuentra la Comunión anglicana. El compromiso común de continuar las relaciones y el diálogo son un signo positivo, que manifiesta cuán intenso es el deseo de la unidad, pese a todos los problemas que la obstaculizan. Así vemos que existe una dimensión de nuestra responsabilidad en hacer todo lo posible para llegar realmente a la unidad, pero también existe la otra dimensión, la de la acción divina, porque sólo Dios puede dar la unidad a la Iglesia. Una unidad "auto-confeccionada" sería humana, pero nosotros deseamos la Iglesia de Dios, hecha por Dios, el cual creará la unidad cuando quiera y cuando nosotros estemos preparados. Debemos tener presentes también los avances reales que se han alcanzado en la colaboración y en la fraternidad en todos estos años, en estos últimos cincuenta años. Al mismo tiempo, debemos saber que la labor ecuménica no es un proceso lineal. En efecto, problemas viejos, nacidos en el contexto de otra época, pierden su peso, mientras que en el contexto actual surgen nuevos problemas y nuevas dificultades. Por lo tanto, debemos estar siempre dispuestos para un proceso de purificación, en el que el Señor nos haga capaces de estar unidos.

Queridos hermanos y hermanas, pido la oración de todos por la compleja realidad ecuménica, por la promoción del diálogo, como también para que los cristianos de nuestro tiempo den un nuevo testimonio común de fidelidad a Cristo ante nuestro mundo. Que el Señor escuche nuestra invocación y la de todos los cristianos, que en esta semana se eleva a él con especial intensidad".

viernes, 16 de enero de 2015

Sábado semana 1ª de tiempo ordinario: año impar

Sábado de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Vocación de Mateo, manifestación de la misericordia divina con los pecadores
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?». Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores»” (Marcos 2,13-17).
1. Hoy acabamos estos evangelios de la primera semana donde hemos visto tu misericordia, Jesús, volcarse sobre los necesitados, hoy sobre Mateo. Es la llamada de Jesús. Algunos de los apóstoles escogidos por Jesús son fervientes observantes de la religión judía, algunos incluso de los más celosos (zelotes). Pero “al otro lado del círculo de los Doce encontramos a Levi-Mateo, estrecho colaborador del poder dominante como recaudador de impuestos; debido a su posición social, se le debía considerar como un pecador público” (Benedicto XVI). Hoy contemplamos su conversión, cuando Jesús pasa: es algo “mágico” (en el sentido de misterioso), que no es solamente una cuestión moral o de ver, una filosofía del instante presente, de aprovechar el momento: tiene Jesús la capacidad de ofrecer un cambio de corazón instantáneo, algo así como una “mutación” de la energía interior, sobrenaturalizarnos…. Un flechazo que transforma el interior.
Por eso muchas cosas “pasan” cuando Jesús “pasa junto a” y “mira” a alguien, vuelca su mirada en la persona que tiene delante, Caravaggio quiso plasmar ese momento en el que Jesús dirigió esa mirada suya a Leví y con ella penetró en su alma, y se metió en su vida. «Pasando», lo miró. Hay una comunión profunda entre Jesús y la persona “mirada” por él. Después de esta mirada, las cosas no quedan nunca como estaban. La vocación es una llamada personalizada. Mirada libre, que no coacciona ni somete de ninguna forma: invita. Jesús se presenta casi siempre en camino. El Jesús en movimiento es también el Jesús que pone en movimiento. La llamada se realiza siempre en el contexto histórico de la persona que es llamada, en medio de sus cosas (barcas o banco...).
Esa mirada tiene algo anterior en el tiempo, un destino y misión: “Antes que fueses formado, en el seno materno, yo te conocí; antes que salieses del seno de tu madre, yo te consagré y te hice profeta” (Jr 1,5). Destino sería el día a día que forjamos con el aprendizaje, las dificultades y otras cosas… la misión, el motivo de nuestra existencia, para lo que Dios nos dio cualidades y ese aprendizaje… Jesús pasa, ama y llama a los que él quiere (cf. Mc 3,13), cuando él quiere y como él quiere, “no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su propósito y de la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos” (2 Tm 1,9). Si por una parte, cuando Jesús invita al seguimiento anima a los discípulos a perseguir metas elevadas (cf Mt 11,12), por otra parte les deja claro que si no fuese por la ayuda divina fracasarían necesariamente en su empresa (cf Mc 10,38). Aunque es en el tiempo cuando descubrimos poco a poco esa llamada suya, en Dios está desde toda la eternidad. Somos amados en Cristo y llamados, a imagen suya, en nuestras circunstancias, para estar con Jesús (cf Mc 3,13), a seguirle (cf Mc 1,17), a estar donde está él (cf Jn 12,26).
La llamada es a veces imprevisible, sorprendente: un pecador, un vendido a Roma, que les sangra impuestos de los invasores para revenderlos a los romanos, quedándose una parte, un traidor, es uno de los escogidos para la nueva alianza. La llamada lleva consigo también la fuerza para responder. Cuando dice “Sígueme”, incluye esta Palabra el poder transformador para hacer todo lo que conviene a seguir a Jesús. Jesús, como Yahweh en el Antiguo Testamento, tiene en su palabra autoridad, y la fuerza para la misión que nos da. Sorprende la pronta respuesta que dan los discípulos a la invitación del Señor: al instante, dejándolo todo, le siguen (Mc 1,22). No es algo a lo que no se pueda resistir, pues la respuesta es libre y hay ejemplos de quien dice “no” (Jonás, el joven rico, Judas). Hay un encuentro entre la libertad de Dios y del que es llamado, ¿a qué? A la misión, pues es un dejarse implicar: “Me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, para que le anunciase entre los gentiles...” (Gal 1,15-16).
Es una llamada en primer lugar a estar con Jesús, seguirle: “Los llamó para que estuvieran con él y enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Sólo quien le conoce, quien ‘permanece’ con él (cf Jn 1,39) puede dar fruto, como el sarmiento da fruto sólo si permanece unido a la vid (cf Jn 15,4-5).
Leví se convierte, sigue a Jesús. Con esta prontitud y generosidad hizo el gran "negocio". No solamente el "negocio del siglo", sino también el de la eternidad: «Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo por mi nombre, recibirá el ciento por uno y gozará de la vida eterna» (Mt 19,29). Cuando le preguntan a Teresa de Calcuta por qué no se casa, ella responde que su vocación de servicio es para todos, esto implica no atarse a una persona, sacrificar el formar una familia particular abre perspectivas como Jesús vivió.
En la comida que después organiza Leví, junto a Jesús invita a sus antiguos colegas, considerados pecadores. Ahí se desarrolla la disputa sobre si Jesús hace mal en juntarse con ese tipo de gente. De hecho, la idea de no juntarse con personas de vida públicamente pecadora es común a muchas culturas, y se ha formulado incluso algún principio moral de “no colaboración con el mal” que ha apartado a los cristianos del trato con algunas personas, y actividades como política (partidos socialistas o de izquierdas), economía, cine y teatro, televisión y cierto tipo de prensa… Jesús afirma venir para los pecadores, cosa que también sorprende y que interpreto en el sentido de que los que se creen sanos no pueden abrir su corazón a la salvación. Todos somos pecadores y, como dirá san Pablo, «todos han pecado y se han privado de la gloria de Dios» (Rm 3,23). Cristo por esto ha muerto en la cruz y derramado su sangre preciosa: para remisión de los pecados: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados". Con su muerte, el Hijo nos ha obtenido la redención y el perdón de los pecados. Es decir, que el pecador como Leví se convierte y recupera su dignidad perdida (imagen de Dios); pero todos necesitamos esta conversión (Mt 3,7-12), pues nunca estamos a la altura de la vocación a la que somos llamados; es algo que abarca toda la vida (Mt 3,8; Lc 3,10-14), “cambio de mentalidad” (metánoya); en la propuesta de Jesús no hay nada de coacción (siempre dice: “quien quiera seguirme…”), no violenta los corazones, no coacciona, Dios no quiere imponerse sino que se presenta como un pretendiente a pedir nuestro amor. El mundo no es salvado por los crucificadores, sino por el crucificado por amor (especialmente en su debilidad, colgado en la Cruz, es cuando atrae todos hacia sí).
Quizá Leví pensaba dejarlo todo, asqueado con aquel camino que no le llenaba, que le degradaba… entonces, precisamente entonces, Jesús aparece, cuando más lo necesita, cuando está para pensar en hacer una tontería, en dejarse llevar por ese fruto del remordimiento cerrado en uno mismo que es el resentimiento, no perdonarse a uno mismo. Pero así como el dolor no es malo, sino un síntoma del mal, el remordimiento es el dolor del alma que indica una herida, que ha de transformar el remordimiento en arrepentimiento. Entonces, nace el deseo de penitencia (Catecismo, 1989); hay una apertura a la verdad y al bien. Aquellas dificultades que hundían, por la humildad se transforman en oportunidades. Nada está perdido, hay más experiencia. Si la voluntad se inclina maliciosamente hacia conductas pecaminosas, si las pasiones y los sentidos experimentan un desorden que les lleva a rebelarse al impulso de la razón, más fuerte es el amor de Dios, que ayuda a ir creciendo una nueva vida; después va influyendo en los que le rodean.
2. El profeta cede a las peticiones de un rey, que le hace el pueblo: -“Conforme a la demanda de los ancianos y del pueblo, Israel tendrá un «Rey»”. Dios está presente en todas las actividades humanas. Gracias, Señor, por la libertad que nos has dado. Y el Concilio Vaticano II ha hablado, a ese respecto, de la "justa autonomía de las realidades terrestres". (G. S., 36-2) Pero Dios nos previene contra una confianza demasiado absoluta en ese sistema. Hay unas aparentes causalidades por las que Dios reconduce todo hacia un plan…
-“Habiéndose extraviado unas asnas, Kish dijo a su hijo Saúl que saliera a buscarlas. Fue durante ese largo viaje cuando, por azar, Saúl encuentra a Samuel y éste le nombra Rey”. Fácilmente queremos absolutizar nuestras opciones políticas, o cuestiones humanas, o creencias religiosas no esenciales y a veces contrarias a la verdad, diciendo: "Dios lo quiere", o bien "el evangelio exige eso ", para justificar nuestros propios análisis. "Frecuentemente, la visión cristiana de las cosas inclinará a tal o cual cristiano hacia una tal o cual solución. Pero, con igual sinceridad, otros fieles podrán juzgar de otro modo" (Concilio Vaticano II, G.S., 43-3).
-“Al día siguiente tomó Samuel el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl: "¿No es el Señor quien te ha ungido como jefe de su pueblo?"” Se pide ayuda a Dios.
3. Señor, el rey se regocija por tu fuerza, ¡y cuánto se alegra por tu victoria! Tú has colmado los deseos de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios. Porque te anticipas a bendecirlo con el éxito y pones en su cabeza una corona de oro puro. Te pidió larga vida y se la diste: días que se prolongan para siempre. Su gloria se acrecentó por tu triunfo, tú lo revistes de esplendor y majestad; le concedes incesantes bendiciones, lo colmas de alegría en tu presencia”.
Llucià Pou Sabaté

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San Antonio, abad

«Y se le acercó uno, y le dijo: Maestro, ¿qué cosas buenas debo hacer para alcanzar la vida eterna? El le respondió: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es el bueno. Por lo demás, si quieres entrar en la Vida, guarda los mandamientos. Le preguntó: ¿Cuáles? Jesús le respondió: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Díjole el joven: Todo esto lo he guardado. ¿Qué me falta aún? Jesús le respondió: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los Cielos; luego ven y sígueme. Al oír el joven estas palabras se marchó triste, pues tenía muchas posesiones. «Jesús dijo entonces a sus discípulos: En verdad os digo: difícilmente entrará un rico en el Reino de los Cielos. Es mas, os digo que es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
Cuando oyeron esto sus discípulos, quedaron muy asombrados y decían: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando su mirada en ellos, les dijo: Para el hombre esto es imposible, para Dios, sin embargo, todo es posible.» (Mateo 19, 16-26)
1º. Jesús, hoy considero contigo la escena del joven rico.
Quería saber qué «cosas buenas» debía hacer para ser santo, para «alcanzar la vida eterna».
Tu respuesta es sencilla: «guarda los mandamientos.»
Algunos mandamientos están escritos en forma negativa no porque se trate de «no hacer» cosas malas, sino porque el único límite está en el mínimo.
Guardar los mandamientos -que es más que el simple cumplir-  consiste en hacer cosas buenas, y ahí -en lo positivo- no hay límite.
No hay límite en amar a los padres o al prójimo; no hay límite en la virtud de la sinceridad, de la pureza o de la justicia; y mucho menos hay límite en amar a Dios sobre todas las cosas.
«¿Qué cosas buenas debo hacer? Guarda los mandamientos».
Jesús, que no me confunda: guardar los mandamientos no es un conjunto de limitaciones, sino una guía, un compendio de direcciones que debo seguir para «entrar en la Vida.»
Esas direcciones que marcan los mandamientos son las virtudes; especialmente las virtudes teologales -fe, esperanza y caridad- y las virtudes morales -prudencia, justicia, fortaleza y templanza-.
Mi vida cristiana consiste en luchar por mejorar en las virtudes.
Por eso, la Iglesia no proclama santa a una persona sin demostrar antes que ha vivido las virtudes en grado heroico.
Jesús, guardar los mandamientos, crecer en las virtudes, es un programa válido para todo cristiano.
La llamada a la santidad es universal: de todos esperas esa lucha por vivir las virtudes en grado heroico.
Pero a algunos les pides más, dándoles una gracia interior que les hace preguntarse: «¿qué me falta aún?»
¿No podría hacer más por Ti?
«Vende cuanto tienes y dalo a los pobres; luego ven y sígueme.»
Jesús, cuando llamas a alguien a seguirte más de cerca, no le pides solamente unas cosas buenas, sino todo: recursos materiales, ilusiones profesionales, tiempo, y -sobre todo- el corazón; ese corazón que has creado para amar y que, al entregártelo, se hace aún más capaz de amar.
De esta manera, Jesús, el apóstol vive en el mundo con un corazón ensanchado, engrandecido por tu cercanía y por el trato íntimo contigo, pues Tú eres el verdadero Amor.
Y ese Amor se vuelca en obras de caridad para con las demás personas, y tiene como fruto característico la alegría: una alegría inmensa  -lo contrario de la tristeza con la que se marchó el joven rico- que nada ni nadie puede arrebatar.
2º. Jesús, ante la respuesta negativa del joven rico cuando Tú le llamas a dejarlo todo y seguirte, adviertes a tus discípulos: «difícilmente entrará un rico en el Reino de los Cielos.»
Quieres aprovechar el ejemplo para enseñarles que «no se puede servir a Dios y a las riquezas»(Mateo 6,24).
Son dos fines que se excluyen: o Tú eres mi último fin o, en el fondo, mi último fin soy yo mismo: tener, dominar, pasármelo bien, sobresalir.
El tema no es tanto el tener más o menos riquezas, sino el «servir a Dios o a las riquezas»ser pobre o rico de espíritu.
Por eso, en las Bienaventuranzas, dices: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mateo 5,3).
Se puede «servir a las riquezas» con muy poco dinero, y al revés: con mucho dinero se puede«servir a Dios».
Por eso, he de tener cuidado de cómo pongo el corazón en las cosas materiales: un coche de tal marca, un artículo de lujo, un capricho, una comodidad.
¿Uso lo que tengo con moderación y con cuidado para que dure?
¿Me creo necesidades superfluas?
Jesús, me pides que tenga el corazón desprendido de lo material, que sepa prescindir de lo que otros «necesitan» por lujo, capricho, comodidad o vanidad.
Sólo así seré pobre de espíritu, que significa libre de espíritu: libre para amar a Dios y a los demás.