martes, 6 de enero de 2015

Solemnidad de la Epifania del Señor

Solemn. de la Epifanía del Señor

Jesús se manifiesta a todos los hombres con su salvación y nos enseña que todos estamos llamados a ser hijos de Dios.
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: —¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: —En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.» Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: —Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino” (Mateo 2,1-12).
1. Largo y complicado viaje con un fin exclusivo: adorar a Cristo. Se han puesto en camino, Dejan atrás familia y amistades, negocios pendientes. Cambian la comodidad de sus palacios orientales por la molesta joroba de un camello. Vinieron cada uno de un lado y se encontraron en ese camino, viaje que no sabían cuánto duraría. Los mediocres les dirían que estaban locos, que es inútil seguir la estrella. Hoy, como ayer.
La figura de los magos avanza por los siglos, que no pueden borrarla, como la vocación de seguir la estrella, dejar atrás tantas cosas, también buenas. Hoy, como ayer. Para abrir los ojos y el corazón a una gran aventura, es caminar por la vida con una razón de ser, es penetrar lentamente en un mundo soñado, es ver cómo esa ilusión va haciéndose realidad en panoramas maravillosos, que se abren a cada paso. Y, sobre todo, Señor, en acercarse cada día más a Ti.
La luz a veces desaparece, como los magos se han quedado sin la estrella que los guiaba y ahora reciben el impacto tremendo de la indiferencia de Jerusalén, que no saben nada de Cristo, ni lo buscan. Es la hora de la crisis, de la prueba. La hora del recuerdo de la vida tranquila… ¿para qué seguir? “No te compliques la vida”, oímos que nos dicen voces… A veces por ignorancia, como aquella madre que le pedía a su hijo, piloto de avión supersónico: “procura volar despacio y bajito…” Es el momento de amar, de hablar, de preguntar a quien sabe.
Unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: —¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. La estrella marca lo que Dios nos dice, pero a veces no lo vemos, y hemos de preguntar al que sabe. Los sabios dicen: “—En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta”, y los magos “se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño”. Habían perdido la dirección, la estrella, y vuelven a encontrarla, y con ella el sentido de misión… y gozaron con ello: “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”. Tiempo de una alegría que ningún sufrimiento es capaz de erradicar… Hasta aspectos más secundarios como la repostería de Navidad parece que hacen realidad las palabras bíblicas: «Aquel día, los montes destilarán dulzura y las colinas manarán leche y miel». Contaba Ratzinger que es Dios que viene en Navidad, que reparte, por decirlo así, la miel. Por tanto, tiene que ser verdad que la tierra mana esa miel: donde él esté, desaparece toda amargura, coinciden el cielo y la tierra, Dios y hombre; y la miel, la repostería de miel, es un signo de esa paz, de la concordia y la alegría.
Así, los pastores llegaron al portal. “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”. Así la Navidad se convirtió en la fiesta de los regalos, en la que nosotros imitamos al Dios que se regala a sí mismo y que, con ello, nos ha dado nuevamente la vida, que sólo se convertirá realmente en don cuando, a la leche de la existencia, se agregue la miel de ser amado, de un amor que no está amenazado por ninguna muerte, por ninguna infidelidad y por ninguna ausencia de sentido.
Todo ello confluye por último en la alegría de que Dios se ha hecho niño, un niño que nos anima a tener confianza como los niños, a regalar y recibir regalos.
Tal vez nos resulte difícil admitir estos tonos alegres cuando nos vemos atormentados por preguntas, cuando la enfermedad del cuerpo y los problemas del alma nos aquejan por igual y nos impulsan más bien a rebelarnos contra un Dios incomprensible.
Pero el signo de esperanza representado en este niño está puesto también y precisamente para los atribulados. Justamente por eso ha podido producir un eco tan puro que su poder de consuelo llega a tocar incluso el corazón de los incrédulos, al acercarse a contemplar y adorar ese niño que pudo solo hacer cantar las montañas y que ha convertido en alabanza los árboles del bosque.
De rodillas delante de Jesús Niño, queremos hacerle regalos nosotros también, decirle: “Señor, te amo”, con toda el alma, como san Josemaría: Señor, quisiera ser tuyo de verdad, que mis pensamientos, mis obras, mi vivir entero fueran tuyos... Me hubiese gustado ser tuyo desde el primer momento: desde el primer latido de mi corazón, desde el primer instante... No soy digno de ser… tu hermano, tu hijo y tu amor. Tú si que eres mi hermano, mi amor, y también soy tu hijo. Para tomar al Niño y abrazarlo hemos de hacernos pequeños. Y acudir a María, y si Ella tiene sobre su brazo derecho a su Hijo Jesús, yo, que soy hijo suyo también, tendré allí también un sitio. La Madre de Dios me cogerá con el otro brazo, y nos apretará juntos contra su pecho. Sentir el calor que purifica, el amor. Porque a veces somos como el borrico que está allí (también llamado mula…), que aunque noble y bueno, a veces se revuelca por el suelo, con las patas arriba, y da sus rebuznos. “Como un borriquito estoy ante ti”: Tú eres el Amor de mis amores. Señor, Tú eres mi Dios y todas mis cosas. Señor, sé que contigo no hay derrotas. Señor, yo me quiero dejar endiosar, aunque sea humanamente ilógico y no me entiendan. Toma posesión de mi alma una vez más, y fórjame con tu gracia. Madre, Señora mía; San José, mi Padre y Señor; ayudadme a no dejar nunca el amor de vuestro Hijo.
Es como un “enamoramiento”… te vuelve inquieto, dejas la tranquilidad y sigues esa música del corazón, que es el amor. De eso hablan las canciones de amor, y es que todo amor viene de Dios. Me viene a la cabeza la letra de una de ellas como si el Señor nos hablara de esta luz, para que no nos deje este año y que lo más pequeño esté lleno de amor: “Siguiendo una estrella he llegado hasta aquí, aunque es largo el camino lo seguiré hasta el fin. Cuando sientas miedo y no puedas seguir su luz,  es tu destino y hoy brilla para ti... cógela y aprieta fuerte, lucha cueste lo que cueste contra el viento, contra el fuego, llegarás al mismo cielo... Mi estrella será tu luz..., coge mi mano, yo estoy contigo, esto es un sueño, sueña conmigo... tu estrella será tu luz y conseguirlo no es tan difícil si la voz te sale del corazón.”
2. Isaías grita: “¡Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!...  Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor”. Hay una guerra en el mundo entre la luz y las tinieblas, cuando no hay Dios la tierra se pone a oscuras, y cuando llega Jesús se va haciendo la luz en los corazones. Se hizo la noche azul por la presencia de la Virgen, y el Infinito apareció sin velos, y se hizo niño entre pañales y llorando me hizo llorar para que me decida a ya no más pecar. La luna y las estrellas brillan tan claros que me encanta estar allá. Me han dicho que María significa “Señora” pero también "estrella de la mañana" que orienta a los navegantes que se despistan en la oscuridad de la noche. La estrella que guía a los Magos les acerca a Jesús, y yo quiero seguir también mi estrella, estar siempre con Jesús…
Navidad nos habla de que si Dios se ha hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que por muy negro que parezca el futuro, y nuestros conflictos parezcan sin solución, siempre hay un punto en lo más profundo del alma –¡la estrella!- que emana la luz y el calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: “Si las estrellas bajan para mirarte, / detrás de cada estrella / camina un ángel” (Luis Rosales).
El profeta nos dice que donde está Dios está la luz y está la vida; “Epifanía" es una palabra griega que significa "manifestación". Se hablaba de epifanía cuando un rey se manifestaba a su pueblo, en especial cuando regresaba triunfante de la batalla o visitaba con gloria y majestad una de sus ciudades. Despertaba esperanza, salvación, como ahora cuando un equipo ficha un jugador y todos se alegran porque piensan que ya ganarán todos los campeonatos y serán felices… pero con Jesús sí que pasa…
Y vendrán los reyes como anuncia el profeta a ofrecer en camellos oro, incienso y mirra, que es lo que dice también el Salmo: “Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra”. Es Dios Rey, el Reino de Dios que se manifiesta en Jesús, como pedimos en el padrenuestro: “¡venga a nosotros tu Reino!”. Va diciendo nombres de reinos, como Tarsis (sur de España, donde había fama de minas de oro)… por eso ponemos un rey blanco (Europa), uno amarillo (Asia) y otro negro (representante de África), representan a todos los pueblos de la tierra conocida entonces, que se ponen en movimiento hacia esa adoración, manifestación de Dios en el Niño Jesús y que provoca la alegría de todos.
En el salmo 96 se encuentra la frase: «Que dancen de gozo los árboles del bosque, delante del Señor que hace su entrada». La liturgia ha ampliado la idea relacionándola con otras que hay en los salmos y formando así la frase: «Montes y colinas cantarán alabanzas en la presencia de Dios, y batirán palmas todos los árboles del bosque, porque viene el Señor, el Soberano, a ejercer su señorío eternamente». Los adornados árboles del tiempo de Navidad –recuerda Ratzinger- no son más que el intento de hacer que esa frase se convierta en una verdad visible: el Señor está presente -así lo creían y lo sabían nuestros ancestros—; por tanto, los árboles deben ir a su encuentro, inclinarse ante él, convertirse en alabanza de su Señor. Y, fundados en la misma certeza de fe, esos ancestros nuestros hicieron que también fuesen verdad las palabras que refieren el canto de los montes y colinas: ese canto que ellos entonaron sigue resonando hasta nuestros días y nos permite presentir algo de la cercanía del Señor -la única que podía regalar al ser humano sones semejantes—.
3. Como dice San Pablo, todos los pueblos son llamados a “la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio”: es la gran fiesta de hoy. Jesús se manifestó ante los judíos en los pastores, y hoy lo hace ante los gentiles (que son los de fuera, los no-judíos)representan al resto de pueblos de la tierra. La buena nueva, los regalos de Reyes que nos trae Jesús, no son puro futuro sino que se insertan en el presente. Él está presente en mi vida, en su Palabra y la liturgia, y puedo hablar con él, dirigirle la palabra, quejarme, lamentarme con él, exponerle mi dolor, mi impaciencia, mis preguntas, consciente de que su escucha está siempre presente.
La esperanza cristiana queda como reflejada en esa estrella que nos guía hacia Jesús, hacia un futuro en el que todo encontrará su lugar... Jesús ha nacido para mi la noche de Navidad, y queremos acercarnos a este misterio, queremos participar de esta Vida, queremos emprender el camino justo que es la Humanidad Santísima de Cristo. Queremos entender el sentido de nuestra vida en Cristo. Queremos mirar, abrir los ojos, tener los ojos abiertos y dejar que el Señor haga, realice este milagro en nuestra poquedad. La tierra, la tierra estéril, la tierra agreste, se transformaba en tierra esponjosa, en tierra amorosa: -"Ya no serás la desolada, serás la amada", porque el Señor cultiva nuestro campo, nuestra alma, como su jardín, donde va realizando su obra. Vamos a abrir las verjas de nuestro jardín, para que el Señor entre, vamos a contemplarlo, para saber mirar a Cristo, dejarle hacer en nuestra alma, dejarle entrar en nuestro jardín y colaborar con Él, en tener sus mismos sentimientos, en participar en sus afanes, en participar en el amor a su Madre -que es nuestra Madre Santa Maria-, y participar de nuestra nueva creación, en esta transformación –como en Caná- de lo humano, lo terreno, en divino, el agua en vino, el pobre corazón que tenemos en un corazón que sepa amar a la medida del corazón de Cristo.
"Este es el día que ha hecho el Señor”, la Pascua de Navidad, el día más grande, aunque nos podemos plantear que si Navidad es el día más popular, los teólogos dirán que es mayor la Pascua de Resurrección. Pero también es cierto que si Jesús no hubiera nacido, no hubiera podido resucitar. El Nacimiento es el momento más grande de la historia, al menos en palabras de San Pablo: "Llegada la plenitud de los tiempos, entonces, hijo de una mujer, vino Dios al mundo". Así pues, "éste es el día que ha hecho el Señor", en este día las cosas humanas, la tierra agreste, las cosas que todavía no son, quedan transformadas en divinas, como dirá el prefacio de Navidad dirigiéndose a Dios Padre: “gracias al misterio del Verbo hecho carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible”. Por Jesús, unidos a él, las cosas humanas se convierten en divinas, es una nueva creación. Jesús, ha venido a traer el sentido de nuestra filiación divina. Nunca más estaremos solos, la tierra nunca más estará desolada. Ésta es la gran verdad que hemos de extender, a la gente que nos rodea, a todo el mundo.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 4 de enero de 2015

Ferias de Navidad: 5 de Enero

Feria de Navidad: 5 de enero

Con el amor a los hermanos pasamos de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Un ejemplo de seguimiento de Jesús es Natanael con su sencillez
En aquel tiempo, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás».Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»” (Juan 1,43-51).
1. “He visto a aquellos cinco hombres que seguían a Jesús hacia Galilea… Y me he quedado siguiéndoles con los ojos... y pensando en esa gesta trascendentalmente gloriosa que, aunque olvidada de los hombres, esos varones de Dios van a realizar. Y con qué sencillez... Yo estaba a un lado del camino, arreglando una de las ruedas de mi carro, cuando vi venir hacia mí a Jesús con Juan, con Andrés y con su hermano Pedro, y, sin querer, escuché la conversación...
Pedro y Andrés dijeron al Señor:
-Mira, Jesús, por ahí viene Felipe, que es, como nosotros, de Betsaida; le conocemos desde la infancia, juntos hemos jugado en la tierra de las calles de nuestro pueblo; es muy noble y generoso, y tiene un gran corazón. Creemos que podría ser uno de los primeros.
Yo miré hacia atrás y vi a un hombre joven que venía de camino, con una especie de saco medio lleno a la espalda. Frente despejada, ojos claros y vivos, alegre semblante, que se acerca sonriendo al grupo que, parado, le esperaba cerca de donde yo estaba distraído con una de las cosas de siempre. Ellos no se fijaron en mí. Cambiaron alegres saludos de amistad y muchas palabras en arameo salieron de sus labios, pero una se quedó grabada en mis oídos, cuyos ecos no se me olvidaron en la vida, y desde entonces todas las cosas me repiten sin cesar:
-Sígueme.
Fue Jesús de Nazaret quien la pronunció. Vi que Felipe arrojó lejos el saco que traía y en seguida, pidiendo permiso, se marchó presuroso, corriendo, por aquella senda que va a Caná.
Yo me quedé pensando, mientras aquellos hombres aguardaban, si Felipe habría ido a despedirse de su casa...; pero no, la senda que cogió no iba en la dirección que traía; además Felipe no tiene la familia en Caná, la tiene en Betsaida.
Yo seguía arreglando la rueda de mi carro mientras ellos esperaban conversando, y no sabía contestarme a mi curiosa pregunta:
-¿Adónde había ido Felipe?
Al mediodía vi que Felipe volvía corriendo al grupo que aguardaba; pero no venía solo. Un hombre, amigo suyo, corría con él, un poco atrás. Llegó Felipe y dijo al Mesías:
-¡Es mi amigo Bartolomé!
-He aquí un verdadero israelita -dijo Jesús cuando se acercaba Natanael- en él que no hay doblez ni engaño.
-¿De dónde me conoces? -preguntó el recién llegado.
-Antes que Felipe te llamara, yo te vi cuando estabas debajo de la higuera.
Natanael se arroja al suelo, y con las rodillas clavadas en el polvo del camino, los ojos abiertos, muy abiertos, dice a Jesús:
-Tú eres el Hijo de Dios.
Entonces fue cuando yo vi claro: comprendí en un momento todo lo que aquel grupo de hombres, que se reunían junto a un camino de Galilea, podía significar para el mundo, para ese mundo distraído, ignorante de que, en aquellos momentos, en uno de los caminos de la tierra, se reunían unos hombres, a campo descubierto, para algo sencillamente trascendental.
Presté más mis oídos, pero no pude escuchar nada. Comenzaron en seguida a andar, y yo me quedé junto a mi carro, viendo alejarse a Jesús, el carpintero, con cinco hombres que se le han reunido... Van hacia Galilea. ¡Cinco hombres se le suman!
Felipe no fue a despedirse, no. Fue, y fue corriendo, a llamar a un amigo, a traerle a ese camino seguro, como son todos los caminos cuando por ellos se sigue muy de cerca al Señor. No fue a despedirse, empleó el tiempo de la despedida en avisar a un nuevo apóstol, en ganar a un hombre para la revolución sobrenatural, hacia la que se dirigen aquellos hombres por el camino de Galilea (J. A. González Lobato).
Natanael encontró que «solamente Jesucristo es para nosotros todas las cosas (…). ¡Dichoso el hombre que espera en Él!» (San Ambrosio).
Para mí, Natanael estaba pensando en su vocación y que si había algún sentido en la vida que alguien se lo dijera, por eso cuando Natanael le pregunta: “¿De qué me conoces?”, la palabra de Jesús le toca el corazón: “te vi cuando estabas en la higuera” podría significar algo como “sé en lo que pensabas, y aquí estoy yo que te llamo”, pienso que esto ayuda a que él tenga una respuesta de confesión de su fe en Jesús: “tú eres el hijo de Dios”.
2. «Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros». Sentimos el amor de Dios. Ahora nos toca a nosotros orientar nuestra vida en una respuesta de amor. «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos». El que ama, vive. El que no ama, permanece en la muerte. «Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos». Según el evangelio de Mateo, el juicio final para el cristiano versará sobre si ha amado o no a su prójimo, sobre todo a los que estaban necesitados, hambrientos. Aquí Juan plantea el mismo interrogante: «si uno tiene de qué vivir y viendo a su hermano en necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo a va estar en él el amor de Dios?»  El argumento de Juan se hace todavía más dramático: «no seamos como Caín, que procedía del maligno y asesinó a su hermano». «El que odia a su hermano es un homicida». Para conocer su estado espiritual y saber si posee la vida, el fiel no tiene más que preguntarse si posee la caridad. Entonces, incluso si se le arrebata la vida física, no se podrá nada para quitarle la vida eterna.
El sacrificio de la cruz ha sido la victoria del amor sobre el odio. Es participar en la obediencia al amor incondicional de Jesús al misterio de la cruz: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". ¿No soy capaz de morir por mis hermanos? Voy a comenzar por disponerme al menos a darles algo de lo que tengo. Pero no por jactancia, sino por amor (San Agustín).
3. El salmo es de acción de gracias: "Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre", invitaciones a entrar en el área sagrada del templo y sobre todo a aclamar a Dios con alegría.
El mundo y la historia no están a merced del destino, del caos o de una necesidad ciega. Por el contrario, están gobernados por un Dios misterioso, sí, pero a la vez deseoso de que la humanidad viva establemente según relaciones justas y auténticas: él "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente. (...) Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad". Por tanto, todos estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre.
Vemos también una confesión de la fe, del único Dios: "Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño". Y este Señor creador tiene como características: la bondad, el amor misericordioso (hésed) y la fidelidad. Aunque nos portemos mal, él no dejará de querernos, su alianza es para siempre.
San Agustín relaciona eso con el amor de la primera lectura: "Cuanto más aumente la caridad, tanto más te darás cuenta de que decías y no decías. En efecto, antes de saborear ciertas cosas creías poder utilizar palabras para mostrar a Dios; al contrario, cuando has comenzado a sentir su gusto, te has dado cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que pruebas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que experimentas, ¿acaso deberás por eso callarte y no alabar? (...) No, en absoluto. No serás tan ingrato. A él se deben el honor, el respeto y la mayor alabanza. (...) Escucha el salmo: "Aclama al Señor, tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor".
Se va como recitando una procesión de actos litúrgicos para con Dios: aclamad, servid, entrad en su presencia, reconoced, entrad por sus puertas, dadle gracias, bendecid su nombre. Se proclama también una plena pertenencia a Dios: "somos suyos, su pueblo","ovejas de su rebaño".
San Efrén (hacia 306-373) diácono en Siria, doctor de la Iglesia, en su Himno I sobre la Resurrección proclama “El pueblo que habita en las tinieblas ha visto una gran luz”: Jesús, Señor nuestro, Cristo / Se nos ha manifestado desde el seno del Padre / Ha venido a sacarnos de las tinieblas / Y nos ha iluminado con su luz admirable / Ha amanecido el gran día para la humanidad / El poder de las tinieblas ha sido vencido / De su luz nos ha nacido una luz / Que ilumina nuestros ojos entenebrecidos // Ha hecho brillar la gloria en el mundo / Ha iluminado los abismos oscuros / La muerte ha sido aniquilada, las tinieblas ya no existen / Las puertas del infierno han sido abatidas // El ha iluminado a toda criatura / Tinieblas desde los tiempos antiguos / Ha realizado la salvación y nos ha dado la vida; / Volverá en gloria e iluminará los ojos de los que le esperan // Nuestro Rey viene en su esplendor / Salgamos a su encuentro con las lámparas encendidas / Alegrémonos en él como el se regocija con nosotros / Y nos alegra con su gloriosa luz // Hermanos míos, levantaos, preparaos / A dar gracias a nuestro Rey y Salvador / Que vendrá en su gloria y nos alegrará / Con su gozosa luz en el Reino”.
Llucià Pou Sabaté

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San Juan Nepomuceno Neumann, obispo

SAN JUAN NEPOMUCENO NEUMANN, OBISPO
Juan Nepomuceno Neumann nació en 1811 en Prachatitz, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro, hoy población checa. Juan fue el tercero de una familia de seis hijos. Durante los estudios de filosofía, realizados con los cistercienses, su afición eran las ciencias naturales tanto que pensó en estudiar medicina pero, motivado por su madre, ingresó en el seminario.
En el año 1831, mientras estudiaba teología en el seminario de Budweis se interesó vivamente por las misiones y decidió dedicarse a la evangelización en América.
Habiéndole llegado la hora de la ordenación sacerdotal, su obispo la defirió por tiempo indefinido. En esas circunstancias decidió partir para Estados Unidos, invitado por el obispo de Filadelfia. Desde Budweis escribió a sus padres: “Mi inalterable resolución, hace ya tres años acariciada y ahora próxima a cumplirse, de ir en auxilio de las almas abandonadas, me persuade de que es Dios el que me exige este sacrificio... Yo os ruego, queridos padres, que llevéis con paciencia esta cruz que Dios ha puesto sobre vuestros hombros y los míos.”
Llegó a Nueva York en 1836, siendo ordenado sacerdote ese mismo año en la catedral de San Patricio. Inmediatamente se le destinó a la región de las cataratas del Niágara. Movido por un deseo de mayor entrega a Dios e impresionado por la eficacia del apostolado realizado por los misioneros redentoristas, quienes intentaban establecerse en aquellas tierras, pidió ser admitido en la congregación. Como redentorista ejerció el ministerio sagrado en Baltimore. Fue nombrado sucesivamente vicario del provincial, consejero, y finalmente superior de comunidad, en Filadelfia.
Estando esta ciudad, fue nombrado obispo de Filadelfia. En su labor pastoral, ideó un plan llamado sistema de escuelas parroquiales para dotar a cada parroquia con una escuela católica; en sus ocho años de episcopado se abrieron setenta escuelas. En el centenario de su muerte, celebrado en Pennsylvania en el año 1960, fue reconocido por el Senado como hombre insigne, pionero y promotor del sistema escolar católico de Estados Unidos.
Entre 1854 y 1855 se ausentó de su diócesis para ir a Roma en visita “ad límina”. El 8 de diciembre recibió la gracia de estar presente en la basílica de San Pedro cuando el papa Pío IX proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción. A él correspondió sostener el libro en el que el Papa leyó las palabras de la proclamación del dogma.
De regreso a su diócesis llevó a cabo un permiso recibido del papa Pío IX: recibió los votos religiosos de tres mujeres que pertenecían a la tercera orden de San Francisco y convirtió su asociación en congregación religiosa: las Hermanas Terciarias Franciscanas, para quienes redactó unas constituciones. El 5 de enero de 1860 (con 48 años de edad) se desplomó en la calle, en su ciudad episcopal. y murió antes de que pudieran administrarle los últimos Sacramentos. El 11 de Noviembre de 1921, Benedicto XV declara solemnemente la heroicidad de sus virtudes. Fue Beatificado por el Papa Pablo VI el 13 de  Octubre de 1963 y Canonizado por el mismo Papa. Fruto de su celo apostólico fueron las innumerables escuelas parroquiales que fundó, la Congregación de las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco, el florecimiento de la devoción de las cuarenta horas, la atención a los indígenas e inmigrantes y los continuos viajes apostólicos. Fue beatificado durante el Concilio Vaticano II en 1963. Pablo VI lo canonizó en 1977. Es el segundo santo elevado a los altares en los Estados Unidos.

Domingo Semana II después de Navidad

Domingo 2º después de Navidad

Celebramos que Jesús es la sabiduría de Dios que viene a llenar de sentido nuestra vida.
«Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: Este era de quien yo dije: el que viene después de mí ha sido antepuesto a mí porque existía antes que yo. Pues de su plenitud todos hemos recibido, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer» (Juan 1,14-18).
1.  “Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos”, dice la Antífona de Entrada, y la oración colecta pide al Señor “que la tierra se llene de tu gloria y que te reconozcan los pueblos por el resplandor de tu luz”. El Evangelio nos lleva al principio y a la luz: “ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió… La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre”. Con Jesús, la Luz; sin Él, el mundo está en tinieblas. Sí, con Él mi vida tiene sentido, soy hijo de Dios. Nos lleva de la mano por el camino de la vida. Él está muy cerca, al alcance de nuestra voz, siempre cerca.
“Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”.Dios necesita nuestro amor. «Los suyos no la recibieron», no hay lugar en el mesón, pero le ofrezco mi corazón. «Los suyos no lo recibieron»: Jesús, yo quiero recibirte, quiero ser sencillo como los pastores, como los magos, como María y José, y poder decir: nosotros vimos su gloria. Ver tu gloria en medio del mundo. El que cree, ve. Quiero ser portador de tu luz que proviene de Belén por todo el mundo, sembrar paz, y después, rezar, lleno de confianza: “Venga a nosotros tu reino. Venga a nosotros tu luz. Venga a nosotros tu alegría” (Ratzinger).
 “Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. También se puede leer en el sentido de que él (Jesús) ha nacido de Dios, y no de hombre. Los dos sentidos se complementan: nosotros somos hijos de Dios, nacidos de la fe; a imagen del Hijo de Dios, nacido del Espíritu Santo, de María siempre Virgen. «Ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre» (Santo Tomás).
“Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Y habitó (acampó) entre nosotros... "Esta frase del Ángelus -me contaba una madre de familia- me recuerda una cosa muy bonita que me ocurrió una vez que di catequesis de primera comunión a un niño cuyos padres no iban por la iglesia. Iba yo a su casa, usé el libro de una de mis hijas, del colegio, y le iba enseñando toda clase de oraciones. Él las devoraba, le encantaba aprenderlas, prestaba una atención... Cuando le enseñé el Ángelus, le conté que mi padre siempre dice y habita entre nosotros, en presente, y que yo nunca lo había hablado con mi padre, pero que a mí me gustaba decirlo así porque realmente Jesús habita con nosotros cada día, así nos lo ha prometido... Pensaba que Álvaro no se iba a acordar, pero en la primera ocasión que tuvimos para rezar el Ángelus, le oí decir con su buena voz : Y habita entre nosotros... Me miró, me guiñó un ojo, y me dijo bajito "...como tu padre"!
2. El Eclesiástico habla de la sabiduría: “Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás”. Hoy cantamos que la Palabra de Dios, en la noche de Navidad, vino al mundo, y su luz lo llena todo, "para que conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve el amor de lo invisible" (prefacio). Las lecturas de este domingo son un repaso de la historia Sagrada: es como cuando se quita en el teatro el telón y se ve lo que se representa, así nos enseña Dios el regalo que nos tenía guardado con su sabiduría, su perfume, su aroma exquisito, nos enseña sus frutos que son dulces como la miel, y sus flores, abundantes… Jesús es como las manos de Dios y su sabiduría, por Jesús Dios hace todo.
Y es su Palabra y por Él lo dice todo cuando "...la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria", como recuerda el Salmo: “Glorifica al Señor, Jerusalén, / alaba a tu Dios Sión: / que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, / y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. / Ha puesto paz en tus fronteras, / te sacia con flor de harina; / él envía su mensaje a la tierra, / y su palabra corre veloz…”  Corre, de modo que… “Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance” (S. Juan de la Cruz). Volar este año con magnanimidad, como el pájaro solitario, vacío de riquezas y de querencias, libre de arrimos y ligaduras pues la “noticia” de Dios le mueve, ya nada puede distraerle, deslumbrarle, su vida es para Dios y los demás.
Nos da el Señor de lo mejor como alimento: "y si, ya aquí abajo, Jesús nos conforta dándonos a comer su propia Carne, ¿cómo saciará en el Cielo a quienes les desborde con la luz de su Divinidad?" (Casiodoro). Para los antiguos, el "pan" en abundancia es símbolo  de la felicidad y de la vida. Decía san Agustín que Dios “No supo dar más, no pudo dar más, no tuvo más que dar”, porque en Jesús y la Eucaristía se nos da del todo. Tenemos hambre del Pan vivo, hambre de Dios, y así seremos felices si no le dejamos este año que comienza.
Nos ayudan las oraciones para “correr” a Dios, hay algunas populares bien bonitas, que se pueden rezar en familia con los pequeños, haciéndonos pequeños, como éstas de la mañana: “Mañana de mañanita / voy a empezar mi camino. / Cuídame Madre bendita, / guíame Jesús divino”.  O esta: “Jesusito, ¡buenos días!, / Jesusito de mi amor. / Aquí me tienes, mi vida, / aquí me tienes, Señor. Muchos besos vengo a darte, / y también mi corazón. / Tómalo, Niño bueno, / es toda mi posesión. / Y si yo te lo pidiera / al llegar a ser mayor, / no me lo entregues, mi vida, / no me hagas caso mi Dios. / Guárdalo oculto en tu pecho, / encerradito, Jesús, / que yo no pueda cogerlo, / y siempre lo tengas Tú”. O bien: “Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón. Tómalo, tómalo; tuyo es, mío no”.
Luego, durante el día, quizá tenemos costumbre de rezar otras, aquí pongo alguna, por ejemplo para comer: “Jesús, que naciste en Belén: Bendice estos alimentos, y a nosotros también”.
Y por la noche: “Niño Jesús, ven a mi cama. Dame un besito, y hasta mañana”.
También nos ayuda la compañía del ángel, como pedimos en esta oración: “Ángel de la Guarda, tú que eres mi amigo, haz que al acostarme yo sueñe contigo”.
Y así bien acompañados tratar a Dios en las tres Personas: “Que el Padre guarde mi alma; que el Hijo guarde mi sueño; y el Espíritu mi alma, mi sueño y mi cama”. Podría seguir con otras oraciones, y en otros idiomas, pero lo importante es que este trato nos lleva a sentir el consuelo de Jesús, y sentirnos hijos de Dios.
3. La carta a los Efesios cuenta nuestra vocación: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo. Ya que en Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor. Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo” y pide que Dios nos dé “un espíritu de sabiduría” y, con el “corazón” iluminado vivir la “esperanza a la que han sido llamados”. San Juan Crisóstomo al pensar en esto tan grande, "en Cristo", dice: "¿Qué te falta? Eres inmortal, eres libre, eres hijo, eres justo, eres hermano, eres coheredero, con Él reinas, con Él eres glorificado. Te ha sido dado todo y, como está escrito, "¿cómo no nos dará con Él graciosamente todas las cosas?". Tu primicia es adorada por los ángeles, por los querubines y por los serafines. Entonces, ¿qué te falta?". Y si Dios hizo todo esto por nosotros, "¿por qué nos ama de este modo? ¿Por qué motivo nos quiere tanto? Únicamente por bondad, pues la "gracia" es propia de la bondad". Todo lo ha hecho "por el amor" que nos tiene.
“No podemos vivir el nacimiento del Señor sin pensar en esta elección. Estamos eternamente en el ‘predilecto’ Hijo del Padre. Esta elección permanece, ha revestido la forma de la noche de Belén. Se ha hecho el evangelio de la cruz y de la resurrección. Sobre el acontecimiento de Belén se ha puesto el sello definitivo. El sello de la ‘predestinación divina’.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 3 de enero de 2015

Feria de Navidad: 3 de Enero

Feria de Navidad: 3 de enero

Jesús es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo
“Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios»” (Juan 1,29-34).
1. Celebramos hoy la fiesta del "Santísimo Nombre de Jesús" –que significa Salvador– e indica su misión, según había el ángel anunciado a la Virgen y a su esposo. Jesu-Cristo tiene ahí asociada la misión (Jesús=Salvador) a su persona (Cristo=Mesías, el ungido, el hijo de Dios). También es inseparable del verdadero cristiano la actitud apostólica, al participar de la filiación divina en Cristo participamos también de su misión redentora.
Juan el Bautista, al ver a Jesús, pronunció estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Es la primera vez que sale esta expresión en el Nuevo Testamento, la primera vez que se aplica a Jesús. ¿Qué significan estas palabras, que en la liturgia romana se pronuncian antes de comulgar? ¿En qué sentido Jesús es «cordero» y cómo quita los pecados del mundo, los vence hasta dejarlos sin sustancia ni realidad? Cuando yo era niño, me sentía necesitado de que me explicaran esas palabras, cuando se alzaba el Cuerpo del Señor antes de comulgar: “este es el Cordero de Dios…” Luego fui conociendo que los antiguos hacían sacrificios, con corderos, y que el cordero se deja hacer y llevar, como hizo Jesús, que quiso obedecer hasta la muerte y con su pasión nos salvó, por eso se añade: “que quita el pecado del mundo”. Y al entrar en el cielo, nos prepara una fiesta: “Dichosos los invitados a la Cena del Cordero”…
San Cirilo de Alejandría (380-444) explica: “Un solo Cordero ha muerto por todos, aquel que guarda todo el rebaño de los hombres para su Dios y Padre, uno por todos para someter a todos a Dios, uno por todos para ganarlos a todos, para que finalmente todos “los que viven, no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos” (2Cor 5,15) En efecto, cuando todavía estábamos bajo el pecado y sujetos a la muerte y la corrupción, el Padre ha entregado a su Hijo para nuestra redención, él sólo por todos, ya que todo está en él y él es más que todos. Uno sólo ha muerto por todos, para que todos vivan gracias a él.
Así como la muerte golpeó al Cordero, inmolado por todos, así la muerte nos ha dejado en libertad, gracias a él. Todos estábamos en Cristo muerto y resucitado por nosotros y a causa de nosotros. Verdaderamente, una vez destruido el pecado ¿cómo no iba a ser destruido también la muerte que viene del pecado? Muerta la raíz ¿cómo podía conservarse el fruto? Muerto el pecado ¿qué razón quedaba para que muriésemos todos? De modo que podemos decir con gozo, respecto a la muerte del Cordero: “Muerte ¿dónde está tu victoria, muerte dónde está tu aguijón?”(1Cor 15,55).
Joachim Jeremías subraya que hay alusiones al canto del siervo de Dios (Isaías 53,7): «Como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca». También a la Pascua y el sacrificio del cordero pascual (memoria de la salida de Egipto, de la libertad de la tierra prometida): Jesús es el Cordero Pascual (1 Co 5,7; Jn 19,36; 1 Pe 1,19; Ap 5,6…). La palabra hebrea significa tanto «cordero» como «mozo», «siervo» de Dios que «carga» con los pecados; puede verse el verdadero cordero pascual, que con su expiación borra los pecados del mundo: «Paciente como un cordero ofrecido en sacrificio, el Salvador se ha encaminado hacia la muerte por nosotros en la cruz; con la fuerza expiatoria de su muerte inocente ha borrado la culpa de toda la humanidad» (ThWNT 1343s). En las penas de la opresión egipcia el cordero pascual era el signo de la salvación por su sangre, ahora Jesús es el pastor que se ha convertido en cordero que quita los pecados del «mundo», ya no es sólo Israel sino la humanidad.
Insiste Ratzinger: “Con ello se introduce el gran tema de la universalidad de la misión de Jesús. Israel no existe sólo para sí mismo: su elección es el camino por el que Dios quiere llegar a todos. Encontraremos repetidamente el tema de la universalidad como verdadero centro de la misión de Jesús. Aparece ya al comienzo del camino de Jesús, en el cuarto Evangelio, con la frase del cordero de Dios que quita el pecado del mundo. / La expresión «cordero de Dios» interpreta, si podemos decirlo así, la teología de la cruz que hay en el bautismo de Jesús, de su descenso a las profundidades de la muerte”. Por eso recitamos esta oración antes de comulgar, en el contexto de la renovación del sacrificio de la Cruz, cuando Jesús se nos da como alimento.
2. San Juan nos dice hoy: -“Todo el que practica la justicia «ha nacido» de DiosMirad qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de Dios... y además lo somos”. Podemos ir saboreando interiormente estas palabras: «soy un hijo de Dios»... «Dios es mi Padre»...
-“La razón de que el mundo no nos conozca es que no ha descubierto a Dios”. La verdadera grandeza del hombre es el hecho de ser «hijo de Dios». ¡Es algo inaudito! El que no conoce a Dios, desconoce también lo que es esencial en mí.
-“Amigos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos”. Lo esencial, mi vida divina... Ya ha empezado, desde ahora, desde HOY, desde este mismo instante. Es una realidad que se está haciendo, también en la medida que yo ayude... -“Sabemos: Cuando el Hijo de Dios se manifieste, seremos semejantes a él...”: llegar a ser completamente «semejante» a Jesús, el perfecto «Hijo de Dios». -“Lo veremos tal cual es”. Ver a Jesús. ¡Ya le vemos... un poco! Le veremos un día... a plena luz. Para Juan se trataba de un "volver a ver". Recordaba aquellos momentos pasados con Jesús, y aspiraba al nuevo reencuentro, definitivo.
-“Todo el que tiene puesta en Jesús esa esperanza se purifica para ser puro como El lo es”. El camino que conduce a Dios es el de una purificación cada vez más perfecta. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios», había dicho Jesús. Quiero poner aquí una breve carta, que leyó un niño muy maduro (a sus 9 años) en el funeral (que me tocó celebrar) por su padre, que murió de cáncer, en poco tiempo de enfermedad, sin que nada hiciera sospechar que duraría tan poco. El niño, bien preparado en su fe cristiana sabiendo que morir es nacer a la vida eterna, leyó:
"Querido Papá: Desde que Mami me dijo lo que podía pasar, tuve la esperanza de que te quedarías con nosotros. Pero el Señor te ha llevado con El. Esta Misa es para que veas lo que te queremos. Gracias por el tiempo que has estado con nosotros y nos has querido. Nos has dado muchas lecciones de bondad que nunca olvidaremos. Cuando sea un hombre espero parecerme a ti. No te preocupes por mamá, porque yo cuido de ella. Te quiero, te queremos".
-“Todo el que comete pecado, comete rebeldía contra Dios. Como sabéis, Jesús se manifestó para quitar el pecado, y en El no hay pecado”. Ver a Dios. Ser semejante a Jesús. Estar sin pecado. Mantengo en mí ese deseo. Esa gracia pido. Admiro a Jesús en quien no hay pecado, quien jamás hizo mal alguno.
-“Todo el que permanece en El, no peca. Todo el que peca ni le ha visto ni le ha conocido”. Efectivamente, lo sé por experiencia: mis pecados se insinúan en mi vida cuando no tengo presente a Jesús; porque cuando «veo y conozco» a Jesús, no peco (Noel Quesson).
Esto nos pone en conexión con el Evangelio donde se habla de bautismo. La persona que se acercaba a Juan para ser bautizada se preparaba para este momento tan importante. La entrada en el lago y la inmersión en el agua tenía el significado de dejar sumergida la vida pasada e iniciar una nueva vida. Era una muestra de conversión por la cual salía del agua dispuesto a cambiar en su forma de ser en la vida cotidiana y en su relación con Dios.
3. Dijo el salmista: “Un día los confines de la tierra contemplarán la victoria del Señor”. Ese día cantaremos juntos un cántico nuevo de gozo, de gloria, de paz. Hoy nosotros, alzando la voz, podemos decir más que el salmista: El Señor está con nosotros... Aclámele la tierra entera.
Jesús ha nacido para mi la noche de Navidad, y queremos acercarnos a este misterio, queremos participar de esta Vida, queremos emprender el camino justo que es la Humanidad Santísima de Cristo. Queremos entender el sentido de nuestra vida en Cristo. Queremos mirar, abrir los ojos, tener los ojos abiertos y dejar que el Señor haga, realice este milagro en nuestra poquedad. La tierra, la tierra estéril, la tierra agreste, se transformaba en tierra esponjosa, en tierra amorosa: -"Ya no serás la desolada, serás la amada", porque el Señor cultiva nuestro campo, nuestra alma, como su jardín, donde va realizando su obra. Vamos a abrir las verjas de nuestro jardín, para que el Señor entre, vamos a contemplarlo, para saber mirar a Cristo, dejarle hacer en nuestra alma, dejarle entrar en nuestro jardín y colaborar con Él, en tener sus mismos sentimientos, en participar en sus afanes, en participar en el amor a su Madre -que es nuestra Madre Santa María-, y participar de nuestra nueva creación, en esta transformación –como en Caná- de lo humano, lo terreno, en divino, el agua en vino, el pobre corazón que tenemos en un corazón que sepa amar a la medida del corazón de Cristo.
"Este es el día que ha hecho el Señor”, la Pascua de Navidad, el día más grande, aunque nos podemos plantear que si Navidad es el día más popular, los teólogos dirán que es mayor la Pascua de Resurrección. Pero también es cierto que si Jesús no hubiera nacido, no hubiera podido resucitar. El Nacimiento es el momento más grande de la historia, al menos en palabras de San Pablo: "Llegada la plenitud de los tiempos, entonces, hijo de una mujer, vino Dios al mundo". Así pues, "éste es el día que ha hecho el Señor", en este día las cosas humanas, la tierra agreste, las cosas que todavía no son, quedan transformadas en divinas, como dirá el prefacio de Navidad dirigiéndose a Dios Padre: “gracias al misterio del Verbo hecho carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible”. Por Jesús, unidos a él, las cosas humanas se convierten en divinas, es una nueva creación. Jesús, ha venido a traer el sentido de nuestra Filiación Divina. Nunca más estaremos solos, la tierra nunca más estará desolada. Ésta es la gran verdad que hemos de extender, a la gente que nos rodea, a todo el mundo.
Llucià Pou Sabaté

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El Santísimo Nombre de Jesús

Meditaciones de la semana
en Word
 y en PDB

JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles, 14 de enero de 1987
Jesús, Hijo de Dios y Salvador
1. Con la catequesis de la semana pasada, siguiendo los Símbolos más antiguos de la fe cristiana, hemos iniciado un nuevo ciclo de reflexiones sobre Jesucristo. El Símbolo Apostólico proclama: “Creo... en Jesucristo su único Hijo (de Dios)”. El Símbolo Niceno-constantinopolitano, después de haber definido con precisión aún mayor el origen divino de Jesucristo como Hijo de Dios, continúa declarando que este Hijo de Dios “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y... se encarnó”. Como vemos, el núcleo central de la fe cristiana está constituido por la doble verdad de que Jesucristo es Hijo de Dios e Hijo del hombre (la verdad cristológica) y es la realización de la salvación del hombre, que Dios Padre ha cumplido en El, Hijo suyo y Salvador del mundo (la verdad soteriológica).
2. Si en las catequesis precedentes hemos tratado del mal, y especialmente del pecado, lo hemos hecho también para preparar el ciclo presente sobre Jesucristo Salvador. Salvación significa, de hecho, liberación del mal, especialmente del pecado. La Revelación contenida en la Sagrada Escritura, comenzando por el Proto-Evangelio (Gén 3, 15), nos abre a la verdad de que sólo Dios puede librar al hombre del pecado y de todo el mal presente en la existencia humana. Dios, al revelarse a Sí mismo como Creador del mundo y su providente Ordenador, se revela al mismo tiempo como Salvador: como Quien libera del mal, especialmente del pecado cometido por la libre voluntad de la criatura. Este es el culmen del proyecto creador obrado por la Providencia de Dios, en el cual, mundo (cosmología), hombre (antropología) y Dios Salvador (soteriología) están íntimamente unidos.
Tal como recuerda el Concilio Vaticano II, los cristianos creen que el mundo está “creado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado (cf. Gaudium et spes
 2).
3. El nombre “Jesús”, considerado en su significado etimológico, quiere decir “Yahvé libera”, salva, ayuda. Antes de la esclavitud de Babilonia se expresaba en la forma “Jehosua”: nombre teofórico que contiene la raíz del santísimo nombre de Yahvé. Después de la esclavitud babilónica tomó la forma abreviada “Jeshua” que en la traducción de los Setenta se transcribió como “Jesoûs”, de aquí “Jesús”.
El nombre estaba bastante difundido, tanto en a antigua como en la Nueva Alianza. Es, pues, el nombre que tenía Josué, que después de la muerte de Moisés introdujo a los israelitas en la tierra prometida: “EI fue, según su nombre, grande en la salud de los elegidos del Señor... para poner a Israel en posesión de su heredad” (Eclo 46, 1-2). Jesús, hijo de Sirah, fue el compilador del libro del Eclesiástico (50, 27). En la genealogía del Salvador, relatada en el Evangelio según Lucas, encontramos citado a “Er, hijo de Jesús” (Lc 3, 28-29). Entre los colaboradores de San Pablo está también un tal Jesús, “llamado Justo” (cf. Col 4, 11).
4. El nombre de Jesús, sin embargo, no tuvo nunca esa plenitud del significado que habría tomado en el caso de Jesús de Nazaret y que se le habría revelado por el ángel a María (cf. Lc 1, 31 ss.) y a José (cf. Mt 1, 21). Al comenzar el ministerio público de Jesús, la gente entendía su nombre en el sentido común de entonces.
“Hemos hallado a Aquél de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret”. Así dice uno de los primeros discípulos, Felipe, a Natanael; el cual contesta: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 45-46). Esta pregunta indica que Nazaret no era muy estimada por los hijos de Israel. A pesar de esto, Jesús fue llamado “Nazareno” (cf. Mt 2, 23), o también “Jesús de Nazaret de Galilea” (Mt 21, 11), expresión que el mismo Pilato utilizó en la inscripción que hizo colocar en la cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos” (Jn 19, 19).
5. La gente llamó a Jesús “el Nazareno” por el nombre del lugar en que residió con su familia hasta la edad de treinta años. Sin embargo, sabemos que el lugar de nacimiento de Jesús no fue Nazaret, sino Belén, localidad de Judea, al sur de Jerusalén. Lo atestiguan los Evangelistas Lucas y Mateo. El primero, especialmente, hace notar que a causa del censo ordenado por las autoridades romanas, “José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa que estaba encinta. Estando allí se cumplieron los días de su parto” (Lc 2, 4-6).
Tal como sucede con otros lugares bíblicos, también Belén asume un valor profético. Refiriéndose al Profeta Miqueas (5, 1-3), Mateo recuerda que esta pequeña ciudad fue elegida como lugar del nacimiento del Mesías: “Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los clanes de Judá pues de ti saldrá un caudillo, que apacentará a mi pueblo Israel” (Mt 2, 6). El Profeta añade: “Cuyos orígenes serán de antiguo, de días de muy remota antigüedad (Miq 5, 1).
A este texto se refieren los sacerdotes y los escribas que Herodes había consultado para dar respuesta a los Magos, quienes, habiendo llegado de Oriente, preguntaban dónde estaba el lugar del nacimiento del Mesías.
El texto del Evangelio de Mateo: “Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes” (Mt 2, 1), hace referencia a la profecía de Miqueas, a la que se refiere también la pregunta que trae el IV Evangelio: “¿No dice la Escritura que del linaje de David y de la aldea de Belén ha de venir el Mesías?” (Jn 7, 42).
6. De estos detalles se deduce que Jesús es el nombre de una persona histórica, que vivió en Palestina. Si es justo dar credibilidad histórica figuras como Moisés y Josué, con más razón hay que acoger la existencia histórica de Jesús. Los Evangelios no nos refieren detalladamente su vida, porque no tienen finalidad primariamente historiográfica. Sin embargo, son precisamente los Evangelios los que, leídos con honestidad de crítica, nos llevan a concluir que Jesús de Nazaret es una persona histórica que vivió en un espacio y tiempo determinados. Incluso desde un punto de vista puramente científico ha de suscitar admiración no el que afirma, sino el que niega la existencia de Jesús, tal como han hecho las teorías mitológicas del pasado y como aún hoy hace algún estudioso.
Respecto a la fecha precisa del nacimiento de Jesús, las opiniones de los expertos no son concordes. Se admite comúnmente que el monje Dionisio el Pequeño, cuando el año 533 propuso calcular los años no desde la fundación de Roma, sino desde el nacimiento de Jesucristo, cometió un error. Hasta hace algún tiempo se consideraba que se trataba de una equivocación de unos cuatro años, pero la cuestión no está ciertamente resuelta.
7. En la tradición del pueblo de Israel el nombre “Jesús” conservó su valor etimológico: “Dios libera”. Por tradición, eran siempre los padres quienes ponían el nombre a sus hijos. Sin embargo en el caso de Jesús, Hijo de María, el nombre fue escogido y asignado desde lo alto, y antes de su nacimiento, según la indicación del Ángel a María, en la anunciación (Lc 1, 31 ) y a José en sueño (Mt 1, 21). “Le dieron el nombre de Jesús” )subraya el Evangelista Lucas), porque este nombre se le había “impuesto por el Ángel antes de ser concebido en el seno de su Madre” (Lc 2, 21).
8. En el plan dispuesto por la Providencia de Dios, Jesús de Nazaret lleva un nombre que alude a la salvación: “Dios libera”, porque Él es en realidad lo que el nombre indica, es decir, el Salvador. Lo atestiguan algunas frases que se encuentran en los llamados Evangelios de la infancia, escritos por Lucas: “...os ha nacido... un Salvador” (Lc 2, 11), y por Mateo: “Porque salvará al pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Son expresiones que reflejan la verdad revelada y proclamada por todo el Nuevo Testamento. Escribe, por ejemplo, el Apóstol Pablo en la Carta a los Filipenses: “Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre, sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble la rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor (Kyrios, Adonai) para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 9-11).
La razón de la exaltación de Jesús la encontramos en el testimonio que dieron de El los Apóstoles, que proclamaron con coraje “En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos” (Act 4, 12).

jueves, 1 de enero de 2015

Feria de Navidad; 2 de Enero

Feria de Navidad: 2 de enero

Juan Bautista prepara con su bautismo la venida del Señor
Éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron adonde estaba él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo». Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?». El dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el profeta?». Respondió: «No». Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».Los enviados eran fariseos. Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia». Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando” (Juan 1,19-28).
1. –“Sacerdotes y levitas vinieron de Jerusalén para preguntar a Juan: -Tú ¿quien eres?" Estaban como todo el mundo, a la espera... del Mesías prometido por las Escrituras.
-“Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Gran Profeta”. Humildad. Veracidad. No podemos suplantar a Jesús, pretender tener su voz o su verdad, pues estas distinciones son necesarias: Cristo es Dios... y yo, no soy más que un pobre ser limitado. Sí, Cristo es Santo... y yo, un pobre y débil pecador. Si, Cristo es Señor... y yo, hago lo que puedo para seguirle. La Iglesia está ligada a Cristo, pero tiene también un lado humano y pecador. Es bueno saber distinguir esto, al mismo tiempo que vemos a Cristo en su Iglesia.
-“Yo no soy ni aun digno de desatar la correa de su sandalia”. Ayúdanos, Señor, a reconocer tu grandeza, y nuestra pequeñez, como Juan Bautista. Lo que hacían los antiguos esclavos a su amo, cuando se arrodillaban a sus pies para desatarles las sandalias... Juan, ni de esto se encuentra digno... Juan Bautista tenía una idea muy alta del misterio de la persona de Jesús. La ternura e intimidad con Dios no puede ser nunda descuido, falta de respeto. Señor, quiero respetarte, con amor, incluso y sobre todo cuando "Tú mismo te arrodillas a nuestros pies para desatar la correa de nuestro calzado", como hiciste la tarde del jueves santo, antes de lavar los pies a tus amigos.
-“¿Por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?” Estos especialistas del culto están ante todo según parece, preocupados, celosos por el exacto cumplimiento de las reglas rituales según la religión de Moisés.
-“Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis, que viene en pos de mí”... Juan dirige la atención de sus interlocutores hacia lo esencial: Jesús. Señor, ayúdanos a reconocer tu presencia misteriosa, secreta. Pareces lejano, y estás cerca... Pareces ausente, y estás aquí. Eres el eterno desconocido. Se requiere silencio y un oído atento como a una brisa ligera para percibir tu presencia discreta (Noel Quesson). La Palabra es Jesús: Juan sólo es la voz. La luz es Cristo: Juan sólo es el reflejo de esa luz. Y anuncia a Cristo: «en medio de vosotros hay uno que no conocéis, que existía antes que yo». Te pido, Señor, anunciarte a los demás con mi vida, acercarte a los demás con mis palabras y mi ejemplo, con mi amor hacerte ver. Ser la voz de Cristo, sus manos, su corazón y su mirada…
Quiero experimentar, como nos dice san Pablo, que «quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6). Todos, llamados por Cristo a la santidad, hemos de ser su voz en medio del mundo. Un mundo que vive, a menudo, de espaldas a Dios, y que no ama al Señor. Es necesario que lo hagamos presente y lo anunciemos con el testimonio de nuestra vida y de nuestra palabra. No hacerlo, sería traicionar nuestra más profunda vocación y misión. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» —comenta el Concilio Vaticano II. La grandeza de nuestra vocación y de la misión que Dios nos ha encomendado no proviene de méritos propios, sino de Aquel a quién servimos  (Joan Costa Bou).
Para preparar el camino de salvación que Jesús nos trae, ha venido Juan Bautista, que llama a la conversión: “San Juan Bautista es el precursor inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino. "Profeta del Altísimo" (Lc 1,76), sobrepasa a todos los profetas, de los que es el último, e inaugura el Evangelio; desde el seno de su madre saluda la venida de Cristo  y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3,29) a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1,17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio” (Catecismo, 523).
Después de la Segunda Guerra Mundial, el hallazgo de Qumrán ha sacado a la luz textos esenios, poco conocidos hasta entonces. Como dice el Card. Ratzinger, “era un grupo que se había alejado del templo herodiano y de su culto, fundando en el desierto de Judea comunidades monásticas, pero estableciendo también una convivencia de familias basada en la religión, y que había logrado un rico patrimonio de escritos y de rituales propios, particularmente con abluciones litúrgicas y rezos en común. La seria piedad reflejada en estos escritos nos conmueve: parece que Juan el Bautista, y quizás también Jesús y su familia, fueran cercanos a este ambiente. En cualquier caso, en los escritos de Qumrán hay numerosos puntos de contacto con el mensaje cristiano. No es de excluir que Juan el Bautista hubiera vivido algún tiempo en esta comunidad y recibido de ella parte de su formación religiosa.
”Con todo, la aparición del Bautista llevaba consigo algo totalmente nuevo. El bautismo al que invita se distingue de las acostumbradas abluciones religiosas. No es repetible y debe ser la consumación concreta de un cambio que determina de modo nuevo y para siempre toda la vida. Está vinculado a un llamamiento ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al anuncio del juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que ha de venir después de Juan”. Además su lema es también el nuestro, dejar hacer a Jesús en nosotros: "Es preciso que El crezca y que yo disminuya" (Jn 3,30).
Hemos de ser, también, nosotros, testimonios, como decía Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha mejor a quienes dan testimonio que a quienes enseñan (…), o, si escuchan a quienes enseñan, es porque dan testimonio». Y el Concilio insistía: “todos los cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar, con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra, el hombre nuevo de que se revistieron por el Bautismo” (Ad gentes, 11).
2. Sigue san Juan: -“Hijos míos: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es precisamente el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco posee al Padre y quien confiesa al Hijo, posee también al Padre”. Negar la divinidad de Jesús, es, para Juan, condenarse a no conocer nada de Dios. Todos los sentimientos religiosos del mundo... todas sus especulaciones filosóficas no son sino imperfectas aproximaciones al descubrimiento de Dios. La única y verdadera revelación de Dios es Jesús. Tenemos ahí ciertas afirmaciones típicas del evangelio de Juan:
-"Nadie va al Padre sino por el Hijo..." (Jn 14,6) -"El que conoce al Hijo, conoce también al Padre..." (8,19) -"EI Hijo es el único capaz de revelar al Padre..." (14,7). En mi búsqueda de Dios me esforzaré más en la meditación evangélica. Contemplar a Jesús para contemplar a Dios. Gracias, Jesús, por habernos dado acceso al «secreto» de Dios... Por habernos introducido en lo «incognoscible»... por habernos hecho ver al Dios «escondido»... Me coloco humildemente ante un «pesebre», y contemplo: Dios se revela de ese modo. El verdadero rostro de Dios está ahí. El semblante del Hijo nos aporta el verdadero rostro del Padre.
-“Por vuestra parte, guardad en vosotros lo que aprendisteis desde el principio”. Fidelidad, más necesaria todavía en las horas de crisis de fe, cuando surgen nuevas preguntas en nuestros corazones, cuando viene la «noche». Me agarro a lo que soy, y continúo caminando en el mismo sentido que ha iluminado mi camino anteriormente.
-“La unción con que él os ungió sigue con vosotros”... Es el símbolo del Espíritu que penetra todo el ser desde el interior… ¡estoy en comunión contigo, Señor! -Permaneced en él. Permanecer en Dios. ¡Y esto basta! Alegría y paz.
-“Para que cuando se manifieste, nos sintamos seguros y no quedemos avergonzados delante de él el día de su venida”. Esa es la esperanza: verle cara a cara, en la luz eterna. Camino hacia ese descubrimiento final. Y Jesús es el «camino» que nos conduce hacia ese dulce encuentro en la luz del último día (Noel Quesson).
3. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte. Él es el Salvador y protector de su pueblo”,  rezamos en el salmo. Me veo como la oveja perdida a quien tu buscas, Señor: “Entonces Tú –rezaba J. Torras- recorres caminos, valles y montañas hasta que la encuentras. La coges y la cargas sobre tus hombros contento de haberla rescatado con vida. Cuando veas que no voy a tu lado, o me aparto, poco a poco de Ti y me meto en la oscuridad de mi egoísmo, de mis cosas, y pierdo la gracia de Dios; o voy de un lugar a otro, tonteando con el pecado, búscame, no me abandones a mi suerte. Me doy cuenta de que tarde o temprano me convertiría en un desgraciado porque sólo a tu lado, en tu redil, puedo hallar la felicidad. Necesito que cures mi corazón y lo limpies de todo lo que me aparte de Ti”. Por eso nos alegramos con el salmo: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel”.
¡Qué bien sabía expresarlo, san Agustín convertido!: "¡Tarde te amé, hermosura soberana, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que sin Ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti"Así es el Mesías: "Como un pastor apacentará su rebaño, recogerá con su brazo los corderillos, los tomará en su seno, y conducirá él mismo las ovejas recién nacidas" (Is 40, 41). “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad”.
Llucià Pou Sabaté

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San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno

SAN BASILIO MAGNO
BENEDICTO XVI  AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de julio de 2007
Hoy queremos recordar a uno de los grandes Padres de la Iglesia, san Basilio, a quien los textos litúrgicos bizantinos definen como una «lumbrera de la Iglesia». Fue un gran obispo del siglo IV, al que mira con admiración tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de sus dotes especulativas y prácticas.
Nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho de sus éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa:  «Un día, como si despertase de un sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del Evangelio..., y lloré por mi miserable vida» (cf.Ep. 223:  PG 32, 824 a).

Atraído por Cristo, comenzó a mirarlo y a escucharlo sólo a él (cf. Moralia 80, 1:  PG 31, 860 b c). Con determinación se dedicó a la vida monástica en la oración, en la meditación de las sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia, y en el ejercicio de la caridad (cf. Ep. 2 y 22), siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, la cual ya vivía el  ascetismo monacal. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía.

Con su predicación y sus escritos realizó una intensa actividad pastoral, teológica y literaria. Con sabio equilibrio supo unir el servicio a las almas y la entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Aprovechando su experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con frecuencia (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 29 in laudem Basilii:  PG36, 536 b). Con su palabra y sus escritos, muchos de los cuales se conservan todavía hoy (cf. Regulae brevius tractatae, Proemio:  PG 31, 1080 a b), los exhortaba a vivir y a avanzar en la perfección. De esos escritos se valieron después no pocos legisladores de la vida monástica antigua, entre ellos san Benito, que consideraba a san Basilio como su maestro (cf. Regula 73, 5).

En realidad, san Basilio creó una vida monástica muy particular:  no cerrada a la comunidad de la Iglesia local, sino abierta a ella. Sus monjes formaban parte de la Iglesia particular, eran su núcleo animador que, precediendo a los demás fieles en el seguimiento de Cristo y no sólo de la fe, mostraba su firme adhesión a Cristo —el amor a él—, sobre todo con obras de caridad. Estos monjes, que tenían escuelas y hospitales, estaban al servicio de los pobres; así mostraron la integridad de la vida cristiana.

El siervo de Dios Juan Pablo II, hablando de la vida monástica, escribió:  «Muchos opinan que esa institución tan importante en toda la Iglesia como es la vida monástica quedó establecida, para todos los siglos, principalmente por san Basilio o que, al menos, la naturaleza de la misma no habría quedado tan propiamente definida sin su decisiva aportación» (carta apostólica 
Patres Ecclesiae
, 2:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 13).

Como obispo y pastor de su vasta diócesis, san Basilio se preocupó constantemente por las difíciles condiciones materiales en las que vivían los fieles; denunció con firmeza los males; se comprometió en favor de los más pobres y marginados; intervino también ante los gobernantes para aliviar los sufrimientos de la población, sobre todo en momentos de calamidad; veló por la libertad de la Iglesia, enfrentándose a los poderosos para defender el derecho de profesar la verdadera fe (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 48-51 in laudem Basilii:  PG 36, 557 c-561 c). Dio testimonio de Dios, que es amor y caridad, con la construcción de varios hospicios para necesitados (cf. san Basilio, Ep. 94:  PG 32, 488 b c), una especie de ciudad de la misericordia, que por él tomó el nombre de «Basiliades» (cf. Sozomeno, Historia Eccl. 6, 34:  PG67, 1397 a). En ella hunden sus raíces los modernos hospitales para la atención y curación de los enfermos.

Consciente de que «la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (Sacrosanctum Concilium
, 10), san Basilio, aunque siempre se preocupaba por vivir la caridad, que es la señal de reconocimiento de la fe, también fue un sabio «reformador litúrgico» (cf. san Gregorio Nacianceno, Oratio 43, 34 in laudem Basilii:  PG 36, 541 c). Nos dejó una gran plegaria eucarística, o anáfora, que lleva su nombre y que dio una organización fundamental a la oración y a la salmodia:  gracias a él el pueblo amó y conoció los Salmos y acudía a rezarlos incluso de noche (cf. san Basilio, In Psalmum 1, 1-2:  PG 29, 212 a-213 c). Así vemos cómo la liturgia, la adoración, la oración con la Iglesia y la caridad van unidas y se condicionan mutuamente.

Con celo y valentía, san Basilio supo oponerse a los herejes, que negaban que Jesucristo era Dios como el Padre (cf. san Basilio, Ep. 9, 3:  PG 32, 272 a; Ep.52, 1-3:  PG 32, 392 b-396 a; Adv. Eunomium 1, 20:  PG 29, 556 c). Del mismo modo, contra quienes no aceptaban la divinidad del Espíritu Santo, defendió que también el Espíritu Santo es Dios y «debe ser considerado y glorificado juntamente con el Padre y el Hijo» (cf. De Spiritu Sancto:  SC 17 bis, 348). Por eso, san Basilio es uno de los grandes Padres que formularon la doctrina sobre la Trinidad:  el único Dios, precisamente por ser Amor, es un Dios en tres Personas, que forman la unidad más profunda que existe, la unidad divina.

En su amor a Cristo y a su Evangelio, el gran Padre capadocio trabajó también por sanar las divisiones dentro de la Iglesia (cf. Ep. 70 y 243), procurando siempre que todos se convirtieran a Cristo y a su Palabra (cf. De iudicio 4:  PG31, 660 b-661 a), fuerza unificadora, a la que  todos los creyentes deben obedecer (cf. ib. 1-3:  PG 31, 653 a-656 c).

En conclusión, san Basilio se entregó totalmente al fiel servicio a la Iglesia y al multiforme ejercicio del ministerio episcopal. Según el programa que él mismo trazó, se convirtió en "apóstol y ministro de Cristo, dispensador de los misterios de Dios, heraldo del reino, modelo y norma de piedad, ojo del cuerpo de la Iglesia, pastor de las ovejas de Cristo, médico compasivo, padre nutricio, cooperador de Dios, agricultor de Dios, constructor del templo de Dios" (cf.Moralia 80, 11-20:  PG 31, 864 b-868 b).

Este es el programa que el santo obispo entrega a los heraldos de la Palabra —tanto ayer como hoy—, un programa que él mismo se esforzó generosamente por poner en práctica. En el año 379, san Basilio, sin cumplir aún cincuenta años, agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza de la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor» (De Baptismo 1, 2, 9). Fue un hombre que vivió verdaderamente con la mirada puesta en Cristo, un hombre del amor al prójimo. Lleno de la esperanza y de la alegría de la fe, san Basilio nos muestra cómo ser realmente cristianos. 


San Gregorio Nacianceno
SAN GREGORIO NACIANCENO
BENEDICTO XVI  AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 8 y 22 de agosto de 2007
El miércoles pasado hablé de un gran maestro de la fe, el Padre de la Iglesia San Basilio. Hoy quisiera hablar de su amigo Gregorio de Nacianzo originario también, como Basilio, de Capadocia. Ilustre teólogo, orador y defensor de la fe cristiana en el siglo IV, fue famoso por su elocuencia y también tuvo, como poeta, un alma refinada y sensible.

Gregorio nació de una noble familia. Su madre lo consagró a Dios desde su nacimiento, que ocurrió sobre el 330. Después de la primera educación familiar, frecuentó las más célebres escuelas de la época: primero fue a Cesarea de Capadocia, donde trabó amistad con Basilio, futuro obispo de aquella ciudad, y vivió después en otras metrópolis del mundo antiguo, como Alejandría de Egipto y, sobre todo, Atenas, donde de nuevo encontró a Basilio (cfr. «Oratio 43»,14-24; SC 384, 146-180).
Evocando esta amistad, Gregorio escribirá más tarde: “En aquel entonces, no sólo yo sentía una auténtica veneración hacia mi gran Basilio por la seriedad de sus costumbres y por la naturaleza y sabiduría de sus discursos, sino que animaba también a otros, que aún no le conocían, a hacer potro tanto… Nos guiaba la misma ansia de saber. Y esta era nuestra competición: no quién sería el primero, sino quién ayudaría al otro a serlo. Parecía que tuviésemos una sola alma en dos cuerpos” (Oratio 43,16-20; SC 384 154-156.164). Son palabras, que de alguna manera, describen el autorretrato de esta noble alma. Pero también puede imaginarse que este hombre, que estaba proyectado fuertemente más allá de los valores terrenos, sufriera mucho por las cosas de este mundo.

Cuando volvió a casa, Gregorio recibió el bautismo y se orientó hacia la vida monástica: la soledad, la meditación filosófica y espiritual, le fascinaban. Él mismo escribirá: “Nada me parece más grande que esto: hacer callar los propios sentidos, salir de la carne del mundo, recogerse en uno mismo, dejar de ocuparse de las cosas humanas, excepto de las estrictamente necesarias, hablar consigo mismo y con Dios, llevar una vida que trasciende las cosas visibles; llevar en el alma imágenes divinas siempre puras, sin mezcla de firmas terrenas y erróneas, ser verdaderamente un espejo inmaculado de Dios y de las cosas divinas, y serlo cada vez más, tomando luz de la luz…; gozar, en la esperanza presente, el bien futuro, y conversar con los ángeles; haber abandonado ya la tierra, aun estando en la tierra, transportados a lo alto con el espíritu” («Oratio 2»,7: SC 247,96).

Como confía en su autobiografía (cfr «Carmina [histórica] 2»,1,11 «de vita sua» 340-349: PG 37,1053) recibió la ordenación presbiteral con cierta duda, porque sabía que después debería ejercer como pastor, ocuparse de los demás, de sus cosas y, por ello, no podría estar ya recogido en la meditación pura. Sin embargo, después aceptó esta vocación y asumió el ministerio pastoral en plena obediencia, aceptando, como le sucedió a menudo durante su vida, el ser llevado por la Providencia allí a donde no quisiera ir (cfr Jn 21,18). En el 371 su amigo Basilio, Obispo de Cesarea, contra el deseo del mismo Gregorio, quiso consagrarlo como Obispo de Samina, una región estratégicamente importante de Capadocia. Sin embargo, y debido a distintas dificultades, no tomo nunca posesión, y permaneció en la ciudad de Nacianzo.

Hacia el 379, Gregorio fue llamado a Constantinopla, la capital, para guiar a la pequeña comunidad católica fiel al Concilio de Nicea y a la fe trinitaria. La mayoría, por el contrario, se había adherido al arrianismo, que era “políticamente correcto” y que los emperadores consideraban políticamente útil. De esta manera, se encontró en minoría, rodeado de hostilidad.

En la pequeña iglesia de la «Anástasis» pronunció cinco «Discursos Teológicos» («Oraciones» 27- 31; SC 250, 70-343), precisamente para defender y hacer inteligible la fe trinitaria. Son discursos que se han hecho famosos por la seguridad de la doctrina, la habilidad del razonamiento, que hace realmente comprender que ésta es la lógica divina. Y también el esplendor de la forma lo hace hoy fascinante. Gregorio recibió, como consecuencia de estos discursos, el apelativo de “teólogo”: Así se le llama en la Iglesia ortodoxa: el “teólogo”, Y esto porque la teología no es para él una reflexión meramente humana, o menos todavía el fruto de complicadas especulaciones, sino que deriva de una vida de oración y de santidad, de un diálogo constante con Dios. Y precisamente así hace que aparezca ante nuestra razón la realidad de Dios, el misterio trinitario. En el silencio contemplativo, transido de estupor ante las maravillas del misterio revelado, el alma acoge la belleza y la gloria divina.
Mientras participaba en el Segundo Concilio Ecuménico de 381, Gregorio fue elegido Obispo de Constantinopla, y asumió la presidencia del Concilio. Pero de pronto se desencadenó una fuerte oposición contra él, hasta que la situación se hizo insostenible. Para un alma tan sensible, estas enemistades eran insoportables. Se repetía lo que Gregorio ya había lamentado con palabras llenas de dolor: “¡Hemos dividido a Cristo, nosotros, que tanto amábamos a Dios y a Cristo! ¡Nos hemos mentido los unos a los otros con motivo de la Verdad, hemos alimentado sentimientos de odio a causa del Amor, nos hemos separado el uno del otro!” («Oratio 6»,3: SC 405,128). Se llegó así, en un clima de tensión, a su dimisión. En la concurridísima catedral Gregorio pronunció un discurso de adiós de gran efecto y dignidad (cfr «Oratio 42»: SC 384,48-114). Concluía su dolorida intervención con estas palabras: “Adiós, gran ciudad a la que Cristo ama… Hijos míos, os lo suplico, custodiad el depósito [de la fe] que os ha sido confiado (cfr 1 Tm 6,20), acordaos de mis sufrimientos (cfr. Col 4,18). Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros” (Cfr. «Oratio 42»,27: SC 384, 112-114).
Volvió a Nacianzo y se dedicó al cuidado pastoral de aquella comunidad cristiana durante unos dos años. Después se retiró definitivamente a la soledad en la cercana Arianzo, su tierra natal, dedicándose al estudio ya la vida ascética. En este periodo compuso la mayor parte de su obra poética, especialmente autobiográfica: El «De vita Sua», una relectura en verso de su camino humano y espiritual, un camino ejemplar de un cristiano sufriente, de un hombre de una gran interioridad en un mundo lleno de conflictos. Es un hombre que nos hace sentir la primacía de Dios y por eso nos habla también a nosotros, a nuestro mundo: sin Dios, el hombre pierde su grandeza, sin Dios no hay humanismo auténtico.
 Por eso, escuchemos esta voz e intentemos conocer también nosotros el rostro de Dios. En una de sus poesías, había escrito dirigiéndose a Dios: “Sé benigno, Tú, más Allá de todo” («Carmina [dogmática]» 1,1,29: PG 37,508). Y en el año 390 Dios acogía entre sus brazos a este siervo fiel, que le había defendido en sus escritos con una aguda inteligencia y que le había cantado con tanto amor en sus poesías.