Sábado de la 23ª semana de Tiempo Ordinario
Vino al mundo para salvar a los pecadores
¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?
Primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1,15-17. Querido hermano: Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mi, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Salmo 112,1-2.3-4.5a y 6-7. R. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.
Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre.
De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor. El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se abaja para mirar al cielo y a la tierra? Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre.
Santo evangelio según san Lucas 6,43-49. En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: -«No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo? El que se acerca a mi, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó y quedó hecha una gran ruina.»
Comentario: 1Tm 1,15-17. Resume Pablo en pocas palabras la obra redentora de Cristo: “ningún otro fue el motivo de la venida de Cristo el Señor sino la salvación de los pecadores –comenta San Agustín-. Si eliminas las enfermedades, las heridas, ya no tiene razón de ser la medicina. Si vino del cielo el gran médico es que un gran enfermo yacía en todo el orbe de la tierra. Ese enfermo es el género humano”. Es lo que decimos en el Credo, que Jesús vino “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. recordando rasgos de su autobiografía, en forma de una acción de gracias a Dios por su benevolencia con él. Su catequesis sobre Jesús se resume en esta afirmación: "Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores". Pero en seguida se lo aplica a sí mismo: "y yo soy el primero, y por eso se compadeció de mí''.
Cambiaría bastante nuestra postura para con los demás si recordáramos con sincera humildad que Cristo ha venido a salvarnos a nosotros, en primer lugar. No sólo a los que llamamos "pecadores", sino a nosotros, que somos los primeros. Si los padres en relación con los hijos, o los hijos con los padres, y los educadores para con los jóvenes, y cada uno en su relación con los demás de la familia o de la comunidad, dijéramos desde lo más profundo del ser: "se compadeció de mí"', "en mí, el primero, mostró Cristo toda su paciencia", entonces sí podríamos presentarnos como modelos para los demás, porque seguramente lo haríamos, no con aires autosuficientes y farisaicos, sino con humildad de hermanos. Si nos sintiéramos "perdonados", como Pablo, estaríamos mucho más dispuestos a perdonar a los demás y a trabajar por ellos. -Esta es una palabra cierta y digna de ser aceptada sin reserva. En medio de las desviaciones de todas clases, en medio de las múltiples semi-verdades que corren por el mundo en tiempo de san Pablo y en el nuestro, Pablo es consciente de que dirá una verdad «cierta y segura» que hay que recibir sin reticencia y sin reserva. ¿Cuál es pues esta noticia anunciada con tanta seguridad?
-Cristo Jesús ha venido al mundo para salvar a los pecadores. Hubiera podido esperarse una fórmula sobre la existencia y la grandeza de Dios. Ahora bien, para Pablo, lo más importante que pueda decirse es la bondad de Dios que «salva» a los pecadores. ¡Dios ama a los pecadores! ¡Jesús vino para ellos! Todo el evangelio, especialmente el de Lucas, no deja de repetirnos esta verdad, como si en ella hubiera algo un poco escandaloso, difícil de admitir. Es verdad que las filosofías y las religiones naturales no se forjaron nunca esa imagen de Dios. "En efecto, dice Jesús, no he venido para los sanos, sino para los enfermos" (Lc 5,31). Contestaba así a la murmuración de los fariseos que se escandalizaban de verle aceptar la invitación de comer "con los pecadores" (Lc 15,1).
-Y el primero, de los pecadores, soy yo. Admirable humildad de ese «santo», de ese gran san Pablo. Pero si Cristo Jesús me perdonó, fue para que en mí se manifestase primeramente toda su generosidad. Debía ser yo el primer ejemplo de todos los que habían de creer en El para obtener vida eterna. No es para estar en primera fila que san Pablo habla tan a menudo de sí mismo. Es porque ha comprendido profundamente que ¡la transmisión de la fe no se halla en la línea del «profesor que sabe y que enseña a los demás»! El ministro del evangelio es un testigo que tiene que haber hecho personalmente la experiencia de la gracia de Dios y que la proclama como un mensaje de lo que antes ha sido vivido por él. ¡Toda la diferencia entre el predicador verdadero, que se compromete con sus palabras... y el charlatán que va barajando ideas aunque sean exactas! ¡Soy el mayor pecador! decía san Pablo; para poder decir: ¡Soy el primero en saber qué es ser perdonado! ¿Por qué se extrañan algunos cristianos cuando un sacerdote les dice que él también es pecador y que también se confiesa? ¿No sería quizá, porque, a pesar de todo, se tiene una falsa idea de Dios? Una idea racional y pagana. En lugar de la que se reveló en Jesucristo: ¡un Dios que ama y salva a los pecadores!
-Al rey de los siglos, honor y gloria... Esta fórmula, como las líneas siguientes es sin duda un himno litúrgico que las comunidades cristianas cantaban. Muchos de ellos han sido musicados recientemente (1 Tm 2,5; 6,15-16; 2 Tm 1,9-10; 2,8).
-Al Dios único, invisible e inmortal, por los siglos de los siglos. Amén. Esos títulos de Dios son poco habituales en el Nuevo Testamento. Quizá han sido sacados de fórmulas judías o griegas. Se ve que san Pablo, si bien cuidadoso de presentar el verdadero rostro de Dios, el que Jesús nos ha revelado; no duda en servirse de la cultura de su tiempo para proclamar y cantar su fe (Noel Quesson).
Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo; sino para que el mundo se salve por Él. El Señor ha venido al encuentro de los pecadores, ha buscado al hombre que ha fallado, como el pastor busca la oveja descarriada hasta encontrarla; Él ha venido a buscar todo lo que se había perdido para reunir en un solo pueblo a los hijos que había dispersado el pecado. Así, Dios quiere manifestarle su misericordia a todas las gentes. Cada uno de nosotros ha de abrir su corazón a esa oferta de perdón y misericordia que Dios nos hace por medio de Jesús, su Hijo. Siendo los primeros en experimentar ese amor misericordioso, podremos, con nuestro testimonio personal, servir de ejemplo para que otros alcancen también la salvación, pues los impulsaremos a un encuentro con el Dios de amor y de misericordia, no sólo con nuestras palabras, sino con nuestra vida misma. Por eso, con un corazón agradecido, elevemos nuestro cántico al Señor, que siendo eterno, inmortal, invisible y único Dios, ha puesto su mirada en nosotros y nos ha amado con la cercanía con la que como Padre Bueno, nos manifiesta como a hijos suyos; a Él sea dado todo honor y toda gloria ahora y para siempre.
2. Lo haríamos con los mismos sentimientos del salmo de hoy: "alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor...” Así dice el Catecismo 2143: “Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su nombre a los que creen en él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. "El nombre del Señor es santo". Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2,17). No lo hará intervenir en sus propias palabras sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29,2; 96,2; 113,1-2)”… “El Señor, Dios nuestro, se abaja para mirar al cielo y a la tierra. Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre". No somos ricos, no somos poderosos, sino pobres y débiles. Así se sentía Pablo en su ministerio. Y así hizo lo que hizo, fiado más de Dios que de sí mismo. “Dios defiende y libra al humilde; al humilde ama y consuela; al hombre humilde se inclina; al humilde concede gracia, y después de su abatimiento le levanta a gran honra. Al humilde descubre sus secretos, y le trae dulcemente a Sí y le convida. El humilde, recibida la afrenta, está en paz; porque está con Dios y no en el mundo” (Kempis).
Benedicto XVI comentó así el salmo de alabanza: “Acaba de resonar, en su sencillez y belleza, el salmo 112, verdadero pórtico a una pequeña colección de salmos que va del 112 al 117, convencionalmente llamada "el Hallel egipcio". Es el aleluya, o sea, el canto de alabanza que exalta la liberación de la esclavitud del faraón y la alegría de Israel al servir al Señor en libertad en la tierra prometida (cf. Sal 113). No por nada la tradición judía había unido esta serie de salmos a la liturgia pascual. La celebración de ese acontecimiento, según sus dimensiones histórico-sociales y sobre todo espirituales, se sentía como signo de la liberación del mal en sus múltiples manifestaciones. El salmo 112 es un breve himno que, en el original hebreo, consta sólo de sesenta palabras, todas ellas impregnadas de sentimientos de confianza, alabanza y alegría.
La primera estrofa (cf. Sal 112,1-3) exalta "el nombre del Señor", que, como es bien sabido, en el lenguaje bíblico indica a la persona misma de Dios, su presencia viva y operante en la historia humana. Tres veces, con insistencia apasionada, resuena "el nombre del Señor" en el centro de la oración de adoración. Todo el ser y todo el tiempo -"desde la salida del sol hasta su ocaso", dice el salmista (v. 3)- está implicado en una única acción de gracias. Es como si se elevara desde la tierra una plegaria incesante al cielo para ensalzar al Señor, Creador del cosmos y Rey de la historia.
Precisamente a través de este movimiento hacia las alturas, el salmo nos conduce al misterio divino. En efecto, la segunda parte (cf. vv. 4-6) celebra la trascendencia del Señor, descrita con imágenes verticales que superan el simple horizonte humano. Se proclama: "el Señor se eleva sobre todos los pueblos", "se eleva en su trono", y nadie puede igualarse a él; incluso para mirar al cielo, el Señor debe "abajarse", porque "su gloria está sobre el cielo" (v. 4). La mirada divina se dirige a toda la realidad, a los seres terrenos y a los celestes. Sin embargo, sus ojos no son altaneros y lejanos, como los de un frío emperador. El Señor -dice el salmista- "se abaja para mirar" (v. 6).
Así, se pasa al último movimiento del salmo (cf. vv. 7-9), que desvía la atención de las alturas celestes a nuestro horizonte terreno. El Señor se abaja con solicitud por nuestra pequeñez e indigencia, que nos impulsaría a retraernos por timidez. Él, con su mirada amorosa y con su compromiso eficaz, se dirige a los últimos y a los desvalidos del mundo: "Levanta del polvo al desvalido; alza de la basura al pobre" (v. 7). Por consiguiente, Dios se inclina hacia los necesitados y los que sufren, para consolarlos; y esta palabra encuentra su mayor densidad, su mayor realismo en el momento en que Dios se inclina hasta el punto de encarnarse, de hacerse uno de nosotros, y precisamente uno de los pobres del mundo… Es fácil intuir en estos versículos finales del salmo 112 la prefiguración de las palabras de María en el Magníficat, el cántico de las opciones de Dios que "mira la humillación de su esclava". María, más radical que nuestro salmo, proclama que Dios "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes" (cf. Lc 1,48. 52; Sal 112,6-8).
Un "himno vespertino" muy antiguo, conservado en las así llamadas Constituciones de los Apóstoles (VII, 48), recoge y desarrolla el inicio gozoso de nuestro salmo. Lo recordamos aquí, al final de nuestra reflexión, para poner de relieve la relectura "cristiana" que la comunidad primitiva hacía de los salmos: "Alabad, niños, al Señor; alabad el nombre del Señor. Te alabamos, te cantamos, te bendecimos, por tu inmensa gloria. Señor Rey, Padre de Cristo, Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo. A ti la alabanza, a ti el himno, a ti la gloria, a Dios Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén"”.
Bendito sea el Señor, nuestro Dios y Padre; pues, aun cuando es el Todopoderoso, eterno, inmortal e invisible; aún cuando es el Dios único, que está por encima de todos los dioses que ni son dioses, se ha inclinado para mirar cielos y tierra; más aún, ha puesto su mirada en la pequeñez de sus siervos y ha hecho grandes cosas en favor nuestro. Él ha derribado a los potentados de sus tronos y ha exaltado a los humildes. ¿Quién hay como el Señor? ¿Quién puede igualar al Dios y Padre nuestro? Dios quiera concedernos la Fuerza de lo Alto para que hagamos nuestro su amor, su bondad, su misericordia de tal forma que, caminando siempre en su presencia, podamos algún día sentarnos junto a Aquel que es el Jefe y Pastor de las ovejas adquiridas mediante la Alianza pactada con propia su sangre.
3.- Lc 6,43-49. Aquí nos habla Jesús de pureza de intención, y las obras dan a conocer el corazón de las personas. Las comparaciones que ponía Jesús, tomadas de la vida diaria, eran muy expresivas para transmitir sus enseñanzas. Hoy son dos: la del árbol que da frutos buenos o malos, y la del edificio que se apoya en roca o en tierra. Los árboles se conocen por sus frutos, no por su apariencia. Las zarzas no dan higos. Así las personas: "el que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal". El futuro de un edificio depende en gran parte de dónde se apoyan sus cimientos. Si sobre roca o sobre tierra o arena. En el primer caso la casa aguantará embestidas y crecidas. En el otro, no. Lo mismo pasa en las personas, según construyan su personalidad sobre valores sólidos o sobre apariencias. Es como un comentario a las antítesis de las bienaventuranzas que Jesús nos dictó el miércoles de esta misma semana.
¡Qué sabiduría y qué retrato tan exacto de nuestra vida nos ofrecen estas frases! "Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca". Cuando nuestras palabras son amargas, es que está rezumando amargura nuestro corazón. Cuando las palabras son amables, es que el corazón está lleno de bondad y eso es lo que aparece hacia fuera. Tenemos motivos de examen de conciencia, al final del día, si recordamos las varias intervenciones que hemos tenido durante la jornada. Lo mismo con el otro símil de la construcción. A veces el edificio de nuestra personalidad -la fachada exterior- aparece muy llamativo y prometedor. Pero no hemos puesto cimientos, o los hemos puesto sobre bases no consistentes: el gusto, la moda, el interés. No sobre algo permanente: la Palabra de Dios. ¿Nos extrañaremos de que estos edificios -nuestras propias vidas, o las de otros, que parecían muy seguras- se "derrumben desplomándose"? Siempre estamos a tiempo para corregir desviaciones. ¿Cómo tenemos el corazón? ¿es estéril, malo, lleno de orgullo? Entonces nuestras obras serán estériles y malignas. ¿Trabajamos por cultivar sentimientos internos de misericordia, de humildad, de paz? Entonces nuestras obras irán siendo también benignas y edificantes. Tenemos que cuidar y examinar nuestro corazón, que es la raíz de las palabras y de las obras. También podemos hacernos la pregunta de cómo construimos nuestro porvenir. Sea cual sea nuestra edad, ¿podemos decir que estamos poniendo la base de nuestro edificio en valores firmes, en la Palabra de Dios? ¿o en modas pasajeras y en el gusto del momento? ¿cuidamos sólo la fachada o sobre todo la interioridad? (J. Aldazábal).
La vida moral se verifica en sus frutos. La idea viene de la corriente sapiencial en la que el justo es comparado a menudo a un árbol que da frutos plenos de sabor, mientras que los demás árboles se vuelven estériles. El justo da buenos frutos porque está regado por las aguas divinas; sus frutos serán particularmente abundantes en la era escatológica. En efecto, el cristiano, como rama del árbol de vida que es Jesús produce los frutos del Espíritu mientras que el judaísmo se convierte en un árbol estéril. La imagen de la casa construida sobre la roca es fácil de comprender: el empresario impaciente se contenta con hacer reposar su casa sobre el mismo suelo o sobre la arena que recubre a la roca, sin preocuparse de cavar hasta ella. La imagen es similar a la de la semilla que penetra en la tierra o, al contrario, se queda en la superficie y muere (Lc 8,5-8). El evangelio recuerda, pues, que sólo puede haber eficacia en el campo de la fe cuando se deja lugar a la Palabra en lo más profundo de uno mismo. Los cristianos están invitados a profundizar su fe, a no conformarse con una fe sociológica o de motivaciones insuficientes (Maertens-Frisque).
-No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. No se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimia uva de los espinos. Jesús quiere recordarnos que es el "fondo" del hombre lo que permite juzgar sus actos. La calidad del fruto depende de la calidad del árbol. El "corazón", es decir, "el interior profundo" del hombre es lo esencial. Es necesario que los gestos exteriores correspondan a una calidad de fondo. Que, por ejemplo, nuestros gestos religiosos provengan de una "fe interiorizada". Señor, transforma mi corazón, ese centro profundo de mi personalidad: hazlo "bueno" como se dice de un fruto ¡qué bueno es! como se habla de un buen pan, sabroso, gustoso agradable. Que mi vida sea verdaderamente un "buen fruto" del que los demás puedan alimentarse y gozarse. Que el hombre sea bueno, este es el plan de Dios.
-El hombre "bueno", de la bondad de su corazón saca el "bien". El que es "malo", de la maldad de su corazón saca el "mal". HOY... ¿qué voy a sacar del tesoro de mi corazón? ¿Es mi corazón un tesoro de bondad? ¿Qué personas esperan algún bien de mí, alguna alegría? Ayuda, Señor, a todos los hombres a dar cosas buenas a sus hermanos.
-Porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. Es la aplicación de la breve parábola precedente sobre el árbol y el fruto a la palabra del hombre.
-¿Por qué me invocáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que os digo? Aplicación del mismo pensamiento a la oración. Si queremos que nuestras oraciones sean válidas, nuestra vida entera ha de ser también válida. Es del fondo del ser, del hondón de la vida, de la voluntad que procura complacer a Dios... de donde salen las verdaderas plegarias. Las oraciones que salen sólo de la punta de los labios no corresponden a nada. ¡Jesús prefiere los actos buenos a las palabras pías! -Todo el que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone en obra... Esa fórmula es muy matizada y completa para expresar la vida cristiana: - la fe, concebida como una vinculación a la persona de Jesús... - estar a la escucha de la Palabra de Dios... - la práctica religiosa, como un poner en obra esa voluntad divina... ¿Me "acerco a Jesús"? ¿Cómo se traduce eso, concretamente? ¿"Oigo sus palabras"? ¿Cuál es mi esfuerzo o mi negligencia en este punto? ¿"Las pongo en práctica?" En mis jornadas, en mis comportamientos?
-Se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y asentó los cimientos sobre roca; vino una crecida, rompió el río contra aquella casa y no se tambaleó porque estaba bien construida. Jesús es una persona eficaz, que desea que nuestras vidas sean también eficaces: Dios quiere que nuestras obras sean logradas, que nuestra vida sea "sólida" Para Jesús, esa solidez no existe más que si "uno se acerca a El, si se le escucha y si se pone en obra lo que El dice." ¡La Fe, una solidez, una roca, unos cimientos que permiten construir!
-Por el contrario, el que las escucha y no las pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos. Rompió contra ella el río y en seguida se derrumbó, y la destrucción de aquella casa fue completa. Severa advertencia para los que "no practican" (Noel Quesson).
Jesús está ubicado en las afueras de Cafarnaún. Su enseñanza se desplaza a las periferias, a los lugares de trabajo de los campesinos y empleados. El centro, la sinagoga, ha sido adversa para con él; por eso, el campo y el suburbio se convierten en el escenario de la acción de Dios. El andar en la periferia lo hace sensible a la situación de los marginados. A éstos el aparato legal los ha dejado maltrechos y en su consciencia se minusvaloran. Sin embargo, Jesús reconoce en ellos los valores del Reino. El pueblo, los discípulos y toda la cohorte de enfermos, pecadores y menesterosos en medio de las inevitables ambigüedades de todos los seres humanos, rebosan de amor a Dios y al prójimo. Y esa actitud de sus corazones es la que Jesús valora en ellos. En medio de su pobreza, ignorancia y simpleza son capaces de dar los buenos frutos del Reino. La palabra en ellos puede encontrar un terreno abonado, una tierra fértil donde los valores del Reino crecerán. Personas que han construido sobre la roca del amor y del servicio el edificio de su fe. Por eso, en el día de la tormenta no los vencerá el abatimiento ni la adversidad. Hoy, Jesús nos convoca a ser casa construida sobre la roca de la solidaridad, árbol de excelentes frutos, corazón que rebosa misericordia. De lo contrario, nosotros y todas nuestras comunidades andaremos dando palos de ciego sin acertar a descubrir la verdadera dirección del Reino de la Vida (servicio bíblico latinoamericano).
De la abundancia del corazón habla la boca. Cada árbol se conoce, si es bueno o malo, por sus frutos. Aquello que hacemos y hablamos manifiesta qué clase de gente somos. No basta llamar Señor, Señor, a Jesús para decir que somos sus discípulos. Si en verdad hemos asentado firmemente en Él nuestra vida, permanezcámosle fieles en el testimonio que demos a través de nuestro trabajo a favor del Evangelio tanto con nuestras obras como con nuestras palabras. Probablemente lleguen momentos muy arduos que quisieran desanimarnos en este trabajo. Sin embargo sólo una fe verdadera, sólo una esperanza intensa y sólo un amor ardiente al Señor podrá impedir que nos derrumbemos; pues ¿quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Pero Dios, que nos ama, hará que salgamos más que victoriosos de todas estas pruebas. Procuremos, con la ayuda de Dios, que nuestra fe no se nos quede en puras exterioridades, sino que lo que hagamos externamente sea consecuencia de haber aceptado al Señor en nuestra propia vida.
En esta Eucaristía estamos aceptando enraizar nuestra vida en Dios, de tal forma que su vida divina corra por todo nuestro ser; y, entrando en una verdadera comunión de vida con el Señor, podamos producir frutos abundantes de bondad. Ya Jesús nos decía: Nadie es bueno, sino sólo Dios. Nosotros, tan frágiles y muchas veces tan inclinados al mal, hemos de reconocer que toda bondad y todo don perfecto provienen de Dios. Por eso, si en verdad queremos darle un nuevo rostro a nuestro mundo, el rostro que procede de la verdad, de la bondad, del amor, de la justicia, de la misericordia, unamos nuestra vida al Padre de las luces y alejémonos de las tinieblas del error y del pecado. Al haber acudido a esta Eucaristía, hemos venido ante el Señor con la gran disponibilidad de hacer nuestra su vida, su Evangelio, su Misión, porque queremos, finalmente, ser un signo vivo del Señor en el mundo.
No cerremos nuestros ojos ante la realidad que nos rodea. Es cierto que el hombre ha avanzado mucho en la ciencia, en la técnica, en el confort; es cierto que hay muchas enfermedades que han sido dominadas; es cierto que nuestro mundo va cayendo cada vez más bajo el dominio del hombre, naciendo así un mundo hominado. Sin embargo, seamos conscientes de que el respeto por la vida se va deteriorando cuando, a causa de sistemas económicos equivocados, se acaba con los que no son considerados útiles a los intereses de la máquina productiva. Muchos aun no nacidos han sido blanco de manipulaciones genéticas y muchos fetos congelados se han almacenado para experimentos contrarios a la misma naturaleza, o para finalmente tirarse al bote de la basura como si la vida inicial no mereciera ser respetada. ¿Podremos llamar Señor, Señor a Jesús con toda lealtad cuando, con miradas egoístas y miopes, explotamos a los pobres, o destruimos la vida de un sólo ser y o de miles de seres humanos? No es la sonrisa en los labios, ni nuestros rezos lo que indica que somos hijos de Dios, sino nuestras obras que nacen de un corazón que lo ha aceptado con lealtad en la propia vida; pues de un corazón podrido y sin Dios no podrá surgir nada bueno, mucho menos un hijo de Dios.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, que nos fortalezca para que seamos fieles testigos suyos, y no nos quedemos en una fe de vana palabrería. Amén (www.homiliacatolica.com).
viernes, 9 de septiembre de 2011
jueves, 8 de septiembre de 2011
Viernes de la 23ª semana. La sinceridad de Pablo nos anima a mirar nuestro corazón y así poder guiar a los demás, desde la humildad.
Viernes de la 23ª semana. La sinceridad de Pablo nos anima a mirar nuestro corazón y así poder guiar a los demás, desde la humildad.
Primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1,1-2.12-14. Pablo, apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios, nuestro salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza, a Timoteo, verdadero hijo en la fe. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mi, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.
Salmo 15,1-2a y 5.7-8.11. R. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres ¡ni bien.» El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
Santo evangelio según san Lucas 6,39-42. En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: -« ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, sí bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.»
Comentario: 1.- 1Tm 1,1-2.12-14. Durante ocho días (lo que queda de esta semana y toda la siguiente) leeremos la primera Carta de Pablo a su discípulo Timoteo, a quien dedica siempre palabras muy afectuosas. Timoteo había nacido en Listra de Licaonia (cf. Hch 16), de padre griego y madre judía. Fue uno de los compañeros más fieles de Pablo en sus viajes y luego nombrado responsable de la comunidad cristiana de Efeso. Las dos cartas de Pablo a Timoteo y la dirigida a Tito (responsable de la comunidad de Creta) se llaman "cartas pastorales".
La primera página es un afectuoso saludo de Pablo a Timoteo, "verdadero hijo en la fe", a quien desea la gracia y la paz de Dios y de Cristo Jesús. Pero en seguida pasa a una especie de una confesión general, llena de humildad y gratitud para con Dios, recordando su vocación para apóstol. Pablo agradece a Dios que le haya llamado a ser ministro en la comunidad, a pesar de su pasado nada recomendable.
Es interesante que Pablo, una autoridad en la Iglesia, reconozca humildemente los fallos de su "prehistoria" y que recuerde que había sido "blasfemo", "perseguidor" y "violento". Las vidas de santos suelen estar llenas de virtudes y milagros, y pocas veces se atreven sus autores a recordar sus sombras, como hace aquí Pablo de sí mismo. La humildad en la presencia de Dios nos hace a todos también más amables en la presencia del prójimo. Nos relativiza a nosotros mismos, nos hace recordar nuestros fallos, y así estamos más dispuestos a ser tolerantes con los de los demás. Aunque nosotros tal vez no hayamos sido "blasfemos, perseguidores y violentos", seguro que tenemos muchas cosas que agradecer a Dios, y podemos decir: "se fió de mí, me confió este ministerio, derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano". Tenemos que reconocer que "Dios tuvo compasión de mí". Si él usó de misericordia para con nosotros, eso nos prepara para una actitud mucho más abierta y humilde para con los demás. Porque nos recuerda que no somos lo que somos por méritos propios, sino por la bondad de Dios. Las epístolas a Timoteo y a Tito, llamadas epístolas pastorales, tienen un carácter distinto al resto de las epístolas de san Pablo. Las preocupaciones y el estilo son diferentes. Un discípulo próximo a san Pablo pudo haber intervenido en la redacción. O bien Pablo mismo al final de su vida pudo encontrarse en una fase verdaderamente nueva de la evolución de las comunidades cristianas: en aquel tiempo, como hoy, ocurrían cambios rápidos. El caso es que Pablo insiste más sobre las estructuras jerárquicas y la refutación de los errores, para salvaguardar la unidad de la fe y su tradición auténtica a las generaciones futuras.
-A Timoteo, verdadero hijo mío en la fe, te deseo... De hecho era Pablo quien había convertido a Timoteo, pagano de Listra en Liconia, de padre griego y madre judía (Hch 16,1). Era Pablo también quien le había confiado un ministerio al imponerle las manos (1 Timoteo 4,14). Timoteo estaba con Pablo cuando escribió siete de sus cartas (1 Ts 1,1; 1 Ts 1,1; 2 Co 1,1; Rm 16,21; Flp 1,1; Col 1,1; Flm l). Y sobre todo Pablo confió misiones importantes a su discípulo preferido, al que llama aquí «su hijo en la fe» (1 Ts 3,2-6; 1 Co 4,17.). Nos agrada pensar que Pablo tuvo, también, amigos que le permanecieron fieles, cuando tantos otros le abandonaban (2 Tm 1,10-16).
-Te deseo... gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Pablo no deja de tener presente al Padre de Jesús. Todo deseo salido de sus labios o de su pluma ¡viene "de parte" de Dios! Doy gracias a aquel que me da la fuerza, a Cristo Jesús. Decididamente, a Pablo le acompañan siempre esos sentimientos: la alegría, el agradecimiento. ¡Si también fuese eso verdad para nosotros!
-Ya que me consideró digno de confianza al encargarme del ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pablo se acuerda de su propia conversión: viene de muy lejos... Era perseguidor, ferozmente opuesto al cristianismo. Ahora bien lo que emociona a Pablo no son los esfuerzos que pudo haber hecho para cambiar de rumbo, sino la «confianza que Dios le ha manifestado».
-Cristo me perdonó, porque obré por ignorancia, porque no tenía fe. Pablo propone como «buena nueva» su propia experiencia: ¡soy un pecador perdonado! ¡He experimentado la misericordia de Dios ! Sé lo que el Amor de Dios es. Tratad de saberlo también vosotros. Y Pablo llegará a decir: soy un incrédulo que ha pasado a ser creyente. No tenía fe, estaba en la ignorancia. De ese modo, para nosotros también nuestras preguntas y nuestras dudas sobre la fe pueden llegar a ser una misteriosa comunión con los no-creyentes que nos ayude a encontrar las palabras oportunas para una verdadera comunicación.
-Pero la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y el amor en Cristo Jesús. Es una de las grandes y constantes afirmaciones de san Pablo: la primacía de la gracia, la gratuidad del don de Dios... la justificación por la fe y no por las obras... la salvación considerada como una obra de amor divino. Señor Jesús, ¡sé de veras el más fuerte! en mi vida de cada día, en mis combates cotidianos (Noel Quesson).
Tanto la carta a Tito como las dirigidas a Timoteo son llamadas «pastorales». Se hace difícil hallar un título mejor. Con él quiere indicarse que Pablo, en la segunda y definitiva cautividad (h. el año 67), se dirige no sólo a los jefes jerárquicos de Creta y Efeso, que son allí sus delegados personales y plenipotenciarios, sino también a las respectivas comunidades..., y por ellas a toda la Iglesia universal. Esto explica por qué Pablo, a pesar de ser tan bien conocido y amado por Timoteo, empieza presentando sus credenciales de apóstol (v 1). Esta presentación oficial no impide que Pablo demuestre a continuación su afecto paternal por Timoteo. Muchos y variados son los adjetivos afectuosos que Pablo dedica a Timoteo, fruto de su apostolado en Listra y de su fiel colaboración. No existen dos iguales: «mi hijo muy amado y cristiano fiel» (1 Cor 4,17), «a ningún otro tengo tan unido a mí» (Flp 2,20), "amado hijo" (2 Tim 1,2) Ahora le llama «hijo legítimo en la fe» (1 Tim 1,2). Es como una madre que siempre halla nuevas gracias en su hijo. El celibato de Pablo no esterilizó su corazón. Después de darles algunas directrices sobre la enseñanza de la fe (1,3-11), Pablo recuerda ante el discípulo (=hijo espiritual) la prehistoria de su propio apostolado. En ella aparecen las persecuciones, los insultos y las blasfemias de Pablo. Es lógico que en ella Pablo se confiese pecador..., pero lo más admirable es el tiempo en que el verbo está redactado, un presente: «Yo soy el primero (pecador)» (1,15). Pablo no se detiene aquí. No quiere darnos lecciones de humildad. Generosamente piensa en los que le seguirán a él y a Timoteo. No quiere que admiremos su comportamiento ni sus virtudes, sino la manifestación de la misericordia de Dios en él. (Ciertamente distinto de la hiperbólica y alienante descripción de méritos y milagros en tantas biografías de santos). La misericordia de Dios conmigo, nos dice Pablo, es una simple muestra de lo que hará también con vosotros: «Dios tuvo misericordia de mí, para que Cristo Jesús mostrase en mí el primero hasta dónde llega su paciencia, proponiendo un ejemplo típico a los que en el futuro creyesen en él para obtener la vida eterna» (16; E. Cortés).
A Timoteo, cristiano de origen judeo pagano; muy amigo y compañero de viaje del Apóstol de los gentiles y ahora al frente de una comunidad cristiana, Pablo le escribe una carta llena de afecto llamándole su verdadero hijo en la fe. Lo invita a la fidelidad y Pablo mismo, desde su experiencia personal de la misericordia divina, invita a Timoteo a vivir en la fe, en la gracia, en la misericordia y en la paz, que provienen de Dios. A pesar de nuestras miserias pasadas, Dios jamás nos abandonará. Él quiere, no sólo que todos los hombres se salven, sino que se conviertan en testigos suyos, sabiendo que quien en verdad ha experimentado el amor de Dios podrá convertirse en un fidedigno testigo que, con la fuerza del Espíritu Santo, podrá ayudar a los demás a ir por el mismo camino que ya han andado sus propios pies. Seamos, pues, portadores del amor de Dios, proclamando ante los demás lo misericordioso que ha sido el Señor para con cada uno de nosotros.
2. El salmo expresa sentimientos de alegría y confianza en Dios, como poniéndolos en labios de Pablo: "yo digo al Señor: tu eres mi bien... tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré".
Juan Pablo II comenta: “Tenemos la oportunidad de meditar en un salmo de intensa fuerza espiritual, después de escucharlo y transformarlo en oración. A pesar de las dificultades del texto, que el original hebreo pone de manifiesto sobre todo en los primeros versículos, el salmo 15 es un cántico luminoso, con espíritu místico, como sugiere ya la profesión de fe puesta al inicio: "Mi Señor eres tú; no hay dicha para mí fuera de ti" (v. 2). Así pues, Dios es considerado como el único bien…
El salmo 15 desarrolla dos temas, expresados mediante tres símbolos. Ante todo, el símbolo de la "heredad", término que domina los versículos 5-6. En efecto, se habla de "lote de mi heredad, copa, suerte". Estas palabras se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel. Ahora bien, sabemos que la única tribu que no había recibido un lote de tierra era la de los levitas, porque el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara precisamente: "El señor es el lote de mi heredad. (...) Me encanta mi heredad" (Sal 15,5-6). Así pues, da la impresión de que es un sacerdote que proclama la alegría de estar totalmente consagrado al servicio de Dios. San Agustín comenta: "El salmista no dice: "Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me darás como heredad?", sino que dice: "Todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar".
El segundo tema es el de la comunión perfecta y continua con el Señor. El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte, para permanecer en la intimidad de Dios, la cual ya no es posible en la muerte (cf. Sal 6,6; 87,6). Con todo, sus expresiones no ponen ningún límite a esta preservación; más aún, pueden entenderse en la línea de una victoria sobre la muerte que asegura la intimidad eterna con Dios. Son dos los símbolos que usa el orante. Ante todo, se evoca el cuerpo: los exégetas nos dicen que en el original hebreo (cf. Sal 15,7-10) se habla de "riñones", símbolo de las pasiones y de la interioridad más profunda; de "diestra", signo de fuerza; de "corazón", sede de la conciencia; incluso, de "hígado", que expresa la emotividad; de "carne", que indica la existencia frágil del hombre; y, por último, de "soplo de vida". Por consiguiente, se trata de la representación de "todo el ser" de la persona, que no es absorbido y aniquilado en la corrupción del sepulcro (cf. v. 10), sino que se mantiene en la vida plena y feliz con Dios.
El segundo símbolo del salmo 15 es el del "camino": "Me enseñarás el sendero de la vida" (v. 11). Es el camino que lleva al "gozo pleno en la presencia" divina, a "la alegría perpetua a la derecha" del Señor. Estas palabras se adaptan perfectamente a una interpretación que ensancha la perspectiva a la esperanza de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna. En este punto, es fácil intuir por qué el Nuevo Testamento asumió el salmo 15 refiriéndolo a la resurrección de Cristo. San Pedro, en su discurso de Pentecostés, cita precisamente la segunda parte de este himno con una luminosa aplicación pascual y cristológica: "Dios resucitó a Jesús de Nazaret, librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio" (Hch 2,24). San Pablo, durante su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, se refiere al salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta perspectiva, también nosotros lo proclamamos: "No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien Dios resucitó -o sea, Jesucristo-, no experimentó la corrupción" (Hch 13,35-37)”.
En el reparto de herencias, a nosotros nos ha tocado el Señor. Muchos han recibido riquezas, naciones enteras. Nosotros tenemos al Señor como nuestro refugio, como nuestro consejero, como nuestro protector, como nuestro gozo y nuestra alegría perpetua. Por eso, sintamos en nosotros la paz, la confianza de saber que el Señor vela por nosotros. Nosotros, por nuestra parte, dejémonos instruir y conducir por Él, pues Él no sólo quiere estar con nosotros en nuestro camino por esta vida, sino que nos quiere junto a Él en la vida eterna; pero esto sólo está reservado para quienes le viven fieles.
3.- Lc 6,39-42 (ver domingo 8, C: Lc 6, 39-45). Continúa "el sermón de la llanura", con recomendaciones varias, a modo de comparaciones: - un ciego no puede guiar a otro ciego: los dos caerán en el hoyo, - un discípulo no será más que su maestro, - no tenemos que fijarnos tanto en los defectos de los demás (una mota o brizna en el ojo ajeno), sino en los nuestros (una viga): si no, seríamos hipócritas. Son recomendaciones relacionadas con la ley del amor que ayer nos daba Jesús. El que se tiene por guía debe "ver" bien. El que quiere pasar de discípulo a maestro, lo mismo. Uno y otro, si lo único que ven son los defectos de los demás, y no los propios, mal irá la cosa. Lo de ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio era un dicho muy común entre los judíos.
Qué fácilmente vemos los defectos de nuestros hermanos, y qué capacidad tenemos de disimular los nuestros! Eso se llama ser hipócritas. Por eso se nos ocurre hacer de guías de otros, cuando los que necesitamos orientación somos nosotros. Y queremos hacer de maestros, cuando no hemos acabado de aprender. Y nos metemos a dar consejos y a corregir a otros, cuando no somos capaces de enfrentarnos sinceramente con nuestros propios fallos. Hagamos hoy un poco de examen de conciencia: ¿no tendemos a ignorar nuestros defectos, mientras que estamos siempre alerta para descubrir los ajenos? Cada vez que nos acordamos de los fallos de los demás -con un deseo inmediato de comentarlos con otros-, deberíamos razonar así: "y yo seguramente tengo fallos mayores y los demás no me los echan en cara continuamente, sino que disimulan: ¿por qué tengo tantas ganas de ser juez y fiscal de mis hermanos?". Eso se llama hipocresía, uno de los defectos que más criticó Jesús. Nos iría bien un espejo limpio donde mirarnos: este espejo es la Palabra de Dios, que nos va orientando día tras día. Para ejercitar una saludable autocrítica en nuestra vida (J. Aldazábal).
El evangelio de hoy nos invita a mirar el mundo y a los otros con la misma mirada de Jesús: una mirada de benevolencia. Los ojos son como un espejo en el que se refleja el mundo. “Si tú me dices: ‘muéstrame a tu Dios’, yo te diré a mi vez: ‘muéstrame tú al hombre que hay en ti’, y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven, y si oyen los oídos de tu corazón… ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecisos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones” (S. Teófilo de Antioquía). Hay personas para las que toda la realidad es triste y está sujeta a lamentaciones. Todo va mal; y los "sí, pero..." minan toda razón de esperar. El mundo, como por una especie de mimetismo, toma el color de nuestra mirada. Sed benévolos. Con los demás: son menos malos de lo que os imagináis. Amad en ellos la parte mejor de ellos mismos; en el peor de los incrédulos hay una chispa, aunque sea oculta, de ese fuego que Dios ha inscrito en el corazón de cada uno. Tenéis vocación de esperanza: esperad en el hombre. El cristiano, pase lo que pase, no puede encerrar al que siempre es su hermano dentro del calabozo de las sospechas o en la argolla de las condenaciones. Creed en el hombre y sed hombres consagrados a la misericordia. Y sed benévolos con vosotros mismos, mirándoos con menos severidad. Si tenéis algún sentimiento de antipatía ante tal o cual acto, que vuestra antipatía se cambie en humor: ¡tampoco vosotros habéis dicho aún la última palabra! Y sed benévolos con el mundo: no seáis eternos insatisfechos. Vivid, vivid bien, gozad de la vida. Dios fue el primero que se admiró de la obra salida de sus manos en los primeros días del universo. Ser benévolo ¿significa acaso encontrar excusas, o ser indiferente, o ser ingenuo? Eso sería olvidar que esa palabra -¡y las palabras tienen un sentido!- comprende dos términos: bien y querer. Ser benévolo significa también: descubríos como responsables, sed buenos, vigilantes, denunciad las ilusiones, los valores falsos, las dichas engañosas. La benevolencia es una responsabilidad y la asunción de un deber. Hace algunos años, un periódico francés centró su campaña de promoción en un "eslogan" extraordinario: "Los demás ven la vida en negro, nosotros vemos razones para esperar". Eso es la benevolencia cristiana: el amor tiene paciencia, lo excusa todo, lo perdona todo, porque toma como modelo la misericordia de Dios. Nuestra benevolencia no es "ver las cosas de color rosa"; es teologal. Nuestras razones para esperar se arraigan en el ser mismo de Dios, que tiene paciencia, y en su gracia, que no fallará jamás. Dios de paciencia infinita, / sé nuestro maestro: / enséñanos a amar como Tú solo puedes amar. / Danos un corazón misericordioso / y razones para esperar / que nuestro tiempo desembocará en la felicidad eterna (Dios cada día, Sal terrae).
Las comparaciones y sentencias de la presente perícopa se sitúan en un contexto en que se exige la superación de una actitud de juicio (de dominio) respecto de los otros. Ese contexto viene dado por los vínculos precedentes (6, 37-38) donde se condena todo juicio interhumano y se presenta el ideal de una existencia convertida en regalo hacia los otros. Sobre ese fondo se comprenden las tres pequeñas unidades que componen nuestro texto. La primera unidad, que en su origen parece un refrán de aquel tiempo, se refiere al ciego que pretende conducir a otro ciego en el camino. En el fondo de ese gesto se esconde la tendencia de dominio. Lo que parece amor (ayuda a un necesitado) se identifica con un rasgo de egoísmo: guiando al ciego me comporto como dueño de su destino y mi propia personalidad. El viejo refrán ha señalado ya la ridiculez de la pretensión del ciego: los dos terminarán cayendo dentro del hoyo.
También la segunda unidad (6, 40) nos transmite una sentencia conocida: el discípulo se mantiene en la línea del maestro. Pues bien, formulada en un contexto de revelación del amor cristiano, esta sentencia se nos manifiesta extraordinariamente rica. Jesús, el maestro verdadero, no ha querido arrogarse el derecho de guiar en el camino al ciego y dominarlo. No se ha permitido juzgar a los demás, sino que les ayuda; no ha intentado sacar provecho de ellos, les ofrece lo que tiene. Este ejemplo del maestro se debe convertir en norma de conducta para todos los creyentes. Nuestro texto lo presupone así, pero no han sentido la necesidad de ampliar o desarrollar esta idea, prefiriendo volver a un tipo de comparación más cercana, la del ojo (6, 41-42). En el fondo, el sentido de esta comparación se mantiene en el mismo plano que la del ciego. Por más ciegos que estén (aunque tengan una vida que nuble sus ojos) los hombres se encuentran siempre dispuestos a marcar el camino a los demás: son incapaces de ver su gran ceguera y, sin embargo, descubren el más mínimo rasgo de imperfección en el prójimo (mota en el ojo ajeno). La solución de Jesús remite a las sentencias sobre el juicio (6, 37-38): nunca podemos dominar a los demás ni condenarlos por aquéllo que a nosotros nos parezcan sus defectos. Resulta que ningún hombre es dueño de los otros; nadie tiene, por lo tanto, el derecho de imponer su criterio sobre los restantes hombres. Esta exigencia de Jesús resulta impresionantemente dura. Los imperios de este mundo se arrogan el derecho de dictaminar sobre lo bueno y lo malo de los hombres; los gobiernos ejercen su poder juzgando a los súbditos; los que tienen autoridad la imponen sobre aquéllos que se encuentran sometidos. Todos piensan que pueden dominar de alguna forma sobre aquéllos que se encuentran a su lado. Vivimos en un mundo dividido en dos mitades: los que mandan (o quieren mandar) y aquéllos que están obligados a obedecer o someterse. ¿Cómo romper esta cadena? ¿Cómo lograr una comunión interhumana en la que nadie juzgue ni domine a nadie? El único camino es el amor, tal como se precisa en la perícopa precedente (6, 27-36; comentarios, edic Marova).
En los dos pasajes de hoy y de mañana, encontraremos una serie de sentencias de Jesús bastante heteróclitas enlazadas unas a otras por palabra enlace -la "medida", el "ojo", el "árbol" la "boca", la "casa"-: esta repetición de palabras que se suscitan unas a otras es un procedimiento usado por las civilizaciones orales, que no tienen escritura, para memorizar algunas palabras. Tenemos con ello un buen testimonio del cuidado con el que las primeras generaciones cristianas conservaron, no en "libros" sino en su "memoria y en su corazón", las palabras de Jesús. ¿No podría yo también aprender de memoria ciertas sentencias de Jesús?
-¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo? Sed lúcidos, decía Jesús, a través de esa imagen concreta. No os dejéis arrastrar sin verificar antes dónde vais y a quién seguís. Hay falsos conductores, falsos profetas que engañan al pueblo... Tened los ojos muy abiertos.
-¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo, y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? (palabra enlace: el ciego, el ojo) Sed lúcidos, primero, para vosotros mismos, decía Jesús a través de esa otra imagen concreta. Vosotros que desconfiáis tanto de los falsos-conductores, de los falsos-profetas, que criticáis tan fácilmente a vuestros responsables, o a vuestros hermanos... mirad pues en el fondo de vuestra propia vida... ¡Abrid los ojos sobre vosotros mismos! Criticaos; sed vosotros objeto de vuestra propia crítica. Vosotros que percibís tan fácilmente los defectos de la Iglesia, de los sacerdotes, de los cristianos que no piensan como vosotros sobre ciertos puntos... Procurad también tener en cuenta vuestros propios defectos.
-¿Cómo te permites decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo...? ¡Te equivocas! Sácate primero la viga de tu ojo." El traductor, aquí, ha estado muy amable y ha suavizado el apóstrofe de Jesús. El texto griego auténtico es mucho más fuerte: "¡Hipócrita! sácate primero la viga de tu ojo". Y nosotros, ¿no tratamos también a veces de suavizar el evangelio? ¡No nos gustan las palabras fuertes! Sobre todo si nos van dirigidas. De nuevo hay que hacer notar, que no se trata sólo de los demás... Ciertamente es a mí a quien Jesús dice que soy hipócrita cuando critico a los demás. ¡Cuánto más agradable sería la vida a nuestro alrededor si fuéramos más exigentes con nosotros que con los demás; si nos aplicáramos todos los buenos consejos que prodigamos a los demás; si tuviéramos el mismo afán en mejorarnos a nosotros mismos, que el que tenemos en mejorar a los demás! ¿No habéis notado que, cuando algo va mal, siempre echamos la culpa a "los otros"?: si los gobiernos hicieran esto... si los sindicatos no hicieran tal cosa... si los patronos se portaran de ese modo... si los obreros fueran de esa otra manera... si los sacerdotes hicieran mejor su trabajo... si mi esposo, si mi esposa... si mis vecinos...
-Sácate primero la viga de tu ojo, entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano. La "revisión de vida" es un ejercicio espiritual eminentemente evangélico: se trata de reconsiderarse a sí mismo, de revisar, de repasar la propia vía y los propios compromisos. ¡Sería una horrenda caricatura de la revisión de vida si la transformáramos en una empresa de crítica de los demás! Señor, haznos lúcidos y clarividentes; así podremos intentar ayudar a nuestros hermanos a ver también más claro (Noel Quesson).
Sólo un ser humano libre y consciente es capaz de guiar a los demás. Pues, mientras la persona siga envuelta por ambiciones, egoísmos y violencias vivirá con la cabeza metida entre un hueco y no será capaz de ver. Jesús, precisamente, formó a sus discípulos en una actitud crítica, serena y responsable que les permitiera ver y amar la realidad. Mientras las personas no adquieran una mirada misericordiosa y sobria consigo mismos, con sus semejantes y con toda la realidad no estarán en condiciones de cambiar nada. Mucho menos de orientar a los demás hacia la luz y la verdad. Y Jesús era consciente de esta simple y terrible evidencia. Por esto, sus dos parábolas ponen en juego el símbolo de los ojos, para indicar cuál es la actitud de quienes aún no se han abierto a la acción de Dios y se ponen delante de la comunidad como jefes, maestros y guías. Hoy, el evangelio nos llama a hacer un balance de nuestras prácticas, actitudes y mentalidades. No sea que creyendo ser visionarios no atinemos a ver ni el precipicio que queda a un metro. Pues, ¿qué saca de provecho el hombre acumulando ciencia, dinero y posesiones si malogra su vida? ¿De qué le sirve un prestigio y un reconocimiento que no mejoran la vida personal ni la ajena? Mientras el ser humano no gane en conciencia, misericordia, amor y solidaridad... todas las demás ganancias sólo serán un estorbo ante los ojos que le impedirán ver la realidad, la vida misma (servicio bíblico latinoamericano).
Danos , Señor, la gracia de ser sinceros, de reconocer nuestras propias miserias y debilidades antes de descubrir la parte oscura de la vida de nuestros hermanos, y de rectificar nuestra conducta, conforme a la verdad, justicia y caridad. Amén.
Quien quiera conducir a su prójimo por el camino del amor, de la fidelidad, de la rectitud, antes debe dejarse conducir por Cristo por el mismo camino. El camino de perfección no es algo inventado por el hombre; Jesús va delante de nosotros. Él nos dijo que era necesario que el Hijo del hombre padeciera todo lo que tuvo que padecer para entrar así en su Gloria. El Señor nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y seguirlo. No podemos caminar al margen de su ejemplo y de sus palabras. Querer hacer fácil el camino del hombre que llega a la perfección en Dios es tanto como dar palos de ciego. Por eso, nosotros mismos hemos de ser los primeros en vivir en el amor de Dios, aceptando el ser renovados por Él, pues sólo así Él hará que resplandezcamos con la misma perfección que nos manifestó en Cristo Jesús. Permitámosle al Señor quitar de nosotros la paja o la viga de nuestras maldades, para que, por ningún motivo, nos convirtamos en jueces, sino en hermanos, llenos de bondad y de misericordia para con todos, pues así nosotros hemos sido amados y comprendidos por Dios.
Dios nos ha convocado en esta Eucaristía considerándonos dignos de confianza para ponernos a su servicio. A pesar de que pudiéramos haber estado en una fosa profunda y cenagosa, el Señor se ha inclinado hacia nosotros y nos ha tendido la mano, por medio de Jesús, su Hijo hecho uno de nosotros por obra del Espíritu Santo, en el Seno Virginal de María de Nazaret; asentó nuestros pies sobre roca firme y ha consolidado nuestros pasos para que, sin tropiezos, caminemos haciendo el bien a todos. Por eso, en esta reunión Eucarística le entonamos un cántico nuevo, que procede de la presencia del Espíritu en nosotros. No sólo venimos a alabarlo con los labios, sino que traemos nuestras obras; aquello bueno que, en su Nombre hemos hecho a favor de los demás, pues no somos siervos inútiles y mudos, sino que, elevados a la dignidad de hijos de Dios, nos hemos de esforzar día a día por dar a conocer su Nombre a todos, especialmente mediante nuestro testimonio de vida. Sabiendo, sin embargo, que somos frágiles, en esta Eucaristía nosotros mismos nos ponemos sobre el Altar como ofrenda, que el Señor mismo ha de santificar para que le sea grata no sólo en esta celebración, sino en toda nuestra existencia convertida en una ofrenda agradable a su Santo Nombre.
Es verdad que el Señor es nuestra herencia. Nosotros le pertenecemos y Él, por pura gracia y dignación suya hacia nosotros, nos pertenece. Esa nuestra herencia, que es el Señor, no es para que la guardemos egoístamente, sino para que la pongamos a la disposición de los demás. Jamás nos quedaremos con las manos vacías por hacer partícipes a todos de la salvación, del amor, de la misericordia que nosotros disfrutamos en Cristo. Por eso, estando nuestra vida en manos de Dios, esforcémonos por darlo llevarlo a los demás, para que, conociéndolo lo amen; amándolo den testimonio de Él; y, dando testimonio de Él, se conviertan, junto con nosotros, en constructores del Reino de Dios ya desde este mundo. Así como Moisés respondía al joven Josué: ¡Ojalá y todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su Espíritu! cómo quisiéramos que esto se hiciera realidad. Entonces nuestro mundo sería más justo, más recto, más solidario de quienes viven con menos oportunidades en la vida. Sin embargo muchos han cerrado su corazón al Espíritu Santo, y lo han rechazado para evitar el verse comprometidos a fondo con la realización del bien a favor de todos. ¿No será acaso esto un pecado en contra del Espíritu Santo en nuestros días?
Roguémosle a nuestro Dios y Padre, por intercesión de María, nuestra Madre, que nos conceda docilidad a su Espíritu para que, siendo transformados por Él, seamos cada día más conforme a la imagen de su Hijo Jesús, y, en comunión de vida con Él, pasemos haciendo el bien a todos. Amén (www.homiliacatolica.com).
Primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1,1-2.12-14. Pablo, apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios, nuestro salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza, a Timoteo, verdadero hijo en la fe. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mi, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.
Salmo 15,1-2a y 5.7-8.11. R. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres ¡ni bien.» El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
Santo evangelio según san Lucas 6,39-42. En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: -« ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, sí bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.»
Comentario: 1.- 1Tm 1,1-2.12-14. Durante ocho días (lo que queda de esta semana y toda la siguiente) leeremos la primera Carta de Pablo a su discípulo Timoteo, a quien dedica siempre palabras muy afectuosas. Timoteo había nacido en Listra de Licaonia (cf. Hch 16), de padre griego y madre judía. Fue uno de los compañeros más fieles de Pablo en sus viajes y luego nombrado responsable de la comunidad cristiana de Efeso. Las dos cartas de Pablo a Timoteo y la dirigida a Tito (responsable de la comunidad de Creta) se llaman "cartas pastorales".
La primera página es un afectuoso saludo de Pablo a Timoteo, "verdadero hijo en la fe", a quien desea la gracia y la paz de Dios y de Cristo Jesús. Pero en seguida pasa a una especie de una confesión general, llena de humildad y gratitud para con Dios, recordando su vocación para apóstol. Pablo agradece a Dios que le haya llamado a ser ministro en la comunidad, a pesar de su pasado nada recomendable.
Es interesante que Pablo, una autoridad en la Iglesia, reconozca humildemente los fallos de su "prehistoria" y que recuerde que había sido "blasfemo", "perseguidor" y "violento". Las vidas de santos suelen estar llenas de virtudes y milagros, y pocas veces se atreven sus autores a recordar sus sombras, como hace aquí Pablo de sí mismo. La humildad en la presencia de Dios nos hace a todos también más amables en la presencia del prójimo. Nos relativiza a nosotros mismos, nos hace recordar nuestros fallos, y así estamos más dispuestos a ser tolerantes con los de los demás. Aunque nosotros tal vez no hayamos sido "blasfemos, perseguidores y violentos", seguro que tenemos muchas cosas que agradecer a Dios, y podemos decir: "se fió de mí, me confió este ministerio, derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano". Tenemos que reconocer que "Dios tuvo compasión de mí". Si él usó de misericordia para con nosotros, eso nos prepara para una actitud mucho más abierta y humilde para con los demás. Porque nos recuerda que no somos lo que somos por méritos propios, sino por la bondad de Dios. Las epístolas a Timoteo y a Tito, llamadas epístolas pastorales, tienen un carácter distinto al resto de las epístolas de san Pablo. Las preocupaciones y el estilo son diferentes. Un discípulo próximo a san Pablo pudo haber intervenido en la redacción. O bien Pablo mismo al final de su vida pudo encontrarse en una fase verdaderamente nueva de la evolución de las comunidades cristianas: en aquel tiempo, como hoy, ocurrían cambios rápidos. El caso es que Pablo insiste más sobre las estructuras jerárquicas y la refutación de los errores, para salvaguardar la unidad de la fe y su tradición auténtica a las generaciones futuras.
-A Timoteo, verdadero hijo mío en la fe, te deseo... De hecho era Pablo quien había convertido a Timoteo, pagano de Listra en Liconia, de padre griego y madre judía (Hch 16,1). Era Pablo también quien le había confiado un ministerio al imponerle las manos (1 Timoteo 4,14). Timoteo estaba con Pablo cuando escribió siete de sus cartas (1 Ts 1,1; 1 Ts 1,1; 2 Co 1,1; Rm 16,21; Flp 1,1; Col 1,1; Flm l). Y sobre todo Pablo confió misiones importantes a su discípulo preferido, al que llama aquí «su hijo en la fe» (1 Ts 3,2-6; 1 Co 4,17.). Nos agrada pensar que Pablo tuvo, también, amigos que le permanecieron fieles, cuando tantos otros le abandonaban (2 Tm 1,10-16).
-Te deseo... gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Pablo no deja de tener presente al Padre de Jesús. Todo deseo salido de sus labios o de su pluma ¡viene "de parte" de Dios! Doy gracias a aquel que me da la fuerza, a Cristo Jesús. Decididamente, a Pablo le acompañan siempre esos sentimientos: la alegría, el agradecimiento. ¡Si también fuese eso verdad para nosotros!
-Ya que me consideró digno de confianza al encargarme del ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pablo se acuerda de su propia conversión: viene de muy lejos... Era perseguidor, ferozmente opuesto al cristianismo. Ahora bien lo que emociona a Pablo no son los esfuerzos que pudo haber hecho para cambiar de rumbo, sino la «confianza que Dios le ha manifestado».
-Cristo me perdonó, porque obré por ignorancia, porque no tenía fe. Pablo propone como «buena nueva» su propia experiencia: ¡soy un pecador perdonado! ¡He experimentado la misericordia de Dios ! Sé lo que el Amor de Dios es. Tratad de saberlo también vosotros. Y Pablo llegará a decir: soy un incrédulo que ha pasado a ser creyente. No tenía fe, estaba en la ignorancia. De ese modo, para nosotros también nuestras preguntas y nuestras dudas sobre la fe pueden llegar a ser una misteriosa comunión con los no-creyentes que nos ayude a encontrar las palabras oportunas para una verdadera comunicación.
-Pero la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y el amor en Cristo Jesús. Es una de las grandes y constantes afirmaciones de san Pablo: la primacía de la gracia, la gratuidad del don de Dios... la justificación por la fe y no por las obras... la salvación considerada como una obra de amor divino. Señor Jesús, ¡sé de veras el más fuerte! en mi vida de cada día, en mis combates cotidianos (Noel Quesson).
Tanto la carta a Tito como las dirigidas a Timoteo son llamadas «pastorales». Se hace difícil hallar un título mejor. Con él quiere indicarse que Pablo, en la segunda y definitiva cautividad (h. el año 67), se dirige no sólo a los jefes jerárquicos de Creta y Efeso, que son allí sus delegados personales y plenipotenciarios, sino también a las respectivas comunidades..., y por ellas a toda la Iglesia universal. Esto explica por qué Pablo, a pesar de ser tan bien conocido y amado por Timoteo, empieza presentando sus credenciales de apóstol (v 1). Esta presentación oficial no impide que Pablo demuestre a continuación su afecto paternal por Timoteo. Muchos y variados son los adjetivos afectuosos que Pablo dedica a Timoteo, fruto de su apostolado en Listra y de su fiel colaboración. No existen dos iguales: «mi hijo muy amado y cristiano fiel» (1 Cor 4,17), «a ningún otro tengo tan unido a mí» (Flp 2,20), "amado hijo" (2 Tim 1,2) Ahora le llama «hijo legítimo en la fe» (1 Tim 1,2). Es como una madre que siempre halla nuevas gracias en su hijo. El celibato de Pablo no esterilizó su corazón. Después de darles algunas directrices sobre la enseñanza de la fe (1,3-11), Pablo recuerda ante el discípulo (=hijo espiritual) la prehistoria de su propio apostolado. En ella aparecen las persecuciones, los insultos y las blasfemias de Pablo. Es lógico que en ella Pablo se confiese pecador..., pero lo más admirable es el tiempo en que el verbo está redactado, un presente: «Yo soy el primero (pecador)» (1,15). Pablo no se detiene aquí. No quiere darnos lecciones de humildad. Generosamente piensa en los que le seguirán a él y a Timoteo. No quiere que admiremos su comportamiento ni sus virtudes, sino la manifestación de la misericordia de Dios en él. (Ciertamente distinto de la hiperbólica y alienante descripción de méritos y milagros en tantas biografías de santos). La misericordia de Dios conmigo, nos dice Pablo, es una simple muestra de lo que hará también con vosotros: «Dios tuvo misericordia de mí, para que Cristo Jesús mostrase en mí el primero hasta dónde llega su paciencia, proponiendo un ejemplo típico a los que en el futuro creyesen en él para obtener la vida eterna» (16; E. Cortés).
A Timoteo, cristiano de origen judeo pagano; muy amigo y compañero de viaje del Apóstol de los gentiles y ahora al frente de una comunidad cristiana, Pablo le escribe una carta llena de afecto llamándole su verdadero hijo en la fe. Lo invita a la fidelidad y Pablo mismo, desde su experiencia personal de la misericordia divina, invita a Timoteo a vivir en la fe, en la gracia, en la misericordia y en la paz, que provienen de Dios. A pesar de nuestras miserias pasadas, Dios jamás nos abandonará. Él quiere, no sólo que todos los hombres se salven, sino que se conviertan en testigos suyos, sabiendo que quien en verdad ha experimentado el amor de Dios podrá convertirse en un fidedigno testigo que, con la fuerza del Espíritu Santo, podrá ayudar a los demás a ir por el mismo camino que ya han andado sus propios pies. Seamos, pues, portadores del amor de Dios, proclamando ante los demás lo misericordioso que ha sido el Señor para con cada uno de nosotros.
2. El salmo expresa sentimientos de alegría y confianza en Dios, como poniéndolos en labios de Pablo: "yo digo al Señor: tu eres mi bien... tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré".
Juan Pablo II comenta: “Tenemos la oportunidad de meditar en un salmo de intensa fuerza espiritual, después de escucharlo y transformarlo en oración. A pesar de las dificultades del texto, que el original hebreo pone de manifiesto sobre todo en los primeros versículos, el salmo 15 es un cántico luminoso, con espíritu místico, como sugiere ya la profesión de fe puesta al inicio: "Mi Señor eres tú; no hay dicha para mí fuera de ti" (v. 2). Así pues, Dios es considerado como el único bien…
El salmo 15 desarrolla dos temas, expresados mediante tres símbolos. Ante todo, el símbolo de la "heredad", término que domina los versículos 5-6. En efecto, se habla de "lote de mi heredad, copa, suerte". Estas palabras se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel. Ahora bien, sabemos que la única tribu que no había recibido un lote de tierra era la de los levitas, porque el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara precisamente: "El señor es el lote de mi heredad. (...) Me encanta mi heredad" (Sal 15,5-6). Así pues, da la impresión de que es un sacerdote que proclama la alegría de estar totalmente consagrado al servicio de Dios. San Agustín comenta: "El salmista no dice: "Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me darás como heredad?", sino que dice: "Todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar".
El segundo tema es el de la comunión perfecta y continua con el Señor. El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte, para permanecer en la intimidad de Dios, la cual ya no es posible en la muerte (cf. Sal 6,6; 87,6). Con todo, sus expresiones no ponen ningún límite a esta preservación; más aún, pueden entenderse en la línea de una victoria sobre la muerte que asegura la intimidad eterna con Dios. Son dos los símbolos que usa el orante. Ante todo, se evoca el cuerpo: los exégetas nos dicen que en el original hebreo (cf. Sal 15,7-10) se habla de "riñones", símbolo de las pasiones y de la interioridad más profunda; de "diestra", signo de fuerza; de "corazón", sede de la conciencia; incluso, de "hígado", que expresa la emotividad; de "carne", que indica la existencia frágil del hombre; y, por último, de "soplo de vida". Por consiguiente, se trata de la representación de "todo el ser" de la persona, que no es absorbido y aniquilado en la corrupción del sepulcro (cf. v. 10), sino que se mantiene en la vida plena y feliz con Dios.
El segundo símbolo del salmo 15 es el del "camino": "Me enseñarás el sendero de la vida" (v. 11). Es el camino que lleva al "gozo pleno en la presencia" divina, a "la alegría perpetua a la derecha" del Señor. Estas palabras se adaptan perfectamente a una interpretación que ensancha la perspectiva a la esperanza de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna. En este punto, es fácil intuir por qué el Nuevo Testamento asumió el salmo 15 refiriéndolo a la resurrección de Cristo. San Pedro, en su discurso de Pentecostés, cita precisamente la segunda parte de este himno con una luminosa aplicación pascual y cristológica: "Dios resucitó a Jesús de Nazaret, librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio" (Hch 2,24). San Pablo, durante su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, se refiere al salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta perspectiva, también nosotros lo proclamamos: "No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien Dios resucitó -o sea, Jesucristo-, no experimentó la corrupción" (Hch 13,35-37)”.
En el reparto de herencias, a nosotros nos ha tocado el Señor. Muchos han recibido riquezas, naciones enteras. Nosotros tenemos al Señor como nuestro refugio, como nuestro consejero, como nuestro protector, como nuestro gozo y nuestra alegría perpetua. Por eso, sintamos en nosotros la paz, la confianza de saber que el Señor vela por nosotros. Nosotros, por nuestra parte, dejémonos instruir y conducir por Él, pues Él no sólo quiere estar con nosotros en nuestro camino por esta vida, sino que nos quiere junto a Él en la vida eterna; pero esto sólo está reservado para quienes le viven fieles.
3.- Lc 6,39-42 (ver domingo 8, C: Lc 6, 39-45). Continúa "el sermón de la llanura", con recomendaciones varias, a modo de comparaciones: - un ciego no puede guiar a otro ciego: los dos caerán en el hoyo, - un discípulo no será más que su maestro, - no tenemos que fijarnos tanto en los defectos de los demás (una mota o brizna en el ojo ajeno), sino en los nuestros (una viga): si no, seríamos hipócritas. Son recomendaciones relacionadas con la ley del amor que ayer nos daba Jesús. El que se tiene por guía debe "ver" bien. El que quiere pasar de discípulo a maestro, lo mismo. Uno y otro, si lo único que ven son los defectos de los demás, y no los propios, mal irá la cosa. Lo de ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio era un dicho muy común entre los judíos.
Qué fácilmente vemos los defectos de nuestros hermanos, y qué capacidad tenemos de disimular los nuestros! Eso se llama ser hipócritas. Por eso se nos ocurre hacer de guías de otros, cuando los que necesitamos orientación somos nosotros. Y queremos hacer de maestros, cuando no hemos acabado de aprender. Y nos metemos a dar consejos y a corregir a otros, cuando no somos capaces de enfrentarnos sinceramente con nuestros propios fallos. Hagamos hoy un poco de examen de conciencia: ¿no tendemos a ignorar nuestros defectos, mientras que estamos siempre alerta para descubrir los ajenos? Cada vez que nos acordamos de los fallos de los demás -con un deseo inmediato de comentarlos con otros-, deberíamos razonar así: "y yo seguramente tengo fallos mayores y los demás no me los echan en cara continuamente, sino que disimulan: ¿por qué tengo tantas ganas de ser juez y fiscal de mis hermanos?". Eso se llama hipocresía, uno de los defectos que más criticó Jesús. Nos iría bien un espejo limpio donde mirarnos: este espejo es la Palabra de Dios, que nos va orientando día tras día. Para ejercitar una saludable autocrítica en nuestra vida (J. Aldazábal).
El evangelio de hoy nos invita a mirar el mundo y a los otros con la misma mirada de Jesús: una mirada de benevolencia. Los ojos son como un espejo en el que se refleja el mundo. “Si tú me dices: ‘muéstrame a tu Dios’, yo te diré a mi vez: ‘muéstrame tú al hombre que hay en ti’, y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven, y si oyen los oídos de tu corazón… ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecisos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones” (S. Teófilo de Antioquía). Hay personas para las que toda la realidad es triste y está sujeta a lamentaciones. Todo va mal; y los "sí, pero..." minan toda razón de esperar. El mundo, como por una especie de mimetismo, toma el color de nuestra mirada. Sed benévolos. Con los demás: son menos malos de lo que os imagináis. Amad en ellos la parte mejor de ellos mismos; en el peor de los incrédulos hay una chispa, aunque sea oculta, de ese fuego que Dios ha inscrito en el corazón de cada uno. Tenéis vocación de esperanza: esperad en el hombre. El cristiano, pase lo que pase, no puede encerrar al que siempre es su hermano dentro del calabozo de las sospechas o en la argolla de las condenaciones. Creed en el hombre y sed hombres consagrados a la misericordia. Y sed benévolos con vosotros mismos, mirándoos con menos severidad. Si tenéis algún sentimiento de antipatía ante tal o cual acto, que vuestra antipatía se cambie en humor: ¡tampoco vosotros habéis dicho aún la última palabra! Y sed benévolos con el mundo: no seáis eternos insatisfechos. Vivid, vivid bien, gozad de la vida. Dios fue el primero que se admiró de la obra salida de sus manos en los primeros días del universo. Ser benévolo ¿significa acaso encontrar excusas, o ser indiferente, o ser ingenuo? Eso sería olvidar que esa palabra -¡y las palabras tienen un sentido!- comprende dos términos: bien y querer. Ser benévolo significa también: descubríos como responsables, sed buenos, vigilantes, denunciad las ilusiones, los valores falsos, las dichas engañosas. La benevolencia es una responsabilidad y la asunción de un deber. Hace algunos años, un periódico francés centró su campaña de promoción en un "eslogan" extraordinario: "Los demás ven la vida en negro, nosotros vemos razones para esperar". Eso es la benevolencia cristiana: el amor tiene paciencia, lo excusa todo, lo perdona todo, porque toma como modelo la misericordia de Dios. Nuestra benevolencia no es "ver las cosas de color rosa"; es teologal. Nuestras razones para esperar se arraigan en el ser mismo de Dios, que tiene paciencia, y en su gracia, que no fallará jamás. Dios de paciencia infinita, / sé nuestro maestro: / enséñanos a amar como Tú solo puedes amar. / Danos un corazón misericordioso / y razones para esperar / que nuestro tiempo desembocará en la felicidad eterna (Dios cada día, Sal terrae).
Las comparaciones y sentencias de la presente perícopa se sitúan en un contexto en que se exige la superación de una actitud de juicio (de dominio) respecto de los otros. Ese contexto viene dado por los vínculos precedentes (6, 37-38) donde se condena todo juicio interhumano y se presenta el ideal de una existencia convertida en regalo hacia los otros. Sobre ese fondo se comprenden las tres pequeñas unidades que componen nuestro texto. La primera unidad, que en su origen parece un refrán de aquel tiempo, se refiere al ciego que pretende conducir a otro ciego en el camino. En el fondo de ese gesto se esconde la tendencia de dominio. Lo que parece amor (ayuda a un necesitado) se identifica con un rasgo de egoísmo: guiando al ciego me comporto como dueño de su destino y mi propia personalidad. El viejo refrán ha señalado ya la ridiculez de la pretensión del ciego: los dos terminarán cayendo dentro del hoyo.
También la segunda unidad (6, 40) nos transmite una sentencia conocida: el discípulo se mantiene en la línea del maestro. Pues bien, formulada en un contexto de revelación del amor cristiano, esta sentencia se nos manifiesta extraordinariamente rica. Jesús, el maestro verdadero, no ha querido arrogarse el derecho de guiar en el camino al ciego y dominarlo. No se ha permitido juzgar a los demás, sino que les ayuda; no ha intentado sacar provecho de ellos, les ofrece lo que tiene. Este ejemplo del maestro se debe convertir en norma de conducta para todos los creyentes. Nuestro texto lo presupone así, pero no han sentido la necesidad de ampliar o desarrollar esta idea, prefiriendo volver a un tipo de comparación más cercana, la del ojo (6, 41-42). En el fondo, el sentido de esta comparación se mantiene en el mismo plano que la del ciego. Por más ciegos que estén (aunque tengan una vida que nuble sus ojos) los hombres se encuentran siempre dispuestos a marcar el camino a los demás: son incapaces de ver su gran ceguera y, sin embargo, descubren el más mínimo rasgo de imperfección en el prójimo (mota en el ojo ajeno). La solución de Jesús remite a las sentencias sobre el juicio (6, 37-38): nunca podemos dominar a los demás ni condenarlos por aquéllo que a nosotros nos parezcan sus defectos. Resulta que ningún hombre es dueño de los otros; nadie tiene, por lo tanto, el derecho de imponer su criterio sobre los restantes hombres. Esta exigencia de Jesús resulta impresionantemente dura. Los imperios de este mundo se arrogan el derecho de dictaminar sobre lo bueno y lo malo de los hombres; los gobiernos ejercen su poder juzgando a los súbditos; los que tienen autoridad la imponen sobre aquéllos que se encuentran sometidos. Todos piensan que pueden dominar de alguna forma sobre aquéllos que se encuentran a su lado. Vivimos en un mundo dividido en dos mitades: los que mandan (o quieren mandar) y aquéllos que están obligados a obedecer o someterse. ¿Cómo romper esta cadena? ¿Cómo lograr una comunión interhumana en la que nadie juzgue ni domine a nadie? El único camino es el amor, tal como se precisa en la perícopa precedente (6, 27-36; comentarios, edic Marova).
En los dos pasajes de hoy y de mañana, encontraremos una serie de sentencias de Jesús bastante heteróclitas enlazadas unas a otras por palabra enlace -la "medida", el "ojo", el "árbol" la "boca", la "casa"-: esta repetición de palabras que se suscitan unas a otras es un procedimiento usado por las civilizaciones orales, que no tienen escritura, para memorizar algunas palabras. Tenemos con ello un buen testimonio del cuidado con el que las primeras generaciones cristianas conservaron, no en "libros" sino en su "memoria y en su corazón", las palabras de Jesús. ¿No podría yo también aprender de memoria ciertas sentencias de Jesús?
-¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo? Sed lúcidos, decía Jesús, a través de esa imagen concreta. No os dejéis arrastrar sin verificar antes dónde vais y a quién seguís. Hay falsos conductores, falsos profetas que engañan al pueblo... Tened los ojos muy abiertos.
-¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo, y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? (palabra enlace: el ciego, el ojo) Sed lúcidos, primero, para vosotros mismos, decía Jesús a través de esa otra imagen concreta. Vosotros que desconfiáis tanto de los falsos-conductores, de los falsos-profetas, que criticáis tan fácilmente a vuestros responsables, o a vuestros hermanos... mirad pues en el fondo de vuestra propia vida... ¡Abrid los ojos sobre vosotros mismos! Criticaos; sed vosotros objeto de vuestra propia crítica. Vosotros que percibís tan fácilmente los defectos de la Iglesia, de los sacerdotes, de los cristianos que no piensan como vosotros sobre ciertos puntos... Procurad también tener en cuenta vuestros propios defectos.
-¿Cómo te permites decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo...? ¡Te equivocas! Sácate primero la viga de tu ojo." El traductor, aquí, ha estado muy amable y ha suavizado el apóstrofe de Jesús. El texto griego auténtico es mucho más fuerte: "¡Hipócrita! sácate primero la viga de tu ojo". Y nosotros, ¿no tratamos también a veces de suavizar el evangelio? ¡No nos gustan las palabras fuertes! Sobre todo si nos van dirigidas. De nuevo hay que hacer notar, que no se trata sólo de los demás... Ciertamente es a mí a quien Jesús dice que soy hipócrita cuando critico a los demás. ¡Cuánto más agradable sería la vida a nuestro alrededor si fuéramos más exigentes con nosotros que con los demás; si nos aplicáramos todos los buenos consejos que prodigamos a los demás; si tuviéramos el mismo afán en mejorarnos a nosotros mismos, que el que tenemos en mejorar a los demás! ¿No habéis notado que, cuando algo va mal, siempre echamos la culpa a "los otros"?: si los gobiernos hicieran esto... si los sindicatos no hicieran tal cosa... si los patronos se portaran de ese modo... si los obreros fueran de esa otra manera... si los sacerdotes hicieran mejor su trabajo... si mi esposo, si mi esposa... si mis vecinos...
-Sácate primero la viga de tu ojo, entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano. La "revisión de vida" es un ejercicio espiritual eminentemente evangélico: se trata de reconsiderarse a sí mismo, de revisar, de repasar la propia vía y los propios compromisos. ¡Sería una horrenda caricatura de la revisión de vida si la transformáramos en una empresa de crítica de los demás! Señor, haznos lúcidos y clarividentes; así podremos intentar ayudar a nuestros hermanos a ver también más claro (Noel Quesson).
Sólo un ser humano libre y consciente es capaz de guiar a los demás. Pues, mientras la persona siga envuelta por ambiciones, egoísmos y violencias vivirá con la cabeza metida entre un hueco y no será capaz de ver. Jesús, precisamente, formó a sus discípulos en una actitud crítica, serena y responsable que les permitiera ver y amar la realidad. Mientras las personas no adquieran una mirada misericordiosa y sobria consigo mismos, con sus semejantes y con toda la realidad no estarán en condiciones de cambiar nada. Mucho menos de orientar a los demás hacia la luz y la verdad. Y Jesús era consciente de esta simple y terrible evidencia. Por esto, sus dos parábolas ponen en juego el símbolo de los ojos, para indicar cuál es la actitud de quienes aún no se han abierto a la acción de Dios y se ponen delante de la comunidad como jefes, maestros y guías. Hoy, el evangelio nos llama a hacer un balance de nuestras prácticas, actitudes y mentalidades. No sea que creyendo ser visionarios no atinemos a ver ni el precipicio que queda a un metro. Pues, ¿qué saca de provecho el hombre acumulando ciencia, dinero y posesiones si malogra su vida? ¿De qué le sirve un prestigio y un reconocimiento que no mejoran la vida personal ni la ajena? Mientras el ser humano no gane en conciencia, misericordia, amor y solidaridad... todas las demás ganancias sólo serán un estorbo ante los ojos que le impedirán ver la realidad, la vida misma (servicio bíblico latinoamericano).
Danos , Señor, la gracia de ser sinceros, de reconocer nuestras propias miserias y debilidades antes de descubrir la parte oscura de la vida de nuestros hermanos, y de rectificar nuestra conducta, conforme a la verdad, justicia y caridad. Amén.
Quien quiera conducir a su prójimo por el camino del amor, de la fidelidad, de la rectitud, antes debe dejarse conducir por Cristo por el mismo camino. El camino de perfección no es algo inventado por el hombre; Jesús va delante de nosotros. Él nos dijo que era necesario que el Hijo del hombre padeciera todo lo que tuvo que padecer para entrar así en su Gloria. El Señor nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y seguirlo. No podemos caminar al margen de su ejemplo y de sus palabras. Querer hacer fácil el camino del hombre que llega a la perfección en Dios es tanto como dar palos de ciego. Por eso, nosotros mismos hemos de ser los primeros en vivir en el amor de Dios, aceptando el ser renovados por Él, pues sólo así Él hará que resplandezcamos con la misma perfección que nos manifestó en Cristo Jesús. Permitámosle al Señor quitar de nosotros la paja o la viga de nuestras maldades, para que, por ningún motivo, nos convirtamos en jueces, sino en hermanos, llenos de bondad y de misericordia para con todos, pues así nosotros hemos sido amados y comprendidos por Dios.
Dios nos ha convocado en esta Eucaristía considerándonos dignos de confianza para ponernos a su servicio. A pesar de que pudiéramos haber estado en una fosa profunda y cenagosa, el Señor se ha inclinado hacia nosotros y nos ha tendido la mano, por medio de Jesús, su Hijo hecho uno de nosotros por obra del Espíritu Santo, en el Seno Virginal de María de Nazaret; asentó nuestros pies sobre roca firme y ha consolidado nuestros pasos para que, sin tropiezos, caminemos haciendo el bien a todos. Por eso, en esta reunión Eucarística le entonamos un cántico nuevo, que procede de la presencia del Espíritu en nosotros. No sólo venimos a alabarlo con los labios, sino que traemos nuestras obras; aquello bueno que, en su Nombre hemos hecho a favor de los demás, pues no somos siervos inútiles y mudos, sino que, elevados a la dignidad de hijos de Dios, nos hemos de esforzar día a día por dar a conocer su Nombre a todos, especialmente mediante nuestro testimonio de vida. Sabiendo, sin embargo, que somos frágiles, en esta Eucaristía nosotros mismos nos ponemos sobre el Altar como ofrenda, que el Señor mismo ha de santificar para que le sea grata no sólo en esta celebración, sino en toda nuestra existencia convertida en una ofrenda agradable a su Santo Nombre.
Es verdad que el Señor es nuestra herencia. Nosotros le pertenecemos y Él, por pura gracia y dignación suya hacia nosotros, nos pertenece. Esa nuestra herencia, que es el Señor, no es para que la guardemos egoístamente, sino para que la pongamos a la disposición de los demás. Jamás nos quedaremos con las manos vacías por hacer partícipes a todos de la salvación, del amor, de la misericordia que nosotros disfrutamos en Cristo. Por eso, estando nuestra vida en manos de Dios, esforcémonos por darlo llevarlo a los demás, para que, conociéndolo lo amen; amándolo den testimonio de Él; y, dando testimonio de Él, se conviertan, junto con nosotros, en constructores del Reino de Dios ya desde este mundo. Así como Moisés respondía al joven Josué: ¡Ojalá y todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su Espíritu! cómo quisiéramos que esto se hiciera realidad. Entonces nuestro mundo sería más justo, más recto, más solidario de quienes viven con menos oportunidades en la vida. Sin embargo muchos han cerrado su corazón al Espíritu Santo, y lo han rechazado para evitar el verse comprometidos a fondo con la realización del bien a favor de todos. ¿No será acaso esto un pecado en contra del Espíritu Santo en nuestros días?
Roguémosle a nuestro Dios y Padre, por intercesión de María, nuestra Madre, que nos conceda docilidad a su Espíritu para que, siendo transformados por Él, seamos cada día más conforme a la imagen de su Hijo Jesús, y, en comunión de vida con Él, pasemos haciendo el bien a todos. Amén (www.homiliacatolica.com).
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miércoles, 7 de septiembre de 2011
8 de septiembre. La Natividad de la Santísima Virgen. "Hoy ha nacido la Virgen María, de la estirpe de David, por quien vino a los creyentes la salvac
8 de septiembre. La Natividad de la Santísima Virgen. "Hoy ha nacido la Virgen María, de la estirpe de David, por quien vino a los creyentes la salvación del mundo y cuya vida gloriosa llenó de luz toda la tierra"
Profecía de Miqueas 5,1-4a. Así dice el Señor: «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.»
O bien: Carta de san Pablo a los romanos 8,28-30: “Hermanos: sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para bien, a los que Dios ha llamado conforme a su designio: A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos; a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; y a los que justificó, los glorificó”.
Salmo 12,6ab.6cd. R. Desbordo de gozo con el Señor
Porque yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio.
Y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.
Santo evangelio según san Mateo 1,1-16.18-23. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Díos-con-nosotros"
Comentario: Hoy nace una clara estrella, / tan divina y celestial, / que, con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella. Nada nos dice el Nuevo Testamento sobre el nacimiento de María. Ni siquiera nos da la fecha o el nombre de sus padres, aunque según la leyenda se llamaban Joaquín y Ana. Así María con su nacimiento es alegría para Dios, que se complace en su nacimiento, en su humildad y discreción en Nazareth. Pero también, como es lógico -con la lógica divina- es causa de nuestra alegría -Causa nostrae letitiae-; antecede, es el preámbulo de nuestra Redención. Después, durante muchos años, la Virgen pasa oculta. Todo Israel espera a esa doncella, y no sabe que ya vive entre los hombres. Su naturalidad es un ejemplo de vida cristiana: Escribía san Josemaría: "ha puesto Dios en mi corazón el ansia de hacer comprender a personas de cualquier estado, de cualquier condición u oficio, esta doctrina: la vida ordinaria puede ser santa y llena de Dios, que el Señor nos llama a santificar la tarea corriente, porque ahí está también la perfección del cristiano. Considerémoslo una vez más contemplando la vida de María".
Éste nacimiento es superior a Creación, porque es la condición de la Redención. En el evangelio apócrifo de Santiago vemos a Ana, su madre, que se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo de Nazaret. Su nombre significa "el hombre a quien Dios levanta", y, según san Epifanio, "preparación del Señor". Descendía de la familia real de David. Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo tan ansiado no llegaba. Los hebreos consideraban la esterilidad como un oprobio y un castigo del cielo. Eran los tales menospreciados y en la calle se les negaba el saludo. En el templo, Joaquin oía murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de Dios. Esta conducta se ve celebrada en Mallorca, en una montaña que se llama Randa, donde existe una iglesia con una capilla dedicada a la Virgen. En los azulejos que cubren las paredes, antiquísimos, el Sumo Sacerdote riñe con el gesto a San Joaquín, esposo de Santa Ana, quien, sumiso y resignado, parece decir: No puede ser, no he podido tener hijos. Sabemos que su esterilidad dará paso a María. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para obtener con penitencias y oraciones la ansiada paternidad. Ana intensificó sus ruegos, implorando como otras veces la gracia de un hijo. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, de que habla el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y asi llegó su hijo Samuel, quien más tarde sería un gran profeta.Y así también Joaquín y Ana vieron premiada su constante oración con el nacimiento de una hija singular, María,concebida sin pecado original, y predestinada a ser la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. De Ana y de Joaquín, oriente / de aquella estrella divina, / sale su luz clara y digna / de ser pura eternamente: / el alba más clara y bella / no le puede ser igual, / que, con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella. // No le iguala lumbre alguna / de cuantas bordan el cielo, / porque es el humilde suelo / de sus pies la blanca luna: / nace en el suelo tan bella / y con luz tan celestial, / que, con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella (Jesus Marti Ballester). "En realidad, aunque no sea posible establecer un preciso punto cronológico para fijar la fecha del nacimiento de María, es constante por parte de la Iglesia la conciencia de que María apareció antes de Cristo en el horizonte de la historia de la salvación. (El A.T. ha anunciado de muchas manera el misterio de María, dirá S. Juan Damaseno). Es un hecho que mientras se acercaba "la plenitud de los tiempos", o sea el acontecimiento salvífico del Emanuel, la que había sido destinada desde la eternidad para ser su Madre ya existía en la tierra. (...) La que, en la noche de la espera de Adviento, comenzó a resplandecer como una verdadera "estrella de la mañana" Stella matutina. En efecto, igual que esta estrella junto con la aurora precede la salida del sol, así María desde su concepción inmaculada ha precedido la venida del Salvador, la salida del "Sol de justicia" en la historia del género humano. Su presencia en medio de Israel –tan discreta que pasó casi inobservada a los ojos de sus contemporáneos– resplandecía claramente ante el Eterno, el cual había asociado a esta escondida "hija de Sión" el plan salvífico que abarcaba toda la historia de la humanidad." (Juan Pablo II). "Tu Natividad. oh Virgen Madre de Dios llenó de gozo a todo el mundo, pues de ti ha nacido el Sol de Justicia, Cristo nuestro Dios, que destruyendo la maldición nos dio la bendición, y confundiendo a la muerte nos dio la vida sempiterna". Por ello la Iglesia no deja de llamarla Ianua Coeli, porque el cielo bajó a la tierra a través de su carne purísima y porque a Dios vamos por medio de Ella. Como leemos en el libro de los Proverbios: "Desde la eternidad fui predestinada, y desde antiguo, antes de que la tierra fuese hecha. Aún no existían los abismos, y yo ya estaba concebida en el plan divino: aún no habían brotado las fuentes de las aguas, aún no estaba asentados los montes sobre su pesada mole, aún no había collados, cuando yo ya había nacido" (8, 23-25).
1. Miq. 5, 1-4. Belén, pequeña aldea al sur de Jerusalén, será elevada a la más alta dignidad, pues de ella saldrá el que será Jefe de Israel y llenará la tierra con su grandeza, convirtiéndose en paz para todos. Cuando en Cristo se cumple esta profecía, el Señor se convierte en Pastor de todos los pueblos. Nos dirá san Pablo: llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de Mujer, nacido bajo la Ley para rescatar a los que vivían bajo la Ley. Al celebrar en este día la Natividad de la santísima Virgen María, nos alegramos porque en ella Dios nos preanuncia que su Hijo viene para liberarnos del pecado y poder presentarnos ante Él santos e inmaculados por haber depositado en el Señor nuestra fe, y habernos dejado conducir por el Espíritu Santo. Elevemos nuestra acción de Gracias al Padre Dios por el Salvador que nos dio por medio de María Virgen. Comenta Javier Echevarría: “Muchas veces habremos considerado que, con el nacimiento de María, comenzó a alborear en la tierra el día de la salvación, porque de Ella ortus est sol iustitiæ, Christus Deus noster, nació Cristo, sol de justicia, nuestro Dios y Salvador (Misa del día, antífona de entrada). Los profetas habían entrevisto esa jornada memorable, y la Iglesia lo subraya al elegir como primera lectura de la Misa un pasaje de Miqueas sobre Belén, la ciudad donde había de nacer el Mesías”. Y Benedicto XVI explica: “El oráculo dice que será descendiente del rey David, procedente de Belén como Él, pero su figura superará los límites de lo humano, pues "sus orígenes son de antigüedad", se pierden en los tiempos más lejanos, confinan con la eternidad; su grandeza llegará "hasta los últimos confines de la tierra", y así serán también los confines de la paz (cf. Mi 5,1-4…) para definir la venida del "Consagrado del Señor", que marcará el inicio de la liberación del pueblo, el profeta usa una expresión enigmática: "Hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz" (Mi 5, 2). Así, la liturgia, que es escuela privilegiada de la fe, nos enseña a reconocer que el nacimiento de María está directamente relacionado con el del Mesías, Hijo de David”.
Sigue Mons. Echevarría: “En las arcanas palabras de Miqueas se entrevé una alusión a la profecía de Isaías, que el Evangelio aplica a María: ecce, virgo concipiet et pariet filium et vocabit nomen eius Emmanuel (Is 7,14; Mt 1,23); he aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un hijo, que será llamado Enmanuel; palabras que se cumplieron en el momento de la Anunciación, cuando el Verbo divino tomó carne en las entrañas purísimas de Nuestra Señora, por obra del Espíritu Santo.
2. Sal. 12. Confía el salmista en el Señor, no duda del amor divino, y ya goza de la salvación. Por eso promete seguir alabando a Dios en el futuro. En medio de peligros y angustias debemos continuar confiando en el Señor; pues sólo en Él encontraremos, no sólo refugio, sino la salvación. Quien confíe en el Señor no tema, pues Dios estará siempre de su lado. Por eso alegrémonos en el Señor, y entonemos en su honor un canto nuevo. María, la Madre de Jesús, es para nosotros un signo de la bondad del Señor para quienes Él ama. Y Dios nos ama, pues no sólo nos llamó a la vida, sino que también nos llamó a participar de la misma Vida que, en su Hijo, ofrece a toda la humanidad. Por eso, confiando en el Señor, hagamos de nuestra existencia una continua alabanza a su Santo Nombre, pues Él siempre está y estará a nuestro lado para librarnos de nuestros enemigos y hacer que nos alegremos por su salvación.
3. Mt 1,1-16.18-23. Jesús significa “salvador”, igual que Josué, el caudillo o salvador que, una vez muerto Moisés, introdujo al pueblo en la tierra prometida. Jesús será salvador, pero no del yugo o esclavitud de Egipto, de los enemigos o del poder extranjero, sino de los pecados, es decir, del pasado de injusticia del pueblo. Y todo esto sucede, según el evangelista, para que se cumpliese la escritura de Isaías: 23Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14) (que significa «Dios con nosotros»). Esta virgen, históricamente la hija del rey Acaz, ha sido identificada por Lucas con María que concibe y da a luz a su hijo, Jesús, Dios con nosotros, o mejor, Dios entre nosotros. Jesús, el hijo de María no es un enviado divino como los antiguos profetas.Naciendo sin padre humano, sin modelo humano al que ajustarse, Jesús es la presencia de Dios en la tierra y, por eso, será el salvador.
Le rendimos nuestro homenaje por ser la Llena de Gracia. Es otro modo de reconocer la omnipotencia y bondad divinas. Como recuerda con frecuencia en la Liturgia de la Iglesia, a propósito del culto que rendimos a los Bienaventurados: manifiestas Tu gloria en la asamblea de los santos y al coronar sus méritos coronas tu propia Obra. Dios, en efecto, muestra de modo más extraordinario su perfección y el amor a sus hijos, cuando en ellos resplandece la virtud y gloria que han logrado correspondiendo a su Gracia. Así, María, Llena de Gracia, al corresponder plenamente a Dios es, entre las criaturas, la imagen más excelsa de la divinidad. En su fiesta de cumpleaños queremos hacerle, con amor, el regalo que nos aconsejaba san Josemaría: El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza (Fluvium.org).
Aparte María su madre, de las cuatro mujeres citadas, Tamar se prostituyó (Gn 38,2-26), Rut era extranjera, Rahab extranjera y prostituta (Jos 2,1), Betsabé, «la de Urías», adúltera (2 Sm 11,4). Ni racismo ni pureza de sangre, la humanidad como es. En Jesús Mesías va a culminar la historia de Israel. Dice Mons. Javier Echevarría: “La lectura evangélica nos propone el largo pasaje de la genealogía de Jesús según San Mateo, para concluir con el anuncio de la concepción del Señor. Presenta la historia de Israel desde Abrahán como una peregrinación que, con subidas y bajadas, por caminos cortos y por caminos largos, conduce en definitiva a Cristo (Benedicto XVI). En ese largo elenco de personajes del Antiguo Testamento, junto a hombres y mujeres que se mostraron fieles a Dios, no faltan otros que no se comportaron así. Aparecen los grandes Patriarcas —Abrahán, Isaac y Jacob—, que respondieron lealmente a los requerimientos divinos, y también figuran caudillos, reyes y gente común que se condujeron como grandes pecadores. Algunos de éstos se arrepintieron, otros no. Y lo mismo entre las mujeres: junto a Rut, amada de Dios, se mencionan otras que le ofendieron. Benedicto XVI subraya que la genealogía, con sus figuras luminosas y oscuras, con sus éxitos y sus fracasos, nos demuestra que Dios también escribe recto con los renglones torcidos de nuestra historia. Dios nos deja nuestra libertad y, sin embargo, sabe encontrar en nuestro fracaso nuevos caminos para su amor. Dios no fracasa. Así esta genealogía es una garantía de la fidelidad de Dios, una garantía de que Dios no nos deja caer y una invitación a orientar siempre de nuevo nuestra vida hacia Él, a caminar siempre nuevamente hacia Cristo.
Era una de las enseñanzas que San Josemaría invitaba a sacar de este pasaje. Nos hacía notar que ciertamente ‘los evangelistas no pudieron escribir todo lo que sabían de Jesucristo, porque hubieran necesitado muchos tomos para recoger exhaustivamente las palabras y los hechos de su vida. Sin embargo, entre las escenas que seleccionaron, no faltan sucesos peyorativos para los mismos Apóstoles. Pero todos encierran una enseñanza’. Y concretaba: ‘volviendo de nuevo a meternos en la genealogía de Jesucristo, encontramos hombres y mujeres —antepasados de José y de María— que a veces no fueron un modelo. Con esa lección, seguro que la Madre de Dios quiere que consideremos que Ella, siendo toda limpia —¡Inmaculada!—, nos acepta con nuestras manchas. Y cuando nos acercamos a Ella y a Jesús, con la conciencia limpia, con la voluntad llena de buenos deseos, entonces todo lo pasado no cuenta. Podemos rehacer nuestra vida, y para eso a lo largo de la jornada habremos de rectificar el rumbo más de una vez’.
Son pensamientos que, en este Año sacerdotal, invitan a fomentar —también entre los confesores— un amplio apostolado para difundir la necesidad del sacramento de la Reconciliación y dar gracias por este medio de alcanzar el perdón de los pecados, que el Señor ha entregado a la Iglesia. Estas consideraciones, además, nos llenan de optimismo y de serenidad, porque nos ayudan a caer en la cuenta de que Dios no se cansa de nuestras flaquezas, aunque no las quiere. Ni nuestros pecados, ni nuestros defectos, cuando nos dolemos de esas deficiencias y pedimos perdón, acudiendo si es necesario al sacramento de la Penitencia, podrán apartarnos de Él. El Señor desea atraernos constantemente a su amor mediante la misericordia.
Quiero que vosotros y yo —repito con palabras de San Josemaría—tengamos esa visión de lucha; que no perdamos nunca de vista que en la vida interior es necesario pelear sin desánimo; que no nos desalentemos cuando al intentar servir a Dios, no una vez sino muchas, tengamos que rectificar’”.
La genealogía se divide en tres períodos de catorce generaciones, marcados por David y por la deportación a Babilonia. La división en generaciones no es estrictamente histórica, sino arreglada por el evangelista para obtener el número «catorce» (valor numérico de las letras con que se escribe el nombre de David), estableciendo al mismo tiempo seis septenarios o «semanas» de generaciones. Jesús, el Mesías, comienza la séptima semana, que representa la época final de Israel y de la humanidad. La octava será el mundo futuro. Con la aparición de Jesús Mesías da comienzo, por tanto, la última edad del mundo. «Engendrar», en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser, sino la propia manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se interrumpe bruscamente al final. José no es padre natural de Jesús, sino solamente legal. Es decir, a Jesús pertenece toda la tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su actividad reflejarán los de Dios mismo. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en ella. Su mesianismo no será davídico (cf. 22,4146). Mateo hace comenzar la genealogía de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán) (Lc 3, 23-38 se remonta hasta Adán). Esto corresponde a su visión teológica que integra en el Israel mesiánico a todo hombre que dé su adhesión a Jesús. La historia de Israel es, para Mateo, la de la humanidad. El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y, por otra parte, se niegue la paternidad de José respecto de Jesús, puede indicar un nuevo comienzo. Así como con Abrahán empieza el Israel étnico, con Jesús va a empezar el Israel universal, que abarcará a la humanidad entera. El Mesías salvador nace por una intervención de Dios en la historia humana. Jesús no es un hombre cualquiera. El significado primario del nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer esta acción divina como una segunda creación, que supera la descrita en Gn 1,lss. En la primera (Gn 1,2), el Espíritu de Dios actuaba sobre el mundo material ("El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas"); ahora hace culminar en Jesús la creación del hombre. Esta culminación no es mera evolución o desarrollo de lo pasado; por ser nueva creación se realiza mediante una intervención de Dios mismo. Puede aún compararse Mt 1,2-17 y 1,18-25 con los dos relatos de la creación del hombre. En el primero (Gn 1,1-2,3) aparece el hombre como la obra final de la creación del mundo; en el segundo (Gn 2,4bss) se describe con detalle la creación del hombre, separado del resto de las obras de Dios. Así Mateo coloca a Jesús, por una parte, como la culminación de una historia pasada (genealogía) y, a continuación, describe en detalle el modo de su concepción y nacimiento, con los que comienza la nueva humanidad. Jesús es al mismo tiempo novedad absoluta y plenitud de un proceso histórico. La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel del Señor, denominación del AT para designar al mensajero de Dios, que a veces se confunde con Dios mismo (Gn 16,7; 22,11; Ex 3,2, etc.).
v. 18: Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación. Entre uno y otra transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato podía hacerse desde que la joven tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la maduración física de la esposa. María está ya unida a José por contrato, pero aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su marido es la propia de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio. El «Espíritu Santo» (en gr. sin artículo en todo el pasaje) es la fuerza vital de Dios (espíritu = viento, aliento), que hace concebir a María. El Padre de Jesús es, por tanto, Dios mismo. Su concepción y nacimiento no son casuales, tienen lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la elección de Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone en la historia (nueva creación).
v. 19: Su esposo, José, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto. José es el hombre justo o recto. Por el uso positivo que hace Mateo del término (cf. 13,17; 23,29; en ambos casos «justos» asociados a «profetas») se ve que es prototipo del israelita fiel a los mandamientos de Dios, que da fe a los anuncios proféticos y espera su cumplimiento; puede considerarse figura del resto de Israel. Su amor o fidelidad a Dios (cf. 22,37) lo manifiesta queriendo cumplir la Ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que consideraba culpable de adulterio; el amor al prójimo como a sí mismo (cf. 22,39) le impedía, sin embargo, infamarla. De ahí su decisión de repudiarla en secreto y no exponerla a la vergüenza pública. Interviene «el ángel del Señor» (cf. 28,2), y José, que encarna al resto de Israel, es dócil a su aviso; comprende que la expectación ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los profetas. Se percibe al mismo tiempo el significado que el evangelista atribuye a la figura de María quien más tarde aparecerá asociada a Jesús, en ausencia de José (2, 11). Ella representa a la comunidad cristiana, en cuyo seno nace la nueva creación por la obra continua del Espíritu. La duda de José refleja, por tanto, el conflicto interno de los israelitas fieles ante la nueva realidad la comunidad cristiana. Por la ruptura con la tradición que percibe en esta comunidad (= nacimiento virginal, sin padre o modelo humano/judío), José/Israel debe repudiarla para ser fiel a esa tradición; por otra parte, no tiene motivo alguno real para difamarla pues su conducta intachable es patente. Muchos autores –Orígenes, San Efrén, San Basilio, San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino, etc.- interpretan el gesto no como sospecha sino como señal de su intuición de una acción de Dios en María: “José se juzgaba indigno y pecador, y pensaba que no debía convivir con una mujer que le asombraba por la grandeza de su admirable dignidad. Él veía con temblor que Ella llevaba el signo cierto de la gestación de la divina presencia, y como no podía penetrar en el misterio, determinó dejarla (…) Se maravilló de la novedad del milagro y de la profundidad del misterio” (S. Bernardo).. El ángel del Señor, que representa a Dios mismo, resuelve el conflicto invitando al Israel fiel a aceptar la nueva comunidad, porque lo 'que nace en ella es obra de Dios. Ese Israel comprende entonces la novedad del mesianismo de Jesús y acepta la ruptura con el pasado. v. 20: Pero, apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo. La apelación «hijo de David» aplicada a José, indica, en relación con 1,1, que el derecho a la realeza le viene a Jesús por la línea de José (cf 12,23; 20,30) El hecho de que el ángel se aparezca a José siempre en sueños (2,13.19) muestra que el evangelista no quiere subrayar la realidad del ángel del Señor.
v. 21: Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. El ángel disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a padre legal de imponer el nombre al niño. El nombre Jesús, «Dios salva» es el mismo de Josué, el que introdujo al pueblo en la tierra prometida. Se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que incorporaba al niño al pueblo de alianza. El significado del nombre se explica por la misión del niño: éste va a salvar a «su pueblo», el que pertenecía a Dios (Dt 27,9; 32,9; Ex 15,16; 19,5; Sal 135,4): se anticipa el contenido de la profecía citada a continuación. El va a ocupar el puesto de Dios en el pueblo. No va a salvar del yugo de los enemigos o del poder extranjero, sino de «los pecados», es decir, de un pasado de injusticia. «Salvar» significa hacer pasar de un estado de mal y de peligro a otro de bien y de seguridad: el mal y el peligro del pueblo están sobre todo en «sus pecados», en la injusticia de la sociedad, a la que todos contribuyen.
vv. 22-23: Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: 23Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14) (que significa «Dios con nosotros»)... El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía (1,22: "Todo esto sucedió etc."). Mientras, por un lado, el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en la historia, por otro es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término Emmanuel, «Dios con nosotros» o, mejor, «entre nosotros» da la clave de interpretación de la persona y obra de Jesús. No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del AT. Representa una novedad radical. El que nace sin padre humano, sin modelo humano al que ajustarse, es el que puede ser y de hecho va a ser la presencia de Dios en la tierra, y por eso será el salvador. Respeto de José por el designio de Dios cumplido en María (J. Mateos-F. Camacho).
Cuando unos renglones antes san Mateo nos dice que son catorce las generaciones desde la deportación de Babilonia hasta el Mesías, al contar a los personajes, incluyendo a María, nos da el número correspondiente; aún cuando algunos no logran ponerse de acuerdo al respecto, podemos colegir que María y José pertenecían al mismo Linaje de David. Dios cumple sus promesas al Rey David cuando le dijo: Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti un descendiente tuyo salido de tus entrañas y consolidaré su realeza...Tu dinastía y tu realeza subsistirán para siempre ante mí, y tu trono será estable para siempre. Y el Señor cumplió sus promesas mediante Jesús, engendrado por obra del Espíritu Santo en María Virgen, y lo convirtió en salvación nuestra y en el Dios-con-nosotros. José, escuchando y obedeciendo la voz del ángel que le manifiesta la voluntad divina, se convierte en ejemplo de la escucha fiel de la Iglesia a la Palabra de Dios y a la puesta en práctica de la misma, así como en ejemplo de colaboración en el Evangelio para no impedir que el anuncio de la salvación llegue a todos. En esta fiesta del nacimiento de la Virgen María, alegrémonos porque ella fue escogida por Dios para ser la Madre del Salvador y es, para nosotros, un signo del amor fiel que Dios nos pide a todos los que creemos en Él.
En esta Eucaristía el Señor se dirige a nosotros a través de su Palabra, mediante la cual nos invita a convertirnos en fieles discípulos suyos, conociéndolo, escuchando su Palabra y poniéndola en práctica. Él nos ha manifestado que nuestra vida de fe no puede limitarse sólo a la oración, sino que debe tener la proyección de hacer creíble el Nombre del Señor entre nuestros hermanos, porque nuestras obras se conviertan en el lenguaje que acompañe a nuestras palabras cuando hablamos del amor que Dios tiene a todos. Cristo, el Señor, entrega su vida por toda la humanidad, sin tener en cuenta clases sociales, ni razas, ni culturas. Quien quiera aceptar la salvación que Él nos ofrece, da un paso adelante en el Reino de Dios; y en este aspecto muchos se han adelantado, dejando atrás a quienes, confiando en lo pasajero, tal vez acuden a Dios por tradición, pero han hecho a un lado la fe verdadera que consiste en ser obedientes a la voluntad de Dios, escuchándolo y poniendo por obra lo que Él nos pide. Si en esta celebración del Misterio Pascual de Cristo entramos en comunión de vida con el Señor, dejemos que su Espíritu transforme nuestra vida y haga de nosotros un signo del amor de Dios en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia.
Tratemos de no rechazar, por ningún motivo, a los demás. La salvación ha de llegar a todos; todos somos hijos de Dios, y Él, en su amor, no se fija en exterioridades, sino en el corazón que le ama. Tal vez, al final, quienes fueron despreciados a causa de su condición social pero que pusieron toda su confianza en Dios, estén más cerca de quienes disfrutaron de todo aquí en esta vida, pero vivieron lejos de Dios. ¿Hasta dónde somos capaces de colaborar para que la salvación de Dios llegue a todos sin distinciones elitistas? Dios nos llama a dar la vida para que todos tengan vida y la tengan en abundancia; Dios quiere que en nuestro corazón tenga cabida toda clase de personas, que sepamos recibir a todos con el mismo amor con que Dios les ama. Entonces, realmente, no detendremos el proceso de construcción del Reino de Dios y de salvación que el Señor ofrece a todos. Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar la Palabra de Dios y ser obedientes a todo aquello que el Señor nos pida, como lo fue María, y san José, su Castísimo Esposo. Amén (www.homiliacatolica.com).
Profecía de Miqueas 5,1-4a. Así dice el Señor: «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.»
O bien: Carta de san Pablo a los romanos 8,28-30: “Hermanos: sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para bien, a los que Dios ha llamado conforme a su designio: A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos; a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; y a los que justificó, los glorificó”.
Salmo 12,6ab.6cd. R. Desbordo de gozo con el Señor
Porque yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio.
Y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.
Santo evangelio según san Mateo 1,1-16.18-23. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Díos-con-nosotros"
Comentario: Hoy nace una clara estrella, / tan divina y celestial, / que, con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella. Nada nos dice el Nuevo Testamento sobre el nacimiento de María. Ni siquiera nos da la fecha o el nombre de sus padres, aunque según la leyenda se llamaban Joaquín y Ana. Así María con su nacimiento es alegría para Dios, que se complace en su nacimiento, en su humildad y discreción en Nazareth. Pero también, como es lógico -con la lógica divina- es causa de nuestra alegría -Causa nostrae letitiae-; antecede, es el preámbulo de nuestra Redención. Después, durante muchos años, la Virgen pasa oculta. Todo Israel espera a esa doncella, y no sabe que ya vive entre los hombres. Su naturalidad es un ejemplo de vida cristiana: Escribía san Josemaría: "ha puesto Dios en mi corazón el ansia de hacer comprender a personas de cualquier estado, de cualquier condición u oficio, esta doctrina: la vida ordinaria puede ser santa y llena de Dios, que el Señor nos llama a santificar la tarea corriente, porque ahí está también la perfección del cristiano. Considerémoslo una vez más contemplando la vida de María".
Éste nacimiento es superior a Creación, porque es la condición de la Redención. En el evangelio apócrifo de Santiago vemos a Ana, su madre, que se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo de Nazaret. Su nombre significa "el hombre a quien Dios levanta", y, según san Epifanio, "preparación del Señor". Descendía de la familia real de David. Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo tan ansiado no llegaba. Los hebreos consideraban la esterilidad como un oprobio y un castigo del cielo. Eran los tales menospreciados y en la calle se les negaba el saludo. En el templo, Joaquin oía murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de Dios. Esta conducta se ve celebrada en Mallorca, en una montaña que se llama Randa, donde existe una iglesia con una capilla dedicada a la Virgen. En los azulejos que cubren las paredes, antiquísimos, el Sumo Sacerdote riñe con el gesto a San Joaquín, esposo de Santa Ana, quien, sumiso y resignado, parece decir: No puede ser, no he podido tener hijos. Sabemos que su esterilidad dará paso a María. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para obtener con penitencias y oraciones la ansiada paternidad. Ana intensificó sus ruegos, implorando como otras veces la gracia de un hijo. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, de que habla el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y asi llegó su hijo Samuel, quien más tarde sería un gran profeta.Y así también Joaquín y Ana vieron premiada su constante oración con el nacimiento de una hija singular, María,concebida sin pecado original, y predestinada a ser la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. De Ana y de Joaquín, oriente / de aquella estrella divina, / sale su luz clara y digna / de ser pura eternamente: / el alba más clara y bella / no le puede ser igual, / que, con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella. // No le iguala lumbre alguna / de cuantas bordan el cielo, / porque es el humilde suelo / de sus pies la blanca luna: / nace en el suelo tan bella / y con luz tan celestial, / que, con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella (Jesus Marti Ballester). "En realidad, aunque no sea posible establecer un preciso punto cronológico para fijar la fecha del nacimiento de María, es constante por parte de la Iglesia la conciencia de que María apareció antes de Cristo en el horizonte de la historia de la salvación. (El A.T. ha anunciado de muchas manera el misterio de María, dirá S. Juan Damaseno). Es un hecho que mientras se acercaba "la plenitud de los tiempos", o sea el acontecimiento salvífico del Emanuel, la que había sido destinada desde la eternidad para ser su Madre ya existía en la tierra. (...) La que, en la noche de la espera de Adviento, comenzó a resplandecer como una verdadera "estrella de la mañana" Stella matutina. En efecto, igual que esta estrella junto con la aurora precede la salida del sol, así María desde su concepción inmaculada ha precedido la venida del Salvador, la salida del "Sol de justicia" en la historia del género humano. Su presencia en medio de Israel –tan discreta que pasó casi inobservada a los ojos de sus contemporáneos– resplandecía claramente ante el Eterno, el cual había asociado a esta escondida "hija de Sión" el plan salvífico que abarcaba toda la historia de la humanidad." (Juan Pablo II). "Tu Natividad. oh Virgen Madre de Dios llenó de gozo a todo el mundo, pues de ti ha nacido el Sol de Justicia, Cristo nuestro Dios, que destruyendo la maldición nos dio la bendición, y confundiendo a la muerte nos dio la vida sempiterna". Por ello la Iglesia no deja de llamarla Ianua Coeli, porque el cielo bajó a la tierra a través de su carne purísima y porque a Dios vamos por medio de Ella. Como leemos en el libro de los Proverbios: "Desde la eternidad fui predestinada, y desde antiguo, antes de que la tierra fuese hecha. Aún no existían los abismos, y yo ya estaba concebida en el plan divino: aún no habían brotado las fuentes de las aguas, aún no estaba asentados los montes sobre su pesada mole, aún no había collados, cuando yo ya había nacido" (8, 23-25).
1. Miq. 5, 1-4. Belén, pequeña aldea al sur de Jerusalén, será elevada a la más alta dignidad, pues de ella saldrá el que será Jefe de Israel y llenará la tierra con su grandeza, convirtiéndose en paz para todos. Cuando en Cristo se cumple esta profecía, el Señor se convierte en Pastor de todos los pueblos. Nos dirá san Pablo: llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de Mujer, nacido bajo la Ley para rescatar a los que vivían bajo la Ley. Al celebrar en este día la Natividad de la santísima Virgen María, nos alegramos porque en ella Dios nos preanuncia que su Hijo viene para liberarnos del pecado y poder presentarnos ante Él santos e inmaculados por haber depositado en el Señor nuestra fe, y habernos dejado conducir por el Espíritu Santo. Elevemos nuestra acción de Gracias al Padre Dios por el Salvador que nos dio por medio de María Virgen. Comenta Javier Echevarría: “Muchas veces habremos considerado que, con el nacimiento de María, comenzó a alborear en la tierra el día de la salvación, porque de Ella ortus est sol iustitiæ, Christus Deus noster, nació Cristo, sol de justicia, nuestro Dios y Salvador (Misa del día, antífona de entrada). Los profetas habían entrevisto esa jornada memorable, y la Iglesia lo subraya al elegir como primera lectura de la Misa un pasaje de Miqueas sobre Belén, la ciudad donde había de nacer el Mesías”. Y Benedicto XVI explica: “El oráculo dice que será descendiente del rey David, procedente de Belén como Él, pero su figura superará los límites de lo humano, pues "sus orígenes son de antigüedad", se pierden en los tiempos más lejanos, confinan con la eternidad; su grandeza llegará "hasta los últimos confines de la tierra", y así serán también los confines de la paz (cf. Mi 5,1-4…) para definir la venida del "Consagrado del Señor", que marcará el inicio de la liberación del pueblo, el profeta usa una expresión enigmática: "Hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz" (Mi 5, 2). Así, la liturgia, que es escuela privilegiada de la fe, nos enseña a reconocer que el nacimiento de María está directamente relacionado con el del Mesías, Hijo de David”.
Sigue Mons. Echevarría: “En las arcanas palabras de Miqueas se entrevé una alusión a la profecía de Isaías, que el Evangelio aplica a María: ecce, virgo concipiet et pariet filium et vocabit nomen eius Emmanuel (Is 7,14; Mt 1,23); he aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un hijo, que será llamado Enmanuel; palabras que se cumplieron en el momento de la Anunciación, cuando el Verbo divino tomó carne en las entrañas purísimas de Nuestra Señora, por obra del Espíritu Santo.
2. Sal. 12. Confía el salmista en el Señor, no duda del amor divino, y ya goza de la salvación. Por eso promete seguir alabando a Dios en el futuro. En medio de peligros y angustias debemos continuar confiando en el Señor; pues sólo en Él encontraremos, no sólo refugio, sino la salvación. Quien confíe en el Señor no tema, pues Dios estará siempre de su lado. Por eso alegrémonos en el Señor, y entonemos en su honor un canto nuevo. María, la Madre de Jesús, es para nosotros un signo de la bondad del Señor para quienes Él ama. Y Dios nos ama, pues no sólo nos llamó a la vida, sino que también nos llamó a participar de la misma Vida que, en su Hijo, ofrece a toda la humanidad. Por eso, confiando en el Señor, hagamos de nuestra existencia una continua alabanza a su Santo Nombre, pues Él siempre está y estará a nuestro lado para librarnos de nuestros enemigos y hacer que nos alegremos por su salvación.
3. Mt 1,1-16.18-23. Jesús significa “salvador”, igual que Josué, el caudillo o salvador que, una vez muerto Moisés, introdujo al pueblo en la tierra prometida. Jesús será salvador, pero no del yugo o esclavitud de Egipto, de los enemigos o del poder extranjero, sino de los pecados, es decir, del pasado de injusticia del pueblo. Y todo esto sucede, según el evangelista, para que se cumpliese la escritura de Isaías: 23Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14) (que significa «Dios con nosotros»). Esta virgen, históricamente la hija del rey Acaz, ha sido identificada por Lucas con María que concibe y da a luz a su hijo, Jesús, Dios con nosotros, o mejor, Dios entre nosotros. Jesús, el hijo de María no es un enviado divino como los antiguos profetas.Naciendo sin padre humano, sin modelo humano al que ajustarse, Jesús es la presencia de Dios en la tierra y, por eso, será el salvador.
Le rendimos nuestro homenaje por ser la Llena de Gracia. Es otro modo de reconocer la omnipotencia y bondad divinas. Como recuerda con frecuencia en la Liturgia de la Iglesia, a propósito del culto que rendimos a los Bienaventurados: manifiestas Tu gloria en la asamblea de los santos y al coronar sus méritos coronas tu propia Obra. Dios, en efecto, muestra de modo más extraordinario su perfección y el amor a sus hijos, cuando en ellos resplandece la virtud y gloria que han logrado correspondiendo a su Gracia. Así, María, Llena de Gracia, al corresponder plenamente a Dios es, entre las criaturas, la imagen más excelsa de la divinidad. En su fiesta de cumpleaños queremos hacerle, con amor, el regalo que nos aconsejaba san Josemaría: El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza (Fluvium.org).
Aparte María su madre, de las cuatro mujeres citadas, Tamar se prostituyó (Gn 38,2-26), Rut era extranjera, Rahab extranjera y prostituta (Jos 2,1), Betsabé, «la de Urías», adúltera (2 Sm 11,4). Ni racismo ni pureza de sangre, la humanidad como es. En Jesús Mesías va a culminar la historia de Israel. Dice Mons. Javier Echevarría: “La lectura evangélica nos propone el largo pasaje de la genealogía de Jesús según San Mateo, para concluir con el anuncio de la concepción del Señor. Presenta la historia de Israel desde Abrahán como una peregrinación que, con subidas y bajadas, por caminos cortos y por caminos largos, conduce en definitiva a Cristo (Benedicto XVI). En ese largo elenco de personajes del Antiguo Testamento, junto a hombres y mujeres que se mostraron fieles a Dios, no faltan otros que no se comportaron así. Aparecen los grandes Patriarcas —Abrahán, Isaac y Jacob—, que respondieron lealmente a los requerimientos divinos, y también figuran caudillos, reyes y gente común que se condujeron como grandes pecadores. Algunos de éstos se arrepintieron, otros no. Y lo mismo entre las mujeres: junto a Rut, amada de Dios, se mencionan otras que le ofendieron. Benedicto XVI subraya que la genealogía, con sus figuras luminosas y oscuras, con sus éxitos y sus fracasos, nos demuestra que Dios también escribe recto con los renglones torcidos de nuestra historia. Dios nos deja nuestra libertad y, sin embargo, sabe encontrar en nuestro fracaso nuevos caminos para su amor. Dios no fracasa. Así esta genealogía es una garantía de la fidelidad de Dios, una garantía de que Dios no nos deja caer y una invitación a orientar siempre de nuevo nuestra vida hacia Él, a caminar siempre nuevamente hacia Cristo.
Era una de las enseñanzas que San Josemaría invitaba a sacar de este pasaje. Nos hacía notar que ciertamente ‘los evangelistas no pudieron escribir todo lo que sabían de Jesucristo, porque hubieran necesitado muchos tomos para recoger exhaustivamente las palabras y los hechos de su vida. Sin embargo, entre las escenas que seleccionaron, no faltan sucesos peyorativos para los mismos Apóstoles. Pero todos encierran una enseñanza’. Y concretaba: ‘volviendo de nuevo a meternos en la genealogía de Jesucristo, encontramos hombres y mujeres —antepasados de José y de María— que a veces no fueron un modelo. Con esa lección, seguro que la Madre de Dios quiere que consideremos que Ella, siendo toda limpia —¡Inmaculada!—, nos acepta con nuestras manchas. Y cuando nos acercamos a Ella y a Jesús, con la conciencia limpia, con la voluntad llena de buenos deseos, entonces todo lo pasado no cuenta. Podemos rehacer nuestra vida, y para eso a lo largo de la jornada habremos de rectificar el rumbo más de una vez’.
Son pensamientos que, en este Año sacerdotal, invitan a fomentar —también entre los confesores— un amplio apostolado para difundir la necesidad del sacramento de la Reconciliación y dar gracias por este medio de alcanzar el perdón de los pecados, que el Señor ha entregado a la Iglesia. Estas consideraciones, además, nos llenan de optimismo y de serenidad, porque nos ayudan a caer en la cuenta de que Dios no se cansa de nuestras flaquezas, aunque no las quiere. Ni nuestros pecados, ni nuestros defectos, cuando nos dolemos de esas deficiencias y pedimos perdón, acudiendo si es necesario al sacramento de la Penitencia, podrán apartarnos de Él. El Señor desea atraernos constantemente a su amor mediante la misericordia.
Quiero que vosotros y yo —repito con palabras de San Josemaría—tengamos esa visión de lucha; que no perdamos nunca de vista que en la vida interior es necesario pelear sin desánimo; que no nos desalentemos cuando al intentar servir a Dios, no una vez sino muchas, tengamos que rectificar’”.
La genealogía se divide en tres períodos de catorce generaciones, marcados por David y por la deportación a Babilonia. La división en generaciones no es estrictamente histórica, sino arreglada por el evangelista para obtener el número «catorce» (valor numérico de las letras con que se escribe el nombre de David), estableciendo al mismo tiempo seis septenarios o «semanas» de generaciones. Jesús, el Mesías, comienza la séptima semana, que representa la época final de Israel y de la humanidad. La octava será el mundo futuro. Con la aparición de Jesús Mesías da comienzo, por tanto, la última edad del mundo. «Engendrar», en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser, sino la propia manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se interrumpe bruscamente al final. José no es padre natural de Jesús, sino solamente legal. Es decir, a Jesús pertenece toda la tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su actividad reflejarán los de Dios mismo. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en ella. Su mesianismo no será davídico (cf. 22,4146). Mateo hace comenzar la genealogía de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán) (Lc 3, 23-38 se remonta hasta Adán). Esto corresponde a su visión teológica que integra en el Israel mesiánico a todo hombre que dé su adhesión a Jesús. La historia de Israel es, para Mateo, la de la humanidad. El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y, por otra parte, se niegue la paternidad de José respecto de Jesús, puede indicar un nuevo comienzo. Así como con Abrahán empieza el Israel étnico, con Jesús va a empezar el Israel universal, que abarcará a la humanidad entera. El Mesías salvador nace por una intervención de Dios en la historia humana. Jesús no es un hombre cualquiera. El significado primario del nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer esta acción divina como una segunda creación, que supera la descrita en Gn 1,lss. En la primera (Gn 1,2), el Espíritu de Dios actuaba sobre el mundo material ("El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas"); ahora hace culminar en Jesús la creación del hombre. Esta culminación no es mera evolución o desarrollo de lo pasado; por ser nueva creación se realiza mediante una intervención de Dios mismo. Puede aún compararse Mt 1,2-17 y 1,18-25 con los dos relatos de la creación del hombre. En el primero (Gn 1,1-2,3) aparece el hombre como la obra final de la creación del mundo; en el segundo (Gn 2,4bss) se describe con detalle la creación del hombre, separado del resto de las obras de Dios. Así Mateo coloca a Jesús, por una parte, como la culminación de una historia pasada (genealogía) y, a continuación, describe en detalle el modo de su concepción y nacimiento, con los que comienza la nueva humanidad. Jesús es al mismo tiempo novedad absoluta y plenitud de un proceso histórico. La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel del Señor, denominación del AT para designar al mensajero de Dios, que a veces se confunde con Dios mismo (Gn 16,7; 22,11; Ex 3,2, etc.).
v. 18: Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación. Entre uno y otra transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato podía hacerse desde que la joven tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la maduración física de la esposa. María está ya unida a José por contrato, pero aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su marido es la propia de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio. El «Espíritu Santo» (en gr. sin artículo en todo el pasaje) es la fuerza vital de Dios (espíritu = viento, aliento), que hace concebir a María. El Padre de Jesús es, por tanto, Dios mismo. Su concepción y nacimiento no son casuales, tienen lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la elección de Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone en la historia (nueva creación).
v. 19: Su esposo, José, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto. José es el hombre justo o recto. Por el uso positivo que hace Mateo del término (cf. 13,17; 23,29; en ambos casos «justos» asociados a «profetas») se ve que es prototipo del israelita fiel a los mandamientos de Dios, que da fe a los anuncios proféticos y espera su cumplimiento; puede considerarse figura del resto de Israel. Su amor o fidelidad a Dios (cf. 22,37) lo manifiesta queriendo cumplir la Ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que consideraba culpable de adulterio; el amor al prójimo como a sí mismo (cf. 22,39) le impedía, sin embargo, infamarla. De ahí su decisión de repudiarla en secreto y no exponerla a la vergüenza pública. Interviene «el ángel del Señor» (cf. 28,2), y José, que encarna al resto de Israel, es dócil a su aviso; comprende que la expectación ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los profetas. Se percibe al mismo tiempo el significado que el evangelista atribuye a la figura de María quien más tarde aparecerá asociada a Jesús, en ausencia de José (2, 11). Ella representa a la comunidad cristiana, en cuyo seno nace la nueva creación por la obra continua del Espíritu. La duda de José refleja, por tanto, el conflicto interno de los israelitas fieles ante la nueva realidad la comunidad cristiana. Por la ruptura con la tradición que percibe en esta comunidad (= nacimiento virginal, sin padre o modelo humano/judío), José/Israel debe repudiarla para ser fiel a esa tradición; por otra parte, no tiene motivo alguno real para difamarla pues su conducta intachable es patente. Muchos autores –Orígenes, San Efrén, San Basilio, San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino, etc.- interpretan el gesto no como sospecha sino como señal de su intuición de una acción de Dios en María: “José se juzgaba indigno y pecador, y pensaba que no debía convivir con una mujer que le asombraba por la grandeza de su admirable dignidad. Él veía con temblor que Ella llevaba el signo cierto de la gestación de la divina presencia, y como no podía penetrar en el misterio, determinó dejarla (…) Se maravilló de la novedad del milagro y de la profundidad del misterio” (S. Bernardo).. El ángel del Señor, que representa a Dios mismo, resuelve el conflicto invitando al Israel fiel a aceptar la nueva comunidad, porque lo 'que nace en ella es obra de Dios. Ese Israel comprende entonces la novedad del mesianismo de Jesús y acepta la ruptura con el pasado. v. 20: Pero, apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo. La apelación «hijo de David» aplicada a José, indica, en relación con 1,1, que el derecho a la realeza le viene a Jesús por la línea de José (cf 12,23; 20,30) El hecho de que el ángel se aparezca a José siempre en sueños (2,13.19) muestra que el evangelista no quiere subrayar la realidad del ángel del Señor.
v. 21: Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. El ángel disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a padre legal de imponer el nombre al niño. El nombre Jesús, «Dios salva» es el mismo de Josué, el que introdujo al pueblo en la tierra prometida. Se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que incorporaba al niño al pueblo de alianza. El significado del nombre se explica por la misión del niño: éste va a salvar a «su pueblo», el que pertenecía a Dios (Dt 27,9; 32,9; Ex 15,16; 19,5; Sal 135,4): se anticipa el contenido de la profecía citada a continuación. El va a ocupar el puesto de Dios en el pueblo. No va a salvar del yugo de los enemigos o del poder extranjero, sino de «los pecados», es decir, de un pasado de injusticia. «Salvar» significa hacer pasar de un estado de mal y de peligro a otro de bien y de seguridad: el mal y el peligro del pueblo están sobre todo en «sus pecados», en la injusticia de la sociedad, a la que todos contribuyen.
vv. 22-23: Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: 23Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14) (que significa «Dios con nosotros»)... El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía (1,22: "Todo esto sucedió etc."). Mientras, por un lado, el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en la historia, por otro es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término Emmanuel, «Dios con nosotros» o, mejor, «entre nosotros» da la clave de interpretación de la persona y obra de Jesús. No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del AT. Representa una novedad radical. El que nace sin padre humano, sin modelo humano al que ajustarse, es el que puede ser y de hecho va a ser la presencia de Dios en la tierra, y por eso será el salvador. Respeto de José por el designio de Dios cumplido en María (J. Mateos-F. Camacho).
Cuando unos renglones antes san Mateo nos dice que son catorce las generaciones desde la deportación de Babilonia hasta el Mesías, al contar a los personajes, incluyendo a María, nos da el número correspondiente; aún cuando algunos no logran ponerse de acuerdo al respecto, podemos colegir que María y José pertenecían al mismo Linaje de David. Dios cumple sus promesas al Rey David cuando le dijo: Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti un descendiente tuyo salido de tus entrañas y consolidaré su realeza...Tu dinastía y tu realeza subsistirán para siempre ante mí, y tu trono será estable para siempre. Y el Señor cumplió sus promesas mediante Jesús, engendrado por obra del Espíritu Santo en María Virgen, y lo convirtió en salvación nuestra y en el Dios-con-nosotros. José, escuchando y obedeciendo la voz del ángel que le manifiesta la voluntad divina, se convierte en ejemplo de la escucha fiel de la Iglesia a la Palabra de Dios y a la puesta en práctica de la misma, así como en ejemplo de colaboración en el Evangelio para no impedir que el anuncio de la salvación llegue a todos. En esta fiesta del nacimiento de la Virgen María, alegrémonos porque ella fue escogida por Dios para ser la Madre del Salvador y es, para nosotros, un signo del amor fiel que Dios nos pide a todos los que creemos en Él.
En esta Eucaristía el Señor se dirige a nosotros a través de su Palabra, mediante la cual nos invita a convertirnos en fieles discípulos suyos, conociéndolo, escuchando su Palabra y poniéndola en práctica. Él nos ha manifestado que nuestra vida de fe no puede limitarse sólo a la oración, sino que debe tener la proyección de hacer creíble el Nombre del Señor entre nuestros hermanos, porque nuestras obras se conviertan en el lenguaje que acompañe a nuestras palabras cuando hablamos del amor que Dios tiene a todos. Cristo, el Señor, entrega su vida por toda la humanidad, sin tener en cuenta clases sociales, ni razas, ni culturas. Quien quiera aceptar la salvación que Él nos ofrece, da un paso adelante en el Reino de Dios; y en este aspecto muchos se han adelantado, dejando atrás a quienes, confiando en lo pasajero, tal vez acuden a Dios por tradición, pero han hecho a un lado la fe verdadera que consiste en ser obedientes a la voluntad de Dios, escuchándolo y poniendo por obra lo que Él nos pide. Si en esta celebración del Misterio Pascual de Cristo entramos en comunión de vida con el Señor, dejemos que su Espíritu transforme nuestra vida y haga de nosotros un signo del amor de Dios en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia.
Tratemos de no rechazar, por ningún motivo, a los demás. La salvación ha de llegar a todos; todos somos hijos de Dios, y Él, en su amor, no se fija en exterioridades, sino en el corazón que le ama. Tal vez, al final, quienes fueron despreciados a causa de su condición social pero que pusieron toda su confianza en Dios, estén más cerca de quienes disfrutaron de todo aquí en esta vida, pero vivieron lejos de Dios. ¿Hasta dónde somos capaces de colaborar para que la salvación de Dios llegue a todos sin distinciones elitistas? Dios nos llama a dar la vida para que todos tengan vida y la tengan en abundancia; Dios quiere que en nuestro corazón tenga cabida toda clase de personas, que sepamos recibir a todos con el mismo amor con que Dios les ama. Entonces, realmente, no detendremos el proceso de construcción del Reino de Dios y de salvación que el Señor ofrece a todos. Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar la Palabra de Dios y ser obedientes a todo aquello que el Señor nos pida, como lo fue María, y san José, su Castísimo Esposo. Amén (www.homiliacatolica.com).
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Su vida gloriosa llenó de luz toda la tierra
martes, 6 de septiembre de 2011
Miércoles de la 23ª semana. Hemos resucitado con Cristo, pensemos por tanto en las cosas de arriba, viviendo las bienaventuranzas
Miércoles de la 23ª semana. Hemos resucitado con Cristo, pensemos por tanto en las cosas de arriba, viviendo las bienaventuranzas
Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3,1-11. Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.
Salmo 144,2-3.10-11.12-13ab. R. El Señor es bueno con todos.
Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,20-26. En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: -«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»
Comentario: 1. - Col 3,1-11. El principio que fundamenta la conducta moral del cristiano es su unión con Cristo que comienza con el Bautismo (verdadera resurrección espiritual) y se perfecciona con los demás sacramentos y con la vida de oración, hay una búsqueda incesante de “las cosas de arriba” donde está Cristo. Para esto hay una trayectoria: apartarse de lo viejo y revestirse del hombre nuevo, ejercitándose en las virtudes. “Mi amor está crucificado (…) no me satisfacen los alimentos corruptibles y los placeres de este mundo. Lo que yo quiero es el pan de Dios, que es la carne de Cristo, nacido de la descendencia de David, y no deseo otra bebida que su sangre, que es la caridad incorruptible” (S. Ignacio de Antioquía). Dice la Gaudium et Spes 57: “Los cristianos, en marcha hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba, lo cual en nada disminuye, antes por el contrario, aumenta, la importancia de la misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano. En realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayudas para cumplir con más intensidad su misión y, sobre todo, para descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del hombre. El hombre, en efecto, cuando con el trabajo de sus manos o con ayuda de los recursos técnicos cultiva la tierra para que produzca frutos y llegue a ser morada digna de toda la familia humana y cuando conscientemente asume su parte en la vida de los grupos sociales, cumple personalmente el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra y perfeccionar la creación, y al mismo tiempo se perfecciona a sí mismo; más aún, obedece al gran mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de los hermanos. Además, el hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir sobremanera a que la familia humana se eleve a los conceptos más altos de la verdad, el bien y la belleza y al juicio del valor universal, y así sea iluminada mejor por la maravillosa Sabiduría, que desde siempre estaba con Dios disponiendo todas las cosas con El, jugando en el orbe de la tierra y encontrando sus delicias en estar entre los hijos de los hombres. Con todo lo cual es espíritu humano, más libre de la esclavitud de las cosas, puede ser elevado con mayor facilidad al culto mismo y a la contemplación del Creador. Más todavía, con el impulso de la gracia se dispone a reconocer al Verbo de Dios, que antes de hacerse carne para salvarlo todo y recapitular todo en Él, estaba en el mundo como luz verdadera que ilumina a todo hombre (In 1,9). Es cierto que el progreso actual de las ciencias y de la técnica, las cuales, debido a su método, no pueden penetrar hasta las íntimas esencias de las cosas, puede favorecer cierto fenomenismo y agnosticismo cuando el método de investigación usado por estas disciplinas se considera sin razón como la regla suprema para hallar toda la verdad. Es más, hay el peligro de que el hombre, confiado con exceso en los inventos actuales, crea que se basta a sí mismo y deje de buscar ya cosas más altas. Sin embargo, estas lamentables consecuencias no son efectos necesarios de la cultura contemporánea ni deben hacernos caer en la tentación de no reconocer los valores positivos de ésta. Entre tales valores se cuentan: el estudio de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las investigaciones científicas, la necesidad de trabajar conjuntamente en equipos técnicos, el sentido de la solidaridad internacional, la conciencia cada vez más intensa de la responsabilidad de los peritos para la ayuda y la protección de los hombres, la voluntad de lograr condiciones de vida más aceptables para todos, singularmente para los que padecen privación de responsabilidad o indigencia cultural. Todo lo cual puede aportar alguna preparación para recibir el mensaje del Evangelio, la cual puede ser informada con la caridad divina por Aquel que vino a salvar el mundo”. El hombre viejo tiende a las inclinaciones de la concupiscencia desordenada, pero quien ha sido renovado en Cristo se deja llevar por una perspectiva más alta, es “dejarse mover y poseer por la poderosa mano del autor de todo bien” (S. Ignacio de Loyola).
Quienes creemos en Cristo, todos somos uno en Él. Y puesto que participamos de su misma vida divina, comportémonos a la altura del Hijo de Dios. No vivamos, por tanto, dominados por ninguna clase de maldad. Que más bien resplandezcan en nosotros los bienes de arriba, no los de la tierra. No seamos engaño, mentira para los demás; caminemos en la verdad y demos testimonio de la misa con nuestras buenas obras. Vivamos la unidad en Cristo; venidos de muchas razas y culturas, no queramos crear divisiones entre nosotros, pues ya no vivimos bajo la guía del hombre viejo de maldad y de pecado, sino bajo la guía del hombre nuevo, Cristo, del cual nos hemos revestido, y que vino para reunir a los hijos que había dispersado el pecado, y a formar, de todos, un solo pueblo que alabe al Padre Dios y para que convivamos con la calidez de hermanos, que brota del amor que Dios ha infundido en nuestros corazones.
Pablo sigue con su razonamiento de coherencia. Si los cristianos de Colosas son conscientes de que "han resucitado con Cristo", deben ser consecuentes y buscar "los bienes de allá arriba" y no los de este mundo. En el orden del ser, el ontológico, ya ha sucedido -por el bautismo- que "habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios", y "habéis resucitado con Cristo", y "cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria". Pero eso no sólo es una realidad futura. Ya desde ahora funciona esta unión con el misterio de muerte y resurrección de Cristo. Hay cosas a las que renunciar: "dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros". Pablo enumera una serie de situaciones pecaminosas: la fornicación, la codicia, la avaricia, ira, coraje, calumnias y groserías: "despojaos de la vieja condición humana, con sus obras". Algunos de estos ejemplos apuntan a las costumbres sexuales. Otros, a la caridad fraterna. Otros, a la avaricia del dinero, que es una idolatría. Los cristianos, despojados del pecado, deben abrazar las obras de Cristo: "revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador". Según esta nueva condición, "no hay distinción entre judíos y gentiles, entre esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos". En las relaciones con los demás se notará si hemos asimilado el estilo de vida de Cristo.
Los sacramentos cristianos se tienen que notar luego en la vida. Es muy hermoso poder decir que el bautismo nos ha hecho morir con Cristo y resucitar con él a una nueva vida. Eso es una realidad misteriosa y consoladora. Pero Pablo nos recuerda la consecuencia: "ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba". Estamos arraigados en este mundo y realizamos en él una tarea muy importante: vivir y ayudar a vivir. Pero "buscar las cosas de allá arriba" significa vivir con una mentalidad no terrena, según las pasiones e instintos que a todos nos atan de alguna manera. Significa ser libres, resucitados, "revestidos de la nueva condición" de cristianos, que todos somos conscientes que exige, no tanto unos conocimientos, sino un modo distinto de vida.
La lista de peligros que citaba Pablo nos la podría recordar también hoy, invitándonos a una conducta sexual justa, una caridad sin ira ni maldad, evitando la codicia y la avaricia del dinero, que son unos dioses falsos que atan a sus seguidores. La motivación siempre es la misma: "habéis resucitado con Cristo", "vuestra vida está con Cristo", "Cristo es vida nuestra", "Cristo es la síntesis de todo y está en todos"... ¿Se nota en nuestras vidas, concretamente, que día tras día escuchamos la palabra de ese Cristo y recibimos su Cuerpo y su Sangre? ¿se nos va comunicando su "nueva condición", o seguimos aferrados a la terrena?
-Hermanos, habéis resucitado con Cristo. Pablo creó un término. El participio «resucitado», en griego permanece indisolublemente ligado a la preposición «con» como si Pablo quisiera que experimentáramos físicamente hasta qué punto nuestra suerte está ligada a la de Jesús. Cuando Jesús resucitó yo estaba como incluido «en El», yo resucitaba con El. Notemos que Pablo utiliza un verbo en pasado: mi resurrección ya está realizada en la de Jesús.
-Así pues buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Haber ya resucitado no es solamente un hermoso sueño irreal. ¡Esto «trae consigo» todo un estilo de vida, toda una «búsqueda», una «tensión» hacia lo alto! La vida de resucitado es una vida dinámica, una exultación de vitalidad, cuya potencia y grandeza reducen todos los bienes de la tierra a su proporción infinitesimal en relación a este esencial. Señor, ayúdame a apreciar cada cosa en su justo valor, con ese criterio de la eternidad de vida... en la que ya he entrado en Jesús.
-En efecto, habéis muerto con Cristo... Hay también aquí un término compuesto: ¡"muertos con" Jesús! Así pues los dos grandes acontecimientos históricos vividos por Jesús, los ha vivido para nosotros, con nosotros en El. Jesús vivió mi muerte. Jesús vivió mi resurrección. El Bautismo me ha hecho participar de esos dos actos de su vida.
-Y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Nada ha cambiado aparentemente en un cristiano, con relación a los demás hombres. Y sin embargo, en la banalidad y oscuridad cotidiana, un esplendor divino yace escondido.
-Cuando aparezca Cristo, vuestra vida... ¡Cristo mi vida! Señor, ayúdame a ser más consciente.
-Entonces también vosotros apareceréis gloriosos con El. Es la cuarta vez en pocas líneas que se repite esta expresión: «con El», «con Cristo». Y adivinamos que, para Pablo, no se trata solamente de un compañerismo, de una proximidad por estrecha que esta sea. Se trata en efecto de que Jesús y yo formamos ¡un solo ser! Estoy escondido, vivo, en el cielo. El cielo ya ha empezado. Simplemente, un día, eso aparecerá claramente. Pero ya existe, si quiero consentir en ello.
-Por lo tanto, extirpad lo que hay de terreno en vosotros: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos. Los altos vuelos místicos precedentes no impiden a san Pablo tocar de pies al suelo. Cólera, ira, maledicencia, insultos, palabras groseras, mentira: despojaos del hombre viejo que hay en vosotros... Vivir por adelantado en el cielo, es también crear un pequeño paraíso a nuestro alrededor, para los demás.
-Revestíos del hombre nuevo que por el conocimiento se va renovando a imagen de su Creador... No hay más que Cristo que lo es todo, en todos. Abandonarme. Dios me está creando. Modela en mí la imagen de Cristo. Señor, que esté disponible a ello (Noel Quesson).
2. Sal. 144. Nuestro Dios y Padre merece una alabanza continua, pues, siendo el creador de todo, nos ha manifestado su bondad, su clemencia y compasión. Por eso elevamos a Él nuestro cántico, uniendo a él a todas las criaturas; nuestra mejor alabanza al Señor la realizaremos explicando sus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de su reinado. Quien, en verdad, ha tenido una experiencia personal del amor y de la misericordia de Dios, no podrá sino convertirse en testigo del beneficio que ha recibido. Por eso, quienes proclamamos el Evangelio del Señor, no podremos hacerlo con lealtad mientras no lo hayamos convertido en parte de nuestra propia existencia y experiencia. El primer motivo de alabanza es la grandeza del Señor, que es reconocida por todas las generaciones que recuerdan su bondad, luego la bondad de Dios que se manifiesta en sus obras de tal forma que ellas reflejan su reinado, también la eternidad universidad y fidelidad en ese reinado que se manifiesta en la providencia divina que es salvacion para los que le aman. “Consagrarse a la alabanza es propio de un corazón filial. El que alaba al Señor cada día, lo alabará en el Día eterno” (S. Juan Crisóstomo).
3. Lc 6,20-26 (ver domingo 6, C). Al bajar Jesús de la montaña, donde había elegido a los doce apóstoles, empieza en Lucas lo que los autores llaman "el sermón de la llanura" (Lc 6,20-49), que leeremos desde hoy al sábado, y que recoge diversas enseñanzas de Jesús, como había hecho Mateo en el "sermón de la montaña". Ambos empiezan con las bienaventuranzas. Las de Lucas son distintas. En Mateo eran ocho, mientras que aquí son cuatro bienaventuranzas y cuatro que podemos llamar malaventuranzas o lamentaciones. En Mateo están en tercera persona ("de ellos es el Reino"), mientras que aquí en segunda: "vuestro es el Reino"). “La bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor” (Catecismo 1723). Jesús llama "felices y dichosos" a cuatro clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de su fe. Pero se lamenta y dedica su "ay" a otras cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo. Se trata, por tanto, de cuatro antítesis. Como las que pone Lucas en labios de María de Nazaret en su Magníficat: Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos. Es como el desarrollo de lo que había anunciado Jesús en su primera homilía de Nazaret: Dios le ha enviado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos.
Nos sorprende siempre esta lista de bienaventuranzas. ¿Cómo se puede llamar dichosos a los que lloran o a los pobres o a los perseguidos? La enseñanza de Jesús es paradójica. No va según nuestros gustos y según los criterios de este mundo. En nuestra sociedad se felicita a los ricos y a los que tienen éxito y a los que gozan de salud y a los que son aplaudidos por todos. En estas ocasiones es cuando recordamos que ser cristianos no es fácil, que no consiste sólo en estar bautizados o hacer unos rezos o llevar unos distintivos. Sino en creer a Jesús y fiarse de lo que nos enseña y en seguir sus criterios de vida, aunque nos parezcan difíciles. Seguro que él está señalando una felicidad más definitiva que las pasajeras que nos puede ofrecer este mundo. Es la verdadera sabiduría, el auténtico camino de la felicidad y de la libertad. La del salmo 1: "Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos: es como un árbol plantado junto a corrientes de agua... No así los impíos, no así, que son como paja que se lleva el viento". O como la de Jeremías: "Maldito aquél que se fía de los hombres y aparta de Yahvé su corazón... Bendito aquél que se fía de Yahvé y a la orilla de la corriente echa sus raíces" (Jr 1 7,5-6). O como la de la parábola del pobre y del rico: ¿quién es feliz en definitiva, el pobre Lázaro a quien nadie hacía caso, o el rico Epulón que fue a parar al fuego del castigo? Jesús llama felices a los que están vacíos de sí mismos y abiertos a Dios, y se lamenta de los autosuficientes y satisfechos, porque se están engañando: los éxitos inmediatos no les van a traer la felicidad verdadera. ¿Estamos en la lista de bienaventurados de Jesús, o nos empeñamos en seguir en la lista de este mundo? Si no encontramos la felicidad, ¿no será porque la estamos buscando donde no está, en las cosas aparentes y superficiales? (J. Aldazábal).
Lucas se dirige a pobres "reales", a la clase social de aquellos que son más pobres físicamente que los demás. Y esta insistencia particular de Lucas es aún reforzada por - el anuncio de un cambio total de las situaciones... - la oposición entre "bienaventuranzas" y "malaventuranzas"... Ese mensaje, netamente más "social" que el de Mateo, está completamente en la línea de todo el evangelio de Lucas -los primeros convertidos se reclutaron de hecho en las clases sociales menos favorecidas-. Pero el mensaje más "místico" de Mateo no hay que contraponerlo al de Lucas. El pensamiento de Jesús debió comportar ambos sentidos. La interpretación de las bienaventuranzas "según san Mateo", invita a todos los hombres, ricos o pobres, al desprendimiento espiritual y a la conversión del corazón... La interpretación de las bienaventuranzas "según san Lucas" invita a todo los hombres, ricos o pobres, a transformar las estructuras de la sociedad para que haya menos gente desfavorecida...
-Dichosos, vosotros, los pobres, Dichosos los que ahora pasáis hambre, Dichosos los que ahora lloráis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres y os expulsen y os insulten y os desprecien. Se trata pues de situaciones reales: "Vosotros, los pobres... Vosotros los que lloráis... Vosotros, los que tenéis hambre... Vosotros. Ios que sois despreciados..." Se trata, en efecto de circunstancias concretas, históricas: el adverbio "ahora" refuerza esa impresión. Jesús me invita pues a: - en primer lugar, mirar mis propias miserias, mis pobrezas reales, mis hambres reales, mis llantos reales, los desprecios reales que he sufrido; - en segundo lugar, mirar a mi alrededor esos mismos sectores de miseria, esos pobres, esos sufrientes, esos hambrientos, esos despreciados.
Dichosos... El reino de Dios es vuestro. Dichosos... Vosotros seréis saciados... Dichosos... porque reiréis. Dichosos... porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Lucas marca netamente una antítesis entre el presente y el futuro:
"Vosotros, que ahora tenéis hambre, seréis saciados... "Vosotros, que ahora lloráis, reiréis... Pero notemos también que la "felicidad" prometida ya está aquí, es actual. Dichosos... el reino de Dios es vuestro, desde hoy. Dichosos... vuestra recompensa es grande en el cielo.
-Alegraos ese día y saltad de gozo... Sí, ese día, a partir de hoy... aun en medio de la pobreza, de las dificultades cotidianas, de los sufrimientos... Jesús nos invita al gozo. Un gozo que se expresa incluso exteriormente: "¡saltad de gozo!" Un día, durante la misa, vi a toda la asamblea que, habiendo captado bien ese pasaje de la Escritura, se puso a marcar el ritmo de su "Aleluya" con sus aplausos. "Alegraos y saltad de gozo", decía Jesús a los pobres.
Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que ahora estáis saciados, porque vais a pasar hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque tendréis aflicción y llanto! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Porque de ese modo trataron sus padres a los "falsos profetas". Cuatro maldiciones que corresponden exactamente a las bendiciones precedentes. Aquellos que el mundo estima... Jesús desinfla su, por así decir, felicidad. La tierra no es el todo del hombre. El "tiempo" no es el todo... ¡Hay la eternidad! (Noel Quesson).
El modelo de la bienaventuranza es la Virgen María (1,45.48;11,27.28): “bienaventurada el alma de la Virgen que, guidada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios. Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María Santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual. Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado” (S. Lorenzo Justiniani). Ser cristiano es seguir a Cristo, también en la cruz: “que ninguno de vosotros tenga que sufrir por homicida, ladrón, malhechor o entrometido en lo ajeno; pero si es por ser cristiano, que no se avergüence, sino que glorifique a Dios por llevar ese nombre” (1 P 4,15-16), y así lo entendieron los primeros cristianos: “Lo único que para mí habéis de pedir es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que esté también interiormente decidido, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho. Si me porto como cristiano, tendré también derecho a este nombre y, entonces, seré de verdad fiel a Cristo, cuando haya desaparecido ya del mundo. Nada es bueno sólo por lo que aparece al exterior. El mismo Jesucristo, nuestro Dios, ahora que está con su Padre, es cuando mejor se manifiesta. Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma.
Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo” (S. Ignacio de Antioquía).
Alaba mi alma la grandeza del Señor, porque su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. El Señor no rechaza a los ricos; Él rechaza a los soberbios de corazón y a quienes han puesto su confianza en los bienes pasajeros. Y puesto que el hombre es fácil presa de las riquezas, que le hacen orgulloso y le llevan a rechazar a Dios, ¡Qué difícil es que un rico se salve! es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el Reino de los cielos. Si Jesús privilegia a los pobres, es porque ha venido a salvar lo que estaba perdido, a levantar los corazones de los oprimidos, a anunciar el Evangelio a los pobres, a manifestar que Dios ama a aquellos que los hombres desprecian. Decía S. Josemaría: “todo cristiano corriente tiene que hacer compatible, en su vida, dos aspectos que pueden a primera vista parecer contradictorios. Pobreza real, que se note y se toque –hecha de cosas concretas–, que sea una profesión de fe en Dios, una manifestación de que el corazón no se satisface con las cosas creadas, sino que aspira al Creador, que desea llenarse de amor de Dios, y dar luego a todos de ese mismo amor. Y, al mismo tiempo, ser uno más entre sus hermanos los hombres, de cuya vida participa, con quienes se alegra, con los que colabora, amando el mundo y todas las cosas buenas que había en el mundo, utilizando todas las cosas creadas para resolver los problemas de la vida humana, y para establecer el ambiente espiritual y material que facilita el desarrollo de las personas y de las comunidades”. Ojalá y las bienaventuranzas las vivamos a profundidad sabiendo que hay situaciones penosas en los hombres que han de ser resueltas de un modo concreto. No podemos conformarnos pensando que somos hijos de Dios cuando, estando en su presencia, lo alabamos, pero después no somos capaces de vivir conforme a sus enseñanzas. Ojalá y al final de nuestra vida no vayan a ser nuestros los ayes y la condenación que hoy proclama el Señor para quienes sólo le dieron culto con los labios, pero no vivieron con lealtad el compromiso de su fe.
En esta Eucaristía nos encontramos disfrutando de los bienes de arriba. El Señor se ha hecho cercano a nosotros para que podamos gozar de su vida, de su paz, de su misericordia, de su bondad, de su amor. Mediante su Misterio Pascual, cuyo memorial estamos celebrando, nosotros, muertos al pecado, escondemos nuestra vida con Cristo en Dios. Pero no la escondemos por cobardía, como queriendo apartarnos inútilmente del mundo. Ponemos nuestra vida en Dios como el campesino oculta la semilla sembrándola en su campo para que germine y produzca fruto abundante. Así nosotros, en esta Eucaristía, ponemos nuestra vida en Dios para que, fortalecidos por su Espíritu, podamos manifestarnos gloriosamente junto con Cristo, despojados del hombre viejo, renovados en el Señor y con abundancia de obras buenas.
Quienes hemos hecho nuestra la Vida de Dios por nuestra unión con Cristo, no podemos generar más pobreza en el mundo, sino remediarla, en la medida que esté en nuestras manos. No podemos generar más hambrientos en razón del pago injustificado del trabajo de los obreros, muchas veces marginados y desprotegidos de sus derechos más fundamentales. No podemos generar más dolor a causa de ir cegando la vida de los inocentes con tal de conservar el propio prestigio o el poder. No podemos perseguir a ninguna persona a causa de su fe en Cristo, o por no creer en Él. El Señor nos ha enviado para convertirnos no en simples habladores, sino en testigos de su amor, de su misericordia, de su bondad, de su preocupación por los desprotegidos. Sin embargo, recordemos que, siendo testigos de Cristo, no podemos pensar que hayamos cumplido con la Misión confiada cuando se logre un mundo más justo y más fraterno; es necesario que la salvación que Dios nos ofrece llegue al corazón de las personas, compartiendo así no sólo nuestros bienes materiales, sino especialmente nuestra fe en Cristo dándole, así, mayor estabilidad a nuestro caminar como hermanos con visión de eternidad. Que Dios nos conceda, por intercesión de María Virgen, la gracia de saber dar un auténtico testimonio de nuestra fe en Cristo con las obras que, acompañando nuestras palabras, manifiesten que en verdad vivimos nuestro compromiso con Cristo que nos ha puesto al servicio de todos, especialmente de los pobres, de los marginados y de los pecadores, para ayudarles tanto a vivir con mayor dignidad, como a vivir como hijos de Dios. Amén (www.homiliacatolica.com).
Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3,1-11. Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.
Salmo 144,2-3.10-11.12-13ab. R. El Señor es bueno con todos.
Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,20-26. En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: -«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»
Comentario: 1. - Col 3,1-11. El principio que fundamenta la conducta moral del cristiano es su unión con Cristo que comienza con el Bautismo (verdadera resurrección espiritual) y se perfecciona con los demás sacramentos y con la vida de oración, hay una búsqueda incesante de “las cosas de arriba” donde está Cristo. Para esto hay una trayectoria: apartarse de lo viejo y revestirse del hombre nuevo, ejercitándose en las virtudes. “Mi amor está crucificado (…) no me satisfacen los alimentos corruptibles y los placeres de este mundo. Lo que yo quiero es el pan de Dios, que es la carne de Cristo, nacido de la descendencia de David, y no deseo otra bebida que su sangre, que es la caridad incorruptible” (S. Ignacio de Antioquía). Dice la Gaudium et Spes 57: “Los cristianos, en marcha hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba, lo cual en nada disminuye, antes por el contrario, aumenta, la importancia de la misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano. En realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayudas para cumplir con más intensidad su misión y, sobre todo, para descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del hombre. El hombre, en efecto, cuando con el trabajo de sus manos o con ayuda de los recursos técnicos cultiva la tierra para que produzca frutos y llegue a ser morada digna de toda la familia humana y cuando conscientemente asume su parte en la vida de los grupos sociales, cumple personalmente el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra y perfeccionar la creación, y al mismo tiempo se perfecciona a sí mismo; más aún, obedece al gran mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de los hermanos. Además, el hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir sobremanera a que la familia humana se eleve a los conceptos más altos de la verdad, el bien y la belleza y al juicio del valor universal, y así sea iluminada mejor por la maravillosa Sabiduría, que desde siempre estaba con Dios disponiendo todas las cosas con El, jugando en el orbe de la tierra y encontrando sus delicias en estar entre los hijos de los hombres. Con todo lo cual es espíritu humano, más libre de la esclavitud de las cosas, puede ser elevado con mayor facilidad al culto mismo y a la contemplación del Creador. Más todavía, con el impulso de la gracia se dispone a reconocer al Verbo de Dios, que antes de hacerse carne para salvarlo todo y recapitular todo en Él, estaba en el mundo como luz verdadera que ilumina a todo hombre (In 1,9). Es cierto que el progreso actual de las ciencias y de la técnica, las cuales, debido a su método, no pueden penetrar hasta las íntimas esencias de las cosas, puede favorecer cierto fenomenismo y agnosticismo cuando el método de investigación usado por estas disciplinas se considera sin razón como la regla suprema para hallar toda la verdad. Es más, hay el peligro de que el hombre, confiado con exceso en los inventos actuales, crea que se basta a sí mismo y deje de buscar ya cosas más altas. Sin embargo, estas lamentables consecuencias no son efectos necesarios de la cultura contemporánea ni deben hacernos caer en la tentación de no reconocer los valores positivos de ésta. Entre tales valores se cuentan: el estudio de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las investigaciones científicas, la necesidad de trabajar conjuntamente en equipos técnicos, el sentido de la solidaridad internacional, la conciencia cada vez más intensa de la responsabilidad de los peritos para la ayuda y la protección de los hombres, la voluntad de lograr condiciones de vida más aceptables para todos, singularmente para los que padecen privación de responsabilidad o indigencia cultural. Todo lo cual puede aportar alguna preparación para recibir el mensaje del Evangelio, la cual puede ser informada con la caridad divina por Aquel que vino a salvar el mundo”. El hombre viejo tiende a las inclinaciones de la concupiscencia desordenada, pero quien ha sido renovado en Cristo se deja llevar por una perspectiva más alta, es “dejarse mover y poseer por la poderosa mano del autor de todo bien” (S. Ignacio de Loyola).
Quienes creemos en Cristo, todos somos uno en Él. Y puesto que participamos de su misma vida divina, comportémonos a la altura del Hijo de Dios. No vivamos, por tanto, dominados por ninguna clase de maldad. Que más bien resplandezcan en nosotros los bienes de arriba, no los de la tierra. No seamos engaño, mentira para los demás; caminemos en la verdad y demos testimonio de la misa con nuestras buenas obras. Vivamos la unidad en Cristo; venidos de muchas razas y culturas, no queramos crear divisiones entre nosotros, pues ya no vivimos bajo la guía del hombre viejo de maldad y de pecado, sino bajo la guía del hombre nuevo, Cristo, del cual nos hemos revestido, y que vino para reunir a los hijos que había dispersado el pecado, y a formar, de todos, un solo pueblo que alabe al Padre Dios y para que convivamos con la calidez de hermanos, que brota del amor que Dios ha infundido en nuestros corazones.
Pablo sigue con su razonamiento de coherencia. Si los cristianos de Colosas son conscientes de que "han resucitado con Cristo", deben ser consecuentes y buscar "los bienes de allá arriba" y no los de este mundo. En el orden del ser, el ontológico, ya ha sucedido -por el bautismo- que "habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios", y "habéis resucitado con Cristo", y "cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria". Pero eso no sólo es una realidad futura. Ya desde ahora funciona esta unión con el misterio de muerte y resurrección de Cristo. Hay cosas a las que renunciar: "dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros". Pablo enumera una serie de situaciones pecaminosas: la fornicación, la codicia, la avaricia, ira, coraje, calumnias y groserías: "despojaos de la vieja condición humana, con sus obras". Algunos de estos ejemplos apuntan a las costumbres sexuales. Otros, a la caridad fraterna. Otros, a la avaricia del dinero, que es una idolatría. Los cristianos, despojados del pecado, deben abrazar las obras de Cristo: "revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador". Según esta nueva condición, "no hay distinción entre judíos y gentiles, entre esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos". En las relaciones con los demás se notará si hemos asimilado el estilo de vida de Cristo.
Los sacramentos cristianos se tienen que notar luego en la vida. Es muy hermoso poder decir que el bautismo nos ha hecho morir con Cristo y resucitar con él a una nueva vida. Eso es una realidad misteriosa y consoladora. Pero Pablo nos recuerda la consecuencia: "ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba". Estamos arraigados en este mundo y realizamos en él una tarea muy importante: vivir y ayudar a vivir. Pero "buscar las cosas de allá arriba" significa vivir con una mentalidad no terrena, según las pasiones e instintos que a todos nos atan de alguna manera. Significa ser libres, resucitados, "revestidos de la nueva condición" de cristianos, que todos somos conscientes que exige, no tanto unos conocimientos, sino un modo distinto de vida.
La lista de peligros que citaba Pablo nos la podría recordar también hoy, invitándonos a una conducta sexual justa, una caridad sin ira ni maldad, evitando la codicia y la avaricia del dinero, que son unos dioses falsos que atan a sus seguidores. La motivación siempre es la misma: "habéis resucitado con Cristo", "vuestra vida está con Cristo", "Cristo es vida nuestra", "Cristo es la síntesis de todo y está en todos"... ¿Se nota en nuestras vidas, concretamente, que día tras día escuchamos la palabra de ese Cristo y recibimos su Cuerpo y su Sangre? ¿se nos va comunicando su "nueva condición", o seguimos aferrados a la terrena?
-Hermanos, habéis resucitado con Cristo. Pablo creó un término. El participio «resucitado», en griego permanece indisolublemente ligado a la preposición «con» como si Pablo quisiera que experimentáramos físicamente hasta qué punto nuestra suerte está ligada a la de Jesús. Cuando Jesús resucitó yo estaba como incluido «en El», yo resucitaba con El. Notemos que Pablo utiliza un verbo en pasado: mi resurrección ya está realizada en la de Jesús.
-Así pues buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Haber ya resucitado no es solamente un hermoso sueño irreal. ¡Esto «trae consigo» todo un estilo de vida, toda una «búsqueda», una «tensión» hacia lo alto! La vida de resucitado es una vida dinámica, una exultación de vitalidad, cuya potencia y grandeza reducen todos los bienes de la tierra a su proporción infinitesimal en relación a este esencial. Señor, ayúdame a apreciar cada cosa en su justo valor, con ese criterio de la eternidad de vida... en la que ya he entrado en Jesús.
-En efecto, habéis muerto con Cristo... Hay también aquí un término compuesto: ¡"muertos con" Jesús! Así pues los dos grandes acontecimientos históricos vividos por Jesús, los ha vivido para nosotros, con nosotros en El. Jesús vivió mi muerte. Jesús vivió mi resurrección. El Bautismo me ha hecho participar de esos dos actos de su vida.
-Y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Nada ha cambiado aparentemente en un cristiano, con relación a los demás hombres. Y sin embargo, en la banalidad y oscuridad cotidiana, un esplendor divino yace escondido.
-Cuando aparezca Cristo, vuestra vida... ¡Cristo mi vida! Señor, ayúdame a ser más consciente.
-Entonces también vosotros apareceréis gloriosos con El. Es la cuarta vez en pocas líneas que se repite esta expresión: «con El», «con Cristo». Y adivinamos que, para Pablo, no se trata solamente de un compañerismo, de una proximidad por estrecha que esta sea. Se trata en efecto de que Jesús y yo formamos ¡un solo ser! Estoy escondido, vivo, en el cielo. El cielo ya ha empezado. Simplemente, un día, eso aparecerá claramente. Pero ya existe, si quiero consentir en ello.
-Por lo tanto, extirpad lo que hay de terreno en vosotros: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos. Los altos vuelos místicos precedentes no impiden a san Pablo tocar de pies al suelo. Cólera, ira, maledicencia, insultos, palabras groseras, mentira: despojaos del hombre viejo que hay en vosotros... Vivir por adelantado en el cielo, es también crear un pequeño paraíso a nuestro alrededor, para los demás.
-Revestíos del hombre nuevo que por el conocimiento se va renovando a imagen de su Creador... No hay más que Cristo que lo es todo, en todos. Abandonarme. Dios me está creando. Modela en mí la imagen de Cristo. Señor, que esté disponible a ello (Noel Quesson).
2. Sal. 144. Nuestro Dios y Padre merece una alabanza continua, pues, siendo el creador de todo, nos ha manifestado su bondad, su clemencia y compasión. Por eso elevamos a Él nuestro cántico, uniendo a él a todas las criaturas; nuestra mejor alabanza al Señor la realizaremos explicando sus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de su reinado. Quien, en verdad, ha tenido una experiencia personal del amor y de la misericordia de Dios, no podrá sino convertirse en testigo del beneficio que ha recibido. Por eso, quienes proclamamos el Evangelio del Señor, no podremos hacerlo con lealtad mientras no lo hayamos convertido en parte de nuestra propia existencia y experiencia. El primer motivo de alabanza es la grandeza del Señor, que es reconocida por todas las generaciones que recuerdan su bondad, luego la bondad de Dios que se manifiesta en sus obras de tal forma que ellas reflejan su reinado, también la eternidad universidad y fidelidad en ese reinado que se manifiesta en la providencia divina que es salvacion para los que le aman. “Consagrarse a la alabanza es propio de un corazón filial. El que alaba al Señor cada día, lo alabará en el Día eterno” (S. Juan Crisóstomo).
3. Lc 6,20-26 (ver domingo 6, C). Al bajar Jesús de la montaña, donde había elegido a los doce apóstoles, empieza en Lucas lo que los autores llaman "el sermón de la llanura" (Lc 6,20-49), que leeremos desde hoy al sábado, y que recoge diversas enseñanzas de Jesús, como había hecho Mateo en el "sermón de la montaña". Ambos empiezan con las bienaventuranzas. Las de Lucas son distintas. En Mateo eran ocho, mientras que aquí son cuatro bienaventuranzas y cuatro que podemos llamar malaventuranzas o lamentaciones. En Mateo están en tercera persona ("de ellos es el Reino"), mientras que aquí en segunda: "vuestro es el Reino"). “La bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor” (Catecismo 1723). Jesús llama "felices y dichosos" a cuatro clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de su fe. Pero se lamenta y dedica su "ay" a otras cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo. Se trata, por tanto, de cuatro antítesis. Como las que pone Lucas en labios de María de Nazaret en su Magníficat: Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos. Es como el desarrollo de lo que había anunciado Jesús en su primera homilía de Nazaret: Dios le ha enviado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos.
Nos sorprende siempre esta lista de bienaventuranzas. ¿Cómo se puede llamar dichosos a los que lloran o a los pobres o a los perseguidos? La enseñanza de Jesús es paradójica. No va según nuestros gustos y según los criterios de este mundo. En nuestra sociedad se felicita a los ricos y a los que tienen éxito y a los que gozan de salud y a los que son aplaudidos por todos. En estas ocasiones es cuando recordamos que ser cristianos no es fácil, que no consiste sólo en estar bautizados o hacer unos rezos o llevar unos distintivos. Sino en creer a Jesús y fiarse de lo que nos enseña y en seguir sus criterios de vida, aunque nos parezcan difíciles. Seguro que él está señalando una felicidad más definitiva que las pasajeras que nos puede ofrecer este mundo. Es la verdadera sabiduría, el auténtico camino de la felicidad y de la libertad. La del salmo 1: "Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos: es como un árbol plantado junto a corrientes de agua... No así los impíos, no así, que son como paja que se lleva el viento". O como la de Jeremías: "Maldito aquél que se fía de los hombres y aparta de Yahvé su corazón... Bendito aquél que se fía de Yahvé y a la orilla de la corriente echa sus raíces" (Jr 1 7,5-6). O como la de la parábola del pobre y del rico: ¿quién es feliz en definitiva, el pobre Lázaro a quien nadie hacía caso, o el rico Epulón que fue a parar al fuego del castigo? Jesús llama felices a los que están vacíos de sí mismos y abiertos a Dios, y se lamenta de los autosuficientes y satisfechos, porque se están engañando: los éxitos inmediatos no les van a traer la felicidad verdadera. ¿Estamos en la lista de bienaventurados de Jesús, o nos empeñamos en seguir en la lista de este mundo? Si no encontramos la felicidad, ¿no será porque la estamos buscando donde no está, en las cosas aparentes y superficiales? (J. Aldazábal).
Lucas se dirige a pobres "reales", a la clase social de aquellos que son más pobres físicamente que los demás. Y esta insistencia particular de Lucas es aún reforzada por - el anuncio de un cambio total de las situaciones... - la oposición entre "bienaventuranzas" y "malaventuranzas"... Ese mensaje, netamente más "social" que el de Mateo, está completamente en la línea de todo el evangelio de Lucas -los primeros convertidos se reclutaron de hecho en las clases sociales menos favorecidas-. Pero el mensaje más "místico" de Mateo no hay que contraponerlo al de Lucas. El pensamiento de Jesús debió comportar ambos sentidos. La interpretación de las bienaventuranzas "según san Mateo", invita a todos los hombres, ricos o pobres, al desprendimiento espiritual y a la conversión del corazón... La interpretación de las bienaventuranzas "según san Lucas" invita a todo los hombres, ricos o pobres, a transformar las estructuras de la sociedad para que haya menos gente desfavorecida...
-Dichosos, vosotros, los pobres, Dichosos los que ahora pasáis hambre, Dichosos los que ahora lloráis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres y os expulsen y os insulten y os desprecien. Se trata pues de situaciones reales: "Vosotros, los pobres... Vosotros los que lloráis... Vosotros, los que tenéis hambre... Vosotros. Ios que sois despreciados..." Se trata, en efecto de circunstancias concretas, históricas: el adverbio "ahora" refuerza esa impresión. Jesús me invita pues a: - en primer lugar, mirar mis propias miserias, mis pobrezas reales, mis hambres reales, mis llantos reales, los desprecios reales que he sufrido; - en segundo lugar, mirar a mi alrededor esos mismos sectores de miseria, esos pobres, esos sufrientes, esos hambrientos, esos despreciados.
Dichosos... El reino de Dios es vuestro. Dichosos... Vosotros seréis saciados... Dichosos... porque reiréis. Dichosos... porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Lucas marca netamente una antítesis entre el presente y el futuro:
"Vosotros, que ahora tenéis hambre, seréis saciados... "Vosotros, que ahora lloráis, reiréis... Pero notemos también que la "felicidad" prometida ya está aquí, es actual. Dichosos... el reino de Dios es vuestro, desde hoy. Dichosos... vuestra recompensa es grande en el cielo.
-Alegraos ese día y saltad de gozo... Sí, ese día, a partir de hoy... aun en medio de la pobreza, de las dificultades cotidianas, de los sufrimientos... Jesús nos invita al gozo. Un gozo que se expresa incluso exteriormente: "¡saltad de gozo!" Un día, durante la misa, vi a toda la asamblea que, habiendo captado bien ese pasaje de la Escritura, se puso a marcar el ritmo de su "Aleluya" con sus aplausos. "Alegraos y saltad de gozo", decía Jesús a los pobres.
Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que ahora estáis saciados, porque vais a pasar hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque tendréis aflicción y llanto! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Porque de ese modo trataron sus padres a los "falsos profetas". Cuatro maldiciones que corresponden exactamente a las bendiciones precedentes. Aquellos que el mundo estima... Jesús desinfla su, por así decir, felicidad. La tierra no es el todo del hombre. El "tiempo" no es el todo... ¡Hay la eternidad! (Noel Quesson).
El modelo de la bienaventuranza es la Virgen María (1,45.48;11,27.28): “bienaventurada el alma de la Virgen que, guidada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios. Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María Santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual. Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado” (S. Lorenzo Justiniani). Ser cristiano es seguir a Cristo, también en la cruz: “que ninguno de vosotros tenga que sufrir por homicida, ladrón, malhechor o entrometido en lo ajeno; pero si es por ser cristiano, que no se avergüence, sino que glorifique a Dios por llevar ese nombre” (1 P 4,15-16), y así lo entendieron los primeros cristianos: “Lo único que para mí habéis de pedir es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que esté también interiormente decidido, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho. Si me porto como cristiano, tendré también derecho a este nombre y, entonces, seré de verdad fiel a Cristo, cuando haya desaparecido ya del mundo. Nada es bueno sólo por lo que aparece al exterior. El mismo Jesucristo, nuestro Dios, ahora que está con su Padre, es cuando mejor se manifiesta. Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma.
Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo” (S. Ignacio de Antioquía).
Alaba mi alma la grandeza del Señor, porque su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. El Señor no rechaza a los ricos; Él rechaza a los soberbios de corazón y a quienes han puesto su confianza en los bienes pasajeros. Y puesto que el hombre es fácil presa de las riquezas, que le hacen orgulloso y le llevan a rechazar a Dios, ¡Qué difícil es que un rico se salve! es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el Reino de los cielos. Si Jesús privilegia a los pobres, es porque ha venido a salvar lo que estaba perdido, a levantar los corazones de los oprimidos, a anunciar el Evangelio a los pobres, a manifestar que Dios ama a aquellos que los hombres desprecian. Decía S. Josemaría: “todo cristiano corriente tiene que hacer compatible, en su vida, dos aspectos que pueden a primera vista parecer contradictorios. Pobreza real, que se note y se toque –hecha de cosas concretas–, que sea una profesión de fe en Dios, una manifestación de que el corazón no se satisface con las cosas creadas, sino que aspira al Creador, que desea llenarse de amor de Dios, y dar luego a todos de ese mismo amor. Y, al mismo tiempo, ser uno más entre sus hermanos los hombres, de cuya vida participa, con quienes se alegra, con los que colabora, amando el mundo y todas las cosas buenas que había en el mundo, utilizando todas las cosas creadas para resolver los problemas de la vida humana, y para establecer el ambiente espiritual y material que facilita el desarrollo de las personas y de las comunidades”. Ojalá y las bienaventuranzas las vivamos a profundidad sabiendo que hay situaciones penosas en los hombres que han de ser resueltas de un modo concreto. No podemos conformarnos pensando que somos hijos de Dios cuando, estando en su presencia, lo alabamos, pero después no somos capaces de vivir conforme a sus enseñanzas. Ojalá y al final de nuestra vida no vayan a ser nuestros los ayes y la condenación que hoy proclama el Señor para quienes sólo le dieron culto con los labios, pero no vivieron con lealtad el compromiso de su fe.
En esta Eucaristía nos encontramos disfrutando de los bienes de arriba. El Señor se ha hecho cercano a nosotros para que podamos gozar de su vida, de su paz, de su misericordia, de su bondad, de su amor. Mediante su Misterio Pascual, cuyo memorial estamos celebrando, nosotros, muertos al pecado, escondemos nuestra vida con Cristo en Dios. Pero no la escondemos por cobardía, como queriendo apartarnos inútilmente del mundo. Ponemos nuestra vida en Dios como el campesino oculta la semilla sembrándola en su campo para que germine y produzca fruto abundante. Así nosotros, en esta Eucaristía, ponemos nuestra vida en Dios para que, fortalecidos por su Espíritu, podamos manifestarnos gloriosamente junto con Cristo, despojados del hombre viejo, renovados en el Señor y con abundancia de obras buenas.
Quienes hemos hecho nuestra la Vida de Dios por nuestra unión con Cristo, no podemos generar más pobreza en el mundo, sino remediarla, en la medida que esté en nuestras manos. No podemos generar más hambrientos en razón del pago injustificado del trabajo de los obreros, muchas veces marginados y desprotegidos de sus derechos más fundamentales. No podemos generar más dolor a causa de ir cegando la vida de los inocentes con tal de conservar el propio prestigio o el poder. No podemos perseguir a ninguna persona a causa de su fe en Cristo, o por no creer en Él. El Señor nos ha enviado para convertirnos no en simples habladores, sino en testigos de su amor, de su misericordia, de su bondad, de su preocupación por los desprotegidos. Sin embargo, recordemos que, siendo testigos de Cristo, no podemos pensar que hayamos cumplido con la Misión confiada cuando se logre un mundo más justo y más fraterno; es necesario que la salvación que Dios nos ofrece llegue al corazón de las personas, compartiendo así no sólo nuestros bienes materiales, sino especialmente nuestra fe en Cristo dándole, así, mayor estabilidad a nuestro caminar como hermanos con visión de eternidad. Que Dios nos conceda, por intercesión de María Virgen, la gracia de saber dar un auténtico testimonio de nuestra fe en Cristo con las obras que, acompañando nuestras palabras, manifiesten que en verdad vivimos nuestro compromiso con Cristo que nos ha puesto al servicio de todos, especialmente de los pobres, de los marginados y de los pecadores, para ayudarles tanto a vivir con mayor dignidad, como a vivir como hijos de Dios. Amén (www.homiliacatolica.com).
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