miércoles, 29 de enero de 2014

Jueves de la semana 3 de tiempo ordinario

El Señor promete a David un linaje real, perenne: es Jesús, Luz para el mundo. Somos portadores de la luz de Jesús, con una vida de fe y buenas obras
“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará»” (Marcos 4,21-25).
1. Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para los que entren tengan luz: nos dices, Señor, que quien te sigue tiene un candil encendido, para alumbrar a los demás. No hemos de trabajar por nuestra propia santificación, sino también por la de los demás. Vosotros sois la luz del mundo (Mateo 5, 14), nos dices también, explicándonos el secreto del Reino. La “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —tu Palabra, Señor—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho».
Nos das tu luz, Señor, y tu misión: “hijos de Dios. -Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. / -El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (S. Josemaría Escrivá, Forja 1). Una postura egoísta sería no usar los dones que Dios nos dio, para iluminar a los demás: “autistas” del espíritu.
El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».
«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’». ¿Qué escuchar, y cómo? Es el acto de sinceridad hacia Dios y nosotros mismos: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará». Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad (Àngel Caldas).
Consideramos la luz que Jesús ha traído al mundo, y en estas fechas celebramos que Jesús es la “luz para las naciones” (Presentación de Jesús al Templo, 2 de febrero), y de esta luz para todos los hombres, participamos nosotros. Sin esta luz de Cristo, el mundo está a oscuras, se vuelve difícil y poco habitable. Hemos de llevar esta luz, ser portadores de la luz de la filiación divina, para iluminar el ambiente en el que vivimos. "El trabajo profesional -sea el que sea- se convierte en un candelero que ilumina a vuestros colegas y amigos (…) la santificación del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera espiritualidad para los que -inmersos en las realidades temporales- estamos decididos a tratar a Dios" (San Josemaría).
A ejemplo de Jesús queremos iluminar con nuestro trabajo bien hecho. A la hora de los milagros la multitud exclama: ¡Todo lo hizo bien! Lo grande y lo pequeño. Luz para los demás es tener prestigio profesional, y para ello es necesario cuidar la formación continua de la propia actividad u oficio, y sin apenas darse cuenta el cristiano estará mostrando cómo la doctrina de Cristo se hace realidad en medio del mundo, en una vida corriente. Todos tienen derecho a nuestro buen ejemplo.
En nuestra actuación, lo que más se valora es el buen corazón, tener buen carácter, así llamamos a ese cúmulo de virtudes. Sobre todo es la gracia divina lo que salva, pero cuenta también con nuestro buen hacer, para ser luceros en medio del mundo. Las normas de convivencia deben ser fruto de la caridad y no solamente por costumbre o conveniencia (Francisco F. Carvajal). Para eso necesitamos lucha, así la fortaleza no puede arraigar en alguien que no se vence en pequeños hábitos de comodidad o de pereza, que siempre está preocupado del calor y del frío. Que se deja llevar por los estados de ánimo siempre cambiantes y que siempre está pendiente de sí mismo y de su comodidad. El Señor nos quiere con una personalidad bien definida, resultado del aprecio que tenemos por todo lo que Él nos ha dado y del empeño que ponemos para cultivar estos dones personales. Por eso queremos contemplarte, Señor, para ver en ti la plenitud de todo lo humano noble y recto, y a ti parecernos. Te pedimos que nos des optimismo, generosidad, orden, alegría, cordialidad, sinceridad, veracidad; que seamos sencillos, leales, diligentes, comprensivos, equilibrados.
Pienso en la luz que han dado las madres cristianas, que han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo y su amor sobre todo. Pues es el amor el sentido de la moral cristiana. Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino que más bien: —¿Qué he ganado? Es decir, ¿qué luces he dado a los demás? Esto es lo que da una vida llena. Quitar mi yo (el humo) y dejar el amor (la luz y calor), en una  total disponibilidad a la voluntad de Dios, como la Virgen.
La parábola de la medida también es muy rica: la misma medida que utilicemos será usada para nosotros y con creces. Los que acojan en sí mismos la semilla de la Palabra se verán llenos, generosamente llenos, de los dones de Dios. Sobre todo al final de los tiempos experimentarán cómo Dios recompensa con el ciento por uno lo que hayan hecho (J. Aldazábal).
-“Prestad atención a lo que oís: Con la medida con que midiereis se os medirá y se os dará por añadidura. Pues al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. Jesús, ha observado también en eso a los comerciantes de su tiempo cuando están midiendo el trigo, o la sal, con un celemín o un recipiente: se tasa más o menos... se llena hasta el borde o se procura dejar un pequeño margen a fin de mejorar la economía. Y Jesús nos revela su temperamento: "lanzaos plenamente, tasad, colmad". Y aplica este símbolo al hecho de escuchar la Palabra de Dios. No olvidemos que estamos al principio del evangelio. Jesús desea que sus oyentes se llenen de esta Palabra, sin perder nada de ella. ¿Qué avidez siento? ¿Soy de los que enseguida dicen: "basta"... o de los que dicen: "¡más!"... La medida de amar, es amar sin medida... (Noel Quesson).
2. Escuchamos hoy una hermosa oración de David, llena de humildad y confianza: da gracias a Dios, reconociendo su iniciativa y pidiéndole que le siga bendiciendo a él y a su familia: «que tu nombre sea siempre famoso y que la casa de David permanezca en tu presencia».
Ojalá tuviéramos nosotros siempre estos sentimientos, reconociendo la actuación salvadora de Dios: «¿quién soy yo, mi Señor, para que me hayas hecho llegar hasta aquí?», «tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar», «dígnate bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia». ¿Son nuestros los éxitos que podamos tener? ¿Son mérito nuestro los talentos que hemos recibido? Como David, deberíamos dar gracias a Dios porque todo nos lo da gratis. Y sentir la preocupación de que su nombre sea conocido en todo el mundo. Que la gloria sea de Dios y no nuestra.
Ciertamente Dios no procede como proceden los hombres. A pesar de las miserias de David, puesto que supo humillarse y pedir perdón, Dios no le retiró su favor; más aún lo bendijo extendiendo sus promesas a sus descendientes. Dios nos conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón. Ante Él están patentes nuestras obras y hasta los más recónditos de nuestros pensamientos. Él sabe que somos frágiles; por eso, cuando nos ve caídos espera nuestro retorno como un Padre amoroso, siempre dispuesto a perdonarnos. Pero esto no puede llevarnos a convertirnos en unos malvados pensando que finalmente Dios nos perdonará, sino a vivir vigilantes para no alejarnos de Dios. Manifestemos continuamente nuestro amor a Dios pidiéndole que nos fortalezca para permanecer fieles a su voluntad. Cuando Dios nos contemple siempre dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, derramará su bendición sobre nosotros, nos llenará de su Espíritu y nos contemplará como a sus hijos amados, a quienes bendecirá con la más grande de las gracias que pidiéramos esperar: participar de su vida eternamente unidos a su Hijo que, para conducirnos a la vida eterna, dio su vida por nosotros. ¿Cómo no vivir agradecidos con Dios cuando conociendo nuestra vida Él nos ha amado y nos ha llamado para que seamos sus hijos? ¿Quiénes somos nosotros ante Dios? ¿Qué significamos para Él? Si Él nos amó primero, sea bendito por siempre.
3. “Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes: cómo juró al Señor e hizo voto al Fuerte de Jacob”. Es Jesús de quien habla el profeta: El Señor ha jurado a David una promesa que no retractara: «A uno de tu linaje pondré sobre tu trono.»
Estamos llamados a permanecer eternamente ante Dios, pues Dios, que nos amó primero, concede la salvación a quienes le aman y le viven fieles: «Si tus hijos guardan mi alianza y los mandatos que les enseño, también sus hijos, por siempre, se sentarán sobre tu trono.» Porque el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella: «Ésta es mi mansión por siempre, aquí viviré, porque la deseo.»
Llucià Pou Sabaté
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martes, 28 de enero de 2014

Miércoles de la semana 3 de tiempo ordinario

El sembrador y la pedagogía de la parábola: siembra divina, hoy
“En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone».Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento»” (Marcos 4,1-20).
1. Comienza hoy la Iglesia a proponernos las grandes “parábolas” de Jesús. Son el corazón de la predicación de Jesús, que con el paso del tiempo no pierden su frescura y humanidad, y llegan al corazón. Tu estilo, Jesús, está ahí presente, y con ellas siento tu cercanía. Ayúdame a ver lo que querías decirnos, lo que nos dices “hoy” en ese lenguaje de imágenes, metáforas. Hoy, veo tus interpretaciones alegóricas, la semilla que cae parte en el camino, parte en terreno pedregoso, parte entre espinas y parte en suelo fértil. Siento que me hablan, pero nunca agotamos su significado, siguen siempre abiertas…
La palabra hebrea mashal (parábola, dicho enigmático) abarca los más diversos géneros: la parábola, la comparación, la alegoría, la fábula, el proverbio, el discurso apocalíptico, el enigma, el seudónimo, el símbolo, la figura ficticia, el ejemplo (el modelo), el motivo, la justificación, la disculpa, la objeción, la broma.
Nos hablan de tu Reino, Señor, de tu venida. Quiero aprender cuando les cuentas a los discípulos el significado de la parábola: «A vosotros os ha concedido Dios el secreto del Reino de Dios: pero para los de fuera todo resulta misterioso, para que (como está escrito) "miren y no vean, oigan y no entiendan, a no ser que se conviertan y Dios los perdone"». Quiero entender que tú sabías que el profeta que citas fracasa en su labor (tomo estas ideas de Ratzinger): tu mensaje, como aquel, contradice demasiado la opinión general, las costumbres corrientes. A través de su fracaso, las palabras resultan eficaces. Esto pasó con los profetas y la historia de Israel, y en cierto sentido se repite continuamente en la historia de la humanidad. Es tu destino, Señor: la cruz. Pero precisamente de la cruz se deriva una gran fecundidad.
La siembra de la semilla está presente en tu predicación, y es el «Reino de Dios» que crece, como el grano de mostaza. La semilla es presencia del futuro. En ella está escondido lo que va a venir: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Tú mismo eres el grano, Señor, y por tu «fracaso» vendrá la salvación: «Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32).
Es un fracaso como camino para lograr «que se conviertan y Dios los perdone». Es el modo de conseguir, por fin, que todos los ojos y oídos se abran. En la cruz se descifran las parábolas. En los sermones de despedida dice el Señor: «Os he hablado de esto en comparaciones: viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente» (Jn 16,25). Ahora se entienden como estaciones de la vía hacia la cruz. En las parábolas, Jesús no es sólo el sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la tierra para morir y así poder dar fruto (Ratzinger).
La parábola acerca lo que está lejos a los que la escuchan y meditan sobre ella; por otro, pone en camino al oyente mismo. La dinámica interna de la parábola, le invita a ir más allá de su horizonte actual, hasta lo antes desconocido y aprender a comprenderlo. Pero eso significa que la parábola requiere la colaboración de quien aprende, que no sólo recibe una enseñanza, sino que debe adoptar él mismo el movimiento de la parábola, ponerse en camino con ella. En este punto se plantea lo problemático de la parábola: puede darse la incapacidad de descubrir su dinámica y de dejarse guiar por ella; puede que, sobre todo cuando se trata de parábolas que afectan a la propia existencia y la modifican, no haya voluntad de dejarse llevar por el movimiento que la parábola exige. No obliga, señala el camino…
En las parábolas hay implícita una presencia de Dios, esa presencia tan necesaria en nuestro tiempo cuando se le rechaza por no ser “experimentable” según la ciencia moderna esa presencia.
 “Salió el sembrador a sembrar…” Parte de la semilla cae en el camino, o se lo comen los pájaros, o queda ahogado por el egoísmo o el miedo... Hoy se extiende la idea de que el egoísmo no es malo, que es una opción, que la libertad es hacer lo que quiera. Sí, pero es una pobre libertad esclava del egoísmo, y lleva a la tristeza. Es decir que somos libres y responsables, que según lo que sembremos recogeremos. Y según como sea nuestro corazón podremos o no acoger la simiente divina y dar fruto.
Vemos el peligro es pensar que no hemos sembrado bien, que no tenemos ni idea de hacer las cosas, el lamento pesimista del que se piensa culpable de que haya guerras en el otro lado del mundo: “A menudo os equivocáis cuando decís: me he engañado con la educación de mis hijos, o  no he sabido hacer el bien a mi alrededor. Lo que sucede es que aún no habéis conseguido el resultado que pretendíais, que todavía no veis el fruto que hubierais deseado, porque la mies no está madura. Lo que importa es que hayáis sembrado, que hayáis dado a Dios a las almas. Cuando Dios quiera, esas almas volverán a él. Puede que vosotros no estéis allí para verlo, pero habrá otros para recoger lo que habéis sembrado” (G. Chevrot).
Finalmente, vamos a la semilla que cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta: la fertilidad de la buena tierra compensó con creces a la simiente que dejó de dar el fruto debido. Nada quedó sin fruto. El gran error del sembrador sería no echar la simiente por temor a que una parte cayera en lugar poco propicio para fructificar, o por temor a que nos malinterpreten, etc.
“Jesús, os decía al comienzo, es el sembrador. Y, por medio de los cristianos, prosigue su siembra divina. Cristo aprieta el trigo en sus manos llagadas, lo empapa con su sangre, lo limpia, lo purifica y lo arroja en el surco, que es el mundo” (S. Josemaría). Su sangre vivifica a todo el mundo, a cada uno. Y así también, de formas muchas veces insospechada, hace fructificar nuestros esfuerzos: “Mis elegidos no trabajarán en vano” (Is. 65, 23), no se pierde nada de lo que se hace cuando estamos con el Señor. El apostolado es así tarea alegre y, a la vez, sacrificada: en la siembra y en la recolección: “Ante un panorama de hombres sin fe, sin esperanza; ante cerebros que se agitan, al borde de la angustia, buscando una razón de ser a la vida, te encontraste una meta: El /  Y este descubrimiento inyectará permanentemente en tu existencia una alegra nueva, te transformará, y te presentar una inmensidad diaria de cosas hermosas que te eran desconocidas, y que muestran la gozosa amplitud de ese camino ancho, que te conduce a Dios” (San Josemaría). En Santa María encontramos el mejor modelo de correspondencia a la siembra divina, a ella acudimos para dar fruto.
2. –“En la antigua alianza los sacerdotes estaban "de pie" en el Templo... Jesucristo empero se "sentó" para siempre a la diestra del Padre”. Es la diferencia entre el antiguo sacerdocio judío y el sacerdocio de Jesús. Ellos estaban atareados “ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios que nunca pueden borrar los pecados”, como quizá nosotros al multiplicar los ritos como si se tratara de querer doblegar a un Dios justiciero e inflexible. Jesús nos busca y reconduce como a la oveja perdida llevándola sobre sus hombros, es El quien ofrece incansablemente su perdón, es El quien ha hecho todo el camino de la reconciliación, Dios ha cargado con el peso de la sangre derramada, en Jesucristo.
-“Jesucristo, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre. Desde entonces espera que sus «enemigos sean puestos por escabel de sus pies»”. Señor, quiero yo también contemplarte, sentado junto a Dios, en esa hermosa actitud majestuosa esculpida en la piedra de muchos tímpanos de las catedrales (Noel Quesson).
-“Por su único sacrificio, Cristo condujo siempre a su perfección a aquellos que de Él reciben la santidad”. Gracias, Señor. Nos haces presente el único sacrificio de la cruz. ¿Qué conclusión debo sacar concretamente para mi vida de HOY?
-“El Señor declara: «Pondré mis leyes en sus corazones, las inscribiré en su mente y no me acordaré ya más de sus pecados y faltas»”. Estas preciosas palabras de Jeremías nos consuelan.
3. Quiero ver tu realeza, Jesús, con las palabras que canta el salmo: “Oráculo del Señor a mi Señor: / "Siéntate a mi derecha, / y haré de tus enemigos / estrado de tus pies."” Me gusta verte con tu cetro, someter en la batalla a tus enemigos: "Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, / entre esplendores sagrados; / yo mismo te engendré, como rocío, / antes de la aurora." Te contemplo como el Camino, mediador eterno: "Tú eres sacerdote eterno, / según el rito de Melquisedec."”
Llucià Pou Sabaté



lunes, 27 de enero de 2014

Martes de la semana 3 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Jesús inaugura la nueva Alianza, la familia de los hijos de Dios. Y con su sacrificio redentor nos salva
“En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»” (Marcos 3,31-35).
1. “En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan»”. Ya sabemos que los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares.
En el Nuevo Testamento se inaugura un nuevo concepto de familia, los que creen en Jesús, como Hijo de Dios vivo: estos forman la familia de Jesús: los doce Apóstoles y muchos otros discípulos como Marta, María y Lázaro… lo que leemos hoy vamos a ponerlo en relación con el gran amor que Jesús tiene a su madre, a José y a su gente. Porque no podemos ver un texto en solitario, y mucho más cuando “golpea” sobre un aspecto, cuando lo subraya con contundencia; el contexto –es decir, el tono general de los otros textos- y sobretodo la tradición apostólica, dan "el espíritu" que late tras estos sentimientos de Jesús, que toma distancia sobre su ligazón con su familia de sangre, queriéndolos mucho, para establecer una intimidad nueva en su familia digamos “apostólica”. Esto nos sitúa en un contexto de Iglesia como familia, donde las comunidades, instituciones por así decir, pueden tener vida en familia, sentirse en Jesús familia. Dentro de este sentido de familia, un caso especial es el de aquellos que viven en celibato. Al igual que los que se unen en matrimonio y forman una familia nueva, que deja a un segundo lugar la familia de la que surgieron, en el sentido de que la prioritaria es la que forman, también la tradición sobre virginidad y celibato va en esta línea de “injertarse” en la persona y en la conciencia de Jesús, una vocación en vistas al Reino de Dios, y razona con motivos estrictamente sobrenaturales. Establece una libertad para estar con “el Cordero dondequiera que vaya”, o como dice San Pablo: "el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido" (1 Cor 7). El sentido esponsal de todo cristiano con Jesús se ve aquí reforzado en un sentido de familia, esas personas forman una familia, a imagen de la que está formando Jesús.
Nos preguntamos con frecuencia si le costaría a Jesús poner distancia ante tanto sufrimiento como se encontró en su ministerio. Me decía hace poco una madre, sobre el tema del dolor y el amor: “precisamente hace 17 anos perdí a mi única hija, duele mucho porque uno la amaba tanto, y ahora no poder verla mas…, pero la gracias de la aceptación la tuve siempre y lo mismo mi hija, ahí aprendimos lo que es la muerte, no se entiende que un Dios bueno lo permita si no es para que de eso saque también un bien. Ya sabemos por qué no hay que tener miedo de la muerte, sino al contrario, es el encuentro con Dios, al fin no tener ya sufrimientos de la enfermedad, solo gozo... Le digo a Jesús que continúo siendo mama, y Él me entiende, sé que un día veré a mi hija, que en el cielo estaré con los míos. Todo ese dolor me ha hecho aprender a amar a Dios por sobre todo, y mi vida es otra, vivo para hacer su voluntad”. Esa persona se dedica con más intensidad a los hijos de los demás, participa de un ambiente apostólico donde puede vivir la maternidad, de otro modo. Conmueve ver las muchas experiencias que podríamos añadir a ésta, de esta familia que hoy nos muestra el Evangelio, en la que la oración de las madres la sostienen. Principalmente son la oración de esas madres las que sostienen la Iglesia (junto a los que sufren y los niños), pues saben de amor y de sufrimiento, de Cruz y de la vida de Jesús, que también pasó por esto, que tuvo que tomar distancia ante su familia, provocarles dolor con su muerte... para tomar el dolor de todos, y curarnos.
Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». Sorprende la distancia que toma Jesús con respecto a su familia. En la respuesta de Jesús no hay ningún rechazo hacia sus familiares. Jesús ha renunciado a una dependencia de ellos: porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
Jesús, tienes un corazón universal... grande como el mundo: abierto a toda la humanidad. Te sientes hermano de todo aquel que "hace la voluntad de Dios".
2. –“La antigua alianza poseyendo sólo una sombra de los bienes definitivos...” absolutamente incapaz de conducir a su perfección a los que se acercan para ofrecer sus sacrificios.
-“Es imposible en efecto, que sangre de animales borre el pecado”. Todas las religiones antiguas, sin que se hubiesen concertado, han practicado, y algunas lo hacen todavía hoy, «sacrificios» de animales: el hombre quiere expresar, por medio de un símbolo su sumisión a Dios... La sangre es portadora de «vida»... se ofrece sangre y ello significa la ofrenda de la propia vida; pero hay el riesgo constante de tender a lo mágico. Los profetas de Israel habían denunciado a menudo la inutilidad e ineficacia de los sacrificios de animales, faltos de sinceridad interior: A Dios no le interesan los sacrificios por sí mismos, sino la actitud profunda del hombre que, en su vida, trata de serle fiel y obedecerle. El verdadero culto es la vida misma.
-“Por esto al entrar en este mundo Cristo dice: "Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has dado un cuerpo..."”Comencemos por notar lo que aquí se nos revela: los salmos son la oración de Jesús. ¿Cómo es ello? Primero porque es absolutamente cierto que Jesús pronunció esas palabras algún día. Y, sin riesgo a equivocarnos, podemos imaginar que ciertos pasajes, -éste en particular- debieron de encontrar en su oración una resonancia personal perfecta y frecuente. Repitiendo esas palabras de los salmos, es tu plegaria la que adopto, Señor.
Además, como Verbo eterno de Dios antes mismo de encarnarse y de tener labios humanos para pronunciarlas, esas palabras de los salmos habían sido inspiradas por El. De tal modo que el autor pudo decir que en el mismo momento de su Encarnación «entrando en el mundo» el Hijo de Dios para esto vino... para cumplir lo que él mismo había inspirado al salmista anónimo del salmo 40.
-“Entonces dije: "He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad"”. Una de las más bellas plegarias que se pueden repetir incansablemente... Pero ante todo una «divisa» de vida, ¡la misma que Jesús! Heme aquí HOY, Señor, quisiera hacer tu voluntad.
-“Porque ciertamente de Mí habla la Escritura”. La presencia de Jesús llena ya todo el Antiguo Testamento. Por esto lo leemos con amor y descubrimos esa Presencia.
-“Así abroga el antiguo culto para establecer el nuevo... Y en virtud de esta voluntad de Dios somos santificados, merced a la oblación, de una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo”. Revelación capital: al entrar en el mundo, desde su concepción, Cristo dio a su vida humana entera un alcance sacrificial de cumplimiento de la voluntad del Padre, ¡que la cruz vino finalmente a cumplir! ¿Ofrezco también mi cuerpo y mi vida? (Noel Quesson).
3. En el salmo hacemos propios los sentimientos de Jesús: “Yo esperaba con ansia al Señor; / él se inclinó y escuchó mi grito; / me puso en la boca un cántico nuevo, / un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo: "Aquí estoy".
He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he cerrado los labios: / Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, / he contado tu fidelidad y tu salvación, / no he negado tu misericordia y tu lealtad / ante la gran asamblea”.
Llucià Pou Sabaté



Santo Tomas de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia

Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico, es el patrono de los estudiantes. Nacido en Aquino de noble familia, estudió en Montecasino y en Nápoles, donde se hizo fraile dominico. Esto no le hizo gracia a su madre, pues eran otros los planes de la altiva condesa, y lo encerró en el castillo. Allí sucedió la conocida escena. Una noche llevaron a una mujer a su habitación para seducirlo. Tomás venció como se vencen las tentaciones contra la pureza. Cogió rápidamente un tizón encendido y ahuyentó a la mujer. Pronto se durmió, y he aquí que dos ángeles le despertaron y le ciñeron un cordón incandescente. Ya no tuvo más tentaciones de impureza.

No perdía el tiempo en la torre del castillo. Rezaba y leía los libros que le lograba pasar un fraile dominico. Un día con una estratagema le ayudó a evadirse. Poco después Tomás estudiaba en Colonia y en París, como discípulo de San Alberto Magno. Fue un alumno modelo. Embebido en los estudios, no participaba en recreos ni discusiones. Por ello lo llamaban «el buey mudo». Sí, dijo su maestro, pero sus mugidos resonarán en todo el mundo.

Tomás era el primero en cumplir los consejos que un día daría a un estudiante: No entres de golpe en el mar, sino vete a él por los ríos, pues a lo difícil se ha de llegar por lo fácil. Sé tardo para hablar. Ama la celda. Evita la excesiva familiaridad, que distrae del estudio. Aclara las dudas. Cultiva la memoria. No te metas en asuntos ajenos no pierdas tiempo.

El Papa le ofreció el arzobispado de Nápoles. Pero era otra la misión de Tomás. Se la mostró un día su maestro: la doctrina cristiana estaba en peligro de contaminarse con el aristotelismo averroísta, importado de España. Era preciso absorberlo, asimilarlo, cristianizarlo. Era la gran hazaña a que estaba llamado Tomás, y que realizaría soberanamente.

San Alberto traspasó la cátedra de París a Tomás. Empezó comentando a Pedro Lombardo, el Maestro de las Sentencias, y asombró a todos por su claridad y profundidad. Sus comentarios sobre Aristóteles, su atrevimiento al «bautizarlo», le atrajo la envidia y enemistad de muchos profesores. Fue una lucha encarnizada, acosado por agustinianos y averroístas. Su método quedó consagrado al canonizarle el Papa Juan XXII el año 1324.
Tomás enseñaba, predicaba y escribía. Obras principales: Sobre la Verdad, Suma contra gentiles, comentarios al Cantar de los Cantares. Su obra maestra es la Suma Teológica, síntesis que recoge todo su pensamiento. Armoniza el caudal filosófico y religioso griego y cristiano, conciliación audaz y lograda, una de las mayores hazañas del pensamiento humano.

Su vida de oración era profunda. Nunca se entregaba al estudio sino después de la oración, afirma su amigo fray Reginaldo. Sus escritos sobre el Santísimo Sacramento y sus sermones nos hacen dudar si predominaba en él el teólogo o el místico. Derramaba muchas lágrimas en la Misa y caía frecuentemente en éxtasis. Una vez oyó del Señor: «Bien has escrito de mí, Tomás. ¿Qué recompensa quieres? - Ninguna, sino a Ti, Señor», respondió.
Un día tuvo una «visión» celebrando Misa. Estaba por entonces escribiendo en la Suma sobre los Sacramentos, y ya no escribió más. «No puedo más, repetía cuando le insistían a que acabase. Lo que he escrito, comparado con lo que he visto, me parece ahora como el heno. No insistáis, no puedo más»

Invitado por el Papa Gregorio X, se dirigió al concilio de Lyon. Se sintió enfermó en el camino. Le acogieron en el monasterio de Fossanova. Herido en la «visión» parcial, el 7 de marzo marchó a la visión plena.

domingo, 26 de enero de 2014

Lunes de la semana 3 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Jesús realiza milagros por su poder divino, y manifiesta qué es el Reino de Dios
“En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo»” (Marcos 3,22-30).
1. Marcos pone en evidencia un aspecto de discusión con los "escribas venidos de Jerusalén", ciudad donde Jesús sufrirá la Pasión, en una escena de discusión con su familia: en ambos casos, es objeto de acusaciones malévolas. "Esta fuera de sí", decían los parientes como leímos el sábado... "Está poseído del demonio", decían los escribas... Jesús rechazado... contestado...
-“Los escribas, que habían bajado de Jerusalén, decían de Jesús: Está poseído por Belcebú, príncipe de los demonios." Llamóles a sí y les dijo en parábolas: "¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido no puede durar. Si una casa está dividida no puede subsistir. Si Satanás se levanta contra sí mismo... ha llegado su fin..."”
Jesús pone en evidencia el lógico ridículo de los escribas: son ellos los que han perdido la cabeza proponiendo tales argumentos Jesús, tiene muy sana su razón. Su demostración es sencilla, pero rigurosa.
-“Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquearla, si primero no ata al fuerte...” Es la primera y corta parábola relatada por Marcos: ¡La imagen de un combate rápido y decisivo! Para dominar a un "hombre fuerte", se precisa a uno "más fuerte" que él. Jesús presenta su misión como un combate, el combate contra Satán, la lucha contra el "adversario de Dios" (es el sentido de la palabra "Satán" en hebreo).
Contemplo este misterio siempre actual: Jesús combatiendo... Jesús luchador... Jesús entablando batalla contra todo mal... Jesús "más fuerte" que cualquier mal...
La mayoría de los grandes sistemas de pensamiento, en todas las civilizaciones, han personificado el "mal": El hombre se siente a veces "dominado" como por "espíritus". El hombre occidental moderno se cree totalmente liberado de estas representaciones; pero, nunca tanto como hoy el hombre se ha sentido "dominado" por "fuerzas alienantes": espíritu de poder, de egoísmo, etc.
Jesús ha puesto fin a este dominio; pero a condición de ¡que se le siga!
-“En verdad os digo que todo les será perdonado a los hombres, los pecados y aun las blasfemias; pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo... no tendrá perdón jamás...” "Jesús habla así porque ellos decían: Tiene espíritu impuro”. Para participar en la victoria de Cristo sobre las "fuerzas que nos dominan" hay que ser dóciles al Espíritu Santo... Hay que reconocer el poder que actúa en Cristo. Decir que Jesús es un "Satán", un "Adversario de Dios", es cerrar los ojos, es blasfemar contra el Espíritu Santo, es negar la evidencia: este rechazo es grave... bloquea todo progreso en el futuro (Noel Quesson).
Jesús «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre» (Juan Pablo II). Y la malicia es interpretar los milagros y la bondad como un poder del demonio.
Jesús, veo que haces milagros, y tienes un amor de compasión, y van unidos en ti predicar el Evangelio y curar a los enfermos. Y nos enseñas que ese don divino “funciona” con ayuno y oración, no como esos magos que están de moda en todos los tiempos, que buscan vaciar el bolsillo de la gente.
Benedicto XVI nos señala que “el contenido central del «Evangelio» es que el Reino de Dios está cerca”. Es el centro de las palabras y la actividad de Jesús. En los tres Evangelios sinópticos se pone 90 veces en boca de Jesús. Después de Pascua, se habla más del Reino de Cristo, y de la Iglesia. Alfred Loisy dice: «Jesús anunció el Reino de Dios y ha venido la Iglesia». Pero en realidad el Reino de Dios, Reino de Cristo es ya el inicio de la Iglesia. No son dos cosas distintas, aunque luego las personas seamos pecadores, las instituciones sean frágiles...
También hay una polémica sobre esa distinción, de que Jesús habla del Reino de Dios, y luego la Iglesia del Reino de Cristo. ¿Hay distinción entre el Reino de Dios y el Reino de Cristo? Ratzinger, en su libro “Jesús de Nazaret” (cap. 3) nos habla de ello, al decir que los santos Padres interpretan el Reino de tres modos distintos aunque conexos:
a) el reino es Jesús mismo en persona (Orígenes);
b) el reino de se encuentra esencialmente en el interior de los hombres. También es Orígenes quien lo dice en su tratado Sobre la oración: «Quien pide en la oración la llegada del Reino de Dios, ora sin duda por el Reino de Dios que lleva en sí mismo, y ora para que ese reino dé fruto y llegue a su plenitud... Puesto que en las personas santas reina Dios [es decir, está el reinado, el Reino de Dios]... Así, si queremos que Dios reine en nosotros [que su reino esté en nosotros], en modo alguno debe reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal [Rm 6, 12]... Entonces Dios se paseará en nosotros como en un paraíso espiritual [Gn 3,8] y, junto con su Cristo, será el único que reinará en nosotros». El «Reino de Dios» está en el interior del hombre. Allí crece, y desde allí actúa.
c) el Reino de Dios y la Iglesia se relacionan entre sí (interpretación eclesiológica, cristológica y mística).
Muchos hablan de que reine la paz, la justicia y la salvaguarda de la creación. Pero el Reino de Jesús es más que esto, y precisamente lo propiamente cristiano ayuda a todo esto.
Al hablar del Reino, Harnack contrapone el “cumplir” farisaico al amor cristiano. Otros subrayan el “más allá” a donde nos dirigimos. Hoy día se habla de una existencia que va creciendo en un proceso espiritual, donde todas las religiones ayudan. Por eso, vivir buscando el “Reino de Jesús”, el corazón de su mensaje, será lo que nos dé la identidad cristiana, y la mejor manera de ayudar a ese mundo en el que la paz, la justicia y el respeto de la creación son muy importantes. Pero ¿qué es justicia? Porque sin contenido real, no hay justicia. La misma fe, las religiones, son utilizadas para fines políticos. Dios ha desaparecido de muchos sitios. Ya no se le necesita e incluso estorba, sigue diciendo Ratzinger. Pero el mensaje de Jesús y su Reino no sólo es el mejor modo de caminar hacia el cielo, sino también el modo mejor de vivir en la tierra, aunque las realizaciones concretas serán diversas según la libertad de cada uno o de las formas sociales de participación.
Dios existe, y actúa ahora, es Señor de la historia. La Iglesia tiene esta misión de “anunciar el Reino de Cristo y establecerlo en medio de las gentes” (LG 5), mostrar a Jesús, con la vida de los santos: la Iglesia misma constituye en la tierra el germen y principio de este Reino. Por otro lado es sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella es, por tanto, “el Reino de Cristo presente ya en el misterio” (LG 3), pero solamente en germen e inicio, apuntando a su realización definitiva que llegará con el fin y el cumplimiento de la historia.
Estamos invitados a mejorar el mundo, y la mejor forma es el apostolado. Sigue el Papa diciendo que el Reino de Dios no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia, para tener su identidad (Juan Pablo II, “Redemptoris missio”, 8; cf. Declaración “Dominus Iesus”, 4,5.18).
2. Jesús sacerdote es «mediador de una Alianza nueva». En la fiesta de la Expiación, en el «santísimo», el espacio más sagrado del Templo de Jerusalén, ofrecía sacrificios por sí y por el pueblo (ver ceremonial en Levítico 16). La sangre de animales no era eficaz y se tenía que repetir. Cristo entró en el santuario del cielo, no en un templo humano, y lo hizo de una vez por todas, se entregó a sí mismo, no sangre ajena. Así como todos morimos una vez, también Cristo, por absoluta solidaridad con nuestra condición humana, se sometió a la muerte «para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo». Tenemos un Mediador siempre dispuesto a interceder por nosotros. Esta buena noticia ha de impregnar nuestra historia de cada día, sobre todo en el momento de la Eucaristía. El mismo nos encargó que re-presentáramos (que volvamos a presentar al Padre) este sacrificio único: «Haced esto en memoria mía». San Pablo sitúa claramente cada celebración entre el pasado de la Cruz y el futuro de la parusía (J. Aldazábal): «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga» (1 Co 11 ,26).
3. “Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas: / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo.”La salvación que nos traes, Señor, nos  motiva a corresponder con este cántico de alabanza: “El Señor da a conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.” De ese nuevo Israel que es tu Iglesia: “Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclamad al Señor, tierra entera; / gritad, vitoread, tocad.”
Toda nuestra vida será un nuevo cántico al Señor, guiados por su Espíritu Santo: “Tañed la cítara para el Señor, / suenen los instrumentos: / con clarines y al son de trompetas, / aclamad al Rey y Señor”.
Llucià Pou Sabaté


jueves, 23 de enero de 2014


Viernes de la semana 2 de tiempo ordinario


Jesús nos salva, con la nueva alianza nos invita al amor y nos ofrece la misericordia divina
“En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó” (Marcos 3,13-19).
1. Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles: “En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso”. En primer lugar, los elige: "antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos” (Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.
¿Y para qué nos ha llamado? “…y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él”. Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).
Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).
Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.
Santa Teresa del Niño Jesús dice sobre el misterio de la vocación: “No voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente -¡¡¡las misericordias del Señor!!! (cf Sal 88,1)...Abriendo el Santo Evangelio, mis ojos han topado con estas palabras: “habiendo subido Jesús a un monte, llamó a sí a los que quiso; y ellos acudieron a él” (Mc 3,13) He aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y el misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma... El no llama a los que son dignos, sino a los que le place, o como dice san Pablo: “Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia” (Rm 9,15-16).
”Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida. Me maravillaba al verle prodigar favores extraordinarios a santos que le habían ofendido, como san Pablo, san Agustín, y a los que él forzaba, por decirlo así, a recibir sus gracias; o bien, al leer la vida de los santos a los que nuestro Señor se complació en acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, apartando de su camino todo lo que pudiera serles obstáculo para elevarse a él... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Jesús ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos”.
2. -“Ahora Jesús ha obtenido un "ministerio" tanto más elevado”... Hebreos pone en griego: «La liturgia» -el ministerio sacerdotal- que Jesús tiene que asegurar...» El es, en efecto, el verdadero celebrante de nuestras liturgias. A través de las miserias humanas del sacerdote celebrante, ¿sabemos ver la perfección de Aquel a quien representa? –“En cuanto que es Mediador de una Alianza más perfecta”... Cuando dos enemistados no logran reconciliarse, se acude a un «mediador» que tratará de acercar los distintos puntos de vista de ambos para restablecer entre ellos la alianza. Jesús es mediador perfecto, totalmente solidario de Dios y totalmente solidario de los hombres... a la vez hombre y Dios.
-“Pues si aquella primera Alianza fuera irreprochable no habría lugar para una segunda”. Y dice citando a Jeremías: -«He aquí que vienen días, dice el Señor, que concertaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva Alianza, no como la Alianza que hice con sus padres. Ellos no permanecieron fieles a mi alianza; entonces yo me desentendí de ellos”. La Antigua era una alianza débil porque dependía de nuestras fuerzas, nos acusaba: -“Pondré mis leyes en su mente; las grabaré en su corazón”. El «Nuevo Testamento» ha llevado a la plenitud cuanto se decía en el Antiguo, y ahí el sacerdocio hablaba de Cristo, y ya Jeremías anunciaba una nueva Ley, impresa en el corazón y no en tablas de piedra (cuyo cumplimiento fue escaso: condujo a una obediencia externa, meramente legalista). En Jesús, la ley es el amor que lleva a cumplir la obediencia, la voluntad de Dios: "Aquí estoy para hacer tu voluntad" (Sal 39).
Las exigencias de la voluntad divina le fueron impuestas al hombre desde fuera. No era un principio interno que determinase al hombre en su actuación. La nueva alianza fundamenta las relaciones entre el hombre y Dios en una base completamente distinta. No cambian los mandamientos, pero ya no serán algo impuesto sino que el deseo de su cumplimiento brota del corazón humano, que por la gracia desea lo bueno, y adquiere fuerza para vivirlo. Además, si el amor empapa nuestro actuar, trataremos bien a los demás, y tendremos paz aún en nuestros pecados, que no nos alejan de Dios sino que nos hacen acudir con más fuerza a su misericordia, que siempre nos perdona.
Es Dios el que actúa. Y su gracia, como motor del corazón del hombre, inserta en él la ley de Dios, su voluntad, de modo que esa ley no sea exterior sino esté inscrita en el interior, permitiendo así una especie de obediencia espontánea y libre. Efectivamente ¡esto es lo que necesitamos, Señor! Danos primero lo que Tú nos pides. Haz que mi vida corresponda a tu querer de modo natural.
-“Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. He ahí el pacto ahora concluso: es como unas nupcias, una unión definitiva, para lo mejor y para lo peor. Y el sacramento del matrimonio humano así lo significa (Efesios, 5-32). Mi relación contigo, Señor, ¿tiene ese carácter de relación personal e íntima... a la vez que comunitaria, en Iglesia, en pueblo?
-“Seré indulgente con sus faltas y no me acordaré más de sus pecados”. El perdón forma parte de la alianza de amor (Noel Quesson).
3. Jesús nos enseña a vivir el amor y la obediencia al Padre: “Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas,  dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser. He publicado la justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo sabes, Yahveh. ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan! Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu salvación”. Te pido, Señor, no quedarme en lo exterior y ritualista, ni caer en el cansancio por mis fallos sino apoyarme en «la Sangre de la Nueva y eterna Alianza».

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 22 de enero de 2014

Jueves de la semana 2 de tiempo ordinario

Jesús no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder en favor nuestro
“En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran” (Marcos 3,7-12).
1. En estos días rezamos por la unidad de los cristianos, y hoy el Evangelio nos muestra «una gran muchedumbre de Galilea» y de otros lugares que sigue a Jesús. Ya es sintomático que Jesús sea Galileo, tierra considerada poco religiosa por los Judea; y cuando Jesús habla de alguien caritativo cita la parábola del samaritano, tierra paganizada cuyos habitantes eran mal vistos por los judíos, considerados pecadores. Señor, sé que has venido a llamar a todos, a congregar un solo rebaño con un solo pastor, donde tú eres la puerta que da al aprisco, terreno seguro en el que conseguir la paz anhelada, la felicidad de hijos de Dios, la pascua -el paso- o bautismo de salvación; hemos sido bautizados «en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). Jesús está abierto a todos, y en cambio los cristianos –como antes los judíos- nos hemos dividido en grupos, se han disgregado los ortodoxos, y luego todos los protestantes (anglicanos, luteranos, etc.). Pecado histórico que hemos de reparar, con la oración y una caridad viva e imaginativa, en nuestra realidad eclesial y social. Que nuestro amor sea atrayente, para los que están lejos, que al vernos digan señalándonos: “quiero ser como éste”, y seamos reflejo de Jesús. Él pide al Padre, para la Iglesia, la unidad: «Que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17,21); y nosotros también pedimos al Espíritu Santo que la Iglesia de Cristo tenga un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32-34).
“Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle”.
“Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran”. La expresión “hijo de Dios” en los sinópticos suele ir ligada a referencias angélicas o de demonios. San Juan lo usa para explicar la divinidad de Jesús, y como esa expresión “hijo de Dios” era una referencia a los reyes, y como extensión a todo hijo de Israel, especialmente al pueblo como tal, Jesús se inventó una que venía del libro de Daniel: “hijo del hombre” (el ser pre-existente que vendrá a la tierra desde Dios) y lo une a la tradición del siervo de Yahvé del libro de Isaías. Esta expresión, “hijo del Hombre”, le permitió desvelar progresivamente la divinidad, que no sería aceptada al principio, y paulatinamente se va descubriendo. Otras acepciones estaban politizadas –la de Mesías-, o eran ambiguas como hijo de David que sí tiene sentido pero sin expresar la divinidad, y por eso Jesús inventa la expresión.
La afirmación de Jesús como Hijo de Dios responde a la pregunta explícita o implícita (por los hechos que hace Jesús, con autoridad) sobre quién es: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16,15). Decía Juan Pablo II: “nos sentimos interpelados por la misma pregunta que hace casi dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con Él. En ese momento decisivo de su vida, como narra en su Evangelio Mateo, que fue testigo de ello, “viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: unos, que Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías u otro de los profetas. Y Él les dijo: y vosotros ¿quién decís que soy?” (Mt 16,13-15).
Conocemos la respuesta escueta e impetuosa de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Para que nosotros podamos darla, no sólo en términos abstractos sino como una expresión vital, fruto del don del Padre (Mt 16,17), cada uno debe dejarse tocar personalmente por la pregunta: “Y tú, ¿quién dices que soy? Tú, que oyes hablar de Mí, responde: ¿Qué soy de verdad para tí?”. A Pedro la iluminación divina y la respuesta de la fe le llegaron después de un largo período de estar cerca de Jesús, de escuchar su palabra y de observar su vida y su ministerio (cfr. Mt 16,21-24)”. En el fondo, la pregunta de Jesús respeta nuestra libertad, no induce a una respuesta determinada, no fuerza y no tiene miedo a ser rechazado, esto es particularmente importante en el momento difícil de su vida, cuando la cruz se perfilaba cercana y muchos le abandonaban, y ante el abandono del discurso de Cafarnaum hizo a los que se habían quedado con El otra de estas preguntas tan fuertes, penetrantes e ineludibles: “¿Queréis iros vosotros también?”. Fue de nuevo Pedro quien, como intérprete de sus hermanos, le respondió: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 67-69). La grandeza de Jesús es misteriosa, como respeta nuestra libertad y estar dispuesto a quedarse solo, no forzar con su poder nuestra respuesta… también estas preguntas nos indican que es justo por nuestra parte que estemos disponibles para dejarnos interrogar por Jesús, capaces de dar la respuesta justa a sus preguntas, dispuestos a compartir su vida hasta el final.
La respuesta de Pedro aparece ante nuestra mirada como un “laboratorio de la fe”, en expresión del mismo Papa, y Pablo VI decía que muestran cómo Jesús “está en el vértice de la aspiración humana, es el término de nuestras esperanzas y de nuestras oraciones, es el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización, es decir, es el Mesías, el centro de la humanidad, Aquel que da un valor a las acciones humanas, Aquel que conforma la alegría y la plenitud de los deseos de todos los corazones, el verdadero hombre, el tipo de perfección, de belleza, de santidad, puesto por Dios para personificar el verdadero modelo, el verdadero concepto de hombre, el hermano de todos, el amigo insustituible, el único digno de toda confianza y de todo amor: es el Cristo-hombre. Y, al mismo tiempo, Jesús está en el origen de toda nuestra verdadera suerte, es la luz por la cual la habitación del mundo toma proporciones, formas, belleza y sombra; es la palabra que todo lo define, todo lo explica, todo lo clasifica, todo lo redime; es el principio de nuestra vida espiritual y moral; dice lo que se debe hacer y da la fuerza, la gracia, de hacerlo; reverbera su imagen, más aún se presencia, en cada alma que se hace espejo para acoger su rayo de verdad y de vida, de quien cree en El y acoge su contacto sacramental; es el Cristo-Dios, el Maestro, el Salvador, la Vida”.
La vida de fe lleva a confesar el nombre de Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios vivo es; él es nuestro Redentor, el Camino; nuestro Maestro, la Verdad; el Amigo que nos resucita, la Vida. Es el centro de la historia y del mundo; quien conoce nuestro interior y nos ama tal como somos; plenitud de nuestros afanes y felicidad que colma nuestros anhelos. Luz para nuestra inteligencia, Pan para darnos fortaleza, Fuente de agua viva que colma toda sed de conocer y amar; Pastor y guía que nos acompaña y consuela, Rey de un Reino de las bienaventuranzas donde los pobres son ricos, los que lloran felices, los pacíficos mandan desde el servicio, la mirada pura de los que aman de corazón ilumina con su transparencia a todos y todas las cosas. Es el puente que une cielo y tierra, el sueño de Jacob en su escalera por donde los ángeles presentan a Dios nuestras obras junto a Jesús…
2. Hebreos nos dice: «tenemos un sumo sacerdote», «celebrante del santuario»,  Jesucristo, y que el único sacrificio eficaz fue su muerte en cruz. El antiguo culto fue ineficaz, era culto terrestre, «esbozo y sombra del celeste». Los antiguos sacerdotes estaban «al servicio de una copia y vislumbre de las cosas celestes», en un Templo construido por manos humanas. Mientras que Cristo Jesús, santo, inocente y sin mancha, no necesita ofrecer sacrificios cada día, porque lo hizo una vez por todas, no tiene que ofrecerlos por sus propios pecados, y no ofrece sacrificios de animales, porque se ha ofrecido a sí mismo. Es el sacerdote del Templo construido por Dios, el santuario del cielo, donde está glorificado a la derecha de Dios, como Mediador nuestro. Jesús en su pascua, en su cruz y resurrección, es el verdadero culto celeste, culto espiritual. Los antiguos «quebrantaron [de hecho] mi alianza»; en la nueva, en cambio, sigue diciendo el Señor, «escribiré mi ley en su corazón... todos me conocerán, desde el pequeño al grande». Aquélla es el fracaso de los intentos hechos al margen de Jesucristo («no transformó nada»); ésta es en cambio, la eficacia de Jesucristo y de su obra: de hecho, los hombres conocen a Dios, lo aman y siguen su voluntad (G. Mora).
Está Jesús «siempre vivo», su resurrección es la garantía de la eternidad de su misión respecto a nosotros… «para interceder por nosotros». Jesús no deja de orar, de suplicar a su Padre por nosotros, por mí, por todos los pecadores. En este momento ¡Cristo intercede ante Dios por mí! ¡Lo está haciendo siempre! La misa tiene un objetivo preciso: el de ser para cada época y para cada lugar el signo eficaz de ese don de sí mismo que hizo Cristo una vez al ofrecer su vida. Y como no deja de "interceder por nosotros", es decir, de mantenerse en estado de ofrenda, la misa es el instante privilegiado en el que lo encontramos... uniendo a la suya nuestra propia ofrenda, la de la Iglesia de hoy y la del mundo de hoy. Ayúdanos, Señor, a descubrir mejor el sentido de la eucaristía. Ya no es, ciertamente, un sacrificio cruento. La escena exterior del Gólgota sucedió sólo aquel viernes.
Es la «misa sobre el mundo», como decía el P. Teilhard de Chardin, a esta ofrenda actual, que es fuente de todo amor si sabemos estar en comunión con ella. -Tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos. Es decir, su poder y su eficacia. Tenemos un abogado de nuestra causa cerca de Dios. ¿Qué podrían nuestros pecados ante tal defensor? Sí: nuestra naturaleza humana ha sido realmente entronizada en la intimidad del Padre (Noel Quesson).
El sacerdocio de Melquisedec es profecía del de Jesús, a diferencia del de Aarón, es personal, permanente, no va de padres a hijos. El antiguo régimen queda abolido, la ley no lleva a la perfección, de suyo no confiere santidad interior ni fuerza para hacer el bien, como ahora los valores que señalan los bienes pero no hacen como las virtudes que dan facilidad para hacer el bien. Es una esperanza mejor con la confianza que nace del perdón que nos acerca a Dios, el espíritu de adopción y seguridad de la gloria. Teleiosis (perfección lo traducimos) realizada por Cristo, que incluye el perdón, la gracia y la gloria.
3. Queremos entrar en la oración de Jesús, o mejor dicho dejar que Jesús entre en nuestro corazón para decir con él, en el salmo: “Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas,  dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro  hacer tu voluntad”. En el Sacrificio Eucarístico; en nuestra vida diaria, de tal forma que se convierta toda ella en una contínua ofrenda de suave aroma en su presencia. “Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser.  He publicado la justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo sabes, Yahveh.  ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan! Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu salvación”. 

Llucià Pou Sabaté

martes, 21 de enero de 2014

Miércoles de la semana 2 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Jesús nos libera de la esclavitud de la ley, y nos salva
“En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle” (Marcos 3,1-6).
1. Señor, has venido a proclamar el Evangelio de la salvación, pero tadversarios, lejos de dejarse convencer, buscan pretextos contra ti: «Había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle» (Mc 3,1-2).
Entonces les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Estamos viendo con detalle como Jesús es señor del sábado, pone la ley nueva en recipientes nuevos, en un contexto de filiación sustituyendo la ley del temor por la del amor. “Hoy, Jesús nos enseña que hay que obrar el bien en todo tiempo: no hay un tiempo para hacer el bien y otro para descuidar el amor a los demás. El amor que nos viene de Dios nos conduce a la Ley suprema, que nos dejó Jesús en el mandamiento nuevo: «Amaos unos a otros como yo mismo os he amado» (Jn 13,34). Jesús no deroga ni critica la Ley de Moisés, ya que Él mismo cumple sus preceptos y acude a la sinagoga el sábado; lo que Jesús critica es la interpretación estrecha de la Ley que han hecho los maestros y los fariseos, una interpretación que deja poco lugar a la misericordia.
Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Nos dice san Agustín: «Quien tiene la conciencia en paz, está tranquilo, y esta misma tranquilidad es el sábado del corazón». En Jesucristo, el sábado se abre ya al don del domingo” (Joaquim Meseguer).
¿Es la ley el valor supremo?, ¿o lo es el bien del hombre y la gloria de Dios? En su lucha contra la mentalidad legalista de los fariseos, ayer nos decía Jesús que «el sábado es para el hombre» y no al revés. Jesús, nos dices que ley sí, legalismo, no. La ley es un valor y una necesidad. Pero detrás de cada ley hay una intención que debe respirar amor y respeto al hombre concreto. Es interesante que el Código de Derecho Canónico, el libro que señala las normas para la vida de la comunidad cristiana, en su último número (1752), nos habla de la aplicación de la ley «teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia». Estas son las últimas palabras de nuestro Código. Detrás de la letra está el espíritu, y el espíritu debe prevalecer sobre la letra. La ley suprema de la Iglesia de Cristo son las personas, la salvación de las personas (J. Aldazábal).
En el evangelio podemos intuir que el concepto de «pecado contra el Espíritu Santo» consiste en atribuir al diablo lo que es precisamente acción del Espíritu. Jesús libera al ser humano del poder del demonio, y para él eso es el signo privilegiado de la acción de Dios, por el que Dios nos revela su presencia. Atribuir esta acción de Dios al diablo es convertir lo más sagrado en algo demoníaco: una auténtica blasfemia contra lo más sagrado, una calumnia contra el Espíritu de Dios.
H. Küng en su libro sobre el judaísmo (Madrid, Trotta, 1993) ilustra bien la sensibilidad que tienen algunos judíos actuales: Eugene Borowitz cita un caso especialmente significativo, apasionadamente discutido en el Estado de Israel, y que, una vez más, tiene sobre todo que ver con el precepto sabático: a un judío que intentaba ayudar a un no judío gravemente herido en un accidente de tráfico, le fue negado el uso del teléfono en casa de un judío ortodoxo. ¿Por qué? ¡Porque era sábado! Ciertamente, puede quebrantarse el precepto del sábado cuando va en ello la vida o la muerte, pero con una condición: "que se trate de un judío, y no de un infiel". Esta historia conecta con la de Marcos. Parece que, en el caso referido por Borowitz, al menos se puede atender al compatriota judío en una situación que no cabe aplazar para el día siguiente. En el episodio de Marcos, claro que se podía diferir para otro día la curación, como tuvo la oportunidad de recordarlo, en otro relato, un jefe de sinagoga. Y tampoco postergaban para el primer día de la semana la labor de sacar una bestia de carga que hubiera caído en un pozo. En cambio, una especie de entumecimiento mental y, según Marcos, una verdadera dureza de corazón, incapacitaba a aquellos hombres para ver el sentido del sábado. ¿En qué consiste la santidad del sábado?... ¿No acabamos convirtiéndolo en un día moralmente neutro, salvíficamente vacío, teologalmente desustanciado?" (Pablo Largo).
2. La gran meta del hombre es "acercarse" al Dios vivo para "darle culto" y, así, ser «purificado» del pecado y conseguir la «perfección» por medio del «sacerdote», el Hijo de Dios y hombre perfecto. El Antiguo Testamento intentaba ya purificar el pecado y acercar el hombre a Dios; hallar a Dios y conseguir su realización. Jesús es quien lleva esto a la realidad: «Yahvé lo ha jurado y no se arrepiente: 'Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec'» (Sal 110,4), se ve la superioridad de éste sobre Leví y su sacerdocio y es figura de Jesús (G. Mora). A Melquisedec no se le conocía "ni padre, ni madre, ni genealogía". Dado lo rigurosos que eran en materia de genealogías, es extraño.
El sacerdocio de Jesús no es de Leví, es de otro orden. -“ Melquisedec es «rey y sacerdote»”... como Jesús que instaura el Reino de Dios. - Melquisedec es un sacerdote pagano... Jesús encontrará de nuevo ese sacerdocio universal. - Melquisedec significa «rey de justicia» y su villa es «Salem» que significa «paz». - Melquisedec, en fin, carece de genealogía, es como un ser caído del cielo que anuncia así la divinidad de Cristo. Esos argumentos, de tipo rabínico, pueden parecernos algo complicados, pero expresan a los judíos, en imágenes concretas, que Cristo la salvación de Cristo es universal y alcanza a todos los hombres de toda raza y de toda situación religiosa. -“Es sacerdote no en virtud de una ley humana, sino por una fuerza de vida indestructible”.
3. Jesús, quiero contemplar que habla de ti el salmo, verlo con más profundidad a partir de lo que acabamos de ver: “Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies.  El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión: ¡domina en medio de tus enemigos!  Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud.  Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec.» 

Llucià Pou Sabaté

lunes, 20 de enero de 2014

Martes de la semana 2 de tiempo ordinario

 01/19/2014Dios no olvida nuestro trabajo y nuestro amor hacia él, sobre todo el deseo de cumplir su voluntad, que es nuestra salvación
“Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado»” (Marcos 2,23-28).
1. Los judíos han mitificado el sábado, como algo santo, divino, y Jesús les dice que «el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado». Jesús no quiere que la norma esté por encima de la persona hasta agobiarla. La norma es para ayudar a la persona: «Mi yugo es ligero, yo os doy descanso. El Hijo del hombre es el verdadero señor del sábado. Pues el Hijo del hombre es ahora el sábado de Israel; es nuestro modo de comportarnos como Dios» (rabino Neusner). Esto significa, para un judío, ponerse en lugar de Moisés, como el nuevo Moisés que explica en nombre de Dios la ley y su lugar. Está en juego la reivindicación de autoridad por parte de Jesús: «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá… Tu maestro ¿es Dios?"» (id).
Algunos modernos con poca fe en la divinidad de Jesús, han dicho que Jesús fue mitificado, pero bien dijo Romano Guardini que no se puede tomar a Jesús más que como Dios o un loco o un mentiroso que ha dicho cosas sublimes pero engañó. Sin embargo, vemos que la locura no es correlativa a su magnífica doctrina de amor que nos da vida, con su lógica impecable habla de una doctrina verdadera como nunca hubo, es el culmen de sabiduría humana y divina; y la sublimidad de su vida que entrega hasta la muerte no es tampoco la que corresponde a un malvado, un mentiroso perverso. Sí, Jesús es “señor del sábado”, es Dios, esta es nuestra fe, y su figura nos ayuda a creer. Sí, creemos que tú, Jesús, vienes a liberarnos de la misma norma, y nos ayudas a no ser esclavos sino libres, obedecer por amor.
Hoy como ayer, tomamos el rábano por las hojas, y entendemos muchas veces la moral como cumplir cosas. Estamos muy contraminados por cuanto dijo Kant (en “Lo bello y lo sublime”), cuando afirma que la ética no está en la bondad del corazón, que lo ético hay que situarlo en las normas externas a la persona… en cumplir. Esta separación entre ética y corazón del hombre, es causa de muchos males: estética separada de la bondad, el amor de la verdad, etc. Total, que estamos ante un nuevo fariseísmo, y para decirlo en dos palabras, ha degenerado en puritanismo, actualmente estatalista, y si el Gobierno dice que lo criminal es fumar, pues con no fumar ya puedo tener la conciencia tranquila. Pero Jesús nos dice, a nuestra sociedad, nuevamente farisea, que la cosa no es así. San Agustín lo resumió con aquel: «Ama y haz lo que quieras». “¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él” (Ignasi Fabregat).
También nosotros podemos caer en unas interpretaciones tan meticulosas de la ley que lleguemos a olvidar el amor. La «letra» puede matar al «espíritu». La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el camino para llevar a la práctica el amor. Pero por eso mismo no debe ser absolutizada. El sábado -para nosotros el domingo- está pensado para el bien del hombre. Es un día en que nos encontramos con Dios, con la comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un gesto profético que nos hace bien a todos, para huir de la esclavitud del trabajo o de la carrera consumista. El día del Señor también es día del hombre, con la Eucaristía como momento privilegiado. Pero tampoco nosotros debemos absolutizar el «cumplimiento» del domingo hasta perder de vista, por una exagerada casuística, su espíritu y su intención humana y cristiana. Debemos ver en el domingo sus «valores» más que el «precepto», aunque también éste exista y siga vigente.
Las cosas no son importantes porque están mandadas. Están mandadas porque representan valores importantes para la persona y la comunidad. Es interesante el lenguaje con que el Código de Derecho Canónico (1983) expresa ahora el precepto del descanso dominical, por encima de la casuística de antes sobre las horas y las clases de trabajo: «El domingo los fieles tienen obligación de participar en la Misa y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (c. 1247). Hay que cuidar el bien espiritual de los cristianos y también su alegría y de su salud mental y corporal. Tendríamos que saber distinguir lo que es principal y lo que es secundario. La Iglesia debería referirlo todo -también sus normas- a Cristo, la verdadera norma y la ley plena del cristiano (J. Aldazábal).
2. Dios «no se olvida de vuestro trabajo y del amor que Ie habéis demostrado»; nos dice hoy Hebreos. La fidelidad de Dios no se desdice nunca de sus promesas y no se dejará ganar en generosidad; Jesús nos dice que hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su recompensa: cuánto más la entrega de nuestra vida en seguimiento de Jesús; por su amor estamos «anclados» en el cielo; como una barca, para encontrar seguridad en medio de las olas, echa el ancla buscando terreno firme, nosotros hemos lanzado nuestra ancla, que es Cristo, al puerto del cielo: en él tenemos, por tanto, garantía y seguridad.
Por eso, «cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que nos ha ofrecido». Se trata de serle fieles no sólo al principio, que es fácil, sino «que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes».
«Desearíamos que todos mostraseis el mismo empeño hasta que esta esperanza sea finalmente realidad». No se trata básicamente de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas, sino la fe y el amor, por una renovada contemplación del misterio de Cristo, donde se satisfacen nuestras más íntimas aspiraciones. Queremos estar atentos: «Si hoy oís su voz no endurezcáis el corazón» (3,7; G. Mora).
-“Tenemos esta esperanza como ancla segura y sólida de nuestra alma, que penetró hasta más allá del velo del templo adonde Jesús entró por nosotros, como precursor”. El «áncora», solidez del marino es un símbolo habitual de la esperanza. Aquí la imagen es usada con una audacia suplementaria: nuestra «áncora» está ya clavada en los cielos... basta tirar del cabo para lograrlo seguramente. ¡Mi barca está ya anclada en el cielo! El autor quiere tranquilizar, una vez más, a sus oyentes hebreos: os sentís frustrados sin la liturgia del Templo, pero no añoréis nada... pues vuestra «áncora», Jesús, atrae tras sí a todo el nuevo pueblo en el Santo de los santos, el santuario detrás del velo del Templo donde sólo penetraba antaño el sumo sacerdote (Noel Quesson).
3. Dios mostró su fidelidad a Abrahán: le prometió «con juramento» que le llenaría de bendiciones y multiplicaría su descendencia; a pesar de que no parecía poderse cumplir la promesa, Dios lo hizo; por eso el Salmo de hoy nos hace decir que «el Señor recuerda siempre su alianza»; por eso cantamos: “¡Aleluya! Doy gracias a Yahveh de todo corazón, en el consejo de los justos y en la comunidad. Grandes son las obras de Yahveh, meditadas por los que en ellas se complacen”. Hacemos memoria agradecida de Yahveh, proclamamos su nombre santo: “De sus maravillas ha dejado un memorial. ¡Clemente y compasivo Yahveh! Ha dado alimento a quienes le temen, se acuerda por siempre de su alianza. Ha enviado redención a su pueblo, ha fijado para siempre su alianza; santo y temible es su nombre”.  Aunque el temor pueda parecer malo, si se entiende bien puede ser principio del saber, y alabar a Dios es la mejor ciencia: “Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican. Su alabanza por siempre permanece”.
 Llucià Pou Sabaté


domingo, 19 de enero de 2014

Lunes de la semana 2 de tiempo ordinario

Dios escuchó a su Hijo pero no librándolo del dolor, quien aprendió, sufriendo, a obedecer
“Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!"” (Marcos 2,18-22).
1. Jesús, veo que te enfrentas con los fariseos: primero con el perdón de los pecados y luego con la elección de un publicano, ahora murmuran contra ti porque tus discípulos no ayunan. Los judíos ayunaban dos veces por semana -los lunes y jueves- dando a esta práctica un tono de espera mesiánica. También el ayuno del Bautista y sus discípulos apuntaba a la preparación de la venida del Mestas. Ahora que has llegado ya, Jesús, les dices que no tiene sentido dar tanta importancia al ayuno. Con unas comparaciones muy sencillas y profundas te retratas: - tú eres el Novio y por tanto, mientras esté el Novio, los discípulos están de fiesta; ya vendrá el tiempo de su ausencia, y entonces ayunarán; - tú eres la novedad: el paño viejo ya no sirve; los odres viejos estropean el vino nuevo.  Frente a las costumbres judías, los odres nuevos son la mentalidad nueva, el corazón nuevo. Lo que les costó a Pedro y los apóstoles aceptar el vino nuevo, hasta que lograron liberarse de su formación anterior y aceptar la mentalidad de Cristo, rompiendo con los esquemas humanos heredados. La fiesta, la alegría, la gracia y la comunión son lo prioritario, aunque también el ayuno tiene su papel, como el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como preparación e inauguración de la Pascua. También el amor supone muchas veces renuncia y ayuno (J. Aldazábal).
2. Dios Padre había dicho a Jesús: «Tú eres mi Hijo. Tú eres Sacerdote eterno». Es por eso el sacerdote de la nueva alianza, al que se incorporan los llamados sacerdotes que reciben el sacramento del orden. Jesús es «pontífice», que hace de puente entre Dios y la humanidad. Leemos referido a la pasión de Jesús: «A gritos y lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». “Gritos y lágrimas”. Tu “yo” más alto, Jesús, es divino, pero oculto en la humanidad sufriente. Nos enseñas a vivir con tu vida… Pienso que tenemos una vida pasional con funciones vitales, donde sentimos el dolor. También, a medida que ascendemos, una vida más alta emotiva, que tiene sentido del sufrimiento. Luego, la racional, que también tiene el sentido de pérdida. Pero la espiritual, donde se integran las demás, puede confiar en que todo es para bien, y mitigar el dolor y sobre todo aprovecharlo para el crecimiento. Por eso, sigue el texto:
-«A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer». Quiso sentir todo lo nuestro, exceptuando el pecado; fue tentado por la incomprensión, la soledad, el desaliento, el sufrimiento y el miedo; vivió la radical experiencia humana del dolor, la muerte y la limitación, exactamente como nosotros. Esto lo coloca ya para siempre a nuestro lado porque la resurrección no consistió en alejarse de su propia humanidad, sino en asumirla eternamente glorificada en Dios. Esto nos da confianza: tú me entiendes, Jesús, has pasado por esto… se dice «consumado» en la entrega interior total que te animó, Señor, hasta llegar a la consumación, a la perfección (G. Mora).
Veo también aquí una definición de sacerdote, de sus condiciones:
-1º, su elección divina, no por los hombres, sino por Dios: “Ninguno toma para sí esta honra”: es necesaria una vocación, llamamiento divino, que puede ser como Aarón por medio de Moisés, a través de otros, o directamente por Dios. -“Nadie puede atribuirse tal dignidad, se la recibe por la llamada de Dios”.  Llamada y respuesta: -“De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdote, sino que la tuvo de quien le dijo: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»”.
-2º en beneficio de los hombres, no es algo para sí, sino para los demás: Ofreció “oraciones y súplicas” bajo los olivos, y manifestó que su alma estaba: “triste hasta la muerte”, oró “al que podía librarle de la muerte” y “fue oído de su temor” y “aprendió obediencia en las cosas que sufrió” y consumado el sacrificio fue causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen. Él, el único sacerdote, eterno.
-3º ejerce el ministerio en las cosas que miran a Dios. –“Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está encargado de intervenir en favor de los hombres en las relaciones de éstos con Dios”: el sacerdocio es una misión de «comunicación», de «relación» entre los hombres y Dios. El término latino «pontifex» significa «constructor de puentes», el sacerdote es el que establece una comunicación entre dos orillas tan aparentemente alejadas como la tierra y el cielo. Es apertura al «diálogo», es la "mediación", el «enlace».
-4º la función esencial es el sacrificio: -“Y ha de ofrecer dones y sacrificios por los pecados”. La distancia que separa al hombre de Dios no es sólo el abismo normal entre el Creador y la criatura, es la oposición entre dos antagonistas, uno de los cuales se enemistó con el otro.
-5º su celo compasivo, por los ignorantes y extraviados, que nace de él, de la experiencia de la propia debilidad humana, pues se halla cercado de flaqueza exterior e interiormente, profunda conmiseración del sacerdote con los pecadores, como yo soy débil y pecador como ellos, de aquí que yo ofrezco por mis propios pecados y por los demás. -“Él -mediador- puede comprender a los que pecan por ignorancia o por extravío, por estar, también él, envuelto en flaqueza”. Una cualidad esencial del sacerdote: ser comprensivo, delicado, abierto, acogedor y bueno hacia los pecadores. Y el autor se atreve a afirmar que tendrá esas cualidades si él sabe que también él está «envuelto en flaqueza». Sabe lo que es ser pecador, porque ¡él mismo es un pecador! Escuchando las confidencias de los que pecan, se reconoce a sí mismo y es así «capaz de comprenderlos». Mis propias flaquezas, ¿me hacen también ser bueno y comprensivo con los pecadores?
-“A causa de esa misma flaqueza debe ofrecer sacrificios por los pecados propios, al igual que por los del pueblo”.  La cosa es clara. Y es verdad. No debería caber orgullo alguno en el sacerdote. Es también un pobre ante Dios. Un hermano pecador.
-“El cual en los días de su vida mortal, ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas a Dios, que podía salvarle de la muerte, y aun siendo Hijo, aprendió la obediencia con los sufrimientos de su pasión”.  Es ésta una de las más emocionantes traducciones de la agonía de Jesús: en efecto, si bien jamás pecó, ¡sabe cuán difícil es obedecer! (Noel Quesson).
3. “Oráculo del Señor a mi Señor: / "Siéntate a mi derecha, / y haré de tus enemigos / estrado de tus pies." Desde el principio se han aplicado a Jesús estas palabras, como un sacerdote que se ha entregado libremente por nosotros y ahora es el Mediador por el que tenemos puerta abierta a Dios. Un sacerdote que sabe lo que es sufrir, porque lo ha experimentado en su propia carne, hasta la muerte trágica de la cruz.
“Desde Sión extenderá el Señor / el poder de tu cetro: / somete en la batalla a tus enemigos.” Se ha solidarizado con nuestra condición humana hasta lo más profundo. Eso nos da confianza en nuestro camino. "Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, / entre esplendores sagrados; / yo mismo te engendré, como rocío, / antes de la aurora."
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: / "Tú eres sacerdote eterno, / según el rito de Melquisedec." Somos invitados a ese camino de aprendizaje para ser nosotros también puente entre las personas y Dios…
Llucià Pou Sabaté