martes, 13 de enero de 2015

Miercoles semana 1ª tiempo ordinario: año impar

Miércoles de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Jesús sigue curando en sábado, dando sentido al “descanso”, y nos enseña a dedicar tiempo a la oración
“En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Marcos 1,29-39).
1. Jesús, te veo salir de la sinagoga donde has curado a uno, y vas a casa de Pedro y curas a su suegra: la tomas de la mano y la “levantas”, usando el mismo verbo que se usa para tu resurrección, «levantar» (en griego, «egueiro»). Veo ahí que comunicas tu victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a los poseídos por el demonio. Es tu misión de Mesías y Salvador: curar enfermos, consolar a los tristes, expulsar demonios, predicar.
Luego, “al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados”.Todos quieren ser curados por ti, Señor. “La ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían”.
 “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración”. Tienes tiempo para ponerte a rezar a solas con tu Padre.Nosotros decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo de rezar! Realizamos un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de olvidar la más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder hacer las unas sin desatender las otras. San Francisco nos lo plantea así: «Hay que trabajar fiel y devotamente, sin apagar el espíritu de la santa oración y devoción, al cual han de servir las otras cosas temporales».
El Catecismo, al frente de las tentaciones en la oración, pone ésta: “La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes” (2732).
Es muy eficaz la oración, lleva a la audacia: “En San Pablo, esta confianza es audaz, basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único. La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición” (2739).
Y Jesús nos enseña a rezar, con su vida: “La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros” (2740). “Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre. Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones” (2741).
 “Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan»”.Quieren escucharte, Señor, que los cures. “Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios”. San Pedro resumía la vida de Jesús haciendo referencia a esta dimensión taumatúrgica propia de la vida pública del Señor; así lo dice ante los judíos: ...”Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis”(Act 2,22); y ante el centurión Cornelio: ...”Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Act 10,37-38).
Te doy gracias, Señor, por tus milagros, para ayudar a los pobres, para ayudarnos a creer:
-Milagros sobre los espíritus, pues ángeles como demonios se sometían públicamente a ti;
-milagros cósmicos sobre las cosas (como la conversión del agua en vino, la primera pesca milagrosa, el apaciguamiento de la tempestad; las multiplicaciones de los panes, caminar sobre las aguas, moneda extraída del pez, se seca la higuera maldita). También los portentos en algunos momentos, desde la estrella de Belén hasta el cosmos que llora a su muerte;
- milagros sobre personas, de orden moral, y curaciones: resurrecciones (tres), curaciones (16 aparecen) y milagros de majestad (de su potestad, autoridad).
Sólo Dios puede hacer milagros, y Jesucristo los ejecutaba con su propio poder, sin recurrir a la oración, como los otros taumaturgos. Por eso dice San Lucas que salía de Él un poder que sanaba a todos (Lc 6,19). Con esto se muestra, dice San Cirilo, que “no obrara con poder prestado”. El mismo Jesús declara el origen divino de su poder cuando dice: “Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: ...lo que hace [el Padre], eso también lo hace igualmente el Hijo... Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere”(Juan 5,19.21).
Tiempo especialmente importante es la juventud, para ayudar en la educación integral, haciendo ver que necesitamos este tiempo de silencio creador, que es la oración, esos tiempos de reflexión: “No basta ser cristianos por el Bautismo recibido o por las condiciones histórico-sociales en que se ha nacido o se vive. Poco a poco se crece en años y en cultura, se asoman a la conciencia problemas nuevos y exigencias nuevas de claridad y certeza. Es necesario, pues, buscar responsablemente las motivaciones de la propia fe cristiana. Si no llegamos a ser personalmente conscientes y no tenemos una comprensión adecuada de lo que se debe creer y de los motivos de la fe, en cualquier momento todo puede hundirse faltalmente y ser echados fuera, a pesar de la buena voluntad de los padres y educadores. Por eso, hoy especialmente es tiempo de estudio, de meditación, de reflexión. Por eso os digo: emplead bien vuestra inteligencia, esforzaos por lograr convicciones concretas y personales, no perdáis el tiempo, profundizad en los motivos y fundamentos de vuestra fe en Cristo y en la Iglesia, para ser fieles ahora y en vuestro futuro” (Juan Pablo II).
Lo que agobia y cansa es lo que se teme. Se teme lo que se deja para más tarde y como se deja para más tarde sabiendo que se debe hacer agobia, es como una losa que se lleva encima, pesa. Jesús nos enseña a poder atender a la gente, porque atendemos a nuestra alma, donde habita el principal que hemos de atender, el Señor.
2. El Señor se acercó al joven y lo llamó: «¡Samuel! ¡Samuel!» El momento de una vocación es decisivo. Hasta aquí el niño Samuel vive en el templo, en el ambiente litúrgico. -Tres veces... llamó el Señor, para ser oído, para provocar la toma de conciencia. La escucha de Dios no es fácil, ni absolutamente evidente.
-“Fue corriendo hacia el sumo sacerdote y dijo: "Heme aquí"”. La llamada de Dios pasa por la mediación de un hombre, el sumo-sacerdote. «Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al niño, y le dijo...» ¿Tengo yo la simplicidad de aceptar la mediación de mis hermanos, de la Iglesia para ayudarme a interpretar la palabra de Dios?
-“Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la Palabra del Señor”.Escuchar a Dios. Se establece una cierta familiaridad con el pensamiento habitual de alguien, y esto hace que uno acabe por «conocer», por «adivinar». Ayúdanos, Señor, a frecuentar asiduamente tu Palabra.
-“Habla, Señor, tu siervo escucha”, dijo Samuel. Repetir esta oración.
-“Samuel crecía. El Señor estaba con él, y todo Israel reconoció la autoridad de Samuel como profeta del Señor”. La llamada de Dios, la vocación más personal, es siempre una misión, un servicio a los hombres. El profeta es llamado a realizar una tarea en el seno del pueblo de Dios. "Servidor de Dios", es también «servidor de los hombres». La atención a la Palabra de Dios, la oración, la plegaria, me remiten a mis tareas humanas, «el Señor está conmigo...» para cumplirlas mejor (Noel Quesson).
3. El salmo responsorial hace eco a esta actitud con otra consigna similar: «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Consigna que la carta a los Hebreos aplica a Cristo en el momento de su encarnación.
La del joven Samuel debería ser también nuestra actitud: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Así como la que nos ha propuesto el salmo: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Como hizo María Virgen, contestando al ángel «hágase en mi según tu palabra» y el joven Pablo, con su disponibilidad total a Cristo: «¿Qué tengo que hacer»? Dios nos sigue hablando: tendríamos que saber escuchar su voz en lo interior, o en los ejemplos y consejos de las personas, o en los acontecimientos de nuestra vida, o en las consignas de la Iglesia. No siempre son claras estas voces: Samuel reconoció a Dios a la tercera.
Llucià Pou Sabaté

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San Juan de Ribera, obispo

«Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo.
«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros.» (Juan 15, 9-17)

1º. Jesús, me amas con amor infinito: «Como el Padre me amó, así os he amado yo.»
Me amas, Jesús, con amor de Dios, con amor divino.
¿Qué he hecho yo para merecer tanto amor?
¿Cómo no voy a estar seguro, sereno, lleno de paz y de alegría, cuando Tú me proteges y me mimas con mil cuidados, cuando eres capaz de dar tu vida por mí?
Esta combinación de confianza en tus conocimientos de Creador, y confianza en tus buenas intenciones de Padre, deberían dejarme bien claro que la mejor opción para mi decisión libre, la opción más inteligente, es la obediencia a tus mandatos, el seguimiento de tu voluntad.
«Permaneced en mi amor.»
Por eso, Jesús, sólo me pides que no te abandone, que no traicione a ese amor tan grande que me tienes, que te devuelva amor por Amor: que te quiera sobre todas las cosas.
Y ¿cómo?
Guardando tus mandamientos.
«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor.»
Jesús, ayúdame a guardar tus mandamientos, a estar siempre en gracia, a permanecer en tu amor.
Es justo que te ame así, porque Tú me has amado primero.
Jesús, Tú quieres que mi alegría sea completa, máxima, y para eso me das este consejo: permanece en Mí, permanece en estado de gracia, porque entonces Yo estoy en tu alma y mi gozo está en Ti.
Que me dé cuenta de una vez, Jesús.
No vale la pena nada que pueda apartarme de Ti.
Ayúdame Tú, Jesús.
Yo, por mi parte, te prometo poner todos los medios a mi alcance: cuidar la vista; no ir a  -o dejar de ver- ciertos espectáculos o películas; ser sobrio en las comidas; aprovechar bien el tiempo; trabajar con perfección; acudir con regularidad a los sacramentos; no dejar suelta la imaginación; aconsejarme sobre los libros que leo; ser sincero en la dirección espiritual; tener devoción a la Virgen, etc.
Si me ves empeñado en guardar tus mandamientos, te volcarás y me harás saborear -ya en este mundo y, después, en la vida eterna- esa alegría profunda que hoy me prometes: «para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo.»
2º. Jesús, me llamas amigo.
A mí, que te he vuelto tantas veces la espalda, o que he pasado de largo con indiferencia cuando me pedías algo.
Pagas bien por mal.
Gracias.
Que sepa responder a tu amistad tratando de cumplir tu voluntad, que está bien clara: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.»
Jesús, ¿cómo me has amado?
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.»
Tú me has amado con el amor más grande posible: dando tu vida por mí; y ahora me pides que te imite.
Ayúdame a pensar en los demás, a servir a los que me rodean: mi familia, mis compañeros, mis amigos, mis vecinos.
«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.»
Jesús, me has elegido Tú: te has puesto a mi alcance, me has llenado de gracias.
No es mérito mío el ser cristiano; es un don tuyo, un talento valiosísimo que me has prestado para que lo haga rendir.
Porque no quieres que entierre mis talentos -los dones que me das-, sino que los haga fructificar: «el treinta por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mateo 4,8).
«Si el Señor te ha llamado «amigo», has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador» (Surco.-629).
Jesús, eres Tú el que me has llamado, el que te has metido en mi vida, casi sin darme cuenta.
No soy yo el que te he elegido: Tú has querido contar conmigo.
Por eso, no tengo derecho a dejarte; no puedo quedarme en una posición cómoda, de simple espectador, cuando Tú me estás pidiendo más: «os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.»
Jesús, me pides que dé fruto.
¿Pero qué fruto?
Fruto de santidad, fruto de apostolado,  fruto de trabajo bien hecho, fruto de servicio a los demás.
Este es el fruto que me pides después de decirme que has dado tu vida por mí y que ya no puedes mostrarme más el amor que me tienes; después de llamarme amigo «porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.»
¿Cómo no voy a responder a tu llamada?
¿Cómo no voy a intentar ir a paso rápido, al paso de Dios?
Pero necesito ayuda, y por eso me aseguras que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.»
Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes; te pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a luchar en serio en el camino de la santidad; te pido más generosidad, para saber dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús; te pido más lealtad, para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con todas mis fuerzas; te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto permanezca.

domingo, 11 de enero de 2015

Lunes 1ª semana tiempo ordinario: año impar

Lunes de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Jesús llama a la conversión y a seguirle
“Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él” (Marcos 1,14-20).
1. Hoy comienza el “tiempo ordinario” que abarca 34 semanas, ocupa el año litúrgico cuando no es tiempo de Adviento, Navidad, Cuaresma o Pascua. Fue la primera manera de organizar las misas que tuvo la Iglesia desde el comienzo.
Señor, lo primero que nos dices es: «Convertíos y creed en la Buena Nueva». Convertirse, ¿a qué?; mejor sería decir, ¿a quién? ¡A Cristo! Pues solo él es digno de una entrega total, como la que hizo por nosotros en Navidad al encarnarse. Y nuestra felicidad está en corresponder a ese amor. Así lo expresó: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37).
Convertirse significa acoger agradecidos el don de la fe y hacerlo operativo por la caridad.
Convertirse quiere decir reconocer a Cristo como único señor y rey de nuestros corazones, de los que puede disponer.
Convertirse implica descubrir a Cristo en todos los acontecimientos de la historia humana, también de la nuestra personal, a sabiendas de que Él es el origen, el centro y el fin de toda la historia, y que por Él todo ha sido redimido y en Él alcanza su plenitud.
Convertirse supone vivir de esperanza, porque Él ha vencido el pecado, al maligno y la muerte, y la Eucaristía es la garantía.
Convertirse comporta amar a Nuestro Señor por encima de todo aquí en la tierra, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas.
Convertirse presupone entregarle nuestro entendimiento y nuestra voluntad, de tal manera que nuestro comportamiento haga realidad el lema episcopal de Juan Pablo II, Totus tuus, es decir, Todo tuyo, Dios mío; y todo es: tiempo, cualidades, bienes, ilusiones, proyectos, salud, familia, trabajo, descanso, todo.
Convertirse requiere, entonces, amar la voluntad de Dios en Cristo por encima de todo y gozar, agradecidos, de todo lo que acontece de parte de Dios, incluso contradicciones, humillaciones, enfermedades, y descubrirlas como tesoros que nos permiten manifestar más plenamente nuestro amor a Dios: ¡si Tú lo quieres así, yo también lo quiero!
Convertirse pide, así, como los apóstoles Simón, Andrés, Jaime y Juan, dejar «inmediatamente las redes» e irse con Él, una vez oída su voz. Convertirse es que Cristo lo sea todo en nosotros (Joan Costa).
Caridad, oración y ayuno, son las armas espirituales para combatir el mal, que se nos recuerdan en Cuaresma, pero quiere la Iglesia proponernos ya en la primera semana del tiempo ordinario este Evangelio de llamada a la conversión, para que empecemos con buen pie. Es fácil de intuir que hay algo dentro de nosotros que lo necesita, y nos anima a creer siguiendo la revelación. El pecado existe, es un mal: ofensa a Dios y destrucción de la vocación del hombre. ¿Es capaz de hacer daño a Dios lo que nosotros hacemos de malo? Parece que no, porque Dios es omnipotente, pero ama, y la gloria de Dios es la felicidad del hombre, y Dios “sufre” cuando nos hacemos daño, cuando estamos tristes porque le hemos abandonado, es vulnerable. Estamos hechos para el amor de Dios, y no encontramos la plenitud fuera del amor, que es caer en el pecado, que es egoísmo. El pecado es ofensa a Dios, nos desvía de Él y por tanto nos “pierde”, maltrata nuestra dignidad y perturba la convivencia.
Después de alzar el puño contra Dios con la soberbia del primer pecado de Adán, la rebelión contra Dios, el segundo pecado del mundo es Caín que mata a Abel: cuando no hay padre, los hermanos se matan (Catecismo, 1849-1850). Pero después del primer pecado (Gen 3, 15) Dios promete la salvación. Más tarde, el Señor suscita en Abraham un paso más en su plan redentor, luego la liberación de la esclavitud de Egipto, elección de Israel y alianzas, cuidado amoroso y envío de los Patriarcas y Profetas, hasta Jesús, pues el hombre no puede salvarse solo, y la situación de pecado personal genera el pecado social con sus estructuras de pecado como vemos en la historia.
La llamada primera es a la conversión. La santidad no es una cuestión mágica, sin implicarnos en el amor y correspondencia, como dándole a un botón, mirar hacia oriente y decir una formulita… Jesús nos dice que ha venido a salvar a los pecadores, y que prefiere un corazón contrito y humillado. Esto significa reconocer nuestra situación de pecado, y dejarnos conquistar por el divino alfarero que para hacer su obra maestra necesita que seamos dúctiles, que nos dejemos transformar, convertir. Y para esto, necesitamos oración: «En la oración tiene lugar la conversión del alma hacia Dios, y la purificación del corazón» (San Agustín). Te pido, Señor, ir descubriendo las cosas que he de mejorar en el campo de mi alma: defectos que arrancar, virtudes que sembrar… Jesús, en la oración te has metido en mi vida casi sin darme cuenta, desde el bautismo (que ayer hemos recordado). Ahora quiero verte en la oración, y así sentir cómo me invitas a seguirte:
-“Caminando a orillas del mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés”... se irá formando el grupo de los que siguen a Jesús.
-“Venid... Seguidme... Yo os haré pescadores de hombres. Es la segunda llamada de Jesús a los discípulos (la primera, la leímos la semana pasada, cuando estaban con Juan Bautista Juan y Andrés, que luego irán a buscar a sus respectivos hermanos), esta es quizá más personal, para ser de los discípulos que le siguen más de cerca. Habrá también una tercera, la llamada a los que formarán el colegio apostólico. Toda la vida es una continua llamada, donde hay momentos especiales, más relevantes.
Lo dejaron todo y le siguieron». Jesús, no eres un maestro que enseña sentado en su cátedra y manda a la gente a misiones. Vas por delante. Tus discípulos son los que te siguen, los que caminan contigo. Es más importante la persona que la doctrina o moral. Ser cristiano no es seguir una doctrina principalmente, sino seguirte, Jesús.
2. Durante las próximas cinco semanas meditaremos la historia de Israel comenzando por Samuel, un personaje que vivió unos mil años antes de Cristo, y será el último de los jueces e instaurador de la monarquía. Su madre, Ana, es estéril, y eso la hace infeliz. La rival Penina, con sus afrentas diarias, mantiene el clima de angustia, apenas sostenible. En un tal contexto, ¿cómo no dudaría una mujer del amor de su marido hacia ella? El hogar mismo está herido.
Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?» Ana descubrirá la maravilla del amor de Dios para con ella, que se manifiesta a veces en las situaciones más desesperadas... Va al templo donde la bendicen por su fe. Señor, como la madre de Samuel, me remito a tu amor.
3. "Creí, por eso hablé", y san Pablo repite: “también nosotros creemos, y por eso hablamos” (2 Cor 4,13). Es la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y de las debilidades humanas. Este canto es celebración del martirio (dice Orígenes) por la mención de «la muerte de sus fieles». Y un texto eucarístico, por hablar de «la copa de la salvación» como imagen de la «copa de la Nueva Alianza».
Se trata de una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte: «"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación". El salmista ha comprendido los muchos dones recibidos de Dios: “Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor”.
Llucià Pou Sabaté

El Bautismo del Señor

El Bautismo del Señor

Es Jesús el ungido con la fuerza del Espíritu Santo: el Padre le llama Hijo amado, en quien se complace
“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma e paloma, y vino un voz del cielo: - “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” (Lucas 3,15-16.21-22).
1. Bautismo es renacer, la inmersión en el Jordán significa que Jesús asume nuestras miserias y pecados, y en su suprema solidaridad se ofrece para morir para que nosotros tengamos vida. La teología lo explicará diciendo con san Pablo que es un morir nuestro a Cristo al sepultarnos en las aguas, y resucitar con él al salir de ellas limpios, a una vida nueva. Al entrar en el agua, los bautizados reconocen sus pecados y tratan de liberarse del peso de sus culpas.
Los cantos litúrgicos del 3 de enero corresponden a los del Miércoles Santo, los del 4 de enero a los del Jueves Santo, los del 5 de enero a los del Viernes Santo y el Sábado Santo. La iconografía recoge estos paralelismos. El icono del bautismo de Jesús muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la forma de una cueva oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, el inframundo, el infierno. El descenso de Jesús a este sepulcro líquido, a este infierno que le envuelve por completo, es la representación del descenso al infierno: «Sumergido en el agua, ha vencido al poderoso» (cf. Lc 11, 22), dice Cirilo de Jerusalén. Juan Crisóstomo escribe: «La entrada y la salida del agua son representación del descenso al infierno y de la resurrección». Los troparios de la liturgia bizantina añaden otro aspecto simbólico más: «El Jordán se retiró ante el manto de Elíseo, las aguas se dividieron y se abrió un camino seco como imagen auténtica del bautismo, por el que avanzamos por el camino de la vida» (Evdokimov, p. 246).
El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el que se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al «infierno», no sólo como espectador, como ocurre en Dante, sino con-padeciendo y, con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo. Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre (y ¡cómo es cierto que todos somos prisioneros de los poderes sin nombre que nos manipulan!). Para salvarnos de esas fuerzas oscuras, Jesús asume toda la culpa del mundo sufriéndola hasta el fondo. Es un «volver» a ser, prepara un nuevo cielo y una nueva tierra. Y el sacramento del Bautismo aparece así como una participación en la lucha transformadora del mundo emprendida por Jesús en el cambio de vida que se ha producido en su descenso y ascenso.
Los cuatro Evangelios indican, aunque de formas diversas, que al salir Jesús de las aguas el cielo se «rasgó» (Mc), se «abrió» (Mt y Lc), que el espíritu bajó sobre Él «como una paloma» y que se oyó una voz del cielo que, según Marcos y Lucas, se dirige a Jesús: «Tú eres...», y según Mateo, dijo de él: «Éste es mi hijo, el amado, mi predilecto» (3, 17). La imagen de la paloma puede recordar al Espíritu que aleteaba sobre las aguas del que habla el relato de la creación (cf. Gn 1, 2); mediante la partícula «como» (como una paloma) ésta funciona como «imagen de lo que en sustancia no se puede describir» (Gnilka). Por lo que se refiere a la «voz», la volveremos a encontrar con ocasión de la transfiguración de Jesús, cuando se añade sin embargo el imperativo: «Escuchadle».
Nosotros sumergidos en Cristo por el bautismo podemos salir del aguar resucitados como Él, por la cruz llegamos a la vida nueva. Es el mensaje del agua del Jordán, que se expande, como una ola inmensa, por toda la tierra durante los siglos sin fin, a lo largo de la historia. Es como una aspersión cósmica, aquel bautismo tiene una simbología profunda, que la Iglesia también relaciona con las bodas de Caná, y que hemos ya comentado y volveremos sobre ello: las cosas humanas, que podemos ofrecer (los frutos de la naturaleza, como es el agua) se convierten en divinas (el vino) no sólo naturales, sino realmente sobrenaturales, además de místicas: el Cuerpo de Cristo, y nuestra participación en él, nuestra transformación en él, la salvación.
Sigue el Papa: “Aquí deseo sólo subrayar brevemente tres aspectos. En primer lugar, la imagen del cielo que se abre: sobre Jesús el cielo está abierto. Su comunión con la voluntad del Padre, la «toda justicia» que cumple, abre el cielo, que por su propia esencia es precisamente allí donde se cumple la voluntad de Dios. A ello se añade la proclamación por parte de Dios, el Padre, de la misión de Cristo, pero que no supone un hacer, sino su ser: Él es el Hijo predilecto, sobre el cual descansa el beneplácito de Dios. Finalmente, quisiera señalar que aquí encontramos, junto con el Hijo, también al Padre y al Espíritu Santo: se preanuncia el misterio del Dios trino, que naturalmente sólo se puede manifestar en profundidad en el transcurso del camino completo de Jesús. En este sentido, se perfila un arco que enlaza este comienzo del camino de Jesús con las palabras con las que el Resucitado enviará a sus discípulos a recorrer el «mundo»: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que El ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser cristiano”.
Es «el Hijo predilecto», que si por un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros, «más interior en cada uno de nosotros que lo más íntimo nuestro» (San Agustín)”. Efectivamente, la Unción de hoy es Trinitaria, y esto afectará a la conciencia humana de Jesús, pero sabemos que es un misterio cómo Jesús participa según los momentos de su Yo único, divino, que conoce desde el principio (como se ve en la escena del Niño perdido en el Templo).
Acaba el tiempo de Navidad. La Encarnación del Verbo nos ha visitado en estos días y ha sembrado en nuestros corazones la filiación divina, y con ella la luz y fuerza (luz para la inteligencia, fuerza para la voluntad) salvadoras que nos encaminan hacia el Reino del Cielo. San León Magno dirá que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo». Es el tiempo favorable, el día de la salvación. El día que podemos oír la voz: “—Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido”. Palabras dirigidas a Cristo, y por la piedad somos Cristo y el Padre nos las dirige a nosotros. Esa manifestación de la Trinidad –"Teofanía"– al comienzo de la vida pública de Jesucristo, abre plenamente el Evangelio. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se manifiestan. El modo en que la filiación de Cristo y nuestra filiación en Cristo es distinta lo señalará con muchos matices el Señor, como cuando le dijo a María Magdalena en su Resurrección: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios». Le indica la comunión y al mismo tiempo que Él tiene una comunión con el Padre especial. La Virgen María tuvo también en la tierra una especial  relación con la Trinidad, y la tiene en el Cielo como hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo.
Señor, te pedimos que sepamos ir actualizando cada día nuestro Bautismo, como los programas del ordenador, que se van adquiriendo actualizaciones a diario, directamente se descargan de la red, automáticamente: así con nuestros actos de contrición y de amor renovado. Pienso que este Sacramento tiene –como se decía ya en los comienzos- una actualización especial con el Sacramento de la Reconciliación, la confesión que es la actualización del bautismo; la palabra “actualizar” es mejor que “un segundo bautismo” porque es siempre un bautismo renovado, pero el mismo, profundizar en sus raíces que hemos repasado: de vida nueva de hijos de Dios, y también de relación trinitaria. Encomendémonos a su cuidado maternal (a la Blanca Paloma, la Esposa de la Paloma-Espíritu Santo), para que nos consiga la gracia de vivir también en un trato continuo y feliz con la Trinidad, como hijos de Dios Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo.
2. Isaías cuenta que Dios habla de un “siervo”, el elegido, el preferido, que no tendrá miedo para hacer justicia, el guía, el nuevo Moisés para llevar al nuevo pueblo, con más poder que todos los héroes que hemos nunca soñado, "luz de las naciones" con misión universal, el gran libertador, personaje misterioso que se revela en Jesús.
Señor, sé que tú eres creador de cielos y tierra, Redentor, sacerdote y Amigo, del que habla el profeta que nos salvas, creo en ti y quiero pedirte con la oración colecta de la misa de hoy: «Dios todopoderoso y eterno (...), concede a tus hijos adoptivos, nacidos del agua y del Espíritu Santo, llevar siempre una vida que te sea grata»: que me enseñes a estar siempre contigo, a no dejarte. Que sepa decir a Dios que sí, como tu madre, como tú. Miraré a la Virgen a los ojos, en su cuadro o imagen, y le diré: Mamá, Madre, Madre mía Inmaculada, o Ave María, Purísima, sin pecado concebida, que no me separe de Jesús ni de ti. Todo tuyo soy María  y mis cosas tuyas son; Tú, mi Madre. Tú, mi Reina, mi ideal de petición. Todo tuyo soy, María, por amor a Ti  me doy, para ser esclavo tuyo, y por Ti serlo de Dios.
El Salmo nos habla de tormentas, pero Dios nos dice que no tengamos miedo, que quiere mucho a las aves del cielo y a nosotros más. Que miremos las flores del campo y los pájaros que no necesitan hacerse vestidos, y Dios los viste de colores tan preciosos que ni un rey o una reina pueden vestirse así. Pues a nosotros nos quiere y nos cuida mucho más. ¿Sabéis por qué? Por nosotros somos hijos suyos. Dios nos ha dado la vida y nos ha hecho así, como somos: con ojos que pueden ver, una lengua que puede hablar, manos que pueden coger las cosas, pies que pueden andar; y, por dentro, algo maravilloso, que nos hace parecidos a Dios, con la que podemos pensar, rezar, y querer a Dios y a nuestros padres o hijos, hermanos y amigos... ¿y es?... El espíritu de hijos de Dios. Dios nos quiere más que a todas las criaturas de la tierra, porque somos hijos suyos. Por todo debemos darle gracias, y para parecernos a Él como hijos suyos, debemos ser también muy generosos.
Gracias, muchas gracias, Jesús. Porque me has dado la vida y me has hecho hijo de Dios. En la Misa podemos “meternos” en la vida de Jesús… Por las aves del cielo, los peces del mar y los animales todos de la tierra. Por las flores y frutos y todos los árboles que adornan la tierra. Por el sol que ilumina los días y la luna y estrellas que lucen en la noche. Por el agua llovida del cielo, por las fuentes, los ríos y el inmenso mar. Por los padres y hermanos que me has dado, por los amigos... ¿Tú sabes ya dar o prestar alguna cosa a tus amigos?
Me contaban de Juan, un niño de 10 años en su primer día en un colegio extranjero, en Israel. Juan no entendía casi nada, con el miedo de lo desconocido. Se le acerca un niño, Jerôme, americano-israelí, judío, le mira a los ojos, sonriente, y le dice: “¿vienes a jugar conmigo al patio?”…  Juan no se animó, era demasiado pronto, y se disculpó como pudo. Sin asomo de malestar, y con una sonrisa aún más amplia, el niño dijo: Ah, no pasa nada, ya jugaremos juntos en otra ocasión”. Son esas personas que como ángeles están a nuestro lado, que nos dan fuerzas para caminar…
¿Y cuando el cielo se oscurece? A veces las fuerzas del mal parecen hacerme daño… pues entonces iré a ti Jesús, a protegerme en tu corazón para que los rayos malos no me hagan daño, para no tener miedo de la oscuridad. Porque Tú Jesús eres el Señor de la tempestad, tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el cielo azul. Contigo estoy seguro. Quiero verte también en las dificultades y problemas, en las cosas que salen mal, en los modos de ser de los demás cuando me parecen pesados, y me gustaría incluso que alguien no existiera o se fuera o se pusiera enfermo o le pasara algo… quiero verte así como te veo en la alegre luz del sol.
3. Los Hechos nos recuerdan que Jesús fue “ungido” (tocado, señalado, escogido) por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Pedro se encuentra en casa de Cornelio, extranjero y descubre que no debe distinguir ya entre inmigrantes y judíos, entre gente de razas y ricos y pobres: todos somos hijos de Dios. Como los reyes magos representan las razas de la tierra, ahora vemos que el bautismo es para blancos, amarillos, negros… todos somos hermanos, hijos de Dios. Nadie es más que otro, nadie es menos que otro. Es igual que sea moro o español, indio o asiático. Cristo es de todos. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios. Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. Que así sea. Amén.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 9 de enero de 2015

Feria post-Epifania: 10 de Enero

Feria post-Epifanía: 10 de enero

El Espíritu de Jesús se nos entrega en el bautismo: ser en Cristo hijos de Dios
“En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos.Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy». Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca” (Lucas 4,14-22).
1. «El Espíritu del Señor está sobre mí», dirá Jesús, haciendo suyo este texto mesiánico de Isaías. Es el Espíritu del Amor que hizo del Mesías el «ungido para llevar la buena nueva a los pobres», y que también “reposa” encima nuestro y nos conduce hacia el amor perfecto: como dice el Concilio Vaticano II, «todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad». El Espíritu Santo nos transformará como hizo con los Apóstoles, para que podamos actuar bajo su moción, otorgándonos sus frutos y, así, llevarlos a todos los corazones: «El fruto del Espíritu es: caridad, paz, alegría, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza» (Gal 5,22-23).
La liturgia nos ha llevado estos días de Navidad por caminos de esperanza y de alegría, de apertura al portador de la luz, Jesús, que hoy vemos anunciando al Espíritu Santo en su pueblo. María es modelo de este dejar actuar al Espíritu divino, en su escucha orante:
a) Dios «miró la pequeñez de su esclava»; pero es que ella estaba atenta, a la escucha con fidelidad y entrega: si siempre había estado pendiente del Señor, después de la embajada esa entrega creció sobremanera. De esa apertura a la esperanza por la que recibe el Espíritu y a Jesús, ella está llena de gracia, y de ahí viene su alegría.
b) En la Visitación a su pariente: oye «bendita tú entre las mujeres». ¿Porqué?: «porque has creído». Ante la presencia de la Virgen, Isabel también se llena del Espíritu Santo; el niño de sus entrañas, salta de gozo. Y llena del Espíritu Santo, que le ha cubierto con su sombra, entona María el Magnificat, ese cántico de alabanza al Señor, agradeciendo su infinita misericordia: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador». Ambas, llenas de una gran esperanza, aguardan los nacimientos del Precursor y de Jesús.
Ahora, al ver a Jesús ya hecho un hombre, oírle decir que el Espíritu le lleva, nos va la imaginación a Belén, donde hemos celebrado que nació la noche de Navidad. Los santos proclaman: “¡buscaré, Señor, tu rostro!”: ¡tengo deseos ardientes de verte cara a cara, Señor! Los pastores después de recibir aquel anuncio exultante de los ángeles se dicen lo mismo: vayamos y veamos. Hoy queremos ver, contemplar, conocer el modo divino de salvarnos y vemos un Niño. «Puer natus est nobis, Puer datus est nobis» (el Niño ha nacido para nosotros, el Niño nos ha sido dado para nosotros), repite la liturgia. El amor busca ver, contemplar… al ungido por el Espíritu, al que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Príncipe de la paz, Padre sempiterno (Isaías 9,6-7). Como dijo el Ángel a José, será Emmanuel, “Dios con nosotros”, y a la Virgen: Hijo del Altísimo y se le dará el trono de David, Jesús: “Dios salva”. En Belén ha comenzado una nueva lógica entre los hombres: la lógica divina, que es lógica de amor y de humildad, y hoy la vemos proclamada por Jesús en el comienzo de su enseñanza. El Dios de majestad y poder, prefiere manifestarse en debilidad, porque el todopoderoso Dios es sobretodo Amor.
El Espíritu sobre mí…” Nosotros también lo pedimos: “que caiga tu luz sobre mí, Señor, que venga tu Espíritu”. Estos días de la Epifanía queremos verle en la  “grandeza de un Niño que es Dios: su Padre es el Dios que ha hecho el cielo y la tierra, y El está ahí, en un pesebre (...) porque no había otro sitio en la tierra para el dueño de todo lo creado. No me aparto de la verdad más rigurosa, si os digo que Jesús sigue buscando ahora posada en nuestro corazón...Hemos de pedirle la gracia de no cerrarle nunca más la puerta de nuestra alma” (S. Josemaría Escrivá). Se lo pedimos a Dios por la intercesión de la Santísima Virgen, que nos muestra el Niño, y nos anima a atrevernos.
La Navidad es la gran fiesta de la filiación divina, y por eso de la alegría, pues Dios nos ama siempre, hagamos lo que hagamos. Hemos de desterrar todo temor y toda intranquilidad, pues a partir de que Dios se hace Hombre, no hay nada que pueda intranquilizar a los hombres, pues no hay nada que pueda quitarnos la paz, pues la falta de amor, el pecado, puede siempre arreglarse, correspondiendo al amor de Dios que siempre se nos ofrece, tan manifiesto, tan patente en Navidad.
Los pastores "tuvieron gran temor" ante la claridad de Dios que les cercó de resplandor, pero oyen del ángel: "No temáis....os anuncio un gran gozo", lección de paz y de alegría, que pide de inmediato una respuesta: y Él no desea meros ritos, sino el corazón: Él, ofreciéndose a cumplir la voluntad de Dios con plena disponibilidad: "Sacrificios y ofrendas y holocaustos por el pecado no quisiste... entonces dije: Heme aquí que vengo, para hacer, oh Dios, tu voluntad" (Heb 10,5), nos pide lo mismo. Dios no se satisface con sacrificios de cosas, pues nos pide amor por amor, quiere nuestra propia persona, nuestra libertad, que le amemos y así seamos felices.
Pero los hombres no eran capaces de comprender que esa era su felicidad, y andaban extraviados. Hoy, una buena parte de la humanidad, sigue extraviada, sin saber ni llegar a comprender la verdadera felicidad que nos trae Jesús en la Navidad. Y Dios, que se compadece de todos, en su misericordia busca a todos, se humilla, para levantarnos a nosotros.
Nuestra respuesta al Espíritu ha de ser generosa, es decir: con humildad a toda prueba que nos debe hacer olvidarnos de nosotros mismos para sentirnos y actuar como servidores de Dios y de los demás.
Con fe firme en que el Señor vendrá y nos salvará. Está junto a nosotros siempre que le llamemos, y nos llama de continuo, ese es el mensaje de su Nacimiento.          
Con disponibilidad a la Voluntad de Dios, con aquella obediencia con que la Virgen fue dócil.
Con desprendimiento de los bienes materiales, pues Cristo viene al mundo prescindiendo de ellos.
Entrando en estas lecciones de la Navidad podremos participar de la Pascua, de la Eucaristía donde se condensa toda la vida de Jesús, y hacerla nuestra. Son lecciones muy marianas, y por eso acudimos a la intercesión de nuestra Madre: “Salve, por ti resplandece la dicha; / Salve, por ti se eclipsa la pena. /  Salve, por ti la creación se renueva; / Salve, por ti el Creador nace niño”. Ella nos llevará a esa humildad y pobreza, obediencia y templanza, servicio y alegría, justicia y piedad, a ese amor hecho vida con el que engendró a Jesús.
2.–“Queridos míos: podemos amar nosotros porque Dios nos amó primero”. No fundamentamos nuestra seguridad sobre nuestros propios méritos. Si consideráramos nuestra propia vida, más bien tendríamos muchas razones para "temer" a Dios; pero todo descansa en el hecho que «Dios nos amó primero», antes de cualquier mérito nuestro. Nos ama tal como somos, es decir, «pecadores». No nos ama por ser más o menos agradables, atractivos, simpáticos... o por ser personas «bien»... Nos ama para que seamos amables -tengamos amor-, para salvarnos. Dios nos ama primero, aun siendo llenos de egoísmo... nos ama tal como somos. Gracias, Señor, por amarme de ese modo.
-“Si alguno dice: «amo a Dios» y aborrece a su hermano, es un mentiroso”. Mi actitud hacia mis prójimos es el test de mi actitud hacia Dios. Si no llego a soportar, a amar a tal o cual de mis colegas, de mis parientes, de mis vecinos... tampoco alcanzo a amar a Dios. Y si digo que amo a Dios, en ese caso, soy un mentiroso.
-“Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. El amor de un ser «invisible» puede ilusionarnos... ¡es un sentimiento muy fácil! Pero amar, soportar, aceptar diariamente a un ser concreto, próximo a nosotros es verificable: uno sabe muy bien, por desgracia, si se lo soporta o no se lo soporta. El amor al prójimo, a quien vemos, es nuestro medio de controlar nuestro amor de Dios, a quien no vemos. Concédeme, Señor, saber aceptar las dificultades de la vida fraterna. Señor, ayúdame a amar a los que Tú me has dado.
-“Este es el mandamiento que hemos recibido de El: «Quien ama a Dios... ame también a su hermano...»” Nos dice hoy san Juan que «quien ama Dios, ame también a su hermano». ¿Cómo podríamos amar a Dios a quien no vemos, sin no amamos a quien vemos, imagen de Dios? Después que san Pedro renegara, Jesús le preguntó si le amaba: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21,17), respondió. Como a san Pedro, también a nosotros nos pregunta Jesús: «¿Me amas?»; y queremos responderle ahora mismo: «Tú lo sabes todo, Señor, tú sabes que te amo a pesar de mis deficiencias; pero ayúdame a demostrártelo, ayúdame a descubrir las necesidades de mis hermanos, a darme de verdad a los otros, a aceptarlos tal como son, a valorarlos».
La vocación del hombre es el amor, es vocación a darse, buscando la felicidad del otro, y encontrar así la propia felicidad. Como dice san Juan de la Cruz, «al atardecer seremos juzgados en el amor». Vale la pena que nos preguntemos al final de la jornada, cada día, en un breve examen de conciencia, cómo ha ido este amor, y puntualizar algún aspecto a mejorar para el día siguiente (Noel Quesson). -“Conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos”.
3. El Señor nos ama por encima de nuestros pecados: “Dios mío, confía tu juicio al rey, / tu justicia al hijo de reyes, / para que rija a tu pueblo con justicia, / a tus humildes con rectitud.”
Estamos en buenas manos, pendientes de ellas que nos conducen al bien: “Él rescatará sus vidas de la violencia, / su sangre será preciosa a sus ojos. / Que recen por él continuamente / y lo bendigan todo el día.”
Bendecir a Dios nos hace bien, porque nos hace buenos: “Que su nombre sea eterno, / y su fama dure como el sol; / que él sea la bendición de todos los pueblos, / y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra”.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 8 de enero de 2015

Feria post-Epifania. 9 de Enero

Feria post-Epifanía: 9 de enero

Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y Jesús viene a nuestra vida, como luz en la oscuridad
“Después que se saciaron los cinco mil hombres, Jesús enseguida dio prisa a sus discípulos para subir a la barca e ir por delante hacia Betsaida, mientras Él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y Él, solo, en tierra. Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero Él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Ánimo!, que soy yo, no temáis!». Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento, y quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada” (Marcos 6,45-52).
1. Jesús, te veo en esa tensión amorosa entre estar a solas con tu Padre, y la de atender las necesidades de los demás, unes en armonía perfecta oración y acción, como a mí me gustaría. Después de despedir a los Apóstoles y a la gente, te retiras solo, a rezar. Señor, te pido que mi “yo” se encuentre cada día con ese “Tú” que es rico y lleno de amor. Orígenes nos dice que «reza sin parar aquel que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos considerar realizable el principio de rezar sin parar». Te pido, Señor, dirigir todo a tu gloria, tanto la oración como la acción, en sosiego de espíritu; entender que la oración es el respirar del amor.
Ante ti, Señor, quiero ofrecerte mis dones como los magos: oro de mi corazón encendido de amor, incienso de mi oración, y mirra de mi sacrificio sobre todo en el servicio a los demás. Quisiera ver cómo has encendido en mi alma una estrella, la gran luz de la vocación. Así, ante la oscuridad cuando desaparece la estrella no me hundiré ni volveré atrás, como los magos que tienen paciencia y preguntan a los entendidos... todo ello nos indica que no hay obstáculos capaz de detenerles, saben superar el cansancio, frío, oscuridad... no se desaniman y ponen los medios a su alcance para perseverar, para alcanzar la meta, para estar con Dios. Como nosotros... la vocación es una llamada divina que nos transforma, nos da una nueva manera de ver las cosas, de vivir, de tratar a los demás... Jesús aparece en medio de la oscuridad. Cuando más negra es la noche, amanece Dios... La estrella de los Magos que hemos contemplado estos días es como una imagen de la vocación, llamada divina que abarca no un aspecto u otro sino toda la existencia, con la luz de la fe, que da un sentido divino a nuestra vida. Hemos de corresponder fielmente al amor de Dios, viviendo una entrega sin condiciones y haciendo mucho apostolado.
Así Jesús "comenzó a  comunicar su luz y sus riquezas al mundo, trayendo tras si con su estrella a hombres de tan lejanas tierras" (Fray  Luis de Granada). Tú eres la estrella, Jesús, que, apareciendo en la condición de nuestra mortalidad, nos has regenerado con la nueva luz de su inmortalidad (Pref. I Navidad). Eran hombres dedicados al estudio del cielo, en medio de sus circunstancias, curiosamente de un trabajo poco “ortodoxo” pues iba unido a la magia en la interpretación de los signos celestiales, ahí les busca Dios, y mirando al cielo, acostumbrados a buscar en el, el cielo se les revela, con estos signos: "hemos visto su estrella y venimos a buscar al rey de los judíos". Iluminados por una gracia interior se pusieron en camino. La gracia se escapa a las normas, aparece “por donde Dios quiere”, nunca mejor dicho, a veces de modo sorprendente... Dios nos acompaña siempre, en el camino de la vida. San Bernardo nos dice "Él que los guió, también los ha instruido y el mismo que les advirtió externamente mediante una estréllala los ilumino en lo interior de su corazón". De los Magos debemos de aprender, la vida es para nosotros un camino que se dirige derechamente hacia Jesús y para que examinemos si correspondemos a las gracias que en cada situación, recibimos del Espíritu Santo.
Los discípulos, temiendo que fuera un fantasma, se pusieron a gritar, "porque, como dice el evangelio, su corazón estaba ofuscado". Vemos a los apóstoles con miedo, en la oscuridad, y la tempestad viva que azota la débil barca. En nuestra vida también pasamos a veces por el miedo que experimentaron aquella noche, hasta que vemos que Jesús está a nuestro lado, y vuelve la paz y la serenidad. Y podremos oír que les dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». La expresión «no tengáis miedo», que tantas veces aparece dirigida por Yahvé, se nos dirige hoy a todos por Jesús. Es también una de las consignas que el papa Juan Pablo II ha ido repitiendo cuando nos podrían agobiar las dificultades del momento presente. La invitación a permanecer en el amor, y la seguridad de que Cristo Jesús es el que vence a los vientos más contrarios, nos deben dar las claves para que nuestra vida a lo largo de todo el año esté más impregnada de confianza y alegría (J. Aldazábal).
Jesús les dijo: "Soy yo, ¡Confiad y no temáis!". Y al subirse con ellos al bote se apaciguó el viento y la barca corrió hacia la orilla. Nos esforzamos a veces, en la noche de esta vida, con la práctica de ayunos y otros ejercicios, no paramos de trabajar en nuestra conversión moral. Sentimos miedo a veces, inseguros, y nos llevan mar adentro de los apetitos desordenados. Ponemos en práctica todo cuanto la escuela de la ascética y de la moral cristiana nos pueden enseñar; aplicamos el timón de la voluntad, ora probando con maña, ora con ímpetu; usamos los remos de un trabajo lleno de celo; desplegamos las velas del anhelo y de la añoranza de Dios... ¡Pero no conseguimos avanzar y Jesús parece estar muy lejos de nosotros! Sin embargo, a la cuarta vigilia de la noche, hacia la madrugada, a la hora de celebrar la santa liturgia, Cristo se nos aparece. Y seguimos ciegos y sin darnos cuenta de su dulce presencia. No osamos arriesgarnos a dejar los remos y a lanzarnos al agua al encuentro de Jesús, dejando el estrecho bote de nuestro propio ser. No osamos arriesgarnos en esta hora -que es la hora de Cristo-, en esta hora de la presencia de Dios en el sacrificio y de su obrar en nosotros, a entregarnos a El por completo, a darnos a su presencia divina, que nos trae la paz y la salud eternas, según se nos enseña al final del evangelio. Y, en cambio, dejamos que la multitud sencilla y crédula del pueblo nos pase delante y nos lleve ventaja, movida solamente por su fe viva y su activo amor: "cuantos le tocaban, quedaban sanos" (Mc 6,56). Mientras que nosotros, a despecho de la presencia del Señor, permanecemos en un desconcertante alejamiento de la salud.
"¡Cuán magníficas son tus obras, Señor!" (Sal 91,6). "Me has llenado de gozo, Señor, con tus obras. ¡Estallo de entusiasmo ante la obra de tus manos!" (Sal 91,5). Precisamente lo que nos hace falta es este "gozarnos en el Señor", el sentirnos en paz en su presencia y el saber contemplar con tranquilidad sus obras. Tenemos delante al Señor de la casa, pero nosotros seguimos obrando como si no hubiese aún llegado y continuamos preparando afanosos la casa para su venida. ¡Como si el resplandor de su presencia no fuese mucho más potente que todo nuestro afán de purificación! El más importante de todos los ejercicios, que es la mortificación de la propia voluntad, nos abre al abandono en las manos de Dios, en Jesús: "Pon en el Señor tu gozo y él te dará lo que pide tu corazón" (Sb 36,4) (Emiliana Löhr).
-Los apóstoles “se quedaron en extremo estupefactos, pues no se habían dado cuenta de lo de los panes; su corazón estaba endurecido”. De la tempestad calmada viene la comprensión de los misterios.
Dice uno de los “Cánticos de Salomón” (siglo II): “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”: “Mi gozo es el Señor, y mi alma tiende a él. / Hermosa es la ruta hacia el Señor, pues él me sostiene. / Se da a conocer él mismo en su simplicidad; / su benevolencia es más grande que su majestad. Se hizo semejante a mí para que le acoja; se hizo semejante a mí para que me revista de él. / Su vista no me espanta, pues él es la misericordia. / él tomó mi naturaleza para que yo le conozca, y asumió mi rostro para que no me aparte de él. / El Padre de la sabiduría es el Hijo de la sabiduría. / El que creó la sabiduría es más sabio que las criaturas. / El que me creó sabía antes que yo existiese lo que haría yo una vez llamado a la existencia. / Por esto tuvo misericordia de mí y me dio la posibilidad de dirigirme a él en la oración y participar de su sacrificio.
Sí, Dios es incorruptible, es la plenitud de los mundos y es su Padre. El se manifestó a los suyos para que conocieran a su hacedor, y no pensasen que tienen en ellos mismos las raíces de su origen. El ha abierto un camino hacia el conocimiento, ha ensanchado el conocimiento, lo ha prolongado y conducido a su perfección. El ha marcado el conocimiento con las huellas de su luz, desde el principio hasta el fin, porque el conocimiento es obra suya. El se ha complacido en su Hijo. A causa de la salvación ejerce su omnipotencia y el Altísimo será conocido por los santos. Para anunciar la venida del Señor a los que cantan, para que salgan a su encuentro y le alaben gozosos”.
2. El amor hace que en nuestra vida ya no exista el temor o la desconfianza: «si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud». «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él». Después de haber precisado cómo Dios es la fuente del amor, Juan vuelve a la comunión que podemos tener con Dios y que son la caridad y la confesión de la fe. Toda decisión de fe implica el amor, puesto que obliga a una conversión que no puede ser más que don de sí.
-“A Dios, nadie le ha visto. Pero, si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros”. La significación es clara: el verdadero amor hace visible al Dios invisible. Cada vez que amo de veras, "hago visible" a Dios. Dios está allí. Si en casa, en mi ambiente de trabajo, pongo amor, Dios se habrá hecho visible allí. –“Dios es amor”. Y yo, a menudo, soy lo contrario. Soy egoísmo. Cada uno de mis pecados es una falta de amor. Señor, Tú que eres Amor, ven a mí. Libera toda mi potencia de amar.
-“Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”. «Permanecer en Dios.» «Permanecer en el amor.» Saborear esa vivencia sería una fuente de gozo indestructible.
-“Nuestra vida en este mundo imita lo que es Jesús. No hay temor en el amor...” quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Jesús no tenía «miedo» de Dios, y El es nuestro modelo. Señor, quiero esa seguridad. No quiero tener miedo de Ti ni de tu Juicio... quiero amarte y nada más (Noel Quesson).
3. “Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud”. Es el Señor quien tiene misericordia de los pobres y desvalidos. “Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”. El Espíritu del Señor está sobre su Mesías al que estos días adoramos con los Magos y todos los gentiles; y veremos ungido en el bautismo, para comenzar su obra: “Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres”.
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 7 de enero de 2015

Feria post-Epifania: 8 de Enero

Feria post-Epifanía: 8 de enero

Dios es amor, y su amor se multiplica como hizo con los panes, y la alegría de la Epifanía
“En aquel tiempo, vio Jesús una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas. Y como fuese muy tarde, se llegaron a Él sus discípulos y le dijeron: «Este lugar es desierto y la hora es ya pasada; despídelos para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar de comer». Y Él les respondió y dijo: «Dadles vosotros de comer». Y le dijeron: «¿Es que vamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?». Él les contestó: «¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo». Y habiéndolo visto, dicen: «Cinco, y dos peces».Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos de comensales sobre la hierba verde. Y se sentaron en grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces y levantando los ojos al cielo, bendijo, partió los panes y los dio a sus discípulos para que los distribuyesen; también partió los dos peces para todos. Y comieron todos hasta que quedaron satisfechos. Y recogieron doce cestas llenas de los trozos que sobraron y de los peces. Los que comieron eran cinco mil hombres” (Marcos 6,34-44).
1. –“Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre, y se compadeció de ellos, porque eran como ovejas sin pastor”. Señor, Tú te dejas emocionar, conmover. Estás impresionado. Los fenómenos de las muchedumbres no te dejan indiferente, te compadeces…
-“Y se puso a enseñarles pausadamente”. Sin prisa, sabiendo que las cosas requieren su tiempo… Instruir. Educar. Promocionar. Aportar nuevos valores. Despacio, sin prisas. Despacio porque la instrucción es importante, requiere tiempo. Es la llave para otras muchas cosas.
Al echar una mirada a nuestra vida, mucha precipitación. Una de las pegas de la cultura de hoy es que vivimos aferrados a lo inmediato, pero para ser feliz necesitamos una proyección hacia delante, sacrificando muchas veces la satisfacción pronta e inminente. Para ello hacen falta fuerzas, y perseverar en los sueños. La madurez en la vida espiritual, como en las tareas de campo, está en sembrar oportunamente, en tierra preparada, sin querer conseguir frutos inmediatamente. Así en las virtudes, después de haber tomado una determinación, de poner en acto la voluntad, puede haber fracasos, los “éxitos” no son inmediatos. Pero hay que tener confianza, con la fuerza de la Eucaristía saber esperar, tener “paciencia”, que es la “paz” en esa “ciencia”; ciertamente la ciencia de la paz es importante pues se hacen muchas tonterías con la precipitación, no sólo en el hablar sino sobre todo en abandonar, en recuperar el tiempo perdido sin lamentos al mirar atrás. No perder el tiempo en el desánimo, no caer en el descorazonamiento, ni mucho menos en la abulia, la tristeza vital, “el sentimiento de la falta de sentimiento”. Aquello tan penoso que oímos a veces: “ya no puedo estar más triste”. Aflora la culpa, la desesperación…
Jesús nos muestra que Él es sensible a las necesidades de las personas que salen a su encuentro. No puede encontrarse con personas y pasar indiferente ante sus necesidades. El corazón de Jesús se compadece al ver el gran gentío que le seguía «como ovejas sin pastor». El Maestro deja aparte los proyectos previos y se pone a enseñar. ¿Cuántas veces nosotros hemos dejado que la urgencia o la impaciencia manden sobre nuestra conducta? ¿Cuántas veces no hemos querido cambiar de planes para atender necesidades inmediatas e imprevistas? Jesús nos da ejemplo de flexibilidad, de modificar la programación previa y de estar disponible para las personas que le siguen.
-"Dadles, vosotros, de comer". El tiempo pasa deprisa. Cuando amas es fácil que el tiempo pase muy deprisa. Y Jesús, que ama mucho, está explicando la doctrina de una manera prolongada. Se hace tarde, los discípulos se lo recuerdan al Maestro y les preocupa que el gentío pueda comer. Entonces Jesús hace una propuesta increíble: «Dadles vosotros de comer». No solamente le preocupa dar el alimento espiritual con sus enseñanzas, sino también el alimento del cuerpo. Los discípulos ponen dificultades, que son reales, ¡muy reales!: los panes van a costar mucho dinero (Xavier Sobrevia).
El primer lugar lo ocupa el alimento del espíritu y del corazón. Y la Palabra de Dios es "alimento". Como rezamos en el ofertorio: Bendito eres Dios del universo, Tú que nos das el pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Yo te ofrezco mi trabajo y el de todos los hombres.
-“Les mandó que les hicieran recostarse por grupos sobre la hierba verde”.Formando un círculo por grupos de ciento y de cincuenta.
-“Jesús, tomando los cinco panes... alzando los ojos al cielo pronunció la bendición, partió los panes y se los dio”. La alusión a la eucaristía es evidente. Es casi la misma serie de gestos que Jesús hizo en la Cena. "Pronunciar la bendición" (= "decir bien"). "Bendito sea Dios que nos da este pan". Era el rito judío de la santificación de la comida en la mesa: como buen judío, Jesús santifica cada uno de sus gestos con una bendición, una plegaria. Mi vida toda ¿es también para mí ocasión de alabar y bendecir a Dios? (Noel Quesson).
Jesús mismo se nos da para que nuestra vida sea de amor, para volver a adquirir las propias fuerzas, con las que poder recomenzar la lucha, hacer oración, vivir para amar, volver a tener ilusión al vivir otra vez, y al poseer la vida poder darla, “desvivirse”. Uno es lo que sueña. Jesús nos habla de una multiplicación de la ilusión, cuando la damos. Una multiplicación del amor, cuando amamos. Y el milagro es más profundo, es una imagen de la Eucaristía, de Jesús que se nos da, que ama hasta dar la vida, y su muerte es fuente de la vida y del amor. Aprendiendo de Él, alimentándonos en su Cuerpo, podemos tomar fuerzas para seguir su ejemplo y vivir su Vida.
Cristo, te veo como el Pastor que alimenta a su pueblo, te presentas como el sucesor de Moisés, capaz de conducir el rebaño, de alimentarle con pastos de vida y conducirle a los pastos definitivos. Eres el nuevo Moisés que ofrece el verdadero maná, que liberas al pueblo del legalismo a que habían reducido los fariseos la ley de Moisés y que al fin abre a los mismos paganos el acceso a la Tierra Prometida.
Transformados por esos dones que nos das, Señor, te pido hoyo: “quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamente de mi personalidad sea la identificación contigo” (San Josemaría Escrivá). Son días para que, de rodillas delante de Jesús Niño, de ese Dios escondido a la humanidad, le adoremos, le ofrezcamos nuestros dones y aprendamos a recibir los suyos, las lecciones de su realeza, la luz de su estrella, para no apartarnos nunca de él, para quitar de nuestro camino todo lo que sea estorbo, para serle fieles, dóciles a sus llamadas. Para que el transforme ese pan que le ofrecemos y lo multiplique, y haga el milagro.
El pan multiplicado que nos ofrece cada día Cristo Jesús es su Cuerpo y su Sangre. Él ya sabía que nuestro camino no iba a ser fácil. Que el cansancio, el hambre y la sed iban a acosarnos a lo largo de nuestra vida. Y quiso ser él mismo nuestro alimento. El Señor Resucitado se identifica con ese pan y ese vino que aportamos al altar y así se convierte en Pan de Vida y Vino de salvación para nosotros. Nunca agradeceremos y aprovecharemos bastante la entrega eucarística de Jesús a los suyos (J. Aldazábal).
2. –“Queridos míos, amémonos unos a otros”. Todo un programa para la Iglesia. Todo un programa para nuestras familias, nuestros ambientes de vida y de trabajo. Todo un programa para la humanidad. En mi recuerdo evoco los lugares, a mi alrededor o en el mundo donde falta ese amor. Y ruego para que nazca y progrese.
-“Porque el amor es de Dios. Todos los que aman son «hijos» de Dios y conocen a Dios. Quien no ama no conoce a Dios. ¡Porque, Dios es amor!”Texto de insondable profundidad. Hay que escucharlo en silencio, repetirlo, tratar de expresarlo con palabras nuestras. Todo el que ama es como una parcela de Dios, una parte del Amor, porque Dios es amor. Todo acto de amor «viene de Dios», tiene su fuente u origen en el Corazón de Dios. Dios puede ser contemplado en: -el amor de una madre que ama a su hijito... y de un niño que ama a sus padres... -el amor de un prometido a su prometida... de un esposo a su esposa... -el amor de un hombre que se desvela por sus camaradas de trabajo... -el amor de un trabajador que pone su oficio al servicio de sus compatriotas... Dios está en el origen de todas esas actitudes. ¿Y en mi vida?
-“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de El”. Dios no se ha quedado en las generalidades, en las hermosas declaraciones. Dios ha manifestado, concretado y probado su amor. Dios ha «encarnado» su amor. Ha dado su Hijo al mundo. Jesús es el amor de Dios por el mundo. Es el Hijo único, entregado. Único. Entregado. No guardado para sí. Dado. ¿Y yo? ¿De qué soy capaz de privarme, por amor? ¿De qué modo concreto traduzco en obras mi amor?
-“El amor existe no porque amáramos nosotros a Dios... sino porque El nos amó a nosotros”. San Juan insiste siempre sobre esa iniciativa divina. Dios no nos ha esperado. Tomó la iniciativa de amarnos antes incluso de conocer cómo responderíamos a ese amor. La experiencia del pecado tiene una misteriosa ventaja: nos permite comprender mejor esto: ¡el pecador sabe que es esperado y amado! Aun en los momentos en que el hombre no piensa en Dios ni ama a Dios... ¡Dios no cesa de pensar en él y de amarlo! Gratuidad total del amor divino. No está condicionado a una respuesta positiva. Pero Señor, ¿cómo procuraré responder plenamente a un tal amor?
-“El Padre envió a su Hijo, que es víctima propiciatoria por nuestros pecados”. El amor de Dios no fue algo banal o «de broma». Fue un amor «hasta el derramamiento de sangre». Cristo se sacrificó por nosotros. Jesús ha sido la victima de «mis» pecados. Jesús se sacrificó por mí, porque, ¡me ama hasta tal punto! de ser capaz de renunciar a su propia vida «para que yo viva». ¿Y yo? (Noel Quesson).
3. Rezamos  hoy en el salmo: “Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud”. Jesucristo, nuestro Rey y Señor, ha salido a nuestro encuentro para remediar nuestros males. Él no sólo nos anunció la Buena Nueva del amor que nos tiene el Padre, sino que pasó haciendo el bien a todos.
Que los montes traigan paz, y los collados justicia; que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre”. La Iglesia tiene esta misión de Cristo: que en la tierra florezca la justicia y reine la paz, así como en convertirse en defensa de los pobres: “Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, el Gran Río al confín de la tierra”.
Llucià Pou Sabaté

martes, 6 de enero de 2015

Feria post-Epifania: 7 de Enero

Feria post-Epifanía: 7 de enero

Hemos de examinar los espíritus para reconocer el amor, Luz que nos trae Jesús para recorrer este año nuevo con magnanimidad
“En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán” (Mateo 4,12-17.23-25).
1. Jesús comienza a predicar con palabras de Isaías: «El pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz». Occidente necesita aquella esperanza que ha va perdiendo, agostado por la engañosa llamarada del consumismo. La esperanza es luz que viene con la fe, con el amor. En una escuela de inspiración cristiana, un día de reunión de padres, una madre se me acercó contenta: “estamos muy alegres, desde que venimos por aquí, y nos hemos decidido a tener otro hijo, ya lo estoy esperando...” Después de un largo período de tiempo (el pequeño de la familia tenía ya 14 años, otro hijo ya tenía 18), se animaron a tener otro más; me gustó ver la vida que nace como fruto de esa alegría de vivir que se respira en un ambiente esperanzado, que estuviera unida esta alegría a la ilusión de dar la vida. Ya vemos que cuando falta la esperanza, no hay hijos. S. Kierkegard vio con extraordinaria lucidez que el hombre que no cree en Dios es un hombre profundamente desesperado, aunque viva en medio de un progreso material nunca visto. Y el cristiano que flojea en la fe, aunque tenga muchas esperanzas, va perdiendo la verdadera esperanza que sólo en Dios tiene su fundamento.
La fe es la sustancia de lo que esperamos, prueba de aquello que no vemos” (Hebreos 11,1). Y dirá Benedicto XVI que la fe hace que ya tengamos, si bien de manera incipiente, la sustancia de las realidades que esperamos: la vida eterna. Porque la vida eterna –que no es otra cosa que Cristo mismo- ya está presente en nosotros por el bautismo y los otros sacramentos que junto con la oración nos permiten mantener, acrecentar, y transmitir esa vida nueva que es divina sin dejar de ser muy humana. Es la vida enamorada de un hijo de Dios que lo espera todo de su Padre y al mismo tiempo no deja de luchar para cooperar con sus pobres fuerzas humanas para que se cumpla el mensaje navideño por excelencia: ¡Gloria a Dios en Cielo, y en la tierra paz a los hombres en quienes Dios se complace!
He leído estos días: “No tengo miedo que se acabe el mundo en el 2012… Tengo pánico que siga igual”. Aparte la broma, no me gusta del todo: me gusta el mundo en que vivo, nunca ha sido mejor... aunque puede mejorar, y mucho... ya sé que dicen que todo va mal… Es lo que veo, que quizá hay cosas que van mal, sobre todo desde el punto de vista del egoísmo etc., la falta de fe. Pero también hay que valorar el progreso científico y el "bienestar", como la sanidad y tantas escuelas y hospitales que promovió la Iglesia en sus orígenes, pero que el Estado está llevando a un gran desarrollo. Podemos vivir el mejor momento de la historia... Los del Paraguay, donde hay gente sencilla con una nivel de necesidades más básicas (eso es aplicable a muchos sitios de África o América), al oír hablar de nuestras crisis dicen que tenemos solucionada la sanidad, comida, casa… que no tenemos crisis en España. Otra cosa es la "percepción" que tenemos de la realidad, más bien negativa. El secularismo y la falta de solidaridad son muy fuertes, hoy pero también en otras épocas. El descenso de la mortandad infantil y de las madres es otro aspecto importante del progreso, como también internet y tantos medios de comunicación son motivo de dar gracias a Dios por vivir la época que vivimos.
Nos dice san León Magno que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo». La perspectiva cristiana está en tantos aspectos humanos: cultura, economía, arte, deporte, salud, comida... pienso que Dios está en todos sitios. El problema es que absoluticemos algún aspecto. Por ejemplo, el de práctica religiosa ha bajado mucho. Y podemos comparar eso con "el mundo ideal" por el que queremos luchar, buscamos el Reino de Dios, no como una utopía sino en la esperanza de que siempre estará por hacer… “La fe incluye siempre un desafío.  Nunca ha sido de otro modo. Hoy existen ciertas dificultades para el que quiere ser cristiano. Pero ayer había otras. Y mañana -es una profecía que se puede arriesgar sin temor de ser desmentidos-, mañana las nuevas generaciones de jóvenes tendrán que afrontar nuevas dificultades. Ser cristianos nunca ha sido, ni lo será jamás, una opción "tranquila"”. Esto implica lucha, para mejorar cada día un poco: “si dijeses: ¡ya basta!, has perecido. Añade siempre, camina siempre, adelanta siempre; no te pares en el camino, no vuelvas atrás, no te desvíes. Se detiene el que no adelanta; vuelve atrás el que vuelve a pensar en el punto de donde había partido (...). Mejor es el cojo en el camino, que el que corre fuera del camino” (San Agustín). Es lucha contra el egoísmo que llevamos dentro, o la cultura en sus formas equivocadas de expresarse contra la libertad religiosa, o buscar la paz en las contrariedades, con fe. O superar todo con la magnanimidad, ánimo grande, que el alma sea amplia en la que quepan muchos.
-“Habiendo oído que Juan había sido preso, Jesús se retiró a Galilea”. Jesús cambia de domicilio; deja el pueblo donde había vivido hasta ahora y va a habitar a una ciudad más importante. –“Así se cumplió lo que el Señor había dicho por el profeta Isaías ¡Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habita en tinieblas vio una gran luz”. Es un signo. Va a vivir en ese cruce de caminos, en ese lugar de trasiego de pueblos: allí es donde piensa que podrá evangelizar a muchos de aquellos que viven aún "en las tinieblas" y que esperan la luz. Después de una infancia tranquila en Nazaret, sale a las grandes corrientes humanas de su época: Cafarnaúm, etc.
-“Y para los que habitan en la región de sombras y de muerte, una luz se levantóDesde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: "Arrepentíos porque se acerca el reino de Dios"”. Te contemplo, Señor, avanzando por los caminos, de pueblo en pueblo, predicador ambulante. ¿De qué trataban tus homilías? ¿De qué les hablabas? ¿En qué consistía tu "enseñanza? La totalidad del evangelio nos lo dirá. Pero, por el momento, ya sabemos una cosa: que el reino de los cielos ha llegado... ¡esto es! Dios está ahí, con nosotros, si queremos acogerle.
-“Y curaba en el pueblo toda enfermedad, toda dolencia...” Le traían todos los que sufrían... y El los curaba... He ahí la epifanía de Dios; el signo de que ¡Dios está obrando allí! Todo el mal como una ola humana afluye hacia ti, Señor. Sálvanos, hoy también. Salva a los que están en “la sombra de la muerte” (Noel Quesson)… El Evangelio encuentra dificultades, hay mucho trabajo… Vivimos en un tiempo de epidemias como el sida, y la Iglesia colabora en gran parte en su erradicación. Muchos cristianos, por ejemplo misioneros, mueren cada año…
2. San Juan habla de la fe y el amor, la recta doctrina y la práctica del amor fraterno. Creer en Cristo Jesús y amarnos los unos a los otros. Quien guarda esos mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y podrá orar confiadamente, porque será escuchado. Aparece también el tema del discernimiento de espíritus y de la vigilancia contra los falsos profetas, los anticristos, que no aceptaban a Cristo venido como hombre, encarnado seriamente en nuestra condición humana. El Espíritu Santo nos ayudará a saber distinguir los maestros buenos y los malos. Finalmente insiste en nuestra lucha contra el mundo, en la tensión entre la verdad y el error, entre la luz y la tiniebla. Los cristianos estamos destinados a vencer al mundo en cuanto contrario a Cristo Jesús. Y como Dios es más fuerte que el anticristo, nuestra victoria está asegurada si nos apoyamos en él.
-“Dios nos concede cualquier cosa que le pedimos confiadamente porque somos fieles a sus mandamientos y hacemos lo que le agrada”. ¿Cómo podemos saber que «Dios está con nosotros»? ¿Qué seguridad tenemos de estar «en comunión con Dios» y de que nuestras oraciones sean atendidas? San Juan contesta: Estamos en comunión con Dios si «hacemos lo que le agrada... si permanecemos fieles a lo que nos manda...». Es lo mismo que sucede con las personas que amamos: la verdadera unión, la verdadera prueba de amor consiste en hacer lo que agrada al otro. Se da entonces la comunión de pensamientos y de voluntades. Si dos se aman son sólo uno: Todo lo mío es tuyo. Agradarte, Señor. Hacer tu voluntad. Mis proyectos, mis actividades, mi jornada entera, todo según tu propio proyecto divino. Está claro entonces que mi plegaria será atendida, porque correspondo con todo mi ser a «lo que Tú quieres», a "lo que te agrada".
-“Y este es "su" mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo... Y que nos amemos unos a otros...” Son dos aspectos de un solo mandamiento: creer y amar. No son dos preceptos, son el mismo, "su" mandamiento. Para san Juan, según parece, la fe y la caridad no son dos virtudes distintas, sino una sola virtud: "ser hijo de Dios". ¿Constituye esto el fondo de mi vida?
-“Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él”. Procuro que esas palabras penetren profundamente en mí. Permanecer en Dios... ¿"Permanezco yo en Dios"? o bien ¿me aparto de El con frecuencia?, ¿tal vez, por el pecado, me sitúo fuera de Dios? (Noel Quesson).
3. “Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra.»” Es lo que oímos dentro unos días que el Padre dice a Jesús: Tú eres mi Hijo amado en quien tengo puestas mis complacencias”. Hoy, el hoy de la eternidad, el eterno presente en el que es engendrado el Hijo de Dios por el Padre Dios, lo hace igual a Él en el ser y en la perfección, de tal forma que quien contempla al Hijo contempla al Padre, pues el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo.
Llucià Pou Sabaté