jueves, 5 de diciembre de 2013

Viernes de la semana 1 de Adviento

Jesús abre nuestros ojos con la fe, como curó los ciegos dándoles la luz

“Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca”(Mt 9,27-31).

1. El Mesías ya ha venido y "abrió los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos". La era mesiánica ha comenzado y ha llegado el tiempo anunciado por los profetas. Pero aún somos muchos los que no creemos de verdad en "aquel día que se nos ha prometido". Creemos que es mayor el pecado del mundo que la fuerza salvadora de Jesús. Creemos que el "misterio de iniquidad" es más poderoso que el misterio de la gracia. Creemos que el egoísmo es de nuestro corazón es un muro tan impenetrable que no lo puede traspasar el Señor resucitado.
-“Jesús iba de camino... Dos ciegos le salieron al encuentro gritando”... Me paro un instante a imaginar esta escena concreta como si yo asistiera también. Adviento... Esperamos, como hombres, mujeres, jóvenes, niños... a mi alrededor esperan algo de mí. Su grito es quizá interno. El "grito" es un signo. Signo de una necesidad muy fuerte, de un sufrimiento muy intenso, signo de una sensibilidad afectada a lo vivo. Una necesidad fuertemente sentida, ni que sea solo de tipo humano, (sufrimiento físico o moral, ansia de pan o de amistad, aspiración a una vida mejor), puede ser el punto de partida, el inicio, de una búsqueda de Dios.
Jesús, gracias por curar nuestros males. Te pido que nos cures de la ceguera del egoísmo, ante tanto sufrimiento, sobre todo ceguera ante el sentido del sufrimiento. Benedicto XVI dice que “podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”. Hemos de procurar aliviar el sufrimiento, pero el objetivo va más allá, sobre todo cuando no puede quitarse el dolor y hay que transformarlo.
-"¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!" Su plegaria es muy simple: es su grito, grito que brota de su sufrimiento. Mi plegaria, también debería ser a veces simplemente esto: la expresión sincera de que algo no marcha bien en mí, alrededor de mí... mi sufrimiento... los sufrimientos de los que yo soy el testigo... "Ten compasión de nosotros, Señor. Kyrie eleison." En cada misa, se nos sugiere a menudo este tipo de plegaria. Sabemos darle un contenido concreto: plegaria de intercesión. Al decir "Hijo de David", los dos ciegos reconocen a Jesús un título mesiánico. Tú eres aquel que ha de venir, aquel que ha sido prometido por los profetas.
Te pido, Señor, que nos libres también de la ceguera interior, como decía de sí mismo San Agustín: “ciego y hundido, no podía concebir la luz de la honestidad y la belleza que no se ven con el ojo carnal sino solamente con la mirada interior”, pues sin la apertura a Dios la ceguera es una enfermedad incurable: “¿qué soy yo sin ti para mi mismo sino un guía ciego que me lleva al precipicio?”, la búsqueda del “ciego y turbulento amor a los espectáculos” es una forma de suplir esa carencia vital.
Estamos viendo estos días cómo el Señor, en cumplimiento de las profecías de Isaías cura a los enfermos y les da la libertad: “a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos”. Los dos ciegos que siguen a Jesús les piden curación, misericordia, y el Señor les pregunta si tienen fe en que Él puede curarlos. En muchos otros lugares del Evangelio se recoge esta llamada a la fe, para poder obrar los milagros (F. Fernández Carvajal).
-“Jesús les dijo: "Creéis que puedo hacer eso que me pedís?"  -"Sí, Señor". Jesús interroga. Quiere asegurarse de la autenticidad de su fe. Desea purificar esta Fe. La necesidad humana que está en el origen de su plegaria podría no ser sino el deseo de un milagro... para sí mismos, para ellos dos. Y esto tiene ya su importancia, lo hemos visto. Y Dios lo escucha. Es un punto de partida, ambiguo, pero tan natural... Jesús, con su pregunta, trata de hacerles progresar hacia una fe más pura: ellos pensaban en "sí mismos"... Jesús les orienta hacia su propia persona, hacia El. "¿Creéis que yo puedo hacer esto?” Jesús les pregunta si tienen Fe. Don de Dios; el milagro que se dispone a hacer no es una cosa automática ni mágica. Los sacramentos no son actos mágicos: los sacramentos requieren Fe. Lo que me llama la atención Señor, es el respeto que tienes a la libertad del hombre: Suscitas en ellos la espera, el deseo, la fe... No quieres forzar... hace falta una cierta correspondencia, en el hombre, para que Tú le colmes.
Jesús parece haber querido poner a prueba su plegaria: de momento no les contesta. A menudo, Señor, nos da la impresión de que Tú no nos oyes. Imagino la escena que se prolonga: los dos ciegos que se apegan a El, que continúan siguiendo a Jesús por la calle, que continúan gritando, rogando... hasta la casa, y entran con El.
La clave para aumentar la fe, en el sufrimiento, es la que nos indica san Agustín sobre oración y esperanza. El corazón del hombre desea Dios, pero es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado: «Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]». Dios quiere darnos todo, pero el “recipiente” no está preparado todavía: «Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?» El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados.” Así logramos esta fe, necesaria para obtener lo que deseamos, aun de un modo mejor que el que deseamos, y es el que Dios quiere; pero el camino es ensanchar nuestro corazón, para poder albergar ese don, esa luz para poder ver.
-“Entonces les tocó los ojos diciendo: Según vuestra fe, así os sea hecho”. Sí, Tú no has obligado. Has esperado y has suscitado su Fe. "Así se haga, según vuestra Fe." Señor, aumenta en nosotros la Fe.
-“Se les abrieron los ojos, mas Jesús les conminó diciendo: Mirad que nadie lo sepa”. Ellos, sin embargo, al salir de allí, lo publicaron por toda la comarca. Ese secreto que Jesús les pide pone de manifiesto que no desea levantar un entusiasmo superficial. No es lo sensacional ni lo prodigioso lo que cuenta (Noel Quesson).
Es la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas». Dios nos quiere liberar de las injusticias que existen ahora, como en tiempos del profeta. De las opresiones. De los miedos. Cuántas personas están ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad, la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no todos sepan que su deseo de curación coincide con la voluntad de Dios que les quiere salvar. Tanta gente sencilla que han sido engañados porque no conocían sus derechos, pisoteados… les han engañado para firmar documentos y luego los bancos se les han llevado todo… se han casado con personas que luego han mostrado su violencia y las han sometido…
Pero nos podemos hacer a nosotros mismos la pregunta: ¿en verdad queremos ser salvados?, ¿nos damos cuenta de que necesitamos ser salvados?, ¿seguimos a ese Jesús como los ciegos suplicándole que nos ayude?, ¿de qué ceguera nos tiene que salvar? Hay cegueras causadas por el odio, por el interés materialista de la vida, por la distracción, por la pasión, el egoísmo, el orgullo o la cortedad de miras. ¿No necesitamos de veras que Cristo toque nuestros ojos y nos ayude a ver y a distinguir lo que son valores y lo que son contravalores en nuestro mundo de hoy?, ¿o preferimos seguir ciegos, permanecer en la oscuridad o en la penumbra, y caminar por la vida desorientados, sin profundizar en su sentido, manipulados por la última ideología de moda?
El Adviento nos invita a abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros. Vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven, Señor Jesús» (J. Aldazábal).
Los milagros son un medio para mostrar tu divinidad, Señor: Nadie tiene poder sobre la naturaleza sino Aquel que la hizo. Nadie puede obrar un milagro sino Dios. Si surgen milagros tenemos una prueba de que Dios está presente (card. Newman). Nos dices: según vuestra fe así os suceda. Ten piedad de nosotros, Hijo de David. La fe es capaz de arrancarte cualquier favor. Yo también necesito que me ayudes. Ten piedad de mí, Jesús, que tantas veces no estoy a la altura de lo que me pides. Mi egoísmo, mis caprichos, mis gustos, mis planes, me ciegan y no acabo de ver tu voluntad. Ten piedad y ábreme los ojos del espíritu para que te vea, para que te desee, para que quiera hacer lo que me pides.

2. "Mirad este país que Yahvé dio a vuestros padres..." La injusticia y la opresión reinan en todas partes; la administración está corrompida, y los pobres no disponen de recurso alguno contra la arbitrariedad. Hay "tiranos" llenos de iniquidad, pero el Señor intervendrá, y los sordos oirán; entonces los pobres exultarán en el Señor.
-“El ojo del profeta vislumbre como cercana la salvación total”. Será un vuelco total que sufrirá la creación entera y nuestro propio corazón cuando triunfe el Mesías, cuando llegue su Reino y todo sea transformado y el mundo redimido, no podrá existir el mal en ningún sentido. Tanto el mal cósmico como el humano habrán desaparecido. Todos escucharán y todos verán porque todos vivirán pendientes de la palabra de Yavhé, de su voluntad salvífica.
-“Dentro de poco tiempo, muy poco, y el Líbano se convertirá en vergel”. Será la gran renovación de los corazones humanos. Promesa de felicidad total. Sentido de la creación que participa a los decaimientos y a los enderezamientos del hombre.
-“Aquel día, los sordos oirán las palabras del libro y saliendo de la oscuridad y las tinieblas los ojos de los ciegos verán”. Lo vemos realidad en ti, Jesús, en el Evangelio de hoy.
-“Los humildes volverán a alegrarse en el Señor y los pobres se regocijarán en Dios, el santo de Israel”. Señor, ayuda a todos los que sufren esperando "aquel día" que nos has prometido. ¡Que venga aquel día! Mensaje de esperanza para los humildes y los pobres. Estas son, por adelantado, las palabras mismas del Magnificat. Como madre lo enseñó a Jesús. Un pueblo entero, alimentándose de esa Palabra, esperaba la era mesiánica. María debió «exultar» cuando vio a su hijo «abrir los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos». El Mesías ha venido. La era mesiánica ha comenzado y ¡ha llegado el tiempo anunciado por los profetas! Y, no obstante, son todavía muchos los pobres que sufren y gimen, y ¡que están muy lejos de exultar! Los pobres y oprimidos están contentos porque quedarán defendidos y en paz (Noel Quesson).
-“Porque habrá llegado el fin de los tiranos... Los que se burlan de Dios, desaparecerán... Y serán exterminados todos los que desean el mal”... Me interrogo sobre mi plegaria al servicio de los demás. No cerremos nuestros ojos ante las inmoralidades, ante los engaños, ante las injusticias, ante la corrupción que reina en muchos ambientes. Hemos de implicarnos en este mundo nuestro, para quitar aquella carga de maldad que oprime a tantos.

3. “El Señor es mí luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?” San Pablo insiste: si Dios está con nosotros, ¿quién estará en contra nuestra? Confiemos en el Señor. “Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo”.
Dejemos que Él guíe nuestros pasos por el camino del bien, hasta que algún día podamos contemplar el Rostro del Señor y disfrutemos de Él eternamente: “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Jueves de la semana 1 de Adviento

Jesús es nuestra roca, donde estamos seguros, y sobre él hemos de edificar nuestra vida entera.
No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos.Por tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: Cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca.Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena: Cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, y cayó y fue tremenda su ruina” (Mt 7,21.24-27).

1. –“No todo aquel que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos. Sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial”. Señor, que hoy me repita estas palabras. Sé que tengo necesidad de orar y me lo dices, pero también siento que no basta rezar... hay que vivir ese amor con obras. Quiero descubrir y vivir la "voluntad del Padre"... "hacer esta voluntad". ¿Qué esperas de mí, Señor, en el día de hoy?
La voluntad de Dios es la brújula que nos indica el camino que nos lleva a Él, y es al mismo tiempo, el sendero de nuestra propia felicidad. El  cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios es a la vez, la cima de toda santidad. El Señor nos la muestra a través de los Mandamientos, de las indicaciones de la Iglesia, y de las obligaciones que conlleva nuestra vocación y estado. La voluntad de Dios se nos manifiesta también a través de aquellas personas a quienes debemos obediencia, y a través de los consejos recibidos en  la dirección espiritual: “Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia” (San Juan Crisóstomo).
La voluntad de Dios también se manifiesta en aceptar aquellas contrariedades que Él permite (no las quiere, pero no hace un milagro para evitarlas y por eso decimos que es su “voluntad permisiva”): la enfermedad, la muerte de un ser querido, el dolor de los que más queremos. “Dios sabe más”… sabrá como sacar un bien de ahí… El Señor nos consolará de todos nuestros pesares y quedarán santificados. Todo contribuye al bien de los que aman a Dios (Rom 8,28).
Decía santa Teresa de Jesús que Dios “da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno y el amor que tiene a Su Majestad. A quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por El; al que amare poco, poco. Tengo yo para mí, que la medida del poder llevar gran cruz o pequeña, es la del amor. Así que, hermanas, si le tenéis, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere... Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella, nunca deja beber de ella”, de la fuente del agua viva.
-“Cualquiera que escucha estas mis instrucciones, y las practica…” -Escuchar... -Poner en práctica… Señor, ayúdame a fin de que te escuche verdaderamente. Concédeme que esté atento a tu voz. Señor, ayúdame; que mi obrar sea verdadero, que mis actos sean conformes a lo que Tú quieres.
-“Será semejante a un hombre cuerdo que fundó su casa sobre piedra”. Mis días podrían estar más llenos si tuviera más presencia tuya, Señor, si edifico cuanto hago sobre tu Palabra, sobre tu querer, sobre ti, Señor, la roca firme. Nuestra vida sólo puede ser edificada sobre Cristo mismo, nuestra única esperanza y fundamento.
-“Pero, cualquiera que oye estas mis instrucciones y no las pone en práctica...” Oímos: "soy creyente... pero no soy practicante..." Es verdad que hay muchas maneras de "practicar": la caridad, la justicia, la plegaria, la bondad... practicar la fe... Fe y vida. Hay que aplicar la caridad, si decimos amar. Lo contrario ¡es ser como una "casa edificada sobre la arena"! (Noel Quesson), y por tanto se expone a un derrumbamiento lastimoso, el que se contenta con oír la Palabra o con clamar en sus oraciones ¡Señor, Señor!
Confiar en mis fuerzas es como si una amistad se basa en el interés, o un matrimonio se apoya sólo en un amor romántico, o una espiritualidad se deja dirigir por la moda o el gusto personal, o una vocación sacerdotal o religiosa no se fundamenta en valores de fe profunda. Eso sería construir sobre arena. La casa puede que parezca de momento hermosa y bien construida, pero es puro cartón, que al menor viento se hunde. Isaías y Jesús nos dicen que no busquemos seguridades humanas, ni mesianismos fugaces que fallan, ni horóscopos o religiones orientales o sectas que se cruzan en su camino.
Tenemos un modelo admirable, sobre todo estos días de Adviento, en María, la Madre de Jesús. Ella fue una mujer de fe, totalmente disponible ante Dios, que edificó su vida sobre la roca de la Palabra. Su lema puede ser nuestro: «hágase en mí según tu Palabra». Es nuestra maestra en la obediencia a la Palabra (J. Aldazábal).

2. -“Aquel día se entonará este cantar en el país de Judá: «¡Ciudad fuerte tenemos!»”. Tener una ciudad fuerte, asentada sobre roca, inexpugnable para el enemigo, era una de las condiciones más importantes en la antigüedad para sentirse seguros. El pueblo puede confiar en el Señor, nuestro Dios: Él es nuestra muralla y torreón, la roca y la fortaleza de nuestra ciudad. Y a la vez, con él podemos conquistar las ciudades enemigas, por inexpugnables que crean ser -¿Babel, Nínive?-, porque la fuerza de Dios no tiene límites.
Anuncia «la comunidad espiritual», la Iglesia, Ciudad fuerte. Con ello responde a la necesidad profunda de seguridad que habita en todos los hombres. ¿Es la Iglesia mi seguridad? ¿De qué modo me apoyo en ella? o bien... ¿me apoyo en mis propias fuerzas, en mis propios juicios? ¿En qué tengo puesta mi confianza? ¿En el dinero, en el poder, en la seguridad...? No lo permitas, Señor: sé tú mi Ciudad, mi roca y mi salvación.
"Abrid las puertas para que entre un pueblo justo". Tengo que abrir cada vez más de par en par las puertas de mi corazón, para vivir la justicia y fidelidad.
"El que escuche estas palabras mías": eres la roca verdadera, Señor. La piedra que Jesús dirá en el evangelio. Babilonia y Jerusalén son símbolo de la lucha entre el mal y el bien (Ap 18,21).
-“Para protegernos, el Señor le ha puesto murallas y antemuro...” Aquellos días iban cayendo en manos de los enemigos tal o cual ciudad, en el reino del Norte, distante unos cincuenta kilómetros. Es la fragilidad patente… Y te pido, Señor, que seas mi muralla, la muralla de los míos y de todos los hombres. ¡Protégenos del mal!
-“¡Abrid las puertas! Y entrará la nación justa, la que guarda fidelidad”. Abrir la mentalidad, pues son la "justicia" y la «fidelidad» lo que cuenta ahí, y no el hecho de pertenecer a una raza o a un país. La puerta está abierta a todos los pueblos, a todos los hombres justos y fieles. En el evangelio resuena esta apertura. ¿Y yo? Tú construyes "la paz" sólidamente, Señor. Construir la paz, con Dios... es un gran reto para el mundo de hoy, dividido por guerras y egoísmos. Te pedimos, Señor, más solidaridad entre las naciones, y para eso, entre cada uno de nosotros. Construir la paz con los que viven conmigo.
-“Poned vuestra confianza en el Señor, porque en El tenemos una Roca para siempre”. Jerusalén, por ejemplo, era considerada inexpugnable porque estaba admirablemente situada sobre un espolón rocoso, lugar muy estratégico para la defensa. Los profetas desarrollan el tema: Dios-roca. Pues la verdadera seguridad no procede de sus medios humanos de defensa, sino del apoyo divino: ¡Dios es la roca verdadera! Imagen de la solidez de la piedra, que Jesús repetirá en el evangelio. "Edificar su casa sobre roca"... "Tú eres Pedro, tú eres Roca, y sobre esta piedra, sobre esta Roca, edificaré mi Iglesia" (Noel Quesson).
-“El derroca a los que viven en las alturas y humilla la ciudadela inaccesible”. "¡Tenemos una ciudad fortificada! ¿Quién podrá derrocarnos?... ¡Somos dueños de la mitad del mundo! ¿Quién podrá igualarnos?" Letanía del orgullo humano, y una pequeña crisis hace tambalear todo… nuestras ciudades están cimentadas sobre arena. ¿Acaso no se escribe la historia sobre la base de las civilizaciones destruidas? Una visión de fe nos señala que "no tenemos aquí ciudad permanente... Nuestra morada está destinada a permanecer eternamente"...

3. Sólo acertaremos en la vida si ponemos de veras nuestra confianza en él: «mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres» (salmo). Un pueblo que confía en el Señor, que sigue sus mandatos y observa la lealtad, es feliz, «su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti». Él nos llevará a la Jerusalén celestial, la ciudad de la fiesta perpetua: «Tú, Señor, estás cerca y todos tus mandatos son estables. Hace tiempo comprendí tus preceptos, porque Tú existes desde siempre».
En la oración colecta , pedimos al Señor que despierte nuestros corazones y que los mueva a preparar los caminos de su Hijo; que su amor y su perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados. Ansiamos la venida del Señor, pero nos vemos faltos de fuerza y de mérito. Solo en el Señor tenemos puesta nuestra confianza. Y en la oración de Comunión: Para ello llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios (Tit 2,12-13).

Llucià Pou Sabaté
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martes, 3 de diciembre de 2013

Miércoles de la semana 1 de Adviento

Jesús sigue curando a muchos, y multiplica los panes… lo que le ofrecemos, nos lo multiplica con su generosidad

«Después que Jesús partió de allí, vino junto al mar de Galilea, subió a la montaña y se sentó. Acudió a él una gran multitud llevando consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y otros muchos enfermos, y los pusieron a sus pies y los curó; de tal modo que se maravillaba la multitud viendo hablar a los mudos y quedar sanos los lisiados, andar a los cojos y ver a los ciegos, por lo que glorificaban al Dios de Israel.Jesús llamó a sus discípulos y dijo: Siento profunda compasión por la muchedumbre, porque hace ya tres días que permanecen junto a mi y no tienen qué comer; no quiero despedirlos en ayunas no sea que desfallezcan en el camino. Pero le decían los discípulos: ¿De dónde vamos a sacar; estando en el desierto, tantos panes para alimentar a tan gran multitud? Jesús les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos le respondieron: Siete y unos pocos pececillos. Entonces ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomó los siete panes y los peces y, después de dar gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos y quedaron satisfechos. De los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas” (Mateo 15,29-37).

1. –“Muchas gentes fueron a Jesús llevando consigo cojos, ciegos, baldados, mudos y otros muchos enfermos”. He ahí la pobre humanidad que corre tras de Ti, Señor. Jesús, tu atención va en primer lugar hacia éstos: los que sufren, por los pobres, por los enfermos. En este tiempo de Adviento, propio para reflexionar sobre la espera de Dios que se encuentra en el corazón de los hombres, es muy provechoso contemplar esta escena: "Jesús rodeado... Jesús acaparado... Jesús buscado”... por los baldados, los achacosos.
-“Y los pusieron a sus pies y El los curó”. Es el signo de la venida del Mesías: el mal retrocede, la desgracia es vencida. ¿Es éste también el signo que yo mismo doy siempre que puedo? ¿Procuro también que el mal retroceda? Y mi simpatía, ¿va siempre hacia los desheredados? Mi plegaria y mi acción ¿caminan en este sentido?
-“Entonces la multitud estaba asombrada... y glorificaron a Dios”. La venida del Señor es una fiesta para los que sufren. Cuando Dios pasa deja una estela de alegría. ¿Me sucede lo mismo cuando trato de revelar a Dios? Sé muy bien, Señor, que las miserias materiales no suelen ser aliviadas hoy; quedan muchos baldados, ciegos, achacosos...
Es una de las graves cuestiones de nuestra fe. Quiero creer, sin embargo, que Tu proyecto es suprimir todo mal. Quiero participar en él... con la esperanza de que por fin el mal desaparecerá. Y aun cuando desgraciadamente, las miserias físicas no puedan ser siempre suprimidas, creo que es posible a veces transfigurarlas un poco.
Señor, da ese valor y esa transfiguración a todos los angustiados. Jesús, te veo hacer milagros. Nos traes el Reino de Dios, con tus curaciones (físicas y espirituales, van unidas muchas veces) y quieres traernos el reino de los cielos, anticipo del cielo. Además de las profecías, hiciste numerosos milagros:
a. Milagros sobre los espíritus: tanto los ángeles como los demonios se sometían públicamente a Cristo, como algunos endemoniados
b. Milagros cósmicos, sobre la naturaleza: conversión del agua en vino, pescas milagrosas, apaciguamiento de la tempestad, multiplicación de los panes, caminar sobre las aguas, pez con moneda en el interior, la higuera maldita que inmediatamente se seca… tiene pleno poder sobre toda la creación. También veremos la estrella que guía a los Magos hasta Belén, las tinieblas que rodearon el Calvario durante la crucifixión, el terremoto que acompaña la Resurrección de Cristo.
c. Milagros sobre personas. Muchos son de orden moral, como perdonar los pecados, y otros son físicos, como resurrecciones, curaciones y milagros “de majestad” (se someten a su autoridad los mercaderes del templo, o cuando quieren despeñarlo en Nazaret, o la transfiguración o la caída de los enemigos en Getsemaní).
Sólo Dios puede hacer milagros, y tú, Jesús, los hacías con tu propio poder, salía de ti un poder que sanaba a todos (Lc 6,19). Con esto se muestra, dice San Cirilo, que “no obrara con poder prestado”. El dedo de Dios está aquí (Ex 8,14).
Señor, te vuelcas con nosotros: “Siento profunda compasión por la muchedumbre”. Contemplo este sentimiento tan humano en tu corazón de hombre y en tu corazón de Dios. Hoy todavía Jesús nos repite que se apiada y sufre con los que sufren.
-"No tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino... ¿Cuántos panes tenéis?...” El Señor nos invita a prestar atención al grave problema del hambre. Los que hoy tienen hambre. Todas las hambres: el hambre material, el hambre espiritual. Por eso quieres, sobre lo que tenemos, hacer tu obra. Y les preguntas a todos aquellos, ambientos: “¿Cuántos panes tenéis?
-“Siete panes y algunos pececillos...” Es de este "poco" que va a salir todo. Siete panes no es mucho para una muchedumbre. Es en el reparto fraterno que se encuentra la solución del hambre y en el amor siempre atento a los demás. Jesús multiplica. Pero ello ha tenido un primer punto de partida humano, modesto y pequeño. A pesar de ver cuán insuficientes son mis pobres esfuerzos, ¿no debo, sin embargo, hacer ese esfuerzo? Señor, he aquí mis siete panes, ¡multiplícalos! (Noel Quesson).
Jesús, si con mis siete panes -mis pocas virtudes, mi torpe inteligencia, mi débil voluntad- Tú quieres ayudar a los demás, tómalos. Es lo que tengo: tuyos son.
 “¿Qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la Iglesia? Ciertamente, la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquel un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente y merecerás recibir de Cristo, ya que Él ha dicho: «Dad y se os dará». No comprendo cómo te atreves a esperar recibir si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades" (San Cesareo de Arles).
La vida es como un eco, se me vuelve (aumentado) aquello que doy… Puedo ir a visitar a un pariente enfermo, o a alguna persona que está sola. Ayúdame Jesús a tener un corazón grande como el tuyo, capaz de compadecerme de las necesidades materiales o morales de los demás.

2. Isaías nos dice que el Señor, Dios del universo, preparará, sobre su montaña, un banquete de manjares muy condimentados y de vinos embriagadores, un banquete de platos suculentos y de vinos depurados... En aquellos pueblos orientales el banquete forma parte del ritual de entronización de los reyes. La fastuosidad de ellos eran el signo del poder de un rey, y el modo de celebrar una victoria. También nosotros festejamos nuestras alegrías en familia con una comida más exquisita. Para anunciar los tiempos mesiánicos, Dios anuncia que será el anfitrión de su propia mesa. Jesús hizo de la comida el signo de su gracia.
¿Me doy cuenta de que en la eucaristía Dios me recibe en su propia mesa? ¿Es una comida gozosa, una fiesta? ¿Tengo algo a conmemorar o a celebrar cuando voy a misa? ¿Valoro la acción de gracias?
-“Para todos los pueblos... sobre toda la faz de la tierra...” Ese universalismo, es sorprendente para aquella época. Un Mesías no reservado exclusivamente al pueblo de Israel, que salva a toda la humanidad.
-“Apartará de los rostros el velo que cubría todos los pueblos y el sudario que envolvía las naciones”. Destruirá la muerte para siempre. Dios celebra una victoria al invitarnos a ese festín de victoria sobre la «muerte». La muerte, la gran obsesión de la humanidad, el gran fracaso, el gran absurdo, es el enemigo, símbolo de la fragilidad y del sufrimiento. Es también la gran objeción que hacen los hombres a Dios: si Dios existe, ¿por qué hay ese mal? Debemos escuchar la pregunta y también la respuesta de Dios. Hay que darle tiempo, saber esperar su respuesta: «El Señor quitará el sudario que envolvía los pueblos». ¡Tal es su promesa, su palabra de honor! «El Señor destruirá la muerte para siempre.» Tal es la buena nueva de Jesucristo. Comenzada en Jesucristo y celebrada en cada misa. Cada eucaristía, ¿es para mí una comida de victoria sobre la muerte? Proclamamos tu muerte, Señor, celebramos tu resurrección.
-“El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros”. ¡Lo ha prometido! Dios... enjugará... las lágrimas... de los rostros de todos los hombres! ¡Señor, cuán reconfortante será ese día! Lo espero en la Fe y, en la espera de ese día procuraré consolar algunas lágrimas del rostro de mis hermanos.
-“Se dirá aquel día: ¡Ahí tenéis a nuestro Dios, en El esperábamos y nos ha salvado... exultemos, alegrémonos, porque nos ha salvado!” La muerte no es el final del hombre, no es su fin. El fin es la exultación, la alegría, la salvación. Esto es lo que Dios quiere, lo que Dios nos ha preparado (Noel Quesson).

3. El salmo prolonga la perspectiva con la imagen del Pastor divino que nos hace participar de su mesa: nos lleva a pastos verdes, repara nuestras fuerzas, nos conduce a beber en fuentes tranquilas, nos ofrece su protección contra los peligros del camino. "Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida». Nos ha ungido con su Espíritu Santo y por la Eucaristía nos da su comida de Vida para ir con él a su Casa por años sin término.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Martes de la semana 1 de Adviento

Isaías anuncia que vendrá Jesús a traernos la paz: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis…”

En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: - «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.» Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: -«¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron»” (Lucas 10,21-24).

1. -“Jesús manifestó un extraordinario gozo al impulso del Espíritu Santo y dijo:... Esto sucedió en presencia de sus discípulos que regresaban de una misión apostólica y querían hablarle sobre el trabajo que habían hecho”. Trato de imaginarte, Jesús, "en un gozo exultante", dichoso, radiante. Todo ello aparece en tu rostro, en tus gestos, en el tono de tu voz. Proviene del interior, es profundo... procede del Espíritu Santo que habita en ti. Ese Espíritu que nos ha sido dado también a nosotros, que tú nos ha dado.
Jesús, me gusta verte exultar dando gracias al Padre por los sencillos y los humildes que confían plenamente en Dios. Ayúdame a ser de los tuyos, y no de los sabios y prudentes que no aceptan tu palabra porque se consideran autosuficientes. Esta predilección del Padre por los pobres y los pequeños es una constante en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Que no sea yo de los que creen saberlo todo, tenerlo todo y disponer de todo. En ti, Señor, se cumplieron nuestras esperanzas. No me gusta alguna película que han hecho sobre ti, donde se te ve demasiado serio. Me gusta verte con buen humor como este Evangelio, lleno de esta alegría y de esta sabiduría del Espíritu. El canto del Magníficat, muestra esta predilección divina por tu madre María, a quien ha mirado Dios con predilección porque es humilde y la sierva del Señor, del mismo modo que llenará de sus bienes a los pobres, y a los ricos los despedirá vacíos.
La alegría profunda de la Navidad la vivirán los humildes, los que saben apreciar el amor que Dios nos tiene, manifestado en los pequeños, los que salen en el Portal de Belén: pastores, una familia pobre, el buey y la mula que ha pintado la tradición… En este Adviento quisiera vivir esta alegría, Señor, aunque ya sé que al mismo tiempo que la traes con tu venida, se puede decir que «todavía no» está del todo. Por eso, en cada Eucaristía te tenemos, y también lanzamos una mirada hacia el futuro: «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». El «ven, Señor Jesús» lo cantamos muchas veces después del relato de la institución eucarística. Como dijo Pablo, «cada vez que comáis y bebáis, proclamáis la muerte del Señor hasta que venga». La esperanza nos hace mirar lejos. No sólo a la Navidad cercana, sino a la venida gloriosa y definitiva del Señor, cuando su Reino haya madurado en todo su programa (J. Aldazábal).
-“Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra”. En la traducción no se ven otros matices, pues dices también: "yo te bendigo, Padre”... Ha sutilizado una formula de "bendición" familiar a los judíos. A lo largo de la jornada se invitaba a los judíos piadosos a dar gracias a Dios por todo diciéndole: "Bendito eres Tú por... Bendito Tú eres por..." Tú rezabas a menudo esta plegaria. Hablas a su Padre. Le das gracias. Es el sentimiento dominante de tu alma. Danos, Señor, el sentido de la acción de gracias, de la alegría de decir "gracias Señor por... y gracias de nuevo por..." “Yo te bendigo, Señor”. He visto gente muy buena, que ante lo bueno decía “gracias a Dios”, y ante lo que claramente se ve como malo, también rezan: “bendito sea Dios”.
-“Lo que has encubierto a los sabios y prudentes, lo has revelado a los pequeñuelos”. Dios trabaja en el corazón de cada hombre, incluso en el de los paganos. He de aprender a contemplar este trabajo de Dios: a descubrir lo que está haciendo, actualmente, en los que me rodean, y en mí... para corresponder, para facilitarle, para cooperar. Cada vez que una persona se supera, hace el bien, sigue la llamada de su conciencia... debemos pensar que Dios está allí. Ayudar a esta persona a dar "este paso" adelante es trabajar con Dios, acompañarle.
-“Los sabios, los prudentes... los pequeñuelos”... Ahí hay una clara oposición. Jesús, te pones de parte de los pequeños, de los pobres, de los ignorantes... frente al desprecio de los doctores de la ley. Conocer a Dios no es primordialmente una operación intelectual, reservada a una elite: los "pequeños" pueden descubrir cosas sobre Dios que los sabios no alcanzan a comprender.
-“Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiere revelarlo”. Es la vida de relación divina, de amor y de conocimiento recíproco.
-“Todo me ha sido confiado por mi Padre...” Esto evoca la transparencia de dos personas que no se ocultan nada la una a la otra: es el "modelo" de todas nuestras relaciones humanas, y de nuestras relaciones con Dios. ¿Qué llamada hay aquí, para mí, para mis equipos de trabajo o de apostolado? (Noel Quesson).
A veces parece que ser cristiano sea apartarse del mundo, y “en la conciencia común, los monasterios aparecían como lugares para huir del mundo («contemptus mundi») y eludir así la responsabilidad con respecto al mundo buscando la salvación privada” (Benedicto XVI). Pero no son eso, pues la solución no puede ser despreciar ese mundo, el jardín que Dios nos ha regalado, es de mala educación rechazar un regalo de amor. Y mucho menos podemos dejar de prestar atención a nuestros hermanos los hombres, a la Iglesia, que es Cuerpo de Cristo. Por eso sigue diciendo el Papa: “Bernardo de Claraval, que con su Orden reformada llevó una multitud de jóvenes a los monasterios, tenía una visión muy diferente sobre esto. Para él, los monjes tienen una tarea con respecto a toda la Iglesia y, por consiguiente, también respecto al mundo”. Jesús nos muestra la alegría que surge de la vida: “se regocijó Jesús en el Espíritu Santo y dijo: ‘yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra”, y después de este éxtasis ante la creación nos indica el modo de vivir esa alegría: “porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeñitos”: nos muestra una sabiduría que va más allá de la materia, y en Cristo entendemos toda la creación: “bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis”…
Tenemos, ante tantos que “quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron”, una responsabilidad para con la Iglesia, con la humanidad, con toda la creación; como explica el Pseudo-Rufino: «El género humano subsiste gracias a unos pocos; si ellos desaparecieran, el mundo perecería». Y sigue el Papa: “Los contemplativos –contemplantes– han de convertirse en trabajadores agrícolas –laborantes–”, en este campo que es el mundo y que espera brazos para la siembra y para el crecimiento de la cosecha y su recolección. La nobleza del trabajo no reside en restablecer el Paraíso aquí en la tierra, “pero sostiene que, como lugar de labranza práctica y espiritual, debe preparar el nuevo Paraíso. Una parcela de bosque silvestre se hace fértil precisamente cuando se talan los árboles de la soberbia, se extirpa lo que crece en el alma de modo silvestre y así se prepara el terreno en el que puede crecer pan para el cuerpo y para el alma”. Es el apostolado, ayudar a muchos a que vean, y ese es el gran bien que podemos hacer a las almas en nuestro tiempo: “¿Acaso no hemos tenido la oportunidad de comprobar de nuevo, precisamente en el momento de la historia actual, que allí donde las almas se hacen salvajes no se puede lograr ninguna estructuración positiva del mundo?”. Así, los cristianos son “luz del mundo”, para que muchos vean.
Para el niño pequeño, sus padres lo son todo: todo lo saben, todo lo pueden, todo lo arreglan. Si hay algún problema, no hay más que decírselo a papá o a mamá. Si se desea alguna cosa, hay que pedírsela a papá o a mamá. Y cómo piden los niños: una y otra vez, sin cansarse, sin analizar las dificultades que supone conseguir lo que quieren. Veo que tienen dos características muy propias de la infancia: fe inconmovible en sus padres, y perseverancia en la petición. Hacerse niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia, reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños.
Jesús, me pides que me haga pequeño en mi vida espiritual. Y ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños. Ayúdame a tener esa fe rendida en Ti: que te pida todo lo que me preocupa, todo lo que me gustaría que ocurriera, pero sabiendo que Tú sabes más. Si no me concedes algo es porque no me conviene, aunque a mí me parezca algo necesario. Tú eres mi Padre, me quieres y me cuidas. En Ti me abandono, en Ti pongo mi esperanza (San Josemaría Escrivá de Balaguer; Pablo Cardona).

2. Isaias, el profeta de la esperanza, anuncia que, a pesar de que el pueblo de Israel parece un tronco seco y sin futuro (en tiempos del rey Acaz), Dios le va a infundir vida y de él va a brotar un retoño que traerá a todos la salvación. Jesé era el padre del rey David. Por tanto el «tronco de Jesé» hace referencia a la familia y descendencia de David, que será la que va a alegrarse de este nuevo brote, empezando por las esperanzas puestas en el rey Ezequías. La «raíz de Jesé» se erguirá como enseña y bandera para todos los pueblos. Esta página del profeta fue siempre interpretada, por los mismos judíos -y mucho más por nosotros, que la escuchamos dos mil años después de la venida de Cristo Jesús- como un anuncio de los planes salvadores de Dios para los tiempos mesiánicos. El cuadro no puede ser más optimista. El Espíritu de Dios reposará sobre el Mesías y 1e llenará de sus dones. Por eso será siempre justo su juicio, y trabajará en favor de la justicia, y doblegará a los violentos. En su tiempo reinará la paz. Las comparaciones, tomadas del mundo de los animales, son poéticas y expresivas. Los que parecen más irreconciliables, estarán en paz: el lobo y el cordero. Son motivos muy válidos para mirar al futuro con ánimos y con esperanza.
En un mundo convulsionado como el nuestro, la gran esperanza está en la salvación y la paz que Jesús viene a traernos, garantizada por la justicia con los pobres y por la experiencia de Dios.

3. El Salmo 71 expresa hoy en la liturgia que el Rey que esperamos hará justicia a los pobres y librará al que no tiene protector: «Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. Regirá a su pueblo con justicia y a los humildes con rectitud. En sus días florecerá la justicia y la paz, dominará de mar a mar; del gran río al confín de la tierra… Librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector, se apiadará del pobre y del indigente y salvará la vida de los pobres». En esta línea hoy pedimos: «Perdona los pecados de tu pueblo y danos la salvación».

Llucià Pou Sabaté

domingo, 1 de diciembre de 2013

Lunes de la semana 1 de Adviento

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
El Señor llama a nuestra puerta. El milagro del centurión proclama la universalidad de la salvación: "Vendrán muchos de oriente y occidente al reino de los cielos".
“En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: "Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho." Jesús le contestó: "Voy yo a curarlo." Pero el centurión le replicó: "Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace." Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: "Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mateo 8,5-11).
1. Jesús, has venido a colmar y purificar espera de tantas personas deseosas de la salvación, de la felicidad, del Reino. Muchos, conscientes, y otros ni saber siquiera que existes, ignorando lo que tú puedes darles. Te vemos hoy en Cafarnaum, cuando un centurión del ejército romano salió a tu encuentro y le suplicó... Los romanos –ejército de ocupación- eran mal vistos en Palestina. Eran paganos y opresores. Se les volvía la cara a su paso. Va hacia ti, Señor, y le atiendes, como a todos: -"Señor, mi criado está postrado en mi casa, paralítico, y padece muchísimo". Sabe amar a su sirviente, o hijo.
Esta es la salvación que proclama el Evangelio, con la fe del Centurión que ruega por su siervo enfermo. “Y le dijo Jesús: ‘yo iré y lo sanaré’. Y respondiendo el centurión, dijo: ‘Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero mándalo con tu palabra y será sano mi siervo’…” Jesús se emociona con esas palabras: “se maravilló y dijo a los que le seguían: ‘verdaderamente os digo que no he hallado fe tan grande en Israel’”… Cuando en cada Misa recordemos esas palabras antes de comulgar, podemos renovar nuestra fe, y pedir al Señor la curación de nuestra alma, que venga y nos transforme. En ese pasaje, además, podemos responder a la pregunta que el Papa hace en su Encíclica: “¿Es individualista la esperanza cristiana?” Muchos piensan en “salvarse”, como recuerda H. de Lubac: «¿He encontrado la alegría? No... He encontrado mi alegría. Y esto es algo terriblemente diverso... La alegría de Jesús puede ser personal. Puede pertenecer a una sola persona, y ésta se salva. Está en paz..., ahora y por siempre, pero ella sola. Esta soledad de la alegría no la perturba. Al contrario: ¡Ella es precisamente la elegida! En su bienaventuranza atraviesa felizmente las batallas con una rosa en la mano». Pero esto no es así, sigue diciendo de Lubac, siguiendo la teología de los Padres: “la salvación ha sido considerada siempre como una realidad comunitaria”, como vemos en el Centurión, que se ocupa de su siervo, como vemos en la lectura de Isaias que habla de una «ciudad» (Sión, Jerusalén) “y, por tanto, de una salvación comunitaria”. El pecado aparece “como la destrucción de la unidad del género humano, como ruptura y división. Babel, el lugar de la confusión de las lenguas y de la separación, se muestra como expresión de lo que es el pecado en su raíz”. Hoy también aparecen esas nuevas Babeles, multitudes incomunicadas, una agresividad en el ambiente… Entonces, ¿es algo a la ver personal y comunitario, y en qué consiste?
Vamos a repetir esta oración tan bonita: -“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero mándalo con tu palabra y quedará curado mi criado”... En la oración colecta pedimos: “Concédenos, Señor, Dios nuestro, anhelar de tal manera la llegada de tu Hijo Jesucristo, que cuando llame a nuestras puertas, nos encuentre velando en oración y cantando sus alabanzas”…
Jesús se complace de esta fe: -“Ni aun en Israel he hallado fe tan grande... Yo os declaro que vendrán muchos gentiles del oriente y del occidente y estarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos”. Jesús, has pensado en todos los que "vendrán", en todos los que están aún a la espera. Para ti no hay privilegio de raza ni de cultura. Todos los hombres, de todas partes, están invitados y están en marcha. ¿Tengo un corazón "universal" como Jesús? ¿Un corazón "misionero"? (Noel Quesson).
Hoy también, muchas personas, aunque nos parezcan alejadas, muestran como el centurión buenos sentimientos. Tienen buen corazón. ¿Sucederá también este año que esas personas tal vez respondan mejor a la salvación de Jesús que nosotros?, ¿estarán más dispuestas a pedirle la salvación, porque sienten su necesidad, mientras que nosotros no la sentimos con la misma urgencia?, ¿tendrá que decir otra vez Jesús que ha encontrado más fe en esas personas de peor fama pero mejores sentimientos que entre los cristianos «buenos»? ¿Vendrán de Oriente y Occidente -o sea, de ámbitos que nosotros no esperaríamos, porque estamos un poco encerrados en nuestros círculos oficialmente buenos- personas que celebrarán mejor la Navidad que nosotros? ¿O nos creemos ya santos, merecedores de los dones de Dios?
Si en nuestra vida decidimos bajar la espada y no atacar a nadie, estamos dando testimonio de que los tiempos mesiánicos ya han llegado. Bienaventurados los que obran la paz. Los que trabajan para que haya más justicia en este mundo y se vayan corrigiendo las graves situaciones de injusticia, son los que mejor celebrarán el Adviento. No es que Jesús vaya a hacer milagros, sino que seremos nosotros, sus seguidores, los que trabajemos por llevar a cabo su programa de justicia y de paz.
Cuando seamos hoy invitados a la comunión, podemos decir con la misma humilde confianza del centurión que no somos dignos de que Cristo Jesús venga a nuestra casa, y le pediremos que él mismo nos prepare para que su Cuerpo y su Sangre sean en verdad alimento de vida eterna para nosotros, y una Navidad anticipada (J. Aldazábal).
Hoy vemos a Jesús admirado. Quiero aprender de ti, Señor, a admirarme por las virtudes de los que me rodean, admirar las cosas buenas de los demás, disfrutar con ellas. Me admira gente sencilla sufrir en silencio dolores que no sé cómo se pueden soportar sin lamentarse. Admiro un niño que con fe rezaba a su padre que había muerto, alabando a Dios a pesar de que él no entendía por qué se había ido su padre cuando más lo necesitaba.
Yo iré y lo curaré”. Jesús, ¡ven a curar mi falta de fe!, ¡cura el corazón de tantas personas, tantas heridas! Es la oración el gran medio para abrir la puerta de mi alma a tu gracia, Señor, como hizo tu madre la Virgen María.
«Mirad al Señor que viene» (Antífona de entrada). Pedimos al Señor permanecer alertas a la venida de su Hijo, para que, cuando llegue y llame a la puerta, nos encuentre velando y cantando sus alabanzas.
2. Durante las dos primeras semanas de Adviento, la Iglesia nos propondrá la meditación de las «profecías de Isaias», uno de los grandes testigos de la espera mesiánica, s.VIII a.C. Habitaba Jerusalén, la capital del país. Ha visto derrumbarse el Reino del Norte, Samaria, bajo los golpes de los Asirios, y siente venir la misma amenaza para el Reino del Sur. Es pues en el contexto histórico de una catástrofe inminente cuando el profeta anuncia la esperanza de un Mesías que aportará la paz. Sus pasajes serán anuncios de esperanza, de salvación, de futuro más optimista para el resto de Israel, para los demás pueblos, e incluso para todo el cosmos.
 “¡El Señor está cerca!” Es el grito que la liturgia hace resonar en nuestros oídos a lo largo de estas semanas preparándonos para la venida del Señor. Pues “Adviento” es preparación para “la venida”: Jesús quiere llegarse a nuestra alma –como nació en Belén- por la gracia, el día de Navidad. Hay un famoso cuadro en la catedral de San Pablo, en Londres, que se paseó por medio mundo, muestra Jesús llamando a nuestra puerta. Cuando fue presentado por el pintor, un asistente le hizo ver que quizá se había olvidado la manecilla de la puerta, por que Jesús pudiera entrar. Pero el autor aprovechó para explicarle que esa puerta, la de nuestro corazón, no tiene picaporte por fuera, sólo se puede abrir por dentro. Por eso, mientras hacemos memoria de nuestra salvación y agradecemos la próxima venida del Hijo de Dios a la tierra, nos preparamos para abrirle la puerta de nuestro corazón, de modo que pueda entrar, aquel que así lo haga –dice la primera lectura, de Isaías- “será llamado santo, así como todo el que está escrito en la vida en Jerusalén”: esta venida está relacionada con la final, venida de Jesús al término del mundo como Juez supremo de vivos y muertos. Y esta preparación –sigue Isaías- “ocurrirá cuando limpiare el Señor las manchas de las hijas de Sión y lavare la sangre de Jerusalén con espíritu de justicia y con espíritu de ardor”.
Anuncia Isaías la luz y la salvación para todos los pueblos. Jerusalén será como el faro que ilumina a todos los pueblos. Un faro situado en una montaña alta, para que todos lo vean desde lejos. Dios quiere enseñar desde aquí sus caminos, y los pueblos se sentirán contentos y estarán dispuestos a seguir los caminos de Dios, la palabra salvadora que brotará de Jerusalén. Tanto judíos como paganos «caminarán a la luz del Señor» y formarán un solo pueblo. Otro rasgo positivo: habrá paz cuando suceda esto. De las espadas se forjarán arados; de las lanzas, podaderas. Son comparaciones que entiende bien el hombre del campo. Y nadie levantará la espada contra nadie. No habrá guerra. Y esto lo entendemos todos, con cierta envidia, porque tenemos experiencia de espadas levantadas, más o menos lejos de nosotros, en guerras fratricidas. 
(En la lectura alternativa de Isaías 4, que se puede leer en el ciclo A, también se proclama un mensaje que abre el corazón a la confianza. El plan de Dios, a pesar de la triste historia de su pueblo, que será desterrado por su propia culpa, es rescatar un «vástago», aludiendo inmediatamente al nacimiento del rey Ezequías, pero con una clara perspectiva mesiánica, y formar un «resto» de personas creyentes: purificarlas de sus faltas, limpiar las manchas de sangre, protegerlas de día como una nube refrescante, y de noche guiarlas como una columna de fuego, como en el desierto al pueblo que huía de Egipto. Qué hermosa imagen: Dios «refugio en el aguacero y cobijo en el chubasco» para todos).
-“A los «restantes» de Sión, a los «supervivientes» de Jerusalén, se les llamará santos”. Son los que guardan fidelidad…
-“Entonces vivirán... Cuando el Señor haya lavado la inmundicia de las hijas de Sión y, con viento justiciero... haya purificado Jerusalén de la sangre por ella derramada”. El Señor es quien salva... no es el hombre quien «se» salva... (Noel Quesson).
3. Como canta el salmo, nuestra respuesta ha de ser alegre, decidida: “iremos con alegría a la casa del Señor”, deseando ese día de la salvación, deseando que Jesús venga: “Ven para librarnos, Señor Dios nuestro; muéstranos tu rostro, y seremos salvos” (Aleluya).
«Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor». Los peregrinos que se acercaban a Jerusalén lo cantaban. Podemos añadir: ¡qué alegría, al ir a la celebración litúrgica!, con más pleno sentido que los que iban al Templo "a celebrar el nombre del Señor", y con más pleno sentido podemos gozar de “Shalom”, la "paz", de la ciudad santa: Jerushalajim, interpretada como "ciudad de la paz". Shalom alude a la paz mesiánica, que entraña alegría, prosperidad, bien, abundancia: "te deseo todo bien" (como el saludo franciscano: "¡Paz y bien!"). Ciudad de paz. A eso está llamada a ser la Iglesia de Cristo.
Llucià Pou Sabaté
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sábado, 30 de noviembre de 2013

ADVIENTO PRIMER DOMINGO, CICLO A: Tiempo de esperanza y también de vigilancia: “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir nuestro Señor…”

«Dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre» (Mateo 24,37-44).
1. El tiempo litúrgico que hemos comenzado nos invita a la preparación para la venida de Jesús: “ad-venio”, que viene. Es un movimiento de expectación que va subiendo gradualmente, al paso de la liturgia de estos días. Es un tiempo de entrada al año nuevo litúrgico, y por tanto de recomenzar, de renovación de la fe y el amor. Para que Jesús nazca en nuestro corazón, bien preparado; para que venga a dar paz a este mundo, y para ello hay que sembrar paz en los corazones, ser portadores de paz. Y para ello, necesitamos luchar para ser cada día un poco mejores. Esta es la mejor preparación para la Navidad, y así lo pedimos en la antífona de entrada de la Misa: “A ti, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado…
Para recibir a una persona muy querida, disponemos la casa, cuidamos la limpieza y el arreglo, los planes de comida, preparamos una conversación grata; disponer un buen disco si le gusta la música… en la vida espiritual, hay que aprovechar este tiempo de preparación para disponerlo todo y responder así al amor divino manifestado en la venida del Señor, sin preocuparnos de dar la talla, sabiendo que Dios nos ama como somos, como decía San Josemaría Escrivá: “Hemos de adquirir la medida divina de las cosas, no perdiendo nunca el punto de mira sobrenatural, y contando con que Jesús se vale también de nuestras miserias, para que resplandezca su gloria. Por eso, cuando sintáis serpentear en vuestra conciencia el amor propio, el cansancio, el desánimo, el peso de las pasiones, reaccionad prontamente y escuchad al Maestro, sin asustaros ante la triste realidad de lo que cada uno somos; porque, mientras vivamos, nos acompañarán siempre las debilidades personales” (Amigos de Dios, 194). Pero procurando luchar, que es como se demuestra el amor y así se ensancha nuestro corazón para poder recibir el don de Dios, en mayor medida. En este primer domingo de Adviento la Iglesia nos pone ante los ojos la venida del Hijo de Dios a la tierra; y a la vez nos preparamos para su venida al fin del mundo como Juez supremo de vivos y muertos: “Cuando venga el Hijo del hombre pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos”.
Así como el Pueblo de Israel esperó la venida del Salvador durante cientos de años, también la Iglesia se prepara cada año, en memoria de la plenitud de los tiempos, el momento escogido por Dios desde toda la eternidad, para encarnarse. “Navidad por tanto significa la presencia de Cristo en el alma mediante la gracia. Y si por la debilidad de la naturaleza humana se pierde la vida de divina por el pecado grave, Navidad entonces debe significar el retorno a la gracia mediante la confesión sacramental, vivida con seriedad de arrepentimiento y de propósitos –decía Juan Pablo II-. Jesús viene también para perdonar. El encuentro personal con Cristo se convierte en una conversión, en un nuevo nacimiento para asumir totalmente las propias responsabilidades de hombre y de cristiana" (A los universitarios de Roma, 18.XII.1979).
Es una buena manifestación de lo que pedimos en la oración colecta en este domingo: "Oh Dios omnipotente, concede a tus fieles la voluntad de ir con obras al encuentro de Cristo que viene, para que colocados a su derecha, merezcan poseer el reino de los cielos". Pedimos al Señor que avive en nosotros, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro con Cristo, acompañados por las buenas obras; le pedimos a Dios que nos ayude, que guíe nuestros pasos. Los árabes tienen una leyenda relativa al llanto del Sahara. En las noches tranquilas y estrelladas corre una brisa a través de todo el desierto que hace chocar los miles de granitos de arena, produciendo el efecto de un llanto doloroso de una fiera herida de muerte. –“¿Lo oís?” –les decía el guía de la caravana a los del grupo: “¡el desierto llora!, se queja de haber sido convertido en un árido desierto; llora por sus jardines florecientes, por sus mieses, por los frutos jugosos de que estaba cargado un día, antes de quemarse, antes de convertirse en desierto”. Es cierto que fue una tierra espléndida aquella del norte de África, en los primeros siglos de nuestra era. Espiritualmente, también han nacido desiertos en el mundo, cambiando por la desobediencia a Dios, por el pecado, el paraíso terrenal en una tierra ingrata, llena de espinas y abrojos –de guerras, rencillas…- que da poco fruto, y costoso, pues ha de ser regada por el sudor del hombre, por la oración y el sacrificio.
         2. Pero Dios nos anunció la luz, y tenemos la esperanza de que más allá de las arideces y desiertos, llegará Jesús –el esperado-, y con la seguridad de su salvación, ¡qué fácil es recorrer el camino que falte! Estamos como en tensión, fijos los ojos en el misterio de Navidad, vigilantes, como nos dice la primera lectura: “sabiendo que el tiempo apremia, es ya hora de levantarnos del sueño. Porque ahora está más cerca nuestra salvación. La noche pasó, y el día se acercó”. La Iglesia nos anima con estas cuatro semanas a preparar muy bien nuestro corazón por la alegría y la conversión: Ya es hora de despertarnos de nuestro letargo, “pues estamos más cerca de nuestra salud que cuando recibimos la fe. La noche avanza y va a llegar el día. Dejemos, pues, las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz”. Para ello hay que luchar, soldado  bien armado no se deja sorprender.
San Bernardo dice: "Conocemos tres venidas del Señor. Además de la primera y la última, hay una venida intermedia. Aquellas son visibles, ésta, en cambio, no lo es. En la primera venida, el Señor fue visto en la tierra y convivió con los hombres; y como Él testificó, le vieron y le odiaron. En la última, todo el mundo verá la salvación de Dios y verán al que traspasaron. La venida intermedia es oculta; nada más ven al Señor los elegidos: lo verán dentro de sí mismos, y sus almas se salvan. Es decir, en la primera venida el Señor llega en carne y debilidad; en la segunda en espíritu y en virtud; en la última, en gloria y en majestad. La venida intermedia es un cierto camino que nos lleva de la primera a la última; en la primera Cristo es nuestra Redención, en la postrera aparecerá nuestra vida nueva; en este tercer advenimiento se da nuestra descanso y nuestra consolación.
Pero, para evitar que esto que afirmo de este advenimiento intermedio no pareciese a alguno que me lo invento, escucha al mismo Cristo: ‘El que me ama observará mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a vivir con Él’”. El que ama observará las palabras del Señor, las vivirá en su corazón, fomentando los buenos afectos y las mejores costumbres, alimentando bien el corazón de la palabra del Señor y de su Vida eucarística.
En la primera venida de Cristo sólo unos pocos le esperaban de verdad, son los pobres de Yahvé que claman por la justicia de Dios y su amor; entre ellos destaca la Virgen Santísima y Juan el Bautista y tantos otros desconocidos para nosotros, como los pastores, los discípulos de Juan, etc. "Dos Navidades, pues: dos advientos. La Navidad de Jesús Niño, que nos marca un adviento de cuatro semanas. La Navidad de Jesús Juez, que lleva un adviento de miles de años, y para cada uno de nosotros dura tantos años como nuestra vida” (Carles Cardó).
Hemos de estar preparados como el siervo fiel esperando su amo, administrador de lo que se nos confió, como vírgenes prudentes con aceite, y las lámparas encendidas.
"Yo amo a Jesús, que nos dijo: / cielo y tierra pasarán. / Cuando cielo y tierra pasen, / mi palabra quedará. / ¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? / ¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad? / Todas tus palabras fueron / una palabra: Velad " (A. Machado).

Antes de distinguir entre una primera y una segunda venida de Dios, deberíamos comprender el mensaje central del Adviento y la apremiante exhortación que contiene: Dios está en camino hacia nosotros. Tal era el presentimiento creciente de todo el Antiguo Testamento, que con el advenimiento de su Mesías esperaba también el final de los tiempos; éste era también el presentimiento inmediato de Juan Bautista, quien, según los tres sinópticos, no quería sino preparar en el desierto un camino al Señor y anunciar un juicio decisivo: «El hacha está tocando la base de los árboles» (Lc 3,9). Lo que viene después de él es la última decisión divina de la historia. Los tres textos están orientados hacia esta venida de Dios: pretenden despertarnos del sueño y de la indiferencia; exhortarnos a esperar al Señor con la cintura ceñida y con las antorchas encendidas o con aceite en las lámparas.
El estado de vigilancia que se nos pide, exige en primer lugar distinguirse del curso del mundo que no tiene esperanza o que a lo sumo aspira a metas intramundanas, que no cambian nada esencial en las costumbres de la vida cotidiana: «comer, beber y casarse», sin sospechar siquiera que con la venida de Dios puede irrumpir en el mundo algo comparable al diluvio. Pablo llama a estas actividades puramente terrenales «las obras de las tinieblas», porque no han sido realizadas de cara a la luz que comienza a brillar. El apóstol no desprecia lo terreno: hay que comer y beber, pero «nada de comilonas ni borracheras»; hay que casarse, pero «nada de lujuria ni desenfreno»; hay que trabajar en el campo y en el molino, pero sin «riñas ni pendencias». Lo terreno es regulado, refrenado por la espera de Dios, quedando así reducido a lo necesario. La actividad del mundo es un sueño y ha llegado la hora de espabilarse: es el mejor momento para despertar. Este estar despierto es ya un comienzo de luz, un pertrecharse con las «armas de la luz» para no volver a caer en el sueño, para luchar contra la modorra que produce el tráfago del mundo abandonado de Dios.
2. La gran visión inicial de Isaías (en la primera lectura) muestra que los que esperan a Dios son un monte espiritual por cuya luz pueden orientarse todos los pueblos, pues únicamente de aquí saldrá «la ley, el árbitro de las naciones»; sólo aquí la interminable guerra intramundana cesará y se tornará sosiego en una paz de Dios; sólo aquí puede el mundo, oscuro de por sí, «caminar a la luz del Señor». Naturalmente -tanto en la perspectiva vetero como neotestamentaria- esto no sucederá sin división y juicio: unos serán tomados, otros dejados. La promesa del Dios que viene contiene también necesariamente una amenaza. Pero amenaza sólo en el sentido de una exhortación a estar despiertos y preparados. Para el que está despierto, la llegada de Dios no es motivo de temor: cuando Dios llegue, «alzad la cabeza, que se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). “¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor"!, canta el salmo.
3. En la segunda lectura Pablo nos apremia de una manera especial: se puede percibir la proximidad de Dios en el tiempo de la propia vida; él está ya cerca de nosotros desde el momento de nuestra conversión. El evangelio insiste en la necesidad de permanecer en un estado de alerta que no crea poder observar la venida de Dios en las relaciones terrenas. Dios irrumpe en la historia en cierto modo verticalmente, desde lo alto; viene para todos a una hora que nadie espera: precisamente por eso hay que estar siempre esperándole (Hans Urs von Balthasar).

Llucià Pou Sabaté

jueves, 28 de noviembre de 2013

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Jueves de la 34ª semana de Tiempo Ordinario (impar).
El final del mundo no es algo malo sino una boda con el Cordero, Jesús, en el mundo pleno y verdadero, el cielo, la Jerusalén celestial

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación»” (Lucas 21,20-28).  

1. Lucas seguramente escribió su evangelio después de la destrucción de Jerusalén, del 70; se ve que pasó lo que Jesús dijo: -“Cuando veréis Jerusalén sitiada por los ejércitos”... Marcos y Mateo decían: «Cuando veréis la abominación de la desolación» (Mc 13,14; Mt 24,25). Era sin duda lo que, de hecho, había dicho Jesús, repitiendo una profecía de Daniel 11,31. Lucas «traduce» con mayor concreción.
-“Sabed que está cerca su devastación. Entonces los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad”. Después de un siglo de ocupación romana la revuelta que se estaba incubando terminó por explosionar, en los alrededores del año 60. Los Zelotes, que habían tratado de arrastrar a Jesús a la insurrección, multiplicaron los atentados contra el ejército de ocupación. El día de Pascua del 66, los Zelotes se sublevan y el país con ellos. Vespasiano es el encargado de sofocar la revolución. El joven Titus termina la guerra con el sitio de Jerusalén, arrasada. El historiador judío, Flavio José, habla de un millón cien mil muertos durante esta guerra, y noventa y siete mil prisioneros cautivos.
-“¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! porque habrá una gran calamidad en el país y un castigo para ese pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos”... Tus palabras, Jesús, son de dolor. Es emocionante verte llorar por las pobres madres de ese pueblo que es el tuyo.
-“Jerusalén será pisoteada por los paganos... hasta que la época de los paganos llegue a su término”. Jesús parece anunciar un tiempo para la evangelización de los paganos. A su término, Israel podrá volver a Cristo a quien rechazó entonces. Esta es la plegaria y la esperanza de san Pablo (Rm 11,25-27) compartida con san Lucas (Lc 13,35) ¿Comparto yo esa esperanza?
-“Aparecerán señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra se angustiarán las naciones por el estruendo del mar y de la tempestad. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, pensando en lo que se le viene encima al mundo, porque hasta los astros se tambalearán”. Los tres grandes espacios: cielo, tierra y mar... serán trastornados. El caos se abate sobre el universo (ver Is 13,9-10; 34,3-4).
-“Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y majestad”. Ya no hay culto del Templo... pero sí el culto verdadero en torno al Cuerpo de Cristo, en la Iglesia, nuevo Templo de Dios (Noel Quesson).
Se mezclan al parecer dos planos: la caída de Jerusalén y el final del mundo, la segunda venida de Cristo, precedida de signos en el sol y las estrellas y el estruendo del mar y el miedo y la ansiedad "ante lo que se le viene encima al mundo". Pero la perspectiva es optimista: "entonces verán al Hijo del Hombre venir con gran poder y gloria". El anuncio no quiere entristecer, sino animar: "cuando suceda todo esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación".
Jesús, creo en que tú vienes a salvar. Nos dices: “Levantaos, alzad la cabeza”. Hay mucho que trabajar para bien de la humanidad, llevando a cabo la misión que tú iniciaste, Señor, y que luego nos encomiendas a nosotros. Tú ya inauguraste los cielos nuevos y la tierra nueva (J. Aldazábal).
Cristo predicar un Reino que hay que preparar con penitencia. Y para entrar en él, hay que cumplir con la Voluntad de Dios: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mt 7).
La humildad es la puerta de entrada y condición indispensable para pertenecer a este Reino. “En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3-4).
No caben, por tanto los que no sigan la ley de Dios, y en especial, los soberbios, pues la soberbia está en la raíz de todo pecado. ¿Acaso no sabéis que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (1 Cor 6,9-10).
Y habrá pecadores arrepentidos, que han creído en el Hijo de Dios y han actuado en consecuencia con su fe. “Díceles Jesús: En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por el camino de la justicia, y no habéis creído en él, mientras que los publicanos y las meretrices creyeron en él. Pero vosotros, aun viendo esto, no os habéis al fin arrepentido, creyendo en él” (Mateo 21,30-34).
Pero es necesario esforzarse para poder entrar:Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan” (Mt 11,12).

2.- Vemos hoy a Daniel en el foso de los leones. Aquí también tenemos que aceptar el género «parábola». Esta escena ha sido repetida a menudo en los «espiritual-negros». Daniel aparece como el símbolo de la «fidelidad a Dios, que triunfa de todos aquellos que conspiran contra él».
-“Daniel, ese deportado de Judá, no hace caso de ti, oh Rey: tres veces al día hace su oración”. Esta es la denuncia. La plegaria que Daniel recitaba tres veces al día era sin duda el «Shema Israel». Es el signo de su Fe, el signo de su pertenencia al pueblo elegido. Jesús propondrá también una oración oficial, el «Padre-nuestro», que los primeros cristianos recitaban también tres veces al día. ¡Ayúdanos, Señor, a orar! ¿Cuál es mi fidelidad a la oración? ¿Oro con regularidad? Se critican a veces los hábitos de plegaria regular «oración de la mañana», «oración de la noche», «bendición de la mesa». Es verdad que las mejores cosas pueden pasar a ser rutinarias. Pero esto no quita el valor de las cosas. Se trata de conservar o de volver a dar su valor a todas las cosas.
-“Daniel, servidor de Dios, ese Dios que adoras con tanta fidelidad”. ¡La «fidelidad» no es un valor en boga hoy! Todo cambia, todo evoluciona. Y sin embargo ¿por qué no ser «fieles» a la verdad, al amor? ¿Qué pensamos personalmente de aquellos que son «infieles» a su compromiso, de aquellos que son «infieles» con nosotros? Haznos fieles, Señor. Concédenos perseverar y crecer en todos nuestros amores.
-“El Dios de Daniel es el Dios vivo, permanece siempre”. Una fidelidad alegre es contagiosa y misionera: revela a Dios. Por su actitud de oración, Daniel abrió una brecha en el corazón de los que lo veían vivir y orar. La oración: signo de Dios. La oración: signo existencial, experimental de Dios. La oración: acto de evangelización, que revela la buena nueva. No con palabras o con discusiones, sino con un acto, decimos «Dios». Decimos que Dios es importante para nosotros. Pero a condición de que la oración sea sincera, verdadera. A condición de que no sea tan sólo una «oleada de palabras, una charla formalista». A condición de que sea «encuentro con Dios», «diálogo con El», ¡«diálogo contigo»!
-“Su reino no será destruido y su imperio permanecerá hasta el fin”. Nos habla del reino de Jesús, "el Señor". El salva y libera; obra señales y milagros en los cielos y en la tierra. Toda una teología de la historia está también aquí. Una «historia sagrada» se desarrolla en el seno de la «historia profana». Dios actúa. Salva -en el presente-. Libera -en este mismo momento. Todo el esfuerzo de la revisión de vida radica en tratar de descubrir humildemente «la obra que Dios está realizando actualmente» en un «hecho de vida», en un «acontecimiento». Ayúdanos, Señor, a leer y a interpretar los acontecimientos. Ayúdame, Señor, a vivir contigo... a cooperar en tu trabajo... La oración así concebida no es una huida de la acción. Es el momento de una acción concentrada, más consciente, que gravita también sobre el mundo y sobre la historia. La oración nos remite a nuestras tareas para que «trabajemos contigo, Señor» (Noel Quesson).

3. Cantamos como salmo: “Rocíos y nevadas, bendecid al Señor. Témpanos y hielos, bendecid al Señor. Escarchas y nieves, bendecid al Señor. Noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor. Rayos y nubes, bendecid al Señor. Bendiga la tierra al Señor”. Es una sinfonía de toda la creación que reconoce a su creador, a su redentor.

Llucià Pou Sabaté