Navidad, 29 de Diciembre (Día quinto de la octava de Navidad): Quien ama a su hermano permanece en la luz. Simeón proclama a Jesús como la Luz, el Templo vivo de Dios
Primera carta del apóstol san Juan 2, 3-11. Queridos hermanos: En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él. Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo -lo cual es verdadero en él y en vosotros-, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Salmo 95,1-2a.2b-3.5b-6. R. Alégrese el cielo, goce la tierra.
Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre.
Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.
El Señor ha hecho el cielo; honor y majestad lo preceden, fuerza y esplendor están en su templo.
Texto del Evangelio (Lc 2,22-35): Cuando se cumplieron los días de la purificación según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y en él estaba el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».
Comentario: 1.-1 Jn 2,3-11. Donde se verifica si conocemos y amamos a Jesucristo, es si hacemos caso de lo que él ha dicho y hecho: es decir, si amamos a los hermanos; si no, todo es comedia. -Queridos... Así se dirigía Juan a los cristianos. El mismo aplica ese gran principio de «comunión» del que nos habla. ¿Puedo yo usar esa expresión para tal o cual persona? ¿Qué clase de conversión exigiría de mi parte?
-En esto sabemos que conocemos a Jesucristo: en que guardamos sus mandamientos. El conocimiento de Jesucristo no es un conocimiento intelectual. No está reservado a los sabios, a los que son capaces de descifrar intelectualmente las «Escrituras» o el "Dogma"... es un conocimiento experimental, vital. El que "guarda" los mandamientos, el que «hace» la voluntad de Dios... ese tal «conoce» a Dios. ¿Corresponde mi vida a Dios?
-Quien guarda fielmente su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. Dame, Señor, el amor de tu Palabra. Haz que la medite, que practique tu Palabra. Que todos los actos de mi vida cotidiana sean como una aplicación de tu Palabra: amar, servir, trabajar para guardar tu Palabra. Por tu amor.
-En esto conocemos que estamos en El. Quien dice que permanece en El debe vivir como vivió El y seguir el camino que Jesús ha seguido. Fórmula a repetir. Me imagino la "conducta" de Jesús, sus actuaciones... sus maneras de hacer... sus reflejos... el camino seguido. En ese momento ¿cómo reaccionaría si estuviera en mi lugar junto a las personas con las que vivo? Portarme como Tú, Jesús. La imitación de Jesucristo es secreto de santidad y de felicidad. Y en la medida en que actúo como Tú, me es licito pensar que «permaneces en mí». En mí Tú eres bueno cuando yo soy bueno. Habitan en mí tu dulzura, tu pureza, tu oración... Soy una encarnación prolongada. Cristo continúa su vida en mí.
-Lo que os escribo no es un mandamiento nuevo... y sin embargo es «nuevo» en Jesús y en vosotros. Quien declara estar en la luz, mientras odia a su hermano no ha salido de las tinieblas. Esa es la razón principal por la que se está "en la noche"... Es el principal obstáculos a la luz... es nuestra dificultad para encontrar a Dios... Todo ello viene sobre todo de nuestra falta de amor fraterno. Pretendemos encontrar a Dios, quisiéramos la "luz"... pero mantenemos en nosotros el odio y la falta de amor. Es lo más contrario a Dios, porque ¡Dios es amor! El que ama a su hermano permanece en la luz. Todo se aclara cuando nos situamos y vivimos en el verdadero amor. Dios se descubre cercano, a los corazones abiertos al amor, al perdón, a la participación; pero es inaccesible a los corazones cerrados en si mismos. Ahora bien, Señor, ¡no es fácil amar! Uno se hace fácilmente la ilusión, se cree amar. Yo te ruego, Señor, que me ilumines, que pongas suficiente claridad en mí, para que descubra las sutilezas que he inventado para rechazar el amor (Noel Quesson).
Juan sigue insistiendo en el proyecto de una sociedad nueva que se deja guiar por la luz. Luz que es fuente de Vida. Luz que es Dios expresado en la Encarnación del Hijo. Esa luz pone a las personas en un dilema: hay que adherirse a ella. Ya sabemos lo que significa esa adhesión... pero la comunidad de Juan, una comunidad que ciertamente hizo suya la opción por la luz, tiene momentos de tensión, donde la opción por la Vida parece perderse en el "maremagnun" de los diversos proyectos que se cruzan. Cuando eso se hace realidad, es hora de parar para evaluar, para reafirmar la opción por la Vida y por las personas, especialmente, aquellas que más sufren. Juan tiene claro que negar a la persona, es dar las espaldas al proyecto de Vida, es apartarse de Jesús y su Amor. La persona para Juan se hace como punto de referencia obligatorio para medir nuestro compromiso con el proyecto de Vida. No hay que perder de vista el proyecto de la persona, bajo el cargo de vivir prisionero de las tinieblas.
Una cosa es conocer y otra vivir en conformidad con lo conocido. Juan nos dice dónde está la prueba de la verdadera fe: «en esto sabemos que le conocemos, en que guardamos sus mandamientos». Y no como los gnósticos de fines de primer siglo, contratos que escribeestacarta, que daban la prioridad absoluta al saber («gnosis», conocimiento), y con eso se sentían salvados, sin prestar gran atención a las consecuencias de la vida moral. No actuaban según ese conocimiento de Dios.
El que cree conocer a Dios y luego no vive según Dios es un mentiroso, la verdad no está en él. Mientras que «quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud».
Más en concreto todavía, para Juan la demostración de que hemos dejado la oscuridad y entrado en la luz, es si amamos al hermano: «quien dice que está en la luz y aborrece al hermano, está aún en las tinieblas», «no sabe a dónde va» y seguramente tropezará, porque «las tinieblas han cegado sus ojos». Es la consecuencia de haber conocido el misterio del amor de Dios en esta Navidad: también nosotros tenemos que imitar su gran mandamiento, que es el amor. La teoría es fácil. La práctica no lo es tanto: y las dos deben ir juntas.
La carta de Juan nos ha señalado un termómetro para evaluar nuestra celebración de la Navidad: podremos decir que hemos entrado en la luz del Hijo de Dios que ha venido a nuestra historia si estamos progresando en el amor a los hermanos. «Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza». Si no, todavía estamos en las tinieblas, y la Navidad habrá sido sólo unas hojas de calendario que pasan. Es un razonamiento que no necesita muchas explicaciones. Navidad es luz y es amor, por parte de Dios, y debe serlo también por parte nuestra. Claro que la conclusión lógica hubiera sido: «también nosotros debemos amar a Dios». Pero en la lógica de Jesús, que interpreta magistralmente Juan, la conclusión es: «debemos amarnos los unos a los otros». Porque el amor de Dios es total entrega: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que todos tengan vida eterna». El mismo Jesús (Jn 13,34) relaciona las dos direcciones del amor: «yo os he amado: amaos unos a otros».
Se nos invita, por tanto, a que no haya distancia entre lo que decimos creer, lo que celebramos en laNavidad, y lo que vivimos en nuestro trato diario con los demás. «Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él»: el Jesús a quien estamos celebrando como nacido en nuestra familia, es el Jesús que nos ha enseñado a vivir, con su palabra y sobre todo con sus hechos. La Navidad nos está pidiendo seguimiento, no sólo celebración poética. Habría bastante más luz en medio de las tinieblas de este mundo, si todos los cristianos escucháramos esta llamada y nos decidiéramos a celebrar la Navidad con más amor en nuestro pequeño 0 grande círculo de relaciones personales.
Si conocemos a Dios, es decir, si le hemos permitido hacernos suyos; si hemos entrado en una Alianza nueva y eterna, más fuerte y más íntima que la alianza matrimonial; si Él vive en nosotros y nosotros vivimos en Él no podemos dejar de amar como Él nos ha amado, pues por estar en comunión de vida con Él, nosotros hemos de ser amor, como Dios es amor. Por eso, quien no vive en el amor y dice conocer a Dios es un mentiroso. Quien vive pecando camina en las tinieblas; no tiene a Dios por Padre, sino al padre de las tinieblas. Aquel mandato antiguo que decía: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, ha sido superado y puesto frente a nosotros como un mandamiento nuevo, pues el Señor nos ha ordenado amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado a nosotros. Puesto que por medio de la fe y del Bautismo hemos sido consagrados a Dios, unidos a Jesucristo y hechos templo del Espíritu Santo, seamos un signo claro del amor que Dios nos tiene, amando al estilo del amor con que Cristo nos ha amado.
2. Sal. 95. A Dios dirigimos el canto nuevo que brota de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Desde la venida de Cristo ya no le cantamos a Dios, Él canta desde nosotros, pues nosotros hemos sido unidos a Él como hijos por vivir en comunión con Cristo Jesús, su Hijo. Y junto con los redimidos la creación entera se convierte en una alabanza del Nombre de Dios. Nuestra vida, convertida en un canto de amor a Dios como Padre nuestro, debe convertirse también en un cántico de amor fraterno mediante el cual alegremos a los pobres y a los necesitados por socorrerlos y ayudarlos a salir de sus limitaciones materiales. Ese anuncio gozoso debe llegar también a los pecadores, los cuales, tratados con el mismo amor con que Cristo busca la oveja descarriada hasta encontrarla y llevarla sobre sus hombros de vuelta a casa, han de experimentar esa preocupación de Cristo desde quienes creemos en Él. A partir de ese amor puesto en práctica, la Iglesia de Cristo podrá colaborar en la realización de un mundo más justo, más en paz, más fraterno. Entonces realmente habremos contribuido a la alegría de todas las naciones, pues desde la Iglesia fiel a su Señor, todos podrán experimentar las maravillas de la salvación, que nos concedió en Cristo Jesús.
3.- Lc 2,22-35. A. comentario del 2007. Lucas presupone el precepto de la presentación y rescate del hijo primogénito (Ex. 13, 2 y 12-13; Num 3, 12-13): puesto que los de la tribu de Leví eran los encargados del templo, los hijos primogénitos de otras familias se manifestaban como propiedad especial de Dios, según un rito de la presentación y rescate que servía para sustentación de la tribu sacerdotal. Así se hace el sacrificio, entendido como sacri-facere, es decir “hacer sagrado”, dedicar a Dios, a los 40 días del nacimiento; y así hizo la Sagrada Familia. Lucas también se refiere a la purificación de la madre (Lev. 12, 2-8), a los 40 días de haber nacido el niño: se hacía una ofrenda (Lev 12, 1ss.) y el rezo de unas oraciones.
El anciano y santo Simeón tiene el honor de reconocer a Jesús como el Mesías prometido, o dicho de otro modo el que va a traer "la consolación de Israel". Su cántico sigue la idea del “Benedictus” de Zacarías: la luz que luce en las tinieblas. El "signo de contradicción" (cf. Jn 9, 39) es que los sencillos ven, los presuntuosos están ciegos. La expresión "y una espada atravesará tu propia alma" indica la participación que María tendrá en la pasión de su Hijo, como indica el relato de Juan (19, 25) con María al pie de la cruz, donde Jesús aparece como Rey, de un modo nuevo.
Festejamos hoy el santo Rey David. En la profecía de Simeón, se eclipsan las viejas profecías para dejar paso a la nueva: el que David había anunciado, ¡ha entrado por fin en el Templo, Él es el Templo! Ahí le ponen el nombre de Jesús (“Dios que salva”), al someterse a la ley de la circuncisión ésta queda superada, ante “Dios que salva” Simeón proclama: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos» (Lc 2,29-32). Es la visión del Salvador, que se fomenta con su invocación: de aquí la importancia de decir el nombre dulce de Jesús: “Iesu, Iesu, esto mihi semper Iesu!” (Jesús, Jesús, sé para mí siempre Jesús), decía San Josemaría Escrivá, y añadía: “pierde el miedo a llamar al Señor por su nombre –Jesús- y a decirle que le quieres”. También nosotros queremos enraizarnos en el dulce nombre de Jesús, nuestro Templo. Quien pierde las raíces lo pierde todo, así pasa con las raíces históricas de un pueblo, y mucho más con el vínculo con nuestros padres, y así como buenos hijos queremos mantenernos en Cristo unidos a nuestro Padre Dios.
A veces pasamos por la vida pensando que hay algo más, algo a lo que agarrarnos para no estar solos, que algo no iba hasta que no encontramos ese amor esperado. Y, cuando lo encontramos, recuperamos el gusto por las cosas, somos capaces de renuncias por conservar ese amor, estamos contentos en el sacrificio porque hay un motivo por el que luchar. Así estaba Simeón anhelante y esperanzado, y descansó al encontrar a Jesús. Así también nosotros, en quienes el Espíritu quiere habitar (cf. 1Cor 3,16), queremos recibir a Jesús en nuestro interior. Como pedimos en la oración colecta del día 29 de diciembre: “Dios todopoderoso e invisible, que ahuyentaste las tinieblas del mundo con la llegada de tu luz, míranos con rostro benigno, para que celebremos con dignas alabanzas la grandeza del Nacimiento de tu Hijo”. Las tinieblas son el aislamiento de los demás, la soledad existencial, no sabernos unidos como hermanos porque somos hijos de Dios. Y es lo que revela el mandamiento que nos da el Señor, “lo que es verdadero en Él mismo y en vosotros –dice el Apóstol San Juan en la primera lectura (1 Jn 2, 3-11)-, porque las tinieblas ya pasaron y la verdadera luz ya luce”. La “luz para ser revelada a los gentiles y para gloria de tu pueblo” es la filiación divina y la consiguiente fraternidad, que el Señor nos consigue –como decimos al Señor en la oración sobre las ofrendas- “este glorioso intercambio: que al ofrecerte lo que nos diste, merezcamos recibirte a Ti mismo”. Esta es la misericordia que manifiesta las entrañas divinas.
B. Comentario del 2009 tomando de textos de mercaba.org: -Cumplido el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés... Aun siendo Dios, Jesús sigue las leyes humanas. Me entretengo contemplando largamente esta humildad profunda, de la que San Pablo dirá que es un "anonadamiento", una "kenosis" (Filip 2,7) No ponerse en la excepción. No querer privilegios. Aceptar en profundidad los contratiempos banales, las servidumbres sin gloria.
-Los padres de Jesús llevaron al niño a Jerusalén, para presentarlo al Señor. No creemos lo que vemos ni lo que oímos. Veamos, Lucas, ¿qué estás diciendo? Para "presentarlo al Señor"? Pero, El mismo, ¿no es el Señor? Sí, "El que era de condición divina, no mantuvo ávidamente su igualdad con Dios, sino que se anonadó tomando la condición humana, viniendo a ser semejante a los hombres, y, reconocido como un hombre por su aspecto, se humilló". De momento no hay nada que indique su divinidad. Es un niño pequeño como todos los niñitos judíos, ¡cuyos padres van a "presentarlo" a Dios!
-Iban para presentar la ofrenda de un par de tórtolas, o dos palominos como está ordenado en la ley del Señor. Seamos curiosos de vez en cuando. Vamos pues a leer ese texto de la Ley en el libro del Levítico 12,8. En él leemos: "Si la madre no puede encontrar la suma necesaria, coste de una pequeña res, ofrecerá dos tórtolas o dos palominos". Así pues, se trataba de la ofrenda de los pobres. María no pudo ofrecer nada más valioso. Esto es pues lo que puede entenderse si uno sabe leer entre líneas el evangelio. ¡Y ella es la "madre de Dios"! Gracias, Señor, por todos los pobres que pueden verdaderamente reconocerte como su hermano.
-Simeón, hombre justo y religioso, esperaba la "consolación de Israel". El Espíritu le había revelado que no había de morir antes de ver el Mesías. Inspirado por el Espíritu Simeón vino al Templo. Me imagino a este anciano. Camina hacia la muerte. Piensa en su muerte. No parece estar triste. Es un varón justo y religioso. Es espiritual; está investido por el Espíritu de Dios. Se deja guiar. Dios le conduce, como de la mano, hacia el Templo. Señor, quisiera cerrar mis ojos, y tomar tu mano, como el niño que juega a dejarse conducir por su padre.
-Bendijo a Dios. A lo largo del día, los judíos tenían la costumbre de pronunciar varias bendiciones. Los más piadosos, diestros en este hábito ritual, debían sin cesar elevar hacia Dios breves plegarias: "Bendito seas, Señor". ¿Tengo yo también esta costumbre?
-Y dijo a María, su madre: "Este Niño está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel; y para ser el blanco de las contradicciones. Una espada traspasará tu corazón, para que se descubran los pensamientos secretos en los corazones de muchos..." La salvación, será fruto del sufrimiento. Y María participa en el. ¿Cómo participo en ese mismo misterio de la redención por la cruz?
-Mis ojos han visto a su Salvador: luz para alumbrar las naciones paganas y gloria de su pueblo Israel. Salvación universal que desborda las fronteras del pueblo elegido (Noel Quesson).
Lucas, en el evangelio de hoy, pone en labios de Simeón, la seguridad que han de tener las personas comprometidas con la Vida: "mis ojos han visto la luz de las naciones" (Lc 2,29-32). Simeón es, al igual que Zacarías, uno de los muchos piadosos y justos (Lc 1,6) que aguardaban la liberación de Israel. El viejo Simeón al final de su vida pudo experimentar la liberación de Dios, liberación que esperan todos los justos. Éstos son los que aman al Señor; lo aman porque buscan, porque están luchando desde su pobreza por un nuevo espacio geográfico y social que sea significativamente distinto de aquel en el que se vive. En la pluma de Lucas, la liberación no es sólo para Israel, es para todas las naciones, sin condiciones. Nada ni nadie puede poner como pretexto que la liberación de las condiciones de tinieblas está restringida. A todas las naciones se les retira las vendas: no tienen porque andar en tinieblas. Han de buscar hacer realidad el nacimiento de la Nueva Sociedad que recibe en sus brazos al Verbo de Dios (v 28).
Esa visión universalista de la sociedad liberada de las tinieblas, es lo que Lucas quiere transmitir con urgencia. De manera que las naciones y las personas que acogen a Jesús, que lo toman en los brazos, se obligan a un nuevo discurso y nueva praxis social que lleva a la liberación (servicio bíblico latinoamericano).
La presentación de Jesús en el Templo, cuya primera parte leemos hoy, es una escena llena de sentido que nos ayuda a profundizar en el misterio de la Encarnación de Dios. José y María cumplen la ley, con lo que eso significa de solidaridad del Mesías con su pueblo, y lo hacen con las ofrendas propias de las familias pobres. Así, en el Templo sucede el encuentro del Mesías recién nacido con el anciano Simeón, representante de todas las generaciones de Israel que esperaban el consuelo y la salvación de Dios. En la tradición bizantina se llama precisamente «Encuentro» a esta fiesta. Simeón, movido por el Espíritu, reconoce en el hijo de esta sencilla familia al enviado de Dios, y prorrumpe en el breve y entusiasta cántico del «Nunc dimittis»: «ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz», que nosotros decimos cada noche en la oración de Completas que concluye la vivencia de la Jornada. En su boca es como el punto final del Antiguo Testamento Describe en unos trazos muy densos al Mesías: «mis ojos han visto a tu Salvador», que es «luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Cristo, gloria del pueblo de Israel y luz para los demás pueblos. Pero a la vez esa luz va a ser «crisis», juicio, signo de contradicción. Todos tendrán que tomar partido ante él, no podrán quedar indiferentes. Por eso Simeón anuncia a la joven madre María una misión difícil, porque tendrá que participar en el destino de su Hijo: «será como una bandera discutida... y a ti una espada te traspasará el alma».
La presencia de María en este momento, al inicio de la vida de Jesús, se corresponde con la escena final, con María al pie de la Cruz donde muere su Hijo. Presencia y cercanía de la madre a la misión salvadora de Cristo Jesús.
El evangelio nos conduce a una Navidad más profunda. El anciano Simeón nos invita, con su ejemplo, a tener «buena vista», a descubrir, movidos por el Espíritu, la presencia de Dios en nuestra vida. Él la supo discernir en una familia muy sencilla que no llamaba a nadie la atención. Reconoció a Jesús y se llenó de alegría y lo anunció a todos los que escuchaban. En los mil pequeños detalles de cada día, y en las personas que pueden parecer más insignificantes, nos espera la voz de Dios, si sabemos escucharla. Además, Simeón nos dice a nosotros, como se lo dijo a María y José, que el Mesías es signo de contradicción. Como diría más tarde el mismo Jesús, él no vino a traer paz, sino división y guerra: su mensaje fue en su tiempo y lo sigue siendo ahora, una palabra exigente, ante la que hay que tomar partido, y en una misma familia unos pueden aceptarle y otros no. Nosotros somos de los que creemos en Cristo Jesús. De los que celebramos la Navidad como fiesta de gracia y de comunión de vida con él. Pero también debemos ser más claramente «hijos de la luz» y vivir «como él vivió», no sólo de palabra, sino de obras. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todos tengan vida eterna» (entrada). «Tú has disipado las tinieblas del mundo con la venida de Cristo, la luz verdadera» (oración). «Mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones» (evangelio). «Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto» (comunión) (J. Aldazábal).
Precisamente en la lectura del evangelio de san Lucas que hemos escuchado hoy, Simeón exclama lleno de alegría: "mis ojos han visto a tu salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel". Cristo es la luz del mundo, por su palabra de fraternidad y de reconciliación, no solo para Israel, el pueblo al cual perteneció por sus orígenes humanos, sino para todos los pueblos de la tierra, como dice el anciano Simeón. San Lucas es el único evangelista que nos presenta esta solemne escena de la presentación de Jesús recién nacido en el templo de Jerusalén. Aparentemente sus padres lo llevaron allí para cumplir las minuciosas prescripciones de la ley mosaica: la purificación de la madre, después del parto, y el pago del rescate por el nacimiento de su hijo primogénito, pues los primogénitos pertenecían a Dios según la ley, y debían ser rescatados con la oferta de ciertos animales. Pero el Espíritu de Dios tenía otros planes: apenas atravesando los portales del templo salió al encuentro de los padres de Jesús un anciano que, por la manera como es descrito, representa a los profetas y a los justos del Antiguo Testamento que durante tantos siglos esperaron el cumplimiento de las promesas divinas. Simeón bendice a Dios que ha cumplido su Palabra, ha enviado a su Mesías, al salvador del mundo. Ahora puede morir en paz. Simeón bendice también a los padres del niño, solo que el Espíritu lo mueve a anunciarles algo del destino doloroso que les espera, al niño y a la madre: el uno será objeto de contradicción, como una bandera que se disputan ejércitos enemigos; la madre sentirá que una espada le traspasa el alma. Contemplando esta escena caemos en la cuenta de que la Navidad no es un juego infantil, una mera ocasión para jolgorios. El niño a quien cantamos villancicos para que duerma plácidamente se convertirá en todo un hombre, abandonará su casa, su familia, su trabajo, para asumir su destino, su vocación. Proclamará a los cuatro vientos su mensaje: el Evangelio, la buena noticia del amor de Dios por los pobres, los pequeños, los pecadores. Y será condenado por los poderosos del mundo a una muerte vergonzosa. Con él estamos comprometidos a ser sus discípulos, a seguirlo cargando con su cruz. En la firme esperanza de que Dios, que lo resucitó a él de entre los muertos, también nos dará a sus fieles la vida eterna. Así ponemos, a la luz de las lecturas de este día, una nota de seriedad a estas celebraciones que pueden pasar, incluso para nosotros los cristianos, en medio de la inconsciencia y la vanidad (Josep Rius-Camps).
Hoy, contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el Templo, cumpliendo la prescripción de la Ley de Moisés: purificación de la madre y presentación y rescate del primogénito. La escena la describe san Josemaría Escrivá, en el cuarto misterio de gozo de su libro Santo Rosario, invitando a involucrarnos en la escena: «Esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda. ¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?
»¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón».
Vale la pena aprovechar el ejemplo de María para “limpiar” nuestra alma en este tiempo de Navidad, haciendo una sincera confesión sacramental, para poder recibir al Señor con las mejores disposiciones. Así, José presenta la ofrenda de un par de tórtolas, pero sobre todo ofrece su capacidad de sacar adelante, con su trabajo y con su amor castísimo, el plan de Dios para la Sagrada Familia, modelo de todas las familias.
Simeón ha recibido del Espíritu Santo la revelación de que no moriría sin ver a Cristo. Va al Templo y, al recibir en sus brazos lleno de alegría al Mesías, le dice: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación» (Lc 2,29-30). En esta Navidad, con ojos de fe contemplemos a Jesús que viene a salvarnos con su nacimiento. Así como Simeón entonó el canto de acción de gracias, alegrémonos cantando delante del belén, en familia, y en nuestro corazón, pues nos sabemos salvados por el Niño Jesús (Joaquim Monrós i Guitart).
Hacer un mundo más justo. El Niño que contemplamos estos días en el belén es el Redentor del mundo y de cada hombre. Más tarde, durante sus años de vida pública, poco dice el Señor de la situación política y social de su pueblo, a pesar de la opresión que éste sufre por parte de los romanos. Manifiesta que no quiere ser un Mesías político. Viene a darnos la libertad de los hijos de Dios: libertad del pecado, libertad de la muerte eterna, libertad del dominio del demonio, y libertad de la vida según la carne que se opone a la vida sobrenatural. El Señor, con su actitud, señaló también el camino a su Iglesia, continuadora de su obra aquí en la tierra hasta el final de los tiempos. Es a nosotros los cristianos a quien nos toca –dentro de las muchas posibilidades de actuación- contribuir a crear un orden más justo, más humano, más cristiano, sin comprometer con nuestra actuación a la Iglesia como tal (Pablo VI, Enc. Populorum progressio). Hoy podemos preguntarnos si conocemos bien las enseñanzas sociales de la Iglesia, si las llevamos a la práctica personalmente, y si procuramos que las leyes y costumbres de nuestro país reflejen esas enseñanzas en lo que se refiere a la familia, educación salarios, derecho al trabajo, etc.
Si nos esforzamos por los medios que están a nuestro alcance, en hacer el mundo que nos rodea más cristiano, lo estamos convirtiendo a la vez en más humano. Y, al mismo tiempo, si el mundo es más justo y más humano, estamos creando las condiciones para que Cristo sea más fácilmente conocido y amado. Además de pedir cada día por los responsables del bien común, -pues de ellos dependen en buena medida la solución de los grandes problemas sociales y humanos-, hemos de vivir, hasta sus últimas consecuencias, el compromiso personal y sin inhibiciones, y sin delegar en otros la responsabilidad en la práctica de la justicia, al que nos urge la Iglesia. ¿Se puede decir de nosotros que verdaderamente, con nuestras palabras y nuestros hechos, estamos haciendo un mundo más justo, más humano?
Con la sola justicia no podremos resolver los problemas de los hombres. La justicia se enriquece y complementa a través de la misericordia. La justicia y la misericordia se fortalecen mutuamente. Con la justicia a secas, la gente puede quedar herida, la caridad sin justicia sería un simple intento de tranquilizar la conciencia. La mejor manera de promover la justicia y la paz en el mundo es el empeño por vivir como verdaderos hijos de Dios. El Señor, desde la gruta de Belén, nos alienta a hacerlo (Francisco Fernández Carvajal).
Dios ha cumplido sus promesas de salvación; en Jesús no sólo los Judíos tienen el camino abierto hacia Dios, sino los hombres de todos los tiempos y lugares, pues el Señor vino como luz de las naciones y gloria de su Pueblo Israel. Jesús es el consagrado al Padre, y como tal está dispuesto a hacer en todo su voluntad. María misma, la humilde esclava del Señor, participará también de esa fidelidad amorosa a la voluntad del Padre que le llevará a estar al pié de la cruz, con el alma atravesada por una espada de dolor, pero segura en las manos de Dios, que cumplirá en ella cuanto le fue anunciado. La Iglesia encuentra en María el camino de fidelidad a Dios: Cristo Jesús, el cual no ha de ser para nosotros motivo de ruina sino de salvación, pues Él no vino para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Quienes estamos consagrados a Dios por medio del Bautismo, que nos une en la fe a Jesucristo, debemos ser luz para todas las naciones y nunca motivo de condenación, de destrucción, de muerte, de sufrimiento; pues el Señor no nos envió a destruir la paz ni la alegría, sino a construir su Reino de amor a pesar de que en ese empeño tengamos que tomar nuestra propia cruz, ir tras las huellas de Cristo para que, pasando por la muerte, lleguemos junto con Él a la participación de la Gloria que le corresponde como a Unigénito de Dios Padre.
Jesús ha sido consagrado al Padre; le pertenece y vive su fidelidad a su voluntad como si de ella se alimentara. Hoy nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía, Memorial del amor fiel que el Señor le tiene a su Padre Dios, y del amor que nos tiene a nosotros. A pesar de nuestros pecados Jesús nos ha amado, pues Él ha salido a buscar al pecador no sólo para ofrecerle el perdón de sus pecados, sino para cargarlo sobre sus hombros y para participarle de la misma Vida y de la misma Gloria que le corresponde como a unigénito del Padre Dios. Y en la Eucaristía se realiza esa comunión de vida entre Cristo y nosotros. Por eso debemos acudir a esta celebración no tanto por motivos intranscendentes, sino porque queremos que el Señor esté en nosotros y nosotros en Él y podamos, así, darle un nuevo rumbo a nuestra historia.
Jesucristo ha venido a nosotros. ¿Lo hemos recibido con amor? ¿Lo reconocemos como nuestro Dios y Salvador? Cristo, Luz de las naciones, no sólo ha de iluminar nuestra vida, sino que, por nuestra unión a Él, debemos ser también nosotros luz del mundo. Nuestros padres ya pueden morir en paz cuando vean que aquel compromiso de educarnos en la fe, para que vivamos como hijos de Dios, ha llegado a su cumplimiento en nosotros. Amémonos los unos a los otros como Cristo nos ha amado; pues la perfección consiste en el amor que llega en nosotros a su plenitud. No nos conformemos con llamarnos hijos de Dios, sino que seámoslo en verdad de tal forma que, mediante nuestras buenas obras, manifestemos desde nuestra vida a Aquel que habita en nuestros corazones, pues de la abundancia del corazón habla la boca. Aquel que vive pecando, aquel que se levanta en contra de su hermano para asesinarlo, para perseguirlo, para calumniarlo, para dejarlo morir de hambre, por más que se arrodille ante Dios no puede ser, en verdad, su hijo, pues Dios es amor, y es amor sin límites. Amemos a nuestro prójimo en la forma como el Señor nos ha dado ejemplo, pues en la proclamación del Evangelio sólo el amor es digno de crédito.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir unidos a Jesús, su Hijo, de tal forma que continuemos su obra de salvación en el mundo por medio de un auténtico amor comprometido hasta sus últimas consecuencias, con tal que colaborar así a la salvación de todos. Amén (www.homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté
sábado, 15 de enero de 2011
Día litúrgico: La Sagrada Familia (A), acercarnos al pesebre para vivir mejor el amor en familia
Día litúrgico: La Sagrada Familia (A), acercarnos al pesebre para vivir mejor el amor en familia
Lectura del libro del Eclesiástico 3,3-7. 14-17a.: Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecadoscomo la escarcha bajo el calor.
Salmo 127,1-2.3,4-5: R/. ¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos!
¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos! / Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. / Tu mujer, como parra fecunda, / en medio de tu casa; / tus hijos, como renuevos de olivo, / alrededor de tu mesa. / Esta es la bendición del hombre / que teme al Señor: / Que el Señor te bendiga desde Sión, / que veas la prosperidad de Jerusalén / todos los días de tu vida.
Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3,12-21. Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él. Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Evangelio (Mt 2,13-15.19-23): Después que se fueron los Magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.
Muerto Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: «Será llamado Nazareno».
Comentario: 1. 1. Si 3,3-7.14-17a. Como son las mismas lecturas en los demás ciclos litúrgicos, he comentado ya el contexto histórico de esas normas de respeto que se habla aquí, que merecen los hijos a los padres. El Adviento comenzó en cierto modo con el sabor maternal de María, con la novena de la Inmaculada en honor de la Virgen. Es un nombre, María, que significa "Estrella de la mañana", en la lengua hebrea, y recuerda la estrella que da orientación a los navegantes, para que conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Y así, también, la Virgen nos ha orientado hacia la Navidad estas semanas con el ambiente festivo, nos da luz, es el camino hacia Jesús, es el sol, Jesús, que da luz, la Virgen es como la luna que refleja la luz del sol, la estrella que nos orienta, nos da Jesús en el pesebre. Con José, forman la Sagrada Familia, que orienta toda familia.
Y las que has sido madres, conocen muy bien este sentido de adviento, de qué es "esperar el niño", y en este sentido, pues, es muy bonito ver como la Virgen, se estaría preparando para esperar Jesús, como para llevar a Jesús en el mundo. Ella no obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad. La Navidad, decía un libro muy bonito de E. Monasterio: "no es un cumpleaños, ni un recuerdo, ni un sentimiento..., es el día que Dios pone un Belén dentro de cada alma. Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no nace dentro de mí, estaré eternamente perdido ".
Había un cantante, de hace años, que mi hermana me dio la canción... Decía: "Jesús ha nacido para mí, la noche de Navidad..." Una idea muy bonita! si le digo que sí, tendré los ojos limpios, transparentes iré a unos paisajes lejanos... " ese paraíso perdido que todos soñamos dentro.
Estos días pasados, las Lecturas de la misa, de Isaías, nos hablaban de acercarnos a un paraíso perdido: donde no hay peleas..., donde todo el mundo vive en paz... Navidad, habla mucho de esta idea: La paz.
Estos días, con los chavales, pues, hablábamos de que, a veces, si uno tiene una piedra en el zapato se la quita, porque está molesto, está mal, ¿molesta, no? A veces, hay piedras en su corazón, hay cosas en los demás que nos molestan, porque estamos nosotros agresivos..., y entonces, si un día nos hemos levantado con mal humor, podemos estar agresivos..., y más que ir a buscar la culpa, y pensar que "¡todo el mundo me fastidia, todos son culpables!", que "¡el mundo está muy mal!", y que "¡todo es una birria!" ..., lo que tenemos que intentar, es que, ese día que nos hemos levantado un poco tronados, pues, mirar un poco donde está la piedra que nos está haciendo daño, ¿no?
En este sentido el Adviento tiene una preparación, que es preparar nuestro interior para que Jesús nazca en el pesebre que le estamos preparando, no sólo fuera, en la casa, sino también en su corazón. Es decir, es un volver al niño que llevamos dentro, hacernos niños, sencillos..., arreglar las cosas complicadas, las complicaciones, por ejemplo de... peleas, antipatías, y gente que se enfada. ¡Hacer las paces! Es el tiempo de arreglar las cosas: resentimientos, y ese hacer memoria de cosas malas, ese decir: "porque hace treinta años me hiciste tal cosa"... Estas cosas que se guardan dentro y no dejan vivir en paz. Pues, intentar purificar la memoria.... Es entrar en un paraíso perdido.
Dice el Segarra: "Si te olvidas de la fiebre que te priva de vivir, que te quema la sangre! (Estas ansias equivocadas que tantas veces tenemos, no?, Preocupaciones tontas)… verás el musgo del pesebre con figuras de barro / verás la montaña segura, blanca de vientos emblanquecidos / con la luz de tus ojos de niño completamente desentelados. / Si te piensas cazar la estrella, ¡no vayas quejoso! / límpiate los párpados con tres lágrimas de niño. / ¡Agáchate, hasta que eras niño! "
El año pasado leyendo una cosa de estas, algunos profesores dicen: Me he vuelto a leer el "Poema de Navidad", porque es bien bonito. Son ideas que tocan la fibra...
Navidad es familia… unas historietas nos pueden servir para explicar en familia, para que puedan servirnos para vivir este sentido de familia; porque Navidad es un tiempo de contar historias, ¿no? Y hacernos pequeños ...! Sólo fueron los pastores que con los ojos llenos de alegría vieron el Ángel que anuncia el Misterio de Navidad, cuando proclaman aquel: "Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". El niño ha nacido en un establo, y ellos comprenden el anuncio del Ángel, los hay que no: "el Rabadán". Es una imagen muy bonita, la imagen del Rabadán protestón que no quería ir, terco él, pero al final fue, porque representa lo que a veces hacemos nosotros, ¿no?, ¡no sólo los niños!
Y dice así, el Segarra: “Él yacía como siempre a la paja / a los dientes una rebanada de pan / y en el corazón una mezquina canción para holgazanear. / Él gruñía, y los pastores que le decían: / -A Belén me quiero ir / ¿Quieres venir, Rabadán?
-¡Quiero desayunar!
-El Mesías elegido, ha nacido esta noche…
-¿Quién te lo ha dicho?
-Un Arcángel llameante / por el cielo lo pregonaba
-¡No será tanto!”
Llevamos este villancico colgado en el cuello. La cobardía de todos está aquí retratada. Esta pelea entre los pastores y el Rabadán continúa siempre en el mundo: entre la luz y la oscuridad, entre el anuncio del Misterio y aquel: "No será tanto!", "¡No seamos fanáticos!". La Esperanza y aquel pesimista que, la única luz que ve en el mundo, en el túnel de la vida, es el tren que viene en dirección contraria. Este es el pesimista que todo lo ve mal, y todo está como, pues..., equivocado.
Ya nos hemos hecho pequeños. Ahora nos disponemos, hacemos camino hacia el pesebre. El camino significa humildad, significa renunciamiento, para bien: camino de la gloria, camino de la cruz, camino que sube y baja, y cansa... Voy citando trozos de este poema: "¿Cómo se encuentra el camino de Belén? El camino de Belén, quien lo adivina?...: Si eres limpio de corazón, pastor mezquino / ¡no te debes perder por el camino! que te va guiando la estrella cauta. / No te debes perder pastorcillo / yendo siguiendo el camino derecho / con la gaita y la flauta".
Ir viendo, pues, que con la Estrella, la Virgen, nos podemos acercar al buen camino, y llegar a Belén. El camino nos ha llevado a Belén ... Y aquí está ese villancico tan bonito, que es una "canción de cuna", una nana: "¿Qué le daremos al Chico de la Madre"... "¿Qué le daremos al Chico de la Madre / que le daremos que le sepa bueno?... Es la alegría, la gran alegría / de ver que aún tenemos por consuelo / la mejilla fría del chico que sueña / y el ritmo de esta canción de cuna.
¿Qué le daremos al Chico de la Madre / que le daremos que le sepa bueno?
Y mientras decía las dulces palabras, / la canción, iba esparciendo por el mundo.
Cuando viene Navidad, la canción del milagro / con el pesebre de musgo y madroño / nos hace pensar en un deseo de verdad / de dar cosas al Chico de la Madre / cosas que vengan de dentro del corazón. Porque si es / luz y misterio que asusta / porque si aguanta la bola del mundo / tiene la carne desnuda tumbada en la paja / y tiene las mejillas mojadas de llanto.
Y quiere sentirnos mucho más cerca / bien apretados alrededor de los pastores / y quiere sentir en la piel nuestras almas / como el aliento de la mula y el buey."
"¿Qué le daremos al Chico de la Madre / ¿Qué le daremos que le sepa bueno?"
Los villancicos… Una buena manera de vivir la Navidad en familia, es recordar lamanera de que los niños, desde pequeños, y todos, nos hacemos pequeños y aprendemos.
Por ejemplo aquí, hace una referencia a aquel villancico: "Sus blancas manitas pequeñas como son / siendo tan pequeñitas formaron el mundo ".
Una idea muy bonita que, expresa de manera genial, como es Dios y es hombre, como es un niño...
Navidad es el día que Dios se va haciendo pequeño hasta hacerse niño, para que pueda yo también hacerme pequeño, y entrar en el pesebre, y cantar villancicos ... Es el día que Jesús nos pone un tesoro en nuestras manos, un tesoro, que si no lo damos, se pierde, y que si lo damos, se multiplica.
A las cosas espirituales, pasa lo contrario de las materiales. Cuanto más das, más tienes -se multiplica-, cuanto más damos, más tenemos. Esto tiene una aplicación social, para la familia, y para toda la sociedad. Hay algo que no hablan mucho, que es esta. Está explicado en la historia de "la sopa de piedra": Es uno que iba de viajes, y era una época de guerra. Pasó por un pueblo que todo el mundo estaba, pues, antipático y no se trataba mucho..., tenía mucha hambre, este viajero, pero también tenía pillería.
Les dijo: -Mira, os invito a todo el pueblo a una "sopa de piedra". Y pusieron la cazuela, y puso la piedra... la cocieron un poco... y la probó, y dice: -Mira, está bastante bien!, sólo le faltaría una punta de... de carne.
Y uno dice: -Pues mira, yo en casa tengo un pollo. Y llevó el pollo.
Y dice: -¡Está super buena!, Sólo le faltaría un poco de verdura.
-¡Pues, yo tengo patatas y… no sé cuantas verduras más, dice otro.
-Y fueron llevando más ingredientes .... Al final, salió una sopa de piedra que tenía de todo y era boníííssima!. Y él, les dejó la piedra de recuerdo, cuando se fue del pueblo, porque, de vez en cuando, acabado para hacer "sopa de piedra".
A nivel espiritual pasa esto: que el bien común-ahora hablaríamos de un país o una familia-, la aportación que hace cada uno, es inferior a la suma total. Es decir: que cuando aportas cosas, con algo en común: con la escuela, con la familia, con la sociedad.., el "bien común" que llaman, tiene algo misterioso que es verdad y nadie habla, que es que, el bien común que sale del resultado de la aportación de cada uno, es superior, muy superior!
Es como ...-en fútbol dicen: "jugar en estado de gracia" -, no?, O aquello "si hay ilusión..., en un proyecto!"... Cuando la gente está illusionada, pues, sube la adrenalina, todo el mundo está entusiasmado, se trabaja mucho mejor! Esto tiene afectos químicos, no? Cuando la gente está enamorada, pues, los ojos se dilatan, las pupilas, los colores se ven más luminosos, la vida se ve de un color diferente ... En fin, ahora no te tengo que explicar estas cosas ... que son aplicables a la vida espiritual, por supuesto, y son aplicables, lógicamente, a hacer las cosas con ilusión.
Y son aplicables a la Navidad que es la fiesta de la ilusión: que cuando nosotros aportamos...-la suma de aquellas cuarenta personas o treinta, las que sean ... -, ese "bien común", es muy superior al resultado de lo que cada cual ha traído: si cada uno pone una peseta, al final no salen tres pesetas, como en las cosas materiales, sino que, en las cosas espirituales, salen tres pesetas, no? -Por decirlo de alguna manera-, es una imagen.
Si lo repartimos, el Señor lo multiplica. Es el día que Jesús nos envía un mensaje de paz, ternura y amor. Dios-niño nos demuestra que es posible un mundo mejor, en el que la reina sea la alegría. Por muy negro que sea el futuro, y nuestros conflictos no tengan solución, siempre hay un punto en lo más profundo del alma, que emana la luz y el calor de Belén.
Navidad es el recuerdo de una persona que "nos enseña" a no sentirnos vacíos; y que "nos da" un corazón de hijos de Dios, como fuente inesgutable de illusiones y proyectos.
Es Jesús que irrumpió en la historia: para hacerse solidario con los nuestros sufrimientos, y nuestros éxitos. Es el día más íntimo del año. Se remueven los sentimientos, para regalar ternura y afecto a los familiares.
Esta idea de la ternura está saliendo mucho a los medios de comunicación. Se ha hablado demasiado del coeficiente intelectual, y de la inteligencia y la voluntad, el que necesita la gente para ser feliz, es: sentirse amado! ... Y se ha hablado mucho de la inteligencia conseguir cosas, pero lo que de verdad llena, lo que la gente necesita, es: los sentimientos.
Sentirse querido, quiere decir, pues, tener una vida plena, y eso es lo que necesita el mundo de hoy: un mundo de eficiencia, de eficacia-en el sentido de eficiencia, que es muy diferente-. La eficacia, es saber encontrar el "Porque" de las cosas; la eficiencia, es la producción, que muchas veces termina en decir: "Bueno, y qué!
¿Os acordáis de la película "Fores Gam?" Corre, corre, y al final dice:-Y, yo porque corro?, Y deja de correr. Así hacen mucha gente, no?. Corren por la vida y van dejando por el camino: la salud, la familia ..., y al final, dicen:-Y, yo porque corro?. A veces hay gente que, por más broma, cuando destroza la familia ...: - "No, si yo lo hacía por vosotros! "... Era una manera egoísta de decir.
Hay unos papeles, de una novela-la: "El caballero de la armadura oxidada". Quizás habéis oído hablar?. Es un libro muy interesante que habla de, cuando uno va a lo suyo, y no se da cuenta que pisando los demás, no?
Y, en este mundo, últimamente, salen muchos libros que hablan de ello: la necesidad de la ternura, la necesidad de llevar ese cariño.
Se intensifica el interés por complacer y acogerse las personas que tenemos más cerca. Es el día que regalamos una sonrisa, que, casi, se desvanece en un instante, pero que enriquece el que la recibe, y tendrá un efecto para siempre.
De esto también se habla mucho ahora: esa sonrisa que nace en un momento, y que en la persona, dura para siempre.
Hoy recordaba algo de educación: Un chaval que era una pieza, un desastre -En otros tiempos-, porque esperaba una bofetada continuamente, ya que en hacía una tras otra. Esto salia mucho en las novelas del siglo XIX. Ahora ha salido una novela que se dice: "El cuento número trece, un best-séller, que habla mucho de esto. Recoge todas las novelas del siglo XIX: Jane Eyre ..., Cumbres borrascosas ..., La dama de blanco ...., En fin, toda la peña. Y habla un poco de este sentido, del sentimiento ... de la educación que había entonces, no? .... Pues, ese niño esperaba la bofetada, y ese día, la señorita, le dio un beso. Y al cabo del tiempo, aquel chaval que "había cambiado"-la típica frase-, se había hecho importante en la vida, escribió a esa maestra, y le dijo: que no estaba con sus padres, que vivía con sus tíos ... y que, "fue el primer beso que recibí en mi vida! ..., y me hizo cambiar ".
El sentido de cómo, un pequeño gesto, provoca una reacción en cadena entre la gente.
"Es cuando la nieve cubre la tierra y también algunas almas" ...
Lo importante en la convivencia, estos días, es tener estos pequeños detalles: no ser hipersensibles, evitar discusiones innecesarias y arreglarlo enseguida; también tener el don de la oportunidad, saber escuchar..., hasta el final. Y esta canción "¿Qué le daremos al Chico de la madre "..., son estos los regalos que Él quiere: vivir los mejores días en compañía de la familia, haciendo el Belén, regalar la sonrisa a todos los que lo necesiten, perdonar, vivir la pobreza ... Se habla mucho de la pobreza, seguro que en la última homilía os hablaron: "Y ahora que viene Navidad, que no sea solo gastar y gastar... Es verdad todo esto, es verdad.
A ser consciente de que la alegría no se compra con dinero, sino que surge de un alma en paz con Dios, que ama. Es tener presente que, la Navidad, más consumir está en repartir. Es pensar que hay mucha gente necesitada por falta de vivienda, de alimento, de amor..., y ayudar a los de casa, sacrificar el gusto, por ayudar a los demás.
Todo esto que se hace: recogida de los alimentos y esas cosas... Son gestos..., porque el chaval no ha ido a comprar el kilo de arroz, le ha dado su madre, y lo lleva al colegio. El chaval ya sabe que la Navidad es llevar un kilo de arroz, por no se sabe quién, no? pero tiene este sentido. Pues, hoy también me lo decía una persona: He ido a pasear, y, ¡me encontraba tan bien!, que he encontrado uno de esos que tocaba el violín-no sé donde aquí Girona-, muy mal lo tocaba, pero le he da un euro. Y después, se ha acercado-no sé quién ...: "Que tienes treinta céntimos para comprar el billete de autobús?, no sé cuando vale el autobús, pero yo le he dado unos céntimos, y dice: me he sentido, tan bien ..!, como si hubiera ganado mil euros. Para que esta alegría de dar, pues: es muy "Navidad".
Es acercarse a María para ver cómo Ella besa la cara del niño, porque es su Hijo, y los pies, porque es su Dios.
2. El Salmo 127,1-2.3.4-5 también lo comentamos en otro ciclo, y habla de un temor que es amor, y en la verdadera caridad están los consejos de Dios: “para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas” (S. Hilario de Poitiers).
La bienaventuranza de una vida feliz va unida a ese amor a los padres, paz entre padres e hijos: “En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado.
Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles” (S. Roberto Belarmino).
3. Col 3,12-21. Sigue aquí S. Pablo hablando del vínculo de la perfección, en la familia. El amor a Dios se une al de los demás, se enriquecen así…
4. Hoy la Iglesia nos propone acercarnos al pesebre, para contemplar la Sagrada Familia, en este domingo después de Navidad. Son días para entrar con sencillez en “el pesebre”, el paraíso de los sencillos. La cosa más grande de la historia de la humanidad sucedió sin espectadores (María da a luz a Jesús), y luego son invitados los pequeños, los que saben apreciar lo importante. Como decía uno (escrito anónimo que está en Internet, lo firma “Reina del cielo”): “Siempre llamó mi atención aquella gente con un corazón sencillo, aquellos que hacen de lo complejo, de lo sofisticado, algo cotidiano, entendible por todos. Gente que quizás habla de cosas importantes, pero tiene en su forma de expresarse una capacidad de llegar al fondo de su mensaje de inmediato. Sea cual fuere el tema del que esas personas hablan, llegan al corazón, el alma se siente atraída. Gente muy sencilla, que quizás sólo nos sirve o ayuda en determinado punto de nuestras vidas. Rostros sonrientes, dispuestos a ayudarnos, adaptarse y comprender.
¡Dan ganas de sentarse a hablar con esa gente, a saber de su vida! Ellos no buscan complejidades, no desconfían más de la cuenta, hablan de modo abierto y claro, tienden a creer y a confiar, ven en la gente lo bueno. La simpleza de corazón se opone a esa otra postura, la de buscar siempre los motivos para no creer, la de dudar de todo, la de complicar las cosas, la de plantear siempre obstáculos y objeciones, la de esperar que finalmente algo nos de la excusa para descalificar.
Esta actitud frente a la vida, la de hacer lo complejo algo sencillo, la de creer, confiar, de poner una sonrisa y un deseo de hacerse entender y querer por el prójimo, es una parte importante del amor. Porque el amor es simple y Dios es simple, El hace las cosas de Su Reino sencillas para nosotros. Pero también pone un velo entre Sus misterios y nuestro entendimiento. Es por este motivo que es tan importante no querer ver o saber más allá de lo que Dios quiera que veamos. ¡Sólo creer en El!
Esta actitud, la de creer, proviene de un corazón sencillo. Creer, con un alma abierta a las cosas del Reino, más allá de que la mente, nuestro intelecto, no alcance a comprender lo que percibe. Es muy difícil tener fe en Dios si queremos procesar todo a través de nuestra razón”. Nuestro orgullo lo complica todo, queremos controlarlo todo. “Y que difícil es la prueba cuando Dios da la gracia de tener una mente desarrollada, una educación elevada. El propio don que Dios da se puede transformar en el motor de nuestra soberbia: vaya, si somos gente inteligente, ¿como podemos creer en estos tiempos en estas cosas, inexplicables para la ciencia del hombre? Cuanta soberbia se esconde en esta pregunta, pero cuan a menudo se la escucha, o se la piensa. El mundo moderno ha desarrollado tal soberbia, que ha dejado poco espacio para las cosas del Señor, que son por supuesto inexplicables, porque pertenecen a un nivel de pensamiento, el Pensamiento Divino, al que el hombre jamás podrá llegar”. Cuando alguien ha de ejercer su autoridad, muchas veces se cubre de apariencia, por ejemplo un profesor intentará disimular lo que no sabe, para explicar las cosas dando la impresión de que controla toda su especialidad, porque necesita dar esa imagen de persona que sabe más de lo que sabe. En cambio, el sencillo es el que no quiere dar más imagen que mostrarse como es, sin aparentar, y qué mezcla más fascinante, cuando un sabio es sencillo y puede responder cuando algo no lo sabe con un sencillo “no lo sé”. Se llega así a superar una prueba importante, la de la apariencia, así los pastores nos enseñan el camino a Belén: “Sólo aceptar, orar, adorar al Señor, y disfrutar de los pequeños detalles que El nos permite ver, de Su maravilloso Reino.
Que no se nos escape el calor de hogar por las rendijas. Calor de hogar. Estar a gusto. Con todas las letras. A gusto, se escribe con la A de alegría, G de generosidad, U de utilidad, S de satisfacción, T de tolerancia y O de orden. La temperatura se mide por grados. Frío. Calor. Templado. El calor de hogar no tiene termómetros que lo mida. Tenemos estos gradientes, conceptos o valores, para que no se nos escape por las rendijas. Para pensar en detalle No hay calor de hogar si no ha alegría y no hay alegría en una casa llena de gritos y discusiones. No hay calor de hogar si no hay generosidad y no hay generosidad cuando estás cansado y llegas a casa y pones el telediario y no quieres ni un solo ruido o molestia. Si los hijos no se sienten útiles, tengan la edad que tengan, y no experimentan que tienen cosas que aportar; porque son únicos e irrepetibles y esto tienen que notarlo. Si no hay satisfacciones y si un chaval aprueba todas, esa es su obligación y si suspende le montas un numerito. Si no hay tolerancia y no sabes ceder en aquello que es opinable e intrascendente y pretendes tener siempre la última palabra en cualquier asunto aunque sea el color de los calcetines que lleva tu hija. No hay calor de hogar si no hay orden, orden material incluso. Una casa confortable, según se pueda. Una cama sin hacer, todo por el medio, no hace de ese sitio un lugar acogedor. Un hijo se siente querido cuando se siente seguro, libre y responsable”.
La Virgen es la Reina de la casa. Será luego Coronada, Reina y Señora de todo lo creado, pero es aquí donde ya vemos su grandeza, en su maternidad: “Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. –Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. –Veni: coronaberis. –Ven: serás coronada (Cantar de los cantares IV, 7, 12 y 8).
Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina y Señora de todo lo creado” (San Josemaría Escrivá, Santo Rosario).
En el pesebre, la vida aparece en todo su esplendor: belleza de la vida porque el Portal de Belén nos habla en poesía: “La alegría debe ser / como las olas del mar / que se mueve, sin querer / y salpica a los demás”, Jesús abre los ojos y nos muestra aquel paraíso perdido: “La claridad de los ojos / no está en su color, sino / en la sinceridad de su mirada”. Es un nuevo amanecer: “La vida es una flor abierta en nosotros, / para cogerla cada mañana”. Nos habla de que “Jesús es un amigo / a quien no debemos olvidar / ponerlo en nuestra agenda”, de que así nos abrimos a los demás: “La felicidad sólo es completa / cuando hay alguien / con quien compartirla”, y abiertos a la esperanza descubrir que “la sonrisa de un niño / es como una rama tierna de un almendro / que florece en primavera”. El resplandor del Niño no dejará de alumbrar el mundo, será “un granito de arena para hacer un castillo grande”… dejará una armonía, la del amor, para recomponer los corazones rotos. “La realidad de las cosas / no suele cambiar de un día para otro”, pero a base de detalles crearemos un hogar en el mundo cada vez más amplio, hasta hacer del mundo un hogar. Recuerdo una historia de cigüeñas: una pareja hizo un nido en lo alto de un campanario, les gustaba ir lejos a cazar ratones y culebras, sapos y pasear y volar sin parar. Tuvieron polluelos, y organizaron las cosas con trapos y hojas para que estuvieran a gusto, pero cuando volvían los notaban fríos, faltaba calor. Al final, tuvieron que optar por hacer un sacrificio: se arrancaron algunas plumas de las alas, y con eso hicieron un lugar acogedor. Ya no podían ir tan lejos en sus vuelos, se sentían menos libres y condicionados porque sin tantas plumas no aguantaban tanto tiempo fuera. Pero sentían gratificación al volver y encontrarse en el nido sus polluelos contentos, habían creado calor de hogar. Así la familia condiciona muchas libertades que antes podían permitirse, pero el amor que nace es lo mejor, dar la vida, aunque haya una limitación de las actividades nada es mejor que esta esclavitud del amor, es la máxima realización personal. La Sagrada Familia es la iglesia doméstica, modelo de cómo ha de ser cada familia. Al calor de Belén podemos aprender a vivir en familia, crear ese calor de hogar. Todo ello lleva a una entrega sin condiciones, como vemos en el hogar de Belén: José es la existencia en pronta disponibilidad a lo que Dios le pide, como también María, modelo de sumisión al designio divino de la salvación. Jesús se nos muestra vulnerable, muy cercano: niño. “En Belén nadie se reserva nada. Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos, ni de mi dinero. Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad, que es la Redención”, decía san Josemaría Escrivá. Ese servicio es fuente de alegría. La felicidad viene cuando buscamos la de los demás. Esto da energías, entusiasmo para mirar siempre adelante, para no hundirse ante los fracasos, que nos hacen más humildes, una determinación para no desfallecer pues no estamos solos.
Aún no podido estar en Belén, donde se levanta la Basílica de la Natividad. Allí se dio el momento más sublime de la historia: “Sublime gracia, dulce son, a un infeliz salvó; / perdido andaba y me halló, su luz me rescató. // La gracia me enseñó a vencer, mis dudas ahuyentó. / ¡Qué gozo siento en mi ser! Mi vida sí cambió. // Peligros, luchas y aflicción los he tenido aquí; / la gracia siempre me libró y me guiará feliz. // Y cuando esté por siglos mil brillando como el sol, / yo cantaré por siempre allí la historia de su amor”. Celebramos Navidad, el momento mágico, según cuenta P-J. Ynaraja, cuando “el matrimonio joven ha llegado al lugar. El decorado de la estancia sería muy diferente al actual, afortunadamente. A la maravillosa pareja le proporcionaron una estancia donde pudiera la mujer dar a luz a su Hijo, con la dignidad e intimidad que el parto requería. Según antiguas leyendas, José, aturdido por lo que le venía encima, salió a buscar alguna comadrona del lugar, que acompañara y asistiera a su Esposa en aquel sublime momento. Según estas leyendas, el momento del nacimiento, como aquel de la Anunciación, le llegó a la Virgen María estando sola. Cuando entró el marido, acompañado de dos buenas mujeres, el niño, su Niño, nuestro Niño, ya había nacido”. Del momento del nacimiento no sabemos nada, hay una nube de misterioso silencio sobre las circunstancias y la tensión emocional del momento. Sólo que María “depositó a la Criatura en un pesebre adosado a la pared. Reposó. A semejanza de Dios que en acabando la Creación inventó el Séptimo Día, la pausa de este momento fue un domingo pequeñito. Fiesta, felicidad total. Hoy mucha gente solo conoce los sucedáneos que se le ofrecen, de los que goza de momento, pero que, a la larga, le dejan insatisfecho… En la actualidad hemos olvidado el Misterio que nos proporciona felicidad, hemos descentrado el gozo. Nuestro espíritu chirría en ausencia vivencial de este tesoro y nos dejamos ahogar por un montón de inventos que saboreamos un momento para después, si para algo sirven, es para aumentar el Producto Interior Bruto y hacer mas pesada la cuesta de enero.
Si sufrimos esta carencia de felicidad es a causa de nuestra prepotencia, la de nuestra sociedad opulenta. Nos falta ingenuidad, debido, entre otras cosas, a tantos cacharritos que poseemos, cargados de teclas y memorias. Somos ricos y el peso de la fortuna ahoga nuestra buena oxigenación espiritual”. Hoy queremos salir de estas esclavitudes y condicionamientos, y con la imaginación, vestidos de pobres pastores queremos “escuchad el primer villancico que en el universo se oyó, interpretado por los ángeles. Escuchadlo y aplaudidlo, tarareándolo en vuestro interior, para que gocéis un poco de la Paz de esta noche y la podáis contagiar mañana a vuestro entorno…
En muchos otros países, uno ya no puede estar seguro del significado de la familia, pues, uno es el que le da el diccionario, otro la Iglesia y, con frecuencia, diferente resulta ser el que le da la legislación. En segundo lugar, no hay que olvidar, que en muchos de estos núcleos llamados familiares, nadie invita a Jesús a sus celebraciones, nadie le invoca en ellas”. Los villancicos hablan de “peces que brinquen y bailen en el río” o de “demonios que les han cortado la cola, si alguna vez la tuvieron”. Todo ello es una manera popular de entrar en el pesebre, de hacernos pequeños, de entender que “lo fundamental del misterio, empezó en la celebración del 25 de marzo. Dios, nuestro Dios, no una concepción cualquiera intuida por los genios más excelsos o expresada por los artistas más sublimes, decidió ocupar la Tierra, hacerse presente en la Humanidad, compartir con ella, dialogar. Ya era Él diálogo interior, amor entrañable, belleza excelsa, verdad suprema… Quería salir de sí, para enriquecer, permaneciendo en sí, conservando su coherencia, eternidad y riqueza ontológica. Consecuencia de ello sería que, comunicándose, iluminaría primero y atraería después, hasta integrar, sin perder la individualidad, a todos los que le aceptasen en su seno”. Y Jesús quiso tener una familia, para vivir el amor y la humanidad, para ofrecernos su amistad, para ser nuestro vecino, conciudadano y amigo. “A los que le reconocemos y le amamos nos reconoce Él como sus hijos, sin que hayamos salido de ninguna generación biológica, por simple y gratuita decisión suya, por simple amor, que lo es de tal categoría, que hemos de cambiarle el nombre y, para no confundirnos, llamarlo Caridad.
Solo al final, cuando su llegada al mundo no sea para salvarlo, como cuando llegó a Belén, sino en el encuentro final, en el que toda injusticia será descubierta y juzgada, toda generosidad valorada, todo amor será canjeado por felicidad, solo entonces, sabremos lo que ha representado para la historia humana la Navidad, la eterna y la que tratamos de celebrar con honestidad, cada año”. El mensaje en Navidad no puede ser otro que éste: Alegría, alegría, alegría. Alegría en familia:
“• Alegría para los niños que acaban de nacer, y para los ancianos que en estos días se preguntan si llegarán a las navidades del año que viene.
• Alegría para los que tienen esperanza y para los que ya la han perdido.
• Alegría para los abandonados por todos y para las monjas de clausura que estas noches bailarán como si se hubieran vuelto repentinamente locas.
• Alegría para las madres de familia que en estos días estarán más cansadas de lo habitual y para esos hombres que a lo mejor en estos días se olvidan un poquito de ganar dinero y descubren que hay cosas mejores en el mundo.
• ¡Alegría, alegría para todos!
• Alegría, porque Dios se ha vuelto loco y ha plantado su tienda en medio de nosotros.
• Alegría, porque Él, en Navidad, trae alegría suficiente para todos”.
Hay gente que se pone triste, les falta ese ambiente de familia, para ellos hemos de ser nosotros la familia: “La Navidad es el tiempo de la ternura y la familia y, desgraciadamente, todos los que tenemos una cierta edad, vemos cómo en estos días sube a los recuerdos la imagen de los seres queridos que se fueron. Uno recuerda las navidades que pasó con sus padres, con sus hermanos, con los que se fueron, y parece que dolieran más esos huecos que hay en la mesa familiar.
Sin embargo, creo que mirando la Navidad con ojos cristianos son infinitamente más las razones para la alegría que esos rastros de tristeza que se nos meten por las rendijas del corazón. Por de pronto en Navidad descubrimos más que en otras épocas del año que Dios nos ama.
La verdad es que para descubrir ese amor de Dios hacia nosotros en cualquier fecha del año basta con tener los ojos limpios y el corazón abierto. Pero también es verdad que en Navidad el amor de Dios se vuelve tan apabullante que haría falta muchísima ceguera para no descubrirlo. Y es que en Navidad Dios deja la inmensidad de su gloria y se hace bebé para estar cerca de nosotros.
Se ha dicho que los hombres podemos admirar y adorar las cosas grandes, pero que amarlas, lo que se dice amarlas, sólo podemos amar aquello que podemos abrazar. Por eso al Dios de los cielos podemos adorarle, al pequeño Dios de Belén nos es fácil amarle, porque nos muestra lo mejor que Dios tiene, su pequeñez, su capacidad de hacerse pequeño por amor a los pequeños.
Y éste sí que es un motivo de alegría: un Dios hermano nuestro, un Dios digerible, un Dios vuelto calderilla, un hermoso tipo de Dios que los hombres nunca hubiéramos podido imaginar si Él mismo no nos lo hubiera revelado y descubierto. Y si en Navidad descubrimos que Dios nos ama y que podemos amarle, podemos también descubrir cómo podemos amarnos los unos a los otros.
Lo mejor de la Navidad es que en esos días todos nos volvemos un poco niños y, consiguientemente, se nos limpian a todos los ojos. Durante el resto del año todos miramos con los ojos cubiertos por las telarañas del egoísmo. Nuestros prójimos se vuelven nuestros competidores. Y vemos en ellos, no al hermano, sino al enemigo potencial o real.
Pero ¿quién es capaz de odiar en Navidad? Habría que tener muy corrompido el corazón para hacerlo. La Navidad nos achica, nos quita nuestras falsas importancias y, por lo mismo, nos acerca a los demás. ¿Y qué mayor alegría que redescubrir juntos la fraternidad?”
Por tanto, nada de nostalgias, de mirar atrás. Es momento de contemplar el presente. Como indica la segunda lectura (Col 3, 12-21) es momento de amar a los miembros de la familia, y ganarse así el beneplácito y el perdón del Señor. “Descubran que a su lado hay gente que les ama y que necesita su amor. Si lo hacen, el amor de Dios no será inútil. Y también en sus corazones será Navidad”.
Jesús ya está ahí puesto en el pesebre, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto. Lucas habla de un “encuentro”, de un encuentro de los pastores con Jesús. Indica M. Valls que “sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).
Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.
Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.
María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!”
También contemplamos a José, el que sigue a Dios hasta en sueños, el que aprende a moverse en los planes divinos, el hombre de la paciencia. A él pedimos visión sobrenatural, la paz que expresaba Santa Teresa de Jesús: "Nada te turbe, / nada te espante. / Todo se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia todo lo alcanza. / Quien a Dios, tiene nada le falta, / sólo Dios basta" (Poesías, 30). José es modelo de vida interior, él nos indica como tratar con confianza a Jesús, pues como la Santísima Virgen y él nadie lo supo hacer. Él recuerda las palabras de la Escritura, que se hacen vivas en su corazón: "El mismo Señor os dará una señal. He aquí que concebirá una Virgen y dará a luz a un Hijo, y será llamado Emmanuel, que significa Dios con nosotros." (Is 7, 10-14). "Al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa, y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús." Él puso el nombre a “Jesús”, que significa "Salvador". En ese nombre se resumen los profetizados sobre el Mesías en el Antiguo Testamento: el Admirable, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de la paz, el Emmanuel (Dios con nosotros). La Sagrada Familia es escuela de oración: podemos imaginarnos cómo hablaría la Virgen al Niño, cómo lo tendría en brazos san José para hacerle dormir.
María y José nos muestran a Jesús en el pesebre. También nosotros hemos de hacer ver a Jesús. Para ello, nos puede servir la petición del Cardenal Newman: “Que cuando miren ya no me vean a mí, sino a Ti solo, Señor. Permanece en mí. Así empezaré a resplandecer con tu mismo reflejo. Que de tal suerte resplandezca que me convierta en luz para los demás. La luz, oh Señor, vendrá toda de Ti. Ni el rayo más leve será mío. Tú serás quien por mi medio resplandecerás para los demás. Que te alabe de la suerte que a Ti más te agrada, resplandeciendo para cuantos me rodean. Que te predique sin predicarte, no de palabra, sino con mi ejemplo, con la fuerza cautivante y con el influjo arrollador de lo que haga, con la evidente plenitud del amor que mi corazón siente por Ti. Amén..."
En el silencio de la noche santa, José pensaría en su hijo, “hijo de David, hijo de Abrahán”, y la genealogía: “Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró a Farés y a Zara de Tamar”, pensaría en esta historia que no se detiene, que es como un universo que gira alrededor del pesebre, del gran evento que acababa de suceder, el nacimiento de Jesús, que todo giraba alrededor de esa pequeña familia, que era el instrumento divino para criar al Salvador: “Miles de hombres andando por el sendero de la vida. Luchan, se afanan, ríen y lloran, viven y mueren. Unos suceden a otros. La historia no se detiene. Famosos, desconocidos, héroes, cobardes, niños, ancianos, gente con distinta suerte, que deambula por el mundo. La mayoría no se conoce. Los nombres se olvidan, el tiempo pasa. Millones y millones de pisadas sobre la tierra, dirigiéndose hacia algún lugar en busca de la felicidad –rezaba así J. Torras-. Yo soy uno de ésos. También piso esta tierra y voy hacia algún lugar. Cada hombre es único e irrepetible. Tú, mi Dios, te has entregado por cada mujer y hombre. Amas a cada uno como si fuera el único. A Ti te da igual que sea rico o pobre, famoso o ignorado, sólo miras la grandeza de su corazón, su generosidad, la fuerza en su caminar. Corresponder a tu amor es lo que hace grande a la gente. Imitar tu vida, pisar donde Tú pisaste. Quitar lo que pueda desdibujar tus huellas, lo que te ofende”. Entrar en el decorado del pesebre, en la genealogía de la salvación, que es la que cuenta, ésta es la lucha que da vida, que pedía aquel santo: "Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de Ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a Ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a Ti." (S. Nicolás de Flüe, oración). Y vale la pena ir más hondo en el amor, a imagen del amor que se respira en la Sagrada Familia, siguiendo las pisadas de Jesús, María y José en el servicio, en ser instrumentos de Dios: "De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes" (Camino, 755).
José pensaba en el sufrimiento más grande que había tenido en su vida, cuando pensó dejar a María al estar ella embarazada, como narra Mateo (1, 18-24): "José su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto." Ahora está feliz, penando en ella: "María la más hermosa, niña de mis ojos, mi reina y señora. Myriam, flor entre las flores, la más dulce, la mejor. Eres la ilusión de mi vida, el sol que me alumbra, la dueña de mi corazón, María, Myriam, niña mía…" Agradece a Dios no haber tenido que hacer el sacrificio. Cuando estaba para descargar, como Abraham el cuchillo, pero esta vez en su corazón, cuando pensaba apartarse, cosa que era para él peor que tener lepra, ceguera u otra enfermedad, quizá hubiera preferido la muerte... él seguía confiando, y Dios paró la mano, el cuchillo, la decisión. El ángel le habló en sueños… ahora le vuelve a hablar: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel». Juntos para siempre, aunque tengan que ir aquí para allá, esto es secundario. Lo importante es estar unidos en el amor de familia. La familia es y será siempre necesaria, también para Jesús, y Él sólo tiene lo imprescindible: ni casa, ni un lugar para dormir, pero tiene familia. Juan Pablo II nos lo recordaba en su exhortación Ecclesia in Europa: «La Iglesia ha de proponer con fidelidad la verdad sobre el matrimonio y la familia. Es una necesidad que siente de manera apremiante, porque sabe que dicha tarea le compete por la misión evangelizadora que su Esposo y Señor le ha confiado y que hoy se plantea con especial urgencia. El valor de la indisolubilidad matrimonial se tergiversa cada vez más; se reclaman formas de reconocimiento legal de las convivencias de hecho, equiparándolas al matrimonio legítimo...».
«Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). Como recordaba J. Mateo, “Herodes ataca de nuevo, pero no temamos, porque la ayuda de Dios no nos faltará. ¡Vayamos a Nazareth! Redescubramos la verdad de la familia y de la vida. Vivámosla gozosamente y anunciémosla a nuestros hermanos sedientos de luz y esperanza. El Papa nos convoca a ello: «Es preciso reafirmar dichas instituciones [el matrimonio y la familia] como provenientes de la voluntad de Dios. Además es necesario servir al Evangelio de la vida».
De nuevo, «el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel’» (Mt 2,19-20). ¡El retorno de Egipto es inminente!”. Llucià Pou Sabaté
Lectura del libro del Eclesiástico 3,3-7. 14-17a.: Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecadoscomo la escarcha bajo el calor.
Salmo 127,1-2.3,4-5: R/. ¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos!
¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos! / Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. / Tu mujer, como parra fecunda, / en medio de tu casa; / tus hijos, como renuevos de olivo, / alrededor de tu mesa. / Esta es la bendición del hombre / que teme al Señor: / Que el Señor te bendiga desde Sión, / que veas la prosperidad de Jerusalén / todos los días de tu vida.
Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3,12-21. Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él. Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Evangelio (Mt 2,13-15.19-23): Después que se fueron los Magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.
Muerto Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: «Será llamado Nazareno».
Comentario: 1. 1. Si 3,3-7.14-17a. Como son las mismas lecturas en los demás ciclos litúrgicos, he comentado ya el contexto histórico de esas normas de respeto que se habla aquí, que merecen los hijos a los padres. El Adviento comenzó en cierto modo con el sabor maternal de María, con la novena de la Inmaculada en honor de la Virgen. Es un nombre, María, que significa "Estrella de la mañana", en la lengua hebrea, y recuerda la estrella que da orientación a los navegantes, para que conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Y así, también, la Virgen nos ha orientado hacia la Navidad estas semanas con el ambiente festivo, nos da luz, es el camino hacia Jesús, es el sol, Jesús, que da luz, la Virgen es como la luna que refleja la luz del sol, la estrella que nos orienta, nos da Jesús en el pesebre. Con José, forman la Sagrada Familia, que orienta toda familia.
Y las que has sido madres, conocen muy bien este sentido de adviento, de qué es "esperar el niño", y en este sentido, pues, es muy bonito ver como la Virgen, se estaría preparando para esperar Jesús, como para llevar a Jesús en el mundo. Ella no obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad. La Navidad, decía un libro muy bonito de E. Monasterio: "no es un cumpleaños, ni un recuerdo, ni un sentimiento..., es el día que Dios pone un Belén dentro de cada alma. Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no nace dentro de mí, estaré eternamente perdido ".
Había un cantante, de hace años, que mi hermana me dio la canción... Decía: "Jesús ha nacido para mí, la noche de Navidad..." Una idea muy bonita! si le digo que sí, tendré los ojos limpios, transparentes iré a unos paisajes lejanos... " ese paraíso perdido que todos soñamos dentro.
Estos días pasados, las Lecturas de la misa, de Isaías, nos hablaban de acercarnos a un paraíso perdido: donde no hay peleas..., donde todo el mundo vive en paz... Navidad, habla mucho de esta idea: La paz.
Estos días, con los chavales, pues, hablábamos de que, a veces, si uno tiene una piedra en el zapato se la quita, porque está molesto, está mal, ¿molesta, no? A veces, hay piedras en su corazón, hay cosas en los demás que nos molestan, porque estamos nosotros agresivos..., y entonces, si un día nos hemos levantado con mal humor, podemos estar agresivos..., y más que ir a buscar la culpa, y pensar que "¡todo el mundo me fastidia, todos son culpables!", que "¡el mundo está muy mal!", y que "¡todo es una birria!" ..., lo que tenemos que intentar, es que, ese día que nos hemos levantado un poco tronados, pues, mirar un poco donde está la piedra que nos está haciendo daño, ¿no?
En este sentido el Adviento tiene una preparación, que es preparar nuestro interior para que Jesús nazca en el pesebre que le estamos preparando, no sólo fuera, en la casa, sino también en su corazón. Es decir, es un volver al niño que llevamos dentro, hacernos niños, sencillos..., arreglar las cosas complicadas, las complicaciones, por ejemplo de... peleas, antipatías, y gente que se enfada. ¡Hacer las paces! Es el tiempo de arreglar las cosas: resentimientos, y ese hacer memoria de cosas malas, ese decir: "porque hace treinta años me hiciste tal cosa"... Estas cosas que se guardan dentro y no dejan vivir en paz. Pues, intentar purificar la memoria.... Es entrar en un paraíso perdido.
Dice el Segarra: "Si te olvidas de la fiebre que te priva de vivir, que te quema la sangre! (Estas ansias equivocadas que tantas veces tenemos, no?, Preocupaciones tontas)… verás el musgo del pesebre con figuras de barro / verás la montaña segura, blanca de vientos emblanquecidos / con la luz de tus ojos de niño completamente desentelados. / Si te piensas cazar la estrella, ¡no vayas quejoso! / límpiate los párpados con tres lágrimas de niño. / ¡Agáchate, hasta que eras niño! "
El año pasado leyendo una cosa de estas, algunos profesores dicen: Me he vuelto a leer el "Poema de Navidad", porque es bien bonito. Son ideas que tocan la fibra...
Navidad es familia… unas historietas nos pueden servir para explicar en familia, para que puedan servirnos para vivir este sentido de familia; porque Navidad es un tiempo de contar historias, ¿no? Y hacernos pequeños ...! Sólo fueron los pastores que con los ojos llenos de alegría vieron el Ángel que anuncia el Misterio de Navidad, cuando proclaman aquel: "Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". El niño ha nacido en un establo, y ellos comprenden el anuncio del Ángel, los hay que no: "el Rabadán". Es una imagen muy bonita, la imagen del Rabadán protestón que no quería ir, terco él, pero al final fue, porque representa lo que a veces hacemos nosotros, ¿no?, ¡no sólo los niños!
Y dice así, el Segarra: “Él yacía como siempre a la paja / a los dientes una rebanada de pan / y en el corazón una mezquina canción para holgazanear. / Él gruñía, y los pastores que le decían: / -A Belén me quiero ir / ¿Quieres venir, Rabadán?
-¡Quiero desayunar!
-El Mesías elegido, ha nacido esta noche…
-¿Quién te lo ha dicho?
-Un Arcángel llameante / por el cielo lo pregonaba
-¡No será tanto!”
Llevamos este villancico colgado en el cuello. La cobardía de todos está aquí retratada. Esta pelea entre los pastores y el Rabadán continúa siempre en el mundo: entre la luz y la oscuridad, entre el anuncio del Misterio y aquel: "No será tanto!", "¡No seamos fanáticos!". La Esperanza y aquel pesimista que, la única luz que ve en el mundo, en el túnel de la vida, es el tren que viene en dirección contraria. Este es el pesimista que todo lo ve mal, y todo está como, pues..., equivocado.
Ya nos hemos hecho pequeños. Ahora nos disponemos, hacemos camino hacia el pesebre. El camino significa humildad, significa renunciamiento, para bien: camino de la gloria, camino de la cruz, camino que sube y baja, y cansa... Voy citando trozos de este poema: "¿Cómo se encuentra el camino de Belén? El camino de Belén, quien lo adivina?...: Si eres limpio de corazón, pastor mezquino / ¡no te debes perder por el camino! que te va guiando la estrella cauta. / No te debes perder pastorcillo / yendo siguiendo el camino derecho / con la gaita y la flauta".
Ir viendo, pues, que con la Estrella, la Virgen, nos podemos acercar al buen camino, y llegar a Belén. El camino nos ha llevado a Belén ... Y aquí está ese villancico tan bonito, que es una "canción de cuna", una nana: "¿Qué le daremos al Chico de la Madre"... "¿Qué le daremos al Chico de la Madre / que le daremos que le sepa bueno?... Es la alegría, la gran alegría / de ver que aún tenemos por consuelo / la mejilla fría del chico que sueña / y el ritmo de esta canción de cuna.
¿Qué le daremos al Chico de la Madre / que le daremos que le sepa bueno?
Y mientras decía las dulces palabras, / la canción, iba esparciendo por el mundo.
Cuando viene Navidad, la canción del milagro / con el pesebre de musgo y madroño / nos hace pensar en un deseo de verdad / de dar cosas al Chico de la Madre / cosas que vengan de dentro del corazón. Porque si es / luz y misterio que asusta / porque si aguanta la bola del mundo / tiene la carne desnuda tumbada en la paja / y tiene las mejillas mojadas de llanto.
Y quiere sentirnos mucho más cerca / bien apretados alrededor de los pastores / y quiere sentir en la piel nuestras almas / como el aliento de la mula y el buey."
"¿Qué le daremos al Chico de la Madre / ¿Qué le daremos que le sepa bueno?"
Los villancicos… Una buena manera de vivir la Navidad en familia, es recordar lamanera de que los niños, desde pequeños, y todos, nos hacemos pequeños y aprendemos.
Por ejemplo aquí, hace una referencia a aquel villancico: "Sus blancas manitas pequeñas como son / siendo tan pequeñitas formaron el mundo ".
Una idea muy bonita que, expresa de manera genial, como es Dios y es hombre, como es un niño...
Navidad es el día que Dios se va haciendo pequeño hasta hacerse niño, para que pueda yo también hacerme pequeño, y entrar en el pesebre, y cantar villancicos ... Es el día que Jesús nos pone un tesoro en nuestras manos, un tesoro, que si no lo damos, se pierde, y que si lo damos, se multiplica.
A las cosas espirituales, pasa lo contrario de las materiales. Cuanto más das, más tienes -se multiplica-, cuanto más damos, más tenemos. Esto tiene una aplicación social, para la familia, y para toda la sociedad. Hay algo que no hablan mucho, que es esta. Está explicado en la historia de "la sopa de piedra": Es uno que iba de viajes, y era una época de guerra. Pasó por un pueblo que todo el mundo estaba, pues, antipático y no se trataba mucho..., tenía mucha hambre, este viajero, pero también tenía pillería.
Les dijo: -Mira, os invito a todo el pueblo a una "sopa de piedra". Y pusieron la cazuela, y puso la piedra... la cocieron un poco... y la probó, y dice: -Mira, está bastante bien!, sólo le faltaría una punta de... de carne.
Y uno dice: -Pues mira, yo en casa tengo un pollo. Y llevó el pollo.
Y dice: -¡Está super buena!, Sólo le faltaría un poco de verdura.
-¡Pues, yo tengo patatas y… no sé cuantas verduras más, dice otro.
-Y fueron llevando más ingredientes .... Al final, salió una sopa de piedra que tenía de todo y era boníííssima!. Y él, les dejó la piedra de recuerdo, cuando se fue del pueblo, porque, de vez en cuando, acabado para hacer "sopa de piedra".
A nivel espiritual pasa esto: que el bien común-ahora hablaríamos de un país o una familia-, la aportación que hace cada uno, es inferior a la suma total. Es decir: que cuando aportas cosas, con algo en común: con la escuela, con la familia, con la sociedad.., el "bien común" que llaman, tiene algo misterioso que es verdad y nadie habla, que es que, el bien común que sale del resultado de la aportación de cada uno, es superior, muy superior!
Es como ...-en fútbol dicen: "jugar en estado de gracia" -, no?, O aquello "si hay ilusión..., en un proyecto!"... Cuando la gente está illusionada, pues, sube la adrenalina, todo el mundo está entusiasmado, se trabaja mucho mejor! Esto tiene afectos químicos, no? Cuando la gente está enamorada, pues, los ojos se dilatan, las pupilas, los colores se ven más luminosos, la vida se ve de un color diferente ... En fin, ahora no te tengo que explicar estas cosas ... que son aplicables a la vida espiritual, por supuesto, y son aplicables, lógicamente, a hacer las cosas con ilusión.
Y son aplicables a la Navidad que es la fiesta de la ilusión: que cuando nosotros aportamos...-la suma de aquellas cuarenta personas o treinta, las que sean ... -, ese "bien común", es muy superior al resultado de lo que cada cual ha traído: si cada uno pone una peseta, al final no salen tres pesetas, como en las cosas materiales, sino que, en las cosas espirituales, salen tres pesetas, no? -Por decirlo de alguna manera-, es una imagen.
Si lo repartimos, el Señor lo multiplica. Es el día que Jesús nos envía un mensaje de paz, ternura y amor. Dios-niño nos demuestra que es posible un mundo mejor, en el que la reina sea la alegría. Por muy negro que sea el futuro, y nuestros conflictos no tengan solución, siempre hay un punto en lo más profundo del alma, que emana la luz y el calor de Belén.
Navidad es el recuerdo de una persona que "nos enseña" a no sentirnos vacíos; y que "nos da" un corazón de hijos de Dios, como fuente inesgutable de illusiones y proyectos.
Es Jesús que irrumpió en la historia: para hacerse solidario con los nuestros sufrimientos, y nuestros éxitos. Es el día más íntimo del año. Se remueven los sentimientos, para regalar ternura y afecto a los familiares.
Esta idea de la ternura está saliendo mucho a los medios de comunicación. Se ha hablado demasiado del coeficiente intelectual, y de la inteligencia y la voluntad, el que necesita la gente para ser feliz, es: sentirse amado! ... Y se ha hablado mucho de la inteligencia conseguir cosas, pero lo que de verdad llena, lo que la gente necesita, es: los sentimientos.
Sentirse querido, quiere decir, pues, tener una vida plena, y eso es lo que necesita el mundo de hoy: un mundo de eficiencia, de eficacia-en el sentido de eficiencia, que es muy diferente-. La eficacia, es saber encontrar el "Porque" de las cosas; la eficiencia, es la producción, que muchas veces termina en decir: "Bueno, y qué!
¿Os acordáis de la película "Fores Gam?" Corre, corre, y al final dice:-Y, yo porque corro?, Y deja de correr. Así hacen mucha gente, no?. Corren por la vida y van dejando por el camino: la salud, la familia ..., y al final, dicen:-Y, yo porque corro?. A veces hay gente que, por más broma, cuando destroza la familia ...: - "No, si yo lo hacía por vosotros! "... Era una manera egoísta de decir.
Hay unos papeles, de una novela-la: "El caballero de la armadura oxidada". Quizás habéis oído hablar?. Es un libro muy interesante que habla de, cuando uno va a lo suyo, y no se da cuenta que pisando los demás, no?
Y, en este mundo, últimamente, salen muchos libros que hablan de ello: la necesidad de la ternura, la necesidad de llevar ese cariño.
Se intensifica el interés por complacer y acogerse las personas que tenemos más cerca. Es el día que regalamos una sonrisa, que, casi, se desvanece en un instante, pero que enriquece el que la recibe, y tendrá un efecto para siempre.
De esto también se habla mucho ahora: esa sonrisa que nace en un momento, y que en la persona, dura para siempre.
Hoy recordaba algo de educación: Un chaval que era una pieza, un desastre -En otros tiempos-, porque esperaba una bofetada continuamente, ya que en hacía una tras otra. Esto salia mucho en las novelas del siglo XIX. Ahora ha salido una novela que se dice: "El cuento número trece, un best-séller, que habla mucho de esto. Recoge todas las novelas del siglo XIX: Jane Eyre ..., Cumbres borrascosas ..., La dama de blanco ...., En fin, toda la peña. Y habla un poco de este sentido, del sentimiento ... de la educación que había entonces, no? .... Pues, ese niño esperaba la bofetada, y ese día, la señorita, le dio un beso. Y al cabo del tiempo, aquel chaval que "había cambiado"-la típica frase-, se había hecho importante en la vida, escribió a esa maestra, y le dijo: que no estaba con sus padres, que vivía con sus tíos ... y que, "fue el primer beso que recibí en mi vida! ..., y me hizo cambiar ".
El sentido de cómo, un pequeño gesto, provoca una reacción en cadena entre la gente.
"Es cuando la nieve cubre la tierra y también algunas almas" ...
Lo importante en la convivencia, estos días, es tener estos pequeños detalles: no ser hipersensibles, evitar discusiones innecesarias y arreglarlo enseguida; también tener el don de la oportunidad, saber escuchar..., hasta el final. Y esta canción "¿Qué le daremos al Chico de la madre "..., son estos los regalos que Él quiere: vivir los mejores días en compañía de la familia, haciendo el Belén, regalar la sonrisa a todos los que lo necesiten, perdonar, vivir la pobreza ... Se habla mucho de la pobreza, seguro que en la última homilía os hablaron: "Y ahora que viene Navidad, que no sea solo gastar y gastar... Es verdad todo esto, es verdad.
A ser consciente de que la alegría no se compra con dinero, sino que surge de un alma en paz con Dios, que ama. Es tener presente que, la Navidad, más consumir está en repartir. Es pensar que hay mucha gente necesitada por falta de vivienda, de alimento, de amor..., y ayudar a los de casa, sacrificar el gusto, por ayudar a los demás.
Todo esto que se hace: recogida de los alimentos y esas cosas... Son gestos..., porque el chaval no ha ido a comprar el kilo de arroz, le ha dado su madre, y lo lleva al colegio. El chaval ya sabe que la Navidad es llevar un kilo de arroz, por no se sabe quién, no? pero tiene este sentido. Pues, hoy también me lo decía una persona: He ido a pasear, y, ¡me encontraba tan bien!, que he encontrado uno de esos que tocaba el violín-no sé donde aquí Girona-, muy mal lo tocaba, pero le he da un euro. Y después, se ha acercado-no sé quién ...: "Que tienes treinta céntimos para comprar el billete de autobús?, no sé cuando vale el autobús, pero yo le he dado unos céntimos, y dice: me he sentido, tan bien ..!, como si hubiera ganado mil euros. Para que esta alegría de dar, pues: es muy "Navidad".
Es acercarse a María para ver cómo Ella besa la cara del niño, porque es su Hijo, y los pies, porque es su Dios.
2. El Salmo 127,1-2.3.4-5 también lo comentamos en otro ciclo, y habla de un temor que es amor, y en la verdadera caridad están los consejos de Dios: “para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido es el ejercicio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas” (S. Hilario de Poitiers).
La bienaventuranza de una vida feliz va unida a ese amor a los padres, paz entre padres e hijos: “En verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de tus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, no para Dios que lo impone, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado.
Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles” (S. Roberto Belarmino).
3. Col 3,12-21. Sigue aquí S. Pablo hablando del vínculo de la perfección, en la familia. El amor a Dios se une al de los demás, se enriquecen así…
4. Hoy la Iglesia nos propone acercarnos al pesebre, para contemplar la Sagrada Familia, en este domingo después de Navidad. Son días para entrar con sencillez en “el pesebre”, el paraíso de los sencillos. La cosa más grande de la historia de la humanidad sucedió sin espectadores (María da a luz a Jesús), y luego son invitados los pequeños, los que saben apreciar lo importante. Como decía uno (escrito anónimo que está en Internet, lo firma “Reina del cielo”): “Siempre llamó mi atención aquella gente con un corazón sencillo, aquellos que hacen de lo complejo, de lo sofisticado, algo cotidiano, entendible por todos. Gente que quizás habla de cosas importantes, pero tiene en su forma de expresarse una capacidad de llegar al fondo de su mensaje de inmediato. Sea cual fuere el tema del que esas personas hablan, llegan al corazón, el alma se siente atraída. Gente muy sencilla, que quizás sólo nos sirve o ayuda en determinado punto de nuestras vidas. Rostros sonrientes, dispuestos a ayudarnos, adaptarse y comprender.
¡Dan ganas de sentarse a hablar con esa gente, a saber de su vida! Ellos no buscan complejidades, no desconfían más de la cuenta, hablan de modo abierto y claro, tienden a creer y a confiar, ven en la gente lo bueno. La simpleza de corazón se opone a esa otra postura, la de buscar siempre los motivos para no creer, la de dudar de todo, la de complicar las cosas, la de plantear siempre obstáculos y objeciones, la de esperar que finalmente algo nos de la excusa para descalificar.
Esta actitud frente a la vida, la de hacer lo complejo algo sencillo, la de creer, confiar, de poner una sonrisa y un deseo de hacerse entender y querer por el prójimo, es una parte importante del amor. Porque el amor es simple y Dios es simple, El hace las cosas de Su Reino sencillas para nosotros. Pero también pone un velo entre Sus misterios y nuestro entendimiento. Es por este motivo que es tan importante no querer ver o saber más allá de lo que Dios quiera que veamos. ¡Sólo creer en El!
Esta actitud, la de creer, proviene de un corazón sencillo. Creer, con un alma abierta a las cosas del Reino, más allá de que la mente, nuestro intelecto, no alcance a comprender lo que percibe. Es muy difícil tener fe en Dios si queremos procesar todo a través de nuestra razón”. Nuestro orgullo lo complica todo, queremos controlarlo todo. “Y que difícil es la prueba cuando Dios da la gracia de tener una mente desarrollada, una educación elevada. El propio don que Dios da se puede transformar en el motor de nuestra soberbia: vaya, si somos gente inteligente, ¿como podemos creer en estos tiempos en estas cosas, inexplicables para la ciencia del hombre? Cuanta soberbia se esconde en esta pregunta, pero cuan a menudo se la escucha, o se la piensa. El mundo moderno ha desarrollado tal soberbia, que ha dejado poco espacio para las cosas del Señor, que son por supuesto inexplicables, porque pertenecen a un nivel de pensamiento, el Pensamiento Divino, al que el hombre jamás podrá llegar”. Cuando alguien ha de ejercer su autoridad, muchas veces se cubre de apariencia, por ejemplo un profesor intentará disimular lo que no sabe, para explicar las cosas dando la impresión de que controla toda su especialidad, porque necesita dar esa imagen de persona que sabe más de lo que sabe. En cambio, el sencillo es el que no quiere dar más imagen que mostrarse como es, sin aparentar, y qué mezcla más fascinante, cuando un sabio es sencillo y puede responder cuando algo no lo sabe con un sencillo “no lo sé”. Se llega así a superar una prueba importante, la de la apariencia, así los pastores nos enseñan el camino a Belén: “Sólo aceptar, orar, adorar al Señor, y disfrutar de los pequeños detalles que El nos permite ver, de Su maravilloso Reino.
Que no se nos escape el calor de hogar por las rendijas. Calor de hogar. Estar a gusto. Con todas las letras. A gusto, se escribe con la A de alegría, G de generosidad, U de utilidad, S de satisfacción, T de tolerancia y O de orden. La temperatura se mide por grados. Frío. Calor. Templado. El calor de hogar no tiene termómetros que lo mida. Tenemos estos gradientes, conceptos o valores, para que no se nos escape por las rendijas. Para pensar en detalle No hay calor de hogar si no ha alegría y no hay alegría en una casa llena de gritos y discusiones. No hay calor de hogar si no hay generosidad y no hay generosidad cuando estás cansado y llegas a casa y pones el telediario y no quieres ni un solo ruido o molestia. Si los hijos no se sienten útiles, tengan la edad que tengan, y no experimentan que tienen cosas que aportar; porque son únicos e irrepetibles y esto tienen que notarlo. Si no hay satisfacciones y si un chaval aprueba todas, esa es su obligación y si suspende le montas un numerito. Si no hay tolerancia y no sabes ceder en aquello que es opinable e intrascendente y pretendes tener siempre la última palabra en cualquier asunto aunque sea el color de los calcetines que lleva tu hija. No hay calor de hogar si no hay orden, orden material incluso. Una casa confortable, según se pueda. Una cama sin hacer, todo por el medio, no hace de ese sitio un lugar acogedor. Un hijo se siente querido cuando se siente seguro, libre y responsable”.
La Virgen es la Reina de la casa. Será luego Coronada, Reina y Señora de todo lo creado, pero es aquí donde ya vemos su grandeza, en su maternidad: “Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. –Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. –Veni: coronaberis. –Ven: serás coronada (Cantar de los cantares IV, 7, 12 y 8).
Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina y Señora de todo lo creado” (San Josemaría Escrivá, Santo Rosario).
En el pesebre, la vida aparece en todo su esplendor: belleza de la vida porque el Portal de Belén nos habla en poesía: “La alegría debe ser / como las olas del mar / que se mueve, sin querer / y salpica a los demás”, Jesús abre los ojos y nos muestra aquel paraíso perdido: “La claridad de los ojos / no está en su color, sino / en la sinceridad de su mirada”. Es un nuevo amanecer: “La vida es una flor abierta en nosotros, / para cogerla cada mañana”. Nos habla de que “Jesús es un amigo / a quien no debemos olvidar / ponerlo en nuestra agenda”, de que así nos abrimos a los demás: “La felicidad sólo es completa / cuando hay alguien / con quien compartirla”, y abiertos a la esperanza descubrir que “la sonrisa de un niño / es como una rama tierna de un almendro / que florece en primavera”. El resplandor del Niño no dejará de alumbrar el mundo, será “un granito de arena para hacer un castillo grande”… dejará una armonía, la del amor, para recomponer los corazones rotos. “La realidad de las cosas / no suele cambiar de un día para otro”, pero a base de detalles crearemos un hogar en el mundo cada vez más amplio, hasta hacer del mundo un hogar. Recuerdo una historia de cigüeñas: una pareja hizo un nido en lo alto de un campanario, les gustaba ir lejos a cazar ratones y culebras, sapos y pasear y volar sin parar. Tuvieron polluelos, y organizaron las cosas con trapos y hojas para que estuvieran a gusto, pero cuando volvían los notaban fríos, faltaba calor. Al final, tuvieron que optar por hacer un sacrificio: se arrancaron algunas plumas de las alas, y con eso hicieron un lugar acogedor. Ya no podían ir tan lejos en sus vuelos, se sentían menos libres y condicionados porque sin tantas plumas no aguantaban tanto tiempo fuera. Pero sentían gratificación al volver y encontrarse en el nido sus polluelos contentos, habían creado calor de hogar. Así la familia condiciona muchas libertades que antes podían permitirse, pero el amor que nace es lo mejor, dar la vida, aunque haya una limitación de las actividades nada es mejor que esta esclavitud del amor, es la máxima realización personal. La Sagrada Familia es la iglesia doméstica, modelo de cómo ha de ser cada familia. Al calor de Belén podemos aprender a vivir en familia, crear ese calor de hogar. Todo ello lleva a una entrega sin condiciones, como vemos en el hogar de Belén: José es la existencia en pronta disponibilidad a lo que Dios le pide, como también María, modelo de sumisión al designio divino de la salvación. Jesús se nos muestra vulnerable, muy cercano: niño. “En Belén nadie se reserva nada. Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos, ni de mi dinero. Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad, que es la Redención”, decía san Josemaría Escrivá. Ese servicio es fuente de alegría. La felicidad viene cuando buscamos la de los demás. Esto da energías, entusiasmo para mirar siempre adelante, para no hundirse ante los fracasos, que nos hacen más humildes, una determinación para no desfallecer pues no estamos solos.
Aún no podido estar en Belén, donde se levanta la Basílica de la Natividad. Allí se dio el momento más sublime de la historia: “Sublime gracia, dulce son, a un infeliz salvó; / perdido andaba y me halló, su luz me rescató. // La gracia me enseñó a vencer, mis dudas ahuyentó. / ¡Qué gozo siento en mi ser! Mi vida sí cambió. // Peligros, luchas y aflicción los he tenido aquí; / la gracia siempre me libró y me guiará feliz. // Y cuando esté por siglos mil brillando como el sol, / yo cantaré por siempre allí la historia de su amor”. Celebramos Navidad, el momento mágico, según cuenta P-J. Ynaraja, cuando “el matrimonio joven ha llegado al lugar. El decorado de la estancia sería muy diferente al actual, afortunadamente. A la maravillosa pareja le proporcionaron una estancia donde pudiera la mujer dar a luz a su Hijo, con la dignidad e intimidad que el parto requería. Según antiguas leyendas, José, aturdido por lo que le venía encima, salió a buscar alguna comadrona del lugar, que acompañara y asistiera a su Esposa en aquel sublime momento. Según estas leyendas, el momento del nacimiento, como aquel de la Anunciación, le llegó a la Virgen María estando sola. Cuando entró el marido, acompañado de dos buenas mujeres, el niño, su Niño, nuestro Niño, ya había nacido”. Del momento del nacimiento no sabemos nada, hay una nube de misterioso silencio sobre las circunstancias y la tensión emocional del momento. Sólo que María “depositó a la Criatura en un pesebre adosado a la pared. Reposó. A semejanza de Dios que en acabando la Creación inventó el Séptimo Día, la pausa de este momento fue un domingo pequeñito. Fiesta, felicidad total. Hoy mucha gente solo conoce los sucedáneos que se le ofrecen, de los que goza de momento, pero que, a la larga, le dejan insatisfecho… En la actualidad hemos olvidado el Misterio que nos proporciona felicidad, hemos descentrado el gozo. Nuestro espíritu chirría en ausencia vivencial de este tesoro y nos dejamos ahogar por un montón de inventos que saboreamos un momento para después, si para algo sirven, es para aumentar el Producto Interior Bruto y hacer mas pesada la cuesta de enero.
Si sufrimos esta carencia de felicidad es a causa de nuestra prepotencia, la de nuestra sociedad opulenta. Nos falta ingenuidad, debido, entre otras cosas, a tantos cacharritos que poseemos, cargados de teclas y memorias. Somos ricos y el peso de la fortuna ahoga nuestra buena oxigenación espiritual”. Hoy queremos salir de estas esclavitudes y condicionamientos, y con la imaginación, vestidos de pobres pastores queremos “escuchad el primer villancico que en el universo se oyó, interpretado por los ángeles. Escuchadlo y aplaudidlo, tarareándolo en vuestro interior, para que gocéis un poco de la Paz de esta noche y la podáis contagiar mañana a vuestro entorno…
En muchos otros países, uno ya no puede estar seguro del significado de la familia, pues, uno es el que le da el diccionario, otro la Iglesia y, con frecuencia, diferente resulta ser el que le da la legislación. En segundo lugar, no hay que olvidar, que en muchos de estos núcleos llamados familiares, nadie invita a Jesús a sus celebraciones, nadie le invoca en ellas”. Los villancicos hablan de “peces que brinquen y bailen en el río” o de “demonios que les han cortado la cola, si alguna vez la tuvieron”. Todo ello es una manera popular de entrar en el pesebre, de hacernos pequeños, de entender que “lo fundamental del misterio, empezó en la celebración del 25 de marzo. Dios, nuestro Dios, no una concepción cualquiera intuida por los genios más excelsos o expresada por los artistas más sublimes, decidió ocupar la Tierra, hacerse presente en la Humanidad, compartir con ella, dialogar. Ya era Él diálogo interior, amor entrañable, belleza excelsa, verdad suprema… Quería salir de sí, para enriquecer, permaneciendo en sí, conservando su coherencia, eternidad y riqueza ontológica. Consecuencia de ello sería que, comunicándose, iluminaría primero y atraería después, hasta integrar, sin perder la individualidad, a todos los que le aceptasen en su seno”. Y Jesús quiso tener una familia, para vivir el amor y la humanidad, para ofrecernos su amistad, para ser nuestro vecino, conciudadano y amigo. “A los que le reconocemos y le amamos nos reconoce Él como sus hijos, sin que hayamos salido de ninguna generación biológica, por simple y gratuita decisión suya, por simple amor, que lo es de tal categoría, que hemos de cambiarle el nombre y, para no confundirnos, llamarlo Caridad.
Solo al final, cuando su llegada al mundo no sea para salvarlo, como cuando llegó a Belén, sino en el encuentro final, en el que toda injusticia será descubierta y juzgada, toda generosidad valorada, todo amor será canjeado por felicidad, solo entonces, sabremos lo que ha representado para la historia humana la Navidad, la eterna y la que tratamos de celebrar con honestidad, cada año”. El mensaje en Navidad no puede ser otro que éste: Alegría, alegría, alegría. Alegría en familia:
“• Alegría para los niños que acaban de nacer, y para los ancianos que en estos días se preguntan si llegarán a las navidades del año que viene.
• Alegría para los que tienen esperanza y para los que ya la han perdido.
• Alegría para los abandonados por todos y para las monjas de clausura que estas noches bailarán como si se hubieran vuelto repentinamente locas.
• Alegría para las madres de familia que en estos días estarán más cansadas de lo habitual y para esos hombres que a lo mejor en estos días se olvidan un poquito de ganar dinero y descubren que hay cosas mejores en el mundo.
• ¡Alegría, alegría para todos!
• Alegría, porque Dios se ha vuelto loco y ha plantado su tienda en medio de nosotros.
• Alegría, porque Él, en Navidad, trae alegría suficiente para todos”.
Hay gente que se pone triste, les falta ese ambiente de familia, para ellos hemos de ser nosotros la familia: “La Navidad es el tiempo de la ternura y la familia y, desgraciadamente, todos los que tenemos una cierta edad, vemos cómo en estos días sube a los recuerdos la imagen de los seres queridos que se fueron. Uno recuerda las navidades que pasó con sus padres, con sus hermanos, con los que se fueron, y parece que dolieran más esos huecos que hay en la mesa familiar.
Sin embargo, creo que mirando la Navidad con ojos cristianos son infinitamente más las razones para la alegría que esos rastros de tristeza que se nos meten por las rendijas del corazón. Por de pronto en Navidad descubrimos más que en otras épocas del año que Dios nos ama.
La verdad es que para descubrir ese amor de Dios hacia nosotros en cualquier fecha del año basta con tener los ojos limpios y el corazón abierto. Pero también es verdad que en Navidad el amor de Dios se vuelve tan apabullante que haría falta muchísima ceguera para no descubrirlo. Y es que en Navidad Dios deja la inmensidad de su gloria y se hace bebé para estar cerca de nosotros.
Se ha dicho que los hombres podemos admirar y adorar las cosas grandes, pero que amarlas, lo que se dice amarlas, sólo podemos amar aquello que podemos abrazar. Por eso al Dios de los cielos podemos adorarle, al pequeño Dios de Belén nos es fácil amarle, porque nos muestra lo mejor que Dios tiene, su pequeñez, su capacidad de hacerse pequeño por amor a los pequeños.
Y éste sí que es un motivo de alegría: un Dios hermano nuestro, un Dios digerible, un Dios vuelto calderilla, un hermoso tipo de Dios que los hombres nunca hubiéramos podido imaginar si Él mismo no nos lo hubiera revelado y descubierto. Y si en Navidad descubrimos que Dios nos ama y que podemos amarle, podemos también descubrir cómo podemos amarnos los unos a los otros.
Lo mejor de la Navidad es que en esos días todos nos volvemos un poco niños y, consiguientemente, se nos limpian a todos los ojos. Durante el resto del año todos miramos con los ojos cubiertos por las telarañas del egoísmo. Nuestros prójimos se vuelven nuestros competidores. Y vemos en ellos, no al hermano, sino al enemigo potencial o real.
Pero ¿quién es capaz de odiar en Navidad? Habría que tener muy corrompido el corazón para hacerlo. La Navidad nos achica, nos quita nuestras falsas importancias y, por lo mismo, nos acerca a los demás. ¿Y qué mayor alegría que redescubrir juntos la fraternidad?”
Por tanto, nada de nostalgias, de mirar atrás. Es momento de contemplar el presente. Como indica la segunda lectura (Col 3, 12-21) es momento de amar a los miembros de la familia, y ganarse así el beneplácito y el perdón del Señor. “Descubran que a su lado hay gente que les ama y que necesita su amor. Si lo hacen, el amor de Dios no será inútil. Y también en sus corazones será Navidad”.
Jesús ya está ahí puesto en el pesebre, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto. Lucas habla de un “encuentro”, de un encuentro de los pastores con Jesús. Indica M. Valls que “sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).
Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.
Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.
María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!”
También contemplamos a José, el que sigue a Dios hasta en sueños, el que aprende a moverse en los planes divinos, el hombre de la paciencia. A él pedimos visión sobrenatural, la paz que expresaba Santa Teresa de Jesús: "Nada te turbe, / nada te espante. / Todo se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia todo lo alcanza. / Quien a Dios, tiene nada le falta, / sólo Dios basta" (Poesías, 30). José es modelo de vida interior, él nos indica como tratar con confianza a Jesús, pues como la Santísima Virgen y él nadie lo supo hacer. Él recuerda las palabras de la Escritura, que se hacen vivas en su corazón: "El mismo Señor os dará una señal. He aquí que concebirá una Virgen y dará a luz a un Hijo, y será llamado Emmanuel, que significa Dios con nosotros." (Is 7, 10-14). "Al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa, y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús." Él puso el nombre a “Jesús”, que significa "Salvador". En ese nombre se resumen los profetizados sobre el Mesías en el Antiguo Testamento: el Admirable, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de la paz, el Emmanuel (Dios con nosotros). La Sagrada Familia es escuela de oración: podemos imaginarnos cómo hablaría la Virgen al Niño, cómo lo tendría en brazos san José para hacerle dormir.
María y José nos muestran a Jesús en el pesebre. También nosotros hemos de hacer ver a Jesús. Para ello, nos puede servir la petición del Cardenal Newman: “Que cuando miren ya no me vean a mí, sino a Ti solo, Señor. Permanece en mí. Así empezaré a resplandecer con tu mismo reflejo. Que de tal suerte resplandezca que me convierta en luz para los demás. La luz, oh Señor, vendrá toda de Ti. Ni el rayo más leve será mío. Tú serás quien por mi medio resplandecerás para los demás. Que te alabe de la suerte que a Ti más te agrada, resplandeciendo para cuantos me rodean. Que te predique sin predicarte, no de palabra, sino con mi ejemplo, con la fuerza cautivante y con el influjo arrollador de lo que haga, con la evidente plenitud del amor que mi corazón siente por Ti. Amén..."
En el silencio de la noche santa, José pensaría en su hijo, “hijo de David, hijo de Abrahán”, y la genealogía: “Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró a Farés y a Zara de Tamar”, pensaría en esta historia que no se detiene, que es como un universo que gira alrededor del pesebre, del gran evento que acababa de suceder, el nacimiento de Jesús, que todo giraba alrededor de esa pequeña familia, que era el instrumento divino para criar al Salvador: “Miles de hombres andando por el sendero de la vida. Luchan, se afanan, ríen y lloran, viven y mueren. Unos suceden a otros. La historia no se detiene. Famosos, desconocidos, héroes, cobardes, niños, ancianos, gente con distinta suerte, que deambula por el mundo. La mayoría no se conoce. Los nombres se olvidan, el tiempo pasa. Millones y millones de pisadas sobre la tierra, dirigiéndose hacia algún lugar en busca de la felicidad –rezaba así J. Torras-. Yo soy uno de ésos. También piso esta tierra y voy hacia algún lugar. Cada hombre es único e irrepetible. Tú, mi Dios, te has entregado por cada mujer y hombre. Amas a cada uno como si fuera el único. A Ti te da igual que sea rico o pobre, famoso o ignorado, sólo miras la grandeza de su corazón, su generosidad, la fuerza en su caminar. Corresponder a tu amor es lo que hace grande a la gente. Imitar tu vida, pisar donde Tú pisaste. Quitar lo que pueda desdibujar tus huellas, lo que te ofende”. Entrar en el decorado del pesebre, en la genealogía de la salvación, que es la que cuenta, ésta es la lucha que da vida, que pedía aquel santo: "Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de Ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a Ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a Ti." (S. Nicolás de Flüe, oración). Y vale la pena ir más hondo en el amor, a imagen del amor que se respira en la Sagrada Familia, siguiendo las pisadas de Jesús, María y José en el servicio, en ser instrumentos de Dios: "De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes" (Camino, 755).
José pensaba en el sufrimiento más grande que había tenido en su vida, cuando pensó dejar a María al estar ella embarazada, como narra Mateo (1, 18-24): "José su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto." Ahora está feliz, penando en ella: "María la más hermosa, niña de mis ojos, mi reina y señora. Myriam, flor entre las flores, la más dulce, la mejor. Eres la ilusión de mi vida, el sol que me alumbra, la dueña de mi corazón, María, Myriam, niña mía…" Agradece a Dios no haber tenido que hacer el sacrificio. Cuando estaba para descargar, como Abraham el cuchillo, pero esta vez en su corazón, cuando pensaba apartarse, cosa que era para él peor que tener lepra, ceguera u otra enfermedad, quizá hubiera preferido la muerte... él seguía confiando, y Dios paró la mano, el cuchillo, la decisión. El ángel le habló en sueños… ahora le vuelve a hablar: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel». Juntos para siempre, aunque tengan que ir aquí para allá, esto es secundario. Lo importante es estar unidos en el amor de familia. La familia es y será siempre necesaria, también para Jesús, y Él sólo tiene lo imprescindible: ni casa, ni un lugar para dormir, pero tiene familia. Juan Pablo II nos lo recordaba en su exhortación Ecclesia in Europa: «La Iglesia ha de proponer con fidelidad la verdad sobre el matrimonio y la familia. Es una necesidad que siente de manera apremiante, porque sabe que dicha tarea le compete por la misión evangelizadora que su Esposo y Señor le ha confiado y que hoy se plantea con especial urgencia. El valor de la indisolubilidad matrimonial se tergiversa cada vez más; se reclaman formas de reconocimiento legal de las convivencias de hecho, equiparándolas al matrimonio legítimo...».
«Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). Como recordaba J. Mateo, “Herodes ataca de nuevo, pero no temamos, porque la ayuda de Dios no nos faltará. ¡Vayamos a Nazareth! Redescubramos la verdad de la familia y de la vida. Vivámosla gozosamente y anunciémosla a nuestros hermanos sedientos de luz y esperanza. El Papa nos convoca a ello: «Es preciso reafirmar dichas instituciones [el matrimonio y la familia] como provenientes de la voluntad de Dios. Además es necesario servir al Evangelio de la vida».
De nuevo, «el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel’» (Mt 2,19-20). ¡El retorno de Egipto es inminente!”. Llucià Pou Sabaté
Natividad del Señor, 25 de diciembre, Misa del día: hemos de hacernos pequeños, entrar en el Portal, nacer de nuevo…
Natividad del Señor, 25 de diciembre, Misa del día: hemos de hacernos pequeños, entrar en el Portal, nacer de nuevo…
Lectura del Profeta Isaías 52,7-10: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Salmo 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6: R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo; el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad.
Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor.
Lectura de la carta a los Hebreos 1,1-6: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios»
Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,1-18 (el texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad). En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.]
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella,y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: -Este es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]
Comentario: 1. Is 52. 7-10: el poema trata del pueblo deportado, centrándose, en primer lugar, en que éste no puede considerar su actual situación como definitiva. El pueblo, pues, clama a Dios (que parece estar dormido), exigiendo su intervención como en el pasado. El Señor responde infundiendo confianza: él es el omnipotente, el consolador que viene con la liberación. En segundo lugar, el Señor, no obstante, recuerda la desolación en que quedó sumida la ciudad. Jerusalén es la mujer desolada porque sus hijos o han muerto o han marchado al destierro. Pero ahora comienza una nueva etapa: Dios retira la copa de su ira y la pone en los labios de los opresores, porque abusaron de su poder. En tercer lugar, el Señor hace despertar de su letargo a Jerusalén. Se invita a la pobre mujer, a despojarse de sus trajes de luto y a vestirse de gala, porque empieza la liberación. La derrota de Jerusalén fue mal interpretada por los vencedores, creyendo que Dios era incapaz de proteger a su pueblo. En este contexto se insertan los versos que hoy se proclaman. La buena noticia de la salvación se conoce en seguida en Jerusalén.
En un bello sueño poético, Isaías II presenta el final del exilio. La caravana ha partido de Mesopotamia, y el poeta hace ver el momento tan ansiado de la llegada del mensajero, que ya está atravesando las colinas del norte de la ciudad. Una nueva era de paz y libertad comienza: el mensajero trae la buena noticia de la liberación de Israel. A este anuncio se unen los gritos de los vigías que custodian las ruinas de la ciudad. La intervención de Dios no puede dejar a nadie indiferente. Su victoria debe alcanzar a todos los confines de la tierra (“Eucaristía 1989”). Las desgracias han sido un camino hacia la purificación. Hay que despabilar, despertar del mal sueño de la tristeza. Se convertirá de nuevo en la casa de la «presencia esplendorosa» ( = kabod, doxa) del Señor. Y es que el Señor está a punto de llegar. Hay que preparar el camino pues «el Señor está cerca", «vuestro Dios es rey» (40,9-10). El grito lo repiten ahora los centinelas que custodian las murallas semiderruidas de Jerusalén: "Qué hermosos son los pies del heraldo que anuncia la paz" (52,7), de aquel que anuncia la irrupción del reino de Dios. Es hora de despertarse porque el Señor está cerca (“La Biblia día a día”).
Desde el país de exilio, de monte en monte, un mensajero va transmitiendo la voz, el gran anuncio. Este anuncio se sintetiza en: la "paz", que es la plenitud de todos los bienes; la "buena nueva" (en griego, "evangelio"), que es lo que uno tiene ganas de oír para ser feliz, la noticia más esperada; la "victoria", que es la liberación de toda opresión; y finalmente, lo que es la causa de todo: que "tu Dios es rey", él es el que conduce la historia a favor de su pueblo. Escuchar este mensaje es una gran alegría, y lo es más aún cuando los centinelas de la ciudad devastada también se unen a él: el retorno de los exiliados que ya se ven llegar significa que realmente, definitivamente, el Señor vuelve a estar presente en su ciudad. Ver el retorno es ver cara a cara al Señor mismo que vuelve (J. Lligadas).
2. El salmo proclama la Resurrección del Señor, el Reino de Yahwé, a la vista de la plenitud de la revelación: se trata de la victoria de Cristo, autor de nuestra Redención, manifestada en su Misterio Pascual. Su diestra le ha dado la victoria: es decir, para salvarnos por medio de su Muerte y Resurrección, el Señor no necesitó ayuda extraña (s. Hilario). Y esas maravillas de las que habla el salmo -comenta Jerónimo- responden a aquellas otras del Antiguo Testamento. De un modo semejante a como Eliseo (4 Reg 4: 34 ss) se contrajo al postrarse sobre el cadáver del hijo de la viuda -ojos sobre ojos, manos sobre manos, ...- para resucitarle, así también el Señor ha asumido la forma de hombre y se ha contraído para constituirnos en hijos de la Resurrección.
Tanto la Liturgia como la tradición cristiana nos invitan a alabar con un cántico nuevo (v. 1) al Niño de Belén, en quien se manifiesta el amor de Dios Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La alabanza a Cristo, aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto de la alegría que suscita su Nacimiento en un corazón admirado y agradecido de sentirse salvado por su Señor, que aparece en la verdad de nuestra misma carne. En un famoso himno navideño de Sedulio (+450), se recogen estas palabras: "No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre."
Venidos desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. Una colecta de la liturgia de Adviento sirve para convertir en oración estos sentimientos: "Suban, Señor, a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
“Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel” (v. 3). Este versículo, que podría haber inspirado -quizá- el Magníficat, nos sugiere meditar en los sentimientos de María en la Resurrección de su Hijo: "Fuerte en la fe, contempló de antemano el día de la luz y de la vida, en el que, desvanecida la noche de la muerte, el mundo entero saltaría de gozo y la Iglesia naciente, al ver de nuevo a su Señor inmortal, se alegraría entusiasmada" (Colecta de una Misa de la Virgen; cf. Félix Arocena).
El sentido original de los salmos es aquel querido y orado por el pueblo de Israel. Este es un "salmo del reino": una vez al año, en la fiesta de las Tiendas (que recordaban los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto), Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían "tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación". Originalmente, grito de guerra del tiempo en que Yahveh, al frente de los ejércitos de Israel, los conducía a la victoria... Ahora, regocijo general, gritos de alegría, mientras resonaban las trompetas, los roncos sonidos de los cuernos, y los aplausos de la muchedumbre exaltada. ¿Por qué tanta alegría? Seis verbos lo indican: ¡seis "acciones" de Dios! Cinco de ellas están en "pasado" (o más exactamente en "acabado": porque el hebreo no tiene sino dos tiempos de conjugación para los verbos, "el acabado", y el "no acabado"). "El ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"... "Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado", que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada): "El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"... Observemos la audaz "universalidad" de este pensamiento de Israel. La salvación (justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de Israel... está, efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El Dios que aclama como su único Rey, será un día el rey que gobernará la humanidad entera. Entonces será poca la potencia de nuestros gritos! ¡Será poca toda la naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para "cantar su alegría y aplaudir"!
Lo curioso es que según investigaciones serias, el nacimiento de Jesús coincide con el 25 de diciembre y con esta fiesta del Templo descrita en el párrafo anterior, al que se refiere el Salmo, según cuenta Ratzinger en una meditación sobre el buey y la mula: “Por Navidades nos deseamos de corazón que, en medio del ajetreo en que vivimos actualmente, este tiempo festivo nos regale un poco de contemplación y de alegría, contacto con la bondad de nuestro Dios y, así, nuevos ánimos para seguir adelante. Es por eso que, al comienzo de esta breve reflexión sobre lo que la fiesta de Navidad es capaz de decirnos hoy a nosotros, puede resultarnos útil examinar brevemente el origen de la celebración de Navidad.
El calendario festivo de la Iglesia no se ha desarrollado primero en atención a la Natividad de Jesús sino a partir de la fe en su resurrección. La fiesta primordial de la cristiandad no es, pues, la Navidad, sino la Pascua. En efecto, sólo la resurrección ha fundado la fe cristiana y ha dado origen a la Iglesia. Por eso, ya Ignacio de Antioquía (muerto a más tardar en el año 117 d. C.) designa a los cristianos como aquellos que «no observan ya el sábado, sino que viven según el día del Señor». Ser cristianos significa vivir de forma pascual, basados en la resurrección, la misma que se celebra en la fiesta semanal de Pascua, es decir, el domingo. Quien por primera vez esta bleció que Jesús nació el 25 de diciembre fue con certeza Hipólito de Roma en su comentario al libro de Daniel, escrito aproximadamente en el año 204 d. C. Bo Reicke, exégeta que desarrolló años atrás su actividad académica en Basilea, señaló además el calendario festivo en base al cual en el Evangelio de san Lucas se establece una relación recíproca entre los relatos acerca del nacimiento de Juan el Bautista y aquellos que versan sobre el de Jesús. De allí se seguiría que ya san Lucas presupone en su Evangelio como fecha del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Ese día se celebraba en aquel tiempo la fiesta de la consagración del templo, instituida por Judas Macabeo en el año 164 a. C. Así, la fecha del nacimiento de Jesús significaría al mismo tiempo que, con él, que amaneció como la luz de Dios en la noche invernal, aconteció verdaderamente una consagración del templo: la llegada de Dios a esta tierra (hasta ahora, esta importante investigación ha tenido poco eco en la investigación litúrgica).
La Navidad de Francisco de Asís: Comoquiera que sea, la fiesta de Navidad sólo adquirió su forma definida en la cristiandad a partir del siglo IV, cuando desplazó a la fiesta romana del sol invicto y enseñó a entender el nacimiento de Cristo como la victoria de la Luz verdadera. El hecho de que, en esta refundición de una fiesta pagana en una solemnidad cristiana, se asumiera no obstante una antigua tradición judeo-cristiana es algo que ha quedado claro a través de las observaciones realizadas por Bo Reicke.
Sin embargo, esa especial calidez humana que en la Navidad nos toca tanto que ha llegado a superar ampliamente la Pascua en el corazón de la cristiandad sólo se desarrolló en la Edad Media. Fue Francisco de Asís el que, a partir de su profundo amor al hombre Jesús, al Dios-con-nosotros, contribuyó a desarrollar esta nueva visión. Su primer biógrafo, Tomás de Celano, narra en su segunda biografía lo siguiente: «Con preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús,- la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre huma¬na. Representaba en su mente imágenes del niño, que besaba con avidez,- y la compasión hacia el niño, que había penetrado en su corazón, le hacía incluso balbucir palabras de ternura al modo de los niños. Y era este nombre para él como miel y panal en la boca».''
De este espíritu provino después la famosa celebración de Navidad en Greccio, a la que Francisco se sintió impulsado probablemente por su visita a Tierra Santa y al pesebre de Santa María Maggiore, en Roma. Lo que motivaba a Francisco era el anhelo de cercanía, de realidad, el deseo de tener una vivencia muy presente de Belén, de experimentar de forma inmediata la alegría del nacimiento del Niño Jesús y de comunicar esa alegría a todos sus amigos.
A esa celebración nocturna del pesebre se refiere Celano en la primera biografía de Francisco de una manera que ha conmovido siempre de nuevo a los hombres y que, al mismo tiempo, ha contribuido decisivamente a que se desarrollara la costumbre navideña más hermosa: la de montar «pesebres», «belenes» o «nacimientos». Con toda razón podemos decir que la noche de Greccio regaló a la cristiandad la fiesta de Navidad de una forma totalmente nueva, de modo que la afirmación propia de esta fiesta, su especial calidez y humanidad, la humanidad de nuestro Dios, se comunicó a las almas y dio a la fe una dimensión nueva. La fiesta de la resurrección había orientado nuestra mirada hacia el poder de Dios que vence a la muerte y nos enseña a poner nuestras esperanzas en el mundo futuro. Pero ahora se hacía visible el amor indefenso de Dios, su humildad y su bondad, que se exponen a nosotros en medio de este mundo y nos quieren enseñar en su propia manifestación una nueva forma de vivir y de amar. Tal vez sea útil detenernos aquí por un momento más y preguntarnos: ¿dónde queda Grec-cio, esa aldea que adquirió una importancia tan especial y propia para la historia de la fe? Es una pequeña localidad en el valle de Rieti, en Umbría, no demasiado alejada de Roma en dirección hacia el noreste. Lagos y montañas confieren a esa comarca un encanto especial y una silenciosa belleza que sigue inspirando emoción todavía hoy, especialmente porque casi no se ha visto afectada por el ajetreo del turismo. El convento de Greccio, situado a 638 metros de altura, ha conservado algo de la sencillez de los orígenes: ha seguido siendo siempre modesto como la aldea que se encuentra a sus pies,- el bosque lo rodea como en tiempos del Poverello e invita a quedarse y a contemplar. Celano dice sobre Greccio que Francisco amaba especialmente a los habitantes del paraje por su pobreza y sencillez, que iba a menudo a Greccio para tomarse un descanso, atraído entre otras cosas por una celda de extrema pobreza y apartamiento, en la que podía dedicarse sin ser molestado a la contemplación de las cosas del cielo. Pobreza, sencillez, silencio de los hombres y habla de la creación: tales eran al parecer las impresiones que se relacionaban con ese lugar para el santo de Asís. De ese modo, Greccio pudo convertirse en su Belén e inscribir nuevamente el misterio de Belén en la geografía de las almas.
Pero regresemos a la Navidad de 1223. El terreno en Greccio había sido puesto a disposición del Pobre de Asís por un noble llamado Juan, de quien Celano narra que, a pesar de su gran alcurnia e importante posición, «despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu». Por eso lo amaba Francisco.
De ese Juan dice Celano que, esa noche, le fue concedida una visión maravillosa. Vio recostado y exánime en el pesebre a un niño que se despertó por la cercanía de san Francisco. El autor agrega: «No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados»."
En esa imagen está descrita con toda exactitud la nueva dimensión que Francisco ha regalado a la fiesta de Navidad con su fe, que penetra el corazón y los sentimientos: el descubrimiento de la revelación de Dios contenida precisamente en el Niño Jesús. Justamente así se hizo Dios verdaderamente «Emanuel», Dios con nosotros, de quien no nos separa barrera alguna de alteza o lejanía,- como niño se nos ha hecho tan cercano que, sin temor, podemos tutearlo, tratarlo de tú en la inmediatez del acceso al corazón de niño.
En el Niño Jesús se manifiesta de la forma más patente la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transformar desde dentro. Si acaso hay algo que puede vencer al hombre, su arrogancia, su violencia y su codicia, es la indefensión del niño. Dios la asumió para sí a fin de vencernos y conducirnos así a nosotros mismos.
No olvidemos aquí que el título de mayor dignidad de Jesucristo es el de «Hijo», Hijo de Dios. La dignidad divina se menciona con una palabra que designa a Jesús corno niño perenne. Su infantilidad se encuentra en una singularísima correspondencia con su divinidad, que es la divinidad del «Hijo». Así, su condición de niño es una indicación del camino por el cual podemos llegar a Dios, a la divinización. Desde allí deben entenderse sus palabras: «Si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3).
Quien no haya entendido el misterio de la Navidad no ha entendido lo decisivo de la condición cristiana. Quien no lo haya aceptado, no puede entrar en el reino de los cielos: eso es lo que Francisco quería traer de nuevo a la memoria de la cristiandad de su tiempo y de todo tiempo futuro.
El buey y el asno conocen a su Señor: Respondiendo a la indicación de san Francisco, en la cueva de Greccio estaban en la Nochebuena el buey y el asno. Francisco había dicho al noble Juan: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno».
A partir de entonces, el buey y el asno (la mula, diríamos aquí) forman parte de toda representación del nacimiento. Pero ¿de dónde provienen el buey y la mula? Bien es sabido que las historias de Navidad del Nuevo Testamento no hacen referencia alguna a ellos. Si investigamos la cuestión, llegaremos a un asunto importante tanto para las costumbres navideñas en su conjunto como, en general, para toda la piedad navideña y pascual de la Iglesia en la liturgia y en los usos populares.
El buey y la mula no son un mero producto de la imaginación piadosa, sino que se han convertido en acompañantes del acontecimiento de la Navidad en virtud de la fe de la Iglesia en la uni¬dad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En efecto, en Isaías 1,3 dice: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende».
Los Padres de la Iglesia vieron en esas palabras un discurso profético que preanuncia el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia formada por judíos y gentiles. Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su Señor.
En las representaciones medievales de la Navidad llama siempre la atención que las dos bestias tienen rostros casi humanos al encontrarse e inclinarse con reconocimiento y veneración ante el misterio del Niño. Era lógico, pues ambos animales fueron considerados como la cifra profética detrás de la cual se esconde el misterio de la Iglesia -nuestro misterio, el de quienes somos frente al Eterno como bueyes y asnos a los que en la Nochebuena se les abren los ojos de modo que reconocen en el pesebre a su Señor-.
¿Quién lo reconoció y quién no? Pero ¿lo reconocemos realmente? Al colocar en el pesebre las figuras del buey y del asno tiene que venirnos a la memoria toda la frase de Isaías, que no es sólo un «evangelio» -promesa de conocimiento futuro- sino también juicio sobre la ceguera presente. El buey y el asno conocen, pero «Israel no conoce, mi pueblo no entiende».
¿Quiénes son hoy buey y asno, quiénes «mi pueblo», que no entiende? ¿En qué se reconoce al buey y al asno, en qué a «mi pueblo»? ¿Y por qué se da que la ausencia de razón alcanza conocimiento y la razón es ciega?
Para encontrar una respuesta tenemos que remontarnos una vez más, junto con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad. ¿Quiénes fueron los que no reconocieron al Señor? ¿Y quiénes lo conocieron? ¿Y por qué se dieron así las cosas?
El que no lo reconoció fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt 2,3). La que no lo reconoció fue «toda Jerusalén con él» (ibídem). Los que no lo reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11,8), la gente fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt 2,6).
Los que sí lo reconocieron —a diferencia de toda esa gente de renombre- fueron «el buey y el asno»: los pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno.
Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del establo porque somos demasiado finos y sesudos para estar en él? ¿No nos enredamos también nosotros en interpretaciones eruditas de la Biblia, en demostrar la inautenticidad o autenticidad del lugar histórico, al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y no captar nada de él? ¿No estamos también nosotros demasiado en «Jerusalén», en el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?
Así pues, esta noche los rostros del buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende; ¿entiendes tú la voz de tu Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedemos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20), narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: «todos retornaron a sus casas colmados de alegría»”.
El tercer Domingo de Adviento hemos cantado un canto de Isaías, que proclama los mismos temas y que pudo inspirar este salmo 97: "Dios es quien me salva, tengo confianza, no temo. El Señor es mi refugio y mi fuerza. El es mi salvador. Dad gracias al Señor e invocad su nombre, anunciad a los pueblos las maravillas que El ha hecho: Recordadles que su nombre es sublime. Cantad al Señor. Porque ha hecho maravillas conocidas en toda la tierra. Exultad, dad gritos de alegría: Dios está en medio de vosotros" (Isaías 12). ¡La "venida" de Dios! Israel no podía ni mucho menos adivinar hasta qué punto esto sería cierto. Lo que celebra este canto, es realmente la Navidad, la venida del Hijo de Dios en persona: este salmo 97 se utiliza en la Misa del día de Navidad... Y en la Misa de media noche, encontramos un salmo que tiene exactamente el mismo sentido (salmo 95). ¡La revelación del amor-fiel de Dios! La Encarnación del Verbo es el acontecimiento histórico que hace visible, que "levanta el velo" (significado de la palabra revelar) del amor que Dios tiene a Israel, y que extiende a todos los pueblos, en Jesús. ¡La "Nueva Alianza", la "Nueva Liberación"! Hay que cantar un "canto nuevo, porque Dios renueva su Alianza: la celebración de la "venida" de Dios es un "signo", un "sacramento" que realiza lo que significa. Cuando se aclama a Dios como Rey, no se le confiere la realeza (El lo es desde siempre), sin embargo se "actualiza" esta "realeza" se "urge la venida del reino escatológico". Festejar la Navidad, es en un sentido real, sacramental, "hacer que Dios venga hoy". "¡La salvación que tú preparaste ante todos los pueblos!" Así se expresa Simeón en su canto de alabanza (Lucas 2,30) "Atraeré hacia mí a todos los hombres" (Grita Jesús en proximidad de la Pascua). (Juan 12,32). "¡Jesús había de morir por el pueblo de Israel, y no solamente por él, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos!" En expresión de San Juan (11,52). Y esta visión universal, realizada en Cristo, era anunciada en la esperanza de todo un pueblo, que se atrevía a convidar a "toda la tierra", "todas las naciones", "todos los habitantes del mundo" a su propio "Terouah". ¡Una fiesta mundial! ¡Vamos hacia una fiesta en que todos los hombres estarán felices y cantarán todos juntos, el mismo día, el mismo Dios, el mismo amor que los habrá salvado ¡Salvado! Me imagino a Jesús recitando este salmo... Lo recito con El...
Escuchemos a Paul Claudel, que vive a su manera este salmo: "¿Qué canto, oh Dios mío, podemos inventar al compás de nuestro asombro? El ha roto todos los velos. Se ha mostrado. Se ha manifestado tal como es a todo el mundo. La misma caridad, la misma verdad, todo semejante, a lo que quiso con Israel, ¡helo aquí, doquier, brillando a los ojos de todo el mundo! ¡Tierra, estremécete! ¡Que oiga en tus profundidades el grito de todo un pueblo que canta y que llora y que patalea! ¡Adelante, todos los instrumentos! ¡Adelante la cítara y el salmo! ¡Adelante, la trompeta en pleno día con sonido claro, y esta trompeta, la otra, muy bajo, como un hormigueo de trompetas que yo creía escuchar durante la noche! ¡Adelante el mar, para sumirme! ¡Adelante, la redondez de la tierra como un canasto que se sacude! ¡Ríos, aplaudid, y que se alisten las montañas, porque ha llegado el momento en que Dios va a "juzgar" a la tierra! ¡Ha llegado el día del rayo del sol, y de la radiante nivelación de la justicia!".
¡La "justicia"! ¡Un mundo gobernado "según Dios"! ¡Está por venir! ¡Un mundo gobernado según el amor! Está por venir, Dios viene. El Reino de Dios ha comenzado... (Nole Quesson). De ahí el tono del salmo, de experiencia gozosa, de una alegría que produce la actuación salvadora de Dios: el salmista siente admiración, entusiasmo y gratitud por este Dios tan excelso, tan providente, y por esto brota de su corazón la más sincera alabanza. La fe en Dios lleva aneja la alabanza, y la alabanza proviene de la alegría. Los salmos, entre otras muchas otras cosas, nos enseñan también esta verdad y esta actitud de la alabanza gozosa, porque si el hombre alaba a Dios lo hace movido por un corazón admirado y agradecido, inundado de alegría por sentirse amado, salvado y protegido por su Dios. Y esta corriente de exultación gozosa ha continuado en la vida de la Iglesia con el ejemplo de los santos y la proliferación inacabable de expresiones de alabanza: recordemos el "Te Deum", el "Cántico de las creaturas" de san Francisco de Asís. Y sobre todo, la Liturgia de la Iglesia, con su variadísima gama de alabanzas, desde la Plegaria Eucarística hasta la Liturgia de las Horas y tantas y tantas prácticas de piedad cristianas que siguen el mismo camino de alabanza y gratitud a Dios.
Así decía Juan Pablo II: “Se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (cf. v.6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva. Además del canto del coro, de hecho, se evoca el sonido melodioso de la cítara (v.5), la trompeta y el son del cuerno (v.6), así como una especie de aplauso cósmico (v.8). Además, incesantemente resuena el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v.3)... El Salmo se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (vv.1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (v.1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (v.3). Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (vv.2-3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora. La acogida reservada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza común: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (vv.5-6), participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico... En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (Cf. Rom 1,17), «se ha manifestado» (3,21). La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Salmo 97, 3), sino que la han recibido. En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada dela novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo»”.
3. Hb 1,1-6: La encarnación es una nueva revelación de la Palabra, superior a las precedentes. La palabra creadora y salvadora tiene en Cristo su centro. Creación e historia encuentran sentido en él. La palabra hecha carne se convierte en voz que suplica al Padre, en boca de nuestra naturaleza, para gritar a Dios la necesidad que el hombre tiene de salvación y redención (Pere Franquesa). La exhortación a los "Hebreos" comienza con una solemne afirmación: el Dios de nuestros padres ha hablado. Dios se manifiesta, se da a conocer por su palabra. El soplo de Dios, su Espíritu, se hace sonido. Antaño, en la voz de los profetas. Ahora, en esta etapa final, en la encarnación, muerte y exaltación de su Hijo. Esta es la palabra eterna del Padre, hecha hombre, la manifestación luminosa de la gloria del Padre y la impronta de su ser. Las distintas manera con que Dios se reveló antes se han unificado en Cristo, han llegado a plenitud en la venida de quien es mayor que cualquier profeta. Quien ve a Jesús ve a Dios. Cristo nos revela el misterio de Dios. Por eso, la entrada del Hijo en la historia de los hombres lleva los tiempos a "su plenitud". El Hijo, la suprema y definitiva manifestación de Dios al mundo, es Jesús de Nazaret. La afirmación de que él ha heredado un "nombre" superior a los ángeles introduce el tema de la primera parte de esta carta: Jesús, Hijo de Dios y hermano de los hombres (“Eucaristía 1988”).
Los "padres" son los antepasados del pueblo de Israel, es decir, las generaciones pasadas (cf 3, 8; 8,9). Los cristianos, aun los de origen pagano, están unidos al verdadero Israel por Jesús, continuador de la promesa (cf Rom 4, 16-18). El hecho de Jesús entronca al creyente con el querer salvador de Dios. La encarnación nos sitúa en la órbita de la posible conexión con Dios. La "etapa final" es el tiempo propicio, el tiempo de la intervención divina (cf Ez 38, 16; Dan 2, 28; Rom 16, 26). Este tiempo está ahora presente porque Jesús lo ha inaugurado para siempre (cf Hech 2, 17; 1 Cor 10, 11). Certeza para todo el que cree. A los profetas, denominados a veces en el AT como "servidores" (Jer 7, 25), sucede un último mensajero que es el Hijo (cf Mc 12 2-6). Para el creyente en Jesús ha dejado de tener interés cualquier "dios" que no sea el "Dios de Jesús". Así es: nuestro único camino para llegar a Dios es el del hombre Jesús, sus palabras y sus hechos, toda su vida. En el Hijo la promesa hecha a los "padres" tiene cumplimiento final. Es el descendiente privilegiado de los patriarcas (cf Gn 15, 3-4) y de David (Sal 2,8) al que se le prometió el reino universal (cf Dan 2, 44). El que Jesús sea heredero es lo que da ánimo y esperanza a los que le seguimos. Un día, efectivamente, la herencia será también cosa nuestra.
V. 3:Estas expresiones parecen inspirarse en la Sabiduría (Sab 7, 25-26). Para expresar la relación entre el Hijo y Dios, el autor escoge las palabras más fuertes. La palabra de este Jesús, cuyo nacimiento conmemoramos, es lo que sostendrá a generaciones de creyentes. El hombre define la posición de la persona y su dignidad respecto a los demás. Para definir la posición del Hijo, su intervención en la historia, el autor lo compara a los "ángeles" que, según la mentalidad del tiempo, eran los que más cerca estaban de Dios. Jesús es más que ellos ya que es Hijo, ya que contiene en sí mismo ese germen que se desarrollará plenamente el día de su exaltación. Es algo fuera de lo común el que también el creyente, por la mediación de Jesús, participe en este formidable proceso de filiación (“Eucaristía 1987”).
4. Jn 1. 1-18: El prólogo del evangelio de Jn es un himno solemne -en siete estrofas de estructura semita- al Logos, al Verbo, revelación del Padre en Cristo. En este prólogo están ya presentes los grandes temas del evangelio: el Verbo, la vida, la luz, la gloria, la verdad. Y las fuertes contraposiciones: Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Dos veces resuena la voz del testigo: Juan Bautista. Las tesis que presenta son las mismas que las del evangelio. La idea de fondo es la plenitud de la revelación que nos ha traído el Verbo. Ha salido del Padre y se ha hecho hombre. También de la Sabiduría se dice que estaba en Dios (Pr 8. 30), pero la sabiduría era una personificación literaria. La Palabra en cambio, es una persona, es Dios, es la última palabra que Dios ha pronunciado (Hb 1. 3). En la Palabra hay vida y la vida era luz. Luz que brilla en las tinieblas. La llegada de Jesús divide la historia en dos partes. Tinieblas antes de Jesús, luz después de él y nos coloca en una alternativa: ser hijos de la luz o hijos de las tinieblas. Jesús es la luz verdadera no tanto en contraste con Juan sino con el A.T. Es la luz verdadera porque en él se cumplen las promesas. La Palabra se hizo carne. Así clarifica que la revelación definitiva de Dios no es una sombra, un sueño, una ilusión sino una realidad tangible. Juan lo reafirma en el prólogo de su primera carta. Ha venido para acampar entre nosotros. Este ha sido siempre el modo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Desde la revelación en el Sinaí, Dios ha estado en medio de su pueblo. La tienda primero, el templo después, fueron los modos de presencia. Ahora esta presencia se ha hecho real y viva con la vida del hombre. La encarnación es el primer momento de esta morada de Dios entre los hombres y tendrá su realización plena en la resurrección (P. Franquesa).
El prólogo del evangelio de Juan es un himno cristiano que proviene, probablemente, de los círculos joaneos y que ha sido adaptado para servir de presentación a la narración evangélica de los diversos pasos de la Palabra encarnada. Esta Palabra viene a identificarse no sólo con Jesús, sino con la acción de Jesús. Esta personificación, con ribetes sapienciales, viene a mostrar la capacidad que tiene de dar vida y orientación a todo hombre que se acerca a ella (8, 12). De verdad que el misterio de la encarnación es, en el fondo, el misterio del hombre entero. Los judíos no han comprendido la realidad de Jesús. O lo que es igual: la antigua economía es incapaz de comprender la realidad nueva que es Jesús. Por tanto, la conclusión se impone: es preciso abandonar toda estructura que imposibilita la comprensión de Jesús. Falló el intento de querer aprisionar la luz -que es Jesús- dentro del sistema religioso judío (7,34). La Palabra de Dios, sabiduría desde siempre, se mueve dentro de la máxima libertad. Solamente el que comprende esto es capaz de construir una fe libre. La realidad de la presencia de Dios ha comenzado a incidir históricamente en los hombres con el comienzo de la vida de Jesús: este suceso constituye el momento decisivo de la historia de la salvación; lo testimonian los cristianos. La palabra "carne" designa en Juan todo lo que constituye la debilidad humana, todo lo que conduce a la muerte como limitación del hombre. La encarnación no es ninguna apariencia: por la experiencia de nuestro ser de hombres es como hemos de acercarnos a Dios, a Jesús (“Eucaristía 1989”). Desde el momento de la venida del Hijo al mundo en la debilidad de la "carne", realiza la presencia de Dios entre los hombres. El cuerpo de Jesús se convierte, por su muerte y su resurreción, en el templo de la presencia de Dios. El es la verdad y la vida de Dios hecha carne. Ama, cura, perdona. Vive y sufre como un hombre entre los hombres. Todos pueden verlo y oírlo. Todos pueden creer en él, ver su luz, beber su agua, comer su pan, participar de su plenitud de gracia y de verdad. La comunidad cristiana lee solemnemente el prólogo del evangelio de Juan en la fiesta del nacimiento del Señor. Se trata de proclamar la misericordia y fidelidad de Dios, su gracia, que se han hecho realidad en Jesús. Que Dios no actúa mediante favores pasajeros y limitados, sino con el don permanente y total del Hijo hecho hombre que se llama Jesús, el Cristo (“Eucaristía 1988”).
-Dios no es un ser lejano. Es un Dios que habla, y su Palabra es entrañablemente cercana. Se ha hecho un niño y ha nacido en Belén. Antes, durante siglos, había hablado por medio de profetas y había enviado Ángeles como mensajeros. Pero ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo. Y el Hijo es superior a todos los profetas y a los Ángeles. (Es lo que nos dice el autor de la carta a los Hebreos). Y es también lo que llena de entusiasmo a S. Juan, en el prólogo de su evangelio, la solemne página que acabamos de escuchar: la Palabra estaba junto a Dios -la palabra era Dios, y la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. La Palabra, ya lo sabemos, se llama Cristo Jesús, el hijo de Dios, que desde la primera Navidad es también hijo de los hombres. Dios nos ha dirigido su Palabra. Si entre nosotros puede tener tanta transcendencia el dirigirnos o no la palabra unos a otros, si nuestra palabra de amistad, de interés o de amor, puede significar tanto ¿qué sería esa Palabra de Dios, su propio Hijo que ha querido hacerse uno de nuestra raza y está para siempre entre nosotros? No, no es el nuestro un Dios mudo y lejano, es un Dios cercano y que nos habla y su Palabra se llama de una vez por todas Jesús. Y desde entonces siempre es Navidad porque siempre está esa Palabra de Dios dirigida vitalmente a nosotros, en señal de amistad y de alianza. Este es el misterio de la Navidad que hoy nos recuerda la liturgia y vuelve a llenarnos de alegría. Una palabra hecha persona, que es el Hijo mismo de Dios y por el cual Dios nos acepta también a nosotros como hijos. Acojamos a Cristo, el Hijo de Dios y Hermano nuestro; que no se pueda decir de nosotros lo que Juan ha dicho de los judíos: "al mudo vino y el mudo no le conoció; vino a su casa y los suyos no le recibieron". Por este Jesús, el Salvador, el mundo tiene esperanza. El futuro es siempre más prometedor que el presente. Porque él es para siempre, y sin retractación posible,. Dios con nosotros.
En la Eucaristía -que los cristianos repetimos sobre todo el domingo, el día del Señor- se nos hace presente de un modo sacramental y se nos da como alimento el mismo Jesús que nació en Belén hace veinte siglos, y el mismo Jesús que vendrá al final de los tiempos como Señor Glorioso y Juez de la historia. En cada Eucaristía entramos en comunión con Él. Cada Eucaristía es como la Navidad, la Pascua y la Venida final, condensadas para nosotros, con toda la gracia y la salvación que el Hijo de Dios ha querido traer a nuestras vidas (J. Aldazábal).
Empieza el tiempo de navidad, un nuevo "tiempo fuerte", después de las cuatro semanas de Adviento: hasta la fiesta del Bautismo del Señor, celebramos los cristianos la Manifestación del Salvador. Se tendrá que notar en el modo de la celebración: cantos, tono festivo, potenciación del Gloria cantado, etc. Sería una pena que de alguno de nosotros se tuviera que decir lo que Jn escribe en su prólogo: "vino a su casa y los suyos no le recibieron". O lo que le pasó ya muy sintomáticamente a la pareja José y María, que andaba buscando una casa para dar a luz: no tenían sitio en la posada para ellos. A veces nosotros estamos tan llenos de cosas, de problemas y de valores intrascendentes, que no tenemos sitio para Dios en nuestra vida. Y celebrar Navidad debería significar hacer sitio al amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Con todas las consecuencias. Tenemos delante ejemplos estimulantes: María y José, que acogen a su hijo. Los pastores, que corren a adorar al recién nacido, le reconocen como el Mesías, y cuentan sus alabanzas. En concreto María, que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón": la mejor Maestra, también de la Navidad. Entonces sí: "a los que le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios", que es el fruto de una Navidad bien celebrada: nacer con Cristo y ser hijos con él (J. Aldazábal). Navidad es algo más que un estado de ánimo consolador. En este día, en esta santa noche, se trata del Niño, del único Niño. Del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su nacimiento. Todo lo demás o vive de ello o bien muere y se convierte en ilusión. Navidad quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara la noche. Ha hecho de la noche de nuestra oscuridad, de nuestra ignorancia, de la noche de nuestra angustia y desesperación una noche de Dios, una santa noche. Eso quiere decir Navidad. El momento en que esto sucedió, realmente y por todos los tiempos, debe seguir siendo realidad, a través de esta fiesta, en nuestro corazón y en nuestro espíritu (Karl Rahner). "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano" (Angelus Silesius). Llucià Pou Sabaté
Lectura del Profeta Isaías 52,7-10: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Salmo 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6: R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo; el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad.
Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor.
Lectura de la carta a los Hebreos 1,1-6: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios»
Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,1-18 (el texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad). En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.]
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella,y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: -Este es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]
Comentario: 1. Is 52. 7-10: el poema trata del pueblo deportado, centrándose, en primer lugar, en que éste no puede considerar su actual situación como definitiva. El pueblo, pues, clama a Dios (que parece estar dormido), exigiendo su intervención como en el pasado. El Señor responde infundiendo confianza: él es el omnipotente, el consolador que viene con la liberación. En segundo lugar, el Señor, no obstante, recuerda la desolación en que quedó sumida la ciudad. Jerusalén es la mujer desolada porque sus hijos o han muerto o han marchado al destierro. Pero ahora comienza una nueva etapa: Dios retira la copa de su ira y la pone en los labios de los opresores, porque abusaron de su poder. En tercer lugar, el Señor hace despertar de su letargo a Jerusalén. Se invita a la pobre mujer, a despojarse de sus trajes de luto y a vestirse de gala, porque empieza la liberación. La derrota de Jerusalén fue mal interpretada por los vencedores, creyendo que Dios era incapaz de proteger a su pueblo. En este contexto se insertan los versos que hoy se proclaman. La buena noticia de la salvación se conoce en seguida en Jerusalén.
En un bello sueño poético, Isaías II presenta el final del exilio. La caravana ha partido de Mesopotamia, y el poeta hace ver el momento tan ansiado de la llegada del mensajero, que ya está atravesando las colinas del norte de la ciudad. Una nueva era de paz y libertad comienza: el mensajero trae la buena noticia de la liberación de Israel. A este anuncio se unen los gritos de los vigías que custodian las ruinas de la ciudad. La intervención de Dios no puede dejar a nadie indiferente. Su victoria debe alcanzar a todos los confines de la tierra (“Eucaristía 1989”). Las desgracias han sido un camino hacia la purificación. Hay que despabilar, despertar del mal sueño de la tristeza. Se convertirá de nuevo en la casa de la «presencia esplendorosa» ( = kabod, doxa) del Señor. Y es que el Señor está a punto de llegar. Hay que preparar el camino pues «el Señor está cerca", «vuestro Dios es rey» (40,9-10). El grito lo repiten ahora los centinelas que custodian las murallas semiderruidas de Jerusalén: "Qué hermosos son los pies del heraldo que anuncia la paz" (52,7), de aquel que anuncia la irrupción del reino de Dios. Es hora de despertarse porque el Señor está cerca (“La Biblia día a día”).
Desde el país de exilio, de monte en monte, un mensajero va transmitiendo la voz, el gran anuncio. Este anuncio se sintetiza en: la "paz", que es la plenitud de todos los bienes; la "buena nueva" (en griego, "evangelio"), que es lo que uno tiene ganas de oír para ser feliz, la noticia más esperada; la "victoria", que es la liberación de toda opresión; y finalmente, lo que es la causa de todo: que "tu Dios es rey", él es el que conduce la historia a favor de su pueblo. Escuchar este mensaje es una gran alegría, y lo es más aún cuando los centinelas de la ciudad devastada también se unen a él: el retorno de los exiliados que ya se ven llegar significa que realmente, definitivamente, el Señor vuelve a estar presente en su ciudad. Ver el retorno es ver cara a cara al Señor mismo que vuelve (J. Lligadas).
2. El salmo proclama la Resurrección del Señor, el Reino de Yahwé, a la vista de la plenitud de la revelación: se trata de la victoria de Cristo, autor de nuestra Redención, manifestada en su Misterio Pascual. Su diestra le ha dado la victoria: es decir, para salvarnos por medio de su Muerte y Resurrección, el Señor no necesitó ayuda extraña (s. Hilario). Y esas maravillas de las que habla el salmo -comenta Jerónimo- responden a aquellas otras del Antiguo Testamento. De un modo semejante a como Eliseo (4 Reg 4: 34 ss) se contrajo al postrarse sobre el cadáver del hijo de la viuda -ojos sobre ojos, manos sobre manos, ...- para resucitarle, así también el Señor ha asumido la forma de hombre y se ha contraído para constituirnos en hijos de la Resurrección.
Tanto la Liturgia como la tradición cristiana nos invitan a alabar con un cántico nuevo (v. 1) al Niño de Belén, en quien se manifiesta el amor de Dios Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La alabanza a Cristo, aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto de la alegría que suscita su Nacimiento en un corazón admirado y agradecido de sentirse salvado por su Señor, que aparece en la verdad de nuestra misma carne. En un famoso himno navideño de Sedulio (+450), se recogen estas palabras: "No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre."
Venidos desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. Una colecta de la liturgia de Adviento sirve para convertir en oración estos sentimientos: "Suban, Señor, a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
“Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel” (v. 3). Este versículo, que podría haber inspirado -quizá- el Magníficat, nos sugiere meditar en los sentimientos de María en la Resurrección de su Hijo: "Fuerte en la fe, contempló de antemano el día de la luz y de la vida, en el que, desvanecida la noche de la muerte, el mundo entero saltaría de gozo y la Iglesia naciente, al ver de nuevo a su Señor inmortal, se alegraría entusiasmada" (Colecta de una Misa de la Virgen; cf. Félix Arocena).
El sentido original de los salmos es aquel querido y orado por el pueblo de Israel. Este es un "salmo del reino": una vez al año, en la fiesta de las Tiendas (que recordaban los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto), Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían "tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación". Originalmente, grito de guerra del tiempo en que Yahveh, al frente de los ejércitos de Israel, los conducía a la victoria... Ahora, regocijo general, gritos de alegría, mientras resonaban las trompetas, los roncos sonidos de los cuernos, y los aplausos de la muchedumbre exaltada. ¿Por qué tanta alegría? Seis verbos lo indican: ¡seis "acciones" de Dios! Cinco de ellas están en "pasado" (o más exactamente en "acabado": porque el hebreo no tiene sino dos tiempos de conjugación para los verbos, "el acabado", y el "no acabado"). "El ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"... "Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado", que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada): "El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"... Observemos la audaz "universalidad" de este pensamiento de Israel. La salvación (justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de Israel... está, efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El Dios que aclama como su único Rey, será un día el rey que gobernará la humanidad entera. Entonces será poca la potencia de nuestros gritos! ¡Será poca toda la naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para "cantar su alegría y aplaudir"!
Lo curioso es que según investigaciones serias, el nacimiento de Jesús coincide con el 25 de diciembre y con esta fiesta del Templo descrita en el párrafo anterior, al que se refiere el Salmo, según cuenta Ratzinger en una meditación sobre el buey y la mula: “Por Navidades nos deseamos de corazón que, en medio del ajetreo en que vivimos actualmente, este tiempo festivo nos regale un poco de contemplación y de alegría, contacto con la bondad de nuestro Dios y, así, nuevos ánimos para seguir adelante. Es por eso que, al comienzo de esta breve reflexión sobre lo que la fiesta de Navidad es capaz de decirnos hoy a nosotros, puede resultarnos útil examinar brevemente el origen de la celebración de Navidad.
El calendario festivo de la Iglesia no se ha desarrollado primero en atención a la Natividad de Jesús sino a partir de la fe en su resurrección. La fiesta primordial de la cristiandad no es, pues, la Navidad, sino la Pascua. En efecto, sólo la resurrección ha fundado la fe cristiana y ha dado origen a la Iglesia. Por eso, ya Ignacio de Antioquía (muerto a más tardar en el año 117 d. C.) designa a los cristianos como aquellos que «no observan ya el sábado, sino que viven según el día del Señor». Ser cristianos significa vivir de forma pascual, basados en la resurrección, la misma que se celebra en la fiesta semanal de Pascua, es decir, el domingo. Quien por primera vez esta bleció que Jesús nació el 25 de diciembre fue con certeza Hipólito de Roma en su comentario al libro de Daniel, escrito aproximadamente en el año 204 d. C. Bo Reicke, exégeta que desarrolló años atrás su actividad académica en Basilea, señaló además el calendario festivo en base al cual en el Evangelio de san Lucas se establece una relación recíproca entre los relatos acerca del nacimiento de Juan el Bautista y aquellos que versan sobre el de Jesús. De allí se seguiría que ya san Lucas presupone en su Evangelio como fecha del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Ese día se celebraba en aquel tiempo la fiesta de la consagración del templo, instituida por Judas Macabeo en el año 164 a. C. Así, la fecha del nacimiento de Jesús significaría al mismo tiempo que, con él, que amaneció como la luz de Dios en la noche invernal, aconteció verdaderamente una consagración del templo: la llegada de Dios a esta tierra (hasta ahora, esta importante investigación ha tenido poco eco en la investigación litúrgica).
La Navidad de Francisco de Asís: Comoquiera que sea, la fiesta de Navidad sólo adquirió su forma definida en la cristiandad a partir del siglo IV, cuando desplazó a la fiesta romana del sol invicto y enseñó a entender el nacimiento de Cristo como la victoria de la Luz verdadera. El hecho de que, en esta refundición de una fiesta pagana en una solemnidad cristiana, se asumiera no obstante una antigua tradición judeo-cristiana es algo que ha quedado claro a través de las observaciones realizadas por Bo Reicke.
Sin embargo, esa especial calidez humana que en la Navidad nos toca tanto que ha llegado a superar ampliamente la Pascua en el corazón de la cristiandad sólo se desarrolló en la Edad Media. Fue Francisco de Asís el que, a partir de su profundo amor al hombre Jesús, al Dios-con-nosotros, contribuyó a desarrollar esta nueva visión. Su primer biógrafo, Tomás de Celano, narra en su segunda biografía lo siguiente: «Con preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús,- la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre huma¬na. Representaba en su mente imágenes del niño, que besaba con avidez,- y la compasión hacia el niño, que había penetrado en su corazón, le hacía incluso balbucir palabras de ternura al modo de los niños. Y era este nombre para él como miel y panal en la boca».''
De este espíritu provino después la famosa celebración de Navidad en Greccio, a la que Francisco se sintió impulsado probablemente por su visita a Tierra Santa y al pesebre de Santa María Maggiore, en Roma. Lo que motivaba a Francisco era el anhelo de cercanía, de realidad, el deseo de tener una vivencia muy presente de Belén, de experimentar de forma inmediata la alegría del nacimiento del Niño Jesús y de comunicar esa alegría a todos sus amigos.
A esa celebración nocturna del pesebre se refiere Celano en la primera biografía de Francisco de una manera que ha conmovido siempre de nuevo a los hombres y que, al mismo tiempo, ha contribuido decisivamente a que se desarrollara la costumbre navideña más hermosa: la de montar «pesebres», «belenes» o «nacimientos». Con toda razón podemos decir que la noche de Greccio regaló a la cristiandad la fiesta de Navidad de una forma totalmente nueva, de modo que la afirmación propia de esta fiesta, su especial calidez y humanidad, la humanidad de nuestro Dios, se comunicó a las almas y dio a la fe una dimensión nueva. La fiesta de la resurrección había orientado nuestra mirada hacia el poder de Dios que vence a la muerte y nos enseña a poner nuestras esperanzas en el mundo futuro. Pero ahora se hacía visible el amor indefenso de Dios, su humildad y su bondad, que se exponen a nosotros en medio de este mundo y nos quieren enseñar en su propia manifestación una nueva forma de vivir y de amar. Tal vez sea útil detenernos aquí por un momento más y preguntarnos: ¿dónde queda Grec-cio, esa aldea que adquirió una importancia tan especial y propia para la historia de la fe? Es una pequeña localidad en el valle de Rieti, en Umbría, no demasiado alejada de Roma en dirección hacia el noreste. Lagos y montañas confieren a esa comarca un encanto especial y una silenciosa belleza que sigue inspirando emoción todavía hoy, especialmente porque casi no se ha visto afectada por el ajetreo del turismo. El convento de Greccio, situado a 638 metros de altura, ha conservado algo de la sencillez de los orígenes: ha seguido siendo siempre modesto como la aldea que se encuentra a sus pies,- el bosque lo rodea como en tiempos del Poverello e invita a quedarse y a contemplar. Celano dice sobre Greccio que Francisco amaba especialmente a los habitantes del paraje por su pobreza y sencillez, que iba a menudo a Greccio para tomarse un descanso, atraído entre otras cosas por una celda de extrema pobreza y apartamiento, en la que podía dedicarse sin ser molestado a la contemplación de las cosas del cielo. Pobreza, sencillez, silencio de los hombres y habla de la creación: tales eran al parecer las impresiones que se relacionaban con ese lugar para el santo de Asís. De ese modo, Greccio pudo convertirse en su Belén e inscribir nuevamente el misterio de Belén en la geografía de las almas.
Pero regresemos a la Navidad de 1223. El terreno en Greccio había sido puesto a disposición del Pobre de Asís por un noble llamado Juan, de quien Celano narra que, a pesar de su gran alcurnia e importante posición, «despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu». Por eso lo amaba Francisco.
De ese Juan dice Celano que, esa noche, le fue concedida una visión maravillosa. Vio recostado y exánime en el pesebre a un niño que se despertó por la cercanía de san Francisco. El autor agrega: «No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados»."
En esa imagen está descrita con toda exactitud la nueva dimensión que Francisco ha regalado a la fiesta de Navidad con su fe, que penetra el corazón y los sentimientos: el descubrimiento de la revelación de Dios contenida precisamente en el Niño Jesús. Justamente así se hizo Dios verdaderamente «Emanuel», Dios con nosotros, de quien no nos separa barrera alguna de alteza o lejanía,- como niño se nos ha hecho tan cercano que, sin temor, podemos tutearlo, tratarlo de tú en la inmediatez del acceso al corazón de niño.
En el Niño Jesús se manifiesta de la forma más patente la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transformar desde dentro. Si acaso hay algo que puede vencer al hombre, su arrogancia, su violencia y su codicia, es la indefensión del niño. Dios la asumió para sí a fin de vencernos y conducirnos así a nosotros mismos.
No olvidemos aquí que el título de mayor dignidad de Jesucristo es el de «Hijo», Hijo de Dios. La dignidad divina se menciona con una palabra que designa a Jesús corno niño perenne. Su infantilidad se encuentra en una singularísima correspondencia con su divinidad, que es la divinidad del «Hijo». Así, su condición de niño es una indicación del camino por el cual podemos llegar a Dios, a la divinización. Desde allí deben entenderse sus palabras: «Si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3).
Quien no haya entendido el misterio de la Navidad no ha entendido lo decisivo de la condición cristiana. Quien no lo haya aceptado, no puede entrar en el reino de los cielos: eso es lo que Francisco quería traer de nuevo a la memoria de la cristiandad de su tiempo y de todo tiempo futuro.
El buey y el asno conocen a su Señor: Respondiendo a la indicación de san Francisco, en la cueva de Greccio estaban en la Nochebuena el buey y el asno. Francisco había dicho al noble Juan: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno».
A partir de entonces, el buey y el asno (la mula, diríamos aquí) forman parte de toda representación del nacimiento. Pero ¿de dónde provienen el buey y la mula? Bien es sabido que las historias de Navidad del Nuevo Testamento no hacen referencia alguna a ellos. Si investigamos la cuestión, llegaremos a un asunto importante tanto para las costumbres navideñas en su conjunto como, en general, para toda la piedad navideña y pascual de la Iglesia en la liturgia y en los usos populares.
El buey y la mula no son un mero producto de la imaginación piadosa, sino que se han convertido en acompañantes del acontecimiento de la Navidad en virtud de la fe de la Iglesia en la uni¬dad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En efecto, en Isaías 1,3 dice: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende».
Los Padres de la Iglesia vieron en esas palabras un discurso profético que preanuncia el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia formada por judíos y gentiles. Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su Señor.
En las representaciones medievales de la Navidad llama siempre la atención que las dos bestias tienen rostros casi humanos al encontrarse e inclinarse con reconocimiento y veneración ante el misterio del Niño. Era lógico, pues ambos animales fueron considerados como la cifra profética detrás de la cual se esconde el misterio de la Iglesia -nuestro misterio, el de quienes somos frente al Eterno como bueyes y asnos a los que en la Nochebuena se les abren los ojos de modo que reconocen en el pesebre a su Señor-.
¿Quién lo reconoció y quién no? Pero ¿lo reconocemos realmente? Al colocar en el pesebre las figuras del buey y del asno tiene que venirnos a la memoria toda la frase de Isaías, que no es sólo un «evangelio» -promesa de conocimiento futuro- sino también juicio sobre la ceguera presente. El buey y el asno conocen, pero «Israel no conoce, mi pueblo no entiende».
¿Quiénes son hoy buey y asno, quiénes «mi pueblo», que no entiende? ¿En qué se reconoce al buey y al asno, en qué a «mi pueblo»? ¿Y por qué se da que la ausencia de razón alcanza conocimiento y la razón es ciega?
Para encontrar una respuesta tenemos que remontarnos una vez más, junto con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad. ¿Quiénes fueron los que no reconocieron al Señor? ¿Y quiénes lo conocieron? ¿Y por qué se dieron así las cosas?
El que no lo reconoció fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt 2,3). La que no lo reconoció fue «toda Jerusalén con él» (ibídem). Los que no lo reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11,8), la gente fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt 2,6).
Los que sí lo reconocieron —a diferencia de toda esa gente de renombre- fueron «el buey y el asno»: los pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno.
Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del establo porque somos demasiado finos y sesudos para estar en él? ¿No nos enredamos también nosotros en interpretaciones eruditas de la Biblia, en demostrar la inautenticidad o autenticidad del lugar histórico, al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y no captar nada de él? ¿No estamos también nosotros demasiado en «Jerusalén», en el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?
Así pues, esta noche los rostros del buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende; ¿entiendes tú la voz de tu Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedemos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20), narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: «todos retornaron a sus casas colmados de alegría»”.
El tercer Domingo de Adviento hemos cantado un canto de Isaías, que proclama los mismos temas y que pudo inspirar este salmo 97: "Dios es quien me salva, tengo confianza, no temo. El Señor es mi refugio y mi fuerza. El es mi salvador. Dad gracias al Señor e invocad su nombre, anunciad a los pueblos las maravillas que El ha hecho: Recordadles que su nombre es sublime. Cantad al Señor. Porque ha hecho maravillas conocidas en toda la tierra. Exultad, dad gritos de alegría: Dios está en medio de vosotros" (Isaías 12). ¡La "venida" de Dios! Israel no podía ni mucho menos adivinar hasta qué punto esto sería cierto. Lo que celebra este canto, es realmente la Navidad, la venida del Hijo de Dios en persona: este salmo 97 se utiliza en la Misa del día de Navidad... Y en la Misa de media noche, encontramos un salmo que tiene exactamente el mismo sentido (salmo 95). ¡La revelación del amor-fiel de Dios! La Encarnación del Verbo es el acontecimiento histórico que hace visible, que "levanta el velo" (significado de la palabra revelar) del amor que Dios tiene a Israel, y que extiende a todos los pueblos, en Jesús. ¡La "Nueva Alianza", la "Nueva Liberación"! Hay que cantar un "canto nuevo, porque Dios renueva su Alianza: la celebración de la "venida" de Dios es un "signo", un "sacramento" que realiza lo que significa. Cuando se aclama a Dios como Rey, no se le confiere la realeza (El lo es desde siempre), sin embargo se "actualiza" esta "realeza" se "urge la venida del reino escatológico". Festejar la Navidad, es en un sentido real, sacramental, "hacer que Dios venga hoy". "¡La salvación que tú preparaste ante todos los pueblos!" Así se expresa Simeón en su canto de alabanza (Lucas 2,30) "Atraeré hacia mí a todos los hombres" (Grita Jesús en proximidad de la Pascua). (Juan 12,32). "¡Jesús había de morir por el pueblo de Israel, y no solamente por él, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos!" En expresión de San Juan (11,52). Y esta visión universal, realizada en Cristo, era anunciada en la esperanza de todo un pueblo, que se atrevía a convidar a "toda la tierra", "todas las naciones", "todos los habitantes del mundo" a su propio "Terouah". ¡Una fiesta mundial! ¡Vamos hacia una fiesta en que todos los hombres estarán felices y cantarán todos juntos, el mismo día, el mismo Dios, el mismo amor que los habrá salvado ¡Salvado! Me imagino a Jesús recitando este salmo... Lo recito con El...
Escuchemos a Paul Claudel, que vive a su manera este salmo: "¿Qué canto, oh Dios mío, podemos inventar al compás de nuestro asombro? El ha roto todos los velos. Se ha mostrado. Se ha manifestado tal como es a todo el mundo. La misma caridad, la misma verdad, todo semejante, a lo que quiso con Israel, ¡helo aquí, doquier, brillando a los ojos de todo el mundo! ¡Tierra, estremécete! ¡Que oiga en tus profundidades el grito de todo un pueblo que canta y que llora y que patalea! ¡Adelante, todos los instrumentos! ¡Adelante la cítara y el salmo! ¡Adelante, la trompeta en pleno día con sonido claro, y esta trompeta, la otra, muy bajo, como un hormigueo de trompetas que yo creía escuchar durante la noche! ¡Adelante el mar, para sumirme! ¡Adelante, la redondez de la tierra como un canasto que se sacude! ¡Ríos, aplaudid, y que se alisten las montañas, porque ha llegado el momento en que Dios va a "juzgar" a la tierra! ¡Ha llegado el día del rayo del sol, y de la radiante nivelación de la justicia!".
¡La "justicia"! ¡Un mundo gobernado "según Dios"! ¡Está por venir! ¡Un mundo gobernado según el amor! Está por venir, Dios viene. El Reino de Dios ha comenzado... (Nole Quesson). De ahí el tono del salmo, de experiencia gozosa, de una alegría que produce la actuación salvadora de Dios: el salmista siente admiración, entusiasmo y gratitud por este Dios tan excelso, tan providente, y por esto brota de su corazón la más sincera alabanza. La fe en Dios lleva aneja la alabanza, y la alabanza proviene de la alegría. Los salmos, entre otras muchas otras cosas, nos enseñan también esta verdad y esta actitud de la alabanza gozosa, porque si el hombre alaba a Dios lo hace movido por un corazón admirado y agradecido, inundado de alegría por sentirse amado, salvado y protegido por su Dios. Y esta corriente de exultación gozosa ha continuado en la vida de la Iglesia con el ejemplo de los santos y la proliferación inacabable de expresiones de alabanza: recordemos el "Te Deum", el "Cántico de las creaturas" de san Francisco de Asís. Y sobre todo, la Liturgia de la Iglesia, con su variadísima gama de alabanzas, desde la Plegaria Eucarística hasta la Liturgia de las Horas y tantas y tantas prácticas de piedad cristianas que siguen el mismo camino de alabanza y gratitud a Dios.
Así decía Juan Pablo II: “Se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (cf. v.6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva. Además del canto del coro, de hecho, se evoca el sonido melodioso de la cítara (v.5), la trompeta y el son del cuerno (v.6), así como una especie de aplauso cósmico (v.8). Además, incesantemente resuena el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v.3)... El Salmo se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (vv.1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (v.1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (v.3). Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (vv.2-3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora. La acogida reservada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza común: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (vv.5-6), participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico... En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (Cf. Rom 1,17), «se ha manifestado» (3,21). La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Salmo 97, 3), sino que la han recibido. En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada dela novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo»”.
3. Hb 1,1-6: La encarnación es una nueva revelación de la Palabra, superior a las precedentes. La palabra creadora y salvadora tiene en Cristo su centro. Creación e historia encuentran sentido en él. La palabra hecha carne se convierte en voz que suplica al Padre, en boca de nuestra naturaleza, para gritar a Dios la necesidad que el hombre tiene de salvación y redención (Pere Franquesa). La exhortación a los "Hebreos" comienza con una solemne afirmación: el Dios de nuestros padres ha hablado. Dios se manifiesta, se da a conocer por su palabra. El soplo de Dios, su Espíritu, se hace sonido. Antaño, en la voz de los profetas. Ahora, en esta etapa final, en la encarnación, muerte y exaltación de su Hijo. Esta es la palabra eterna del Padre, hecha hombre, la manifestación luminosa de la gloria del Padre y la impronta de su ser. Las distintas manera con que Dios se reveló antes se han unificado en Cristo, han llegado a plenitud en la venida de quien es mayor que cualquier profeta. Quien ve a Jesús ve a Dios. Cristo nos revela el misterio de Dios. Por eso, la entrada del Hijo en la historia de los hombres lleva los tiempos a "su plenitud". El Hijo, la suprema y definitiva manifestación de Dios al mundo, es Jesús de Nazaret. La afirmación de que él ha heredado un "nombre" superior a los ángeles introduce el tema de la primera parte de esta carta: Jesús, Hijo de Dios y hermano de los hombres (“Eucaristía 1988”).
Los "padres" son los antepasados del pueblo de Israel, es decir, las generaciones pasadas (cf 3, 8; 8,9). Los cristianos, aun los de origen pagano, están unidos al verdadero Israel por Jesús, continuador de la promesa (cf Rom 4, 16-18). El hecho de Jesús entronca al creyente con el querer salvador de Dios. La encarnación nos sitúa en la órbita de la posible conexión con Dios. La "etapa final" es el tiempo propicio, el tiempo de la intervención divina (cf Ez 38, 16; Dan 2, 28; Rom 16, 26). Este tiempo está ahora presente porque Jesús lo ha inaugurado para siempre (cf Hech 2, 17; 1 Cor 10, 11). Certeza para todo el que cree. A los profetas, denominados a veces en el AT como "servidores" (Jer 7, 25), sucede un último mensajero que es el Hijo (cf Mc 12 2-6). Para el creyente en Jesús ha dejado de tener interés cualquier "dios" que no sea el "Dios de Jesús". Así es: nuestro único camino para llegar a Dios es el del hombre Jesús, sus palabras y sus hechos, toda su vida. En el Hijo la promesa hecha a los "padres" tiene cumplimiento final. Es el descendiente privilegiado de los patriarcas (cf Gn 15, 3-4) y de David (Sal 2,8) al que se le prometió el reino universal (cf Dan 2, 44). El que Jesús sea heredero es lo que da ánimo y esperanza a los que le seguimos. Un día, efectivamente, la herencia será también cosa nuestra.
V. 3:Estas expresiones parecen inspirarse en la Sabiduría (Sab 7, 25-26). Para expresar la relación entre el Hijo y Dios, el autor escoge las palabras más fuertes. La palabra de este Jesús, cuyo nacimiento conmemoramos, es lo que sostendrá a generaciones de creyentes. El hombre define la posición de la persona y su dignidad respecto a los demás. Para definir la posición del Hijo, su intervención en la historia, el autor lo compara a los "ángeles" que, según la mentalidad del tiempo, eran los que más cerca estaban de Dios. Jesús es más que ellos ya que es Hijo, ya que contiene en sí mismo ese germen que se desarrollará plenamente el día de su exaltación. Es algo fuera de lo común el que también el creyente, por la mediación de Jesús, participe en este formidable proceso de filiación (“Eucaristía 1987”).
4. Jn 1. 1-18: El prólogo del evangelio de Jn es un himno solemne -en siete estrofas de estructura semita- al Logos, al Verbo, revelación del Padre en Cristo. En este prólogo están ya presentes los grandes temas del evangelio: el Verbo, la vida, la luz, la gloria, la verdad. Y las fuertes contraposiciones: Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Dos veces resuena la voz del testigo: Juan Bautista. Las tesis que presenta son las mismas que las del evangelio. La idea de fondo es la plenitud de la revelación que nos ha traído el Verbo. Ha salido del Padre y se ha hecho hombre. También de la Sabiduría se dice que estaba en Dios (Pr 8. 30), pero la sabiduría era una personificación literaria. La Palabra en cambio, es una persona, es Dios, es la última palabra que Dios ha pronunciado (Hb 1. 3). En la Palabra hay vida y la vida era luz. Luz que brilla en las tinieblas. La llegada de Jesús divide la historia en dos partes. Tinieblas antes de Jesús, luz después de él y nos coloca en una alternativa: ser hijos de la luz o hijos de las tinieblas. Jesús es la luz verdadera no tanto en contraste con Juan sino con el A.T. Es la luz verdadera porque en él se cumplen las promesas. La Palabra se hizo carne. Así clarifica que la revelación definitiva de Dios no es una sombra, un sueño, una ilusión sino una realidad tangible. Juan lo reafirma en el prólogo de su primera carta. Ha venido para acampar entre nosotros. Este ha sido siempre el modo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Desde la revelación en el Sinaí, Dios ha estado en medio de su pueblo. La tienda primero, el templo después, fueron los modos de presencia. Ahora esta presencia se ha hecho real y viva con la vida del hombre. La encarnación es el primer momento de esta morada de Dios entre los hombres y tendrá su realización plena en la resurrección (P. Franquesa).
El prólogo del evangelio de Juan es un himno cristiano que proviene, probablemente, de los círculos joaneos y que ha sido adaptado para servir de presentación a la narración evangélica de los diversos pasos de la Palabra encarnada. Esta Palabra viene a identificarse no sólo con Jesús, sino con la acción de Jesús. Esta personificación, con ribetes sapienciales, viene a mostrar la capacidad que tiene de dar vida y orientación a todo hombre que se acerca a ella (8, 12). De verdad que el misterio de la encarnación es, en el fondo, el misterio del hombre entero. Los judíos no han comprendido la realidad de Jesús. O lo que es igual: la antigua economía es incapaz de comprender la realidad nueva que es Jesús. Por tanto, la conclusión se impone: es preciso abandonar toda estructura que imposibilita la comprensión de Jesús. Falló el intento de querer aprisionar la luz -que es Jesús- dentro del sistema religioso judío (7,34). La Palabra de Dios, sabiduría desde siempre, se mueve dentro de la máxima libertad. Solamente el que comprende esto es capaz de construir una fe libre. La realidad de la presencia de Dios ha comenzado a incidir históricamente en los hombres con el comienzo de la vida de Jesús: este suceso constituye el momento decisivo de la historia de la salvación; lo testimonian los cristianos. La palabra "carne" designa en Juan todo lo que constituye la debilidad humana, todo lo que conduce a la muerte como limitación del hombre. La encarnación no es ninguna apariencia: por la experiencia de nuestro ser de hombres es como hemos de acercarnos a Dios, a Jesús (“Eucaristía 1989”). Desde el momento de la venida del Hijo al mundo en la debilidad de la "carne", realiza la presencia de Dios entre los hombres. El cuerpo de Jesús se convierte, por su muerte y su resurreción, en el templo de la presencia de Dios. El es la verdad y la vida de Dios hecha carne. Ama, cura, perdona. Vive y sufre como un hombre entre los hombres. Todos pueden verlo y oírlo. Todos pueden creer en él, ver su luz, beber su agua, comer su pan, participar de su plenitud de gracia y de verdad. La comunidad cristiana lee solemnemente el prólogo del evangelio de Juan en la fiesta del nacimiento del Señor. Se trata de proclamar la misericordia y fidelidad de Dios, su gracia, que se han hecho realidad en Jesús. Que Dios no actúa mediante favores pasajeros y limitados, sino con el don permanente y total del Hijo hecho hombre que se llama Jesús, el Cristo (“Eucaristía 1988”).
-Dios no es un ser lejano. Es un Dios que habla, y su Palabra es entrañablemente cercana. Se ha hecho un niño y ha nacido en Belén. Antes, durante siglos, había hablado por medio de profetas y había enviado Ángeles como mensajeros. Pero ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo. Y el Hijo es superior a todos los profetas y a los Ángeles. (Es lo que nos dice el autor de la carta a los Hebreos). Y es también lo que llena de entusiasmo a S. Juan, en el prólogo de su evangelio, la solemne página que acabamos de escuchar: la Palabra estaba junto a Dios -la palabra era Dios, y la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. La Palabra, ya lo sabemos, se llama Cristo Jesús, el hijo de Dios, que desde la primera Navidad es también hijo de los hombres. Dios nos ha dirigido su Palabra. Si entre nosotros puede tener tanta transcendencia el dirigirnos o no la palabra unos a otros, si nuestra palabra de amistad, de interés o de amor, puede significar tanto ¿qué sería esa Palabra de Dios, su propio Hijo que ha querido hacerse uno de nuestra raza y está para siempre entre nosotros? No, no es el nuestro un Dios mudo y lejano, es un Dios cercano y que nos habla y su Palabra se llama de una vez por todas Jesús. Y desde entonces siempre es Navidad porque siempre está esa Palabra de Dios dirigida vitalmente a nosotros, en señal de amistad y de alianza. Este es el misterio de la Navidad que hoy nos recuerda la liturgia y vuelve a llenarnos de alegría. Una palabra hecha persona, que es el Hijo mismo de Dios y por el cual Dios nos acepta también a nosotros como hijos. Acojamos a Cristo, el Hijo de Dios y Hermano nuestro; que no se pueda decir de nosotros lo que Juan ha dicho de los judíos: "al mudo vino y el mudo no le conoció; vino a su casa y los suyos no le recibieron". Por este Jesús, el Salvador, el mundo tiene esperanza. El futuro es siempre más prometedor que el presente. Porque él es para siempre, y sin retractación posible,. Dios con nosotros.
En la Eucaristía -que los cristianos repetimos sobre todo el domingo, el día del Señor- se nos hace presente de un modo sacramental y se nos da como alimento el mismo Jesús que nació en Belén hace veinte siglos, y el mismo Jesús que vendrá al final de los tiempos como Señor Glorioso y Juez de la historia. En cada Eucaristía entramos en comunión con Él. Cada Eucaristía es como la Navidad, la Pascua y la Venida final, condensadas para nosotros, con toda la gracia y la salvación que el Hijo de Dios ha querido traer a nuestras vidas (J. Aldazábal).
Empieza el tiempo de navidad, un nuevo "tiempo fuerte", después de las cuatro semanas de Adviento: hasta la fiesta del Bautismo del Señor, celebramos los cristianos la Manifestación del Salvador. Se tendrá que notar en el modo de la celebración: cantos, tono festivo, potenciación del Gloria cantado, etc. Sería una pena que de alguno de nosotros se tuviera que decir lo que Jn escribe en su prólogo: "vino a su casa y los suyos no le recibieron". O lo que le pasó ya muy sintomáticamente a la pareja José y María, que andaba buscando una casa para dar a luz: no tenían sitio en la posada para ellos. A veces nosotros estamos tan llenos de cosas, de problemas y de valores intrascendentes, que no tenemos sitio para Dios en nuestra vida. Y celebrar Navidad debería significar hacer sitio al amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Con todas las consecuencias. Tenemos delante ejemplos estimulantes: María y José, que acogen a su hijo. Los pastores, que corren a adorar al recién nacido, le reconocen como el Mesías, y cuentan sus alabanzas. En concreto María, que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón": la mejor Maestra, también de la Navidad. Entonces sí: "a los que le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios", que es el fruto de una Navidad bien celebrada: nacer con Cristo y ser hijos con él (J. Aldazábal). Navidad es algo más que un estado de ánimo consolador. En este día, en esta santa noche, se trata del Niño, del único Niño. Del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su nacimiento. Todo lo demás o vive de ello o bien muere y se convierte en ilusión. Navidad quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara la noche. Ha hecho de la noche de nuestra oscuridad, de nuestra ignorancia, de la noche de nuestra angustia y desesperación una noche de Dios, una santa noche. Eso quiere decir Navidad. El momento en que esto sucedió, realmente y por todos los tiempos, debe seguir siendo realidad, a través de esta fiesta, en nuestro corazón y en nuestro espíritu (Karl Rahner). "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano" (Angelus Silesius). Llucià Pou Sabaté
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