miércoles, 29 de diciembre de 2010

Lunes de la 3ª semana de Adviento. “¿Con qué autoridad haces esto?” Preguntan a Jesús. Su autoridad es divina, anunciada por los profetas, y últimamen

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Libro de los Números 24,2-7.15-17a. En aquellos días, Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus. El espíritu de Dios vino sobre él, y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su simiente. Su rey es más alto que Agag, y su reino descuella.» Y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel.»

Salmo 24,4-5ab.6-7bc.8-9. R. Señor, instrúyeme en tus sendas.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto, enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humilles con rectitud, enseña su camino a los humildes.

Evangelio según san Mateo 21,23-27. En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: -«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?» Jesús les replicó: «Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?» Ellos se pusieron a deliberar: -«Si decimos "del cielo", nos dirá: "¿Por qué no le habéis creído? Si le decimos "de los hombres", tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta.» Y respondieron a Jesús: - «No sabemos.» Él, por su parte, les dijo: - «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»

Comentario: 1.-Nm 24,2-07.15-17a. Se recogen aquí los oráculos tercero y cuarto del ciclo de Balaán. El rey de Moab le encarga, por su fama de vidente, que maldiga al pueblo de Israel y sus campamentos. Pero Dios toca su corazón, y el adivino pagano se convierte en uno de los mejores profetas del futuro mesiánico. En sus poemas breves, llenos de admiración, en vez de maldecir, bendice el futuro de Israel. Ve su estrella y su cetro y anuncia la aparición de un héroe que dominará sobre todos los pueblos. Sorpresas de Dios, que no se deja manipular ni entra en nuestros cálculos. Somos nosotros los que debemos ver y oír lo que él quiere. Es una profecía que en un primer momento se interpretó como cumplida en el rey David, pero que luego los mismos israelitas dirigieron a la espera del Mesías. El adivino pagano Balam había sido llamado por el rey de Moab, Balac, para que maldijera a Israel en su camino hacia la tierra prometida. Pero Balam no pudo cumplir su cometido. Cada vez que intentaba maldecir a Israel, el Señor le cambiaba la maldición en una bendición. A la cuarta vez, Balam pronuncia un oráculo que habla de un futuro rey que habrá de surgir de Israel. Este oráculo se refiere al rey David quien le da seguridad al reino, al liberarlo de sus enemigos. Pero David es sólo tipo del verdadero rey. Aunque no se lo cita expresamente en Nuevo Testamento, el episodio de la adoración de los magos ha sido inspirado en su presentación por el oráculo de Balam. Jesús es el que establecerá definitivamente el reino de Dios. La liturgia de este día nos presenta dos casos que muestran dos actitudes radicalmente opuestas. Por un lado, el caso de Balaam, el adivino madianita (ver Nm 22-23). Pese a ser un extranjero se ve obligado a bendecir a Israel, reconociendo en Yavé a un Dios poderoso y en Israel a un futuro vencedor de Moab. Y por otro, la cerrazón de espíritu de las autoridades religiosas que pueden reconocer en este pobre predicador ambulante al verdadero Hijo de Dios.
La estratagema de Balac para asegurarse la victoria sobre Israel mediante una maldición pronunciada contra los ejércitos enemigos, lejos de surtir el efecto apetecido, produce un efecto contrario. Balaán lo dice con toda claridad: «Yo no puedo quebrantar el mandamiento de Yahvé haciendo mal o bien por cuenta propia; lo que Yahvé me diga le diré» (v 13). Es una afirmación contra la creencia popular en la eficacia maléfica de ciertas palabras humanas. Dios está por encima de los hombres, los cuales no pueden manipularlo a su antojo, por más que lo intenten. Lo que deben hacer los hombres es tener los ojos abiertos (3.15) y escuchar las palabras de Dios (4.16) para conocer los planes del Altísimo (16). Entonces verán las cosas tal como son, en toda su profunda realidad anclada en el presente, pero que se extiende hacia el futuro como crecen las ramas del árbol que goza de aguas abundantes (7). Y acertarán a interpretar auténticamente los hechos de la historia y descubrirán que Yahvé es el gran protagonista de la salvación del pueblo (6c.8). El cuarto y último oráculo de Balaán (15-25) es el más importante. Lo pronuncia sin que nadie se lo pida. Toda su fuerza reside en la interpretación mesiánica que le han dado los Padres. Los versículos 17-19 fueron leídos por los cristianos de los primeros siglos como una anticipación de la aparición de Jesús en el horizonte de Israel. El Nuevo Testamento no menciona esta profecía, pero sí contiene resonancias de sus imágenes. En la antigüedad, la estrella representaba la divinidad o la realeza. Balaán ve cómo se alza de Jacob una estrella (17) un rey que dominará sobre todos los otros reyes. Jesús, descendiente de Jacob, es la estrella que Lucas, en el cántico del Benedictus, identifica con Dios, que nos visita de lo alto para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte y enderezar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1,78s). O la luz verdadera que Juan nos presenta en lucha victoriosa con las tinieblas (Jn 1,9ss). Que la profecía de Balaán nos ayude a profundizar en el misterio de Jesús, que en breve celebraremos, la lucha de la vida contra la muerte, de la luz contra nuestra oscuridad, y haga que en la impotencia de la caída, de la humillación, se abran nuestros ojos (4c) y podamos contemplar la luz de Cristo resucitado, nuestra auténtica Pascua. Esta es la buena palabra, el oráculo favorable, el evangelio de Dios que transforma nuestra vida (J.M. Aragonés).
La profecía que leeremos hoy es bastante sorprendente. Fue pronunciada en las siguientes circunstancias: Durante el Éxodo, después de cuarenta años de larga marcha a través del desierto de Sinaí, el pueblo de Israel, conducido por Moisés, llega al Este del Mar Muerto, cerca de la tierra prometida; pero le queda todavía por atravesar el territorio de Moab. El rey de ese país no ve con agrado esa tropa de nómadas que quieren pasar. Envía pues a buscar, por las orillas del Eúfrates, a un famoso adivino, una especie de brujo poderoso para que maldiga a esos inoportunos y les lance un maleficio. ¡Balaam es pues un profeta pagano! Ahora bien, esto es lo que pasó: En lugar de maldecir, anuncia el futuro mesiánico del pueblo de Israel. -El profeta pagano Balaam, alzando los ojos, vio el pueblo que acampaba... Le sobrevino el Espíritu de Dios, y pronunció estas palabras: ¡Sorprendente! Ya en el Antiguo Testamento, esto es una prueba manifiesta que el Espíritu de Dios no está encerrado en los límites demasiado estrechos de un pueblo o de una institución. Dios no es tan solo el Dios del «pueblo escogido»... es el Dios de «todos los hombres»... Su acción no está limitada al marco de las instituciones de la Ley de Moisés. HOY, todavía, esto es igualmente real. Es verdad que Dios ha escogido la Iglesia como instrumento de salvación para el mundo; pero su gracia, su acción divina no se limitan a las fronteras visibles de la Iglesia. Dios por su Espíritu, está presente en el corazón de los paganos. Trabaja en el corazón de todos y de cada uno de los hombres. Permanezco en silencio el tiempo necesario para contemplar a Dios, HOY, trabajando en el corazón de los hombres que no pertenecen visiblemente a la Iglesia. Oráculo de Balaam, el varón clarividente, que oye las palabras de Dios. También a mí, Señor, me pides aguzar mi mirada para ver mejor... No sé «ver» ni sé «oír» suficientemente los signos de Dios, «los signos de los tiempos». Dios sigue obrando y hablando. ¿Qué me dices, Señor? ¿Hacia donde suscitas, HOY, mi atención?
-Saldrá un héroe de la descendencia de Israel, dominará sobre pueblos numerosos. Su reino será mayor que el de... La fe nos proyecta, a nosotros también, hacia el futuro del mundo. Nos hace ver, por adelantado, «lo que ha de venir». Cristo va creciendo hasta su advenimiento definitivo. En silencio, busco, en mí y a mi alrededor, los signos de ese crecimiento. Todo hombre que progresa, que va siendo mejor... es Cristo que está creciendo. Pero, todo ello no es algo deslumbrante. Son pequeños signos.
-A ese héroe, lo veo... aunque no para ahora. Lo diviso, pero no de cerca. Un astro se levanta, un cetro se endereza. Sí, no es muy aparente todavía. No se ve bien. Es necesario tener buenos ojos para discernir esas cosas. Así, el anuncio del Mesías viene jalonando toda la historia. Incluso entre los paganos de buena fe. En ese tiempo de Adviento hay que aguzar nuestra mirada (Noel Quesson).
Un adivino llamado Balaam vivía en las orillas del río Eufrates y fue llamado para que predijera el porvenir del pueblo de Israel. Este oráculo es uno de los más antiguos poemas reales de Israel. Es el primero que encamina las esperanzas del pueblo por la senda de la realeza. Israel llegará a tener un rey, figura-tipo del Mesías esperado. Quien ha sido poseído por el Espíritu de Dios no puede convertirse en una maldición para los demás. Sin embargo, la Palabra que Dios pronuncia sobre los suyos es para que sea escuchada, de tal forma que se conozca la ciencia del Altísimo y se produzcan abundantes frutos de buenas obras, con la misma abundancia de frutos que dan los árboles que han hundido sus raíces en las corrientes de los ríos. Balaam contempla en el futuro cómo de Jacob se levanta una estrella y cómo surge un cetro de Israel. Es el Señor que viene a reinar en el corazón de todos los hombres. En Cristo, Hijo de Dios y descendiente de David se cumple plenamente esta profecía. Él se ha convertido en luz que ilumina a todas las naciones; Él es el Camino que nos conduce al Padre; Él es, para nosotros, la fuente de agua que nos da vida eterna. Quien posea su Espíritu no podrá, jamás pasar haciendo el mal, sino el bien, que procede de Dios. Ese es el fruto que Dios espera de quienes creen en Él.
Balaam en la Historia Sagrada representa el fruto del cálculo de los hombres para que no se realicen los planes de Dios. Pero, al mismo tiempo, Balaam es el triunfo de Dios sobre los cálculos de los hombres, sobre el modo en el cual los seres humanos consideramos las cosas. Nos narra la Escritura que cuando Balaam maldice al pueblo de Israel, un ángel se le aparece, pero sólo el burro en el que él va montado lo puede ver. Y aunque el profeta intenta que el burro siga caminando, no lo logra pues el burro está muy asustado. De pronto Baalam también ve al ángel y dice: ¡Cómo es posible que un animal haya visto lo que yo no veía! Esto hace que él reflexione y cambie. Y en vez de hacer una profecía de maldición, hace una profecía de bendición: "Qué hermosas son tus tiendas, son como extensos valles, como jardines junto al río".
Al ver que Balaam sin pertenecer al pueblo de Israel y sin ser profeta ungido en Israel es capaz de verse a sí mismo como vocero de la Palabra de Dios al pueblo de Israel, nosotros tendríamos que ser capaces de preguntarnos si ante Cristo que viene estamos poniendo una especie de barrera con nuestros cálculos, o si por el contrario, nuestra vida se abre a lo que Jesucristo nos pide. Si la mayoría de las veces vemos perfectamente lo que Cristo nos está pidiendo, ¿por qué razón no lo hacemos?
Las reminiscencias del origen davídico de Jesús se pueden hacer remontar no sólo a este pasaje de Nm, sino también a las mismas profecías de Natán y de otros profetas posteriores; pero lo que cuenta no es llegar a descubrir si realmente Jesús pertenecía al “tronco de Jesé” o sea a la familia de David para poder considerarlo Mesías. Lo importante es constatar que en él se cumplen las expectativas mesiánicas más genuinas: el ansia de liberación, las formas claras y concretas de realización y de implantación del reino de Dios... y algo muy importante también: en Jesús la procedencia o la descendencia queda totalmente relativizada; no es el vínculo de sangre lo que afilia a todos los hombres y mujeres con Dios como Padre Único, sino la actitud de cada uno de escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.
Esto último es lo que en definitiva constituye a Jesús como Señor Único de la historia y del universo; su autoridad y señorío no vienen dados por su procedencia de familia real, sino por su decisión radical de poner en práctica única y exclusivamente la voluntad de Dios. Eso es lo que en el fondo deben tener claro los escribas y sumos sacerdotes. Su experiencia, pero también las pretensiones de creerse profundos conocedores de la Escritura y de todas sus minucias, los lleva a interrogar a Jesús. Supuestamente ellos debían haber sido consultados por Jesús para poder realizar su ministerio; ellos sienten que son los únicos que pueden avalar o no las palabras de Jesús. Desde esta óptica comprendemos mejor el por qué de la pregunta a Jesús. Sin embargo, Jesús, conciente de su autoridad, que sobrepasa a la de los ancianos y sumos sacerdotes los pone aprietos. Si ellos son autoridad ¿por qué no dieron crédito a la predicación de Juan? ¿Por qué no cambiaron?
Jesús desenmascara la hipocresía y la forma tan soterrada como los líderes de Israel manipulan la Escritura intentando de paso manipular también la misma voluntad divina. Para Jesús sólo hay un criterio de autoridad: realizar la voluntad del Padre....
El Espíritu de Dios ha venido sobre nosotros para convertirnos en fuente de bendición y de vida para todos. Escuchar la Palabra de Dios y meditarla con gran amor nos debe llevar a convertirnos en un signo del amor de Dios para toda la humanidad. No podemos acercarnos a escuchar al Señor para después retirarnos de su presencia olvidando lo que aquí hemos vivido, visto y escuchado. No podemos decir que tenemos a Dios en nuestro corazón cuando sólo nos conformamos con rezarle, pero no hemos hecho nuestros su Vida, su Amor y su Paz. Teniendo a Dios con nosotros no podemos convertirnos en proclamadores de maldades, de pecados, de escándalos ni de signos de muerte. El Espíritu de Dios ha tomado posesión de nosotros para que anunciemos la Verdad, la santidad, la justicia, la paz, la misericordia y el amor. El Señor quiere enviarnos como constructores de una vida que, día a día, se vaya renovando en Él. En Jesús se ha cumplido la promesa que hoy hemos escuchado, pronunciada por Balaam, que, aunque extranjero, fue poseído por el Espíritu de Dios: "De la descendencia de Israel nace un héroe que domina sobre pueblos numerosos; de Jacob se levanta una estrella y un cetro surge de Israel." Pero de nada nos servirá saber lo que hoy se nos ha comunicado si cerramos nuestro corazón a la salvación que Dios nos ofrece y, si en lugar de ir por caminos de luz, continuamos sujetos a nuestros camino de tinieblas, de maldades y de injusticias.
2. Sal. 24. Que Dios nos descubra sus caminos para que no sólo los conozcamos, sino para que los sigamos. Muchas veces pudimos perdernos en el laberinto de nuestros pecados, y pareciera como que nos vamos a quedar atrapados en ellos. Sin embargo, quienes confiamos en el Señor, seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación. Dios jamás se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. Esto no puede llevarnos a vivir descuidados en el amor, pensando que Dios nos perdonará y salvará, pues el tiempo de gracia no es marcado por el hombre, sino por Dios. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.
El Señor es recto y bondadoso. Nosotros, frágiles y pecadores, acudimos a Él para que nos enseñe a caminar en el bien, deseando llegar a ser perfectos, como Él es perfecto. Por tanto no podemos acudir a su presencia buscando Vida y Sabiduría, para después volver a nuestros antiguos caminos de maldad. El Señor nos conoce hasta en lo más profundo de nuestras intenciones. Él sabe que hay muchas obras buenas en nosotros; pero ante Él no se ocultan nuestros pecados y miserias. A pesar de todo eso Él nos sigue amando, y puesto que su ternura y su misericordia hacia nosotros son eternas, siempre está dispuesto a perdonarnos, a llenarnos de su Espíritu y a guiar nuestros pasos por el camino del bien mediante su Palabra, que, hecha uno de nosotros, se convierte para nosotros en Camino, Verdad y Vida. Acudamos, pues, al Señor, con gran humildad. Que su Palabra no se pronuncie inútilmente sobre nosotros; más bien que, día a día, por obra del Espíritu Santo, esa Palabra vaya encarnándose en nosotros.
3.- Mt 21,23-27. Jesús se enfrenta al judaísmo oficial y renuncia a dar testimonio explícito de sí mismo, porque una sola palabra no podía convencer a quienes se han opuesto a todo su ministerio con una actitud incrédula y negativa. Jesús no esquiva la pregunta de los sumos sacerdotes y ancianos ni les discute el derecho de plantearle la cuestión de la autoridad. Con su contrapregunta sólo quiere hacerles recapacitar. La respuesta a la pregunta sobre la autoridad del Bautista proyectará luz sobre la autoridad de Jesús, porque Juan preparó los caminos a Jesús. La sanedritas no buscan la verdad de Dios, sino que se buscan a sí mismos. Por eso no toman ninguna decisión. En cualquier decisión que tomaran estarían perdidos. Si declaran a Juan Bautista como verdadero profeta, entonces tienen que creer y consiguientemente perderse, entregándose a Dios. Tienen que aceptar a Jesús. Hay aquí algo que aprender para el enfrentamiento de la fe con la incredulidad. No existen pruebas para los hombres que no quieren creer. Quien no se deja convencer por la imagen general que Jesús le brinda con su persona, con sus palabras y con su vida de que Dios habla y actúa por medio de él, tampoco puede ser instruido por ninguna discusión. Si dicen que es falso profeta entonces se ve amenazada su vida por el pueblo, que cree en la misión divina del Bautista. Cuando tenemos algo que defender -nuestra razón, nuestra voluntad, a nosotros mismos- son intereses que nos impiden descubrir a Dios. -No defenderme. -No exigir. -No reprochar.
El tiempo de Adviento es el tiempo de preparación para... de encaminarse hacia... Raramente las grandes decisiones y los grandes compromisos surgen de la nada sin haber sido suficientemente preparados. Frente a la opción "Jesús", tan nueva desde muchos aspectos, los hombres se separarán según una elección que ya se les había presentado frente a Juan Bautista". La posición tomada ante la llamada del Bautista prepara la posición a tomar ante la llamada de Jesús. Trato hoy de contemplar, a mi alrededor y en mi propia vida, las múltiples elecciones humanas, que son como andaduras hacia Jesucristo, o que, por el contrario, bloquean ya cualquier avance hacia El.
-Cuando Jesús enseñaba en el templo, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él y le preguntaron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te ha dado tal potestad?" En el relato de Mateo, a esta pregunta precede la escena de Jesús expulsando a los vendedores en el templo. Ante un "acto" tal no cabe la indiferencia: hay que tomar una decisión. Es un dilema: o esto... o esto...
-Respondióles Jesús: "Yo también quiero haceros una pregunta, sólo una.. Me gusta verte así, Señor Jesús, como una persona enérgica, que no se deja intimidar, una persona que contra-ataca. Esta era a menudo tu táctica: en vez de contestar, hacías otra pregunta. ¿Acepto yo también dejarme interpelar? ¿Soy de los que pasan su tiempo haciendo preguntas a Dios, como si yo fuera el centro del mundo y Dios debiera estar a mi servicio? o bien ¿me dejo contestar por Dios? La primera actitud, frente a la opción "Jesús", es la disponibilidad: aceptar que él dirija el juego en mi vida. ¿Qué pregunta vas a hacernos, Señor?
-"El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres?" Efectivamente, es la pregunta más radical. Jesús va siempre directamente a lo esencial. La opción fundamental es esta: o... o... No hay escapatoria posible. Todo el porvenir queda comprometido.
-Mas ellos discurrían, diciendo: "Si respondemos "del cielo", nos dirá... "Si respondemos, "de los hombres", tenemos que temer al pueblo... Contestaron, pues, diciendo: "No lo sabemos. A menudo, también nosotros, contestamos huyendo las preguntas radicales de Dios. Hoy mismo, ¿cuál es la pregunta, la invitación, que yo siento que Dios me hace? ¿Cuál va a ser mi respuesta?
-"¿Por qué no le habéis creído?" La fe. Si Dios habla, incluso a través de un profeta como Juan Bautista, incluso a través de personas y de acontecimientos que me solicitan, ¿cómo se explica que yo tome estas actitudes ambiguas, huidizas? Escucho esta palabra de Jesús: "¿Por qué no creéis?". Señor, ante las grandes o las pequeñas opciones, te necesito.
-Pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas. A qué dar una respuesta, si no sirve para nada. También esta escena se termina, con una decepción de Dios. Contemplo en el corazón de Cristo esta decepción de no haber sido escuchado (Noel Quesson).
Los dirigentes de Israel no quieren aceptar a Juan, como tampoco el rey de Moab quedó nada satisfecho con las profecías del vidente Balaán, a quien él había contratado con la intención contraria. La peor ceguera es la voluntaria. Aquí se cumple una vez más lo que decía Jesús: que los que se creen sabios no saben nada, y los sencillos y humildes son los que alcanzan la verdadera sabiduría. Estas lecturas nos interpelan hoy y aquí a nosotros. Balaán anunció la futura venida del Mesías. El Bautista lo señaló ya como presente. Nosotros sabemos que el Enviado de Dios, Cristo Jesús, vino hace dos mil años y que como Resucitado sigue estándonos presente. La pregunta es siempre incómoda: ¿le hemos acogido, le estamos acogiendo de veras en este Adviento y nos disponemos a celebrar el sacramento de la Navidad en todo su profundo significado?
Admiramos las sorpresas de Dios en el pasado -elige a un vidente pagano para anunciar su salvación, como luego elegirá al perseguidor Saulo para convertirlo en el apóstol Pablo- pero tendríamos que estar dispuestos a saberlas reconocer también en el presente. El testimonio de la presencia de Dios en nuestra historia no nos viene siempre a través de personas importantes y solemnes. Otras mucho más sencillas, de las que menos nos lo podamos esperar, que nos dan ejemplo con su vida de valores auténticos del Evangelio, pueden ser los profetas que Dios nos envía para que entendamos sus intenciones de salvación. Pueden ser mayores o jóvenes, hombres o mujeres, laicos o religiosos, personas de poca cultura o grandes doctores, creyentes o alejados de la Iglesia. La voz de Dios nos puede venir de las direcciones más inesperadas, como en el caso de Balaán, si sabemos estar atentos. Al Bautista le entendió el pueblo sencillo, y las autoridades no. ¿Tendrá que seguir clamando en el desierto también hoy? ¿Qué velos o intereses tapan nuestros ojos para impedirnos ver lo que Dios nos está queriendo decir a través del ejemplo de generoso sacrificio de un familiar nuestro, o de la fidelidad alegre de un miembro de nuestra comunidad?, ¿o es que queremos mantenernos cómodos con nuestra ceguera de corazón.
El Dios del ayer es el Dios del hoy y el Dios del mañana. El que vino, el que viene, el que vendrá. Cada día, no sólo en la Eucaristía, sino a lo largo de la jornada, en esos pequeños encuentros personales y acontecimientos, sucede una continuada venida de Dios a nuestra vida, si estamos despiertos y sabemos interpretar la historia (J. Aldazábal).
Los sacerdotes están preocupados por el poder y la autoridad con que actúa Jesús. Parece que el permiso de enseñanza en los patios del templo estaba restringido al reducido grupo de maestros y levitas reconocidos por las autoridades de Jerusalén. La intromisión de Jesús en el Templo causa revuelo. Ha realizado la purificación del templo y este gesto profético los llena de miedo. Temen perder su influjo en la gente. Por eso interrogan a Jesús sobre su autoridad y sobre el origen de ella. Se creen los guardianes del templo y ven en Jesús un intruso. Quieren ver sus credenciales. Siguiendo el método rabínico de controversia, Jesús les responde a su vez con otra pregunta. Ante el dilema que les plantea Jesús, ellos nos son capaces de responder ni toman posición frente a la autoridad de Juan. Jesús muestra así que tiene más autoridad que ellos. También a nosotros los cristianos se nos puede preguntar por la autoridad que tenemos para predicar. Nuestra autoridad a través de Jesús que nos ha enviado, viene de Dios. Lo que preguntan, en cambio, callaron por miedo y encubrieron por astucia, de este modo perdieron su legitimidad ante el pueblo. Por eso Jesús pasa de confrontado a confrontador. El les ha devuelto la amenaza y las autoridades se ven en aprietos para legitimar la propia autoridad. De este modo, queda en firme la autoridad de Jesús y en entredicho la de las autoridades supuestamente legítimas (servicio bíblico latinoamericano). La otra cara de la historia estará representado por las autoridades. Ellos, preocupados por ortodoxia, por el verticalismo, por la seguridad de la autoridad competente, de forma desconfiada exigen una prueba de autoridad a este pobre peregrino. Ellos no podían considerar que la autoridad no siempre va ligada al poder, que Dios no se manifiesta verticalmente sino desde los pobres y apartados por las mismas autoridades. Lo mismo pensaba Balac, que por tener el poder de convocar a este vidente pensaba que con eso ya había ganado la maldición para Israel. Dios se manifiesta, lo ha demostrado, no desde el poder sino desde su propia iniciativa allí en dónde esté un corazón dispuesto a reconocerlo (servicio bíblico latinoamericano).
Jesús no se dejaba amedrentar, no rea un mojigato. Las imágenes dulces de Jesús han ido en contra de su perfil como hombre decidido y valiente. Hoy su reacción en el Evangelio roza en la altanería: «Pues tampoco yo os digo con que autoridad hago yo esto». La fortaleza de Jesús encara la mala intención de los que querían ningunearlo. El cristiano ha de tener paciencia y no usar la violencia, pero no es un ingenuo, que deba rendirse a los prepotentes. Las situaciones adversas debemos afrontarlas con inteligencia, sin rehuir el debate y el derecho a expresar nuestras crítica o desacuerdo. Demasiados silencios cristianos han velado la verdad, e inclinado la balanza de parte de quienes se aprovechan del débil. A Jesús le negaban su autoridad porque enseñaba a ver las cosas de otra manera. Él demuestra una inteligencia sutil para poner a sus interlocutores ante un callejón sin salida. La palabra al servicio de la causa justa . Un modo de pensar inteligente, para desarmar la mala intención de quienes se creen poseedores exclusivos de la verdad. Aprendamos de nuestro Maestro el coraje de un enfrentamiento limpio, cuando esté en juego la verdad y la vida.
La respuesta displicente de Jesús enseña también que hay quienes no tienen derecho a la verdad. Hay gente cerrada de antemano. A quien veía el corazón no se le escapaba esa posición. Por eso los cristianaos debemos usar también nuestra agudeza visual. Hay que tratar de evitar el caer en las trampas y en la complicidad de quienes, haciendo gala de verdad, solo velan por su propio interés. Un maestro agudo para unos seguidores que quisiéramos aprender su inteligencia y decisión. Que él nos la enseñe, para afrontar las situaciones complicadas y capciosas de la vida (Pedro Sarmiento).
En su mente se sienten los depositarios del poder de Dios y cuestionan la actuación de Jesús, colocada al margen e independientemente de la propia. De esa forma, sitúan la defensa de sus propios intereses sociales y de clase por encima de los auténticos intereses de Dios y de la justicia del Reino.
Jesús responde con otra pregunta que gira en torno al origen de la autoridad de Juan. Este también se había situado al margen del poder religioso de sumos sacerdotes y senadores del pueblo. Su bautismo, ejercicio de esa autoridad, se efectuaba en la denuncia del poder institucional de los que formulaban la primera pregunta.
Ante esa contrapregunta los interlocutores de Jesús se encuentran en un callejón sin salida. El temor de la gente les impide considerar la autoridad de Juan originada en la voluntad humana, la propia reacción ante el Bautista les imposibilita colocar su fuente en la voluntad divina.
Su negativa a dar respuesta pone en claridad dos realidades: primeramente, su mala fe, porque actúan movidos por sus mezquinos intereses y, en segundo lugar, que no han llegado ni siquiera al nivel de comprensión de la gente que en Juan, ha reconocido la presencia de "un profeta" (v.25).
Ligando la actuación de Dios a su propia actuación, se han vuelto incapaces de comprender el designio salvador de Dios a través de sus profetas. Su incapacidad de dar una respuesta al origen de la autoridad del Bautista cierra sus corazones a la aceptación a los signos de Dios realizados por Jesús.
Jesús se inscribe en la prolongación de la larga historia de la Palabra divina, manifestada a lo largo de las vicisitudes de Israel. Como la dirigencia del pasado, sumos sacerdotes y senadores del pueblo no han querido aceptar la Palabra profética de Juan. Por ello, tampoco pueden comprender el sentido de la actuación de Jesús que es el cumplimiento definitivo de supervivencia de la Palabra divina en medio del rechazo egoísta de la dirigencia israelita.
El texto presenta, de este modo, la necesidad de no dejar que los propios intereses nos lleven al rechazo de la Palabra. La identificación de nuestros intereses con los intereses divinos nace de un corazón egoísta que buscando manipular a Dios, impide el reconocimiento de su señorío sobre la propia vida y sobre la vida de los demás.
Frecuentemente, la defensa de los propios privilegios es el principal obstáculo que impide la posibilidad de la apertura a la gracia y a la libertad divina. Esa actitud impide plantear correctamente la pregunta sobre el obrar divino y hace inútil cualquier tipo de respuesta. La respuesta está ya dada en la presencia definitiva de Dios a través de Jesús y su mensaje (J. Mateos-F. Camacho).
Lo propio del rey es poseer autoridad para reinar. Precisamente en torno a la autoridad de Cristo se centra todo el evangelio de hoy. Así como a Juan Bautista le vinieron a preguntar con qué autoridad bautizaba, los sumos sacerdotes y los ancianos, es decir, los depositarios de la autoridad, vienen a investigar sobre la autoridad en cuyo nombre Jesús se permite enseñar y trastocar los hábitos del templo (Mt 21,12-22). Y con razón surge este interrogante, ya que Jesús durante su vida pública aparece como el depositario de una autoridad singular: predica con autoridad (Mc 1,22), tiene poder para perdonar los pecados (Mt 9,6), es Señor del Sábado (Mc 2,28), expulsa los traficantes del templo, etc. Motivos suficientes para que quienes representaban la autoridad “legítima” lo abordaran con la pregunta: ¿Con qué autoridad haces esto?
Los sumos sacerdotes y los ancianos, que eran los jefes del pueblo judío, piden cuentas al Señor de lo que hace, pero no movidos por un sincero deseo de saber de dónde procedía el poder de Jesús, sino buscando en su respuesta la manera de condenarlo. El pueblo en cambio, reconocía en Jesús la autoridad con la que hablaba, confirmada con sus obras maravillosas.
Los enemigos de Jesús piensan tenderle una celada de la que no podría evadirse: si Jesús contesta que la autoridad le viene de ser el Hijo de Dios, entonces ellos rasgarían sus vestiduras y lo proclamarían blasfemo. Jesús no responde directamente a esta cuestión: son los signos que realiza los que dan razón para orientar los espíritus hacia una respuesta adecuada. La malicia de los judíos jefes se hace evidente y el Señor los desenmascara al ponerlos en una situación de apremio que les descubrirá sus malas intenciones.
El pueblo, los humildes y sencillos de corazón, esos sí que comprenden de dónde proviene la autoridad de Jesús y no necesitan preguntárselo, pues ven las obras que hace y creen en sus palabras y en sus obras; pero los sacerdotes y magistrados se hacen los sordos y ciegos. Ya habían condenado a Jesús, ahora sólo les faltaba desacreditarlo frente al pueblo, primer paso para luego realizar su propósito de ejecutarlo, condenándolo a muerte ignominiosa (servicio bíblico latinoamericano).
Hoy, el Evangelio nos invita a contemplar dos aspectos de la personalidad de Jesús: la sagacidad y la autoridad. Fijémonos, primero, en la sagacidad: Él conoce profundamente el corazón del hombre, conoce el interior de cada persona que se le acerca. Y, cuando los sumos sacerdotes y los notables del pueblo se dirigen a Jesús para preguntarle, con malicia: «Con qué autoridad haces esto?» (Mt 21,23), Jesús, que conoce su falsedad, les responde con otra pregunta: «El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» (Mt 21,25). Ellos no saben qué contestarle, ya que si dicen que venía de Dios, entrarían en contradicción con ellos mismos por no haberle creído, y si dicen que venía de los hombres se pondrían en contra del pueblo, que lo tenía por profeta. Se encuentran en un callejón sin salida. Astutamente, Jesús con una simple pregunta ha denunciado su hipocresía; les ha dado la verdad. Y la verdad siempre es incómoda, te hace tambalear.
También nosotros estamos llamados a hacer tambalear a la mentira. Tantas veces los hijos de las tinieblas usan toda su astucia para conseguir más dinero, más poder y más prestigio; mientras que los hijos de la luz parece que tengamos la imaginación un poco adormecida. Del mismo modo que un hombre del mundo la utiliza al servicio de sus intereses, los cristianos la hemos de emplear al servicio de Dios y del Evangelio. Jesús ejercía su autoridad gracias al profundo conocimiento que tenía de las personas y de las situaciones. También nosotros estamos llamados a tener esta autoridad. Es un don que nos viene de lo alto. Cuanto más nos ejerzamos en poner las cosas en su sitio —las pequeñas cosas de cada día—, mejor sabremos orientar a las personas y las situaciones, gracias a las inspiraciones del Espíritu Santo (Melcior Querol i Solà).
Hace unos días mi ordenador decidió cambiar las extensiones de mis archivos. Las extensiones, como bien sabéis, son esas pocas letras colocadas tras el nombre del documento precedidas por un punto, del estilo: “.doc; .jpeg; .exe”. Están situadas al final del nombre, pero es lo primero que el procesador lee para utilizar el programa adecuado para abrir el documento. Si la extensión no es la correcta no se abrirá el documento. Perfecto, pensaréis, este cura ahora, en vez de hablar de las lecturas, nos quiere colocar una clase de informática. No os preocupéis, no pierdo el hilo: contempla a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo del evangelio de hoy cuando se acercan a Jesús. ¡Tienen la extensión cambiada!. Son incapaces de reconocer al Mesías, de reconocer la obra de Dios, de escucharle. Por eso Jesús les da el “mensaje de error”. Podría haber hecho un gran milagro en ese momento para hacerles creer, una manifestación cósmica y que el sol diese vueltas o quitarle veinte años de golpe a Caifás, pero seguramente ni aún así habrían creído. Intentaban abrir un documento de Dios con la extensión de los hombres, así que se quedaron como estaban: ignorantes. En ocasiones a nosotros con Dios nos puede pasar algo parecido. Muchas veces en la dura experiencia de los funerales o la enfermedad me preguntan: ¿Por qué Dios permite esto? En el fondo es la misma pregunta del evangelio ¿Quién le ha dado a Dios autoridad sobre la vida y la muerte, sobre mí o sobre mis seres queridos? ¿Quién se cree que es? Estas preguntas presentadas tan descarnadamente, y que pueden sonar a blasfemas son, en el fondo, las que surgen de nuestra soberbia, de no dejar a Dios ser Dios. Dudamos si realmente “el Señor es bueno y recto” y que, a pesar de nuestras rebeliones, “su ternura y su misericordia son eternas”. Repite despacio: “Sé que Dios me quiere” y acércate a Dios como María, desde la humildad, dejándole hablar pues “enseña su camino a los humildes”.
Cuando te acerques al sagrario, cuando asistas a Misa, asegúrate de ir con la “extensión correcta”. No vayas para reprender a Dios, ni a juzgar al celebrante o a los que te rodean. Simplemente ponte en actitud humilde ante Dios y la Iglesia y dile despacio, con el corazón: “Señor, que no venga a pedirte cuentas, como los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, sino que esté ya escuchándote como aquellos personajes anónimos que oían atentamente tus enseñanzas”. Dentro de poco llegaremos a Belén. Ésa es nuestra escuela de oración (Archimadrid).
Cristo acababa de entrar triunfalmente en Jerusalén; había echado a los mercaderes del templo, y sus enemigos, llenos de odio y envidia, se acercan a preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto?» Jesús ya había manifestado y enseñado que su poder y misión venía de Dios Padre. Sus enemigos se habían resistido a creerlo y ahora tampoco venían con ganas de abrirse a la verdad. Por tanto, Cristo opta por tomar la iniciativa y proponerles una pregunta para ponerles en aprieto. Les pregunta sobre el Bautista. Su predicación, misión y bautismo, ¿tenían origen divino o no? Básicamente era la misma pregunta que le acababan de hacer. El Bautista había predicado que Cristo era el Mesías. Así que, si los sacerdotes decían que las enseñanzas de Juan eran de origen divino, entonces habrían de admitir la misión de Jesús. Si decían que era sólo de origen humano, la gente se les echaría encima y les apedrearía. Ellos fingen la ignorancia, -pues habían venido de mala fe-, y Jesús les respeta su decisión de permanecer cerrados.
Los sacerdotes intentan rebajar a Jesús con su pregunta y, sin embargo, habiendo venido por lana, salen trasquilados. En vez de ser hombres que buscan a Dios, se buscan a sí mismos y ven en Jesús a alguien que les va a quitar protagonismo o incluso les va a desbancar. Esa envidia les llevará incluso a buscar la muerte de Cristo. Así es la envidia. Basta recordar a Herodes intentando matar al niño Jesús, o a Antipas matando a Juan para no quedar mal ante los invitados al banquete. Casi todos los apóstoles seguirían la misma suerte que el Bautista. Y así padecerían también los mártires de todos los tiempos. Los celos, la envidia, el amor propio, el deseo de ser estimado, tenido por alguien importante, del temor al «qué dirán, el brillar en un cierto nivel social, el ostentar un puesto de honra o poder son fuerzas que carcomen y matan el espíritu del evangelio en nosotros. Dios todopoderoso, que nació niño en una cueva, desmentirá esas creencias: «El que busca su vida, la perderá; el que la pierda por amor a mí, la hallará». En la película “The Damnet”, los malditos, traducida como “La caída de los dioses”, de Visconti, muestra como una familia de alemanes degenera como tanta gente. Recuerdo que un chico mejoró su posición social, y dejó a la novia amiga de toda la vida que ya no le “vestía”, por otra de más “nivel”. Le dije que estaba siendo egoista. Salimos en coche y aún en el garaje ya me decía escandalizado: “¡el cinturón de seguridad!”: para él lo importante era ponérselo cuanto antes. Pensé que estábamos en una sociedad puritana… Oración: Señor, dame la gracia de vivir con pureza de intención. Que mi obrar, pensar, sentir sea por Dios y delante de Dios. Actuar: Revisaré mi actuar para no dejar que la envidia y otros males se instalen en mi corazón. Llucià Pou Sabaté.

III Domingo de Adviento, Ciclo A. Nos llenamos de alegría porque los desiertos se transformarán en un paraíso, con la llegada de Jesús:

Lectura del Profeta Isaías 35,1-6a. 11. El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuetes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Y volverán los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.
Salmo 145,7.8-9a.9bc-10. R./ Ven, Señor, a salvarnos.
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente; tu Dios, Sión, de edad en edad.
Carta del Apóstol Santiago 5,7-10.Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.
Evangelio según Mateo (11,2-11): En aquel tiempo, Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».
Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él».
Comentario: 1. Is 35,1-10 nos habla de la vuelta al Paraíso. La venida del Salvador transformará el desierto en Paraíso; todas las enfermedades serán curadas porque el nuevo Reino no conocerá ya el mal: hasta la misma fatiga desaparecerá. El poema anuncia la abolición próxima de las maldiciones que acompañaron la caída de Adán: la fatiga del trabajo, el sufrimiento, las zarzas y las espinas del desierto no serán ya más que un mal recuerdo. Es la conquista de la Tierra Prometida ya soñada en la vuelta al país después del destierro (Maertens-Frisque). Vemos que aún la tierra es árida: hay chabolas y pobreza, hospitales psiquiátricos, el hombre necesita ser salvado, hay desierto y ferocidades...
El tema de este poema es la vuelta al Paraíso. La venida del Salvador transformará el desierto en Paraíso; todas las enfermedades serán curadas porque el nuevo Reino no conocerá ya el mal: hasta la misma fatiga desaparecerá.
El poema anuncia la abolición próxima de las maldiciones que acompañaron la caída de Adán: la fatiga del trabajo, el sufrimiento, las zarzas y las espinas del desierto no serán ya más que un mal recuerdo. Esta vuelta al Paraíso, incrustada en los relatos de la conquista de la Tierra Prometida, y, sobre todo, en los de la restauración del país después del destierro, perderá su carácter maravilloso a partir del N.T. No por ello deja de ser una realidad la vuelta al Paraíso, pero el nuevo Adán no pudo penetrar en él el primero, sino después de haber abolido la maldición mediante su obediencia absoluta a su condición de hombre, comprendida la muerte, acompañada de una fidelidad total a su Padre. ¡El cristiano cree todavía en la vuelta al Paraíso, pero sabe que su vuelta no se efectúa sino en la fidelidad a los múltiples paraísos que el hombre quiere reconstruir triunfando de la guerra, del hambre, del trabajo, y que no tiene, pues, aparentemente, ya nada de lo maravilloso que describe Isaías! Y, sin embargo, incluso con esa condición, todo sigue siendo maravilloso, porque todo sigue siendo don de Dios, un don que se traduce en el amor del cristiano hacia sus hermanos (Maertens-Frisque).
En los momentos en que sintamos tristeza y depresión o cuando nos veamos en situaciones desesperadas, nos vendrá muy bien leer esta página de Isaías, profeta consolador. ¡Cómo necesitamos a los profetas!
Se anuncia un espléndido movimiento de restauración, como un maravilloso renacer, empezando por la naturaleza: el desierto será un vergel, todo lleno de flores bellas, dará gusto pasearse por el desierto y la estepa. Se pasa después a las personas y los pueblos: los apocados y abatidos, de rodillas vacilantes y espaldas curvadas, se levantarán firmes, decididos a las mayores empresas; los deprimidos rebosarán de santo orgullo y esperanza; los ciegos, sordos, mudos, cojos, se llenarán de salud y vida.
Esto no es un sueño. Es el anuncio de una realidad transformadora. "Dios viene en persona". Y Dios es bendición y es gracia, lo deja todo lleno de hermosura y de vida. Dios es alegría. Al paso de Dios todo se renueva. Se acabaron los males y las tristezas. ¿No lo acabamos de creer? Si Dios viene, si Dios ha venido, ¿hay algo que temer? (Caritas).
2. El Salmo 145 es un "himno" del reino de Dios. A partir del salmo 145, hasta el último, el 150, tenemos una serie que se llama el "último Hallel", porque cada uno de estos seis salmos comienza y termina por "aleluia". En esta forma el salterio termina en una especie de ramillete de alabanza. Recordemos que la palabra "hallélouia" significa, en hebreo "alabad a Yahveh", "alabad a Dios". El salmista canta el amor de Dios en una especie de carillón festivo, más sensible en hebreo por la repetición, nueve veces, de una misma construcción gramatical que se llama el "participio hímnico":
No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar… San Agustín comenta: "No sé por qué extraña debilidad, el alma humana, al ser atribulada, desespera del Señor en este mundo y pretende confiar en el hombre. Dígase a una persona que se encuentra en algún aprieto: «Hay un varón poderoso que puede salvarte.» Al oír esto, sonríe, se alegra y recobra el ánimo. Pero si se le dice: «Dios te libra», se queda desesperanzado y como helado. ¡Te promete socorro un mortal, y te gozas; te lo promete el Inmortal, y te entristeces! ¡Ay de tales pensamientos! ... Sólo en el Hijo del Hombre está la salvación; y en Él reside no porque sea Hijo del Hombre, sino porque es Hijo de Dios".Por eso, Cristo es el sacramento del encuentro con Dios y los Sacramentos actos de salvación personal de Cristo. No existe otro acontecimiento salvífico, otro nombre en el que podamos encontrar nuestra salvación (Act 4: 12), ni otro sacramento que Cristo. Dichoso el que espera en el Señor, su Dios: Por ser ya bienaventurado, Jesús poseía y gozaba plenísimamente de Dios, que es el objeto primario de la esperanza, y, por tanto, carecía de esta virtud. No obstante, como explica Tomás de Aquino, pudo tenerla -y la tuvo de hecho- con relación al auxilio de su Padre para alcanzar la glorificación e inmortalidad de su Cuerpo. Además, "a lo largo de toda su actividad terrena, el Señor, que experimentaba continuamente a su alrededor el favor de su Padre, percibió de una manera espontánea y vital los sentimientos contenidos en este salmo. Para Él mismo sería grato alabar al Padre entonando este mismo himno de alabanza. No obstante, siendo esto verdad, es sobre todo durante las afrentas de su Pasión cuando el Señor obtuvo una experiencia más intensa de este favor con que su Padre le rodea. Parece que el salmo canta en sintonía con el martillo que le cose al madero y, cuando acaban de crucificarle con los mismos instrumentos de su profesión, exclama: 'In manus tuas commendo spíritum meum'. En medio de este confiado abandono recibe la recompensa de su Resurrección gloriosa. Así pues, el salmo, puesto en labios de Cristo resucitado, se reviste de una luz del todo nueva.
El Señor puede dejarnos desprovistos de apoyos humanos y proclamar, en virtud de su experiencia decisiva después de la Pasión, que son verdaderamente dichosos quienes eligen por protector a Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él."
"Actualmente Cristo no reina de un modo perfecto en sus miembros porque sus corazones están distraídos en pensamientos vanos... pero cuando este cuerpo mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15: 24), y abandone el mundo, se desgajará de esas distracciones y, entonces, Cristo reinará de un modo perfecto en sus Santos y 'Dios será todo en todos' (1 Cor 15,28).
La contemplación del Profeta le empuja a situarse, por así decir, en el final de los tiempos. Entonces, viendo la fragilidad de todo lo que, por ser terreno, resulta caduco, no piensa mas que en alabar a Dios. Este fin del mundo vendrá presto para cada uno de nosotros: vendrá en el momento en el que muramos y nos desliguemos de cuanto nos rodea. Enderecemos, pues, nuestros afanes hacia lo que constituirá, al fin, nuestra ocupación perenne" (Casiosodo: Félix Arocena).
Este salmo tiene una especie de letanía de desgraciados a los cuales ayuda Dios: los "oprimidos", los "hambrientos", los "prisioneros", los "ciegos", los "abatidos", los "extranjeros", las "viudas", los "huérfanos"... ¡Toda la desgracia del mundo que conmueve a Dios! Parecen un preludio de las bienaventuranzas que Jesús pronunció: "bienaventurado aquel cuyo auxilio es Dios... Bienaventurado el que escucha la palabra de Dios..." Y a estas Bienaventuranzas, corresponde una "maldición" igual que en el salmo: "deja extraviar a los malvados"... "Ay de vosotros los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo". (Lucas 6,24). Jesús repitió a menudo, con este salmo, que la vida materialista conduce a la nada. Recordemos lo del rico que quería ampliar sus ¡graneros! "No confiéis en los poderosos, ellos vuelven a la tierra, y ese día sus proyectos se desploman". Es obvio que la liturgia relacione este salmo 145 con el Evangelio de San Marcos 12, 38-44 por la alusión a la "viuda pobre" que Jesús exalta... Y por la alusión a los escribas, los poderosos de la época, "que devoran los bienes de la viudas", mientras Dios "¡sustenta a la viuda y al huérfano!"
Señor, concédenos esta felicidad profunda. Haz que creamos que allí, y únicamente allí está la felicidad estable, que nada, absolutamente nada, puede lastimar ni empañar.
En una hermosa noche sin nubes, mirad las estrellas, imaginad las galaxias. Pensad en la vida que bulle, en millares y millares de seres sobre la tierra y en el fondo del mar. Podría uno imaginar lejano, este gran Dios del universo. Esto hacen muchos filósofos. Pero escuchad: El se ocupa con predilección de los pequeños, de los maltrechos, de los despreciados, de los desgraciados... (Noel Quesson).
«No confiéis en los príncipes». Aviso oportuno que adapto a mi vida y circunstancias: No dependas de los demás. No me refiero a la sana dependencia por la que el hombre ayuda al hombre, ya que todos nos necesitamos unos a otros en la común tarea del vivir. Me refiero a la dependencia interna, a la necesidad de la aprobación de los demás, a la influencia de la opinión pública, al peligro de convertirse en juguete de los gustos de quienes nos rodean, al recurso servil a «príncipes». Nada de príncipes en mi vida. Nada de depender del capricho de los demás. Mi vida es mía. Sólo rindo juicio ante ti, Señor. Acato tu sentencia, pero no acepto la de ningún otro. No concedo a ningún hombre el derecho a juzgarme. Sólo yo me juzgo a mí mismo al reflejar en la honestidad de mi conciencia el veredicto de tu tribunal supremo. No soy mejor porque me alaben los hombres, ni peor porque me critiquen. Me niego a entristecerme cuando oigo a otros hablar mal de mí, y me niego a regocijarme cuando les oigo colmarme de alabanzas. Sé lo que valgo y lo que dejo de valer. No rindo mi conciencia ante juez humano. En eso está mi libertad, mi derecho a ser yo mismo, mi felicidad como persona. Mi vida está en mi conciencia, y mi conciencia está en tus manos. Tú solo eres mi Rey, Señor. «Dichoso aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios» (Carlos S G. Vallés).
“No estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de "confiar en los poderosos" (cf. v. 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr 2, 15), que tiene como meta la desesperación. En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo 'adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf. Qo 12, 1-7), como una telaraña que el viento puede romper (cf. Jb 8, 14), como un hilo de hierba verde por la mañana y seco por la tarde (cf. Sal 89, 5-6; 102, 15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo: "Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes" (Sal 145, 4).
Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza: "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios" (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve. Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor”, así decía Juan Pablo II.
Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice: "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: "Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
3. St 5,7-10. ¿Se acabarán los males? En tiempos de Santiago no parecían las cosas tan claras. ¿Dios ha venido? Pues no se nota demasiado. El apóstol nos responde: Dios ha venido, pero tiene que volver. La primera venida fue en debilidad, la segunda será en poder y gloria, y no tardará. Necesitáis mucha paciencia. No os pongáis nerviosos. Paciencia. Lo repite cuatro veces. Para todo se necesita paciencia. ¿O es que el labrador tira de las plantas para que crezcan más deprisa? ¿Y no hubo que esperar largos siglos para la primera venida del Señor? Y el Señor ¿no fue paciente? ¿A quiénes podemos poner hoy por ejemplo de paciencia? También los hay, pero la verdad es que vivimos en un tiempo dominado por las prisas y el nerviosismo (Caritas). Santiago habla de la paciencia… es una lección para vivir en esa vigilante espera de la venida del Señor, pero también de cómo Dios sabe sacar de todo algo bueno.
Hay una estrecha relación entre este breve e importante pasaje de la carta de Santiago y lo que acaba de anunciar amenazando a los ricos con el día de su "matanza", esto es, con el día del juicio de Dios. Pues los ricos engordan para la muerte, mientras los pobres han de esperar con paciencia la venida del Señor que les hará justicia. Ahora Santiago se dirige a los pobres y no simplemente a los cristianos.
Las víctimas de la explotación de los ricos, los pobres, a los que Santiago llama cariñosamente "hermanos", están en peligro de perder la paciencia y caer en la desesperación. Por eso les anima para que perseveren hasta el fin, hasta que venga el Señor.
La paciencia cristiana vive de la esperanza, y es una virtud activa que no debe confundirse con una resignación fatalista. El que espera no se amilana ante las dificultades y peligros, vive atento a los signos de los tiempos y procura sacar el mayor provecho de todas las ocasiones para acercarse cada vez más al reino de la paz y de la justicia. Esta paciencia de los pobres que esperan se parece a la que tienen los hombres del campo. Ellos saben esperar después de sembrar, ellos saben que vendrá el tiempo de la cosecha. No todo está en las manos del labrador, y el labrador necesita paciencia, pero sería estúpido esperar nada cuando nada se ha sembrado. Cierto que ha de venir la lluvia en otoño y sembrar la semilla, cierto que hace falta la lluvia más tardía, la de abril, para que grane la mies...; pero cuando la cosecha está a punto de siega, el segador no debe descuidarse en meter la hoz en los trigales. También los pobres que esperan el día del juicio, el día de la justicia de Dios, han de esperar con serenidad y paciencia, vigilando siempre, dispuestos a emplearse a fondo cuando llegue el momento oportuno.
Y mientras tanto, es preciso evitar las quejas, las murmuraciones y la crítica destructiva en medio de la comunidad. Nadie debe constituirse así mismo en juez de los demás y anticipar impacientemente un juicio que sólo puede hacer el que ha de venir, el Señor que está viniendo. Santiago da este consejo a los pobres que esperan, y se refiere a la necesidad de evitar entre ellos la discordia y la mutua condenación.
Después de este inciso sobre el recto comportamiento en la comunidad de los pobres del Señor, Santiago vuelve a recomendarles la paciencia. Ahora les presenta el ejemplo de los profetas que deben imitar. También los profetas padecieron persecuciones y sufrieron en su carne la fuerza de los poderosos de este mundo, pero supieron perseverar hasta el fin y anunciaron contra viento y marea la palabra de Dios. Nunca renunciaron a la esperanza. En el versículo siguiente se refiere a la paciencia de Job (“Eucaristía 1980”).
4.Juan vuelve a ser protagonista este otro domingo; nos enseña a situarnos al servicio de Jesús: «No soy digno de desatarle las sandalias» (Jn 1,27); nos enseña dejar actuar a Dios en nosotros: «Es preciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30); nos enseña a ser instrumentos suyos, “amigo del esposo” (cf. Jn 3,26). Cirilo de Jerusalén recoge esta actualización del precursor, en nuestros días: «Nosotros anunciamos la venida de Cristo, no sólo la primera, sino también la segunda, mucho más gloriosa que aquélla. Pues aquélla estuvo impregnada por el sufrimiento, pero la segunda traerá la diadema de la divina gloria». La temática de este domingo es pues preparar la venida del Señor en primer lugar en nuestra vida, y ser precursores de la luz ayudando a llevar las almas a Jesús.
Si tomamos los textos litúrgicos, nos encontramos a Isaías en la primera lectura (31,1-6.10) nos habla de una tierra desierta que “florecerá como lirio”, que está en relación con lo que dice en otro lugar, más adelante, de dejarnos llevar por el Espíritu: "El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido"; también Santiago, dentro del contexto de la paciencia ante las contrariedades nos anima a tener paciencia: “mirad como el labrador espera el precioso fruto de la tierra… Esperad, pues, también vosotros con paciencia y fortificad vuestros corazones” (Santiago 5, 7-10) que es fruto de esta acción del “Espíritu del Señor sobre mío: me envió para evangelizar a los pobres”, diremos en el Aleluya (Is 61, 1). También el Evangelio nos mostrará cómo reconocer esta luz interior, cuando Jesús nos habla de san Juan como del más grande entre los nacidos de mujer, pero el más pequeño en el Reino de los cielos (11, 2-11). Él es el precursor, “de quien está escrito: ‘he aquí que Yo envío mi ángel ante tu faz, que aparejará tu camino delante de ti”.
En la Antífona de entrada el “Gaudete in Domino semper. Iterum dico: Gaudete!” da nombre al domingo: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” y nos da la razón de esta alegría: “Dominus prope, El Señor está cerca” (Fil 4,4-5). Se nos invita a estar alegres porque se acerca la Navidad, faltan pocos días. María es modelo de mujer feliz, como profetizó Isabel en la Visitación: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1,43-45). El hijo que llevaba en las entrañas ya señalaba al Maestro, ya en el vientre de su madre el pequeño Juan mostraba el camino para Cristo (cf. Lc 1,76). Y responde con las palabras del Magnificat, “Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre? (Lc 1,46-49). Con María podemos penetrar estos días en la unión profunda entre alegría y estar con el Señor, dejar el corazón –por la humildad- dispuesto a que entre el Señor y nos posea. Hemos de hacernos pequeños, estar siempre alegres y exultar… pues el Señor está cerca, viene para salvarnos.
“Conviene que Él crezca y que yo mengüe”; es preciso fiarse de Dios y dejarle hacer y sustituir nuestra lógica por la suya; hacer un hueco en nuestro corazón para la llegada de Dios, que Él crezca y disminuya mi orgullo: "Padre mío —¡trátale así, con confianza!—, que estás en los Cielos, mírame con compasivo Amor y haz que te corresponda. //—Derrite y enciende mi corazón de bronce, quema y purifica mi carne inmortificada, llena mi entendimiento de luces sobrenaturales, haz que mi lengua sea pregonera del Amor y de la Gloria de Cristo." (San Josemaría, Forja, 3).
Seguir su obra mística Camino en algunos de sus puntos, nos ayuda a ver ese proceso del alma que se abre a la alegría fruto de dejar actuar a Dios: "Señor, nada quiero mas que lo que Tú quieras. Aun lo que en estos días vengo pidiéndote, si me aparta un milímetro de la Voluntad tuya, no me lo des." (Forja, 512). “El ‘gaudium cum pace’ —la alegría y la paz— es fruto seguro y sabroso del abandono” (C 768; cf. C 758: “la aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. —Entonces se ve que el yugo de Cristo es suave y que su carga no es pesada”). Como dice Camino 758, “La aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. —Entonces se ve que el yugo de Cristo es suave y que su carga no es pesada” (15.11.1931), con “el gozo y la paz” que sitúa S. Pablo en el segundo y tercer lugar entre los “frutos” del Espíritu Santo en el alma (Gal 5, 22; cf. también Rom 14, 17; 15, 13; y Mt 11, 30 para la parte final sobre la cruz). Subraya que esa alegría se da “en la Cruz”, en “su dulce Cruz” (n. 658), comenta Pedro Rodríguez (Edición crítica, p. 842). Es un tema central de la espiritualidad de S. Josemaría (cf. lo dicho en 555). “Felicidad en la Cruz”, como dice Juan Pablo II: “muchas veces los Santos han vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz en la paradójica confluencia de felicidad y dolor”: “Te acogota el dolor porque lo recibes con cobardía. —Recíbelo, valiente, con espíritu cristiano: y lo estimarás como un tesoro” (C 169).
“Gozo y la paz” (cf. Rom 14, 17; 15, 13; Gal 5, 22; sobre “carga no es pesada”: cf. Mt 11, 30). “¿Y qué es la paz? La paz es algo muy relacionado con la guerra. La paz es consecuencia de la victoria. El fruto de esa lucha por cumplir la voluntad de Dios es la paz de Camino 759: “¡Paz, paz!, me dices. —La paz es… para los hombres de "buena" voluntad” (Cf. Lc 2, 14, que tiene el sentido “en los que Dios se complace”, que tiene su relación en 258: “Rechaza esos escrúpulos que te quitan la paz. —No es de Dios lo que roba la paz del alma.
Cuando Dios te visite sentirás la verdad de aquellos saludos: la paz os doy…, la paz os dejo…, la paz sea con vosotros…, y esto, en medio de la tribulación” (hace ref. a Lc 24, 36 en el anuncio de la gloria; Jn 14, 27; 20, “el espíritu sopla donde quiere”: Jn 3, 8); el capítulo “escrúpulos” tiene la perspectiva de tribulación, de la que se sale por la obediencia (cf. com/259), y entonces “surge... et ambula” (cf. Mt 9, 5).
La paz exige de mí una continua lucha, sin lucha no podré tener paz” (480): aquí “aparece en su clave espiritual, siguiendo el texto de Gal 5, 22: como ‘fruto’ del Espíritu Santo, del abandono a la acción del Espíritu Santo. Hay que situar esto en el contexto de Alegría, un capítulo que termina el de las virtudes (cap. 31, de la sección II-B), que perfila –como dice el Autor- lo que constituye un hijo de Dios: “quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino” (p/ 665). Es el “semper gaudete” (1 Thes 5, 16; cf. C 662; cf. C 152; 2 Cor 5, 9). El abandono “en los brazos amorosos de tu Padre-Dios” (C 659) es la ‘condición’ para la paz (C 767); el “secreto” para ser feliz en la tierra (766). Abandono es lo mismo que el ‘fiat’ de la Virgen (763). Amor a la Voluntad de Dios y alegría de paz señalan así, el arco de la vida critiana según el Autor de C. (Vid cap. ‘Alegría’” especialmente el n. 848. Además, todo el cap. “los medios” está unido a este optimismo sobrenatural que más arriba se ha dicho).
“"Nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur in via?" —¿Acaso nuestro corazón no ardía en nosotros cuando nos hablaba en el camino? / Estas palabras de los discípulos de Emaús debían salir espontáneas, si eres apóstol, de labios de tus compañeros de profesión, después de encontrarte a ti en el camino de su vida” (C 917; Lc 24, 32).
Hasta aquí los puntos de “Camino”. El actuar de Dios, amante que sale a nuestro encuentro, busca la oveja perdida y envía a su hijo para salvarnos: Jesús se hace hombre y muere en la cruz y con su sacrificio cruento paga abundantemente los pecados de todos los hombres y nos reconcilia con Dios, y nos abre las puertas del cielo. El Padre organiza la gran fiesta para el hijo que vuelve después de haberse perdido. Pensemos en un mendigo que es elevado a la categoría de hijo, y el rey lo acoge como hijo propio. Pues mucho más que esto es lo que Dios hace con nosotros a través del misterio pascual de Jesús, de toda su vida. Podemos considerar la Eucaristía como punto central de ese venir Jesús a nosotros: bajo varios aspectos, principalmente como sacrificio ofrecido a Dios, y como sacramento de la presencia de Jesús. El sacrificio de Jesús por amor nuestro es infinito, y en la comunión tenemos la presencia. Cuando el sacerdote consagra, ahí pasa algo muy importante que aconteció hace 2000 años: el hijo de Dios baja a la tierra, nace haciéndose uno de nosotros, se sacrifica por mí, se ofrece por cada uno en la Cruz, el calvario, místicamente pues el sacrificio se realizó sólo una vez. Pero es el mismo sacrificio. Una la víctima, Jesús. Uno el sacerdote, Jesús. Y sólo se distingue en el modo (en la cruz, en su cuerpo que muere, y en el altar de modo "eucarístico", bajo las especies). Todos nos juntamos para hacer la Misa, que no solamente vamos para "oír la Misa", sino a "hacerla" con el sacerdote. Porque vamos a ofrecer y a hacer sacrificios con él. La Misa es la viva actualización del sacrificio de la Cruz. En la Misa se cumplen también aquellas palabras de Jesús: "cuando fuere levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). Somos entonces sacerdotes de nuestra propia existencia, como dice san Pedro en la primera carta: "vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, pueblo adquirido por Dios". En la Eucaristía el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. Esta participación de toda la comunidad asume un particular relieve en el encuentro dominical, que permite lleva al altar la semana transcurrida con las cargas humanas que la han caracterizado.Y por esto Jesús en palabras del sacerdote dice "sacrificio mío y vuestro".
El aspecto central y principalísimo de la Misa consiste en su carácter de sacrificio, que perpetúa el único y perfecto sacrificio de Cristo en la cruz; ahora de manera incruenta, con la separación mística de las dos especies; y el ofrecimiento de este sacrificio se realiza -por el ministerio del sacerdote- mediante la doble consagración del pan y del vino, que significa la separación del Cuerpo y de la Sangre, la muerte de Cristo. Ahí es cuando nos dice Jesús: “Yo llamo a tu puerta, escúchame, ábreme”.
Para concluir, unas palabras de Juan Pablo II en el día de hoy: "El Adviento es tiempo de alegría, pues permite revivir la espera del acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios de la Virgen María… Saber que Dios no está lejos, sino cercano; que no es indiferente, sino compasivo; que no es ajeno, sino un Padre misericordioso que nos sigue con cariño en el respeto de nuestra libertad: este es motivo de una alegría profunda que las cambiantes vicisitudes cotidianas no pueden ocultar". Una característica inconfundible de la alegría cristiana "es que puede convivir con el sufrimiento, pues se basa totalmente en el amor. De hecho, el Señor que se encarna, viene a infundirnos su alegría, la alegría de amar.". Y mientras preparamos el pesebre estos días, pensemos lo que decía Juan Pablo II a los niños: "cuando pongáis en el Nacimiento la imagen del Niño Jesús, rezad una oración por mí y por las muchas personas que se dirigen al Papa en sus dificultades". Llucià Pou Sabaté

Segunda Semana de Adviento, sábado: Jesús es el liberador, y nos dice que antes que él “vino Elías, pero no lo reconociero, sino que hicieron con él c

1.- Eclesiástico (Si) 48, 1-4.9-11: 1 Después surgió el profeta Elías como fuego, su palabra abrasaba como antorcha. 2 El atrajo sobre ellos el hambre, y con su celo los diezmó. 3 Por la palabra del Señor cerró los cielos, e hizo también caer fuego tres veces. 4 ¡Qué glorioso fuiste, Elías, en tus portentos! ¿quién puede jactarse de ser igual que tú? 9 en torbellino de fuego fuiste arrebatado en carro de caballos ígneos; 10 fuiste designado en los reproches futuros, para calmar la ira antes que estallara, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y restablecer las tribus de Jacob. 11 Felices aquellos que te vieron y que se durmieron en el amor, que nosotros también viviremos sin duda.
Salmo 80,2-3,15-16,18-19: 2 Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como un rebaño; tú que estás sentado entre querubes, resplandece / 3 ante Efraím, Benjamín y Manasés; ¡despierta tu poderío, y ven en nuestro auxilio! / 15 ¡Oh Dios Sebaot, vuélvete ya, desde los cielos mira y ve, visita a esta viña, / 16 cuídala, a ella, la que plantó tu diestra! / 18 Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra, sobre el hijo de Adán que para ti fortaleciste. / 19 Ya no volveremos a apartarnos de ti; nos darás vida y tu nombre invocaremos.
Evangelio (Mt 17,10-13): Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.
Comentario: 1. Los escribas esperaban el retorno de Elías... Jesús dice que Elías ya ha venido... ¡es El, Jesús, el nuevo Elías!... Excelente ocasión de aprender de los labios de Jesús, que no se deben interpretar todos los pasajes de la Escritura, de un modo demasiado simple, liberal o infantil. El verdadero sentido de la Biblia no se obtiene interpretándolo materialmente. -El profeta Elías surgió como fuego, su palabra ardía como una antorcha. El fuego es una imagen constante en la Biblia, para simbolizar a Dios. En el Sinaí, Dios se manifestó en el fuego de la tormenta. Es natural que el portador de la voluntad divina tenga un rostro de fuego. El fuego será el instrumento de la purificación última de los últimos tiempos. Esa imagen sugestiva proviene seguramente del hecho que, en los sacrificios primitivos, el fuego era el elemento que unía el hombre a Dios. Se comía luego la víctima para consumar la comunión con Dios.
-Elías, por tres veces, hizo caer fuego del cielo. Juan Bautista dirá: "El que viene detrás de mi, os bautizará en el Espíritu Santo y el fuego..." (Mateo 3,11). Y Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que estuviera ya encendido...!» (Lc 12, 49). Y, en Pentecostés, "vieron aparecer unas lenguas, como de fuego..." (Hch 2,3). ¡Dios. Ven a abrasarnos, a purificarnos! ¡Ven a alumbrarnos, a guiarnos!
-Elías, tú que fuiste arrebatado en torbellino de fuego, en carro de caballos de fuego. Escucho la revelación. Acepto esas palabras como unas imágenes: a su muerte, el profeta es «arrebatado en Dios»...
-Fuiste designado para el fin de los tiempos. Es el anuncio del famoso «retorno de Elías» del que los escribas hablaban en tiempo de Jesús, al preguntarse si no sería Juan Bautista, o Jesús. Esto debe interpretarse, pues, espiritualmente. Para calmar la ira antes que estalle... Para reconducir el corazón de los padres a los hijos... y restablecer las tribus de Jacob... Dichosos los que te verán, dichosos los que se durmieron en el amor del Señor, porque también nosotros poseeremos la verdadera vida. Jesús dijo que había venido a asumir la función de Elías, el profeta. Sí, vino a «calmar la ira antes que estalle», y a «conducir de nuevo los corazones de los padres a los hijos»... Esa es la función confiada a la Iglesia y a los cristianos: ser signos de la venida de Dios en el mundo. Para eso recibimos, en Pentecostés, el fuego del Espíritu Santo. En ese tiempo de Adviento que nos encamina hacia Navidad, analizo la situación: ¿dónde estoy, en cuanto a los esfuerzos espirituales decididos? ¿en cuanto mi participación a la venida de Dios en el mundo? ¿Participo del celo y ansia de Jesús cuando dijo: «cuánto quisiera que el fuego de Dios encendiera la tierra»? ¿o bien lo espero pasivamente? (Noel Quesson).
Jesús Ben Sirac, personaje importante de Jerusalén en la época helenista, hacia el año 180 antes de Cristo canta aquí a los antepasados gloriosos en la historia de Israel (cc 44-50), haciendo recuento de “hombres de bien” a los que el Altísimo repartió “gran gloria”. Entre ellos se encuentran reyes, consejeros, videntes, sabios, poetas...(44, 1 ss), pero hay uno muy insigne, que se alzó contra los escándalos de su tiempo: Elías, un hombre de Dios cuya actitud debe imitarse. Es el profeta que –según la tradición de Israel- está llamado a aparecer en los grandes acontecimientos de la historia salvífica, por ejemplo, en la presentación del Mesías, y, además, al final de los tiempos. Le corresponde, por tanto, preparar los caminos al advenimiento de Jesús y de Yhavé, prendiendo el fuego sagrado e inflamando a las gentes con la llama de la Verdad.
Aquel que está lleno del Espíritu Santo tiene la fuerza del fuego que devora la hierba seca y que purifica los metales para que sean preciosos y puros. Elías es comparado a un profeta de fuego, con palabras de fuego; arrebatado por el fuego pero que volverá para poner las cosas en orden preparando el camino al Señor. Quienes hemos recibido el Don del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones como en un templo, no podemos permanecer indiferentes ante el la maldad que ha dominado a muchos e impide que el Señor sea reconocido como Señor en sus vidas. No podemos sólo proclamar el Nombre del Señor por costumbre; lo hemos de hacer siendo instrumentos del Espíritu del Señor que prepara los corazones para que en ellos habite el Señor y le dé un nuevo sentido a sus vidas. No podemos quedarnos sólo en preparaciones externas para la venida del Señor; hemos de estar con un corazón dispuesto a recibirlo y para que, teniéndolo en nosotros, lo manifestemos ante los demás con todo su poder salvador.
2. Sal. 79. Que Dios tenga piedad de nosotros y nos bendiga; que haga resplandecer su Rostro sobre nosotros y nos conceda su protección y su paz. Dios no puede olvidarse de la obra de sus manos. Muchas veces nosotros hemos vivido lejos del Señor, pero Él, como un Padre amoroso y compasivo, siempre está dispuesto a perdonarnos si volvemos a Él con un corazón sincero. Dios, por medio de su Hijo Encarnado, ha salido al encuentro del hombre pecador. Nosotros hemos sido objeto del amor misericordioso del Señor; no cerremos nuestro corazón al Redentor que se acerca a nosotros no sólo para protegernos sino para renovarnos como criaturas nuevas, como hijos de Dios.
3. Mt. 17, 10-13. 2.- Mt 17, 10-13. Juan Bautista estuvo encarcelado y fue decapitado. Sus discípulos interrogaron a Jesús sobre la venida de Elías, que debe preceder a la del Mesías. La respuesta de Jesús es clara: Elías ya ha venido, es Juan Bautista. Cumplió el encargo de Elías: ser el profeta de la última hora y preparar al pueblo para el reino de Dios. Tenían que haberlo reconocido en sus palabras y en sus acciones. Al no aceptar el pueblo su invitación y llamada a la penitencia, no pudo realizar la misión que se esperaba de Elías. Sin embargo, el plan de Dios se cumple, incluso en el fracaso del Bautista… San Juan Crisóstomo alaba así la tarea de San Juan Bautista: «Es deber del buen servidor no sólo el de no defraudar a su dueño la gloria que se le debe, sino también el de rechazar los honores que quiera tributarle la multitud... San Juan dijo “quien viene detrás de mí, en realidad me precede”, y “no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”, y “Él os bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”, y que había visto al Espíritu Santo descender en forma de paloma y posarse sobre Él. Por último atestiguó que era el Hijo de Dios y añadió “he ahí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”...
«Como solo se preocupaba de conducirlos a Cristo y hacerlos discípulos suyos, no lanzó un largo discurso. San Juan sabía que, una vez que hubieran acogido sus palabras y se hubieran convencido, no tendrían ya necesidad de su testimonio a favor de Aquél... Cristo no habló; todo lo dijo San Juan... Juan, haciendo oficio de amigo, tomó la diestra de la esposa, al conciliarle con sus palabras las almas de los hombres. Y Él, tras haberles acogido, los ligó tan estrechamente a sí mismo que ya no regresaron a aquél que se los había confiado... Todos los demás profetas y apóstoles anunciaron a Cristo cuando estaba ausente. Unos, antes de su Encarnación; otros, después de su Ascensión. Sólo él lo anunció estando presente. Por eso también lo llamó “amigo del esposo”, pues sólo él asistió a su boda».
Pero no lo reconocieron, igual que no reconocerán en Jesús al Mesías que va a padecer. El libro del Eclesiástico preveía la vuelta de Elías al final de los tiempos, volviendo otra vez a un tema del que ya había escrito antes. A Elías se le reserva para "reconciliar a padres con hijos y restablecer las tribus de Israel". Un papel de reunificador. Esta venida no reconocida es una dura lección para nosotros. Mucho más frecuentemente de lo que pensamos, a través de los seres y de los acontecimientos, hay venidas de Dios para restaurar el mundo. Aceptar, reconocer a estos "profetas" no es sencillo, ¡y hay tantos falsos profetas en nuestros días! Sin embargo, se les puede reconocer por sus frutos: Aunque no hablen sólo de unidad y amor, si lejos de rechazar a los que no piensen como ellos, demuestran que les aman; si todas sus actividades, y no sólo sus palabras son portadoras de unidad, bien podrían ser apariciones de Dios a los hombres, aun cuando no provoquen en nosotros simpatías humanas. Quizá en la Iglesia de hoy, por prudencia justificada, se desconfíe de los carismas. Se comprende que haya que verificarlos. La prueba decisiva será siempre, y hasta el fin, el amor de Dios y de los otros en lo concreto de la vida, no el amor de pequeños grupos, que mantienen un ideal a menudo demasiado humano y defendido con uñas y dientes, sino un amor universal signo del cristiano. Los que son suficientemente puros como para haber recibido este don de Dios, ¿no podrían ser, hoy y entre nosotros, Elías reconciliadores? (Adien Nocent).
"Y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo". En lugar de reconocerle, han hecho con él todo lo que han querido. Este es el drama de todos los tiempos. Juzgamos siempre muy superficialmente. No acertamos a reconocer los signos que Dios nos da como precursores de su presencia. Hoy, como siempre, Dios está junto a nosotros, en nuestras vidas y en las vidas de los que nos rodean. Y pasa desapercibido. "Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos". La suerte de Jesús, el Mesías, está ligada a la suerte del Bautista, el precursor. La ignorancia del precursor es ignorancia de Cristo. La muerte del Bautista anuncia y predice la muerte de Cristo. Estamos en Adviento y debemos desear con fuerza la venida de Dios a nosotros y a nuestro mundo, pero ojo: hay que estar alertas para descubrir los signos que Dios nos envía como precursores de su venida… La vida verdadera nace de la muerte. Una vida que surge entre constantes dolores de parto (Rom 8,22). Sólo es posible transformarse y transformar el mundo si tenemos presente la meta a la que queremos llegar y si no perdemos nunca la esperanza en que ese futuro mejor, esa meta que nos aguarda, es posible (Francisco Bartolome Gonzalez).
Está terminando la segunda semana de este Adviento… hemos de preparar seriamente la venida del Señor a nuestras vidas, que es la gracia de la Navidad, y no sabemos darnos cuenta de los signos de esta venida en las personas y los acontecimientos, y no nos hemos sentido interpelados para «renovarlo todo» en nuestra existencia, entonces el Adviento son sólo hojas del calendario que van pasando, y no la gracia sacramental que Dios habla pensado. Tenemos que decir desde lo profundo de nuestro ser: «Oh Dios, restáuranos», «que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, y su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz» (oración). Y decirlo con voluntad sincera de dejar que Dios cambie algo en nuestra vida. Más aún, los cristianos somos invitados a ser Elías y Bautista para los otros: a ser voz que anuncia y testimonio que contagia, y contribuir a que otros también. En nuestra familia, en nuestra comunidad, se preparen a la venida del Señor, y se renueve algo en nuestro mundo, y suceda de veras esa señal que anunciaba el profeta, que «se reconcilien padres e hijos» (J. Aldazábal).
En el canto de entrada expresamos nuestros anhelos por la venida del Señor: «Despierta tu poder, Señor, Tú que te sientas sobre querubines, y ven a salvarnos» (Sal 79,4.2). En la comunión tenemos la respuesta: «Mira, llego en seguida, dice el Señor, y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo» (Ap 22, 12). En la oración colecta (Rótulus de Rávena), pedimos al Señor que amanezca en nuestros corazones su Unigénito, resplandor de su gloria, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz.
Jesús viene a traer la salvación, a vencer los males del mundo: injusticia, violencia, tristeza, crueldad. En su seguimiento, el primero fue su precursor, Juan Bautista, fue como Elías, luminoso como el fuego (primera lectura), preparó los caminos del Señor. Pide hoy la Iglesia en la Colecta: “haz brillar, Dios todopoderoso, en nuestros corazones el resplandor de tu gloria, para que una vez ahuyentadas las tinieblas de la noche, aparezcamos, con la llegada de tu Unigénito, como hijos de la luz”. San Agustín tuvo la experiencia de su conversión, de ese itinerario largo hasta acabar rendido ante la Verdad: "¡Tarde te amé, hermosura soberana, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que sin Ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti" (San Agustín, Confesiones).
Al acabar esta semana vemos el sendero que nos marca el Señor, que nos señala Juan Bautista con su vida: ir a la luz, dejarse querer por Jesús (el buen pastor): "Como un pastor apacentará su rebaño, recogerá con su brazo los corderillos, los tomará en su seno, y conducirá él mismo las ovejas recién nacidas" (Is 40, 41).
Y, una vez convertidos, todos de señalar esos caminos del Señor: "Cristo espera mucho de tu labor. Pero has de ir a buscar las almas, como el Buen Pastor salió tras la oveja centésima: sin aguardar a que te llamen. Luego, sírvete de tus amigos para hacer bien a otros: nadie puede sentirse tranquilo —díselo a cada uno— con una vida espiritual que después de llenarle, no rebose hacia afuera con celo apostólico." (San Josemaría Escrivá, Surco 223). Juan no se echará atrás cuando el viento, el ambiente frívolo, le azote, y más adelante dará su cabeza al verdugo de Herodes, para que la Verdad siga viviendo.
En aquel valle de Jericó, junto al Jordán, predicaba el Bautista, cerca del camino de caravanas que de Perea van hacia Jerusalén. Tiene cuerpo robusto, la piel curtida por el sol; cabellos largos. Resistente, parco en comer y hablar. Mirada profunda, exigente. Voz poderosa, que llega. Valiente, cumple su misión: "voz del que clama en el desierto."
Siguiendo el hilo de esta exigente llamada del Maestro, podemos revisar cómo nos va el examen de conciencia, ese repaso al corazón, cada día. "Y estas páginas blancas que empezamos a garabatear cada día, a mí me gusta encabezarlas con una sola palabra: ¡Serviam!, ¡serviré!, que es un deseo y una esperanza.... Y digo al Señor que vuelvo a empezar, Nunc coepi!, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servicio y de dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto" (S. CANALS, Ascética meditada). Su finalidad es un conocimiento más profundo del estado de nuestra alma, y del conocimiento de la voluntad de Dios y de cómo vamos en cumplirla. Ahí nos preguntamos: “¿Dónde está mi corazón?” Ahí reconocemos detalles de vanidad, el buscar aplausos; quizás resentimientos y antipatías; sensualidad o rutina… pero todo ello no importa, si acaba con un acto de amor, de no dejarse llevar por el desánimo sino “arreglar” las faltas de amor con un acto de amor, recomenzar, volver a empezar… y por eso va bien terminar con un propósito. El examen nos predispone a tener un corazón nuevo, para preparar esos caminos del Señor como San Juan, del que decían: “¿Quién pensáis ha de ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él" (Lc 1, 57-66). Nuestra consideración de hoy sobre la figura de Juan el Bautista, que señala la presencia de Jesús y proclama: “ése es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”, nos indica que entre los hombres anda siempre esa misión, de ayudar al Señor preparando sus caminos… La misión y la razón de su elección se propaga también en nuestra vida; hemos recibido de algún modo también esta llamada, y todos, cada uno, hemos sido elegidos por Dios para señalar su presencia en el mundo de hoy –en la familia, en el trabajo, en nuestro ambiente- para preparar las almas, en los corazones de tanta gente.
Por tanto, la santidad no está en "el egoísmo de ser perfectos" sin ocuparse de los demás, sino la perfección en el amor, ser –en expresión de san Josemaría Escrivá- Cristo que pasa entre los hombres; eso hizo san Juan con fidelidad, humildad, fortaleza... Virtudes que necesitamos también nosotros. Fidelidad a ese parentesco (san Juan era su primo, y para nosotros es nuestro hermano mayor). Humildad de no querer brillo propio sino mostrar la luz del Señor. Fortaleza de dar la vida, de quitar lo que nos aparta de Dios, pues la debilidad se transforma en fortaleza cuando se aparta la ocasión. Apartar significa con frecuencia huir de las ocasiones de enfriamiento, con pequeños sacrificios en el cumplimiento del deber, ofrecer esos actos de entregamiento por las intenciones que llevamos en el corazón. Llucià Pou Sabaté

Adviento, 2ª semana, viernes: Jesús es nuestro redentor, que nos salva… “os hemos tocado la flauta…” aprender a oír la música divina de la vida

Isaías 48,17-19. Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: «yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería corno arena, como sus granos, los vástagos de tus entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí.»
Salmo 1,1-2.3.4 y 6. R. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos pero el camino de los impíos acaba mal.
Evangelio según san Mateo 11,16-19. En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: - «¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado.7 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio. " Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores." Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios.»
Comentario: 1.- Is 48,17-19. -El destierro es para el pueblo una prueba de Dios, para que conozca sus caminos, para que vea a dónde le lleva su infidelidad. Todo pecado priva de la bendición divina. Por eso toda infidelidad exige el destierro, símbolo de la lejanía de Dios. El mayor pecado del pueblo no fue quebrantar los mandamientos de Dios sino considerarlos inútiles en su vida. Prescindir de Dios y de su voluntad para convertirse en seres autónomos sin otra ley que su propio arbitrio. Por eso Dios se presenta, dolorido, ante ellos para hacerles comprender el verdadero sentido de los mandamientos que les dio. No fue para imponerles un yugo, para oprimirlos con carga pesada. Se los dio como señales de tráfico para que no se equivocaran en el camino que habían de seguir, para enseñarles y marcarles el verdadero camino, el camino de la paz, la justicia y la felicidad. Preciosa concepción de la ley antigua, tan olvidada no sólo por los israelitas sino incluso por muchos cristianos de nuestros días. El hombre, ciego por su autosuficiencia egoísta, sigue caminando al azar, haciendo su camino, despreciando las indicaciones de tráfico, sin percatar del gran peligro que corre de no llegar a la única meta a la que está destinado.
-Así habla el Señor, tu Redentor. En nuestro lenguaje corriente, ese término «redención» evoca la idea de «rescate»: pagar en lugar de otro para rescatarlo. Ciertamente, Jesús se puso en nuestro lugar y pagó duramente, nuestra justificación. Pero de hecho, el término, de origen hebreo, tiene otro matiz: «Yo, el Señor, soy tu redentor, tu 'goel'». En el derecho tribal primitivo había un «goel»: era el hombre encargado de «vengar la sangre», el responsable del honor de la tribu. De hecho la idea es pues la de «un amor de Dios que se ha comprometido en el destino de los hombres». La idea principal no es la de un Dios que requiere sangre para aplacarse. Es la idea de un Dios que ama «apasionadamente la humanidad y se compromete totalmente para salvarla». «¡Yo, el Señor, vengo a auxiliarte!» «Yo, el Señor, soy tu «goel», tu redentor!» ¡Qué misterio! Contemplo en Belén a Jesús encarnado, compartiendo totalmente nuestra condición humana, y muriendo en la cruz.
-Yo, el Señor tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir. Dios se ha comprometido en nuestra salvación. Pero no nos reemplaza. Nos invita a "caminar", a aceptar la instrucción "provechosa", la que salva. La enseñanza de Jesús, el Evangelio. "Te doy una instrucción, una enseñanza" dice Jesús también. ¿Cómo es mi fidelidad en recibir y meditar esa enseñanza? ¿Cómo me esfuerzo en aumentar mi cultura religiosa? ¿Y en ser fiel a la oración?
-Si hubieras estado atento a mis mandatos... «Atento»... Es una cualidad esencial a la oración... y a toda la vida del hombre. Haznos atentos, Señor. Jesús hablaba a menudo de vigilancia: «velad y orad» ¡Tan a menudo vivo como adormilado, dejándome llevar! «Os doy un mandamiento nuevo: ¡que os améis los unos a los otros!» ¡Estar atentos a amar! ¡No dejar pasar las ocasiones de amar!
-...Tu paz sería como un río. El que se deja "guiar" por Dios, el que escucha la «enseñanza provechosa», el que está «atento a amar», ¡está lleno de paz! ¡Un río! Evoco esa imagen...
-...Tu dicha y tu justicia serían como las olas del mar. ...Tu posteridad sería como la arena del mar, y tus hijos tantos como los granos de arena. Repetición de la promesa hecha a Abraham. A pesar de todos nuestros rechazos, de todas nuestras faltas de amor, Dios quiere nuestra felicidad, nuestra «justicia» nuestra «rectitud», nuestra «santidad»... ¡vasta y potente como las olas del mar! Y Dios quiere que nuestra vida sea fecunda, que «nuestros talentos rindan el céntuplo»... ¡como los granos de arena de las riberas! Una sola condición: estar atento a tus mandatos, Señor (Noel Quesson).
El Señor, antes que nada, nos quiere comprometidos con Él; nos quiere como trabajadores a favor de la justicia y de la paz. Por eso nos invita diciendo: "Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás llegará a ustedes por añadidura." ¿Cuando, después de haber estado en la presencia de Dios, volvemos a nuestras actividades diarias, llevamos sólo el deseo de que el Señor nos conceda bienes pasajeros; o nos lo llevamos a Él, para ponernos a trabajar en la construcción de un mundo renovado en Cristo?
2. Sal. 1. No se puede construir la conciencia humana sin un fundamento divino. –Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, quien lo sigue no caminará en las tinieblas. Por eso, para el justo la ley del Señor es su gozo. Bien lo dice el Salmo1: «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos… sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto… y cuanto emprende tiene un buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento, porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal». Éste es un salmo de instrucción con respecto al bien y al mal, poniendo ante nosotros vida y muerte, bendición y maldición, a fin de que tomemos el camino recto que lleva a la felicidad, y evitemos el que de cierto conduce a la miseria y a la ruina. Nos muestra: I. La santidad y la dicha de una persona piadosa (vv. 1-3). II. La pecaminosidad y la miseria del malvado (vv. 4, 5). III. El fundamento y la razón de ambos casos (v. 6).
Versículos 1-3. El salmista comienza por el carácter y la condición del piadoso. El Señor conoce por su nombre a los que son suyos (Nm 16:5; 2 Ti 2:19), pero nosotros hemos de conocerlos por su carácter, el cual se nos presenta aquí mediante las normas que escoge para su conducta: A) El hombre piadoso (v 1) no anda en consejo de malos, etc. Se pone primero esta parte de su carácter, porque apartarse del mal es el primer paso por el que comienza la sabiduría. (a) Ve en torno suyo malhechores, de los que el mundo está lleno. Se describen aquí por medio de tres epítetos: malos, pecadores, escarnecedores. Primero son malvados, carentes de temor de Dios. Cuando falta este temor de Dios, el hombre muestra ser pecador, en abierta rebelión contra Dios. Las omisiones abren el camino a las comisiones y así se endurece, a la larga, el corazón de tal manera que los pecadores se hacen escarnecedores, despreciando todo lo sagrado, burlándose de la piedad y tomando a broma el pecado. El vocablo hebreo para malos (mejor, malhechores) indica una persona que no se somete a ninguna norma, sino que se deja llevar de todo mal deseo. La persona piadosa no puede menos de ver con tristeza a los tales, cuyos criterios son tan insensatos y tan opuestos a los suyos. (b) Por consiguiente, no anda según los consejos, los criterios, de ellos. No sigue sus principios, ni toma el camino de ellos, ni se sienta para participar en el corro de los burladores, lo cual equivaldría a asociarse con quienes promueven el reino del diablo.
B) En cambio, el piadoso, para hacer el bien, se somete a la dirección de la palabra de Dios, familiarizándose con ella (v. 2). Todos los que se deleitan en que haya un Dios, han de deleitarse también en que haya una Biblia, la revelación de Dios y de su voluntad, y del único camino hacia la dicha en él: En su ley medita de día y de noche (comp. Jos 1:8). El estudio y la práctica de la Ley de Dios es la delicia del hombre piadoso, como el autor del Sal 119. El verbo hebreo para meditar significa literalmente musitar: leer y dialogar consigo mismo sobre las grandes cosas que la Biblia contiene, fijarlas en la mente y en el corazón y experimentar en la vida el sabor y el poder de ellas.
Seguridad que se da al piadoso de que ha de disfrutar de las bendiciones de Dios. El salmo comienza literalmente: «¡Oh, las bendiciones del varón!, etc.» (el hebreo ashrey es plural). La bondad y la santidad no sólo son el camino hacia la felicidad (Ap 22:14), sino que se identifican con la felicidad misma; aun cuando no hubiese otra vida después de ésta, el hombre que va por el camino del deber es ya un hombre dichoso. Será como árbol, fructífero y floreciente, pues las bendiciones divinas producen efectos reales. El justo es plantado por la gracia de Dios; por naturaleza, todos somos olivos silvestres y continuamos siéndolo hasta que somos injertados por un poder de arriba, celestial. Nunca crece por sí mismo un buen árbol; es plantío de Yahweh para ser árbol de justicia y en ello ha de ser glorificado Dios (Is 61:3). Es plantado junto a los medios de gracia, llamados aquí corrientes de aguas; de aquí saca el justo provisión abundante de fuerza y vigor, pero de forma secreta, oculta a las miradas de la gente. De quienes participan de los medios de gracia ha de esperarse que, tanto en sus criterios como en su conducta, respondan a las intenciones de la gracia y lleven fruto. Y su hoja no cae. Su follaje no se marchita, sino que son de hoja perenne. En cuanto a los que muestran solamente las hojas de profesión cristiana, sin fruto alguno, las hojas mismas, al fin, se marchitarán y caerán; pero si la palabra de Dios gobierna el corazón, la profesión se conservará siempre verde y fresca; tales laureles no se marchitan.
Versículos 4-6. Se describe ahora el carácter de los malvados (v 4): (A) En general, son el reverso de los justos, tanto en carácter como en condición: no llevan fruto, sino agraces de Sodoma que inutilizan la tierra. (B) En particular, mientras los justos son como árboles útiles, valiosos y fructíferos, los malvados son como el tamo que arrebata el viento; son como la parte más liviana de la paja, el polvo que el amo de la era quiere ver lejos de allí, puesto que para nada sirve…
La razón que se da de este final tan distinto de los buenos y los malos (v 6). Yahweh conoce, es decir, aprueba complacido y remunera la conducta de los justos, por lo que les hace dichosos y prósperos (al menos, espiritualmente), pero está airado contra la senda de los malos, la cual, ya de suyo, lleva a los hombres a la ruina y a la perdición (Rm 6:23). Al cantar estos versículos, y orar sobre ellos, dejémonos poseer de un santo temor de la porción del malvado y de una santa diligencia en presentamos a Dios aprobados en todo, buscando su favor de todo corazón (com. de edit. Clie).
Dios no nos creó para la muerte, sino para la vida. Tampoco se recrea en la muerte de los suyos. Él quiere que todos alcancen la plenitud de la vida que nos ofrece por medio de su Hijo Jesús. Nadie puede, por tanto, sentirse excluido de esa vida y de esa gracia. Dios, por todos los medios posibles, saldrá al encuentro del hombre pecador para llamarlo a la conversión, dándole la oportunidad de rectificar sus caminos. Pero si alguien se obstina en su pecado, y a causa de él muere, no puede culparse a Dios de la condenación de los malvados. Jesús mismo, llorando sobre Jerusalén le indicará: ¡Si hoy conocieras la oportunidad que Dios te da! Pero eso está oculto a tus ojos; oculto porque las cosas pasajeras y pecaminosas, porque tu terquedad a cerrarte al amor de Dios te enceguecieron para que no vieras aquello que te conduce a la salvación. Ojalá y no vaya a sucedernos a nosotros lo mismo.
El Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo. Dios es quien justifica al hombre. Pero no basta con haber recibido su vida por medio del Bautismo, que nos une, en comunión de vida, con el Hijo de Dios. Es necesario no quedarnos como ramas parásitas; es necesario que demos fruto, y fruto abundante de buenas obras si no queremos que el Padre nos arranque y nos sequemos y nos quedemos sin esperanza de vida. Por eso hemos de estar atentos a la Palabra que Dios pronuncia sobre nosotros para que la dejemos dar fruto en nosotros, de tal forma que, tomando cuerpo en nuestra vida, seamos convertidos en la Palabra que toma carne en la Iglesia, esposa de Cristo, y continúa su obra salvadora a favor de todos los hombres. Quien, aún perteneciendo a la Iglesia, y tal vez participando de la mesa del Señor y anunciando el Evangelio a los demás, lleva una vida de maldad no puede decir que es sincero en su fe, ni puede estar seguro de encaminarse hacia la posesión de los bienes definitivos.
3.- Mt 11,16-19. La Iglesia celebra durante el Adviento todo el Misterio de Jesús, desde Navidad hasta Pentecostés. En este Tiempo de Adviento, las cuatro semanas que nos sirven de tiempo de preparación para la Navidad, hoy se nos propone este pasaje del Evangelio en preparación para la venida de Cristo. Es tiempo de piadosa y alegre esperanza. "¡Ven Señor Jesús!". "Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! - "Ecce veniet"! - ¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia." (Beato Josemaría. Forja, 548).
No podemos hacer como esos inconscientes que no se enteran, que no se preparan para la gran fiesta. Jesús nos enseña a saber escuchar la música del amor, hacer el bien, pedir a Dios saber “entonar” bien el cántico de la generosidad, del amor que es lo más grande y se vive en lo más pequeño de cada día. Para ello, hemos de luchar, entrenarnos en el oído, y quitar la vanidad, orgullo, egoísmo…
En medio del bullicio del mundo, hemos de hacer como los niños que reconocen al Maestro, se acercan a Él, y Él los bendice y abraza, y proclama con éxtasis entusiasmado: "Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños." Suele la gente ofrecer su mejor imagen, para causar buena impresión. Así, los profesores principiantes suelen hacer ver en sus clases que saben mucho de lo que enseñan. Pero más enriquecedor es acercarse a un sabio, y contemplar su sencillez, y ver cómo escucha, y a veces responde: “no sé” ante una pregunta. Aparentar puede ser necesario para el que quiere “ser más”, pero no para el que quiere ser "pequeño", el que le basta con lo que tiene, el que está contento con lo que ya es, hijo de Dios. Nicodemo quería hacerse pequeño, y no sabía cómo: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?" (Jn. 3, 4). San Josemaría comentaba así este “proceso”: "hacernos niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia; reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, pedir como piden los niños" (Es Cristo que pasa, n.143). Es un camino de sencillez, y puesto que nos hemos montado una careta, camino de volver atrás, descomplicación, quitar los laberintos del corazón, máscaras en los sentimientos, gafas de sol. Mostrarnos a los demás tal como somos no es fácil, se requiere estar contentos con lo que somos, sin ansiar otras cosas. También requiere que si hay algo que mejorar, lo procuremos: "Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano -y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo arranquemos.
”¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús." (Forja n. 161).
Hay un famoso cuadro en la iglesia de Sant Paul, en Londres, que muestra Jesús, abriendo la puerta del corazón de una persona. Alguien le dijo al pintor, en la presentación de la pintura: “falta el picaporte de esa puerta”, y el pintor contestó: “no se me olvidó pintarla, es que esta puerta, la del corazón de cada persona, sólo puede abrirse desde dentro”. Es lo que dice el Señor en el Apocalipsis: “mira que estoy a la puerta y llamo, el que me abra cenaré con él y él conmigo”… Vamos a procurar abrir esa puerta para que entre Jesús, y con él el Cielo, en nuestro corazón. Vamos a procurar que todos los hombres le abran la puerta a Jesús. Vamos a hacer muchas copias de esta llave, para mostrar a los demás cual el secreto de la felicidad, del cielo: "El que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése entrará”. Vamos a “entender” la música del corazón, para decir con toda el alma, cada día, con mucha fe, las palabras del Padre Nuestro: "Hágase tu voluntad." Oír la música: "por tanto, todo el que oye estas palabra mías y las pone en práctica es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca."
Jesús es el que llama a la puerta del corazón del hombre, toca la música para consolar al triste, acompañar al enfermo, ayudar al necesitado, visitar al que esté solo. Llama y toca la música ahí donde nos encontramos: en la familia, con los amigos, vecinos…
“En vísperas de la Navidad —cuenta la Madre Teresa de Calcuta— yo abrí un hogar para enfermos de SIDA en Nueva York como regalo de nacimiento para Jesús. Lo empezamos con quince lechos para otros tantos pacientes y con cuatro jóvenes a quienes conseguí sacar de la cárcel porque no querían morir allí. Ellos fueron los primeros huéspedes de nuestro hogar. Les había preparado una capilla, de modo que tales jóvenes de veinte o veinticinco años, que no habían estado cerca o se habían alejado de Jesús, de la oración o de la confesión, pudiesen, si lo deseaban, acercarse de nuevo a Él. Gracias a la bendición de Dios y a su amor, sus corazones se transformaron por completo. Los trece o catorce han fallecido ya en nuestro hogar, porque se trata de una enfermedad mortal, incurable. La última vez que estuve allí, recientemente todavía, uno de ellos hubo de ser trasladado al hospital. Antes de ir me dijo:
—Madre Teresa, usted es amiga mía. Quiero hablar a solas con usted.
¿Qué creéis que me dijo aquel hombre que veinticinco años atrás se había confesado y comulgado por última vez y que desde entonces había interrumpido sus contactos con Jesús?
Me dijo esto:
—¿Sabe, Madre Teresa? Cuando siento un tremendo mal de cabeza, lo comparto con el dolor de Jesús al ser coronado de espinas. Cuando experimento un dolor insoportable (y es que el dolor que produce esa enfermedad es insoportable de verdad), cuando el dolor resulta insoportable en mi espalda, lo comparto con el dolor de Jesús al ser azotado. Cuando el dolor se hace insoportable en mis manos y mis pies, lo comparto con el dolor experimentado por Jesús al ser crucificado. Le pido que me lleve de nuevo al hogar. Quiero morir cerca de ustedes.
Conseguí permiso del médico para llevármelo a casa. Lo acompañé a la capilla. Jamás he visto a nadie hablar con Dios como lo hizo aquel hombre, con un amor de comprensión tan grande entre él y Jesús. Después de tres días murió. Difícil de comprender el cambio experimentado por aquel hombre."
La vida es como una canción de amor, que como toda canción tiene una letra y una música: la letra es lo que toca en cada momento hacer, pero la entonación musical es importante, si no sería muy aburrida la vida: es la música del corazón, el amor, lo que da sentido a la letra, como decían aquellos del primer concurso de “Operación triunfo”: “Nos une una obsesión. Cantar es nuestra vida y mi música es tu voz. Cuenta con mi vida que hoy la doy por ti. Mi pasión la quiero compartir. A tu lado me siento seguro... a tu lado yo puedo volar... a tu lado mis sueños se harán por fin realidad. A tu lado... Estamos hoy unidos cantando esta canción... A tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo a tu lado yo puedo volar. A tu lado hoy brilla mi estrella a tu lado mis sueños se harán por fin realidad”. Al lado de Dios estamos seguros, su música es camino seguro de felicidad. Es una música sutil y encantadora, nos hace –como decía aquel grupo- “soñar despierto, vivir lo nuestro, volar” en este universo sobrenatural, dondequiera que vayamos. Con el corazón llevando esta música, podemos disfrutar profundamente de la compañía de las personas que nos rodean (familiares, amigos, conocidos o extraños), entre ellas aquellos cuyos caracteres no son perfectos, del mismo modo que nuestro propio carácter no es perfecto. Estamos entonces abiertos a la belleza, al misterio y a la grandeza de la vida corriente, "comprendemos" que siempre ha sido bella, misteriosa y grandiosa, y que siempre lo será... como cantaba también ese grupo: “Juntas nuestras manos la estrella brillará / música es la fuerza que nos empujará... / juntos corazones en una sola voz, / tantas ilusiones en un corazón... / Cógela y aprieta fuerte, / lucha cueste lo que cueste, / contra el viento contra el fuego llegarás al mismo cielo... / Mi estrella será tu luz..., / coge mi mano yo estoy contigo / esto es un sueño sueña conmigo... / Mi estrella será tu luz... / y conseguirlo no es tan difícil si la voz te sale del corazón”.
La estrella es María, nuestra esperanza, Adviento vivo de la presencia del Señor. Ella nos hace sentir a Jesús que nos busca, oír su música, aprender a bailar con esa música divina… rezar, desperezarse de esperar en la plaza y caminar con Jesús y trabajar con él… ésta es la vida: "Cristo se ha hecho para nosotros camino, y ¿podremos así perder la esperanza de llegar? Este camino no puede tener fin, no se puede cortar, no lo pueden corroer la lluvia ni los diluvios, ni puede ser asaltado por los ladrones. Camina seguro en Cristo, camina; no tropieces, no caigas, no mires atrás, no te detengas en el camino, no te apartes de Él. Con tal que cuides esto habrás llegado." (San Agustín, Sermón 170, 11). No pensemos que no tenemos méritos, pues es Él quien toca su música, con nosotros como instrumentos… “a veces el más insignificante violín puede elevarse por encima del conjunto de la orquesta, pidiendo atención para su quejumbrosa súplica. Escucha las pequeñas voces de tu vida y advierte que también ellas tienen algo que expresar con su canto” (Alaric Lewis OSB). Para oír la música divina hay que escuchar en nuestro corazón, y en el silencio oírle… “En toda composición musical hay silencios, pequeños descansos que detienen el sonido para hacernos gustar con mayor plenitud el conjunto. Descubre la absoluta belleza del silencio aún en medio del paso acelerado de la vida, y disfruta los momentos de reposo” (sigue diciendo Lewis). Así iremos entonando este cántico de amor: “Dicen que el universo vibra en ‘fa’. Si es cierto..., lo que conocemos como Dios seguramente vibrara en ‘fa’ y será música” (Rafael Pascual). Descubriremos otra visión de Dios, autor de este misterio: “La música es tan alta, que ninguna inteligencia puede superarla y de ella emana un poder que todo lo domina y del que nadie es capaz de dar razón” (Goethe). -"Madrecita mía ¿es verdad que todos ante todos, por todos, somos culpables? -No saben las criaturas eso, que si lo supieran, desde ahora empezaría el Paraíso". (Dostoievski).
Llucià Pou Sabaté