domingo, 27 de abril de 2014

Domingo de la semana 2 de Pascua; ciclo A

«Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, estando cerradas las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor se alegraron los discípulos. Les dijo de nuevo: La paz sea con vosotros. Como el Padre me envió así os envío yo. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos.Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les respondió: Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en su costado, no creeré.A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros. Después dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído» (Juan 20,19-31).
1. «Al atardecer de aquel día [de la Resurrección de Jesús], el siguiente al sábado, estando cerradas las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Hoy, al  terminar la octava de la Resurrección, queremos vivir de un modo especial este saludo del Señor: "la paz esté con vosotros".
El segundo domingo de Pascua celebramos la fiesta de la Divina Misericordia, que Juan Pablo II instauró en el comienzo del milenio. En esta devoción resplandece de manera sublime la bondad de Dios para con todos los hombres y al participar de esos actos de piedad en el día de hoy puede lucrarse indulgencia plenaria (con las condiciones habituales). Se recomienda para ello rezar alguna oración como "Jesús misericordioso, confío en ti".
Jesús dio a entender a Santa Faustina que es devoción que tiene que extenderse por toda la tierra: "La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia" (Diario, 300). Jesús transmite que Dios es Misericordioso y nos ama a todos... "y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que  tiene a Mi misericordia" (Diario, 723). Se nos pide que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones... "porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil" (Diario, 742). Junto a la Coronilla y la Novena a la Divina Misericordia, se promueve la Penitencia sacramental y recibir la Santa Comunión este día.
La esencia de la devoción se sintetiza en cinco puntos fundamentales:
a) Debemos confiar en la Misericordia del Señor. Jesús, por medio de Sor Faustina nos dice: "Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en mi misericordia. Que se acerquen a ese mar de misericordia con gran confianza. Los pecadores obtendrán la justificación y los justos serán fortalecidos en el bien. Al que haya depositado su confianza en mi misericordia, en la hora de la muerte le colmaré el alma con mi paz divina".
b) La confianza es la esencia, el alma de esta devoción y a la vez la condición para recibir gracias: "Las gracias de mi misericordia se toman con un solo recipiente y este es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son mi gran consuelo y sobre ellas derramo todos los tesoros de mis gracias. Me alegro de que pidan mucho porque mi deseo es dar mucho, muchísimo. El alma que confía en mi misericordia es la más feliz, porque yo mismo tengo cuidado de ella. Ningún alma que ha invocado mi misericordia ha quedado decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en mi bondad".
c) La misericordia define nuestra actitud ante cada persona: "Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia mí. Debes mostrar misericordia siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte. Te doy tres formas de ejercer misericordia: la primera es la acción; la segunda, la palabra; y la tercera, la oración. En estas tres formas se encierra la plenitud de la misericordia y es un testimonio indefectible del amor hacia mí. De este modo el alma alaba y adora mi misericordia".
d) La actitud del amor activo hacia el prójimo es otra condición para recibir gracias: "Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no conseguirá mi misericordia en el día del juicio. Oh, si las almas supieran acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque la misericordia anticiparía mi juicio".
e) El Señor Jesús desea que sus devotos hagan por lo menos una obra de misericordia al día. "Debes saber, hija mía que mi Corazón es la misericordia misma. De este mar de misericordia las gracias se derraman sobre todo el mundo. Deseo que tu corazón sea la sede de mi misericordia. Deseo que esta misericordia se derrame sobre todo el mundo a través de tu corazón. Cualquiera que se acerque a ti, no puede marcharse sin confiar en esta misericordia mía que tanto deseo para las almas".
Los primeros testigos de la Resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, seguramente con la Virgen María. Después de la segunda aparición, con los que iban a Enmaús, la misma tarde del «primer día de la semana», Jesús se aparece a los Apóstoles mostrándoles las heridas de las manos y del costado, y «sopla» sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo» (luego, según Lucas, habrá otra efusión del Espíritu, a los 50 días). Después de su entrega y descenso hasta el abismo, hay una "elevación" mesiánica de Cristo por el Espíritu Santo que alcanza su culmen en la Resurrección, donde se revela como Hijo de Dios "lleno de poder". Al soplar sobre los apóstoles, se nos pone en relación con Adán quien fue hecho «alma viviente» gracias al «aliento de vida» que Dios «insufló en sus narices». Jesús da vida, en una nueva creación en su resurrección. Ahí se vive lo de san Pablo: «se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual», animado por el pneuma, el Espíritu. Nuestra resurrección será a imagen de la de Cristo.
La «paz sea a vosotros». Jesús, has venido a traer la paz. Danos la paz, la paz del corazón, la paz interior. Luego confías el poder de las llaves, de perdonar los pecados, a la Iglesia: «Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico» (Catecismo 1442). Gracias, Jesús, por habernos dado este sacramento.
“Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les respondió: Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en su costado, no creeré”. Es el peligro de la incredulidad, de comprobarlo todo…
“A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros. Después dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. He aquí la conversión, y seguidamente la confesión de fe más maravillosa del Evangelio: “Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído» (y aquí estamos nosotros…).
2. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que “los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”. Aquellos días de Jerusalén fueron “fundantes” de la comunidad eclesial: “los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno”. Desprendidos de las cosas materiales, “a diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando”. Estaban con María la Madre de Jesús, por cuya intercesión ha derramado Dios sobre la Iglesia su misericordia, sobre toda la humanidad por medio de María, y lo continúa haciendo…
Este salmo refleja los misterios redentores de la vida de Cristo; el Señor cantó este salmo al finalizar la Ultima Cena, y lo cita cuando habla de la viña y los viñadores: “Dios había plantado vides escogidas y sin embargo dieron agraces”: la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo el yugo de la injusticia. Te pedimos, Señor, dar fruto, no ser infecundos ni malos, estar unidos a ti, que nos dices: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto» (Juan 15, 5). La historia de la viña de Dios acaba bien, Dios no fracasa. Al final, triunfa el amor, se hace realidad lo del salmo: «La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido…» De la muerte del Hijo surge la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña. En Caná, cambió el agua en vino, transformó su sangre en el vino del verdadero amor y de este modo transforma el vino en su sangre.
3. La epístola bendice al Señor, exclama ante lo que hizo y sigue haciendo por su pueblo: se "bendice" al Padre de nuestro Señor  Jesucristo, que al resucitar a Cristo de la muerte nos ha hecho nacer de nuevo a una  esperanza viva. Vemos el objeto de esta esperanza: la herencia reservada en el cielo. Por eso, las pruebas que al presente nos afligen no  pueden empañar nuestra alegría. Todas las penas se pueden llevar con esta esperanza: vamos a obtener la salvación, que es la meta de nuestra fe. Fe que –fruto de la experiencia de Dios- lleva a una actitud de "bendición" (Adrien Nocent).
Este domingo, que cierra la octava de  Pascua, suele llamarse "in albis", es decir, de  las vestiduras blancas que habían llevado los  nuevos bautizados durante toda la semana. Todos cristianos de ayer o desde hace  mucho tiempo, somos de alguna manera  "recién nacidos", tenemos la necesidad de  comprender mejor "que el bautismo nos ha  purificado, que el Espíritu nos ha hecho  renacer y que la sangre nos ha redimido",  como reza la Oración colecta de la Misa.
Llucià Pou Sabaté


Nuestra Señora de Montserrat

"Rosa de abril, morena de la sierra..."
La Virgen de Montserrat fue declarada santa patrona de Cataluña por el papa León XIII.
El culto de la Virgen de Montserrat se remonta más allá de la invasión de España por los árabes. La imagen, ocultada entonces, fue descubierta en el siglo IX. Para darle culto, se edificó una capilla a la que el rey Wifredo el Velloso agregó más tarde un monasterio benedictino.
Los milagros atribuidos a la Virgen de Montserrat fueron cada vez más numerosos y los peregrinos que iban hacia Santiago de Compostela los divulgaron. Así, por ejemplo, en Italia se han contado más de ciento cincuenta iglesias o capillas dedicadas a la Virgen de Montserrat, bajo cuya advocación se erigieron algunas de las primeras iglesias de México, Chile y Perú, y con el nombre de Montserrat han sido bautizados monasterios, pueblos, montes e islas en América.
Descubrimiento
No se conoce el origen de la estatua. Cuenta la leyenda que unos pastores estaban pastando sus ovejas cerca de Montserrat y descubrieron la imagen de madera en una cueva, en medio de un misterioso resplandor y cantos angelicales. Por órdenes del obispo de llevarla a la catedral, comenzó la procesión, pero no llegó a su destino, ya que la estatua se empezó a poner increíblemente pesada y difícil de manejar. Entonces fue depositada en una ermita cercana, y permaneció allí hasta que se construyó el actual monasterio benedictino.
Descripción de la Imagen
La virgen es de talla románica de madera. Casi toda la estatua es dorada, excepto la cara y las manos de la Virgen y del Niño. Estas partes tienen un color entre negro y castaño. A diferencia de muchas estatuas antiguas que son negras debido a la naturaleza de la madera o a los efectos de la pintura original, el color oscuro de Ntra. Sra. de Montserrat se le atribuye a las innumerables velas y lámparas que durante siglos se han encendido ante la imagen día y noche. En virtud de esta coloración, la Virgen está catalogada entre las vírgenes negras. Por esto la llaman por cariño La Morenita. La estatua goza de gran estima como un tesoro religioso y por su valor artístico. 
La estatua está sentada y mide 95 cm., un poco más de tres pies de altura. De acuerdo con el estilo románico, la figura es delgada, de cara alargada y delicada expresión. Una corona descansa sobre la cabeza de la Virgen y otra adorna la cabeza del Niño Jesús, que está sentado en sus piernas. Tiene un cojín que le sirve de banquillo o taburete para los pies y ella está sentada en un banquillo de patas grandes, con adornos en forma de cono.
El vestido consiste en una túnica y un manto de diseño dorado y sencillo. La cabeza de la Virgen la cubre un velo que va debajo de la corona y cae ligeramente sobre los hombros. Este velo también es dorado, pero lo realzan diseños geométricos de estrellas, cuadrados y rayas, acentuadas con sombras tenues. La mano derecha de la Virgen sostiene una esfera, mientras la izquierda se extiende hacia adelante con un gesto gracioso. El Niño Jesús está vestido de modo similar, por su puesto, con excepción del velo. Tiene la mano derecha levantada, dando la bendición, y la izquierda sostiene un objeto descrito como un cono de pino.
La estatua está ubicada en lo alto de la pared de una alcoba que queda detrás del altar principal. Directamente detrás de esta alcoba y de la estatua se encuentra un cuarto grande, llamado el Camarín de la Virgen. Este camarín puede acomodar a un grupo grande de personas, y desde ahí se puede rezar junto al trono de la Stma. Madre. A este cuarto se llega subiendo una monumental escalera de mármol, decorada con entalladuras y mosaicos.
El nombre de Montserrat, catalán, se refiere a la configuración de las montañas en donde se ubica su monasterio. Las piedras allí se elevan hacia el cielo en forma de sierra. Monte + sierra: Montserrat.
Visitada por los santos
Entre los santos que visitaron el lugar venerado se encuentran S. Pedro Nolasco, S. Raymundo de Peñafort, S. Vicente Ferrer, S. Francisco de Borja, S. Luis Gonzaga, S. José de Calasanz, S. Antonio María Claret y S. Ignacio de Loyola, que, siendo aún caballero, se confesó con uno de los monjes y pasó una noche orando ante la imagen de la Virgen. A unas cuantas millas queda Manresa, un santuario de peregrinación para la Compañía de Jesús, la orden Jesuita fundada por San Ignacio, pues encierra la cueva en donde el Santo se retiró del mundo y escribió sus Ejercicios Espirituales.
Artistas
Los grandes poetas Goethe y Federico Schiller escribieron acerca de la montaña; y Beethoven murió en Viena, en una casa que había sido un antiguo estado feudal de Montserrat. Además de esto, el lugar se hizo famoso gracias a Richard Wagner, quien utilizó el sitio para dos de sus óperas, Parsifal y Lohengrin.
Oración a Ntra. Sra. de Montserrat
Oh Madre Santa, Corazón de amor, Corazón de misericordia,
que siempre nos escucha y consuela, atiende a nuestras
súplicas. Como hijos tuyos, imploramos tu intercesión ante
tu Hijo Jesús.
Recibe con comprensión y compasión las peticiones que hoy
te presentamos, especialmente [se hace la petición].
¡Qué consuelo saber que tu Corazón está siempre abierto
para quienes recurren a ti!
Confiamos a tu tierno cuidado e intercesión a nuestros
seres queridos y a todos los que se sienten
enfermos, solos o heridos.
Ayúdanos, Santa Madre, a llevar nuestras cargas en esta vida
hasta que lleguemos a participar de la gloria eterna y la paz con Dios. Amén.
Nuestra Señora de Montserrat, ruega por nosotros.

viernes, 25 de abril de 2014

Sábado de Pascua; ciclo A

Jesús ha vencido la muerte, es nuestra fortaleza
«Habiendo resucitado, al amanecer el primer día de la semana se apareció en primer lugar a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue a anunciarlo a los que habían estado con él, que se encontraban tristes y llorosos. Pero ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron. Después de esto se apareció, bajo distinta figura, a dos de ellos que iban de camino a una aldea; también ellos regresaron y lo comunicaron a los demás; pero tampoco les creyeron. Por último, se apareció a los Once cuando estaban a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura»” (Marcos 16,9-15).
1. Los relatos de las apariciones parecen un puzle en distintas versiones. Aquí se nos hace un resumen ordenado: primero la Magdalena; la segunda aparición fue a los discípulos de Emaús. En tercer lugar los apóstoles.
María, que en la tradición latina es la "pecadora",  era ahora la favorecida. En casa de Simón el fariseo, Jesús ya lo había dejado entrever: "aquél a quien poco se le perdona, poco ama." Así, el pecado puede llegar a ser el inicio de una gran aventura espiritual. "Feliz falta, que nos ha valido un tal Redentor" canta la liturgia de la noche pascual, a propósito del pecado de Adán. Esto puede ser también verdad de nuestras faltas. Ella va a avisar a los demás según lo que le pide Jesús:
-“Pero ellos, oyendo que vivía y que había sido visto por ella, no lo creyeron”. Luego son fuertes, como vemos en la primera lectura: Al poco tiempo se les encuentra formando una comunidad ferviente, que proclama con valentía en Jerusalén e incluso delante del sanedrín que le condenó, que Jesús vive. Evidentemente no han exagerado. Necesariamente algo ha de haber pasado.
-“Después de esto se mostró en otra forma a dos de ellos que iban de camino y se dirigían al campo. Estos, vueltos, dieron la noticia a los demás; ni aun a estos creyeron”. Decididamente eran duros de mollera. Al fin se manifestó a los once, estando recostados a la mesa, y les reprendió su incredulidad y su terquedad por cuanto no habían creído a los que le habían visto resucitado.
Feliz duda que nos proporciona una mayor certeza. No se trata pues de personas ingenuas o de iluminados... sino de gentes concretas, de inteligencia normal. Ayúdanos, Señor, en nuestras búsquedas y nuestras dudas, a conservar en nosotros una disponibilidad, una abertura...
Los evangelistas no nos dejan saciar nuestra curiosidad cuando sentimos la tentación de hacerles preguntas indiscretas: ¿Cómo se realizó la resurrección? ¿Qué fue de su cadáver? ¿Qué es un cuerpo resucitado? Solamente nos han dicho "lo que ellos han visto". Modestia admirable de los apóstoles que no hacen sino balbucear ese algo que sucedió, y que les constriñe a "cambiar de opinión”... como humildemente reconocen.
Después les dijo: "Id por todo el mundo y predicad la buena nueva a toda criatura". El envío a la misión. Hay que dar crédito a las maravillas de Dios... mientras esperamos verlas con toda claridad, al final (Noel Quesson).
El Señor nos ha enviado al mundo entero a predicar la Buena Nueva de salvación a todas las persones, y también toda la creación. No podemos continuar destruyéndonos unos a otros; no podemos mal utilizar ni malbaratar la creación, los recursos naturales.
2. Si somos conscientes de que Jesús es el único camino que nos conduce al Padre, ¿podremos guardar silencio y no proclamarlo ante todos? Vemos a los apóstoles obedecer al Señor en el mandato de anunciar el Evangelio, ser como auténticos profetas del Señor, sin dejarnos intimidar por los poderosos. También nosotros tenemos esta misión, que nos confías tú, Jesús resucitado. -Los miembros del gran consejo estaban maravillados, viendo la valentía de Pedro y Juan y enterados de que eran hombres sin instrucción ni cultura. Hacía solamente tres años que Pedro y Juan estaban reparando sus redes a la orilla del lago, puesto que eran pescadores. Efectivamente son gente «sin instrucción». Pero esos tres años los han pasado en la familiaridad de Jesús y, sobre todo, ellos han visto a Cristo resucitado. “La fe y el contacto cotidiano con la Palabra de Dios son capaces de transformar a los más humildes en hombres valientes y seguros de sí mismos. ¡Ayuda, Señor, a todos los bautizados a adquirir esa "seguridad"!”
Muchas personas sienten el peso de su soledad, se cierran en su mundo, quizá estaban tristes y abatidos esos apóstoles que vuelven a su ambiente, a su pesca, cuando Jesús les “repesca” y les da esta fuerza que hoy vemos… sentirse querido, que somos importantes para alguien, que estamos en la verdad, llenarnos de esperanza… son las fuentes de la fuerza para emprender cualquier cosa con entusiasmo. Han pasado apenas tres meses desde que ese mismo Pedro soslayaba las preguntas indiscretas que le hacía una criada en el patio del gran sacerdote, por miedo de dar a conocer su fe. Hoy, por su audacia apostólica deja maravillado a ese mismo gran sacerdote. ¿Qué ha pasado entre tanto? Pedro ha recibido el Espíritu. ¡Pentecostés ha intervenido aquí! Es la fuerza de Dios en el débil Pedro, es la inteligencia de Dios en la escasa instrucción de Pedro.
-“Los reconocieron, como «aquellos que habían estado con Jesús»”. Señor, hoy no puedo dejar de pensar en el sucesor de Pedro, en el Papa, que es hoy el encargado de «hablar» ante el tribunal del mundo entero, y no sólo ante el tribunal de Jerusalén. Da tu fuerza y tu luz al sucesor de Pedro. He aquí una definición de los apóstoles: «los que han estado con Jesús». Debería ser también la definición de todo cristiano: «los que están con Jesús» ¡Esto es lo que les ha transformado! Señor, quédate hoy conmigo. Señor, quédate hoy con todos los hombres. "El Señor esté con nosotros -Y con vuestro espíritu". Anhelo esencial, nunca suficientemente repetido. Que yo lo diga de veras en cada misa. ¿Se me tiene también como alguien que está contigo, Señor? ¿En qué se nota? En el anuncio de la resurrección. En la vida que emana de un ser. En el amor que emana de un ser.
-“¿Qué haremos con estos hombres? ¿Para que esto no se divulgue más?” El clima de la Iglesia primitiva nunca fue la «facilidad». La expansión de la fe no se hizo sin dolor y sin dificultades. Los hechos de los apóstoles son un largo relato de esfuerzos y de martirios.
-“¡Juzgad si es justo delante de Dios, obedeceros a vosotros más que a Dios!” En cuanto a nosotros, no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído. Se les comprende en parte. ¿Cómo guardar para sí esas cosas? ¿Cómo callarse, cuando se han visto tales cosas? ¿Cómo se puede vivir una vida cristiana individualista, cada uno para sí? ¿Cómo se puede ser cristiano, sin ser apóstol? Pero para ello, hay que haber hecho la experiencia, haber comprobado hasta qué punto Dios es una «buena nueva» para el hombre” (Noel Quesson). La “buena nueva”, es el mismo Cristo, el hijo de Dios, Emmanuel Dios, con nosotros. Es el nombre que se nos da para salvarnos, y queremos propagarlo por todo el mundo. San Juan Crisóstomo dice: «El mensaje que se os comunica no va destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el mundo. Porque no os envío a  dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envío a toda una nación, como en otro tiempo a los profetas; sino a la tierra, al mar y a todo el mundo, y a un mundo, por cierto muy mal dispuesto. Porque al decir: “Vosotros sois la sal de la tierra”, enseña que los hombres han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado. Por ello exige a todos sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para el cuidado de los demás».
Cristo ha de ser anunciado, conocido y amado. Él es el que actúa por medio de los apóstoles de entonces y de ahora. Así lo expresa San Agustín: «Podemos amonestar con el sonido de nuestra voz, pero si dentro no está el que se enseña, vano es nuestro sonido... Os hable Él, pues, interiormente, ya que ningún hombre está allí de maestro».
3. “¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!” El paso del mar Rojo está también referido: “El Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación”. Ahí está el fundamento de toda fortaleza cristiana pues Jesús ha vencido al mundo. Nace un nuevo orden establecido con la victoria del rey: “Un grito de alegría y de victoria resuena en las carpas de los justos: "La mano del Señor hace proezas, / la mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas"” Es un canto a la protección divina.
No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. / El Señor me castigó duramente, pero no me entregó a la muerte. / "Abran las puertas de la justicia y entraré para dar gracias al Señor". / "Esta es la puerta del Señor: sólo los justos entran por ella". / Yo te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación”. Somos salvados, y el Señor es nuestra victoria. El Señor nos ha liberado del pecado y de la muerte, nos llama a su gloria. Nos ayuda a ser fieles y dejarnos conducir por su Espíritu, que habita en nuestro corazón. Es lo que pide hoy la Colecta: «Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han renacido por el Bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa».
Llucià Pou Sabaté


San Isidoro de Sevilla, obispo y doctor de la Iglesia

«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale sino para tirarla fuera y que la pisotee la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos». (Mateo 5, 13-16)
1º. Jesús nos pone imágenes claras para que entendamos nuestra misión apostólica: somos «la salde la tierra.»
«Es como si les dijera: “El mensaje que se os comunica no va destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el mundo. Porque no os envío a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envío a toda una nación, como en otro tiempo a los profetas, sino a la tierra, al mar y a todo el mundo, y a un mundo, por cierto muy mal dispuesto”. Porque al decir: “Vosotros sois la sal de la tierra”, enseña que los hombres han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado. Por ello exige sobre todo de sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para el cuidado de los demás» (San Juan Crisóstomo).
La sal sirve para preservar los alimentos de la corrupción y para dar sabor.
Su misión no es aparatosa: un poco de sal da sabor a todo un plato y casi ni se nota, porque desaparece mezclándose con los alimentos.
Así debe ser nuestra acción apostólica: discreta; hecha a base de ejemplo, de simpatía y de amistad; siendo uno más, pero con mucho amor de Dios, con contenido, con sabor, con vida sobrenatural que preserva a los demás de la corrupción.
2º. Jesús, también me dice que somos «la luz del mundo.»
La luz sirve para ver mejor la realidad, para distinguir lo verdadero de las sombras falsas.
La luz posibilita caminar por el camino oscuro de la vida.
La luz permite distinguir la belleza de los colores.
Así debemos ser nosotros para los demás: un punto de referencia -de luz-  donde encontrar la verdad divina; un alma de doctrina segura que enseñe el camino verdadero; un ejemplo de vida cristiana imitable, amable, que descubra la belleza y la profundidad y los colores de la enseñanza de Cristo.
3º. «Tu eres sal, alma de apóstol. -«Bonum est sal»- la sal es buena, se lee en el Santo Evangelio, «si autem evanuerit» -pero si la sal se desvirtúa..., nada vale, ni para la tierra, ni para el estiércol; se arroja fuera como inútil.
Tú eres sal, alma de apóstol -Pero, si te desvirtúas.» (Camino.-921).
Jesús nos ha confiado una misión importante: ser sal de la tierra.
«Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.»
Si nosotros le fallamos a Cristo, ¿con quién podrá contar para cristianizar la sociedad?
¿Con qué sal salarás mi ambiente?
Este es uno de los grandes descubrimientos de la vida cristiana: darnos cuenta de que Cristo nos necesita.
Además, si un cristiano se comporta como uno que no tiene fe, se convierte en un estorbo, en instrumento inútil que nada vale.
4º. «No se enciende una luz para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa.»
La gracia que me da Cristo a través de los sacramentos es una gran luz.
Y esa luz no la ha encendido Cristo para que luego nosotros la ocultemos debajo del celemín -de la cama-; debajo de un montón de miserias personales que no queremos luchar por desarraigar; y que oscurecen el mensaje claro y luminoso del cristianismo.
Quiere que la pongamos en un lugar preferente en nuestra vida para que alumbre a todos: quiere que le tomemos en serio para que, a través de nuestra vida cristiana, pueda iluminar a los que nos rodean.
«Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»
Le pedimos a Jesús que nos ayude a estar a la altura de sus peticiones y deseos: que los demás se puedan apoyar -realmente- en nuestras buenas obras.
Obras de trabajo bien realizado, de detalles de servicio, de optimismo, de vida limpia, de sencillez, de sinceridad.
Así le haremos presente en la tierra, de modo que a nuestro alrededor todos «glorifiquen al Padre que está en el cielo.»

BENEDICTO XVI - AUDIENCIA GENERAL - Miércoles 18 de junio de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy voy a hablar de san Isidoro de Sevilla. Era hermano menor de san Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa san Gregorio Magno. Este detalle es importante, pues permite tener presente un dato cultural y espiritual indispensable para comprender la personalidad de san Isidoro. En efecto, san Isidoro debe mucho a san Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera, que había creado en torno a su hermano menor un contexto familiar caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje y por el ritmo de trabajo que requiere una seria entrega al estudio.
Además, san Leandro se había encargado de disponer lo necesario para afrontar la situación político-social del momento: en aquellas décadas los visigodos, bárbaros y arrianos, habían invadido la península ibérica y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio romano. Era necesario conquistarlos para la romanidad y para el catolicismo. La casa de san Leandro y san Isidoro contaba con una biblioteca muy rica en obras clásicas, paganas y cristianas. Por eso, san Isidoro, que se sentía atraído tanto a unas como a otras, fue educado a practicar, bajo la responsabilidad de su hermano mayor, una disciplina férrea para dedicarse a su estudio, con discreción y discernimiento.
Así pues, en el obispado de Sevilla se vivía en un clima sereno y abierto. Lo podemos deducir por los intereses culturales y espirituales de san Isidoro, como se manifiestan en sus obras, que abarcan un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un conocimiento profundo de la cultura cristiana. De este modo se explica el eclecticismo que caracteriza la producción literaria de san Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a san Agustín, de Cicerón a san Gregorio Magno.
El joven Isidoro, que en el año 599 se convirtió en sucesor de su hermano Leandro en la cátedra episcopal de Sevilla, tuvo que afrontar una lucha interior muy dura. Tal vez precisamente por esa lucha constante consigo mismo da la impresión de un exceso de voluntarismo, que se percibe leyendo las obras de este gran autor, considerado el último de los Padres cristianos de la antigüedad. Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el año 636, el concilio de Toledo, del año 653, lo definió: «Ilustre maestro de nuestra época y gloria de la Iglesia católica ».
San Isidoro fue, sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. En su vida personal, experimentó también un conflicto interior permanente, muy parecido al que ya habían vivido san Gregorio Magno y san Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la palabra de Dios, y las exigencias de la caridad hacia los hermanos de cuya salvación se sentía responsable como obispo. Por ejemplo, a propósito de los responsables de la Iglesia escribe: «El responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus), por una parte, debe dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne; y, por otra, debe aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo» (Sententiarum liber III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).
Un párrafo después, añade: «Los hombres de Dios (sancti viri) no desean dedicarse a las cosas seculares y gimen cuando, por un misterioso designio divino, se les encargan ciertas responsabilidades. (...) Hacen todo lo posible para evitarlas, pero aceptan lo que no quisieran y hacen lo que habrían querido evitar. Entran en lo más secreto del corazón y allí tratan de comprender lo que les pide la misteriosa voluntad de Dios. Y cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a los designios de Dios, inclinan el cuello del corazón bajo el yugo de la decisión divina» (Sententiarum liber III, 33, 3: PL 83, col. 705-706).
Para comprender mejor a san Isidoro es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, a las que me referí antes: durante los años de su niñez experimentó la amargura del destierro. A pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo apostólico: sentía un gran deseo de contribuir a la formación de un pueblo que encontraba por fin su unidad, tanto en el ámbito político como religioso, con la conversión providencial de Hermenegildo, el heredero al trono visigodo, del arrianismo a la fe católica.
Sin embargo, no se ha de subestimar la enorme dificultad que supone afrontar de modo adecuado problemas tan graves como los de las relaciones con los herejes y con los judíos. Se trata de una serie de problemas que también hoy son muy concretos, sobre todo si se piensa en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica del siglo VI. La riqueza de los conocimientos culturales de que disponía san Isidoro le permitía confrontar continuamente la novedad cristiana con la herencia clásica grecorromana. Sin embargo, más que el don precioso de la síntesis, parecía tener el de la collatio, es decir, la recopilación, que se manifestaba en una extraordinaria erudición personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear.
En todo caso, es admirable su preocupación por no descuidar nada de lo que la experiencia humana había producido en la historia de su patria y del mundo entero. San Isidoro no hubiera querido perder nada de lo que el hombre había adquirido en las épocas antiguas, ya fueran paganas, judías o cristianas. Por tanto, no debe sorprender que, al perseguir este objetivo, no lograra transmitir adecuadamente, como hubiera querido, los conocimientos que poseía, a través de las aguas purificadoras de la fe cristiana. Sin embargo, de hecho, según las intenciones de san Isidoro, las propuestas que presenta siempre están en sintonía con la fe católica, sostenida por él con firmeza. En la discusión de los diversos problemas teológicos percibe su complejidad y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a los creyentes, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, servirse con gratitud de sus definiciones.
Un ejemplo significativo en este campo es la enseñanza de san Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa. Escribe: «Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación deben entrenarse antes en el estadio de la vida activa; así, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar el corazón puro que permite ver a Dios» (Differentiarum Lib. II, 34, 133: PL 83, col 91 A).
Su realismo de auténtico pastor lo convenció del peligro que corren los fieles de limitarse a ser hombres de una sola dimensión. Por eso, añade: "El camino intermedio, compuesto por ambas formas de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas tensiones, que con frecuencia se agudizan si se elige un solo tipo de vida; en cambio, se suavizan mejor alternando las dos formas" (o.c., 134: ib., col 91 B).
San Isidoro busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración» (o.c. 134: ib.). A la luz de este ejemplo del divino Maestro, san Isidoro concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra» (o.c., 135: ib., col 91 C).
Creo que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio.

jueves, 24 de abril de 2014

Viernes de Pascua; ciclo A

Jesús resucitado está en nuestro trabajo y toda nuestra vida, para orientarnos hacia la salvación
Después se apareció de nuevo Jesús a sus discípulos junto al mar de Tiberíades. Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomas, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: Voy a pescar. Le contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús. Les dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le contestaron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ciñó la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces” (Juan 21,1-14).
1. El lago de Genesaret es un lugar privilegiado de la naturaleza: aguas dulces que bajan del Hermón hacia el Jordán. Vegetación arbolada y entorno de prados, en primavera todo lleno de hermosas florecillas. Temperatura deliciosa. Sembrado de puertos de pescadores. El Sermón del monte tuvo ese escenario. Nazaret está cercana, también Betsaida -lugar de nacimiento de Pedro, Juan, Felipe, Andrés y Santiago- Cafarnaúm -donde vivían Pedro y Andrés cuando Jesús les llamó definitivamente-, Magdala -lugar de la conversión de la mujer pecadora, Tiberíades -localidad romana de mala fama entre los judíos-, otras junto a pequeños puertos de pescadores, como Tesbhita, marco del texto de hoy:
Hallábanse juntos Simón Pedro, y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael, que era de Caná de Galilea, y los hijos del Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Díceles Simón Pedro: voy a pescar. Ellos respondieron: vamos también nosotros contigo. Fueron, pues, y entraron en la barca; y aquella noche no cogieron nada. Venida la mañana, se apareció Jesús en la ribera”. Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a Él: y ellos no se dan cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana!
-“Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no cogieron nada”. El fracaso. El trabajo inútil aparentemente. A cualquier hombre le suele pasar esto alguna vez: se ha estado intentando y probando alguna cosa... y después, nada. Pensemos en las propias experiencias, decepciones. No para entretenernos en ellas morbosamente, sino para ofrecértelas, Señor. Creo que Tú conoces todas mis decepciones... como Tú les habías visto afanarse penosamente en el lago, durante la noche, y como les habías visto volver sin "nada"...
Cristo está vecino, y no se lleva una mirada de cariño, una palabra de amor de sus hijos. San Josemaría Escrivá decía esto hablando del apostolado y especialmente de la actividad sacerdotal, que como Jesús a la orilla espera las almas que llevan los pescadores, metidos en su trabajo, en su acercar amigos a Jesús, en el “apostolado en la vida ordinaria”. Los apóstoles ejercen su profesión,     como el nuestro, que puede ser convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo, que nos espera en la orilla del lago: “Antes de ser apóstol, pescador. Después de apóstol, pescador. La misma profesión que antes, después.
”¿Qué cambia entonces? Cambia que en el alma -porque en ella ha entrado Cristo, como subió a la barca de Pedro- se presentan horizontes más amplios, más ambición de servicio, y un deseo irreprimible de anunciar a todas las criaturas las magnalia Dei, las cosas maravillosas que hace el Señor, si le dejamos hacer […].
Los discípulos -escribe San Juan- no conocieron que fuese Él. Y Jesús les preguntó: muchachos, ¿tenéis algo que comer? Esta escena familiar de Cristo, a mí, me hace gozar. ¡Que diga esto Jesucristo, Dios! ¡Él, que ya tiene cuerpo glorioso! Echad la red a la derecha y encontraréis. Echaron la red, y ya no podían sacarla por la multitud de peces que había. Ahora entienden. Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque Él es quien dirige la pesca.
Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor. El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!
Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistióse la túnica y se echó al mar. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?
Los demás discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no estaban lejos de tierra, sino como a unos doscientos codos. Enseguida ponen la pesca a los pies del Señor, porque es suya. Para que aprendamos que las almas son de Dios, que nadie en esta tierra puede atribuirse esa propiedad, que el apostolado de la Iglesia -su anuncio y su realidad de salvación- no se basa en el prestigio de unas personas, sino en la gracia divina. No hacemos nuestro apostolado. En ese caso, ¿qué podríamos decir? Hacemos -porque Dios lo quiere, porque así nos lo ha mandado: id por todo el mundo y predicad el Evangelio- el apostolado de Cristo. Los errores son nuestros; los frutos, del Señor”.
-"¡Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis!", les había dicho poco antes: dejarse llevar por el Espíritu de Dios, en eso consiste el ser hijos de Dios. Con la obediencia, “echaron pues la red y no podían arrastrarla tan grande era la cantidad de peces”. Como tantas otras veces, Señor, has pedido un gesto humano, una participación. Habitualmente no nos reemplazas; quieres nuestro esfuerzo libre; pero terminas el gesto que hemos comenzado para hacerlo más eficaz. Cuando llegan a la playa, “Jesús les dijo: "¡Venid y comed!" Jesús había preparado pan –quizá tostado- y pescado seguramente hecho al fuego. Siempre este "signo" misterioso de "dar el pan"..., de la comida en común, de la que Jesús toma la iniciativa, la que Jesús sirve... La vida cotidiana, en lo sucesivo, va tomando para ellos una nueva dimensión. Tareas profesionales. Comidas. Encuentros con los demás. En todas ellas está Jesús "escondido". ¿Sabré yo reconocer tu presencia?” (Noel Quesson).
«El Señor condujo a su pueblo seguro, sin alarmas, mientras el mar cubría a sus enemigos. Aleluya» (Sal 77,53), comenzamos diciendo en la Misa de hoy, y rezamos en la Colecta: «Dios Todopoderoso y eterno, que por el misterio pascual has restaurado tu alianza con los hombres; concédenos realizar en la vida cuanto celebramos en la fe». Celebramos el gran medio para la santificación, la misa, la Comunión: «Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos, comed”. Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya» (cf. Jn 21,12-13) y pedimos en la Postcomunión: «Dios Todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su Resurrección».
Ahí vamos a enraizarnos para llevar savia a todo lo que hacemos. San Hipólito decía: «Antes que los astros, inmortal e inmenso, Cristo brilla más que el sol sobre todos los seres. Por ello, para nosotros que nacemos en Él, se instaura un día de Luz largo, eterno, que no se acaba: la Pascua maravillosa, prodigio de la virtud divina y obra del poder divino, fiesta verdadera y memorial eterno, impasibilidad que dimana de la Pasión e inmortalidad que fluye de la muerte. Vida que nace de la tumba y curación que brota de la llaga, resurrección que se origina de la caída y ascensión que surge del descanso... Este árbol es para mí una planta de salvación eterna, de él me alimento, de él me sacio. Por sus raíces me enraízo y por sus ramas me extiendo, su rocío me regocija y su espíritu como viento delicioso me fertiliza. A su sombra he alzado mi tienda y huyendo de los grandes calores allí encuentro un abrigo lleno de rocío... Él es en el hambre mi alimento, en la sed mi fuente... Cuando temo a Dios, Él es mi protección; cuando vacilo, mi apoyo; cuando combato, mi premio; y cuando triunfo, mi trofeo...». Es lo que pedimos en el Ofertorio: «Realiza, Señor, en nosotros el intercambio que significa esta ofrenda pascual, para que el amor a las cosas de la tierra se transfigure en amor a los bienes del cielo».
“La llamada de Pedro a ser pastor […] viene después de la narración de una pesca abundante; después de una noche en la que echaron las redes sin éxito, los discípulos vieron en la orilla al Señor resucitado. Él les manda volver a pescar otra vez, y he aquí que la red se llena tanto que no tenían fuerzas para sacarla; había 153 peces grandes y, "aunque eran tantos, no se rompió la red".
Este relato al final del camino terrenal de Jesús con sus discípulos, se corresponde con uno del principio: tampoco entonces los discípulos habían pescado nada durante toda la noche; también entonces Jesús invitó a Simón a remar mar adentro. Y Simón, que todavía no se llamaba Pedro, dio aquella admirable respuesta: "Maestro, por tu palabra echaré las redes". Se le confió entonces la misión: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5,1.11). También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera.
”Los Padres han dedicado también un comentario muy particular a esta tarea singular. Dicen así: para el pez, creado para vivir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar. Se le priva de su elemento vital para convertirlo en alimento del hombre. Pero en la misión del pescador de hombres ocurre lo contrario. Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios.
”Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar a Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él […]. Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada -absolutamente nada- de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera […] ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida " (Benedicto XVI).
Es deliciosa la escena del desayuno con pescado y pan preparado por Jesús al amanecer de aquel día. Después de que casi todos le abandonaran en su momento crítico de la cruz, y Pedro además le negara tan cobardemente, Jesús tiene con ellos detalles de amistad y perdón que llenaron de alegría a los discípulos. San Agustín hará una alegoría: “El pez asado es Cristo sacrificado. Él mismo es el pan bajado del cielo. A este pan se incorpora la Iglesia para participar de la eterna bienaventuranza […] Esta es la comida del Señor con sus discípulos, con lo cual el Evangelista San Juan, aun teniendo muchas cosas que decir de Cristo, y absorto según mi parecer en alta contemplación de cosas excelsas, concluye su Evangelio».
2. Vemos a los discípulos encarcelados «por haber anunciado la resurrección», y su defensa. El sanedrín los intimida. Pedro -portavoz de los demás apóstoles- aprovecha para dar testimonio del Mesías delante de las autoridades, como lo había hecho delante del pueblo. Ya no tiene miedo. Respondió «lleno de Espíritu Santo». Al ver a Anás, Caifás… pensarían que esos mataron a Jesús. El proceso continúa: filósofos, historiadores, cineastas…
3. “Este es el día en que actuó el Señor”. Cristo rechazado ha resucitado y es el centro de todo: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Pues «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». Así, Jesús «es la piedra que vosotros los constructores habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hechos 4,11-12)”.
Llucià Pou Sabaté


San Marcos, evangelista

El Señor transmite a Marcos comunicar el Evangelio, y también nos lo pide a cada uno
«En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:  —«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.» Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban» (Marcos 16, 15-20).
1. El mensaje de Jesús es claro: —“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado”. «Nuestro Señor funda si Iglesia sobre la debilidad –pero también sobre la fidelidad- de unos hombres, los Apóstoles, a los que promete la asistencia del Espíritu Santo (…) La predicación del Evangelio no surge en Palestina por la iniciativa personal de unos cuantos fervorosos. ¿Qué podrían hacer los Apóstoles? No contaban con nada; no eran ricos, ni cultos, ni héroes a lo humano. Jesús echa sobre los hombros de este puñado de discípulos una tarea inmensa» (San Josemaría, “Lealtad a la Iglesia”).
Aquella empresa, que parecía condenada al fracaso, dio fruto… y no ha terminado todavía: «id y predicad el Evangelio… Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» -Esto ha dicho Jesús y te lo ha dicho a ti» (ibid, Camino 904). Nos confía también a todos los cristianos la misión de extender su doctrina y la de corredimir con Él: «La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (Vaticano II, A. A. 2). Y esto es para todos nosotros un gran honor y una grave responsabilidad. Y «si los otros se tornan insípidos, vosotros les podéis volver su sabor; pero si esto os pasara a vosotros, con vuestra pérdida arrastraríais también a los demás. Por eso mayor fervor y celo necesitáis cuantos mayores cargos os ocupan» (San Juan Crisóstomo). «El verdadero cristiano busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: “Porque la caridad de Cristo nos urge» (2 Cor 5,14). En el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol “Ay de mí si no evangelizara” (1 Cor 9,16)» (Vaticano II, A. A. 3).
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.” Fueron las últimas palabras del Señor, y la predicación fue acompañada con signos milagrosos: “Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». Del mismo Cristo hemos recibido esta misión: «El derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado» (A. A. 6). Esa fuerza divina hizo que la confesión del Evangelio fuera más importante que la misma vida, por la esperanza viva en la vida eterna: "Yo creo en el testimonio de un hombre que se deja degollar por la verdad de lo que atestigua" (B. Pascal).  Los primeros cristianos supieron dar la vida. Y el siglo XX ha sido el de más mártires…  podemos imaginarnos aquellos primeros momentos de la cristiandad.
2. San Pedro recuerda: “Os saluda la que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos”. Aunque Marcos no es uno de "los 12", sí es de los primeros: su madre, María, ayudó materialmente al Señor y a los Apóstoles.  Vivía esta buena mujer —acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca— donde celebró Jesús la última Cena, y se reunieron los discípulos después de la muerte del Señor y de su ascensión, y tuvo lugar la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Acaso era suyo también el huerto de Getsemaní —"Molino de aceite"—, en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a pasar las noches en oración cuando moraba en Jerusalén. Su hijo, según la costumbre helenista, llevaba dos nombres: judío el uno y romano el otro. Se llamaba Juan Marcos, y era muy niño cuando Jesús predicaba. La noche del prendimiento quizá dormía tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el ruido de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y, envuelto en una sábana, salió a curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la sábana y huyó desnudo.
Después de Pentecostés quizá siguió siendo la casa de María el centro de reunión más frecuentado por los apóstoles y acaso la morada habitual de San Pedro. Allí se hizo la elección de San Matías, allí se celebraba la "fracción del pan", allí hacían entrega de sus haberes los nuevos convertidos para que los apóstoles al principio, y más tarde los diáconos, los distribuyesen entre los pobres. Uno de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos, el hijo de María, la dueña de la casa. El niño Juan Marcos del año 30 era ya un hombre cuando el año 44 decidió marcharse con su primo José a la ciudad del Orontes. Se apellidaba Bernabé —"Bar Nabu'ah"—, el hijo de la consolación o de la profecía, el hombre de la palabra dulce e insinuante. En los comienzos de la fe en Antioquía fue enviado allí para predicar, y allá reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido, Saulo. Por los años 42 al 44, ante las profecías insistentes que preanunciaban una grande hambre en Palestina, los fieles antioquenos habían hecho una colecta para los de Jerusalén, y Bernabé y Saulo habían venido a traerla. Se hospedarían, como era natural, en casa de María. Cuando, cumplida su misión, volvieron a Antioquía se fue con ellos Juan Marcos.
Un día el Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé emprendieran un viaje de misión. Juan Marcos no acierta a separarse de su primo, y marcha con Bernabé. Hace el primer viaje de S. Pablo, junto con él… aunque por algunas diferencias o debilidad, se vuelve a Jerusalén. Pablo, algo enfadado por esto, no lo llevó al 2º viaje, aunque insiste Bernabé, no acepta y fue motivo de división entre ellos, y se fueron cada uno por su lado. Más tarde (Tim 4,11), hacia el año 66, Pablo pide a Timoteo que venga con Marcos, pues dice que es muy útil para el Evangelio. Le llama mi colaborador, mi consuelo; será también el primer colaborador de S. Pedro: hemos visto que le llamami hijotras la muerte de Pedro marcha a Alejandría, cuya Iglesia le reconoce como evangelizador y primer Obispo.  De Alejandría sus reliquias fueron trasladadas a Venecia, de la cual es patrono.
Marcos se convierte en un gran apóstol.  Aprende a servir con sus fallos, errores, debilidades, poniéndolas incluso al servicio del apostolado. Sus descripciones son muy vivas de la vida en los pueblos, del lago, del bullicio de la gente, las reacciones humanas y espontáneas de los discípulos... Aprendemos de todo esto a no juzgar a nadie, y no podemos clasificar mal a una persona por su debilidad pues la gracia divina la puede transformar en fortaleza, las personas aprenden a lo largo de la vida…
Es consuelo y confianza para nuestra propia vida la gracia de Dios también puede transformarnos, y junto a la fuerza interior tenemos luz para preguntar, y la ayuda de la Iglesia nos ayuda a aprender también, es el consejo, que es eficaz si somos dóciles… todo eso nos hace también humildes y dar frutos de perseverancia.
Así, el primer colaborador de S. Pedro, su amanuense y secretario (de ahí que lo hayan nombrado Patrón de notarios y escribanos), es intérprete (del arameo al griego y al latín) y portavoz de S. Pedro en el primer Evangelio: “nos transmitió por escrito lo que S. Pedro había predicado”, dice  S. Ireneo. Y S. Jerónimo añade de ese evangelio que "el mismo Pedro, habiéndolo escuchado, lo aprobó con su autoridad para que fuese leído en la Iglesia". Es por tanto el primer Evangelio, el más primitivo.
Podemos aprender de él, el cariño y unidad a Pedro, la fidelidad y docilidad a la inspiración del Espíritu Santo, más allá de nuestros gustos y enfados. También aprendemos a desaparecer, no pretender lucirse con grandes ideas, novedosas, propias: no ser emisorsí transmisor. Por ejemplo, o firma ni se nombra en el Evangelio, no se pone en primer lugar…
3. El salmo nos habla de alegría: “El amor de Yahveh por siempre cantaré, de edad en edad anunciará mí boca tu lealtad”. Damos gracias a Dios por su bondad y su amor: “Pues tú dijiste: «Cimentado está el amor por siempre, asentada en los cielos mi lealtad”. Y correspondiendo a ese amor, los discípulos son fieles: “Los cielos celebran, Yahveh, tus maravillas, y tu lealtad en la asamblea de los santos.”

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 23 de abril de 2014

Jueves de Pascua; ciclo A

Jesús nos ofrece la paz, participar en su familia de hijos de Dios, por su Resurrección
En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy Yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas»” (Lucas 24,35-48).
1. Estaban los discípulos de Emaús hablando de lo que les había pasado, cuando encontraron a Jesús, y “Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros»”. El saludo de paz es importante para que lo digamos muchas veces. San Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: ‘La paz de Dios’; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’». Al leer este Evangelio en Misa, en el colegio, los niños al oír las palabras: “la paz sea con vosotros” responden “y con tu espíritu”, y es cierto que con el espíritu de Jesús podemos tener paz. Disipa los temores que los Apóstoles han acumulado durante los días de pasión y de soledad. Pienso que las preguntas que angustian a las personas de hoy son: “¿de verdad hay Dios, o estaré solo cuando sufra, sobre todo cuando llegue la muerte?” “¿me salvaré, si hay un más allá?”
“Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?” Es el "¡no temáis!" que suele decir Jesús. Nos dice también hoy el Señor: En mi vida personal, en la vida del mundo, de la Iglesia, evoco, hoy, una situación en la que falta la esperanza. Pero Tú estás aquí, Señor, "en medio de nosotros".
 “Mirad mis manos y mis pies; soy Yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies”.  Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el miedo nos paraliza.
“Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos”. Los discípulos, en su alegría, no se atrevían a creer que es Jesús, por eso la comida: para esos semitas que ni siquiera tienen idea de una distinción del "cuerpo y del alma", si Jesús vive, ha de ser con toda su persona: no es un fantasma si es un cuerpo que come... Será un cuerpo sin materia corpórea, fuera del espacio y del tiempo podrá aparecerse a quien quiere y como quiere, como un disco duro del ordenador alberga todos los momentos de la vida, o una película puede presentarse en cualquiera de sus secuencias, así la resurrección transforma y quedaremos transfigurados, para poder salir del universo material, y penetrados por el Espíritu de Dios, como Cristo, aparecer en cualquiera forma. "Nosotros esperamos como salvador al Señor Jesucristo, que transfigurará el cuerpo de nuestra vileza conforme a su Cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas", dirá san Pablo (Flp 3, 21).
“Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas»”. Esta catequesis de la Pascua es similar a la que había hecho con los discípulos de Emaús, sobre los sufrimientos del Mesías, la resurrección de los muertos, la conversión proclamada en su nombre para el perdón de los pecados... A todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros daréis testimonio de esto. “Jesucristo es ahora realmente el Señor, que tiene poder sobre todo el universo, sobre todos los hombres, y que da a los hombres la misión de ir a todo el mundo. En cierto sentido, todo está hecho en Cristo. Pero todo está por hacer. ¿Trabajo yo en esto? ¿Doy testimonio de esto?” (Noel Quesson).
Es la Pascua la que ilumina las sagradas Escrituras, como habla San Ireneo: “Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro escondido en el campo, es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo; tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y parábolas, que no podían entender según la capacidad humana antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo”. Y cita al profeta Daniel: “Cierra estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del cumplimiento, hasta que muchos lleguen a comprender y abunde el conocimiento” (Dan 12,4).
2. Leemos que después de la curación del mendigo cojo, Pedro habla nuevamente al pueblo, a los fieles que, como él, han subido al templo a orar, y les anuncia a Jesús, el Señor, en cuyo nombre ha obrado el milagro. Sus palabras pueden ser ejemplo de lo que fue la predicación de la Iglesia de Jerusalén en su período inicial:
-“Habéis dado muerte al "Príncipe de la vida"... Pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos”... «Príncipe de la vida»... Un título poco habitual para hablar de Jesús: el Victorioso, el Viviente por excelencia ¡Danos, Señor, esta Vida! Comulgando el Cuerpo de Cristo, entramos en comunión con la Vida.
-“Es por la fe en su nombre que este hombre está aquí y todos vosotros le veis completamente restablecido”. Es el símbolo de la humanidad salvada. ¡Que cada vez que salga de un pecado, Señor, sea con esa alegría! El pecado es lo que daña a la humanidad. La verdadera parálisis es la de la voluntad encogida, incapaz de reaccionar-. Danos, Señor, plena salud de alma y cuerpo... de alma sobre todo.
-“Sin embargo, hermanos, sé que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes”. Es la ignorancia que tienen los que hacen el mal, siguiendo lo que decía Jesús: "Padre, perdónalos, no saben lo que se hacen..." También podemos relacionar ese perdón con el poder de atar y desatar, con el perdón que en nombre del Señor administra la Iglesia.
-“Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados; así vendrá la consolación por parte del Señor”. El perdón es el "tiempo de la consolación". ¡Admirable fórmula! ¿Concibo mis confesiones, como una participación en la resurrección? No cuento con apoyarme en la fuerza de mi voluntad, sino en la fuerza de «Aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Noel Quesson).
3. “¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!  Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: / ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? / Lo hiciste poco inferior a los ángeles”. Se puede traducir como que ha sido «rebajados» a los ángeles, y lógicamente no habla de los hombres, pues nunca han estado por encima de ellos, y sigue con la majestad de Jesús y lo que le es destinado.
«Lo coronaste de gloria y dignidad». En esa gloria, él vislumbra el premio que el Señor nos reserva cuando hemos superado la prueba de la tentación, y dice san Ambrosio: «El Señor ha coronado también de gloria y magnificencia a su amado. Ese Dios que desea distribuir las coronas, permite las tentaciones: por ello, cuando seas tentado, recuerda que te está preparando la corona. Si descartas el combate de los mártires, descartarás también sus coronas; si descartas sus suplicios, descartarás también su dicha». “Le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies: / todos los rebaños y ganados, y hasta los animales salvajes; / las aves del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de las aguas”. Dios prepara para nosotros esa «corona de justicia» (2 Tim 4,8) con la que recompensará nuestra fidelidad que le demostramos incluso en los momentos de tempestad que sacuden nuestro corazón y nuestra mente.
Llucià Pou Sabaté

martes, 22 de abril de 2014

Miércoles de Pascua; ciclo A

La experiencia de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús, modelo de cómo Jesús nos busca y podemos encontrarle
“Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras.Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan” (Lucas 24,13-35).
1. María Santísima tendrá fe en todo momento, pero los discípulos están en desbandada, y ahí van los de hoy, desanimados, descorazonados. “Aquella tarde van de Jerusalén a Emaús, a pocas horas de camino de la Ciudad Santa, tristes, bajo el peso de la mayor de las decepciones: el Maestro acaba de ser crucificado como un malhechor, no había tenido ningún poder contra la muerte, y ahora todos los suyos se dispersaban sin saber dónde ir. Si el único que tenía palabras de vida eterna había muerto, ¿qué iba a ser de ellos? Andaban -eran dos, un tal Cleofás y otro- contándose entre sí una y otra vez todo aquel desastre, el fin de la gran esperanza. Sin duda se han equivocado, Jesús debió ser profeta, pero no el Mesías, habían entendido mal el mensaje, su muerte, un hecho tan seguro, sólo podía interpretarse así” (Carlos Pujol).
-“Dos discípulos iban a Emaús... y hablaban entre sí”... El viernes último murió su amigo. Todo ha terminado. Vuelven a su casa. Sorprende que no sean capaces de tener en consideración el testimonio de las mujeres; quizá estaban tan deprimidos por el “fracaso” que para ellos era la muerte de Jesús, que están temporalmente cerrados a todo misterio. Hasta que llegan a la raíz de su decepción: “nosotros esperábamos que Él sería quien redimiera a Israel”. Este es el tema. ¿Cuál era su esperanza?: parece una salvación humana; muchos problemas vienen de la tergiversación de la esperanza... ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. Ya no esperan nada. "Nosotros esperábamos..." Estas palabras están llenas de una esperanza perdida. Me imagino su decepción. Camino con ellos. Les escucho. En toda vida humana esto sucede algún día: una gran esperanza perdida, una muerte cruel, un fracaso humillante, una preocupación, una cuestión insoluble, un pecado que hace sufrir. Humanamente, no hay salida.
-“Jesús se les acercó e iba con ellos... pero sus ojos estaban ciegos, no podían reconocerle”... "¿De qué estáis hablando? Parecéis tristes." Por su camino has venido a encontrarles; e inmediatamente te interesas por sus preocupaciones. Tú conoces nuestras penas y nuestras decepciones. Me alivia pensar que no ignoras nada de lo que soporto en el fondo de mí mismo. Me dejo mirar e interrogar por ti.
-“Lo de Jesús Nazareno... Cómo le entregaron nuestros magistrados para que fuese condenado a muerte y crucificado”... Jesús deja que se expresen detenidamente, sobre sus preocupaciones. No se da a conocer enseguida: deja que hablen, que se desahoguen.
-“¡Hombres tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas! Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras”. He aquí el primer método para "reconocer" a Jesús: tomar contacto, profundamente, cordialmente, con las Escrituras con la Palabra de Dios. Hacer "oración". Procurar por encima de todo tener unos momentos de corazón a corazón. Leer y releer la Escritura.
 Llegan al pueblo, le piden que se quede: “Una de las súplicas más conmovedoras del Evangelio, oscurece (¿quién tiene miedo a la oscuridad, los de Emaús o su compañero misterioso?), y después de aquel coloquio ambulante ahora que todo son sombras lo necesitan.” (Carlos Pujol).
“Jesús en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro ajetreo diario. Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin ningún signo exterior de tu gloria.
Se termina el trayecto al encontrar la aldea, y aquellos dos que -sin darse cuenta- han sido heridos en lo hondo de su corazón por la palabra y el amor de Dios hecho hombre, sienten que se vaya. Porque Jesús les saluda con un ademán de continuar adelante. No se impone nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamen libremente, desde que hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma. Hemos de detenerlo por fuerza y rogarle: continua con nosotros porque ya es tarde, y ya va el día de caída, se hace de noche.
Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad, o quizá por pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros porque nos rodean las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume. Porque ‘entre las cosas hermosas, honestas, no ignoramos cuál es la primera: poseer siempre a Dios’ (San Gregorio Nacianzeno).
Y Jesús se queda. Se abren nuestros ojos como los de Cleofás y su compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque Él vuelva a desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de nuevo la marcha -anochece-, para hablar a los demás de Él, porque tanta alegría no cabe en un pecho solo.
Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra” (San Josemaría Escrivá). Es una imagen de la Misa, de la primera parte, la liturgia de la palabra (explicación de Jesús de las Escrituras) y la Eucaristía (aquí vemos la fracción del pan): -“Jesús, “puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron”. “Esta es la segunda experiencia para "reconocer a Jesús": la eucaristía, la fracción del pan. La primera había sido la Escritura, explicada por Él. La eucaristía es el sacramento, el signo eficaz de la presencia de Cristo resucitado. Es el gran misterio de la Fe: un signo muy pobre, un signo muy modesto. Comulgar con el "Cuerpo de Cristo". Valorar la eucaristía por encima de todo. Arrodillarse alguna vez ante un sagrario. En el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén. Siempre la "misión". Nadie puede quedarse quieto en su sitio contemplando a Cristo resucitado: Hay que ponerse en camino y marchar hacia los hermanos” (Noel Quesson).
Muchos cristianos, jóvenes y mayores, experimentamos en la vida, como los dos de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por circunstancias personales. Otras, por la visión deficiente que la misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas veces nuestro camino. Viaje de ida desde la fe hasta la oscuridad, y ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la fe. Cuántas veces nuestra oración podría ser: «quédate con nosotros, que se está haciendo de noche y se oscurece nuestra vida». La Pascua no es para los perfectos: fue Pascua también para el paralítico del templo y para los discípulos desanimados de Emaús (J. Aldazábal).
2. –“Un tullido de nacimiento pedía limosna... Pedro le dijo: «oro no tengo, pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y anda»”. El Papa y los obispos continúan la función de Pedro y de los Doce. En mi vida familiar o profesional, ¿contribuyo a «levantar» a la humanidad? ¿Contribuyo a curar? Yo mismo, ¿sé apoyarme en la fuerza de la resurrección para ponerme de nuevo en pie cada vez que una prueba me ha paralizado o anonadado? «En nombre de Jesucristo, ¡que me levante y ande!»
-“Entró con ellos en el Templo”.. Iba el sanado saltando... y alabando a Dios... Es algo muy comprensible. Imagino la escena en el templo. El poder maravilloso de la resurrección comienza a difundirse en el cuerpo de la humanidad, como presagio y anuncio de la exultación final de los «resucitados» (Noel Quesson).
3. “¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro”; Dios siempre fiel a su Alianza y a su amor hacia nosotros, jamás abandonará a su Pueblo a pesar de nuestras infidelidades. Volvamos al Señor, dejémonos amar por Él, busquemos su rostro. “Él se acuerda eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones, / del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac”. Convirtámonos en fieles testigos suyos, proclamando sus prodigios a todos los pueblos.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 21 de abril de 2014

Martes de Pascua; ciclo A

La primera aparición de Jesús a María Magdalena, la mujer de fe y de amor
 “María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo: "¡María!" Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!". Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'". María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras” (Juan 20,11-18).
1. El relato de la resurrección de hoy es de Juan, ayer de Mateo. Vemos a María delante del sepulcro, llorando. La razón de su llanto es la ausencia total de Jesús, que no sólo ha muerto, sino que tampoco está su cadáver. Es la tristeza que había anunciado Jesús a sus discípulos (16,20): "vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo". Mientras lloraba se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús. María es la comunidad-esposa que busca y llora al esposo, amor de su alma. En el Cantar se describe así la escena (3,2): "me levanté y recorrí la ciudad... buscando el amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: ¿visteis al amor de mi alma?". La primera aparición (Mc 16, 9) estuvo reservada para María Magdalena. El primer anuncio del acontecimiento se hizo a las mujeres. Fueron ellas, fueron unas mujeres las enviadas por Dios a predicar a los apóstoles. Hay muchas interpretaciones alegóricas, sobre esa predilección del Señor, como Eva la que lo perdió… pero otras son reales, pues ellas no le abandonaron, y Jesús mostró su predilección.
Hay como un instinto divino que mueve (cf. Rom 8,14) en una docilidad que es la esencia de la vida en Cristo. Cuando María Magdalena lloraba fuera del sepulcro, se inclina y mira adentro donde están los ángeles (cf. Jn 20,11-13) movida por la caridad de Cristo (cf 2 Cor 5,14), por el divino instinto que le empuja hacia realidades más altas, recordaba S. Tomás, siguiendo a S. Agustín y otros como San Gregorio Magno: «Llorando, pues, María se inclinó y miró en el sepulcro. Ciertamente había visto ya vacío el sepulcro, ya había publicado que se habían llevado al Señor. ¿Por qué, pues, vuelve a inclinarse y renovar el deseo de verle? Porque al que ama, no le basta haber mirado una sola vez, porque la fuerza del amor aumenta los deseos de buscar. Y, efectivamente, primero le buscó, y no le encontró; perseveró en buscarle y le encontró. Sucedió que, con la dilación, crecieron sus deseos, y creciendo, consiguió encontrarle».
Los ángeles se dirigen a ella con el apelativo "Mujer" que Jesús había usado con su Madre en Caná (2, 4) y en la cruz (19, 26) y con la samaritana (4, 21), la esposa fiel y la esposa infiel de la antigua alianza. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca al esposo desolada, pensando que lo ha perdido. María, de hecho, llama a Jesús mi Señor, como mujer al marido, según el uso de entonces.
"Dicho esto da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era JesúsJesús le dice: mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo lo recogeré”. El tema del huerto-jardín se relaciona con el Cantar. Se prepara el encuentro de la esposa con el esposo. María no lo reconoce aún, pero ya está presente la primera pareja del mundo nuevo, el comienzo de la nueva humanidad. Es el nuevo Paraíso. Jesús, como los ángeles, la ha llamado "Mujer" (esposa, el alma). Ella expresando sin saberlo la realidad de Jesús, lo llama "Señor" (esposo, Dios).
"Jesús le dice ¡María! Ella se vuelve y le dice ¡Rabboni! (que significa Maestro)". Jesús le llama por su nombre y ella lo reconoce por la voz. Este tema también aparece en el Cantar: "Estaba durmiendo, mi corazón en vela, cuando oigo la voz de mi amado que me llama: ¡ábreme, amada mía!" (5, 2; 2,8, LXX). Al oír la voz de Jesús y reconocerlo, María se vuelve del todo, no mira más al sepulcro, que es el pasado, se abre para ella su horizonte propio: la nueva creación que comienza. Jeremías (33,11) dice: "se escuchará la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia". Se consuma la Nueva Alianza por medio del Mesías. La respuesta de María: Rabboni, Señor mío, tratamiento que se usaba para los maestros, pone este momento en relación con la escena donde Marta dice a su hermana: El Maestro está ahí y te llama".
"Le dijo Jesús: suéltame que todavía no he subido al Padre". El giro «no me abraces» o "no me toques" o -de forma positiva- "Suéltame" sólo puede significar que la existencia del Resucitado no ha de comprobarse de esa manera mundana. El encuentro y contacto con Jesús resucitado se realiza en un terreno distinto, a saber: en la fe, por la palabra o «en espíritu». Realmente al resucitado no se le puede retener en este mundo. Con el deseo de palpar el hombre conecta frecuentemente la otra tendencia de querer convertir algo en posesión suya, de poder disponer de ello. Ahora bien el resucitado ni puede ni quiere ser abrazado así; mostrando con ello que escapa a cualquier forma de ser manejado por el hombre.
Vete a mis hermanos y diles: Voy a subir a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios." La renuncia a la forma de comunicación material y sensible no significa en modo alguno la imposibilidad de comunicarse con Jesús. Precisamente su ida al Padre creará la base para la comunión permanente de la comunidad de discípulos con Jesús, según ha quedado expuesto de múltiples formas en los discursos de despedida. Esta expresión, «a mis hermanos», resulta sorprendente; pero en este pasaje describe las nuevas relaciones que Jesús establece con los suyos, por cuanto que ahora los introduce de forma explícita en su propia relación con Dios. El alegre mensaje pascual, que María ha de comunicar a los hermanos de Jesús, consiste en la fundación de una nueva comunidad escatológica de Dios mediante el retorno de Jesús al Padre (cf. también 1Jn 1,1-4). Vista así, la escena indica desde qué ángulo hay que entender el cuarto evangelio, que tiene su fundamento en la comunión divina permanente abierta por Jesús con la pascua” (El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder).
 “El amor auténtico pide eternidad. Amar a otra persona es decirle «tú no morirás nunca» – como decía Gabriel Marcel. De ahí el temor a perder el ser amado. María Magdalena no podía creer en la muerte del Maestro. Invadida por una profunda pena se acerca al sepulcro. Ante la pregunta de los dos ángeles, no es capaz de admirarse. Sí, la muerte es dramática. Nos toca fuertemente. Sin Jesús Resucitado, carecería de sentido. «Mujer: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?» Cuántas veces, Cristo se nos pone delante y nos repite las mismas preguntas. María no entendió. No era capaz de reconocerlo. Así son nuestros momentos de lucha, de oscuridad y de dificultad. «¡María!» Es entonces cuando, al oír su nombre, se le abren los ojos y descubre al maestro: «Rabboni»... Nos hemos acostumbrado a pensar que la resurrección es sólo una cosa que nos espera al otro lado de la muerte. Y nadie piensa que la resurrección es también, entrar «más» en la vida. Que la resurrección es algo que Dios da a todo el que la pide, siempre que, después de pedirla, sigan luchando por resucitar cada día” (Xavier Caballero).
La Iglesia aplica hoy el introito no sólo a sus hijos recién bautizados, sino también a todos nosotros, "iluminados" por los santos misterios: "Les da a beber el agua de la sabiduría. Con ella los hace fuertes y los ensalzará para siempre". Y en esta Octava cantamos: «Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya). Y en la oración Colecta pedimos: «Tu, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo que ya ha empezado a gustar en la tierra».
2. Pedro declara que Dios ha constituido «Señor y Cristo» a “este Jesús a quien vosotros habéis crucificado...” Aborda de frente la verdad, no teme la muerte, y habla de la responsabilidad que todos –él también- tienen. Muchos sintieron remordimiento de corazón, y dijeron a Pedro y a los Apóstoles: «Hermanos ¿qué hemos de hacer?». Es la metánoia, la conversión de corazón. La Pasión sigue siendo hoy medio esencial para convertirnos, tomar conciencia de nuestros pecados.
-Pedro contestó: «Arrepentíos, y que cada uno de vosotros se haga bautizar...» ¿Hay que «cambiar de vida» primero? o bien ¿lo primero es «recibir los sacramentos? Pedro, espontáneamente, dice que hay que hacer ambas cosas. Arrepentirse: cambiar de vida, esforzarse. Recibir el bautismo: recibir el sacramento, reconocer la gracia de Dios (Noel Quesson).
-Aquel día, fueron tres mil los que acogieron la Palabra y se hicieron bautizar. La familia de Jesús, inicialmente compuesta por María y José, luego los Apóstoles y santas mujeres, se amplía ahora por la fe y el bautismo… Esta conversión ha de ser continua, como Rabano Mauro dice: «Todo pensamiento que nos quita la esperanza de la conversión proviene de la falta de piedad; como una pesada piedra atada a nuestro cuello, nos obliga a  estar siempre con la mirada baja, hacia la tierra, y no nos permite alzar los ojos hacia el Señor». Y Juan Pablo II ha escrito: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador». Así lo hizo S. Agustín en su última etapa, como recordaba Benedicto XVI.
3. Gracias, Señor… “Porque la palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; / él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor”. Dejarse amar por Dios, abrirle nuestro corazón es aceptar que Él nos salve del pecado y de la muerte y nos conduzca hacia la posesión de los bienes eternos. “Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, / para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia”. La confianza filial es audacia (en griego “parresia”) de un niño pequeño que tiene total abandono en su padre. “Nuestra alma espera en el Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo. / Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti”. “-Dejó mi amor la orilla y en la corriente canta. –No volvió a la ribera que su amor era el agua” (Bartolomé Llorens).
Llucià Pou Sabaté