miércoles, 17 de agosto de 2011

Miércoles de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. Los dones que Dios concede son para el servicio, no para la prepotencia, pues servir es reinar, como J

Miércoles de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. Los dones que Dios concede son para el servicio, no para la prepotencia, pues servir es reinar, como Jesús nos enseña con su vida, precisamente en la humildad viene la exaltación.

Lectura del libro de los Jueces 9, 6-15. En aquellos días, los de Siquén y todos los de El Terraplén se reunieron para proclamar rey a Abimelec, junto a la encina de Siquén. En cuanto se enteró Yotán, fue y, en pie sobre la cumbre del monte Garizín, les gritó a voz en cuello: -«¡Oídrne, vecinos de Siquén, así Dios os escuche! Una vez fueron los árboles a elegirse rey, y dijeron al olivo: "Sé nuestro rey." Pero dijo el olivo: "¿Y voy a dejar mi aceite, con el que engordan dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?" Entonces dijeron a la higuera: "Ven a ser nuestro rey." Pero dijo la higuera: ¿Y voy a dejar mi dulce fruto sabroso, para ir a mecerme sobre los árboles? " Entonces dijeron a la vid: "Ven a ser nuestro rey." Pero dijo la vid: "¿Y voy a dejar mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?" Entonces dijeron a la zarza: "Ven a ser nuestro rey." Y les dijo la zarza: "Si de veras queréis ungirme rey vuestro, venid a cobijaros bajo mí sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano."»

Salmo 20,2-3.4-5.6-7. R. Señor, el rey se alegra por tu fuerza.
Señor, el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito, y has puesto en su cabeza una corona de oro fino. Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término.
Tu victoria ha engrandecido su fama, lo has vestido de honor y majestad. Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia.

Santo evangelio según san Mateo 20,1-16a. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿0 vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?' Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

Comentario: 1.- Jc 9,6-15. La Biblia contiene toda clase de géneros literarios. Ved HOY una «fábula» que recuerda un poco la de las «ranas pidiendo rey». Es un apólogo antimonárquico del que se sirvieron los profetas para condenar a la realeza podrida y a sus funcionarios creídos y opresores del bajo pueblo. No olvidemos que el rey allí directamente apuntado es Abimélek quien, para tomar el poder, no encontró nada mejor que ¡ordenar el asesinato de sus setenta hermanos! (Jueces 9, 1-6).
-Un día los árboles se pusieron en camino para elegirse un Rey. Fueron pues los mismos habitantes de Siquém los que «eligieron» a ese rey lamentable. Responsabilidad del jefe. Es una elección grave que compromete el futuro y la felicidad de todo un grupo. De ahí la importancia de esa elección. A través de la fábula siguiente, en forma paradójica, son precisamente las cualidades del buen responsable las que aparecen en contraste.
-Dijeron al olivo: «sé tú nuestro rey». Les respondió el olivo: «¿Voy a renunciar a mi aceite con el que se honra a Dios y a los hombres, para ir a vagar por encima de los otros árboles?»
Honrar a Dios y a los hombres. No tener orgullo dominador alguno. Tales deberían ser las primeras cualidades de un responsable.
-Entonces los árboles dijeron a la higuera: «Ven tú y reina sobre nosotros.» La higuera respondió: «¿Voy a renunciar a la dulzura de mis sabrosos frutos?" Uno se figura a veces que un jefe debe tomar actitudes duras, distantes, autoritarias. ¿Por qué renunciar a la dulzura y a la agradable bondad?
-Los árboles dijeron a la vid: «Ven tú, reina sobre nosotros». Les respondió la vid: «¿Voy a renunciar a mi mosto que alegra a Dios y los hombres para ir a vagar por encima de los árboles?" Ser útil. Dar fruto. Hacer feliz a la gente. Puedo orar a partir de estas tres imágenes: la aceituna, el higo, el racimo de uvas. Y sobre todo a partir de las diversas cualidades sugeridas aquí. Revisar mis propias responsabilidades. Rogar por los responsables de todo orden.
-Todos los árboles dijeron a la zarza: «Ven tú, reina sobre nosotros.» Y la zarza les respondió: «Si con sinceridad venís a ungirme a mí para ser vuestro rey, llegad y cobijaos a mi sombra..." Por desgracia, está dispuesto a aceptar ¡el que menos cualidades tiene! La sátira resulta patente. Jesús dirá también que toda autoridad debe ser ejercida y vivida como un «servicio»: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiere ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,42-43). ¿Me tomo el trabajo de desarrollar mis posibilidades para ser verdaderamente capaz de llevar a cabo las responsabilidades recibidas?
-Si no es así, brote fuego de la zarza y devore hasta los cedros del Líbano. La amenaza nunca ha sido a la larga un verdadero medio de gobernar. Esta parábola irónica y cruel para los grandes de este mundo quiere expresar la protesta de los humildes contra los que se valen del poder en propio provecho. ¡Esta protesta no es únicamente exclusiva de aquel tiempo! (Noel Quesson).
El c. 9 del libro de los Jueces está dedicado a Abimelec, hijo de Gedeón, medio israelita y medio cananeo (8,30-32). Abimelec no forma parte del grupo de los grandes jueces, ya que no salvó de nada a los israelitas. Al cabo de tres años moría traicionado por los que le ayudaron a entronizarse. Para iluminar esta historia desdichada, el narrador inserta aquí el apólogo de Yotán (9,7-15). Era el único hijo de Gedeón que se escapó de la matanza. El apólogo de Yotán, más antiguo que la narración de Abimelec, se adapta sólo parcialmente a las circunstancias a que lo hallamos aplicado: los árboles piden un rey, mientras que los siquemitas no piden ninguno. Pero el apólogo ilumina el episodio de Abimelec con una determinada luz, y éste es el enfoque que a nosotros llega. Vemos tres grupos de árboles, todos ellos útiles en una civilización agrícola: el olivo, la higuera y la vid; no aceptan renunciar a su propia función, portadora de felicidad para todos, para ir a balancearse sobre los demás árboles. El lector, después de cada negativa, se pregunta: «Pero si ningún árbol bueno acepta ser el rey de los otros árboles, quién quedará, pues, para serlo?» El cuarto árbol, nocivo y espinoso, contrasta con los anteriores. No tiene nada que perder si acepta, y, naturalmente, lo hace. La utilidad de los tres primeros árboles pone de relieve la nocividad del espino, que corresponde a la de Abimelec. Yotán quiere hacer comprender por medio de su apólogo el error que han cometido los habitantes de Siquén cuando han aceptado por rey a un hombre tan pernicioso como Abimelec. En la aplicación de la fábula (16-20), Yotán reprueba la injusticia y la crueldad de Abimelec y de los siquemitas. Estos, consintiendo a la injusticia, tendrán en Abimelec la paga merecida: «Salga de Abimelec fuego que devore a los habitantes de Siquén... y salga de Siquén... fuego que devore a Abimelec» (20). Los siquemitas no se entenderán, pues, con Abimelec. Como leemos poco más adelante: «Mandó Dios un mal espíritu...» (23).
La narración de Jc nos hace ver que la violencia crea siempre una espiral de destrucción que acaba con los mismos que la han provocado (57). Dios es activo ante la injusticia (D. Roure).
2. La fábula llena de ironía sobre el inútil Abimelec como rey, después de 2 siglos de jueces y profetas -«vuestro rey será siempre Yahvé»- quieren tener un rey, como los pueblos vecinos. Siempre ha sida un problema acertar en la elección de las personas que nos han de gobernar, tanto en lo civil como en lo eclesiástico. Esta fábula no hay que entenderla, sin más, en el sentido de que los que buscan el poder son precisamente los más inútiles. Pero sí es un toque de atención. No siempre los más brillantes son los que más valen, sino que podrían resultarnos como la zarza, la esterilidad personificada. Muchas veces los mejores los encontramos entre los humildes y trabajadores. Es evidente que el que gobierna debe tener unas cualidades nada fáciles: dotes de mando y liderazgo, equilibrio, vocación de servicio. Pero la Biblia lo ve todo desde el prisma religioso y, por eso, nos invita a elegir según los criterios de Dios, no según los meramente humanos. El salmo nos recuerda la ayuda de Dios como factor decisivo en la elección y en la actuación de quienes tienen el poder: «el rey se alegra por tu fuerza... le has concedido el deseo de su corazón, te adelantaste a bendecirlo con el éxito... le concedes bendiciones incesantes».
¿En qué cualidades ponemos nuestra confianza, cuando tenemos la posibilidad y el deber de elegir a los que nos gobiernan? ¿sólo en lo técnico y lo aparente, o también en los valores humanos y cristianos? ¿sabemos apreciar la humildad de una higuera o de un olivo, que muestran su fecundidad con sosiego y profundidad, o nos dejamos encandilar por lo que brilla y llama la atención externamente?
Juan Pablo II comentaba: “pertenece al género de los salmos reales. Por tanto, en el centro se encuentra la obra de Dios en favor del soberano del pueblo judío representado quizá en el día solemne de su entronización. Al inicio (cf v 2) y al final (cf v 14) casi parece resonar una aclamación de toda la asamblea, mientras la parte central del himno tiene la tonalidad de un canto de acción de gracias, que el salmista dirige a Dios por los favores concedidos al rey: "Te adelantaste a bendecirlo con el éxito" (v 4), "años que se prolongan sin término" (v 5), "fama" (v 6) y "gozo" (v 7). Es fácil intuir que a este canto -como ya había sucedido con los demás salmos reales del Salterio- se le atribuyó una nueva interpretación cuando desapareció la monarquía en Israel. Ya en el judaísmo se convirtió en un himno en honor del Rey-Mesías: así, se allanaba el camino a la interpretación cristológica, que es, precisamente, la que adopta la liturgia.
Pero demos primero una mirada al texto en su sentido original. Se respira una atmósfera gozosa y resuenan cantos, teniendo en cuenta la solemnidad del acontecimiento: "Señor, el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria! (...) Al son de instrumentos cantaremos tu poder" (vv 2.14). A continuación, se refieren los dones de Dios al soberano: Dios le ha concedido el deseo de su corazón (cf v 3) y ha puesto en su cabeza una corona de oro (cf v 4). El esplendor del rey está vinculado a la luz divina que lo envuelve como un manto protector: "Lo has vestido de honor y majestad" (v. 6). En el antiguo Oriente Próximo se consideraba que el rey estaba rodeado por un halo luminoso, que atestiguaba su participación en la esencia misma de la divinidad. Ciertamente, para la Biblia el soberano es considerado "hijo" de Dios (cf Sal 2,7), pero sólo en sentido metafórico y adoptivo. Él, pues, debe ser el lugarteniente del Señor al tutelar la justicia. Precisamente con vistas a esta misión, Dios lo rodea de su luz benéfica y de su bendición.
La bendición es un tema relevante en este breve himno: "Te adelantaste a bendecirlo con el éxito... Le concedes bendiciones incesantes" (Sal 20,4.7). La bendición es signo de la presencia divina que obra en el rey, el cual se transforma así en un reflejo de la luz de Dios en medio de la humanidad. La bendición, en la tradición bíblica, comprende también el don de la vida, que se derrama precisamente sobre el consagrado: "Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término" (v 5). También el profeta Natán había asegurado a David esta bendición, fuente de estabilidad, subsistencia y seguridad, y David había rezado así: "Dígnate, pues, bendecir la casa de tu siervo para que permanezca por siempre en tu presencia, pues tú, mi Señor, has hablado y con tu bendición la casa de tu siervo será eternamente bendita" (2 S 7,29).
Al rezar este salmo, vemos perfilarse detrás del retrato del rey judío el rostro de Cristo, rey mesiánico. Él es "resplandor de la gloria" del Padre (Hb 1,3). Él es el Hijo en sentido pleno y, por tanto, la presencia perfecta de Dios en medio de la humanidad. Él es luz y vida, como proclama San Juan en el prólogo de su evangelio: "En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1,4). En esta línea, san Ireneo, obispo de Lyón, comentando el salmo, aplicará el tema de la vida (cf Sal 20,5) a la resurrección de Cristo: "¿Por qué motivo el salmista dice: "Te pidió vida", desde el momento en que Cristo estaba a punto de morir? El salmista anuncia, pues, su resurrección de entre los muertos y que él, resucitado de entre los muertos, es inmortal. En efecto, ha asumido la vida para resurgir, y largo espacio de tiempo en la eternidad para ser incorruptible". Basándose en esta certeza, también el cristiano cultiva dentro de sí la esperanza en el don de la vida eterna”. Me decía una madre ayer, ante una hija con problemas mentales, y un hijo que en la flor de la vida ha tenido una enfermedad que ha trucado su carrera: “parece que nos han echado el mal de ojo… ¿por qué Dios permite esto? Yo esperaba más, quería más para ellos… y me toca sufrir”. Todo esto que se ha dicho más arriba es aún en medio de las dificultades, como Cristo, así lo explica S. Agustín: “Cristo Jesús, el Rey que reina desde el patíbulo de los esclavos, que es la Santa Cruz, no fracasa, no se ensoberbece. (…) Por el contrario, humilde, espera en la misericordia de su padre y, debido a la obediencia, su flaqueza humana no se conmoverá”.
3.- Mt 20, 1-16 (ver domingo 25, ciclo A). Hoy escuchamos la desconcertante parábola de los trabajadores de la viña, que trabajan un número desigual de horas y, sin embargo, reciben el mismo jornal. La idea central no es el paro obrero (aunque Dios parece preocupado de que nadie se quede sin trabajo, sea cual sea la hora) ni la cuestión de los salarios ni la justicia social. La parábola no se fija en los trabajadores, sino en la actuación de Dios. Él da a todos según justicia, pero también es generoso con los últimos, aunque hayan trabajado menos. Cuando Mateo escribió su evangelio, muchos paganos se iban incorporando a la Iglesia de Cristo, y podían suscitar, entre los provenientes del pueblo judío, el interrogante de cómo los últimos llegados recibían la misma herencia y paga. Es la sorpresa que Jesús describe en quienes habían trabajado desde primera hora de la mañana. La respuesta es el amor gratuito de Dios, que sobrepasa las medidas de la justicia y actúa libremente, también con los de la hora undécima. El tema no es si a los primeros les paga lo justo. Sino que Dios quiere pagar a los últimos también lo mismo, aunque parezca que no se lo hayan merecido tanto.
Los caminos de Dios son sorprendentes. No siguen nuestra lógica. Él sigue llamando a su viña a jóvenes y mayores, a fuertes y a débiles, a hombres y mujeres, a religiosos y laicos. ¿Tendremos envidia de que Dios llame a otros «distintos», o que premie de la misma manera a quienes no tienen tantos méritos como creamos tener nosotros?; ¿nos duele que en la vida de la comunidad eclesial, los laicos tengan ahora más protagonismo que antes, o que haya más igualdad entre hombres y mujeres, o que las generaciones jóvenes vengan con ideas nuevas y con su estilo particular de actuación? Abrahán fue llamado a los setenta y cinco años. Samuel, cuando era un jovencito. Mateo, desde su mesa de recaudador. Pedro tuvo que abandonar su barca. Algunos de nosotros hemos sido llamados desde muy niños, porque las condiciones de una familia cristiana lo hicieron posible. Otros han escuchado la voz de Dios más tarde. El ladrón bueno ha sido considerado como el prototipo de quienes han recibido el premio del cielo, habiendo sido llamados en la hora undécima. Si nos sentimos demasiado «de primera hora», mirando por encima del hombro a quienes se han incorporado al trabajo a horas más tardías, estamos adoptando la actitud de los fariseos, que se creían superiores a los demás. Esto no es, naturalmente, una invitación a llegar tarde y trabajar lo menos posible. Sino un aviso de que el premio que esperamos de Dios no es cuestión de derechos y méritos, sino de gratuidad libre y amorosa por su parte. La parábola parece una respuesta a la pregunta de Pedro, uno de los de la primera hora, que todavía no estaba purificado en sus intenciones al seguir al Mesías: «a nosotros ¿qué nos va a tocar?». Hoy es un buen día para cantar el himno de Vísperas «Hora de la tarde, fin de las labores», que, en sus diversas estrofas, nos hace alabar a Dios por su insondable generosidad, a la hora de darnos el jornal por nuestro trabajo (J. Aldazábal).
-La parábola de los obreros de la "Undécima hora" es célebre. Solamente la relata Mateo. Para interpretarla no olvidemos la regla elemental siguiente: -"la alegoría" es un género literario en el cual el conjunto de los detalles aporta una significación... -"la parábola", por el contrario, es un género literario en el que hay que buscar una lección central. El resto de los detalles está allí para ceñir el relato, forzar la atención, interesar. Está claro, por ejemplo, que ¡Jesús no pretende defender la injusticia social que consistiría en no pagar al obrero según su trabajo... o aun en establecer salarios completamente arbitrarios según el capricho del patrono!
-El Reino de Dios es semejante a un propietario que salió al amanecer a contratar jornales para "su viña"... Todo el resto del relato muestra que no se trata de un propietario ordinario. No se va a contratar jornaleros cuando sólo falta una hora para terminar la jornada de trabajo. Esta "viña"... nos da ya una pista simbólica: en todo el Antiguo Testamento, y por lo tanto, para los primeros oyentes de Jesús, la "viña" de Dios, es el pueblo escogido, es el lugar de la Alianza (Is 5, 1-7) Sí, Tú quieres, Señor, introducirnos en tu hacienda, en tu gozo y en tu alegría.
-Les contrata... Al amanecer... A media mañana, sobre las nueve... Luego al mediodía... Luego a las tres... y a las cinco de la tarde -"la hora Undécima"-. Adivinamos que no los contrata para su propio interés. Es un patrón que se preocupa profundamente del drama de los sin trabajo: "¿Cómo estáis aquí el día entero sin trabajar?"
-Los últimos llegados cobraron "un denario"... como los primeros... Humanamente hablando esto es inverosímil. Pero, precisamente, es el caso que ya no estamos en una historia "humana". Ese amo sorprendente, lleno de bondad, que "favorece a los más pobres", para quien los "últimos son los primeros"... es Dios.
-Y ¡se protesta! "Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso del día y el bochorno." Para Dios no hay privilegios. Las "naciones paganas", las últimas invitadas a la Alianza, son tratadas al igual con Israel, que se benefició más pronto de la Viña de Dios. Veinte veces, en el evangelio, Jesús valora así a los pobres, a los excluidos, a los "últimos".
-"Amigo, quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no tengo derecho de disponer de mis bienes? ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?" Tal es la lección central de esa parábola. Si sabemos leer entre líneas y no nos escandalizamos de detalles accesorios, he aquí el retrato maravilloso que Jesús nos traza de su Padre: -un Dios que ama a los hombres prioritariamente, y los ama y quiere introducirlos en su propia felicidad... -un Dios que reparte sus beneficios a todos y llama sin parar... -un Dios cuya generosidad y bondad no está "limitada" por nuestros méritos, sino que da con largueza, sin calcular... -un Dios que aparta a cualquiera que pretendiera tener derechos y privilegios impidiendo a los demás a aprovecharse... Esta parábola nos hace una revelación absolutamente esencial: la salvación que Dios nos da es totalmente gratuita y desproporcionada a nuestros pobres méritos humanos. ¿Qué podríamos esperar si contáramos con sólo nuestras fuerzas? Pero, Señor, nos has dicho que lo esperemos todo de tu "bondad". Gracias (Noel Quesson).
Los discípulos pensaban con la lógica de la mentalidad vigente y esperaban que la retribución para ellos fuera mayor. Confiaban en que "sus sacrificios" les asegurarían un premio mayor, pero no contaron con la más importante: el Reino de Dios y su justicia no actúan según los parámetros de la legalidad humana. En el Reino lo importante es la misericordia de Dios. Pues, para Dios no hay privilegios basados en el prestigio, en la cantidad de trabajo o en cualquier otra ventaja. Y esto es así, porque ha sido Dios quien ha llamado gratuitamente, y nuestra respuesta debe ser igualmente gratuita. Dios llama cuando le parece oportuno sea al comienzo o al final de la jornada. Lo importante es que él llama y que podemos participar. El descontento de los empleados obedece a un privilegio que ellos mismos se conceden, no a una injusticia del patrón. Creen que por haber trabajado más tiempo tienen ventaja sobre los demás. Pero no es de este modo como funciona la lógica del Reino. El mérito está en haber sido llamado, en participar en la obra, no en los privilegios que se puedan sacar de ella. Nosotros muchas veces queremos adueñarnos de la cosecha. Pensamos que al desempeñar un ministerio o servicio en la comunidad somos propietarios de ella. A veces, también, excluimos a otros porque consideramos que no están preparados o porque creemos que han llegado tarde. El evangelio, sin embargo, nos pide un cambio de mentalidad. Todos tienen derecho a participar en la obra del Reino. Y este derecho no nace de nuestra generosidad, sino que es algo que Dios mismo ha dado. Si Dios ha llamado a muchos a su obra, nosotros no somos quiénes para cerrar la puerta. Debemos reconocer la acción del Espíritu y permitir que en la comunidad todos participen por igual (Servicio Bíblico Latinoamericano; cf. S. Josemaría Escrivá, Surco 4).

martes, 16 de agosto de 2011

Martes de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. La llamada de Dios da fuerza para ser instrumentos suyos para grandes empresas, y Él es buen pagador para

Martes de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. La llamada de Dios da fuerza para ser instrumentos suyos para grandes empresas, y Él es buen pagador para los que tienen esa libertad interior de seguirle

Lectura del libro de los Jueces 6, 11-24a. En aquellos días, el ángel del Señor vino y se sentó bajo la encima, de Ofrá, propiedad de Joás de Abiezer, mientras su hijo Gedeón estaba trillando a látigo en el lagar, para esconderse de los madianitas. El ángel del Señor se le apareció y le dijo: -«El Señor está contigo, valiente.» Gedeón respondió: -«Perdón, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido, encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres: "De Egipto nos sacó el Señor". La verdad es que ahora el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas.» El Señor se volvió a él y le dijo: -«Vete, y con tus propias fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo te envío.» Gedeón replicó: -«Perdón, ¿cómo puedo yo librar a Israel? Precisamente mi familia es la menor de Manasés, y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre. » El Señor contestó: -«Yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre.» Gedeón insistió: -«Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien habla conmigo. No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con una ofrenda y te la presente.» El Señor dijo: -«Aquí me quedaré hasta que vuelvas.» Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo ofreció bajo la encina. El ángel del Señor le dijo: -«Coge la carne y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo.» Así lo hizo. Entonces el ángel del Señor alargó la punta del cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor desapareció. Cuando Gedeón vio que se trataba del ángel del Señor, exclamó: -«¡Ay Dios mío, que he visto al ángel del Señor cara a cara!» Pero el Señor le dijo: -«¡Paz, no temas, no morirás!» Entonces Gedeón levantó allí un altar al Señor y le puso el nombre de «Señor de la Paz».

Salmo 84,9.11-12.13-14. R. El Señor anuncia la paz a su pueblo.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón.»
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 19,23-30. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.» Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: -«Entonces, ¿quién puede salvarse?» Jesús se les quedó mirando y les dijo: -«Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo.» Entonces le dijo Pedro: -«Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar? » Jesús les dijo: -«Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mi deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.»

Comentario: 1.- Jc 6,11-24. -Vino el Ángel del Señor y se sentó bajo el terebinto de Ofrá. Su hijo, Gedeón, majaba trigo en el lagar para sustraerlo al pillaje de los madianitas. Un hombre, un labrador, está ocupado en su labor. Trata de salvar su cosecha en este tiempo de inseguridad. Y he aquí que Dios está allá: «el Ángel del Señor» es una expresión bíblica tradicional que designa a Yahvé mismo cuando se manifiesta a alguien.
-«El Señor es contigo, valiente guerrero." Escena de vocación. María, en la Anunciación, oirá la misma llamada (Lc 1,28). Dios está con los que sufren y se mantienen disponibles a su Palabra. -Gedeón respondió: «¡Perdón, mi Señor! Si el Señor está con nosotros ¿por qué nos ocurre todo esto? ¿Dónde están todos esos prodigios que nos contaron nuestros padres?... Hoy el Señor nos ha abandonado, nos ha entregado en manos de Madián». Gedeón discute. Quiere precisiones sobre su vocación.
-Entonces el Señor miró a Gedeón y le dijo: «Con esa fuerza que tienes, ve a salvar a Israel del poder de Madián. Toda vocación es un "ponerse al servicio" de los demás. ¿Cuál es mi servicio? ¿Soy el salvador de algunos? Mis responsabilidades humanas no se limitan al papel que he asumido por decisión o aceptación personal... son también y ante todo un "envío" una «misión recibida»: ¡Ve! dice Dios. El compromiso no es sólo mío: Dios se compromete conmigo... en mi familia, mi profesión, mis compromisos diversos. ¡Qué fuerza, si fuésemos más conscientes de esta dimensión extraordinaria de nuestras diversas funciones en el mundo!
-Le respondió Gedeón: "¡Perdón, Señor mío! ¿Cómo voy a salvar yo a Israel? Mi clan es el más débil, y yo soy el menor en la casa de mi padre...» Tema bíblico constante: la elección de los menores en las situaciones menos importantes, para realizar los grandes designios de Dios. «Puso sus ojos en la humildad de su esclava... Derribó a los poderosos de sus tronos y ensalzó a los humildes» (Lc 1, 52). «La debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres». (1 Co 1, 25). La cruz de Jesús, debilidad suprema.
Hay una cierta mezquindad en excusarse en la propia pequeñez para no hacer nada y rehusar unas responsabilidades... ¡cómo si la capacidad de hacer algo proviniera de nuestras propias fuerzas!
-Gedeón continuó: «Dame una señal...» En todos los relatos de vocación, encontramos esa petición. Dios no nos lanza a una irracional aventura. Una vocación se reflexiona y se prueba. Una responsabilidad se prevé y se prepara. Es necesario que nuestro compromiso pueda ser una decisión libre y racional: lo contrario sería indigno de Dios... y del hombre. ¡Es algo serio! Pero, quien dice «señal, dice «realidad escondida, frágil que hay que interpretar.» Una señal no es una indicación de absoluta evidencia... "¿qué ha querido decir con este gesto?". Hay que hacer pues una opción gratuita, un paso hacia algo desconocido... a la gracia de Dios, precisamente. Después de la promesa de ayuda Gedeón pide una señal para identificar al Señor (17). Si es el Señor quien se le manifiesta, él ha de poder ofrecerle alguna cosa. A veces es el Señor quien por propia iniciativa da una señal que acredita la misión confiada (Ex 3,12). Pero aquí este aspecto de la vocación se enfoca del lado de Gedeón, vemos su interés por presentar algo al Señor, una escena que recuerda el convite de Abrahán a los huéspedes divinos (Gn 18), si bien aquí los alimentos se convierten en sacrificio: el Señor se manifiesta en ellos mediante el fuego (cf. Dt 4,33.36). La reacción temerosa de Gedeón ante el «cara a cara» que ha tenido con Yahvé origina la respuesta tranquilizadora del v 23: «La paz sea contigo; no temas, no morirás». Gedeón levantó en aquel lugar un altar al Señor, bajo el vocablo de "Señor de la Paz". Señor sigue quedándote con nosotros. Danos la paz.
La historia de Gedeón ocupa los cc. 6, 7 y 8 del libro de los Jueces. Gedeón supo organizar las tribus del norte para hacer frente a los madianitas, enemigos temibles que invadían precisamente Israel cuando los campos estaban a punto para la cosecha (vv 1-6). Un factor que les daba superioridad era el hecho de poseer camellos domesticados: un ataque rápido por sorpresa de jinetes montados en camellos podía realizarse con una agilidad y una fuerza difíciles de contener. El narrador atribuye a la decadencia religiosa la impotencia de Israel para enfrentarse a ellos. Hasta que por fin los israelitas "clamaron a Yahvé" (6). La vocación de Gedeón (11-24) concreta la respuesta del Señor al grito angustioso del pueblo. Tiene puntos de contacto con la vocación de otros jefes del pueblo o profetas, como Moisés, Saúl y Jeremías. Tanto a Gedeón como a Moisés, quien se les aparece es el ángel de Yahvé, aunque quien les habla es Yahvé mismo (Ex 3,255; Jue 6,14.16.23), y a ambos confía el Señor una misión liberadora (Ex 3,10; Jue 6,14), y de Gedeón se subraya además su coraje y valentía. Moisés y Gedeón, al igual que Saúl y Jeremías, ante la magnitud de la llamada presentan como objeción su pequeñez personal, o la pequeñez de la tribu a que pertenecen. Así Moisés replica: "¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?" (Ex 3,11). Y es bien conocida la objeción de Jeremías: «No sé hablar. Soy todavía un niño» (Jr 1,6). La respuesta del Señor es en todos los casos la promesa de una ayuda indeficiente: él estará siempre con aquel al que envía (Jue 6,16; Ex 3,12; Jer 1,8). Los que han de ayudar al pueblo de Dios no son la gente más cualificada, mas el Señor está con ellos ayer y hoy (Noel Quesson/D. Roure).
2. El primero de los Jueces, esos personajes carismáticos que suscitó Dios en el período del asentamiento en Palestina, fue un campesino, Gedeón. El pueblo vivía atemorizado por los madianitas, que, si en otros tiempos habían sido más o menos amigos (Moisés había emparentado con ellos), ahora se dedicaban al pillaje y hostigaban continuamente a los nuevos inquilinos de la tierra. Dios llama a Gedeón para una misión difícil: «vete y salva a Israel de los madianitas». Él, en la mejor línea de los llamados por Dios -Moisés, Jeremías-, se resiste a aceptar este encargo y pone objeciones, porque cree que no está preparado, que es débil («yo soy el más pequeño en casa de mi padre»). Y escucha la misma respuesta que da Dios en estos casos: «yo te envío... yo estaré contigo». El salmo recoge la idea de la paz, con la última palabra del Señor a Gedeón: «paz, no temas». Y al lugar le llamó «Señor de la Paz». Todos los cristianos, y no sólo los sacerdotes o los religiosos o los misioneros, tenemos una cierta vocación de liberadores. No sólo intentamos ser nosotros mismos creyentes, sino que estamos llamados a contribuir a que nuestra familia, o los jóvenes, o los pobres, o quienes, de alguna manera, sufren las molestias de la vida y las esclavitudes provocadas por los madianitas de turno, vayan liberándose. No seremos «jueces» en un sentido técnico de la palabra, ni hará falta que poseamos cualidades carismáticas de líderes. Pero todos podemos hacer algo para que las personas a las que llega nuestra influencia, empezando por nuestra familia, encuentren más sentido a sus vidas y se gocen de la ayuda de Dios.
Esta vocación de testigos de Cristo y liberadores nos puede parecer difícil y tal vez, ya tenemos experiencia de fracasos en nuestro intento de ayudar a los demás. También a nosotros, como a Gedeón, nos pueden asaltar los interrogantes («si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto?») y querremos una señal para saber dónde está la voluntad de Dios. Es la hora de recordar la palabra de Dios a Gedeón y a todos sus llamados: «no temas, yo estoy contigo». Estamos colaborando con Dios, no somos protagonistas, no salvamos nosotros al mundo con nuestras fuerzas. Y Dios parece tener preferencias por los débiles: ya dijo la Virgen que «miró la humildad de su sierva y ha hecho cosas grandes en mí».
La misericordia y la fidelidad de Dios cantadas en este salmo se han dado encuentro en Jesucristo. En Él se manifiesta el ofrecimiento del perdón divino (misericordia), y en Él se cumplen las promesas hechas por Dios a su pueblo (fidelidad). Por eso San Juan proclamará que el Verbo encarnado está lleno de “gracia y verdad” (Jn 1,14), que equivalen a misericordia y fidelidad. Y Teodoreto de Ciro, aplicando estas palabras a la bendición dada a la tierra con Cristo, comenta: “le otorga esa bendición egregia que consiste en la Encarnación de su Hijo, con la cual el Padre anula aquella otra maldición del Génesis (cf Gn 3,17), y muestra que cualquier tristeza ha llegado a su fin, que toda la creación queda renovada”. Juan Pablo II habló del tema en su Encíclica, que ya hemos comentado (Dives in misericordia, n. 4). S. Atanasio dice: “ciertamente la verdad y la misericordia se besaron mediante la verdad que trajo al mundo la siempre Virgen Madre de Dios”. A ella damos gracias.
3.- Mt 19,23-30 (ver paralelo Mc 10,27-31: Domingo 28, ciclo B). Extracto del discurso de Cristo sobre el uso de riquezas (Mt 19,16-30). Lo del camello que quiere pasar por el ojo de una aguja se ve que era un proverbio popular para indicar algo imposible. Lo mismo vendría a ser si se interpreta, como algunos quieren, no de un camello, sino de una maroma (en hebreo ambas palabras son parecidas). También se llamaba aguja a la puerta pequeña de la ciudad, abierta todo el día, donde pasaban las personas pero no los camellos, para los que había que abrir las puertas grandes. Lo que asusta a sus oyentes es que Jesús aplique este dicho a los ricos que quieren salvarse. Si uno está tan lleno de cosas que no necesita nada más, si se siente tan satisfecho de sí mismo, y no se puede desprender de su ansia de poseer y de la idolatría del dinero, ¿cómo puede aceptar como programa de vida el Reino que Dios le propone? Las riquezas son buenas en sí, a no ser que se hayan acumulado injustamente. Pero lo que no es bueno es ser esclavo del dinero y no utilizarlo para lo que Dios quiere. El comentario de Jesús sigue a la breve escena de ayer la del joven que no se decidió a abandonar sus riquezas para seguir a Jesús. Por eso Pedro le replica que ellos lo han abandonada «todo» y le han seguido. Se ve en seguida que, ni por parte de Pedro ni de los demás, es muy gratuito este seguimiento: «¿qué nos va a tocar?». Y Jesús les promete un premio cien veces mayor que lo que han dejado.
Nosotros, probablemente, no somos ricos en dinero. Pero podemos tener alguna clase de «posesiones» que nos llenan, que nos pueden hacer autosuficientes y hasta endurecer nuestra sensibilidad, tanto para con los demás como para con Dios, porque, en vez de poseer nosotros esos bienes, son ellos las que nos poseen a nosotros. No se puede servir a Dios y a Mammón, al dinero, como nos dijo Jesús en el sermón de la montaña (Mt 6,24). Este aviso nos debe hacer pensar. Nuestro seguimiento de Jesús debería ser gratuito y desinteresado, sin preocuparnos de si llegaremos a ocupar los tronos para juzgar a las tribus de Israel (una alusión a Daniel 7,9), ni de la contabilidad exacta del ciento por uno de cuanto hemos abandonado. No vamos preguntando cada día: «¿qué nos vas a dar?». Seguimos a Jesús por amor, porque nos sentimos llamados por él a colaborar en esta obra tan noble de la salvación del mundo. No por ventajas económicas ni humanas, ni siquiera espirituales, aunque estamos seguros de que Dios nos ganará en generosidad (J. Aldazábal).
a) Discursos de este género han debido de ser numerosos en las comunidades primitivas, bastante inquietas por la actitud a adoptar con respecto a los ricos. La importancia de este problema aparece sobre todo en la comunidad de Jerusalén, compuesta exclusivamente de pobres (Act 4,34-5,11). Desde el v 23, el discurso expresa una comprobación: los ricos encuentran muchas dificultades en vivir al ritmo de la comunidad cristiana (y por tanto al ritmo del Reino, que ya no podía tardar y coincidiría con la comunidad). El "ojo de la aguja" designa probablemente un lugar próximo a Jerusalén, de tal manera estrecho que las caravanas de camellos no podían franquearlo (v 24). Los discípulos se asombran tanto más de estas dificultades de los ricos para formar parte del Reino (v 25), en cuanto que el Antiguo Testamento había hecho muchas veces de la riqueza un signo de bendición divina y de participación en el Reino (Si 31,8-11).
b) Sin embargo, no por el hecho de que los ricos encuentren dificultades para entrar en la comunidad cristiana les está necesariamente prohibido entrar en el Reino. Lo que aquí es imposible puede ser posible para Dios. El v 26 relativiza en parte a la Iglesia terrestre con relación al Reino escatológico; aquella es ya el Reino y, sin embargo, no lo es todavía. Es cierto que determinadas comunidades primitivas eran demasiado particularistas, demasiado ligadas sociológicamente a la clase de los pobres (cf Lc 6,20-24) para poder integrar a los ricos (en contra: Mt 5,3). Pero no porque la Iglesia se revele, en determinado momento de su historia, incapaz de acoger una mentalidad o una cultura han de dejar estas de formar parte del reino escatológico: la pertenencia a este último depende de la gracia de Dios y no necesariamente de la pertenencia visible a la Iglesia. Ciertamente, la Iglesia es signo de salvación en el sentido de que toda la humanidad se salva por su mediación y su misión, pero esto no quiere decir que solo sea posible salvarse perteneciendo visiblemente a ella. La salvación sigue siendo gracia de Dios y rebosa la institución eclesial. El hecho de que haya, en un momento dado, desacuerdo entre una clase social (pobres o ricos) y la Iglesia no implica una incompatibilidad entre esta clase y la salvación.
c) La intervención de Pedro (vv 27-30) hace discretamente alusión al episodio del joven rico (vv 16-22), al cual Jesús ha exigido una renuncia que le habría permitido acceder a la vida eterna. El joven ha rehusado mientras que sus compañeros han aceptado (v 27). ¿Cual será su recompensa? La respuesta de Cristo es doble. La primera parte, que se dirige solamente a los apóstoles (v 28), no se encuentra, más que en el Evangelio de Mateo; la segunda, por el contrario, es común a los tres sinópticos y concierne a todo aquel que practique la renuncia ("todo aquel que"; v 29). Todo aquel que abandona todo para seguir a Jesús (este "seguimiento" adquiere, en el contexto, el sentido de una última marcha de Cristo, yendo hacia la muerte) obtiene la vida eterna. Mateo suprime la mención de una bendición de Dios "en este mundo" (cf Mc 10,30) y relaciona el "céntuplo" con la vida eterna. La vida de Cristo muerto y resucitado repercute así en la dualidad renuncia-vida eterna que da ritmo a la vida cristiana.
d) Pero la renuncia de los apóstoles será recompensada de manera particular: se sentarán sobre los doce tronos que se alzarán a la entrada del Reino y llevarán a cabo, con el Mesías, el juicio que permitirá o prohibirá el acceso a él (cf Is 3,14). Esta concepción bastante arcaica del papel de los apóstoles está lejos de tener alguna relación con la que, más misionera, se hace hoy día del colegio de los Doce. Los apóstoles, además, han sido mucho tiempo víctimas de este concepción estrecha de su papel; querrán, por ejemplo, reconstruir su grupo después de la muerte de Judas (Act 1) y quedarse en Jerusalén para esperar allí la llegada del Juez-Restaurador, más bien que ir al encuentro del mundo (Maertens-Frisque).
-Luego que se marchó el joven, Jesús dijo a sus discípulos: "Os aseguro que con dificultad entrará un rico en el Reino de Dios." Jesús está apenado. Propuso a un joven que lo siguiera, pero ¡este prefirió su "bolsa"! ¿Cómo podemos sentir tales preferencias? Entre Tú, Señor, y el "dinero"... ¿Cómo es posible preferir el dinero? Lo repito: "Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja, que no que entre un rico en el Reino de Dios." Dura palabra, que no hay que suavizar, aun siendo una hipérbole típicamente oriental. Esta palabra quiere ciertamente, chocar, despertar, sacudir nuestras torpezas. ¡Atención! ¡Grave peligro! Y no es una palabra aislada, accidental, en el evangelio: veinte veces Jesús ha repetido cosas de este género. Para tener una idea equilibrada del pensamiento de Jesús sobre la "riqueza" es preciso recordar que:
1º Constantemente puso en guardia a los hombres contra el obstáculo que suponen las riquezas para el que quiere entrar en la "vida"...
2º Y sin embargo ha estimado y ha llamado a hombres ricos de rango social elevado, sin exigirles que abandonasen sus responsabilidades... La riqueza en sí no es mala, sino "su origen", si esa riqueza ha sido adquirida injustamente... y "su empleo", si esa riqueza es malgastada egoístamente sin tener en cuenta a los más pobres... y sobre todo "su riesgo" de endurecimiento del corazón a los verdaderos valores espirituales -Ya no se necesita de Dios-
-Al oír aquello, los discípulos se quedaron enormemente desorientados y decían: "¿quién puede salvarse?" Jesús se los quedo mirando y les dijo: "Humanamente eso es imposible, pero para Dios todo es posible". La cosa es seria. Es grave. Va en ello la salvación eterna. Señor, bien sabes todas las habilidades que los hombres han desplegado para tratar de atenuar esa Palabra... o para aplicarla, a "los demás", pues hay siempre uno "más rico que uno mismo". Señor, es verdad, la pobreza me espanta y la riqueza me atrae. Es preciso que te lo diga, porque es así. Ayúdame. Convierte mi corazón.
-Intervino entonces Pedro: "Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido ¿qué nos va a tocar? Después que el joven rico, apegado a sus bienes se marchó, una sombra de abatimiento planeó sobre el grupo. Pedro interviene, como para consolar al Maestro y le ofrece el homenaje de su fidelidad. "Nosotros te hemos seguido." Señor, da a tu Iglesia apóstoles... como ellos, capaces de dejarlo todo y de seguirte. Concede, Señor, a todos los apóstoles que no piensen ante todo en las cosas que hay que hacer, ni en las empresas apostólicas que conviene activar... sino en ti, y en seguirte.
-Vosotros, los que me habéis seguido... No, para Jesús el apostolado no es una empresa, es una amistad.
-Cuando llegue el mundo nuevo... Tu pensamiento se dirige a menudo hacia "ese día", hacia ese porvenir. Tú eres un hombre que está en tensión hacia el fin del mundo, hacia el fin del hombre. ¡Que venga, Señor, ese tiempo! ¡Ese mundo en el que todo será renovado... y todo será hermoso!
-Os sentaréis con el Hijo del hombre... Recibiréis el céntuplo de lo que habéis dejado... Y heredaréis vida eterna... El porvenir que prometes a los tuyos, a los que te han seguido, venciendo todos los obstáculos... es un porvenir alegre, es una abundancia de vida, una plenitud, es una expansión, un crecimiento divino. Gracias, Señor. Condúceme hacia ese día (Noel Quesson).

domingo, 14 de agosto de 2011

Tiempo ordinario XX, domingo (A): el amor y salvación de Dios hacia cada uno de nosotros es irrevocable, y universal: nadie es más que otros, lo que n

Tiempo ordinario XX, domingo (A): el amor y salvación de Dios hacia cada uno de nosotros es irrevocable, y universal: nadie es más que otros, lo que nos salva es ese amor divino y nuestra respuesta de fe

Lectura del Profeta Isaías 56,1. 6-7: Así dice el Señor: Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria.
A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza: los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.

Salmo 66,2-3.5.6.8 (R:4): R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, / ilumine su rostro sobre nosotros: / conozca la tierra tus caminos, / todos los pueblos tu salvación.
Que canten de alegría las naciones, / porque riges la tierra con justicia, / riges los pueblos con rectitud / y gobiernas las naciones de la tierra.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben. / Que Dios nos bendiga; que le teman / hasta los confines del orbe.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 11,13-15.29-32: Hermanos: A vosotros, gentiles, os digo: Mientras sea vuestro apóstol, haré honor a mi ministerio, por ver si despierto emulación en los de mi raza y salvo a alguno de ellos.
Si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración sino un volver de la muerte a la vida? Los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Vosotros en otro tiempo, desobedecisteis a Dios; pero ahora, al desobedecer ellos, habéis obtenido misericordia. Así también ellos que ahora no obedecen, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.

Evangelio según san Mateo 15, 21-28: En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: -«Ten compasión de mi, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle -«Atiéndela, que viene detrás gritando.» Él les contestó: -«Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: -«Señor, socórreme.» Él le contestó: -«No está bien echar a los perros el pan de los hijos.» Pero ella repuso: -«Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las mi-gajas que caen de la mesa de los amos.» Jesús le respondió: -«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» En aquel momento quedó curada su hija.

Comentario: 1. Is 56.1.6-7. Comienza la tercera y última sección del libro de Isaías, con poemas posteriores al destierro, y se nos habla del derecho y la justicia -cumplimiento de la voluntad de Dios-, donde guardar el sábado no es tanto una "práctica" ritualista y externa sino una "actitud" de fidelidad a las exigencias fundamentales de la Alianza (vv. 2.4.6): practicar la justicia, proteger al desvalido... con esto amplia las condicones que la ley ponía de pertenencia al pueblo escogido. También para pertenecer a la comunidad de Jesús se requiere la libre adhesión de cada miembro a su persona, a sus exigencias evangélicas. Este debe ser el nuevo orden que Jesús instaura. Los ritos, ceremonias... pueden ser convenientes, útiles... pero nunca indispensables. El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. Dios nos quiere felices, no esclavos sino libres pues como recuerda Jacques Philippe, la libertad va unida a la felicidad, y la “poderosa aspiración de libertad en el hombre contemporáneo, aun cuando contenga buena parte de engaño y a veces se lleve a cabo por caminos erróneos, siempre conserva algo de recto y noble. En efecto, el hombre no ha sido creado para ser esclavo, sino para dominar la Creación. Así lo dice el Génesis explícitamente. Nadie ha sido hecho para llevar una vida apagada, estrecha o constreñida a un espacio reducido, sino para vivir «a sus anchas». Por el simple hecho de haber sido creado a imagen de Dios, los espacios limitados le resultan insoportables y guarda en su interior una necesidad irreprimible de absoluto e infinito. Ahí reside su grandeza y, en ocasiones, su desgracia.
Por otro lado, el ser humano manifiesta tan gran ansia de libertad porque su aspiración fundamental es la aspiración a la felicidad, y porque comprende que no existe felicidad sin amor, ni amor sin libertad: y así es exactamente. El hombre ha sido creado por amor y para amar, y sólo puede hallar la felicidad amando y siendo amado. Como dice Santa Catalina de Siena, el hombre no sabría vivir sin amor. El alma no puede vivir sin amor; necesita siempre algo que amar, pues está hecha de amor y por amor la creé. El problema es que a veces ama al revés; se ama egoístamente a sí mismo y termina sintiéndose frustrado, porque sólo un amor auténtico es capaz de colmarlo.
Si es cierto que sólo el amor puede colmarlo, también lo es que no existe amor sin libertad: un amor que proceda de la coacción, del interés o de la simple satisfacción de una necesidad no merece ser llamado amor. El amor no se cobra ni se compra. El verdadero amor, y por lo tanto el amor dichoso, sólo existe entre personas que disponen libremente de ellas mismas para entregarse al otro.
Así es como se entiende la extraordinaria importancia de la libertad, que proporciona su valor al amor; y el amor constituye la condición para la felicidad. Es sin duda la intuición -incluso vaga- de esta verdad la que hace al hombre estimar la libertad, y nadie puede convencerlo de lo contrario”.
Pero ¿cómo acceder a esta libertad que permite el desarrollo del amor? Un problema actualmente grande es confundir libertad con autonomía, sin dependencia alguna. Nos muestra el profeta cómo el “sábado” es la dependencia de Dios, que nos hace ser nosotros mismos y por tanto libres. Aquí nos habla también de la libertad interior, que también vemos en la Iglesia: Nunca podemos decretar, como hacían los judíos, quiénes pertenecen o no a la comunidad cristiana. La Iglesia podrá decir que un miembro cumple o no con los requisitos exigidos por ella, e incluso podrá expulsarlo de su seno; pero nunca podrá afirmar que ese miembro es o no cristiano. La adhesión a Jesús es una actitud existencial y no un servicio cultural. Lo importante es tomarse a Jesús en serio y tratar de imitarlo siguiendo sus caminos. ¡Jesús no excomulga a nadie que intente ser auténtico en su conducta! (A. Modrego).
2. El Salmo 66 canta la piedad y bendición de Dios, que se harán realidad plenamente en Cristo. "Que su rostro aparezca ante nosotros". El "rostro" de Dios, luminoso: La sonrisa de Dios a la humanidad. Jesús, en su encarnación, ¿no fue acaso la respuesta inaudita a esta oración? El Dios invisible, el Dios "sin rostro", se hizo visible a nuestros ojos en el rostro humano de Cristo. “Ilumine su rostro sobre nosotros”, y Agustín desarrolla su plegaria "cristiana" con estas palabras: "Ya que nos grabaste tu imagen, ya que nos hiciste a tu imagen y semejanza, tu moneda, ilumina tu imagen en nosotros, de manera que no quede oscurecida. Envía un rayo de tu sabiduría para que disipe nuestras tinieblas y brille tu imagen en nosotros ... Aparezca tu Rostro, y si -por mi culpa-, estuviese un tanto deformado, sea reformado por ti, aquello que Tú has formado".
¡"Que los pueblos te aclamen oh Dios, que te aclamen todos los pueblos"!, también es una realidad plena cuando Jesús proclama: "Id por todo el mundo: haced discípulos míos entre todas las gentes"... entonces sí hay este "universalismo" de Israel. "¡Jesús debió recitar este salmo con gran fervor!". "Que venga tu reino universal, que se haga tu voluntad".
"Tu camino será conocido sobre la tierra". Jesús se llamó a sí mismo el "camino". "Yo soy el camino, la verdad, la vida".
"Tu salvación será conocida entre todas las naciones". Esta salvación la trajo Él, Jesús. Recitando este salmo, Cristo oró por su propia misión en el plan del Padre: "He venido, no para condenar sino para salvar". "Tú conduces las naciones sobre la tierra". Conducir, guiar, papel divino. Jesús reivindicó explícitamente este papel, presentándose como el "buen pastor" que conduce sus ovejas hacia las fuentes de agua viva.
La tierra entera... El mundo entero... Todos los pueblos... Todos los hombres. Esta visión amplia, cósmica, mundial, es muy moderna. Nunca como hoy se han traspasado las fronteras que separan los pueblos. Entramos cada vez más en la era de los viajes al exterior. El mundo entero llega a nuestra casa por la televisión. La manera de vivir de otros pueblos, sus problemas se aproximan a nosotros. Al mismo tiempo se acentúan los sueños de paz universal y definitiva. ¡"Que las naciones se alegren, que canten"! Al hacer esta oración hoy, no podemos encerrarnos en nuestros pequeños universos particularistas o nacionalistas estrechos... Al contrario, este salmo contribuye a ampliar nuestros horizontes. Teilhard de Chardin hablaba de "la Misa sobre el mundo". Admiremos la amplitud de esta "eucaristía". El sol ilumina, allá, la franja extrema del primer oriente. Una vez más, bajo el mantel móvil de sus fuegos, la superficie viviente de la tierra despierta, vibra y reinicia su aterradora labor. Pondré en mi patena, oh Dios mío, la cosecha esperada de este nuevo esfuerzo. Echaré en mi cáliz la savia de todos los frutos que serán triturados hoy"...
Dios nos bendice en los caminos de la tierra. Ha habido en ciertas épocas de la historia de la Iglesia una tentación de espiritualismo desencarnado, un desprecio de las cosas de aquí abajo, un cierto pesimismo ante los alimentos terrestres, considerados como impuros. No se trata de caer en el exceso inverso que idolatra los "bienes de la tierra". Jesús trató de "loco" al hombre que amplió sus graneros al tener una cosecha excepcional... No precisamente por el éxito, sino porque se olvidó de pensar en "su alma". ¡Sí, es verdad! Los placeres terrestres son frágiles, no pueden saciar totalmente el "hambre" y la "sed" del hombre. La verdadera actitud cristiana es la del hombre que se da sin medida al éxito de la "creación": recoger una hermosa cosecha, llevar a feliz término una empresa, terminar bien un trabajo, hacer evolucionar las situaciones, educar a un hombre o una mujer... Esto es un "don de Dios": "Dios, nuestro Dios, nos ha bendecido". ¡Hay que hacer una espiritualidad del fracaso, cuando llegue! pero es más urgente hacer una espiritualidad de la "cosecha": "He aquí el pan, fruto del trabajo del hombre y de la tierra, te lo presentamos, él se convertirá en tu cuerpo".
Que las naciones se alegren, que canten. ¡La búsqueda de la felicidad, de la fiesta. Atreverse a orar así! Atreverse a pedir a Dios no solamente que cese el dolor, sino que aumente la felicidad y la alegría. Y si nosotros oramos para que los pueblos estén "alegres" y "canten"... ¿Cómo podemos tener caras aburridas? La alegría es el gran secreto del cristiano (Chesterton). Un santo triste es un triste santo. Hagamos a aquellos que viven con nosotros la primera caridad, la caridad de la alegría y de la sonrisa.
La oración del tiempo de cosecha: oración de otoño: La vejez no es un tiempo fácil de vivir. Un poeta habló de esta edad que "siente la decadencia de las cosas perecederas". Este salmo sugiere que nada se acaba. El otoño es una estación nostálgica, es cierto. Pero todo continúa, en las cosechas que se guardan en el granero: todo lo que ha habido de trabajo, de amor, de sacrificio, de don de sí en una vida... "Está guardado en Dios" mejor que en ningún granero. Lo que ha hecho un anciano en su vida, los granos que ha cosechado, servirán para próximas siembras. Para quien cree en Dios, nada se acaba (Noel Quesson).
Esa es mi plegaria, Señor. Sencilla y directa en tu presencia y en medio de la gente con quien vivo. Bendíceme, para que los que me conocen vean tu mano en mí. Hazme feliz, para que al verme feliz se acerquen a mí todos los que buscan la felicidad y te encuentren a ti, que eres la causa de mi felicidad. Muestra tu poder y tu amor en mi vida, para que los que la vean de cerca puedan verte a ti y alabarte a ti en mí.
Mira, Señor, los seres que viven a mi alrededor adoran cada uno a su dios, y algunos a ninguno. Cada cual espera de sus creencias y de sus ritos las bendiciones celestiales que han de traer la felicidad a su vida como prenda de la felicidad eterna que le espera luego. Valoran, no sin cierta lógica, la verdad de su religión según la paz y alegría que proporciona a sus seguidores. Con ese criterio vienen a medir la paz y alegría de que yo, humilde pero realmente, disfruto, y que declaro abiertamente que me vienen de ti, Señor. Es decir, que te juzgan a ti según lo que ven en mí, por absurdo que parezca; y por eso lo único que te pido es que me bendigas a mí para que la gente a mi alrededor piense bien de ti.
Eso era lo que ocurría en Israel. Cada pueblo a su alrededor tenía un dios distinto, y cada uno esperaba de su dios que su bendición fuera superior a la de los dioses de sus vecinos y, en concreto, que le bendijera con una cosecha mejor que la de los pueblos circundantes. Israel te pedía que le dieses la mejor cosecha de toda la región, para demostrar que tú eras el mejor Dios del cielo, el único Dios verdadero. Y lo mismo te pido yo ahora. Dame una cosecha evidente de virtudes y justicia y paz y felicidad, para que todos los que me rodean vean tu poder y adoren tu majestad.
«El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros: conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación». Quiero que todo el mundo te alabe, Señor, y por eso te pido que me bendigas. Si yo fuera un ermitaño en una cueva, podrías hacerme a un lado; pero soy un cristiano en medio de una sociedad de hecho pagana. Soy tu representante, tu embajador aquí abajo. Llevo tu nombre y estoy en tu lugar. Tu reputación, por lo que a esta gente se refiere, depende de mí. Eso me da derecho a pedir con urgencia, ya que no con mérito alguno, que bendigas mi vida y dirijas mi conducta frente a todos éstos que quieren juzgarte a ti por lo que ven en mí, y tu santidad por mi virtud.
Bendíceme, Señor, bendice a tu pueblo, bendice a tu Iglesia; danos a todos los que invocamos tu nombre una cosecha abundante de santidad profunda y servicio generoso, para que todos puedan ver nuestras obras y te alaben por ellas. Haz que vuelvan a ser verdes, Señor, los campos de tu Iglesia para gloria de tu nombre (Carlos Vallés).
“Todos los pueblos alaben a Dios”… y comenta Juan Pablo II algo que enlaza con cuanto se ha dicho en la primera lectura, de hecho –aún cuanto se trata de un comentario de la liturgia de las horas- es en la Misa cuando vemos que el salmo explica lo que se ha dicho en el profeta Isaías; por esto pienso que la mejor manera de interpretar la Biblia es en el uso que le da la liturgia, en su interrelación entre un lectura y otra: “Acaba de resonar la voz del antiguo salmista, que ha elevado al Señor un canto jubiloso de acción de gracias. Es un texto breve y esencial, pero que se abre a un inmenso horizonte, hasta abarcar idealmente a todos los pueblos de la tierra.
Esta apertura universalista refleja probablemente el espíritu profético de la época sucesiva al destierro babilónico, cuando se deseaba que incluso los extranjeros fueran llevados por Dios al monte santo para ser colmados de gozo. Sus sacrificios y holocaustos serían gratos, porque el templo del Señor se convertiría en "casa de oración para todos los pueblos" (Is 56, 7).
También en nuestro salmo, el número 66, el coro universal de las naciones es invitado a unirse a la alabanza que Israel eleva en el templo de Sión. En efecto, se repite dos veces esta antífona: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben" (vv. 4 y 6).
Incluso los que no pertenecen a la comunidad elegida por Dios reciben de él una vocación: en efecto, están llamados a conocer el "camino" revelado a Israel. El "camino" es el plan divino de salvación, el reino de luz y de paz, en cuya realización se ven implicados también los paganos, invitados a escuchar la voz de Yahveh (cf. v. 3). Como resultado de esta escucha obediente temen al Señor "hasta los confines del orbe" (v. 8), expresión que no evoca el miedo, sino más bien el respeto, impregnado de adoración, del misterio trascendente y glorioso de Dios.
Al inicio y en la parte final del Salmo se expresa el deseo insistente de la bendición divina: "El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros (...). Nos bendice el Señor nuestro Dios. Que Dios nos bendiga" (vv. 2. 7-8).
Es fácil percibir en estas palabras el eco de la famosa bendición sacerdotal que Moisés enseñó, en nombre de Dios, a Aarón y a los descendientes de la tribu sacerdotal: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6, 24-26).
Pues bien, según el salmista, esta bendición derramada sobre Israel será como una semilla de gracia y salvación que se plantará en el terreno del mundo entero y de la historia, dispuesta a brotar y a convertirse en un árbol frondoso.
El pensamiento va también a la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: "De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y serás tú una bendición. (...) Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 2-3)...
La composición ofrece, por tanto, una perspectiva universal y misionera, tras las huellas de la promesa divina hecha a Abraham «Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Génesis 12, 3; Cf. 18, 18; 28, 14).
La bendición divina pedida por Israel se manifiesta concretamente en la fertilidad de los campos y en la fecundidad, es decir, en el don de la vida. Por ello, el Salmo se abre con un versículo (Cf. Salmo 66, 2), que hace referencia a la famosa bendición sacerdotal del Libro de los Números: «El Señor te bendiga y te guarde; ilumine el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Números 6, 24-26)…
Gracias a la bendición implorada por Israel, toda la humanidad podrá experimentar «la vida» y «la salvación» del Señor (cf. v.3), es decir, su proyecto salvífico. A todas las culturas y a todas las sociedades se les revela que Dios juzga y gobierna a los pueblos y a las naciones de todas las partes de la tierra, guiando a cada uno hacia horizontes de justicia y paz (Cf. v. 5).
Esta será también la proclamación cristiana que delineará san Pablo al recordar que la salvación de todos los pueblos es el centro del «misterio», es decir, del designio salvífico divino: «los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio» (Efesios 3, 6).
Ahora Israel puede pedir a Dios que todas las naciones participen en su alabanza; será un coro universal: «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben», se repite en el Salmo (cf. 4.6).
El auspicio del Salmo precede al acontecimiento descrito por la Carta a los Efesios, cuando parece hacer alusión al muro que en el templo de Jerusalén separaba a los judíos de los paganos: «En Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad... Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (2,13-14.19).
Hay aquí un mensaje para nosotros: tenemos que abatir los muros de las divisiones, de la hostilidad y del odio, para que la familia de los hijos de Dios se vuelva a encontrar en armonía en la única mesa, para bendecir y alabar al Creador para los dones que él imparte a todos, sin distinción (Cf. Mateo 5, 43-48)”.
3. Rm 11, 13-15. 29-32: Pablo no pierde de vista a su pueblo: el judío. Su conversión sería para los judíos un paso de muerte a vida (sentido bautismal). Por la aceptación de Cristo, entrarán en posesión de la nueva vida.
-"Los dones y la llamada de Dios son irrevocables": La elección de Israel es algo irrevocable. Por el hecho de su "no" a Cristo, Dios no ha retirado su elección. Simplemente, ahora, judíos y gentiles están en un mismo plano. Los gentiles eran desobedientes, porque no creían en Dios; ahora los judíos también lo son porque no han descubierto su revelación en Cristo. Resultado: "Dios nos encerró a todos en desobediencia". Dios se ha servido de esta infidelidad general para manifestar a todos su misericordia, revelando así su ser de amor (J. Naspleda). Comentaba un joven sacerdote a otro mayor: ¿por qué cuesta tanto la entrega al Señor? Y éste le contestó: porque sólo se entregan las ovejas cuando el pastor da su vida por ellas. Jesús lo ha hecho, pero a Jesús no se le ve, nos ven a nosotros… y nos cuesta sentir como Jesús, y hacer lo que él hizo…Ahora, al ver cómo Pablo habla con tanto afecto de los judíos, pensemos cómo durante tanto tiempo muchos cristianos los tenían por un pueblo maldito. Olvidamos a veces que toda nuestra esperanza se apoya en esta fidelidad de Dios a sus promesas, y no tanto en nuestros méritos ni en nuestra correspondencia. Nuestro Dios es un Dios fiel, y por eso es misericordioso y acogedor (J. Totosaus).
La Iglesia es el nuevo Israel, puesto que es el punto de realización de las promesas y del ejercicio de los privilegios espirituales del pueblo elegido. Ahora bien: esa Iglesia está constituida por antiguos paganos: los judíos no constituyen dentro de ella más que una reducida minoría, un pequeñísimo "resto" (Rm 11. 4-5; cf. 9. 27-29). El patrimonio de Israel es, pues, ahora de la Iglesia, pero ¿por qué han de gozar de él los cristianos sin los judíos? El pueblo judío sigue siendo objeto de la promesa, incluso en la ruptura, porque Dios mismo sigue estando presente. La ruptura actual no es una caída, sino un paso en falso (v. 11). Por tanto, el pueblo elegido tiene, incluso fuera de la Iglesia, una razón de ser, un contenido positivo. Cuando Israel se convierta a Cristo aportará a esa conversión una cualidad que el pagano no podría aportar: recibirá, en efecto, la plenitud de Cristo como culminación de una historia que él ha sido el único en vivir; verificará, mejor que otro cualquiera, cómo la salvación es un don de la misericordia de Dios. Nacido de una iniciativa de amor, Israel es un pueblo perseguido por ese amor hasta en su repulsa; continúa viviendo de la fidelidad de Dios a su Palabra. Ojalá pueda el cristiano preparar la vuelta de Israel y el cumplimiento de lo que es preparándole una Iglesia digna de recibirle en su seno, es decir, que no busque su fuerza más que en la iniciativa de Dios (Maertens-Frisque).
Después de largos y complicados argumentos en estos capítulos sobre Israel en la historia de la salvación, Pablo va llegando hacia el final. La argumentación puede parecer poco interesante, pero basta ver cómo hay ahí una de las claves de que Israel sea paradigmático: la irrevocabilidad del plan de Dios (v. 29). Esto vale de Israel, pero no se ve porqué no ha de valer de otros.
Israel no ha respondido a los ofrecimientos divinos, pero no por eso ha sido rechazado por Dios. Lo mismo el hombre pecador. Es decir, cada uno: haga lo que haga, Dios me ama igual, no me desprecia. Dios no es como los hombres. No se le pueden atribuir sentimientos de venganza o castigo humanos, de represalias. Dios es Dios para siempre respecto al hombre.
No se puede hacer depender la acción de Dios de la acción o respuesta humana. No es una reacción a provocaciones. hay que darle el auténtico lugar y creer verdaderamente en el Dios salvador y no en un ídolo a la manera humana, como normalmente imaginamos a Dios.
En este argumento vemos también que nadie es más que nadie. Tendemos a mostrar nuestros méritos, poder adquirido por dinero o conocimientos (curriculum), o incluso por estirpe… Nadie es más que nadie… ni los judíos por tener una historia de relaciones con Dios, ni los paganos que han entrado a sustituir a Israel en la historia de salvación cuando este pueblo ha dejado su sitio vacío. Ni se puede uno enorgullecer de su suerte ni presumir, ni mucho menos despreciar farisaicamente a quienes aparecen menos buenos por las razones que sean.
Pero, ¿y la mediación humana en la historia de la salvación? Pues “Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti”, dirá S. Agustín: y es que necesitamos acoger el amor que Dios nos brinda, dejarnos querer por Dios, que como hemos ido repitiendo en sucesivos comentarios es siempre lo fundamental de nuestra vida cristiana, y de ahí nace toda correspondencia fiel de verdad, incluso los pecados sirven entonces... Por medio de Israel, de su papel positivo y de su propio fallo a aceptar el plan de Dios, llega la salvación al mundo. También ahora llega a unos por medio de otros, no sólo de las acciones positivas, sino de las negativas.
Acaba la lectura de hoy con que Dios tendrá “misericordia de todos”, clave de todo Amor de Dios definitivo. Aun sin respuesta humana a los beneficios de Dios, éste no se arrepiente y se aleja. La desobediencia, la falta de méritos, el propio pecado en sí, no son obstáculos definitivos a la acción de Dios. Sólo la cerrazón definitiva, la soberbia total. Y aún así Dios sabrá encontrar el camino para llegar al hombre. Encerró al mundo en la desobediencia, en el pecado, o sea, dejó que el mundo se encerrase en esa situación, pero de ahí sacó una nueva forma de salvación. Porque la misericordia de Dios es salvación.
El ejemplo de Israel es prototípico para el hombre, la iglesia y la historia. Sólo es necesario ver los puntos en que Pablo insiste en esta situación y aplicarlos a la nuestra (F. Pastor). La historia de la salvación es el triunfo de la misericordia de Dios sobre el pecado de los hombres: de los judíos y de los gentiles; pero no hay entre ellos diferencia; unos y otros han desobedecido. Y si ahora la desobediencia de los judíos es ocasión para la obediencia de los gentiles, hay que esperar que al fin también vuelva a la obediencia el pueblo que ahora rechaza el evangelio. Donde abundó el pecado, sobreabundará la gracia. Porque Dios ha querido encerrarnos a todos en una misma desobediencia para tener de todos una misma misericordia. La triste realidad del pecado humano tiene que servir para manifestar mejor la libertad y la gloria de la gracia de Dios (“Eucaristía 1987”).
El pensamiento de Pablo es profundo: no envanecerse de posesión de Dios… Si desprecias a los demás, estás demostrando que también tú te has apropiado indebidamente el don de Dios. «Mantenerse por la fe» equivale a «conservarse en la benevolencia», entender que sólo la benevolencia de Dios te ha podido salvar significa hacer de la benevolencia el principio orientador de toda la vida. Pablo da otra razón: los judíos son por naturaleza (la frase es del propio Pablo) el olivo sano, y tú eres el olivo silvestre. Con eso no se niega la libertad de Dios para crearse un nuevo pueblo ni la posibilidad de pecar por parte del hombre. Se afirma con fuerza inigualable el firme propósito de Dios de continuar dando la gracia donde la ha dado una vez: de no abandonarnos si no lo abandonamos y de buscarnos si lo hemos abandonado.
Se afirma, pues, el carácter perpetuamente sagrado (a semejanza del «carácter» sacramental) del pueblo que ha sido portador de la elección de Dios: Tú eres una rama injertada; "no sostienes tú a la raíz, sino que la raíz te sostiene a ti" (J. Sánchez Bosch).
¿Cómo aplicarlo también a los que dicen que no creen? La libertad va ligada a la respuesta y dependencia de Dios, y no podemos dejar de plantearnos las preguntas importantes de la vida. No hacer como aquel que pregunta a otro: -¿crees que en el mundo de hoy es peor la ignorancia de la gente o su indiferencia? Y contesta su amigo: -Ni lo sé ni me importa. Aportamos otra cita de J. Philips: “Si la libertad parece constituir un dominio común del cristianismo y la cultura moderna, quizá es también el punto en el que discrepan de forma más radical. Para el hombre moderno ser libre a menudo significa poder desembarazarse de toda atadura y autoridad: «Ni Dios ni amo». En el cristianismo, por el contrario, la libertad sólo se puede hallar mediante la sumisión a Dios, esa obediencia de la fe de que habla San Pablo. La auténtica libertad es menos una conquista del hombre que un don gratuito de Dios, un fruto del Espíritu Santo recibido en la medida en que nos situemos en una amorosa dependencia frente a nuestro Creador y Salvador. Es aquí donde se pone más plenamente de manifiesto la paradoja evangélica: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”, o dicho de otro modo: quien quiera a toda costa preservar y defender la libertad la perderá; pero quien acepte «perderla» devolviéndola confiadamente a las manos de Dios, la salvará. Le será restituida infinitamente más hermosa y profunda, como un regalo maravilloso de la ternura divina”. Nuestra libertad “es proporcional al amor y a la confianza filial que nos unan a nuestro Padre del cielo. Para alentarnos contamos con el ejemplo vivo de los santos, que se han entregado a Dios sin reservas, no deseando hacer más que Su voluntad, y que en recompensa han ido recibiendo progresivamente el sentimiento de gozar de una inmensa libertad que nada en este mundo puede arrebatarles, y en consecuencia una intensa felicidad”.
4. Mt 15. 21-28 (paralelo: Mc 7, 24-30). Aprendamos a admirarnos de la fe de los de fuera, de la gente sencilla, como hace Jesús. Y aprendamos a confiar en los movimientos sinceros de nuestro corazón. Es una oración de petición que arranca de una fe profunda en que Dios, en este caso Jesús, puede hacer lo que se le pide, y de una confianza ilimitada en que lo hará. La fe es el distintivo esencial del cristiano. Una fe que recibe lo que quiere, porque lo que quiere es la voluntad de Dios. La "lucha" que esta mujer mantiene con Jesús, que la rechaza una y otra vez, resulta paradigmática. Está en la línea de lo mandado por Jesús: "pedid... buscad... llamad..." Esto es lo que define sustantivamente al hombre. De ahí la necesidad de "luchar" con Dios en el terreno de una oración perseverante. La cananea obtuvo lo que pedía porque se mantuvo en esa actitud de esencial pobreza. Ante ella aparece la palabra de Dios: "...recibiréis, ...hallaréis, ...se os abrirá" (7. 7). Tres aspectos que definen a Dios (como los tres anteriores habían definido al hombre). Dios y el hombre puestos frente a frente y haciendo cada uno lo que le es propio (Edic. Marova).
El texto está lleno de sorpresas. Una extranjera da a Jesús el título típicamente judío de hijo de David. Con este título ha introducido Mateo la ascendencia de Jesús (Mt. 1,1). El título resuena cuando Mateo acaba de presentar a Jesús saliendo de territorio judío tras el cuestionamiento de algo tan esencial y sagrado para los judíos como es el comportamiento en consonancia con la tradición (ver Mt. 15, 1-20).
Las sorpresas continúan con el silencio de Jesús primero y su respuesta después a la demanda de los discípulos. Esta respuesta, que se encuentra en el v. 24, es repetición del mandato de Jesús a los doce de ir en busca de las ovejas perdidas de Israel. Leída después de la escena anterior sobre la tradición, la respuesta es, cuanto menos, sorprendente.
Una tercera sorpresa es la presentación de la mujer en el v. 25 con el gesto típico judío de adoración a Dios, gesto característico en el evangelio de Mateo para expresar la actitud creyente ante Jesús.
La cuarta sorpresa es la respuesta de Jesús a la mujer. "No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perros".
Jesús hace suyo el afrentoso y despreciativo apelativo de perros, que los judíos aplicaban a los paganos. ¿Lo hace suyo aceptándolo o ironizándolo? La frase la escuchamos fuera del territorio judío, donde Jesús se encuentra tras su cuestionamiento de la tradición judía.
La quinta y última sorpresa es la reacción de la mujer pagana, que no aspira a suplantar, sino sencillamente a participar.
Todo este conjunto de sorpresas, especialmente elaboradas por Mateo, no parecen tener otra función que la de preparar y resaltar la frase final de Jesús. "¡Qué grande es tu fe, mujer!" Es la frase que el lector de Mateo presentía y esperaba. Ella ratifica la caída del muro de separación entre judíos y paganos (que hemos comentado en las lecturas anteriores). Un mundo religioso cerrado en sí mismo queda aquí superado y derrumbado; surge otro de todos y para todos.
-Comentario. Es difícil encontrar en cualquiera de los cuatro evangelios una imagen de Jesús tan judía como la que nos ofrece Mateo en este texto. La lógica de la encarnación está aquí llevada al máximo de identificación con la historia concreta de unas gentes. Paralelamente es difícil encontrar otro texto como éste en el que la quiebra de esa historia concreta sea tan clamorosa. Mateo lo ha conseguido con una imagen de mujer sencillamente asombrosa.
Ella, que no es miembro del Pueblo de Dios (es de la tierra que hoy llamamos Líbano), encarna el ideal de lo que debe ser un miembro del Pueblo de Dios.
La consecuencia es lo arriesgado del manejo de conceptos y términos tales como Pueblo de Dios e Iglesia, porque ni están todos los que son ni son todos los que están. Pasaba ayer y pasa hoy.
Pablo ya nos lo dijo en un texto anterior al que leemos hoy: "Toda diferencia entre judío y no judío ha quedado superada, pues uno mismo es el Señor de todos, y su generosidad se desborda con todos los que le invocan" (Rom. 10, 12). También lo dijo en otros lugares: "Todos vosotros, los que creéis en Cristo Jesús, sois hijos de Dios... Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno" (Gál. 26, 28; cf. A. Benito). Mateo parece ironizar con las bromas de su época: ¿quiénes son los perros y quiénes los amos? Mejor aún: ¿tiene sentido seguir hablando de perros y de amos? La paradoja está servida. Un texto vigoroso por sus contrastes y desarrollo imprevisto, por su lenguaje nada atenuado: pone el dedo en la llaga por el procedimiento del absurdo. Detrás de la defensa apasionada de la Ley de Dios y de la tradición por parte de los pastores se esconde, entre otras cosas, una infravaloración de las personas. “Mujer, qué grande es tu fe”. Esta frase rompe los esquemas religiosos hasta ahora vigentes en el Pueblo de Dios. Nacionalidad, condición social y sexo quedan eliminados como factores determinantes de pertenencia al Pueblo de Dios (cf. Jn 1,12-13). La elección misma de una mujer para protagonista del relato es un hecho en sí mismo significativo. Si alguien no tenía voz en el interior del Pueblo de Dios, eran precisamente las mujeres. Eligiendo a una mujer primero, extranjera después, y cananea por último, Mateo acaba con todos los esquemas hasta entonces vigentes. No olvidamos nunca que, en el contexto de Mateo, esta fe significa la relativización de la ley y de la tradición, importantes y necesarias, por supuesto, pero nunca prioritarias ni con valor de absolutos. Olvidar esta relativización tiene el riesgo, entre otros, de reducir la fe en Jesús a un pietismo personal: a partir de ahora lo que determina la pertenencia al Pueblo de Dios es la fe en Jesús, la adhesión a su persona (A. Benito).

jueves, 9 de junio de 2011

JUEVES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Jesús ruega por la unidad de los cristianos, en Él recibimos la felicidad: aquí la vida de la gracia y luego la

JUEVES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Jesús ruega por la unidad de los cristianos, en Él recibimos la felicidad: aquí la vida de la gracia y luego la gloria.

Hch 22, 30; 23, 6-11: 30Al día siguiente, deseando saber con exactitud de qué le acusaban los judíos, le quitó las cadenas, mandó reunir a los príncipes de los sacerdotes y a todo el Sanedrín, llevó a Pablo y le puso ante ellos.
23, 6Sabiendo Pablo que unos eran saduceos y otros fariseos, gritó en medio del Sanedrín: Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos, y se me juzga por la esperanza en la resurrección de los muertos. 7Al decir esto se produjo un enfrentamiento entre fariseos y saduceos, y se dividió la multitud. 8Porque los saduceos dicen que no hay resurrección ni ángel ni espíritu; los fariseos en cambio confiesan una y otra cosa. 9Se produjo un enorme griterío y puestos en pie algunos escribas del grupo de los fariseos discutían diciendo: Nada malo hallamos en este hombre; ¿y si le ha hablado algún espíritu o ángel? 10Como creciera gran alboroto, temeroso el tribuno de que despedazaran a Pablo, ordenó a los soldados bajar, arrancarles a Pablo y conducirlo al cuartel. 11En esa noche se le apareció el Señor y le dijo: Mantén el ánimo, pues igual que has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma.

Salmo responsorial: 16/15,1-2a.5.7-8.9-10.11: 1 Canto de David. Guárdame, Dios mío, pues me refugio en ti. 2 Yo digo al Señor: «Tú eres mi Señor, mi bien sólo está en ti». 5 Señor, Tú eres mi copa y mi porción de herencia, Tú eres quien mi suerte garantiza. 7 Yo bendigo al Señor, que me aconseja, hasta de noche mi conciencia me advierte; 8 tengo siempre al Señor en mi presencia, lo tengo a mi derecha y así nunca tropiezo. 9 Por eso se alegra mi corazón, se gozan mis entrañas, todo mi ser descansa bien seguro, 10 pues Tú no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo fiel baje a la tumba. 11 Me enseñarás el camino de la vida, plenitud de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha.

Evangelio según Juan 17, 20-26 (se lee también el 7º Domingo de Pascua C): No ruego sólo por éstos, sino por los que han de creer en mí por su palabra: que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí. Padre, quiero que donde yo estoy también estén conmigo los que Tú me has confiado, para que vean mi gloria, la que me has dado porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te conoció; pero yo te conocí, y éstos han conocido que Tú me enviaste. Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos y yo en ellos.

Comentario: 1. En Pentecostés, del año 57, Pablo ha llegado a Jerusalén, para la fiesta de Pentecostés o de las semanas, Shavuot, la última de las peregrinaciones del año para los judíos. El conflicto con las autoridades no se hizo esperar. Algunos judíos le acusan de "incitar" a la defección (Hch 2,21). De hecho Pablo, estando en el Templo de Jerusalén donde había ido a orar, es perseguido. La policía romana interviene, y conduce a Pablo a la fortaleza. Su cautiverio durará varios años, en Jerusalén, en Cesarea, capital romana de Palestina y después en Roma. -El oficial romano, queriendo saber con certeza de qué acusaban a Pablo, convocó el «Gran Consejo» e interrogó a Pablo. Como Jesús…
-«Yo soy Fariseo, hijo de Fariseo... se me juzga por mi esperanza en la Resurrección»: "disputaron Fariseos y Saduceos y la asamblea se dividió... entre un gran clamor..." Sufrir la injusticia por Jesús, es una de las bienaventuranzas… En una de sus epístolas, Pablo cuenta el número de golpes recibidos y los arrestos sufridos... (2 Cor, 11,23-24). Ayúdanos, Señor, para que sepamos verte en cualquier situación humana, incluso la más desfavorable en apariencia.
-“A la noche siguiente, se apareció el Señor a Pablo y le dijo... «¡Ánimo!»” Pablo debió de tener también sus horas de angustia, sus horas negras. Jesús siente la necesidad de ir a reconfortarle, de remontarle la moral: "¡ánimo!" le dijo. El tema de la «aflicción» es uno de los temas dominantes de las epístolas de san Pablo. Era una experiencia vivida. La "valentía", «fe», tiene ante las injusticias y contrariedades sus “noches oscuras” que sin embargo se pasan con Jesús. Jesús está con él. No hay nada que temer. Hay que dejarse conducir, abandonarse… (Noel Quesson). De todo se sirve el Señor para hacer su obra, y así la semilla cristiana va al centro del imperio, que era un sueño personal y también apostólico. Por eso apela al César, y por eso hace lo posible para salir ileso del tumulto de Jerusalén contra él. Una cosa es dar testimonio de Cristo, y otra, aceptar la muerte segura en manos de los judíos. Más tarde, ya en Roma, en su segundo cautiverio, sí será detenido y llevado a la muerte, al final de su dilatada y fecunda carrera de apóstol. Esto conecta con su fe en la resurrección, que es lo que hoy está en la discusión de sectas judías. También en nuestro tiempo, como entonces, muchos judíos han perdido la fe en la resurrección, por eso la madre de Edith Stein se enfada mucho con su hija cuando entra al Carmelo, pues piensa que sólo hay esta vida y no se puede malbaratar recluyéndose (luego, cercana su muerte, hubo una reconciliación); también esta santa dio su vida, en el holocausto judío. Hemos de saber defender la justicia de Dios, tratando de superar los obstáculos que se oponen, para que la Palabra no quede encadenada y pueda seguir dilatándose en el mundo. El mismo Jesús nos enseñó a conjugar la inocencia y la astucia para conseguir que el bien triunfe sobre el mal. Pablo nos da ejemplo de audacia (J. Aldazábal). Hemos de pedirlo en esta nueva Pentecostés: “Ven, Espíritu divino... / Entra hasta el fondo del alma, / divina luz, y enriquécenos. / Mira el vacío del hombre, / si tú le faltas por dentro; / mira el poder del pecado, / cuando no envías tu aliento”. El Espíritu Santo nos ayuda para ir en el camino del Señor, en fidelidad, no es camino de rosas. Supone sacrificios. Quien, como Pablo, lo arriesga todo para ser testigo del Señor al que sirve, ha de saber que acepta pisar sobre espinas. ¡Punzantes, pero dichosas espinas que hieren con amor! Para ello, Pablo contaba con el eco profundo de la oración de Jesús al Padre. ¿No había presentado Jesús al Padre a cuantos creyeran en Él, a cuantos se jugaran por Él la vida, a cuantos anunciaran que Dios Padre y su Hijo encarnado, Jesús, nos llaman a todos a la unidad de fe y a vivir unidos a Cristo, como sarmiento a la Vid? Vivamos nuestra unión con Cristo. Sólo a partir de nuestra experiencia personal de su amor por nosotros podremos colaborar para que la salvación se haga realidad en el momento histórico que nos ha tocado vivir.
2. Sal. 15. Dios, nuestro Padre, es la parte que nos ha tocado en herencia. ¿Querremos algo mejor? Nuestra vida está en sus manos. ¿Quién podrá algo en contra de nosotros? Ni siquiera la muerte podrá retenernos para sí, pues Dios no nos abandonará a ella, ni dejará que suframos la corrupción. El punto de partida es la petición de la protección del Señor (v. 1), sigue la confesión de Dios como único bien (vv. 2-6) y la proclamación de las consecuencias que tiene en su vida personal (vv. 7-9) para terminar con la reafirmación ante Dios de esperar de Él la salvación (vv. 10-11). Al rezar este salmo, renovamos la alegría de haber sido consagrados a Dios por el bautismo, y manifestamos el deseo de vivir plenamente la comunión con los demás bautizados. El autor de la composición se ha unido a Dios con toda su vida en exclusividad (v. 1). Su situación (vv. 5) es como la de los hijos de Leví, sin tierra prometida porque su “heredad” está en el servicio del Templo y la parte que les correspondía de las ofrendas (cf. Nm 18,20; Dt 10,9; Jos 13,14; Sal 73,26): se manifiesta la aceptación gozosa de esta condición. Con una alabanza-bendición a Dios (vv. 7-9) se comienza a expresar los bienes que de Él recibe quien le sirve con exclusividad: ser guiado por Él en todo momento, hallar en Él la seguridad, la alegría y la salud. Entendieron los Padres que de Jesús hablaba el v. 9: “ya que algunos sostienen de varias maneras que, como el Señor entró con las puertas cerradas (Jn 20,19), no resucitó con el mismo cuerpo que había muerto, escuchemos que el Señor mismo en el salmo recuerda: hasta mi carne habitará en la esperanza (Sal 16,9). Sin duda, tras la muerte y la resurrección del Salvador, aquel cuerpo que estuvo vivo fue depositado en el sepulcro; en consecuencia resucitó el mismo cuerpo que había sido puesto exánime y sin vida en el sepulcro. Pero si resucitó el cuerpo idéntico, ¿cómo es que algunos sostienen que el Señor ha resucitado en una especie de cuerpo espiritual y poderoso, pero no en el nuestro? Nosotros no pensamos esto; sería como negar que el cuerpo de Cristo se ha revestido de aquella gloria que, como creemos, también un día recibirán los santos” (S. Jerónimo). Esta experiencia personal de Dios (v. 9) lleva a manifestarle la esperanza de ser librado de la muerte y colmado de alegría por el cumplimiento de la Ley y dedicación a su servicio (vv. 10-11). Las palabras del v. 10 son interpretadas en la versión de los LXX como liberación de la corrupción del sepulcro tras la muerte, es decir, en sentido de resurrección. Como David estaba muerto, habían de ser palabras dirigidas a otro, Jesucristo: “hermanos, permitidme que os diga con claridad que el patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva hasta el día de hoy. Pero como era profeta, y sabía que Dios le había jurado solemnemente que sobre su trono se sentaría un fruto de sus entrañas, lo vio con anticipación y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en los infiernos ni su carne vio la corrupción” (Hch 2,29-31; cf. 13,35); y Orígenes comenta: “no abandonarás mi alma en el seol” (v. 10) que se refiere al descenso de Cristo a los infiernos y a su resurrección. Y resumía Santa Teresa de Jesús: “quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”. Desde la resurrección de Cristo nuestra existencia ha cobrado una nueva esperanza; sabemos que nuestro destino final es la gloria junto al Hijo amado del Padre. Por eso aprendamos a caminar con fidelidad por el camino de la vida que Jesús nos ha enseñado. Si vamos así tendremos la seguridad de alegrarnos eternamente en el gozo del Señor. Él sea bendito por siempre.
3. Jn. 17, 20-26. He aquí las últimas palabras de la plegaria de Jesús... Benedicto XVI, cuando el asesinato del fundador de la Comunidad de Taizé, el Hermano Roger Schutz, decía: “precisamente ayer recibí una carta del Hermano Roger muy conmovedora, muy afectuosa. En ella, escribe que en el fondo de su corazón quiere decirme que ‘estamos en comunión con usted y con los que se han reunido en Colonia’”; y que tiene el deseo de venir cuanto antes a Roma "para encontrarse conmigo y para decirme que ‘nuestra Comunidad de Taizé quiere caminar en comunión con el Santo Padre’”.
«El Señor de los tiempos, que prosigue sabia y pacientemente el plan de su gracia para con nosotros pecadores, últimamente ha comenzado a infundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre sí el arrepentimiento y el deseo de la unión. Muchísimos hombres, en todo el mundo, han sido movidos por esta gracia y también entre nuestros hermanos separados ha surgido un movimiento cada día más amplio, con ayuda de la gracia del Espíritu Santo, para restaurar la unidad de los cristianos. Participan en este movimiento de unidad, llamado ecuménico, los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús como Señor y Salvador; y no sólo individualmente, sino también reunidos en grupos, en los que han oído el Evangelio y a los que consideran como su Iglesia y de Dios. No obstante, casi todos, aunque de manera diferente, aspiran a una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y así se salve para gloria de Dios» (Unitatis redintegratrio)… El Concilio Vaticano II expresa la decisión de la Iglesia de emprender la acción ecuménica en favor de la unidad de los cristianos y de proponerla con convicción y fuerza… La Iglesia católica asume con esperanza la acción ecuménica como un imperativo de la conciencia cristiana iluminada por la fe y guiada por la caridad. También aquí se puede aplicar la palabra de san Pablo a los primeros cristianos de Roma: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo»; así nuestra «esperanza... no defrauda» (Rm 5,5). Esta es la esperanza de la unidad de los cristianos que tiene su fuente divina en la unidad Trinitaria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Jesús mismo antes de su Pasión rogó para «que todos sean uno» (Jn 17,21). Esta unidad, que el Señor dio a su Iglesia y en la cual quiere abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra. No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos. Pertenece en cambio al ser mismo de la comunidad. Dios quiere la Iglesia, porque quiere la unidad y en la unidad se expresa toda la profundidad de su ágape.
En efecto, la unidad dada por el Espíritu Santo no consiste simplemente en el encontrarse juntas unas personas que se suman unas a otras. Es una unidad constituida por los vínculos de la profesión de la fe, de los sacramentos y de la comunión jerárquica. Los fieles son uno porque, en el Espíritu, están en la comunión del Hijo y, en Él, en su comunión con el Padre: «Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo» (1 Jn 1,3). Así pues, para la Iglesia católica, la comunión de los cristianos no es más que la manifestación en ellos de la gracia por medio de la cual Dios los hace partícipes de su propia comunión, que es su vida eterna. Las palabras de Cristo «que todos sean uno» son pues la oración dirigida al Padre para que su designio se cumpla plenamente, de modo que brille a los ojos de todos «cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas» (Ef 3,9). Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad. Este es el significado de la oración de Cristo: «Ut unum sint»…” (Juan Pablo II; luego señala con el Concilio que «la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él» y al mismo tiempo reconoce que «fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, empujan hacia la unidad católica», y explica estos puntos del ecumenismo).
"Que sean una sola cosa, así como nosotros lo somos (Jn 17,11), clama Cristo a su Padre; que todos sean una misma cosa y que, como Tú, ¡oh Padre!, estás en mí y yo en ti, así sean ellos una misma cosa en nosotros (Jn 17,21). Brota constante de los labios de Jesucristo esta exhortación a la unidad, porque todo reino dividido en facciones contrarias será desolado; y cualquier ciudad o casa, dividida en bandos, no subsistirá (Mt 12,25). Una predicación que se convierte en deseo vehemente: tengo también otras ovejas, que no son de este aprisco, a las que debo recoger; y oirán mi voz y se hará un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10, 16).
¡Con qué acentos maravillosos ha hablado Nuestro Señor de esta doctrina! Multiplica las palabras y las imágenes, para que lo entendamos, para que quede grabada en nuestra alma esa pasión por la unidad. Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo cortará; y a todo aquel que diere fruto, lo podará para que dé más fruto... Permaneced en mí, que yo permaneceré en vosotros. Al modo que el sarmiento no puede de suyo producir fruto si no está unido con la vid, así tampoco vosotros, si no estáis unidos conmigo. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; quien está unido conmigo y yo con él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer (Jn 15, 1-5).
¿No veis cómo los que se separan de la Iglesia, a veces estando llenos de frondosidad, no tardan en secarse y sus mismos frutos se convierten en gusanera viviente? Amad a la Iglesia Santa, Apostólica, Romana, ¡Una! Porque, como escribe San Cipriano, quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, disipa la Iglesia de Cristo (san Cipriano). Y San Juan Crisóstomo insiste: no te separes de la Iglesia. Nada es más fuerte que la Iglesia. Tu esperanza es la Iglesia; tu salud es la Iglesia; tu refugio es la Iglesia. Es más alta que el cielo y más ancha que la tierra; no envejece jamás, su vigor es eterno.
Defender la unidad de la Iglesia se traduce en vivir muy unidos a Jesucristo, que es nuestra vid. ¿Cómo? Aumentando nuestra fidelidad al Magisterio perenne de la Iglesia: pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles o depósito de la fe. Así conservaremos la unidad: venerando a esta Madre Nuestra sin mancha; amando al Romano Pontífice” (san Josemaría Escrivà).
-“Pero no ruego sólo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra”. Jesús, Tú has rogado por mí... Ha vislumbrado todo el inmenso desarrollo de su obra... las multitudes humanas que creerían en Él... preveía la Iglesia. Corazón inmenso de Jesús, corazón universal... Esta es la última plegaria de Jesús antes de entrar en su Pasión: es la intención principal por la que ofrecerá el sacrificio de su vida... es la que lleva más en el corazón... es, por así decir, su testamento. –“Que todos sean uno”... Ser uno. Entre muchos, no hacer más que uno.
-“Como Tú estas en mi y Yo en ti…” Nada más profundo que este amor... el de Dios. El amor de los cristianos tiene por modelo el amor mismo de Dios. Esta es la unidad por la que Jesús dio su vida. ¡Cuán lejos estamos de ella tantas veces!
-“Para que el mundo crea...” Es la unidad, es el amor el que es misionero y el que conduce a la Fe. Es la unidad la que evangeliza. Ved como se aman, debería poder decirse de todos los que tienen fe, de tal manera que esta fe llegara a ser atrayente. ¡Haz que seamos "uno", Señor! Esto supone muchas renuncias a nuestras suficiencias, nuestros orgullos, nuestros egoísmos. En mi vida tal como es, con las personas, tal como son, ¿qué sacrificio estoy dispuesto a hacer, con Jesús, para que esta plegaria suya se realice?
-“Así conocerá el mundo que Tú me enviaste y que los amaste como me amaste a mí. El mundo no te ha conocido, oh Padre; pero Yo te conocí, les di a conocer tu nombre y se lo haré conocer todavía”. Palabras inolvidables. Participación misteriosa. Comunicación, por parte de Jesús de todo lo que de mejor tiene.
-“Para que el amor con que Tú me has amado, esté en ellos y Yo en ellos...” Con estas palabras se extingue la plegaria de Jesús, por lo menos en el relato de san Juan. Podemos pensar que Jesús mantuvo pensamientos semejantes durante las últimas horas de su vida humana. Podemos pensar que continúa en el cielo, esta intercesión. Es la gran cumbre del evangelio, es la gran "buena nueva": el amor mismo de Dios, el amor trinitario, con el que el Padre ama al Hijo, el amor absoluto e infinito de Dios, participado a los creyentes. Lo que está trabajando en el corazón de la humanidad es esto: la relación de amor perfecto que une a las personas divinas (Noel Quesson).
Hoy, encontramos en el Evangelio un sólido fundamento para la confianza: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí...» (Jn 17,20). Ahí estamos todos, en esta despedida está comprendida la fe en la vida eterna, más allá de la incertidumbre de los paganos está la esperanza de encontrar la glorificación de todo sentimiento, de toda verdad, de todo sacrificio. Es el Corazón de Jesús que, en la intimidad con los suyos, les abre los tesoros inagotables de su Amor. Quiere afianzar sus corazones apesadumbrados por el aire de despedida que tienen las palabras y gestos del Maestro durante la Última Cena. Es la oración indefectible de Jesús que sube al Padre pidiendo por ellos. ¡Cuánta seguridad y fortaleza encontrarán después en esta oración a lo largo de su misión apostólica! En medio de todas las dificultades y peligros que tuvieron que afrontar, esa oración les acompañará y será la fuente en la que encontrarán la fuerza y arrojo para dar testimonio de su fe con la entrega de la propia vida.
La contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús por los suyos, tiene que llegar también a nuestras vidas: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí...». Esas palabras atraviesan los siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de los creyentes… (Joaquín Petit). Sólo por Cristo, con Él y en Él podremos llegar a la perfecta unión con Dios. No tenemos otro camino, ni se nos ha dado otro nombre en el cual podamos alcanzar la salvación. Nadie conoce al Padre, sino el Hijo; y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Jesús nos ha dado a conocer al Padre; pero lo ha hecho no sólo con sus palabras, sino con su inhabitación en nosotros. Así no sólo hemos oído hablar de Dios, sino que lo experimentamos en nuestra propia vida como Aquel que no sólo nos ama, sino que infunde su amor en nosotros. A partir de ese estar Cristo en nosotros y nosotros en Él, podremos hacer que desde nosotros el mundo conozca y experimente el amor que Dios les tiene a todos. Anunciamos la muerte del Señor y proclamamos su resurrección, hasta que Él vuelva glorioso para juzgar a los vivos y a los muertos. El Memorial de su Misterio Pascual, que estamos celebrando en esta Eucaristía, es para nosotros el mejor signo de unidad que Él nos ha confiado. Por eso venimos ante Él para llevar a efecto esa unidad, que nos haga vivir como testigos suyos en medio de las realidades de nuestra vida diaria. Al entrar en comunión de vida con Él, su Palabra nos santifica en la verdad para que podamos proclamar el Nombre del Señor, no desde inventos nuestros, no desde interpretaciones equivocadas de su Palabra, sino desde una auténtica fidelidad al Espíritu Santo, que Él ha infundido en nosotros. Por eso la participación de la Eucaristía no puede verse como un signo de piedad, sino como un auténtico compromiso de fe. Quienes hemos experimentado el amor de Dios debemos ir al mundo unidos por la misma fe, por el mismo amor e impulsados por el mismo Espíritu. Mientras haya divisiones entre quienes creemos en Cristo ¿quién se animará a seguir sus huellas? No es el apasionamiento lo que hará que las personas se encuentren con Cristo, pues una fe nacida desde esos sentimientos terminará por derrumbarse fácilmente. El Señor nos pide aceptarlo a Él en nuestro propio interior para que sea Él quien continúe su obra de salvación por medio de la Iglesia, en cuyos miembros actúa el Espíritu Santo con una diversidad de dones para el bien de todos. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de sabernos amar y respetar como hermanos; pues sólo a partir de esa unidad el mundo creerá que realmente Cristo ha venido como salvador de toda la humanidad. Entonces será realmente nuestra la herencia que Dios ha prometido a todos lo que lo aman.

www.homiliacatolica.com Llucià Pou Sabaté