jueves, 8 de mayo de 2014

Jueves de la semana 3 de Pascua

Jesús, pan de Vida, nos enseña el sentido del sufrimiento, y nos estimula a preocuparnos de los demás
Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino aquél que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna.Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del Cielo para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (Juan 6,44-52).
1. Seguimos con la fe, y ya anuncia Jesús la Eucaristía, el pan que nos dará. San Agustín enseña: «El maná era signo de  este pan, como  lo era también el altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos son distintos, más en la realidad  hay identidad... Pan vivo, porque desciende del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era sombra, éste la verdad... ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida...». Así dice el Evangelio (Jn 6,44-51): “nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna”. No dice “tendrá”, sino “tiene”, pues la fe nos da ya lo que esperamos… un modo de vivir nuevo. San Ambrosio dirá: «Cosa grande, ciertamente, y de digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero, presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá  para siempre. Luego, no en vano dices tú “Amén”, confesando ya en espíritu que recibes el Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto».
Sigue Jesús: “Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Queremos ser testimonios de la Verdad, como pedimos en el Ofertorio: «¡Oh Dios! que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos». Dirá San Ignacio de Antioquía: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo».
2. Los Hechos (8,26-40) nos muestra hoy a Felipe, que un ángel le dice: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que va de Jerusalén a Gaza a través del desierto». El evangelio, en los caminos… Por la calle que va de «mi» casa a la casa de los demás. Y sigue el texto: “allí ve a un etíope eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía, administrador de todos sus bienes, que había venido a Jerusalén, que regresaba y, sentado en su carro, leía al profeta Isaías”. (Etiopía es el reino de Nubia, entonces su capital era Meroe, y se extendía al sur de Egipto más allá de Asuán, actualmente parte del Sudán, y Candace no era una persona real sino la dinastía de las reinas -entonces el país era gobernado por mujeres. Eunuco era en general un empleado de la corte, quizá ministro del tesoro).
El Espíritu dijo a Felipe: «Avanza y acércate a ese carro». Felipe corrió, oyó que leía al profeta Isaías y dijo: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Él respondió: «¿Cómo lo voy a entender si alguien no me lo explica?». Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él”. (Felipe iría en mula, la ataría al carruaje del ministro y subiría a leerle el pasaje que no entiende, el poema del Siervo que hemos meditado durante la semana santa. Y se sorprende de que el «justo» sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del "justo" sea humillada y de que se termine en el fracaso. El sufrimiento... la muerte de los inocentes... ¡Gran pregunta!).
A veces la vida nos deja tristes y desconcertados, con una visión pesimista de la condición humana. Hay presiones, surge un sentimiento de insatisfacción, nos falta aire... Me acordaba de la historia de una chica joven, que desconsolada cuenta a su madre lo mal que le va todo: “-los estudios, un desastre; con el marido, la cosa no va bien, el examen de conducir suspendido”… Su madre, de pronto, le dice: "-vamos a hacer un pastel". La hija, desconcertada por esta salida ilógica, le ayuda entre sollozos. La madre le pone delante harina, y le dice: "-come". Ella contesta asombrada: "-¡si es incomible!" Luego le pone unos huevos, y vuelve a decirle: "-come", y la hija: "-¡si ya sabes que los huevos crudos me dan asco!" Y luego un limón, y otros ingredientes…, y la hija que insiste en que eran cosas muy malas para comer. La madre lo revuelve todo bien amasado, luego lo pasa por el horno, y queda un pastel que dice “cómeme” de sabroso que está. La madre le dice a su hija la moraleja: "-Tantas cosas de la vida son impotables, no nos gustan, son malas. Decimos: ¡vaya pastel! Y muchas veces nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por momentos y circunstancias tan malos, y trabaja estos ingredientes malos, los revuelve bien, de la misma manera que hemos hecho ahora... dejando que Él amase todo esto, bien cocinado, saldrá un pastel pero no malo sino delicioso… Solamente hemos de confiar en Él, y llegará el momento en el que ¡las cosas malas que nos pasan se convertirán en algo maravilloso! Lo mejor siempre está por llegar.
El tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que está lejano… El silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas de la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido.
Y sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el dolor no se convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la vida, sino un camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para el gozo sin fin que es el cielo. Jesús nos salva en la Pascua, pero sobretodo demuestra su amor en el sufrimiento llevado hasta la muerte, que es lo que tiene mérito: resucitar no tiene tanto mérito como dar la vida, esto sí cuesta, y es lo que hace Jesús por nosotros, para darnos la Vida.
-“Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús”. Pues «¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!»
El pasaje de la Escritura que leía era éste: “Como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca. Por ser pobre, no le hicieron justicia. Nadie podrá hablar de su descendencia, pues fue arrancado de la tierra de los vivos”. El eunuco dijo a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta? ¿De él o de otro?». Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje de la Escritura, le anunció la buena nueva de Jesús. Continuaron su camino y llegaron a un lugar donde había agua; el eunuco dijo: «Mira, aquí hay agua; ¿qué impide que me bautice?».
Y mandó detener el carro. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. Al salir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco ya no lo vio más, y continuó su camino muy contento. Felipe se encontró con que estaba en Azoto, y fue evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea”.
-“Y el Etiope siguió gozoso su camino”. Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, pero está «velado». Está en todas nuestras casas, en todos nuestros ambientes de trabajo... ¡portador de alegría! (Noel Quesson).
3. Es lo que canta el Salmo (66/65,8-9.16-17.20): Pueblos, bendecid a nuestro Dios, proclamad a plena voz sus alabanzas; Él nos conserva la vida y no permite que tropiecen nuestros pies. Fieles del Señor, venid a escuchar, os contaré lo que Él hizo por mí. Mi boca lo llamó y mi lengua lo ensalzó. Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi plegaria ni me ha retirado su misericordia”. En la Colecta proclamamos esa gratitud y alabanza: «Dios Todopoderoso y eterno, que en estos días de Pascua nos has revelado claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más profundidad; concede a quienes has librado de las tinieblas del error adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad».
Llucià Pou Sabaté


Nuestra Señora de los Desamparados

Fue en la mañana del primer domingo de Cuaresma de 1409, cuando se dirigía a predicar en la homilía de la Misa mayor en la Catedral de Valencia, el religioso de la orden mercedaria, Fray Juan Gilabert Jofré, coetáneo y amigo de San Vicente Ferrer, observó, durante el trayecto, que un grupo de muchachos maltrataba cruelmente a un pobre loco. Intervino el buen fraile en socorro del desgraciado y tras detener y reprender a los jóvenes, prosiguió su camino vivamente impresionado por el suceso. Tanto fue así que modificó el contenido de su sermón, incluyendo en él una emotiva llamada a la caridad y a favor de los “ignoscentes” que abandonados a su miseria por las calles, eran sujeto de toda clase de abusos y, asimismo, proteger a los ciudadanos de sus inconscientes acciones.

No cayeron en vacío sus palabras pues sus encendidas razones calaron en el ánimo de los presentes, entre los cuales se encontraba un mercader llamado Lorenzo Salom, que se erigió en principal valedor y promotor efectivo de la idea, de tal manera que diecinueve días después el Consejo General de la Ciudad estudiaba la iniciativa y dos meses y medio más tarde comenzaban las obras de un hospital con esta finalidad. El documento de su fundación, firmado por el rey Martín V el Humano, el 15 de marzo de 1410, establece, y en esto radica la originalidad de la propuesta, que a la atención humanitaria dispensada a los allí acogidos, se les proporcionara además asistencia médica, lo cual significaba, cultural y científicamente, la fundación del primer hospital psiquiátrico del mundo. La institución recibió el nombre en valenciano de “Hospital dels Ignocens, Folls e Orats” que, según la moderna psiquiatría, corresponde a “oligofrénico, psicósico y demenciados”.

En principio, el Papa Benedicto XIII dio por titulares y patronos del nuevo hospital a los Santos Inocentes Mártires, por ser los únicos santos a quien la iglesia tributa culto sin haber alcanzado el uso de razón en su breve vida mortal. Sin embargo, llevado por el fervor de su espíritu mariano, el pueblo valenciano empezó a tomar la costumbre de denominar al nuevo hospital con el nombre de “Nostra Dona Sancta Maria dels Innocens”, es decir, Nuestra Señora de los Inocentes. Tal fue el arraigo que alcanzó el nombre que el propio pontífice aceptó el nombre en el privilegio de fundación de una Cofradía. De este curioso modo nació una advocación de la Virgen antes que su imagen representativa.

La citada Cofradía o hermandad surgió con la idea de apoyar al Hospital con mayores recursos materiales y humanos. Sus miembros se propusieron practicar las mismas obras de misericordia del hospital y además, asistir al entierro de los dementes y cofrades, sufragar gastos del Hospital y de actos religiosos. El celo y entusiasmo de esta Cofradía pronto quiso ampliar el campo de sus asistencias más allá del Hospital y, así, se establece entre sus normas la ayuda a los condenados a muerte, proporcionándoles consuelo espiritual y cristiana sepultura, también se establecieron socorros y ayudas para los propios cofrades en caso de enfermedades, viudedad o defunción. Pronto empezó a atender a náufragos, desamparados y prostitutas por expresa gracia de Doña María de Castilla, esposa de Alfonso el Magnánimo, Rey de la Corona de Aragón.

La Cofradía alcanzó gran expansión, creándose otro hospital donde tenían acogida y eran atendidos toda clase de marginados. Se estipularon ayudas para dotes de huérfanas, para los encarcelados y necesitados, para los expósitos, y cantidades destinadas al pago de rescate de cautivos en tierras de infieles.

En este contexto, se vio la necesidad de proporcionar una nueva imagen de la Virgen para representar el patrocinio sobre los dementes del Hospital y la piadosa Cofradía, por lo que, sin pretenderse, había surgido una nueva advocación la Santísima Virgen destinada a tener un alcance universal. Por decreto del Rey Fernando el Católico firmado en Barcelona el 3 de junio de 1493, la advocación recibió el título de Nuestra Señora de los Inocentes y de los Desamparados.

La imagen, que se diseñó en tamaño natural y con dorso plano con el propósito de poderse acomodar sobre el féretro de los cofrades fallecidos en posición yacente, aunque en fiestas y solemnidades aparecía en posición vertical y con un manto de sedas, origen del actual, para disimular esta circunstancia. En un principio la imagen se guardaba y veneraba en casa del Clavario de la Cofradía, pero tras doscientos años de pervivencia de esta costumbre, y ante los graves inconvenientes que ello presentaba, se destinó una pequeña capilla en la Plaza de la Seo, lugar donde se alzó más tarde, en 1652, la actual Basílica menor, dignidad otorgada por el Papa Pío XII, mediante la que se reconocía, más que su valor artístico, su valor espirtitual como centro y símbolo de la devoción mariana de Valencia y aliento de innumerables obras de misericordia. Ya en pleno siglo XX el Papa San Juan XXIII, declara “... a la BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA bajo el título de NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS, Celestial PATRONA PRINCIPAL ante Dios DE TODA LA REGIÓN VALENCIANA...”

La onomástica de las “Amparos” se celebra el 8 de Mayo, aunque en la ciudad de Valencia se celebra con grandes solemnidades y festejos el segundo domingo de ese mes. La devoción a esta advocación de la Virgen ha llegado hasta L’Alguer (Sicilia), Manila (Filipinas), Iglesia de Santa Ana, Buenos Aires (Argentina) Basílica de San Nicolás; una población de Costa Rica lleva el nombre de “Desamparados”; también en Llobasco (El Salvador), varias poblaciones de Guatemala, Nicaragua y Venezuela; Méjico conserva vestigios en Puebla y le han dedicado la “Ciudad de los Muchachos” y la fructífera obra del Padre Álvarez en Monterrey. Asimismo, se le reza en diversas misiones de la India y África.

«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: -Mujer, aquí tienes a tu hijo. Después le dice al discípulo: -Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.» (Juan 19, 25-27)
1º. El Evangelio nos dice que María estuvo al pie de la Cruz: “Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y María Magdalena” (Juan 19,25).
María contempló con el alma desgarrada de dolor los preparativos de la Crucifixión.
Vio cómo clavaban las manos y los pies de Cristo.
Contempló cómo se burlaban de Él los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los fariseos.
Y cómo los soldados, ajenos a la grandeza de aquellos momentos, se jugaban a los dados la túnica de Jesús.
Oyó cómo Cristo pedía perdón para los que le crucificaban.
Y cómo prometía el Paraíso al Buen Ladrón.
Cristo quiso pasar por los más dolorosos tormentos de cuerpo y alma para llegar hasta el colmo del amor.
Por eso, también María sufrió tanto.
Hay un hondo misterio en estos padecimientos del Hijo y de la Madre.
Jesucristo, por infinito amor a Dios Padre y a los hombres, asumió todo el dolor y así se ofreció como víctima por nosotros a Dios Padre y nos reconcilió con Él.
María, su Madre, fue asociada íntimamente a este dolor y María también lo asumió con amor y por amor a Dios y a los hombres.
Así, a una con Cristo se ofreció a Dios Padre por la humanidad.
De esta manera, cooperó de modo único y excepcional, por gracia de Cristo y a una con Él, en la misma redención del género humano.
Por eso María es la Corredentora.
No es que Jesucristo tuviera necesidad de Ella. No. Cristo satisfizo sobreabundantemente a Dios Padre con su vida, pasión y muerte.
Es que Cristo quiso tener unida con Él a su Madre para que se ofreciera junto con Él a Dios.
Así “cooperó con él en forma del todo singular en la restauración de la vida sobrenatural de las almas Por tal motivo es nuestra Madre en orden de la gracia” (Vaticano II.-L. G.-61).          
El dolor, desde que fue asumido por Cristo y por María, es sobre todo redentor.
Y vale no por sí mismo sino por el amor con que lo aceptamos.
Pidámosle a María que sepamos ofrecerlo por nuestros pecados y por la salvación del mundo.
2º. Vio cómo su Hijo se dirigía a Ella y luego a San Juan con unas palabras que suponían una tremenda despedida llena de contenido.
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”, le dijo a María refiriéndose a San Juan, y a San Juan le dijo: “He ahí a tu Madre” (Juan 19,25-27), refiriéndose a María.
En estas palabras hay algo de suma trascendencia que se refiere a María y a todos los hombres.
Porque en San Juan estaba representada toda la humanidad.
Lo que hace Cristo es proclamar solemnemente a la faz del mundo que María es Madre de todos los hombres y que todos los hombres somos hijos de María.
Pero la Maternidad de María sobre todos los hombres no empieza en este momento.
Cristo proclama abiertamente lo que es una realidad desde el momento de la Encarnación de Cristo.
Cuando el Hijo de Dios se hizo Hombre en el seno de la Santísima Virgen, Cristo asumió una naturaleza humana, su naturaleza de hombre.
Pero además quedó constituido en Cabeza espiritual de toda la humanidad.
Así, cuando María engendraba a Cristo corporalmente, engendraba espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza.
Cuando en Belén María daba a luz corporalmente a Cristo, daba a luz espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza, es decir, a Cristo con todos los hombres.
Y ahora viene otra afirmación importante. Los dolores de parto que no padeció María en Belén ni por Cristo ni por nosotros, los sufrió únicamente por nosotros en el Calvario.
Aquí se completó la Maternidad espiritual de María.
Por eso dicen los Padres de la Iglesia que la Maternidad espiritual de María se cumplió en dos momentos: En Nazaret con la Encarnación y en el Calvario con los dolores sufridos por todos nosotros.
María es así verdadera Madre nuestra en el orden del espíritu y de la gracia.
Y como Madre, nos quiere entrañablemente.
Nos quiere porque somos sus hijos.
Y como hace la madre buena, aunque quiere a todos los hijos por igual, se preocupa más y cuida con más solicitud del hijo que está enfermo.
Recurramos, pues, humildemente a su misericordia, porque en Ella encontraremos siempre el auxilio oportuno.
Cristo, cuando sufría por nosotros en la Cruz nos conocía, veía nuestros pecados y nuestros buenos deseos.
María no nos veía.
Pero sufrió y se ofreció por nosotros.
Hoy nos ve y nos conoce desde el cielo y está más pendiente de cada uno.
Ella, siempre como Madre buena.
Nosotros debemos ser buenos hijos de su corazón.

martes, 6 de mayo de 2014

Miércoles de la semana 3 de Pascua

Jesús es Pan de vida y auténtica libertad, el árbol de la vida eterna
«Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mino tendrá nunca sed. Pero os lo he dicho: me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que viene a mino lo echaré fuera, porque he bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquél que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Esta es, pues, la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.» (Juan 6, 35-40)
1. El Evangelio (Juan 6,35-40) comienza el «discurso del Pan de la vida» con la fe en Él («yo soy el Pan de vida») y en la promesa de la Eucaristía («yo daré el Pan de vida»). Hoy comenzamos con la fe («el que viene a mí», «el que cree en mí», «el que ve al Hijo y cree en Él»). “La presentación de Jesús por parte del evangelista también nos está diciendo a nosotros que necesitamos la fe como preparación a la Eucaristía. Somos invitados a creer en Él, antes de comerle sacramentalmente” (J. Aldazábal).
Así dice el Evangelio: “Jesús continuó hablando a la gente: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed. Sin embargo, vosotros, como ya os he dicho, aun viendo lo que habéis visto, no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado, a saber: que no se pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. El árbol de la vida da sus frutos, que pueden tomarse inútilmente para hacerse como Dios. Volvemos al jardín del Edén de donde fuimos expulsados, para gustar del fruto del árbol: la cruz es el nuevo árbol de la vida en el que todo hombre puede encontrar su nacimiento, en la fe en ese Jesús que tiene sus brazos abiertos a todos, porque el amor de Dios es para todos.  El grano de trigo ha muerto en el surco del Gólgota, para nacer resucitado: "Si el grano no muere, no puede dar fruto" (Jn 12,24).
Ante las palabras de la zarza ardiente: "Yo soy el que soy", Jesús dirá: “Yo soy el Pan de vida”. Yo soy la Luz del mundo. Yo soy la Puerta de las ovejas. Yo soy el Buen Pastor. Yo soy la Resurrección y la Vida. Yo soy la verdadera Viña. "Yo soy el Pan." El “Emmanuel” es ese Dios que “es” y que “vendrá”, que “ya ha venido”: “Yo soy con vosotros”, como decimos en la Misa: “y con tu espíritu”, siempre con el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús. El trigo molido de Esteban y los primeros cristianos, son grano de trigo que al morir dan vida a muchos. Pedimos hoy al Padre: «Concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado» (oración).
En el fondo, todo es cuestión de dejar actuar a Dios en nosotros, de buscar la voluntad divina, entregarnos, superando lo que me gusta, lo que me interesa, lo que «necesito». Esa será la máxima libertad: “Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación. Hoy, una vez más me lo propongo a mí, y os lo recuerdo también a vosotros y a la humanidad entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos. Para pacificar las almas con auténtica paz, para transformar la tierra, para buscar en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro, resulta indispensable la santidad personal” (San Josemaría Escrivá). Jesús, Tú has venido a hacer la voluntad del Padre Celestial y me has dado ejemplo de obediencia hasta en los momentos más difíciles. Ahora me pides que siga ese ejemplo; que mi gran objetivo sea la fidelidad a esa voluntad de Dios para mí que se me va manifestando día a día: mi santidad personal. Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación.
Pero, ¿cómo conocer la Voluntad de Dios? Lo primero es estar lo más unido posible a Él. ¿Cómo? Buscando unos momentos al día para tratarle, para pensar en Él, para pedirle cosas, para darle gracias. Así actuabas Tú, Jesús. Siempre encontrabas la forma de retirarte un poco de la muchedumbre para rezar. Rezar: éste es el gran secreto para unirse a Dios. La oración es fundamental en mi camino hacia la santidad.
Y hay tres tipos de oración: la oración mental, que son estos minutos dedicados a hablar contigo; la oración vocal, que es rezar oraciones ya hechas, entre la que destaca el Rosario; y la oración habitual, que es hacerlo todo en presencia de Dios, convertirlo todo en oración: el estudio, el trabajo, el descanso, el deporte, la diversión, etc... Ayúdame a decir sinceramente cada día: hoy, una vez más, me propongo luchar por cumplir tu Voluntad, luchar por ser santo, luchar por convertir todo mi día en oración (Pablo Cardona), y así, como pedimos en la Postcomunión, «que la participación en los sacramentos de nuestra redención nos sostenga durante la vida presente, y nos dé las alegrías eternas».
2. Los Hechos (8,1-8) siguen narrando el final del martirio de Esteban y la persecución que hubo después: “Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con excepción de los apóstoles.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban, e hicieron gran lamentación por él. Entonces Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los entregaba a la cárcel. Entonces, los que fueron esparcidos anduvieron anunciando la palabra. Y Felipe descendió a la ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. Cuando la gente oía y veía las señales que hacía, escuchaba atentamente y de común acuerdo lo que Felipe decía. Porque de muchas personas salían espíritus inmundos, dando grandes gritos, y muchos paralíticos y cojos eran sanados; de modo que había gran regocijo en aquella ciudad”.
En medio de esas penas, fue comienzo de la gran «expansión» misionera del evangelio. Cuando parece que todo se pierde, que la Iglesia será exterminada, entonces en la más negra noche amanece Dios… así pasará con Saulo, que se levantará luego como san Pablo y Apóstol de las gentes. Aparecen los mártires de la fe. Siguen existiendo hoy, como columnas que invitan a dar la vida por la Vida. Porque, si la vida es lo más importante, hay algo más importante aún: la Vida eterna. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la conmemoración de los mártires del siglo XX: «Permanezca viva, en el siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita de generación en generación, para que de ella brote una profunda renovación cristiana!». Los mártires son semilla de nuevos cristianos. El milagro de Pentecostés sigue haciéndose, la siembra divina continúa… Señala san León Magno: «La religión, fundada por el misterio de la Cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones, antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen multiplicados».
3. El Salmo (65,1-3a.4-5.6-7a) convoca a todos los pueblos a alabar a Dios; llegará el día en que todos los países de la tierra alabarán al Dios verdadero:Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; cantarán a tu nombre. Venid, y ved las obras de Dios, temible en hechos sobre los hijos de los hombres. Volvió el mar en seco; por el río pasaron a pie; allí en Él nos alegramos. Él señorea con su poder para siempre; Sus ojos atalayan sobre las naciones”.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 5 de mayo de 2014

Martes de la semana 3 de Pascua

Meditaciones de la semana
en Word
 y en PDB

Con la confianza puesta en el Señor, abandonamos en Él nuestro espíritu y todas nuestras cosas. La fe nos hace ver incluso en las contrariedades que todo será para bien
«Le dijeron: ¿Pues qué milagro haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del Cielo. Les respondió Jesús: En verdad, en verdad os digo que no os dio Moisés el pan del Cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo y da la vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de este pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de vida; el que viene a mino tendrá hambre, y el que cree en mino tendrá nunca sed.» (Juan 6, 30-35)
1. “Le replicaron: «¿Qué milagros haces tú para que los veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?”. En el Evangelio (Jn 6,30-35) seguimos escuchando esa vida en Cristo, cuando le interrogan: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo»”. Jesús les responde con la profecía de una vida nueva, como decimos en la Comunión: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Aleluya» (Rm 6,8). Nos habla de la fe y de la Eucaristía, de la Vida eterna que podemos ya comenzar aquí a vivir: “Jesús les dijo: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo; mi Padre es el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo»”. Como rezamos en la Postcomunión: «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarnos con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa». En el pan y el vino de la Misa nos ponemos en manos de Jesús que ofrece al Padre su misma vida, en la transustanciación del Pan y Vino consagrados.
-“Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les dijo: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”. Es el don de la Eucaristía, la vida eterna que ya tenemos en la comunión. Así rezamos en el Ofertorio: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo de tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno».
2. En los Hechos (7,51-60; 8,1) sigue Esteban con su discurso, que le llevará al martirio, donde se ve su vida interior, espíritu contemplativo: “Hombres de cabeza dura e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como fueron vuestros padres, así sois también vosotros. ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Mataron a los que predijeron la venida del Justo, del cual vosotros ahora sois los traidores y asesinos; vosotros, que habéis recibido la ley por ministerio de los ángeles, y no la habéis guardado». Al oír esto estallaban de rabia sus corazones, y rechinaban los dientes contra él. “Pero él, lleno del Espíritu Santo, con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios,  y dijo: «Veo los cielos abiertos y al hijo del hombre de pie a la derecha de Dios»”. Es una proclamación de la estancia de Jesús vivo, resucitado, junto al Padre, intercediendo por nosotros. 
Sigue el texto: “Ellos, lanzando grandes gritos, se taparon los oídos y se lanzaron todos a una sobre él; lo llevaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos habían dejado sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oró así: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Y puesto de rodillas, gritó con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y diciendo esto, expiró. Saulo aprobaba este asesinato. Aquel día se desencadenó una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén; y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría”.
La misma petición que su maestro Jesús, pide por los que le matan. «Es evidente que los que sufren por Cristo gozan de la gloria de toda la Trinidad. Esteban vio al Padre y a Jesús situado a su derecha, porque Jesús se aparece sólo a los suyos, como a los Apóstoles después de la resurrección. Mientras el Campeón de la fe permanecía sin ayuda en medio de los furiosos asesinos del Señor, llegado el momento de coronar al primer mártir, vio al Señor, que sostenía una corona en la mano derecha, como si se animara a vencer la muerte y para indicarle que Él asiste interiormente a los que van a morir por su causa. Revela, por tanto, lo que ve, es decir, los cielos abiertos, cerrados a Adán y vueltos a abrir solamente a Cristo en el Jordán, pero abiertos también después de la Cruz a todos los que conllevan el dolor de Cristo y en primer lugar a este hombre. Observad que Esteban revela el motivo de la iluminación de su rostro, pues estaba a punto de contemplar esta visión maravillosa. Por eso se mudó en la apariencia de un ángel, a fin de que su testimonio fuera más fidedigno» (San Efrén).
¿Miró Esteban a Saulo? ¿Fue su sacrificio semilla de la conversión? Sabemos que todo es para bien, pues Dios nos ama y no permitiría algo malo si no fuera porque de ahí saldrá una cosa buena. La fe nos ayuda a ver que todas las cosas de la tierra, incluso los problemas y las cosas malas, por culpa nuestra o sin ella, nos ayudan a una vida mejor, que todo será para bien. Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Recuerdo la pregunta que nos hacíamos ante la desgracia de hace unos años en el desastre del tsunami oriental, y es aplicable a cualquier circunstancia histórica: “¿Dónde estaba Dios el día del tsunami?” ¿Por qué el mal? ¿Por qué el tsunami, tanta muerte y devastación? ¿Cómo es posible que Dios permita todo esto?, y si es bueno, ¿cómo cuida de los hombres? Si es Omnipotente ¿por qué no hace algo? Esta es la gran pregunta. Hay dos soluciones ante esta pregunta: o todo es absurdo o la vida es un misterio. Pero acogernos al misterio no significa dejar de pensar. No. También ahí se me presentan dos opciones: Dios es malo porque yo no entiendo como permitiría esto, o bien Dios es bueno y sabio, pero yo no entiendo de qué va la cosa. Es como aquella historia de un aprendiz de monje que al entrar en el convento le encargaron colaborar en tejer un tapiz. Al cabo de varios días, dijo de golpe: "no aguanto más, esto es insoportable, trabajar con un hilo amarillo tejiendo en una maraña de nudos, sin belleza alguna, ni ver nada. ¡Me voy!..." El maestro de novicios le dijo: "ten paciencia, porque ves las cosas por el lado que se trabaja, pero sólo se ve tu trabajo por el otro lado", y le llevó al otro lado de la gran estructura del andamio, y se quedó boquiabierto. Al mirar el tapiz contempló una escena bellísima: el nacimiento de Jesús, con la Virgen y el Santo Patriarca, con los pastores y los ángeles... y el hilo de oro que él había tejido, en una parte muy delicada del tapiz: la corona del niño Jesús. Y entendió que formamos parte de un designio divino, el tapiz de la historia, que se va tejiendo sin que veamos nunca por completo lo que significa lo que vemos, su lugar en el proyecto divino. No lo veremos totalmente hasta que pasemos al otro lado, cuando muramos a esta vida y pasemos a la otra.
Jesús no vino a quitar el sufrimiento, sino a llenarlo de contenido, al dejarse clavar en la cruz. Y enseñó incluso que los que lloran son bienaventurados porque serán consolados (Mt 5,4). De manera que el mal es un problema difícil de resolver, pero ante él toda la tradición cristiana es una respuesta de afirmación de que donde la cabeza no entiende, el amor encuentra un sentido escondido cuando se ve con la fe  que Dios no quiere el mal, pero deja que los acontecimientos fluyan, procurando en su providencia que todo concurra hacia el bien: todo es para bien, para los que aman a Dios.
3. El Salmo (31,3-4.6-8.17-21) muestra esa confianza en Dios, se aplica a Jesús en la cruz, y también Esteban usa esas palabras antes de entregar su espíritu: “Atiéndeme, ven corriendo a liberarme; sé tú mi roca de refugio, la fortaleza de mi salvación; ya que eres tú mi roca y mi fortaleza, por el honor de tu nombre, condúceme tú y guíame; en tus manos encomiendo mi espíritu; tú me rescatarás, Señor, Dios verdadero… yo he puesto mi confianza en el Señor; tu amor ser mi gozo y mi alegría, porque te has fijado en mi miseria y has comprendido la angustia de mi alma; mira a tu siervo con ojos de bondad y sálvame por tu amor”. Nosotros podemos también recitarlo, ponernos en lugar de los mártires, de tantos que sufren, de nuestras oscuridades: “"Tú eres mi Dios". Tú eres el Creador; yo no soy sino un poquito de polvo en tus manos. Puedes configurarme a tu antojo o dejarme reducido a la nada. Y, con todo, eres mi Dios; sí, mío, yo te tengo, me perteneces. No me has creado para luego abandonarme, sino que te ocupas de mí. Es cierto que riges al mundo entero, pero él no te preocupa más que yo: "Tú eres mi Dios; mis días están en tus manos"” (Emiliana Löhr). En la Colecta pedimos: «Señor, tú que abres las puertas de tu reino a los que han renacido del agua y del Espíritu. Acrecienta la gracia que has dado a tus hijos, para que purificados del pecado alcancen todas tus promesas». 

Llucià Pou Sabaté

domingo, 4 de mayo de 2014

Lunes de la semana 3 de Pascua

Con la aceptación de Jesús realizamos la obra de Dios, por la fe
“Al día siguiente, la multitud que estaba al otro lado del mar vio que no había allí más que una sola barca, y que Jesús no había subido a la barca con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Llegaron otras barcas de Tiberíades, junto al lugar donde habían comido el pan después de haber dado gracias el Señor: Cuando vio la multitud que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. Y al encontrarle al otro lado del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó con su sello Dios Padre. Ellos le preguntaron: ¿Qué haremos para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: Esta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado” (Juan 6,22-29).
1. El Evangelio (Jn 6,22-29) nos muestra el ambiente después de la tempestad calmada: al día siguiente la gente, que se había quedado a la otra parte del lago, notó que allí había sólo una barca y que Jesús no había subido a ella con sus discípulos, pues éstos se habían ido solos. Entretanto, llegaron otras barcas de Tiberíades y atracaron cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio gracias. Cuando la gente vio que no estaban allí ni Jesús ni sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”. Como han hecho los santos, también nosotros decimos: “buscaré tu rostro, Señor”. Vamos por la vida en busca de Jesús, sabiendo que Él “nunca falló a sus amigos” (Santa Teresa). Llega en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas, Él no te dejará”, decía san Josemaría Escrivá; e insistía en su oración: “Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente”. Escuchamos el “Soy yo, no tengáis miedo”, que leímos ayer cuando ya vuelve la calma.
Sigue el Evangelio de hoy: “Lo encontraron al otro lado del lago, y le dijeron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os aseguro que no me buscáis porque habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan hasta hartaros. Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura para la vida eterna; el que os da el hijo del hombre, a quien Dios Padre acreditó con su sello». Estos días vamos a leer el "Discurso sobre el Pan de Vida" que ahora Jesús se dispone a contarnos. Después de la multiplicación de los panes y su caminar sobre las aguas, veremos que "el pan de vida" es Jesús mismo, “pan vivo”, y está en relación la eucaristía. Son dos líneas del discurso que se entrelazarán, la fe en Jesús y su presencia eucarística...
Le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer para trabajar como Dios quiere?». Jesús les respondió: «Lo que Dios quiere que hagáis es que creáis en el que él ha enviado»”. A veces queremos hacer muchas cosas (trabajar), pero el fundamento de todo es saber por qué vivimos, pues el pan se acaba, hay otro Pan que no se acaba, la fe y el amor. Así pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas».
Comenta San Agustín: «Jesús, a continuación del misterio o sacramento milagroso, hace uso de la palabra, con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante, pero es con la condición de que lo entiendan y, si no lo entienden, que se recoja para que no perezcan ni las sobras siquiera... “Me buscabais por la carne, no por el Espíritu”. ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio y acude a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más poderoso que él y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito.
«En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los día la iglesia. Aprendamos a buscar a Jesús por Jesús... “Me buscabais por algo que no es lo que yo soy; buscadme a Mí por mí mismo”. Ya insinúa ser Él este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que sigue... quizá estaban esperando comer otra vez pan y sentarse otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana... Entre diálogos la llevó hasta la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo mismo exactamente. Alimento es, pues, éste que no perece, sino que “permanece hasta la vida eterna”. De este alimento distinto que hay que buscar, el debate se eleva hasta la preocupación por el obrar que agrada a Dios. A las obras múltiples que los galileos se muestran dispuestos a cumplir, Jesús opone la única "obra de Dios", la que Dios realiza en el creyente. Esta obra es creer en Jesús como el Enviado de Dios. Santa Teresa de Jesús nos enseña a buscar al Señor y a creer en Él: "Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que, como sea oración, ha de ser consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quien, no lo llamo yo oración aunque mucho menee los labios".
Dicen que hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una aldeana muy hermosa. Todos querían esposarla pero ella sentía que nadie le aseguraba verdadero amor. Así, se le acercó el mercader más rico diciéndole: “Te amaré a pesar de tu pobreza”. Pero como en sus palabras no encontró verdadero amor prefirió no casarse. Después se le acercó un gran general y le dijo: “Me casaré contigo a pesar de las distancias que nos separen”. Pero tampoco aceptó la hermosa aldeana. Más tarde se le acercó el emperador a decirle: “Te aceptaré en mi palacio a pesar de tu condición de mortal”. Y también rehusó la muchacha a casarse porque tampoco veía en él un amor desinteresado. Hasta que un día se le acercó un joven y le dijo: “Te amaré a pesar... de mí mismo”. Y como en sus palabras encontró un amor verdadero y sincero, optó por casarse con él. Nosotros, ¿buscamos a Jesús por tener “pan” que nos aproveche, cosas materiales, y pensamos conseguirlas una fórmula mágica que nosotros llamamos “oración”, o bien lo hacemos por amor, de forma desinteresada? Señor, quiero quererte “por ti”, “a pesar de mí mismo”, hacer las cosas por Ti, por agradarte a Ti, con la alegría de un buen hijo que intenta hacer las cosas lo mejor que puede, poniendo los cinco sentidos en esa labor, por amor, por cumplir tu voluntad como nos dices hoy: «Obrad no por el alimento que perece sino por el que perdura hasta la vida eterna.» Ayúdame, Jesús, a obrar con rectitud de intención; es decir, con la intención recta, con la intención correcta, porque es la que perdura, porque es la Tuya. Ayúdame a buscar en todo momento tu voluntad, y a ponerla en práctica con todo el entusiasmo posible (P. Cardona).
2. Los Hechos (6,8-15) nos cuenta que Esteban, lleno de gracia y de poder, “realizaba grandes prodigios y milagros en el pueblo”. Unos cuantos de la sinagoga se pusieron a discutir con él; “pero no podían resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos hombres” y le montaron un falso juicio en el tribunal supremo, acusándolo así: «Este hombre no cesa de decir palabras contra este lugar santo y contra la ley; le hemos oído decir que ese Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las costumbres que nos transmitió Moisés». “Entonces todos los que estaban sentados en el tribunal clavaron sus ojos en él y vieron su rostro como el rostro de un ángel”. Mirando ese ejemplo que tenemos en el primer mártir, «rechazamos lo que es indigno del nombre cristiano y cumplimos lo que en él se significa» (oración del día).
3. El Salmo (119,23-24.26.29) fomenta nuestra confianza, como la tuvo San Esteban. Hemos resucitado con Cristo y donde Él está ahí también iremos, en este camino de la verdad, procurando seguir los mandatos del Señor: “Aunque los jefes se reúnan y deliberen contra mí, tu siervo medita en tus decretos; tus decretos hacen mis delicias, ellos son mis consejeros. Te he contado mis andanzas y tú me has escuchado: enséñame tus decretos; señálame el camino de tus mandamientos y yo meditaré en tus maravillas. Aleja de mí el camino de la mentira y dame la gracia de tu ley; he elegido el camino de la verdad y he preferido tus sentencias”.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 3 de mayo de 2014

Domingo de la semana 3 de Pascua; ciclo A

Meditaciones de la semana
en Word
 y en PDB

«El mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios. Y conversaban entre sí de todo lo que había acontecido. Y sucedió que, mientras comentaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos; pero sus ojos estaban incapacitados para reconocerle. Y les dijo: ¿Qué conversación lleváis entre los dos mientras vais caminando y por qué estáis tristes? Uno de ellos, de nombre Cleofás, le respondió: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días? El les dijo: ¿Qué ha pasado? Y le contestaron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y ante todo el pueblo: cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron. Sin embargo nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. Bien es verdad que algunas mujeres de las que están con nosotros nos han sobresaltado porque fueron al sepulcro de madrugada y, al no encontrar su cuerpo, vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles, los cuales les dijeron que está vivo. Después fueron algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como dijeron las mujeres, pero a él no le encontraron. Entonces Jesús les dijo: ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretaba en todas las Escrituras lo que se refería a él. Llegaron cerca del pueblo a donde iban y él hizo ademán de continuar adelante. Pero le retuvieron diciéndole: Quédate con nosotros, porque ya está anocheciendo y va a caer el día. Y entró con ellos. Y estando juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, y partiéndolo se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su presencia. Y se dijeron uno a otro: ¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Y al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaban lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan.» (Lucas 24, 13-35)

1º. Jesús, ¡quédate conmigo!
¿No es verdad que cuando me acompañas en mi camino; cuando te acercas a mí y me hablas, cuando me doy cuenta de que me quieres sin medida, arde mi corazón, y tengo la necesidad de contar a otros esta dicha?
Pero a veces Tú me tienes que decir: «¡necio y tardo de corazón!» ¡No te enteras! Me tienes aquí, a tu lado, caminando contigo, y tú haces tu vida, vas a la tuya.
Jesús, eres Tú entonces quien me dices: ¡quédate conmigo!
Búscame durante el día, trátame en la oración, venme a ver al sagrario, tenme presente mientras estudies o trabajes; porque Yo estoy allí, junto a Ti.
¿Qué vas a contar a los demás, si no me descubres tú primero?
«Cuando Dios os concede la gracia de sentir su presencia y desea que le habléis como al amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con todo libertad y confianza. Se anticipa a darse a conocer a los que le anhelan (Sabiduría 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a él, se anticipa cuando deseáis su amor: y se os presenta, concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Sólo espera de vosotros una palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros» (San Alfonso María de Ligorio).
Jesús, te puedo encontrar especialmente en la Misa.
Sobre la mesa del altar, te haces presente en las especies eucarísticas del pan y del vino.
Cada día podemos experimentar lo que vivieron aquellos dos discípulos en Emaús: «Y estando juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron.»
La Eucaristía es el sacramento de nuestra fe, como decimos después de la consagración.
Aumenta mi fe para que te sepa reconocer en cada Misa, en cada comunión, y para que tu amor me encienda.
2º. « Se termina el trayecto al encontrar la aldea, y aquellos dos que -sin darse cuenta- han sido heridos en lo hondo del corazón por la palabra y el amor del Dios hecho Hombre, sienten que se vaya. Porque Jesús les saluda con ademán de continuar adelante. No se impone nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamemos libremente, desde que hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma. Hemos de detenerlo por fuerza y rogarle: continúa con nosotros, porque es tarde, y va ya el día de caída, se hace de noche.
Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad o quizá por pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume.
Y Jesús se queda. Se abren nuestros ojos como los de Cleofás y su compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque Él vuelva a desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de nuevo la marcha -anochece-, para hablar a los demás de El, porque tanta alegría no cabe en un pecho solo.
Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra» (Amigos de Dios. 314).
Sábado de la semana 2 de Pascua

Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.
“A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:- Soy yo. No tengáis miedo.Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían” (Juan 6,16-21).
1. El Evangelio (Juan 6,16-21) nos narra el oleaje que hace inseguros a los Apóstoles dentro de la barca; nos hace pensar en las persecuciones de la Iglesia, herejías e infidelidades: “A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo”. Las cosas malas y las contrariedades nos hacen sufrir, y a veces sentimos miedo hasta que vemos que es Jesús quién está en nuestro día, en nuestra vida, en nuestra barca, y volvemos a la paz y seguridad de saber que Cristo está dentro de la barca; y podemos sentirnos seguros. Cuentan de una nave que se balanceaba en medio del oleaje y los pasajeros se angustiaban gritando aterrados. Sólo una niña jugaba tranquilamente en la cubierta, y cuando ya pasó todo le preguntaron qué le llevaba a tener esa paz, por qué no había tenido miedo: “-¿Miedo? –dijo- ¿De qué? Mi padre lleva el timón, y con él no puede pasarme nada malo”. Esa confianza es la que hemos de tener con Jesús y el Espíritu Santo que guían la Iglesia en las tempestades de la historia, y nuestras vidas. Nos dijo Jesús que Él estaría siempre con nosotros hasta el final del mundo. La Iglesia puede evolucionar en algunos puntos de su doctrina, profundizando en lo que está implícitamente en el Evangelio. No es una religión del Libro, sino de la Persona de Jesús que está vivo por su Espíritu, desarrollando aspectos de doctrina siempre dentro de la fidelidad. Por eso hemos de tener paciencia, estar en comunión, fieles a la doctrina, unidos a Jesús por los sacramentos, dóciles a la jerarquía.
Jesús domina las aguas del caos, en esta nueva Creación de la Pascua, instaura el nuevo día, Domingo, “Día del Señor”, cambia la historia. El descanso del Sábado evoluciona, como el Mar Rojo hizo pasar a la tierra prometida, ahora llegamos a ese “Día que ha hecho el Señor”, donde Jesús es el nuevo Moisés que no sólo habla con Dios sino que dice: “Yo soy, no tengáis miedo”. Así leemos en el Evangelio: “Jesús les dijo: - Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían”.
El “Yo soy” nos remite al nombre de Dios tal como lo reveló a Moisés en la zarza ardiente. En medio de nuestras oscuridades, amanece Dios, Jesús llega caminando sobre las aguas, para ayudarnos en nuestras tempestades. Llega en la oración y los sacramentos, y nos dice "no tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho estas palabras: “Cristo dirigió muchas veces esta invitación a los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No tengas miedo". Y esto mismo a José: "No tengas miedo". Cristo lo dijo a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay dentro de cada hombre"”.
2. Los Apóstoles recibían muchas peticiones de gente necesitada, pues la Iglesia ha atendido a los pobres desde el principio. De ahí lo que hoy nos cuentan los Hechos (6,1-7): “En aquellos días, debido a que el grupo de los discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien atendidas en el suministro cotidiano. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas”. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra». Es lo primero, la unión con Dios: una prioridad que ha recordado Juan Pablo II como programa de apostolado para el tercer milenio. Sin vida interior, sin oración, no es posible una verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra, no enciende al que predica».
-“Por tanto, elegid de entre vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este servicio para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra”. Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos de segunda clase respecto a los judíos «de siempre». Vemos también a veces en la Iglesia que hay “clases”. De otra parte, si de una parte hemos de hacer de “buen samaritano” y no pasar de largo, de otra el buen samaritano luego lleva al herido a una hospedería, y que el buen hostelero hiciera su trabajo. Así tienen que aparecer en la Iglesia misiones, encargos o responsabilidades, para poder llegar a todo…
-“La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron ante los apóstoles, y ellos, después de orar, les impusieron las manos”. Los 7 elegidos recuerda los 70 jueces que elige Moisés para que le ayuden a administrar justicia o los 70 miembros del Sanedrín.
-“La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe”. A partir de ahora, los cristianos se llamarán “discípulos” en los Hechos. Esteban será luego el primer mártir cristiano.
3. Justos, alabad al Señor, la alabanza es propia de los rectos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor con el arpa de diez cuerdas; pues la palabra del Señor es eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; Él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena del amor del Señor”. Jesús resucitado nos protege siempre; nos da confianza su misericordia, que vela por mí, y en este sentido hay que entender el “ojo de Dios”, que no es un espía que conoce todo para castigar, sino mirada amorosa: "Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira" (comenta san Basilio), y acoger ese don nos da vida, como sigue diciendo el Salmo (32,1-2,4-5,18-19): “Pero el Señor se cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, para librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Llucià Pou Sabaté


Santos Felipe y Santiago, apóstoles

«Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora te conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor; muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le contestó: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, y si no, creed por las obras mismas. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pidiereis algo en mi nombre, yo lo haré». (Juan 14, 7-14)
1º. Jesús, hoy me prometes tu intercesión ante Dios Padre.
Te vas, pero no me dejas solo.
Te vas con el Padre pero sigues pendiente de mí: de mis necesidades, de las necesidades de los que me rodean.
«Si me pidiereis algo en mi nombre, yo lo haré».
Jesús, éste es tu nombre.
A Ti te tengo que pedir ayuda cuando lo necesite.
Gracias porque no te olvidas de mí, porque me haces más fácil pedir cosas a Dios: qué fácil pedirte a Ti, Jesús, sabiendo que me escuchas siempre.
Yo te pido lo que creo que necesito o que necesitan los demás.
Te pido que les soluciones este problema o aquel otro; que me saques de un apuro; que logre aquel objetivo.
Lo que no sé es si lo que te pido soluciona realmente lo más importante: el crecimiento interior, la felicidad verdadera y eterna, la unión contigo.
«Podéis pedir cosas temporales, nos dice san Agustín; mas siempre con la intención de que os serviréis de ellas para gloria de Dios, para salvación de vuestra alma y la de vuestro prójimo; de lo contrario, vuestras peticiones procederían del orgullo o de la ambición; y entonces, si Dios rehúsa concederos lo que pedís, es porque no quiere perderos»
Por eso, cuando te pido algo, siempre añado: «pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22, 42); haz lo que más convenga.
Tú sabes mejor que yo qué conviene y qué no.
Los ojos humanos son bastante torpes.
A veces, un fracaso a lo humano es la mejor medicina espiritual, como una operación quirúrgica que, aunque duele, cura.
2º. «El Rosario no se pronuncia sólo con los labios, mascullando una tras otra las avemarías. Así, musitan las beatas y los beatos. -Para un cristiano, la oración vocal ha de enraizarse en el corazón, de modo que, durante el rezo del Rosario, la mente pueda adentrarse en la contemplación de cada uno de los misterios» (Surco, 477.)
Jesús, aún me has dado otro camino más fácil para pedir cosas a Dios: pedírselas a la Virgen María, que es mi madre y tu madre, la Madre de Dios.
Es muy típico en una familia que, cuando hay que pedir algo difícil de conseguir, se empiece pidiéndoselo a la madre, para que, cuando ella esté convencida, se lo diga al padre.
¡Qué cosa más natural pedir lo que necesito a mi madre, Santa María!
Ella me comprende, me quiere como sólo las madres saben querer, y ella puede conseguir todo lo que quiera, porque Dios no le niega nada de lo que pide.
Madre mía, yo sé que te gusta que te recen el Rosario.
Lo sé porque lo has dicho en tus últimas pariciones, especialmente en Lourdes y en Fátima.
Quieres que te rece el Rosario y que te pida muchas cosas: una intención en cada misterio, como mínimo.
Y no sólo que te pida cosas para mí o para los míos, sino también grandes intenciones: por la Iglesia y el Papa; por la unidad de los cristianos; por la paz en el mundo.
Y luego, Madre, también he de aprovechar cada misterio para pensar un poco en la escena que se contempla: cómo estarías en esa circunstancia de gozo, de dolor o de gloria; y acompañarte lo mejor que sepa en esas alegrías o penas.
Y decirte que te quiero; y darte gracias por tus cuidados maternales; y pedirte perdón porque no sé comportarme como un buen hijo.

jueves, 1 de mayo de 2014

Viernes de la semana 2 de Pascua

La Eucaristía, fortaleza para ser testimonios de la verdad, da alas para amar
«Jesús, al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman éstos? Lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer. Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: pero ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: Haced sentar a la gente. En aquel lugar había mucha hierba. Se sentaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Jesús tomó los panes y, habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban sentados, e igualmente les dio de los peces cuanto quisieron. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los trozos que han sobrado para que nada se pierda. Entonces los recogieron y llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.» (Juan  6, 5-13)

1. En el Evangelio (Juan 6,1-15) Jesús, levantando pues los ojos, y contemplando la gran muchedumbre que venía a Él, dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para dar de comer a estos?" Jesús con su amor nos revela a Dios Amor, Él ve las necesidades de los hombres, se preocupa de la felicidad de los hombres. Y hace un milagro, la multiplicación de los panes, como más tarde el sacramento de eucaristía... son gestos de amor. ¡Me paro a escuchar tu voz, Jesús! Eres Tú quien nos interroga, quien nos provoca. Eres Tú, Señor, quien nos pide saber mirar el hambre de los hombres, y sus necesidades aun las más prosaicas... "para que tengan de qué comer" Tú dices... ¡simplemente de qué comer! Y nosotros que tan a menudo soñamos en un Dios lejano, en las nubes. Eres Tú que nos conduces a nuestra vida humana cotidiana. Amar... ¡ahí está! es un humilde servicio cotidiano.
 -“Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente?” Ante los grandes problemas humanos -el Hambre, la Paz, la Justicia- repetimos constantemente la misma respuesta: "¿qué podemos hacer nosotros? esto nos rebasa." Retengo la inmensa desproporción: 5 panes... 2 peces... 5.000 hombres.
 -“Jesús tomó los panes, y, habiendo "eucaristizado" -habiendo "dado gracias"- se los distribuyó”. Dar Gracias. Agradecer a Dios. Tal es el sentimiento de Jesús en este instante. Piensa en otra multiplicación de "panes". Piensa en el inaudito misterio de la comida pascual que ofrecerá a los hombres de todos los tiempos. No descuida el "hambre corporal", pero piensa sobre todo en el "hambre de Dios" que es de tal modo más grave aún para los hombres.
-Entonces dicen: "Verdaderamente éste es el gran profeta, que ha de venir al mundo." Pero Jesús conociendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey se retiró otra vez al monte El solo. Jesús no quiere dejar creer que El trabaja para un reino terrestre. Su proyecto no es político, incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús no entra directamente en el proyecto de "liberación" cívica en el que sus contemporáneos quisieran arrastrarle. Esto será por otra parte la gran decepción de estas gentes, que le abandonarán todos. Jesús piensa que su proyecto es otro: su gran discurso sobre el "pan de la vida eterna" nos revelará ese "proyecto"” (Noel Quesson). En la antífona de Comunión recordamos este proyecto: «Cristo nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Aleluya».
Los cinco panes y dos peces son ofrecidos por el joven con generosidad; se puede decir que sobre su generosidad hizo Jesús el milagro. Así, podemos encontrar un sentido espiritual en esto: si ponemos de nuestra parte, nuestros panes y peces, es decir cualidades y tiempo, el Señor multiplica aquello y hace cosas grandes. Quizá tenemos dentro un deseo de ayudar a los demás, de hacer algo grande: Jesús multiplica esos deseos (panes) y los hace realidad, da respuesta al ansia de felicidad de la humanidad. En la Eucaristía, todo eso se hace misterio, el pan se hace Vida.
«Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban». El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una "anorexia espiritual", que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos sobrenaturales; no seamos "realistas", sino "confiados" en Dios. Así, cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él. Al contemplar esos "signos de los tiempos", no podemos quedarnos en un “análisis” que lleve a la pereza, ver que la cosa está mal, y tomarlo como algo personal (“¡qué mal lo hago!”) como el que piensa que llueve en una fiesta porque la culpa es suya. Como Jonás en aquel barco que escapaba de Dios y dijo ante la tormenta “echadme al agua, la culpa es mía”. Más bien hemos de estar como Moisés en aquella guerra, que cuando alzaba los brazos iban ganando los suyos, y le sostuvieron los brazos hasta que huyeron vencidos los enemigos. Como un cuerpo enfermo no se analiza sin hacer nada, diciendo “¡qué mal está!... ¡Está peor!... ¡qué pena, se ha muerto!” no podemos ir “del análisis a la páralisis”. El análisis de una situación es una primera parte del ejercicio médico, para luego hacer un “diagnóstico” y luego “curar” con los medios que se vean oportunos, la “terapia”. Pero hemos de contar con que, además de esos medios humanos, el Señor puede hacer milagros. Son las dos cosas: generosidad del chico de los panes y peces, y multiplicación que obra Jesús. Por eso le pedimos hoy, por mediación de la Santísima Virgen: “Señor, ¡aumenta nuestra fe, esperanza y amor!”, y aunque no veamos despuntar el tallo después de la siembra, que tengamos paciencia para saber que tú siempre das fruto a nuestras peticiones. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos, hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San Josemaría), que aparecerán de modo insospechado. No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte: ¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió Juan Pablo II. La Virgen, que ha hecho notar su intercesión en tantos momentos delicados por los que ha surcado la historia de la Humanidad, es nuestra Madre y está con nosotros.
2. Siguen los Hechos (5,34-42) con que un fariseo, Gamaliel (el profesor de Pablo de Tarso) con sinceridad y sin miedo busca la verdad, y recuerda a los demás judíos del Sanedrín que ciertas insurrecciones que hubo acabaron en nada: muertos sus jefes, cesaron sus seguidores. Así dijo: “que fueran con cuidado, pues Teudas y Judas el Galileo perecieron al cabo de poco de levantarse con sus proclamas y se disolvió su grupo. ‘Y ahora os digo: Dejad a estos hombres; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá: mas si es de Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios’. Y convinieron con él: y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron. Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo”.
Jesús inaugura una familia, por la fe y no por el nacimiento; como recordamos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya», y esta familia tiene una tierra en propiedad, que es el cielo, la Resurrección que ya ha alcanzado Jesús, y es la que nos promete la esperanza, que recordamos en la Colecta: «Oh Dios, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la resurrección». Esta esperanza es la que nace en el corazón de los Apóstoles, por eso contentos ahora por padecer por Cristo: «La alegría cristiana –enseñaba Juan Pablo II- es una realidad que no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaros a gozar de esta alegría!»
3. Esta alegría en la esperanza es la que proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor». Supone vivir con los pies en la tierra pero sin valorar lo material más que lo que es para siempre, como pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre».
Querer vivir en la casa del Señor puede ser el mejor de los deseos. La confianza absoluta en Dios viene de que Jesús por el Espíritu Santo vive en nosotros, y así es luz del alma, luz del mundo que ilumina el camino que se ha encendido plenamente en su resurrección; este es el sentido de “tierra de los vivos” pues el cielo es donde está el Santuario.
El telón de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel, en un ambiente de confianza en Dios, recordaba Juan Pablo II. Ante las dificultades, no está el hombre solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues -como dice la espléndida «antífona» de apertura del Salmo- «El Señor es mi luz y mi salvación». Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?»… «habitaré en la casa del Señor por años sin término». Y mientras, buscamos en esta tierra el rostro del Señor, la intimidad divina a través de la oración, en la liturgia, hasta que un día «le veremos tal cual es», «cara a cara». Orígenes escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos». Y san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada más valioso...»
Llucià Pou Sabaté


San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia

Nació en Egipto, Alejandría, en el año 295. Estudió derecho y teología. Se retiró por algún tiempo a la vida solitaria, haciendo amistad con los ermitaños del desierto. Regresando a la ciudad, se dedicó totalmente al servicio de Dios.
En su tiempo, Arrio, clérigo de Alejandría, propagaba la herejía de que Cristo no era Dios por naturaleza. Para enfrentarlo se celebró el primero de los ecuménicos, en Nicea, ciudad del Asia Menor. Atanasio, que era entonces diácono, acompañó a este concilio a Alejandro, obispo de Alejandría. Con doctrina recta y gran valor sostuvo la verdad católica y refutó a los herejes. El concilió excomulgó a Arrio y condenó su doctrina arriana.
Pocos meses después de terminado el concilio murió san Alejandro y Atanasio fue elegido patriarca de Alejandría. Los arrianos no dejaron de perseguirlo hasta que lo desterraron de la ciudad e incluso de Oriente. Cuando la autoridad civil quiso obligarlo a que recibiera de nuevo a Arrio en la Iglesia a Arrio a pesar de que este se mantenía en la herejía, Atanasio, cumpliendo con gran valor su deber, rechazó tal propuesta y perseveró en su negativa, a pesar de que el emperador Constantino, en 336, lo desterró a Tréveris.
Durante dos años permaneció Atanasio en esta ciudad, al cabo de los cuales, al morir Constantino, pudo regresar a Alejandría entre el júbilo de la población. Inmediatamente renovó con energía la lucha contra los arrianos y por segunda vez, en 342, sufrió el destierro que lo condujo a Roma.
Ocho años más tarde se encontraba de nuevo en Alejandría con la satisfacción de haber mantenido en alto la verdad de la doctrina católica. Pero sus adversarios enviaron un batallón para prenderlo. Providencialmente, Atanasio logró escapar y refugiarse en el desierto de Egipto, donde le dieron asilo durante seis años los anacoretas, hasta que pudo volver a reintegrarse a su sede episcopal; pero a los cuatros meses tuvo que huir de nuevo. Después de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a huir por quinta vez. Finalmente, pasada aquella furia, pudo vivir en paz en su sede.
Falleció el 2 de mayo del año 373. Escribió numerosas obras.

miércoles, 30 de abril de 2014

Jueves de la semana 2 de Pascua

La vida nueva lleva a obedecer a Dios en lo profundo de nuestra conciencia.
“El que es de la tierra es terreno y habla como terreno; el que viene del cielo está sobre todos. Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que lo acepta certifica que Dios dice la verdad. Porque el que Dios ha enviado dice las palabras de Dios, pues Dios le ha dado su espíritu sin medida. El Padre ama al hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas. El que cree en el hijo tiene vida eterna; el que no quiere creer en el hijo no verá la vida; la ira de Dios pesa sobre él” (Juan 3,31-36).
1. En el Evangelio (Jn 3,31-36) sigue Jesús hablándonos de su relación con el Padre y de cómo podemos entrar ahí nosotros, por la fe:El que es de la tierra es terreno y habla como terreno; el que viene del cielo está sobre todos”: el mejor uso de la libertad es no hacer según criterios «de la tierra», sino «del cielo», como decía Jesús a Nicodemo.
-“Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que lo acepta certifica que Dios dice la verdad. Porque el que Dios ha enviado dice las palabras de Dios, pues Dios le ha dado su espíritu sin medida”: Y las palabras de Dios son vida, por eso las besamos en su proclamación de la misa, pues ahí está Jesús en la mesa de la Palabra, como besa el sacerdote el altar donde Jesús dispone la mesa de la Eucaristía.
-“El Padre ama al hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas. El que cree en el hijo tiene vida eterna; el que no quiere creer en el hijo no verá la vida; la ira de Dios pesa sobre él»”. Acoger a Jesús y su palabra es tener Vida eterna. Esta Vida está en la Eucaristía, la Palabra que queda sacramentalmente día a día a nuestra disposición, para escucharla en el Misterio, para alimentarnos de su Cuerpo, para tomar fuerza y defenderla en el mundo ante los ataques contra la dignidad de la persona, y llevar ese Amor donde quiera que vayamos, con fe y valentía.
2. Sigue los Hechos (5,27-33) con esa nueva cárcel de los Apóstoles: “Los trajeron y los presentaron al tribunal supremo. El sumo sacerdote les preguntó: «¿No os ordenamos solemnemente que no enseñaseis en nombre de ése? Y, sin embargo, habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina y queréis hacernos responsables de la sangre de este hombre»”. Los apóstoles no admiten un mandato injusto, por eso desobedecen al Sanedrín, recuerdan a los gobernantes que la obediencia a Dios es lo primero. La profundidad de las convicciones que Jesús ha despertado ya no se apagará con el martirio, al revés: se extenderá más y más la fe. Ante el “non serviam” –no te serviré- de Satanás y tantos que no quieren amar, los primeros cristianos dejan actuar al Espíritu Santo en sus vidas, dejan que actúe Jesús en ellos, y “este grito –serviam!- es voluntad de ‘servir’ fidelísimamente, aun a costa de la hacienda, de la honra y de la vida, a la Iglesia de Dios” (san Josemaría Escrivá). Los poderosos son unos miedosos, personas vacías; Jesús continúa siempre allí, vivo, se prolonga en sus apóstoles. El tribunal que condenó a Jesús debe tener síntomas de impotencia ahora, al ver nacer a la Iglesia como continuación de Cristo. Pedro habla, como portavoz, no sólo de los demás apóstoles, sino de Cristo, como símbolo de unidad. Lo sigue siendo hoy.
Pedro y los apóstoles respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. Dios lo ha ensalzado con su diestra como jefe y salvador para dar a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, como lo es también el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que lo obedecen». Ellos, enfurecidos con estas palabras, querían matarlos”. Al leer la valentía de esos apóstoles, me pregunto: ¿Me hago esta pregunta yo también: obedecer a Dios, o bien, obedecer a los hombres? ¿Sé ir contra corriente, si hace falta a costa de mi honor, de mi dinero, etc.?
3. El Salmo (34,2.9.17-20) pone en nuestra boca la alegría del Tiempo pascual. Tiempo de esperanza de que todo irá bien, Dios conduce todas las cosa para nuestro bien: “Bendeciré al Señor a todas horas, su alabanza estará siempre en mi boca; / gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se refugia en Él”. Jesús ha hecho la redención por su Pascua, y las mujeres fueron las primeras en ver al Resucitado, y así como Eva dio entrada al pecado, las nuevas Evas cristianas serán las portadoras de la salvación. Nosotros somos también llamados a ser testigos de estas cosas, “gustarlas”, como dice el Salmo, y darlas a los demás.
Y sigue: “El Señor se enfrenta con los criminales para borrar su memoria de la tierra. / Ellos gritan, el Señor los atiende y los libra de todas sus angustias; / el Señor está cerca de los atribulados, Él salva a los que están hundidos. / El hombre justo tendrá muchas contrariedades, pero de todas el Señor lo hará salir airoso”. Dios nos da la certeza de que saldremos airosos, si –como dice la primera lectura- somos obedientes a su voz. Esta presencia de Dios nos infunde confianza, pues esas dificultadespueden convertirse en oportunidades. Jesús pasó por la Cruz para llegar a la Resurrección. Es necesario que el grano de trigo muera para que pueda dar fruto. Los sufrimientos unidos a los de Jesús tienen un sentido salvador. Al Señor, que está cerca de los que sufren, le pedimos hoy «que los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida» (oración), con firme esperanza en sus palabras: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (aleluya).
Una consecuencia de esta fe es la objeción de la conciencia cuando en la sociedad se nos pide algo que va contra ella: la defensa de la libertad nos lleva a dar la cara con valentía, pues como decía San Juan Crisóstomo, “no hay peligro para quienes temen a Dios sino para quienes no lo temen (…). Lo que hay que temer no es el mal que digan contra nosotros, sino la simulación de nuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados. Pero, si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie. Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán pruebas de vuestra firmeza». Y San Agustín advierte de algo que tiene plena actualidad en nuestros días: «En otros tiempos se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; en nuestra época se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se oía rugir al enemigo, ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte. Es cosa sabida de qué modo se violentaba entonces a los cristianos a negar a Cristo; procuraban atraerlos así para que renegasen; pero ellos, confesando a Cristo, eran coronados. Ahora se enseña a negar a Cristo y, engañándoles, no quieren que parezca que se les aparta de Cristo (…). Como ciego que oye las pisadas de Cristo que pasa, le llamo... pero cuando haya comenzado a seguir a Cristo, mis parientes, vecinos y amigos comienzan a bullir. Los que aman el siglo se me ponen enfrente: ¿Te has vuelto loco? ¡Qué extremoso eres! ¿Por ventura los demás no son cristianos? Esto es una tontería. Esto es una locura. Y cosas tales clama la turba para que no sigamos llamando al Señor los ciegos».
Llucià Pou Sabaté


San José, obrero

«Y, llegado a su ciudad, les enseñaba en su sinagoga, de manera que se admiraban y decían: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre noso­tros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta menospreciado sino en su tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros a cau­sa de su incredulidad». (Mateo 13, 54-58)
1º. La confusión que se produce entre la gente del pueblo de Jesús, nos hace pensar en la naturalidad con la que había vivido tantos años.
Era uno más, «el hijo del artesano».
Y, a la vez, era el Mesías esperado durante siglos, el Hijo de Dios.
Durante todo este tiempo no se distingue haciendo cosas extraordinarias; no hizo milagros patentes, a pesar de que conocería casos de gente enferma, pobre, necesitada.
Lo que sí haría es trabajar lo mejor posible, atender al que más lo necesitaba con especial dedicación, servir con alegría en casa y en el taller de José.
«Por su sumisión a María y a José, así como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret, Jesús nos da el ejemplo de santidad en la vida cotidiana de la familia y del trabajo» (CEC.-564).
Jesús, ha venido a traer fuego a la tierra (Lucas 12,48), ha venido a salvar a los hombres, a hacernos hijos de Dios, a llamarnos a la santidad.
Y está cumpliendo su misión desde el primer día, también durante esos años que llamamos de «vida oculta», porque no aparecen en el Evangelio.
Para mí, esos años son años de luz, porque ésa es la vida que tengo que imitar si quiero parecerme a Ti, si quiero ser otro Cristo.
Nosotros queremos hacer cosas grandes: queremos triunfar en nuestra vida profesional, queremos tener una familia feliz, queremos tener muchos amigos...
Pero a veces nos perdemos en los grandes planes mientras descuidamos el pequeño deber de cada día: el horario, el trabajo bien acabado, los detalles de servicio, el cumplimiento del plan de vida, el apostolado.
Que aprendamos de la vida oculta de Jesús a cuidar esos pequeños detalles y, entonces,  Jesús hará de nuestra vida algo grande.
2º. «Sigue en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora. Ese trabajo -humilde, monótono, pequeño- es oración cuajada en obras que te disponen a recibir la gracia de la otra labor -grande, ancha y honda- con que sueñas» (Camino.-825).
Queremos... cambiar el mundo.
Queremos que la gente conozca a Jesús como le conocemos nosotros.
Entonces la gente le querrá, y se querrán entre ellos al saberse hijos del mismo Padre, hermanos de Jesús.
Como Jesús, también nosotros queremos traer fuego a la tierra: ese fuego del amor; que no destruye, sino que purifica y une.
Pero, ¿qué podemos hacer  para ayudarle en esta tarea?
Lo que nos pide Jesús es que le imitemos en su vida oculta.
Que sigamos en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora: haz lo que tengas que hacer en cada momento, con la mayor perfección posible.
Ese trabajo -humilde, monótono, pequeño- es oración cuajada en obras.
El trabajo de Jesús en el taller de José también era humilde, monótono, pequeño.
Pero con cuánto amor lo realizaría, con qué perfección -acabando los detalles, aunque nadie se fuera a fijar en ellos-, con qué espíritu de servicio.
Si somos fieles en lo pequeño, Él nos dará la gracia de la otra labor              -grande, ancha, honda- con la que sueño.
Nuestra vida será fecunda en el terreno profesional y familiar; en el campo apostólico, en el servicio a Jesús y a los demás.
Y cuando la gente se pregunte: «¿de dónde le viene a éste todo esto?» -¿de dónde le viene esa alegría, esa ilusión profesional, esa facilidad para querer a los demás?-, les sabremos responder: nos viene de imitar a Jesús en su vida oculta, de ofrecer a Dios cada cosa que hacemos, cada pequeño vencimiento.