jueves, 17 de diciembre de 2009

Martes de la 3ª semana de Adviento. Se promete la salvación mesiánica a todos los pobres. La parábola de los dos hijos, sobre la obediencia a la voluntad de Dios. Juan, el precursor, testimonio auténtico, y los pecadores le creyeron

Martes de la 3ª semana de Adviento. Se promete la salvación mesiánica a todos los pobres. La parábola de los dos hijos, sobre la obediencia a la voluntad de Dios. Juan, el precursor, testimonio auténtico, y los pecadores le creyeron

 

Profecía de Sofonías 3,1-2.9-13. Así dice el Señor: «¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No obedeció ni escarmentó, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a su Dios. Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas. Aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.»

 

Salmo 33,2-3.6-7.17-18.19 y 23. R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.

Pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.

El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él.

 

Evangelio según san Mateo 21, 28-32. «Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: 'Hijo, vete hoy a trabajar en la viña.'Y él respondió: 'No quiero', pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: 'Voy, Señor', y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él.

 

Comentario: 1.- So 3,1-2.9-13. Estos dos primeros vv. constituyen una queja dolorosa de Dios, al ver que Jerusalén, lejos de oír su voz, de buscarle y arrepentirse con sincera conversión, se ha vuelto ciudad rebelde, manchada, opresora", ciudad materialista. No obedecen... ni aceptan... ni confían... ni se acercan. Es la ausencia de Dios y de lo divino en una sociedad. Es el ateísmo práctico. Por eso, en la última parte del texto, Dios se desborda generosamente en promesas de restauración mesiánica. Y no sólo para Jerusalén, sino para todos los pueblos, a los que dará "labios puros" para que "le invoquen y le sirvan unánimes". Jesús de Nazaret, el Hijo amado del Padre es, al mismo tiempo, el primer hermano de nuestra raza que ha tenido esos labios puros para invocar el nombre del Señor, que ha tenido ese corazón obediente para vivir cumpliendo incondicionalmente la voluntad de Dios. En "aquel día", en la era mesiánica en que nos encontramos, nadie tendrá por qué avergonzarse de sus malas obras pasadas. La razón es todo un evangelio: "porque arrancaré de tu interior..." Los hombres de la era mesiánica están renovados interiormente, transformados en Cristo: "el pueblo pobre y humilde que confiará en el nombre del Señor". Esta pobreza es el abandono activo y confiado en los designios de Dios. El profeta Sofonías escribe un siglo después de Isaías, aproximadamente en el 640. También él anuncia que las desgracias que sobrevendrán a Jerusalén, la purificarán. Y que será el comienzo de una era nueva, que verá la conversión y la afluencia de paganos en el pueblo de Dios: visión mesiánica y universalista.

-¡Ay de Jerusalén!, la ciudad rebelde, impura, opresora. No ha escuchado la voz, no ha aceptado la corrección, no ha puesto su confianza en el Señor... La historia del pueblo escogido es una larga serie de infidelidades: idolatrías, injusticias sociales, hipocresía religiosa. Es tarea de los profetas denunciar ese mal. Sin embargo, Dios continúa trabajando en medio de todo eso. ¡Ambigüedad profunda de toda obra humana! Mezcla de bien y de mal, en el interior mismo del pueblo de Dios. HOY también, en la Iglesia.

-Pero yo transformaré los pueblos y purificaré sus labios, para que invoquen todos el nombre del Señor... ¡Allende los ríos de Etiopía, mis hijos dispersos me aportarán ofrendas! Sofonías anuncia la conversión de Egipto y de Etiopía símbolo de países lejanos. Dios dará a los paganos unos "labios puros" dignos de alabar a Dios. Vendrán hasta Jerusalén para «aportar sus ofrendas». El episodio de los magos, venidos de países lejanos es una repetición de esa profecía. Es bastante emocionante oír que el mismo Dios llama a los «paganos» sus «hijos dispersos». Esa fórmula ha sido insertada en las nuevas plegarias eucarísticas. Dios no se olvida de sus hijos... ¡incluso cuando éstos le olvidan! ¿Cuál es mi preocupación misionera? ¿Tengo tendencia a condenar a "los que no conocen a Dios todavía"?, ¿a los «no practicantes»? Aquel día no tendrás ya que avergonzarte de todas tus rebeldías contra mí, porque entonces extirparé de tu seno a todos los orgullosos con su insolencia, y tú no volverás a engreírte en mi monte santo. Esa afluencia de paganos que se dirigen a Jerusalén para adorar a Dios, contribuye a la purificación del pueblo escogido: los arrogantes, los que creían que el monte del templo era un privilegio exclusivo, quedan abatidos. Sí, que hay que librarse de todo exclusivismo y de todo orgullo, ¡sobre todo del orgullo que rechaza a los demás!

-En medio de ti, sólo dejaré subsistir un pueblo pequeño y pobre, que se refugiará en el monte del Señor. En el pueblo renovado, solamente subsisten los humildes y los pobres. Es como un anuncio de lo que sucedió en Belén. Después de anunciar la venida de los paganos -los magos- se anuncia la llegada de los humildes -los pastores-.

-Ese «resto» de Israel no cometerá más injusticias... Renunciará a la mentira... Se apacentarán y reposarán sin que nadie los turbe. La «pobreza espiritual», la que Jesús ha beatificado, ya está aquí. Líbranos, Señor, de todo orgullo, de toda suficiencia, de toda condena, de toda dureza. Haznos pequeños y pobres ante Ti. Consérvanos humildes ante tu paz. ¡La Iglesia, concebida como el "pequeño resto" de los humildes! De los que modestamente encuentran su refugio en el Señor, y no en sus propias fuerzas (Noel Quesson).

Un siglo después de Isaías, y un poco antes de Jeremías, alza su voz el profeta Sofonías, recriminando al pueblo de Judá (el reino del Sur) y advirtiéndole que le pasará lo mismo que antes a Samaria (el reino del Norte): el castigo del destierro. Israel se cree una ciudad rica, poderosa, autosuficiente, y no acepta la voz de Dios. Aunque oficialmente es el pueblo de Dios, de hecho se rebela contra él y se fía sólo de sí misma. Se ha vuelto indiferente, increyente. Ya no cuenta con Dios en sus planes. El profeta les invita a convertirse, a cambiar el estilo de su vida, a abandonar las «soberbias bravatas», a volver a escuchar y alabar a Dios con labios puros, sin engaños: sin prometer una cosa y hacer otra, como va siendo su costumbre. Anuncia también que serán los pobres los que acojan esta invitación, y que Dios tiene planes de construir un nuevo pueblo a partir del «resto de Israel», el «pueblo pobre y humilde», sin maldad ni embustes, que no pondrá su confianza en sus propias fuerzas sino que tendrá la valentía de ponerla en Dios. Se repite la constante de la historia humana que cantará María en su Magnificat: Dios ensalza a los pobres y humildes, y derriba de sus seguridades a los que se creen ricos y poderosos.

Sofonías ve la comunidad de su tiempo dividida en dos; por una parte, los rebeldes que no quieren acercarse a Dios, porque son orgullosos y confían más en las alianzas políticas. Han escuchado la voz de los profetas que los llaman a conversión y no quieren enmendarse. Por otra el pueblo humilde que por ser pobre confía en el Señor.

Este profeta que vivió en los tiempos del rey Josías (rey que despertó grandes esperanzas en el pueblo de Israel, pero fue vencido en combate) combatió el descorazonamiento del pueblo que escandalizado por aquel aparente abandono de Dios, volvió a los pecados religiosos. No es esta, según el profeta, la reacción adecuada. Un pueblo que experimenta su debilidad y su pobreza, encontrará su fortaleza en una vuelta sincera a Dios, reconociéndose pobre y débil ante Él. Este reconocimiento es lo que le hace grato a los ojos de Dios. Tres actitudes describe el profeta Sofonías en su mirada a Israel: La de quienes se muestran rebeldes, opresores, incultos, desconfiados de los hombres y de Dios, y lo desprecian. A éstos los considera el profeta dignos de lástima. La de quienes, percibiendo en lontananza –desde pueblos lejanos- las maravillas de Dios sobre Israel y sus hijos, gozan en la esperanza de que también ellos serán liberados un día por quien tan poderoso y tierno se les muestra. Éstos acudirán con ofrendas al altar del Señor mostrando su gratitud. Y la de quienes, avergonzados de su pasado, llegan a reconsiderar su lamentable estado y actitudes y vuelven a la Casa del Señor de la que nunca debieron alejarse. Estos, humildes, sencillos, arrepentidos, formarán el 'resto de Israel' que ya no defraudará a su Señor.

Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si el pecador se arrepiente y se convierte, tendrá con él la salvación. Por muy grandes que sean los pecados del hombre, Dios le llamará continuamente a la conversión y le ofrecerá el perdón. Por eso, quienes hemos depositado en el Señor nuestra fe y nuestra esperanza hemos de confiar en Él, en su amor, en su bondad, en su misericordia, pues el Señor está siempre dispuesto a quitar de en medio de nosotros el orgullo, la soberbia y cualquier otra clase de maldad. Por eso, si en verdad ha llegado a nosotros la salvación de Dios, hemos de manifestarla mediante nuestras buenas obras, pues mediante ellas expresamos, de un modo externo, nuestro amor fiel a la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros. Por medio de su Hijo Dios nos ofrece su perdón y su paz; ojalá y no despreciemos el don de Dios.

El Señor nos dice por medio del profeta Isaías: "Así como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de haber fecundado la tierra y de hacerla producir frutos abundantes, así será la Palabra que salga de mi boca, no volverá a mí con las manos vacías." Solamente nosotros tenemos el poder de hacer inútil esa Palabra de Dios por cerrarnos en nuestros egoísmos, maldades, miserias y pecados. Entonces la Encarnación del Hijo de Dios, como Salvador nuestro, dejaría de ser eficaz para nosotros, y seríamos dignos de que el Señor nos reprendiera, como hoy lo hace por medio del profeta Sofonías, diciendo: "Ay de la ciudad rebelde y opresora, que no ha escuchado la voz, ni aceptado la corrección; que no ha confiado en el Señor ni vuelto a su Dios." Mas no por eso pensemos que el Señor nos ha abandonado; Él continúa amándonos e invitándonos a volver a Él, rico en misericordia y siempre dispuesto a perdonarnos. Efectivamente, Dios no envió a su propio Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si el pecador se arrepiente y se convierte, encontrará en Cristo la salvación. Por muy grandes que sean los pecados del hombre, Dios le llama continuamente a la conversión y le ofrece su perdón. Por eso, los que hemos depositado nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor, hemos de confiar en Él, en su amor, en su bondad, en su misericordia, pues siempre está dispuesto a quitar de en medio de nosotros el orgullo, la soberbia y cualquier otra clase de maldad. Por eso, si en verdad ha llegado a nosotros la salvación de Dios, manifestémosla mediante nuestras buenas obras, pues sólo por medio de ellas expresamos, de un modo externo, nuestro amor fiel a la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros.

 

2. Sal. 34 (33). Dios es siempre compasivo y misericordioso para con nosotros. Nuestra vida está en sus manos; esa es nuestra alegría y nuestra paz. Sin embargo no podemos alegrarnos sólo porque el Señor vele por nosotros. Es necesario que dejemos de ser malvados; sólo así podremos vivir nuestra fe sin hipocresías y dar testimonio del Señor, no sólo con nuestras palabras, sino con nuestra vida misma. Dios siempre está dispuesto a escuchar el clamor de los suyos, y a ponerse de su parte como poderoso Defensor. Ojalá y siempre seamos de los suyos porque, además de darle un culto agradable, sepamos escuchar su Palabra, meditarla amorosamente en nuestro corazón, y ponerla en práctica, fortalecidos con su Espíritu Santo. Tratemos no sólo de alegrarnos en el Señor, sino de dejar que el Señor nos convierta en motivo de alegría y de paz para los demás. El Señor ha creado a su Iglesia como signo de cercanía a todo hombre que sufre, para remediar sus males; a los pecadores para llamarlos a la conversión; a los abatidos para consolarlos. Vivamos unidos y confiados plenamente en el Señor; Él jamás nos abandonará; y, aunque todos nos persigan y maldigan, al final el Señor nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial. Hagamos la prueba, y veremos qué bueno es el Señor; confiemos en Él y saltaremos de gusto, pues jamás nos sentiremos decepcionados.

Si Dios nos ha amado tanto, bendigamos su santo Nombre a todas horas. Que nuestra alabanza brote de lo más profundo de nuestro corazón, y se exteriorice tanto con los labios, como con una vida intachable y fiel a su voluntad sobre nosotros. Dios ha vuelto su mirada compasiva y misericordiosa hacia nosotros por medio de su Hijo, que ha salido a nuestro encuentro; escuchemos su voz y pongamos en práctica sus enseñanzas, para que así nos manifestemos constantemente como discípulos fieles y como siervos siempre dispuestos a llevar adelante la Obra de Dios. No confiemos en nuestras débiles fuerzas; no pensemos que la salvación es obra del hombre, pues, más bien, es la obra de Dios en el hombre; por eso pongámonos confiadamente en las manos de Dios y dejémonos conducir por su Espíritu; si hacemos esto saltaremos de gusto, pues el Señor jamás nos decepcionará, sino que estará siempre junto a nosotros e incluso nos librará para siempre de la muerte, pues su Victoria sobre el pecado y la muerte será nuestra victoria.

 

2.- Mt 21, 28-32 (ver domingo 26A). 3. «'No quiero', pero después se arrepintió y fue»… Hoy contemplamos al padre que tiene dos hijos y dice al primero: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,28). Éste respondió: «'No quiero', pero después se arrepintió y fue» (Mt 21, 29). Al segundo le dijo lo mismo. Él le respondió: «Voy, señor»; pero no fue... (cf. Mt 21,30). Lo importante no es decir "sí", sino "obrar". Hay un adagio que afirma que «obras son amores y no buenas razones».

En otro momento, Jesús dará la doctrina que enseña esta parábola: «No todo el que me diga: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7, 21). Como escribió san Agustín, «existen dos voluntades. Tu voluntad debe ser corregida para identificarse con la voluntad de Dios; y no la de Dios torcida para acomodarse a la tuya». En lengua catalana decimos que un niño "creu" ("cree"), cuando obedece: ¡cree!, es decir, identificamos la obediencia con la fe, con la confianza en lo que nos dicen.

Obediencia viene de "ob-audire": escuchar con gran atención. Se manifiesta en la oración, en no hacernos "sordos" a la voz del Amor. «Los hombres tendemos a "defendernos", a apegarnos a nuestro egoísmo. Dios exige que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe. A veces el Señor sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario estar atentos, para distinguir esa voz y serle fieles» (San Josemaría Escrivá). Cumplir la voluntad de Dios es ser santo; obedecer no es ser simplemente una marioneta en manos de otro, sino interiorizar lo que hay que cumplir: y así hacerlo porque "me da la gana".

Nuestra Madre la Virgen, maestra en la "obediencia de la fe", nos enseñará el modo de aprender a obedecer la voluntad del Padre.

En torno a la figura de Juan, el Precursor, y más tarde del mismo Mesías, Cristo Jesús, también hay alternativas de humildad y orgullo, de verdad y mentira. Jesús, con su estilo directo y comprometedor, interpela a sus oyentes para que sean ellos los que decidan: ¿quién de los dos hijos hizo lo que tenía que hacer, el que dijo sí pero no fue, o el que dijo no, pero luego de hecho sí fue a trabajar? Al Bautista le hicieron caso los pobres y humildes, la gente sencilla, los pecadores, los que parecía que decían que no. Los otros, los doctos y los poderosos, los piadosos, parecía que decían que sí, pero no fue sincera su afirmativa. Muchas veces en el evangelio Jesús critica a los «oficialmente buenos» y alaba a los que tienen peor fama, pero en el fondo son buenas personas y cumplen la voluntad de Dios. El fariseo de la parábola no bajó santificado, y el publicano, sí. Los viñadores primeros no merecían tener arrendada la viña, y les fue dada a otros que no eran del pueblo. Los leprosos judíos no volvieron a dar las gracias por la curación, mientras que sí lo hizo el tenido por pecador, el samaritano. Aquí Jesús llega a afirmar, cosa que no gustaría nada a los sacerdotes y fariseos, que «los publicanos y prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios», porque sí creyeron al Bautista. Jesús no nos está invitando a ser pecadores, o a decir que no. Sino a decir sí, pero siendo luego consecuentes con ese sí. Y esto, también en tiempos de Jesús, lo hace mejor el pueblo «pobre, sencillo y humilde» que se está reuniendo en torno a Jesús, siguiendo su invitación: «venid a mí, que soy sencillo y humilde de corazón». Ahora puede pasar lo mismo, y es bueno que recojamos esta llamada a la autocrítica sincera. Nosotros, ante la oferta de salvación por parte de Dios en este Adviento, ¿dónde quedamos retratados? ¿somos de los autosuficientes, que ponen su confianza en sí mismos, de los «buenos» que no necesitan la salvación? ¿o pertenecemos al pueblo pobre y humilde, el resto de Israel de Sofonías, el que acogió el mensaje del Bautista? Tal vez estamos íntimamente orgullosos de que decimos que sí porque somos cristianos de siempre, y practicamos y rezamos y cantamos y llevamos medallas: cosas todas muy buenas. Pero debemos preguntarnos si llevamos a la práctica lo que rezamos y creemos. No sólo si prometemos, sino si cumplimos; no sólo si cuidamos la fachada, sino si la realidad interior y las obras corresponden a nuestras palabras. También entre nosotros puede pasar que los buenos -los sacerdotes, los religiosos, los de misa diaria- seamos poco comprometidos a la hora de la verdad, y que otros no tan «buenos» tengan mejor corazón para ayudar a los demás y estén más disponibles a la hora del trabajo. Que sean menos sofisticados y complicados que nosotros, y que estén de hecho más abiertos a la salvación que Dios les ofrece en este Adviento, a pesar de que tal vez no tienen tantas ayudas de la gracia como nosotros. Esto es incómodo de oír, como lo fueron seguramente las palabras de Jesús para sus contemporáneos. Pero nos hace bien plantearnos a nosotros mismos estas preguntas y contestarlas con sinceridad.

En la misa de estos días, en las invocaciones del acto penitencial, manifestamos claramente nuestra actitud de humilde súplica a Dios desde nuestra existencia débil y pecadora: «tú que viniste al mundo para salvarnos», «tú que viniste a salvar lo que estaba perdido», «luz del mundo, que vienes a iluminar a los que viven en las tinieblas del pecado... Señor, ten piedad». Empezamos la misa con un acto de humildad y de confianza. Y no es por adorno literario, sino porque en verdad somos débiles y pecadores. Sólo el humilde pide perdón y salvación, como decía el salmo de hoy: «los pobres invocan al Señor y él les escucha». El Adviento sólo lo toman en serio los pobres. Los que lo tienen todo, no esperan ni piden nada. Los que se creen santos y perfectos, no piden nunca perdón. Los que lo saben todo, ni preguntan ni necesitan aprender nada (J. Aldazábal).

En tiempo de Jesús, como con Sofonías, el pueblo estaba dividido en dos categorías: los pecadores y los justos, que habían permanecido fieles a la religión oficial. Unos y otros son hijos de Dios. El acento recae no sobre lo que son, sino sobre lo que hacen o dejan de hacer. Especialmente los fariseos se imaginaban que por su fidelidad a la ley merecían la aprobación de Dios, pero en realidad ellos no habían cumplido la voluntad del Padre. Su piedad era vacía, su cumplimiento vano; no practicaban la justicia y despreciaban a los demás pensando ser los únicos justos. Pero Jesús les muestra que no es así. Son los pecadores, que antes rechazaron la voluntad de Dios, los que ahora le obedecen al aceptar primero la predicación de Juan el Bautista y luego la de Jesús. Los publicanos despreciados por los demás judíos, sin embargo, han mostrado más disponibilidad para seguir a Jesús. De hecho uno llegó a ser su discípulo y otro se convirtió. Y las prostitutas, han mostrado frente a Jesús una actitud de conversión y amor. Y los jefes que han visto eso no han querido arrepentirse y seguir a Jesús, sin embargo, son ellos los que no están cumpliendo la voluntad del Padre. A nosotros nos puede suceder lo mismo. Quizás creemos que tenemos derecho a los primeros puestos y en realidad, no tenemos sensibilidad social, ni acogemos a los pobres, ni nos preocupamos por los marginados. Estamos convencidos de que con una religiosidad formalista y ritual nos hemos ganado el reino de los cielos, mientras que otros, a los que rara vez vemos en la Iglesia, quizá sin saberlo, están más cerca del reino porque saben compartir lo poco que tienen, porque tienen un sentido de la justicia más afinado, porque no explotan a los demás.

Este es ciertamente uno de los pasajes más desconcertantes e hirientes. Para el creyente piadoso resultan un tanto contradictorias las palabras de Jesús. Perfectamente le pueden nacer inquietudes como éstas: ¿acaso un proscrito o una mujer de mala vida ir delante de las personas que siempre han sido religiosas? Esta misma pregunta se hicieron los contemporáneos de Jesús al ver cómo el Maestro se codeaba con la más baja ralea de la sociedad. En nuestros esquemas mentales, que no difieren mucho de los de los contemporáneos de Jesús, no cabe otro orden que el establecido por las instancias sociales reconocidas por un Estado, una religión y cierto conjunto de costumbres. Más allá de estos parámetros, lo que aparezca está por fuera de la ley y es despreciable. Pues bien, Jesús se saltó todas esas instancias y mediaciones con su enseñanza y conducta. Lo que Jesús hizo con los proscritos, los marginados y los despreciados no nació de una ocurrencia irreverente. La conducta de Jesús fue fruto de su fe, de su especial relación con Dios como Padre. El comprendió rápidamente que la ordenación del mundo, tal como estaba en su momento, no correspondía a un ideal divino sino que era fruto del capricho humano. Y, además, que era necesario saltarse las instancias institucionales para favorecer a los seres humanos relegados por las estructuras discriminadoras injustas. Por su fe en el ser humano y en Dios desafió a las autoridades y defendió el derecho de los pobres y los discriminados. Lo que dijo de las prostitutas y los pecadores (que "los precederán en el Reino de los cielos") se refería a la condición de estas personas que, en medio de sus inmensas limitaciones, son capaces de vivir valores del Reino que la sociedad tan rígidamente organizada no está en condiciones de asumir.

El reconocimiento del poder de Dios no depende del lugar que se ocupe en la comunidad. Cuando un grupo, o un individuo, se ha "instalado" en su vida religiosa, considera que toda la revelación pasa necesariamente por él. Es por eso por lo que las autoridades a las que se siguió dirigiendo Jesús no solamente no comprendieron el problema de la autoridad de Jesús, sino que tampoco fueron capaces de responder al llamado del padre a trabajar en su viña. La parábola de este día es necesario leerla desde ese trasfondo. Cada elemento tiene su significado y muy fácil descubrirlo: el padre de los hijos es Dios, el hijo que responde afirmativamente al principio y que luego no acude al pedido del trabajo es el pueblo de Israel, mientras que el hijo que en un principio no acepta el trabajo pero que luego se compromete con la viña de su padre son los que ingresan a la comunidad eclesial, provenientes tanto del judaísmo como del paganismo. Ahora bien, es importante comprender qué quiere decir Mateo. El evangelista necesita justificar la separación de su comunidad luego de las persecuciones a las cuales fueron sometidos los primeros cristianos. Es por eso por lo que su evangelio está cargado de relatos de conflictos entre Jesús y los fariseos. Esto nos sirve para no descalificar de plano a todo el pueblo judío (hay quienes aprovechan estos textos para sus propagandas neo-nazis). Desde esta perspectiva, quien no fue a trabajar a la viña es porque ha desoído al Padre, porque se ha asentado en una seguridad propia en lugar de escuchar la voz de Dios. Y esto no es porque pertenezca sin más al pueblo judío, porque inmediatamente la parábola concluye que entrarán al Reino de los Cielos los publicanos (o los de afuera) y los pecadores (es decir, los de adentro). De quienes participan del pueblo, ingresarán al Reino los pecadores, o mejor dicho, aquellos que eran excluidos arbitrariamente por estas autoridades, o quienes, por haber pecado en verdad, no recibían remisión y eran igualmente excluidos. Por lo tanto, según esta parábola, solamente aquellos que se sepan dependientes de Dios, que se sepan necesitados, que no confíen en sus fuerzas únicamente, quienes no vivan en el individualismo y el voluntarismo, llegarán al Reino. Estos son los pobres de Yavé, los anawim de los cuales habla Sofonías, los que el Señor se ha separado para manifestar su poder y su salvación.

El mismo problema de la sinceridad de tiempos de Sofonías la vemos ahora, al reconocer nuestra pobreza ante Dios, lo que refleja el evangelio, tomado de Mateo. La parábola de los dos hijos forma parte de una trilogía de parábolas: junto con los "viñadores perversos"(21,33-46); y "los invitados a la boda"(22,1-14), Todas ellas gravitan en torno a la idea del rechazo de Cristo por aquellos mismos que hubieran debido recibirlo, los jefes del pueblo. A lo largo del relato, fariseos y saduceos se unirán más y más contra Jesús (22,15-46) y el final serán las terribles maldiciones contra los fariseos (23,1-36). La estructura del relato es coherente y conscientemente ordenada. Estos cinco versículos se componen de tres partes distintas: el relato parabólico (v. 28-30), una primera aplicación de la parábola dirigida por Jesús a sus interlocutores a partir de una pregunta: "¿Cuál de los dos cumplió la voluntad del Padre?" (v.31), y una segunda aplicación (v. 32) que vincula estrechamente esta perícopa a la precedente (vv. 21,23-27, cfr vv. 25ss) mediante la mención de Juan Bautista. Algunos exegetas ven esta parábola, posterior al tiempo de Jesús, como una creación de la Iglesia primitiva, e igualmente la conclusión de las parábolas de los "viñadores homicidas" y de "el gran festín". La parábola tiene en este contexto un sentido de una coherencia notable; lejos de legitimar únicamente la buena nueva de la salvación (así Jeremías) tiene un neto carácter polémico contra los jefes del pueblo reunidos en torno a Jesús en el Templo: los publicanos y las prostitutas, que habían rechazado inicialmente la voluntad de Dios, expresada en la Ley, vuelven ahora hacia Él y entran en el Reino inaugurado por Jesús; en cambio, los jefes del pueblo que siempre han "dicho sí" a Dios, vuelven ahora la espalda a su enviado. El hombre de la parábola representa a Dios. Sus dos hijos representan las dos partes de que se componía el pueblo judío en tiempos de Jesús: los "pecadores" o indiferentes, que no observaban la ley y las prescripciones rabínicas, y los "justos" que habían permanecido fieles a la religión oficial; aquí: los jefes del pueblo. Observemos que unos y otros son en este pasaje hijos de Dios. Para unos y para otros, el acento va a recaer no sobre lo que son o dicen; sino sobre lo que van a hacer o dejan de hacer. Sobre este punto, Jesús y sus adversarios estarán de acuerdo (v 31a ; cf 7,21-27; 19,16; 23,3) (servicio bíblico latinoamericano).

Para Jesús, son las 'obras', no las 'palabras', las que van hablando de nuestro espíritu auténtico, lo que definen a una persona. Se cuenta que en una ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó: –"¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?"–. Ella esperaba una respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: "Hermanita, para ser santa basta querer". ¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la voluntad. Es decir, que no es suficiente con un "quisiera". La persona que "quiere" puede hacer maravillas; pero el que se queda con el "quisiera" es sólo un soñador o un idealista incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él "hubiese querido" obedecer, pero nunca lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: "del dicho al hecho hay mucho trecho". Por eso, nuestro Señor nos dijo un día que "no todo el que me dice '¡Señor, Señor!' se salvará, sino el que hace la voluntad de mi Padre del cielo". Palabras muy sencillas y escuetas, pero muy claras y exigentes. Y nosotros, ¿cuál de estos dos hijos somos? (Clemente González).

Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy (Salmo II), leemos en la Antífona de la Primera Misa de Navidad. "El adverbio hoy habla de la eternidad, el hoy de la Santísima e inefable Trinidad" (Juan Pablo II, Audiencia general). Precisamente por esto los judíos querían matar a Jesús, porque llamaba a Dios su Padre (Juan 5, 18). Suyo en sentido totalmente literal: El Niño que nacerá en Belén es el Hijo de Dios, Unigénito, consustancial al Padre, eterno, con su propia naturaleza divina y la naturaleza humana asumida en el seno virginal de María. Cuando esta Navidad le veamos inerme en los brazos de María no olvidemos que es Dios hecho Hombre por amor a cada uno de nosotros, y haremos un acto de fe profundo y agradecido, y adoraremos la Humanidad Santísima del Señor.

Jesús nos vino del Padre (Juan 6, 29). Pero nos nació de una mujer. El Espíritu Santo ha querido mostrarnos (Mateo 1, 1-25) cómo el Mesías se ha entroncado en una familia y en un pueblo, y a través de él en toda la humanidad. María le dio a Jesús, en su seno, su propia sangre: sangre de Adán, de Farés, de Salomón. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado misteriosamente, no hecho, por el Padre desde toda la eternidad. De este Niño depende toda nuestra existencia: en la tierra y en el Cielo. Y quiere que le tratemos con una amistad y una confianza únicas. Se hace pequeño para que no temamos acerarnos a Él.

Nuestra vida debe ser una continua imitación de la vida de Jesús aquí en la tierra. Él, este Jesús (Hechos 2, 32), Dios hecho Hombre, es nuestro Modelo en todas las virtudes. No hay en nosotros un solo pensamiento o sentimiento bueno que Él no pueda hacer suyo, no existe ningún pensamiento o sentimiento suyo que no debamos nosotros esforzarnos en asimilar. Jesús amó profundamente todo lo verdaderamente humano: el trabajo, la amistad, la familia; especialmente a los hombres con sus defectos y miserias. Su Humanidad Santísima es nuestro camino hacia la Trinidad. Jesús nos enseña con su ejemplo cómo hemos de servir y ayudar a quienes nos rodean; la caridad es amar como yo os he amado (Juan 13, 34). Para imitar al Señor hemos de conocerlo, hay que "mirarse en Él" (J. Escrivá de Balaguer). La lectura y meditación del Evangelio nos facilitarán contemplar a Jesús Niño en la gruta de Belén, rodeado de María y José. Aprenderemos grandes lecciones de desprendimiento, de humildad y de preocupación por los demás. El Santo Evangelio nos ayudará a hacer de nuestra vida un reflejo de la vida de Jesús (Francisco Fernández Carvajal).

Hay un refrán que dice: "ir por lana y salir trasquilado". Se podría aplicar perfectamente a los sumos sacerdotes y los ancianos que, leíamos ayer, se acercaron a Jesús con la "extensión" equivocada. Tardarán todavía unas cuantas páginas del Evangelio en darse cuenta que Jesús habla de ellos. ¿Quién osaría decirles a la cara "los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios"?. Seguro que pensaban que estaba hablando "de otros" no de ellos, que eran justos y buenos.

Estamos en Adviento. Repetimos en nuestras celebraciones "Ven Señor Jesús". Si el día del Señor llegase ahora, según termines de leer estas líneas, ¿cómo te encontraría?. El Señor te juzgará a ti, no juzgará tu opinión sobre los demás, no va a compararnos para quedarse con el más bueno o el menos malo. Tal vez ya estés pensando en tu defensa, en lo que le dirás a Dios para justificarte: "Buenos, yo dije "Voy, Señor", pero ya sabes lo complicada que es la vida, tenía otras urgencias, hice algo que Tú no me pedías…, pero que seguro que era mucho mejor, en el fondo yo quise bla, bla, bla,…". Palabras y palabras que seguramente decimos con la vista baja, avergonzados, a ver si no son demasiado severos con nosotros. Pero atrévete a mirar entonces a los ojos a Cristo y comprenderás que "aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas". Dejarás que sea Él tu abogado defensor, comprenderás que "si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias", te sentirás "pobre y humilde" es decir, hijo pequeño de tan gran padre.

No esperes al día del juicio. En el fondo de tu corazón sabes perfectamente lo que Dios quiere de ti, cómo quiere que vivas, qué cosas tienes que arrancar de tu vida de una vez por todas, qué excusas te estás poniendo para no tomarte en serio tu ser hijo de Dios. Recapacita y ve a la viña, comienza a poner los medios. No es cuestión de fuerza de voluntad sino de la gracia de Dios: "no será castigado quien se acoge a él".

"Mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren", resuena como el cántico del corazón enamorado de María cuando conoció el plan de Dios. ¿A que no te compensa pasarte toda una vida buscando lana (excusas para justificar esas acciones impropias de un hijo de Dios) para, al final, salir trasquilado?. Acude al corazón misericordioso de Jesús y busca un sacerdote para hacer una confesión íntegra, completa, humilde, auténtica, y la gracia de Dios irá haciendo el resto. Hoy puede ser el día del Señor, el día en que comiences a descubrir la felicidad. María ayúdame a quitar todo lo que me estorba para comenzar mañana a caminar hacia Belén y llegar hasta el Calvario y de allí a Dios (Archimadrid).

¡Qué difícil es que un pagado de sí mismo entre en el Reino de los cielos! Antes de volver la mirada hacia Dios hemos de volver la mirada hacia nosotros mismos, no para deleitarnos en lo que somos y hemos hecho, sino para hurgar, hasta lo más profundo de nuestro ser y encontrarnos con nosotros mismos para reconocer nuestra forma de amar y de relacionarnos con Dios y con el prójimo. Si sólo nos escuchamos a nosotros mismos; si nuestro punto de referencia somos nosotros mismos, nos será muy difícil orientar nuestra vida conforme a los criterios de Cristo, Evangelio viviente del Padre. Cuando es el Señor Aquel a quien amamos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todo nuestro ser confrontamos nuestra vida a la luz de su persona y de sus enseñanzas; entonces nos reconocemos pecadores y volvemos a Él, rico en misericordia. No nos quedemos pensando que somos hijos de Dios sólo porque lo invocamos diciéndole ¡Señor, Señor! No basta con vivir, incluso en el templo de Dios, para sentirnos seguros en nuestra salvación. Mientras no nos dejemos salvar por Cristo no podemos decir que nuestras buenas obras sean las que nos vayan a salvar, pues no tenemos nada, ni a nadie, fuera de Él, que pueda conducirnos al Padre como hijos suyos. Pongamos, pues, nuestra fe y nuestra confianza totalmente en Cristo, pues Él es el único Enviado del Padre como nuestro Camino, Verdad y Vida.

El Señor nos reúne en torno a Él en este día para manifestarnos su amor hasta el extremo. Él quiere que vivamos unidos a Él, de tal forma que podamos realmente ser un signo creíble de su presencia salvadora en el mundo. Estemos ante Él como discípulos fieles. El Señor nos ama y quiere nuestra salvación. Por eso hemos de aprender a escuchar con amor su Palabra. Hemos venido a su presencia no sólo para manifestarle nuestras súplicas, sino para vivir conforme a sus enseñanzas. Nosotros entramos en Comunión de Vida con el Señor no sólo para ir a proclamar su Evangelio, sino para que ese Evangelio se encarne en nosotros, y así podamos anunciarlo no tanto con nuestras palabras, cuanto con el testimonio de una vida recta, guiados, ya no por nuestros caprichos, ni por nuestra concupiscencia, sino por el Espíritu de Dios.

La Iglesia, primera en haber iniciado su camino de conversión al Señor para unirse a Él plenamente, día a día debe dar testimonio de la Vida nueva y del Espíritu que Dios ha infundido en Ella. Por eso el anuncio que hacemos del Evangelio no tiene como base la erudición de nuestros estudios, sino nuestra experiencia personal del Señor. De nada nos serviría proclamar el Evangelio con palabras según la sabiduría humana si no somos capaces de conducir a la salvación a los que nos escuchen. Por eso nuestra gloria no está en algún título, o en ocupar algún puesto en la Iglesia, sino en el amor que nos convierte en servidores de los demás, después de que esa Palabra de Dios nos hizo ser los primeros en volver a Él. No nos confiemos; el Señor no espera de nosotros sólo una cáscara, una fachada de fe; Él nos quiere totalmente comprometidos en su seguimiento, pues el Reino de los cielos es para quienes, habiendo tomado su cruz de cada día, vayan tras las huellas del Señor hasta llegar, junto con Él, a su glorificación a la derecha del Padre Dios. Vivamos en un amor fiel, obedientes a la voluntad del Padre Dios sobre nosotros, sabiendo que, a pesar de que tal vez hasta ahora hayamos sido rebeldes, una vez vueltos a Dios, Él se convertirá para nosotros en nuestro perdón y en nuestra salvación.

 

Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo: pareciera que ellos deberían ser los primeros en darle una respuesta, totalmente comprometida a Dios. Ellos estaban pendientes del cumplimiento de las promesas; pero tal vez se quedaron envueltos en sus reflexiones y, cuando llegó el momento tan esperado, no sólo pasó para ellos desapercibido, sino que lo vieron como un rival, más aún, como un enemigo que venía a quitarles aquello que les daba prestigio y seguridad. Por eso rechazan a Juan Bautista, para evitar un compromiso con la Justicia que viene de Dios; ellos no quieren prepararle el camino al Señor; ellos piensan que ya están preparados y que son los puros que no necesitan conversión; finalmente para ellos no será la salvación, pues el Señor ha venido en busca de los descarriados y pecadores, pues los justos no necesitan ya la conversión. Pero ese rechazo de la salvación y su cerrazón a la misma hará que se queden demasiado lejos de ver cumplidas en ellos las promesas divinas. En este aspecto los publicanos y las prostitutas, que abandonando sus caminos de maldad supieron escuchar la Palabra de Dios, hacerla suya y dejarse conducir por el Espíritu de Dios, se les adelantaron en el Reino de Dios a quienes pensaban que eran los únicos santos y puros ante Dios.

Nos reunimos en esta Eucaristía conscientes de nuestra fragilidad y de nuestros pecados. Sabemos que Dios, siempre dispuesto a perdonarnos, está resuelto a darnos demostrarnos su misericordia. Él ha venido a buscar a los pecadores que, como ovejas descarriadas, vivían lejos de Dios y de la Comunión Fraterna. Él nos manifiesta, en esta Eucaristía, Memorial de su Misterio Pascual, hasta dónde ha llegado su amor por nosotros. Por eso nosotros nos hemos de sentir amados inmensamente por Dios. El nacimiento de su Hijo es motivo de gozo para quienes nos sabemos pecadores; pero al mismo tiempo es motivo de hacer una seria reflexión acerca de lo que Dios quiere de nosotros: que dejados nuestros caminos de maldad iniciemos una vida de comportamientos a la altura de nuestra dignidad de hijos. Por eso, aun cuando en otro tiempo hayamos sido rebeldes, ahora seamos santos e irreprensibles por nuestra comunión de vida con Cristo Jesús.

¿Podemos decir que en verdad estamos cumpliendo la voluntad de Dios cuando nos sentamos a su Mesa y cuando escuchamos su Palabra? Cuando contemplamos a Cristo amándonos hasta el extremo y su Palabra se pronuncia sobre nosotros, no podemos sentirnos tranquilos y volver a casa para continuar con una vida desligada de la fe y del compromiso cristiano. Dios quiere que, como María, aprendamos a escuchar su Palabra, que la meditemos en nuestro corazón, que la vivamos y que la testifiquemos ante los demás, no sólo con bellos discursos, sino trabajando en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida para que muchos otros alcancen la salvación que Dios nos ha ofrecido a nosotros, y que no puede quedar oculta en nuestras cobardías, pensando que, con que nuestro corazón arda de amor por el Señor con eso es suficiente. El Señor nos quiere apóstoles de su Evangelio, de su Amor, de su Salvación. Nuestras palabras, pero sobre todo nuestra vida, que se entrega a favor de los demás, hará saber que en verdad hemos dejado nuestros caminos de maldad y comenzamos a adelantar nuestros pasos hacia la unión plena con el Señor. No basta tener un puesto en la Iglesia, tal vez muy digno, tal vez participando de la dignidad de Cristo como Cabeza de la misma, para salvarnos; si no llevamos una vida congruente con nuestra fe, muchos se nos adelantarán por haber hecho caso al llamado a la conversión y por ir tras las huellas de Cristo. Dios no nos quiere sólo predicadores eruditos conforme a los criterios humanos; Él nos quiere testigos de su amor y de su misericordia que hemos experimentado en nuestra propia vida.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir no sólo comprometidos con Dios, sino comprometidos con nuestro prójimo, tanto para dar un testimonio de rectitud como para preocuparnos de hacerles siempre el bien, pues en esto Dios se complace. Si vivimos en un auténtico amor fraterno podremos decir que somos fieles a la voluntad del Señor, que nos ha ordenado amarnos como Él nos ha amado a nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).

 

Lunes de la 3ª semana de Adviento. Avanza el Reino de Dios, anunciado por los profetas, y últimamente por Juan Bautista.

Lunes de la 3ª semana de Adviento. Avanza el Reino de Dios, anunciado por los profetas, y últimamente por Juan Bautista.

 

Libro de los Números 24,2-7.15-17a. En aquellos días, Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus. El espíritu de Dios vino sobre él, y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su simiente. Su rey es más alto que Agag, y su reino descuella.» Y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel.»

 

Salmo 24,4-5ab.6-7bc.8-9. R. Señor, instrúyeme en tus sendas.

Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.

El Señor es bueno y es recto, enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humilles con rectitud, enseña su camino a los humildes.

 

Evangelio según san Mateo 21,23-27. En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: -«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?» Jesús les replicó: «Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la con- testáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?» Ellos se pusieron a deliberar: -«Si decimos "del cielo", nos dirá: "¿Por qué no le habéis creído7' Si le decimos "de los hombres". tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta.» Y respondieron a Jesús: - «No sabemos.» Él, por su parte, les dijo: - «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»

 

Comentario: 1.-Nm 24,2-07.15-17a. Se recogen aquí los oráculos tercero y cuarto del ciclo de Balaán. El rey de Moab le encarga, por su fama de vidente, que maldiga al pueblo de Israel y sus campamentos. Pero Dios toca su corazón, y el adivino pagano se convierte en uno de los mejores profetas del futuro mesiánico. En sus poemas breves, llenos de admiración, en vez de maldecir, bendice el futuro de Israel. Ve su estrella y su cetro y anuncia la aparición de un héroe que dominará sobre todos los pueblos. Sorpresas de Dios, que no se deja manipular ni entra en nuestros cálculos. Somos nosotros los que debemos ver y oír lo que él quiere. Es una profecía que en un primer momento se interpretó como cumplida en el rey David, pero que luego los mismos israelitas dirigieron a la espera del Mesías. El adivino pagano Balam había sido llamado por el rey de Moab, Balac, para que maldijera a Israel en su camino hacia la tierra prometida. Pero Balam no pudo cumplir su cometido. Cada vez que intentaba maldecir a Israel, el Señor le cambiaba la maldición en una bendición. A la cuarta vez, Balam pronuncia un oráculo que habla de un futuro rey que habrá de surgir de Israel. Este oráculo se refiere al rey David quien le da seguridad al reino, al liberarlo de sus enemigos. Pero David es sólo tipo del verdadero rey. Aunque no se lo cita expresamente en Nuevo Testamento, el episodio de la adoración de los magos ha sido inspirado en su presentación por el oráculo de Balam. Jesús es el que establecerá definitivamente el reino de Dios. La liturgia de este día nos presenta dos casos que muestran dos actitudes radicalmente opuestas. Por un lado, el caso de Balaam, el adivino madianita (ver Nm 22-23). Pese a ser un extranjero se ve obligado a bendecir a Israel, reconociendo en Yavé a un Dios poderoso y en Israel a un futuro vencedor de Moab. Y por otro, la cerrazón de espíritu de las autoridades religiosas que pueden reconocer en este pobre predicador ambulante al verdadero Hijo de Dios.

La estratagema de Balac para asegurarse la victoria sobre Israel mediante una maldición pronunciada contra los ejércitos enemigos, lejos de surtir el efecto apetecido, produce un efecto contrario. Balaán lo dice con toda claridad: «Yo no puedo quebrantar el mandamiento de Yahvé haciendo mal o bien por cuenta propia; lo que Yahvé me diga le diré» (v 13). Es una afirmación contra la creencia popular en la eficacia maléfica de ciertas palabras humanas. Dios está por encima de los hombres, los cuales no pueden manipularlo a su antojo, por más que lo intenten. Lo que deben hacer los hombres es tener los ojos abiertos (3.15) y escuchar las palabras de Dios (4.16) para conocer los planes del Altísimo (16). Entonces verán las cosas tal como son, en toda su profunda realidad anclada en el presente, pero que se extiende hacia el futuro como crecen las ramas del árbol que goza de aguas abundantes (7). Y acertarán a interpretar auténticamente los hechos de la historia y descubrirán que Yahvé es el gran protagonista de la salvación del pueblo (6c.8). El cuarto y último oráculo de Balaán (15-25) es el más importante. Lo pronuncia sin que nadie se lo pida. Toda su fuerza reside en la interpretación mesiánica que le han dado los Padres. Los versículos 17-19 fueron leídos por los cristianos de los primeros siglos como una anticipación de la aparición de Jesús en el horizonte de Israel. El Nuevo Testamento no menciona esta profecía, pero sí contiene resonancias de sus imágenes. En la antigüedad, la estrella representaba la divinidad o la realeza. Balaán ve cómo se alza de Jacob una estrella (17) un rey que dominará sobre todos los otros reyes. Jesús, descendiente de Jacob, es la estrella que Lucas, en el cántico del Benedictus, identifica con Dios, que nos visita de lo alto para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte y enderezar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1,78s). O la luz verdadera que Juan nos presenta en lucha victoriosa con las tinieblas (Jn 1,9ss). Que la profecía de Balaán nos ayude a profundizar en el misterio de Jesús, que en breve celebraremos, la lucha de la vida contra la muerte, de la luz contra nuestra oscuridad, y haga que en la impotencia de la caída, de la humillación, se abran nuestros ojos (4c) y podamos contemplar la luz de Cristo resucitado, nuestra auténtica Pascua. Esta es la buena palabra, el oráculo favorable, el evangelio de Dios que transforma nuestra vida (J.M. Aragonés).

La profecía que leeremos hoy es bastante sorprendente. Fue pronunciada en las siguientes circunstancias: Durante el Éxodo, después de cuarenta años de larga marcha a través del desierto de Sinaí, el pueblo de Israel, conducido por Moisés, llega al Este del Mar Muerto, cerca de la tierra prometida; pero le queda todavía por atravesar el territorio de Moab. El rey de ese país no ve con agrado esa tropa de nómadas que quieren pasar. Envía pues a buscar, por las orillas del Eúfrates, a un famoso adivino, una especie de brujo poderoso para que maldiga a esos inoportunos y les lance un maleficio. ¡Balaam es pues un profeta pagano! Ahora bien, esto es lo que pasó: En lugar de maldecir, anuncia el futuro mesiánico del pueblo de Israel. -El profeta pagano Balaam, alzando los ojos, vio el pueblo que acampaba... Le sobrevino el Espíritu de Dios, y pronunció estas palabras: ¡Sorprendente! Ya en el Antiguo Testamento, esto es una prueba manifiesta que el Espíritu de Dios no está encerrado en los límites demasiado estrechos de un pueblo o de una institución. Dios no es tan solo el Dios del «pueblo escogido»... es el Dios de «todos los hombres»... Su acción no está limitada al marco de las instituciones de la Ley de Moisés. HOY, todavía, esto es igualmente real. Es verdad que Dios ha escogido la Iglesia como instrumento de salvación para el mundo; pero su gracia, su acción divina no se limitan a las fronteras visibles de la Iglesia. Dios por su Espíritu, está presente en el corazón de los paganos. Trabaja en el corazón de todos y de cada uno de los hombres. Permanezco en silencio el tiempo necesario para contemplar a Dios, HOY, trabajando en el corazón de los hombres que no pertenecen visiblemente a la Iglesia. Oráculo de Balaam, el varón clarividente, que oye las palabras de Dios. También a mí, Señor, me pides aguzar mi mirada para ver mejor... No sé «ver» ni sé «oír» suficientemente los signos de Dios, «los signos de los tiempos». Dios sigue obrando y hablando. ¿Qué me dices, Señor? ¿Hacia donde suscitas, HOY, mi atención?

-Saldrá un héroe de la descendencia de Israel, dominará sobre pueblos numerosos. Su reino será mayor que el de... La fe nos proyecta, a nosotros también, hacia el futuro del mundo. Nos hace ver, por adelantado, «lo que ha de venir». Cristo va creciendo hasta su advenimiento definitivo. En silencio, busco, en mí y a mi alrededor, los signos de ese crecimiento. Todo hombre que progresa, que va siendo mejor... es Cristo que está creciendo. Pero, todo ello no es algo deslumbrante. Son pequeños signos.

-A ese héroe, lo veo... aunque no para ahora. Lo diviso, pero no de cerca. Un astro se levanta, un cetro se endereza. Sí, no es muy aparente todavía. No se ve bien. Es necesario tener buenos ojos para discernir esas cosas. Así, el anuncio del Mesías viene jalonando toda la historia. Incluso entre los paganos de buena fe. En ese tiempo de Adviento hay que aguzar nuestra mirada (Noel Quesson).

Un adivino llamado Balaam vivía en las orillas del río Eufrates y fue llamado para que predijera el porvenir del pueblo de Israel. Este oráculo es uno de los más antiguos poemas reales de Israel. Es el primero que encamina las esperanzas del pueblo por la senda de la realeza. Israel llegará a tener un rey, figura-tipo del Mesías esperado. Quien ha sido poseído por el Espíritu de Dios no puede convertirse en una maldición para los demás. Sin embargo, la Palabra que Dios pronuncia sobre los suyos es para que sea escuchada, de tal forma que se conozca la ciencia del Altísimo y se produzcan abundantes frutos de buenas obras, con la misma abundancia de frutos que dan los árboles que han hundido sus raíces en las corrientes de los ríos. Balaam contempla en el futuro cómo de Jacob se levanta una estrella y cómo surge un cetro de Israel. Es el Señor que viene a reinar en el corazón de todos los hombres. En Cristo, Hijo de Dios y descendiente de David se cumple plenamente esta profecía. Él se ha convertido en luz que ilumina a todas las naciones; Él es el Camino que nos conduce al Padre; Él es, para nosotros, la fuente de agua que nos da vida eterna. Quien posea su Espíritu no podrá, jamás pasar haciendo el mal, sino el bien, que procede de Dios. Ese es el fruto que Dios espera de quienes creen en Él.

Balaam en la Historia Sagrada representa el fruto del cálculo de los hombres para que no se realicen los planes de Dios. Pero, al mismo tiempo, Balaam es el triunfo de Dios sobre los cálculos de los hombres, sobre el modo en el cual los seres humanos consideramos las cosas. Nos narra la Escritura que cuando Balaam maldice al pueblo de Israel, un ángel se le aparece, pero sólo el burro en el que él va montado lo puede ver. Y aunque el profeta intenta que el burro siga caminando, no lo logra pues el burro está muy asustado. De pronto Baalam también ve al ángel y dice: ¡Cómo es posible que un animal haya visto lo que yo no veía! Esto hace que él reflexione y cambie. Y en vez de hacer una profecía de maldición, hace una profecía de bendición: "Qué hermosas son tus tiendas, son como extensos valles, como jardines junto al río".

Al ver que Balaam sin pertenecer al pueblo de Israel y sin ser profeta ungido en Israel es capaz de verse a sí mismo como vocero de la Palabra de Dios al pueblo de Israel, nosotros tendríamos que ser capaces de preguntarnos si ante Cristo que viene estamos poniendo una especie de barrera con nuestros cálculos, o si por el contrario, nuestra vida se abre a lo que Jesucristo nos pide. Si la mayoría de las veces vemos perfectamente lo que Cristo nos está pidiendo, ¿por qué razón no lo hacemos?

Las reminiscencias del origen davídico de Jesús se pueden hacer remontar no sólo a este pasaje de Nm, sino también a las mismas profecías de Natán y de otros profetas posteriores; pero lo que cuenta no es llegar a descubrir si realmente Jesús pertenecía al "tronco de Jesé" o sea a la familia de David para poder considerarlo Mesías. Lo importante es constatar que en él se cumplen las expectativas mesiánicas más genuinas: el ansia de liberación, las formas claras y concretas de realización y de implantación del reino de Dios... y algo muy importante también: en Jesús la procedencia o la descendencia queda totalmente relativizada; no es el vínculo de sangre lo que afilia a todos los hombres y mujeres con Dios como Padre Único, sino la actitud de cada uno de escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.

Esto último es lo que en definitiva constituye a Jesús como Señor Único de la historia y del universo; su autoridad y señorío no vienen dados por su procedencia de familia real, sino por su decisión radical de poner en práctica única y exclusivamente la voluntad de Dios. Eso es lo que en el fondo deben tener claro los escribas y sumos sacerdotes. Su experiencia, pero también las pretensiones de creerse profundos conocedores de la Escritura y de todas sus minucias, los lleva a interrogar a Jesús. Supuestamente ellos debían haber sido consultados por Jesús para poder realizar su ministerio; ellos sienten que son los únicos que pueden avalar o no las palabras de Jesús. Desde esta óptica comprendemos mejor el por qué de la pregunta a Jesús. Sin embargo, Jesús, conciente de su autoridad, que sobrepasa a la de los ancianos y sumos sacerdotes los pone aprietos. Si ellos son autoridad ¿por qué no dieron crédito a la predicación de Juan? ¿Por qué no cambiaron?

Jesús desenmascara la hipocresía y la forma tan soterrada como los líderes de Israel manipulan la Escritura intentando de paso manipular también la misma voluntad divina. Para Jesús sólo hay un criterio de autoridad: realizar la voluntad del Padre....

El Espíritu de Dios ha venido sobre nosotros para convertirnos en fuente de bendición y de vida para todos. Escuchar la Palabra de Dios y meditarla con gran amor nos debe llevar a convertirnos en un signo del amor de Dios para toda la humanidad. No podemos acercarnos a escuchar al Señor para después retirarnos de su presencia olvidando lo que aquí hemos vivido, visto y escuchado. No podemos decir que tenemos a Dios en nuestro corazón cuando sólo nos conformamos con rezarle, pero no hemos hecho nuestros su Vida, su Amor y su Paz. Teniendo a Dios con nosotros no podemos convertirnos en proclamadores de maldades, de pecados, de escándalos ni de signos de muerte. El Espíritu de Dios ha tomado posesión de nosotros para que anunciemos la Verdad, la santidad, la justicia, la paz, la misericordia y el amor. El Señor quiere enviarnos como constructores de una vida que, día a día, se vaya renovando en Él. En Jesús se ha cumplido la promesa que hoy hemos escuchado, pronunciada por Balaam, que, aunque extranjero, fue poseído por el Espíritu de Dios: "De la descendencia de Israel nace un héroe que domina sobre pueblos numerosos; de Jacob se levanta una estrella y un cetro surge de Israel." Pero de nada nos servirá saber lo que hoy se nos ha comunicado si cerramos nuestro corazón a la salvación que Dios nos ofrece y, si en lugar de ir por caminos de luz, continuamos sujetos a nuestros camino de tinieblas, de maldades y de injusticias.

 

2. Sal. 24. Que Dios nos descubra sus caminos para que no sólo los conozcamos, sino para que los sigamos. Muchas veces pudimos perdernos en el laberinto de nuestros pecados, y pareciera como que nos vamos a quedar atrapados en ellos. Sin embargo, quienes confiamos en el Señor, seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación. Dios jamás se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. Esto no puede llevarnos a vivir descuidados en el amor, pensando que Dios nos perdonará y salvará, pues el tiempo de gracia no es marcado por el hombre, sino por Dios. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.

El Señor es recto y bondadoso. Nosotros, frágiles y pecadores, acudimos a Él para que nos enseñe a caminar en el bien, deseando llegar a ser perfectos, como Él es perfecto. Por tanto no podemos acudir a su presencia buscando Vida y Sabiduría, para después volver a nuestros antiguos caminos de maldad. El Señor nos conoce hasta en lo más profundo de nuestras intenciones. Él sabe que hay muchas obras buenas en nosotros; pero ante Él no se ocultan nuestros pecados y miserias. A pesar de todo eso Él nos sigue amando, y puesto que su ternura y su misericordia hacia nosotros son eternas, siempre está dispuesto a perdonarnos, a llenarnos de su Espíritu y a guiar nuestros pasos por el camino del bien mediante su Palabra, que, hecha uno de nosotros, se convierte para nosotros en Camino, Verdad y Vida. Acudamos, pues, al Señor, con gran humildad. Que su Palabra no se pronuncie inútilmente sobre nosotros; más bien que, día a día, por obra del Espíritu Santo, esa Palabra vaya encarnándose en nosotros.

 

3.- Mt 21,23-27. Jesús se enfrenta al judaísmo oficial y renuncia a dar testimonio explícito de sí mismo, porque una sola palabra no podía convencer a quienes se han opuesto a todo su ministerio con una actitud incrédula y negativa. Jesús no esquiva la pregunta de los sumos sacerdotes y ancianos ni les discute el derecho de plantearle la cuestión de la autoridad. Con su contrapregunta sólo quiere hacerles recapacitar. La respuesta a la pregunta sobre la autoridad del Bautista proyectará luz sobre la autoridad de Jesús, porque Juan preparó los caminos a Jesús. La sanedritas no buscan la verdad de Dios, sino que se buscan a sí mismos. Por eso no toman ninguna decisión. En cualquier decisión que tomaran estarían perdidos. Si declaran a Juan Bautista como verdadero profeta, entonces tienen que creer y consiguientemente perderse, entregándose a Dios. Tienen que aceptar a Jesús. Hay aquí algo que aprender para el enfrentamiento de la fe con la incredulidad. No existen pruebas para los hombres que no quieren creer. Quien no se deja convencer por la imagen general que Jesús le brinda con su persona, con sus palabras y con su vida de que Dios habla y actúa por medio de él, tampoco puede ser instruido por ninguna discusión. Si dicen que es falso profeta entonces se ve amenazada su vida por el pueblo, que cree en la misión divina del Bautista. Cuando tenemos algo que defender -nuestra razón, nuestra voluntad, a nosotros mismos- son intereses que nos impiden descubrir a Dios. -No defenderme. -No exigir. -No reprochar.

El tiempo de Adviento es el tiempo de preparación para... de encaminarse hacia... Raramente las grandes decisiones y los grandes compromisos surgen de la nada sin haber sido suficientemente preparados. Frente a la opción "Jesús", tan nueva desde muchos aspectos, los hombres se separarán según una elección que ya se les había presentado frente a Juan Bautista". La posición tomada ante la llamada del Bautista prepara la posición a tomar ante la llamada de Jesús. Trato hoy de contemplar, a mi alrededor y en mi propia vida, las múltiples elecciones humanas, que son como andaduras hacia Jesucristo, o que, por el contrario, bloquean ya cualquier avance hacia El.

-Cuando Jesús enseñaba en el templo, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él y le preguntaron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te ha dado tal potestad?" En el relato de Mateo, a esta pregunta precede la escena de Jesús expulsando a los vendedores en el templo. Ante un "acto" tal no cabe la indiferencia: hay que tomar una decisión. Es un dilema: o esto... o esto...

-Respondióles Jesús: "Yo también quiero haceros una pregunta, sólo una.. Me gusta verte así, Señor Jesús, como una persona enérgica, que no se deja intimidar, una persona que contra-ataca. Esta era a menudo tu táctica: en vez de contestar, hacías otra pregunta. ¿Acepto yo también dejarme interpelar? ¿Soy de los que pasan su tiempo haciendo preguntas a Dios, como si yo fuera el centro del mundo y Dios debiera estar a mi servicio? o bien ¿me dejo contestar por Dios? La primera actitud, frente a la opción "Jesús", es la disponibilidad: aceptar que él dirija el juego en mi vida. ¿Qué pregunta vas a hacernos, Señor?

-"El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres?" Efectivamente, es la pregunta más radical. Jesús va siempre directamente a lo esencial. La opción fundamental es esta: o... o... No hay escapatoria posible. Todo el porvenir queda comprometido.

-Mas ellos discurrían, diciendo: "Si respondemos "del cielo", nos dirá... "Si respondemos, "de los hombres", tenemos que temer al pueblo... Contestaron, pues, diciendo: "No lo sabemos. A menudo, también nosotros, contestamos huyendo las preguntas radicales de Dios. Hoy mismo, ¿cuál es la pregunta, la invitación, que yo siento que Dios me hace? ¿Cuál va a ser mi respuesta?

-"¿Por qué no le habéis creído?" La fe. Si Dios habla, incluso a través de un profeta como Juan Bautista, incluso a través de personas y de acontecimientos que me solicitan, ¿cómo se explica que yo tome estas actitudes ambiguas, huidizas? Escucho esta palabra de Jesús: "¿Por qué no creéis?". Señor, ante las grandes o las pequeñas opciones, te necesito.

-Pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas. A qué dar una respuesta, si no sirve para nada. También esta escena se termina, con una decepción de Dios. Contemplo en el corazón de Cristo esta decepción de no haber sido escuchado (Noel Quesson).

Los dirigentes de Israel no quieren aceptar a Juan, como tampoco el rey de Moab quedó nada satisfecho con las profecías del vidente Balaán, a quien él había contratado con la intención contraria. La peor ceguera es la voluntaria. Aquí se cumple una vez más lo que decía Jesús: que los que se creen sabios no saben nada, y los sencillos y humildes son los que alcanzan la verdadera sabiduría. Estas lecturas nos interpelan hoy y aquí a nosotros. Balaán anunció la futura venida del Mesías. El Bautista lo señaló ya como presente. Nosotros sabemos que el Enviado de Dios, Cristo Jesús, vino hace dos mil años y que como Resucitado sigue estándonos presente. La pregunta es siempre incómoda: ¿le hemos acogido, le estamos acogiendo de veras en este Adviento y nos disponemos a celebrar el sacramento de la Navidad en todo su profundo significado?

Admiramos las sorpresas de Dios en el pasado -elige a un vidente pagano para anunciar su salvación, como luego elegirá al perseguidor Saulo para convertirlo en el apóstol Pablo- pero tendríamos que estar dispuestos a saberlas reconocer también en el presente. El testimonio de la presencia de Dios en nuestra historia no nos viene siempre a través de personas importantes y solemnes. Otras mucho más sencillas, de las que menos nos lo podamos esperar, que nos dan ejemplo con su vida de valores auténticos del Evangelio, pueden ser los profetas que Dios nos envía para que entendamos sus intenciones de salvación. Pueden ser mayores o jóvenes, hombres o mujeres, laicos o religiosos, personas de poca cultura o grandes doctores, creyentes o alejados de la Iglesia. La voz de Dios nos puede venir de las direcciones más inesperadas, como en el caso de Balaán, si sabemos estar atentos. Al Bautista le entendió el pueblo sencillo, y las autoridades no. ¿Tendrá que seguir clamando en el desierto también hoy? ¿Qué velos o intereses tapan nuestros ojos para impedirnos ver lo que Dios nos está queriendo decir a través del ejemplo de generoso sacrificio de un familiar nuestro, o de la fidelidad alegre de un miembro de nuestra comunidad?, ¿o es que queremos mantenernos cómodos con nuestra ceguera de corazón.

El Dios del ayer es el Dios del hoy y el Dios del mañana. El que vino, el que viene, el que vendrá. Cada día, no sólo en la Eucaristía, sino a lo largo de la jornada, en esos pequeños encuentros personales y acontecimientos, sucede una continuada venida de Dios a nuestra vida, si estamos despiertos y sabemos interpretar la historia (J. Aldazábal).

Los sacerdotes están preocupados por el poder y la autoridad con que actúa Jesús. Parece que el permiso de enseñanza en los patios del templo estaba restringido al reducido grupo de maestros y levitas reconocidos por las autoridades de Jerusalén. La intromisión de Jesús en el Templo causa revuelo. Ha realizado la purificación del templo y este gesto profético los llena de miedo. Temen perder su influjo en la gente. Por eso interrogan a Jesús sobre su autoridad y sobre el origen de ella. Se creen los guardianes del templo y ven en Jesús un intruso. Quieren ver sus credenciales. Siguiendo el método rabínico de controversia, Jesús les responde a su vez con otra pregunta. Ante el dilema que les plantea Jesús, ellos nos son capaces de responder ni toman posición frente a la autoridad de Juan. Jesús muestra así que tiene más autoridad que ellos. También a nosotros los cristianos se nos puede preguntar por la autoridad que tenemos para predicar. Nuestra autoridad a través de Jesús que nos ha enviado, viene de Dios. Lo que preguntan, en cambio, callaron por miedo y encubrieron por astucia, de este modo perdieron su legitimidad ante el pueblo. Por eso Jesús pasa de confrontado a confrontador. El les ha devuelto la amenaza y las autoridades se ven en aprietos para legitimar la propia autoridad. De este modo, queda en firme la autoridad de Jesús y en entredicho la de las autoridades supuestamente legítimas (servicio bíblico latinoamericano). La otra cara de la historia estará representado por las autoridades. Ellos, preocupados por ortodoxia, por el verticalismo, por la seguridad de la autoridad competente, de forma desconfiada exigen una prueba de autoridad a este pobre peregrino. Ellos no podían considerar que la autoridad no siempre va ligada al poder, que Dios no se manifiesta verticalmente sino desde los pobres y apartados por las mismas autoridades. Lo mismo pensaba Balac, que por tener el poder de convocar a este vidente pensaba que con eso ya había ganado la maldición para Israel. Dios se manifiesta, lo ha demostrado, no desde el poder sino desde su propia iniciativa allí en dónde esté un corazón dispuesto a reconocerlo (servicio bíblico latinoamericano).

Jesús no se dejaba amedrentar, no rea un mojigato. Las imágenes dulces de Jesús han ido en contra de su perfil como hombre decidido y valiente. Hoy su reacción en el Evangelio roza en la altanería: «Pues tampoco yo os digo con que autoridad hago yo esto». La fortaleza de Jesús encara la mala intención de los que querían ningunearlo. El cristiano ha de tener paciencia y no usar la violencia, pero no es un ingenuo, que deba rendirse a los prepotentes. Las situaciones adversas debemos afrontarlas con inteligencia, sin rehuir el debate y el derecho a expresar nuestras crítica o desacuerdo. Demasiados silencios cristianos han velado la verdad, e inclinado la balanza de parte de quienes se aprovechan del débil. A Jesús le negaban su autoridad porque enseñaba a ver las cosas de otra manera. Él demuestra una inteligencia sutil para poner a sus interlocutores ante un callejón sin salida. La palabra al servicio de la causa justa . Un modo de pensar inteligente, para desarmar la mala intención de quienes se creen poseedores exclusivos de la verdad. Aprendamos de nuestro Maestro el coraje de un enfrentamiento limpio, cuando esté en juego la verdad y la vida.

La respuesta displicente de Jesús enseña también que hay quienes no tienen derecho a la verdad. Hay gente cerrada de antemano. A quien veía el corazón no se le escapaba esa posición. Por eso los cristianaos debemos usar también nuestra agudeza visual. Hay que tratar de evitar el caer en las trampas y en la complicidad de quienes, haciendo gala de verdad, solo velan por su propio interés. Un maestro agudo para unos seguidores que quisiéramos aprender su inteligencia y decisión. Que él nos la enseñe, para afrontar las situaciones complicadas y capciosas de la vida (Pedro Sarmiento).

En su mente se sienten los depositarios del poder de Dios y cuestionan la actuación de Jesús, colocada al margen e independientemente de la propia. De esa forma, sitúan la defensa de sus propios intereses sociales y de clase por encima de los auténticos intereses de Dios y de la justicia del Reino.

Jesús responde con otra pregunta que gira en torno al origen de la autoridad de Juan. Este también se había situado al margen del poder religioso de sumos sacerdotes y senadores del pueblo. Su bautismo, ejercicio de esa autoridad, se efectuaba en la denuncia del poder institucional de los que formulaban la primera pregunta.

Ante esa contrapregunta los interlocutores de Jesús se encuentran en un callejón sin salida. El temor de la gente les impide considerar la autoridad de Juan originada en la voluntad humana, la propia reacción ante el Bautista les imposibilita colocar su fuente en la voluntad divina.

Su negativa a dar respuesta pone en claridad dos realidades: primeramente, su mala fe, porque actúan movidos por sus mezquinos intereses y, en segundo lugar, que no han llegado ni siquiera al nivel de comprensión de la gente que en Juan, ha reconocido la presencia de "un profeta" (v.25).

Ligando la actuación de Dios a su propia actuación, se han vuelto incapaces de comprender el designio salvador de Dios a través de sus profetas. Su incapacidad de dar una respuesta al origen de la autoridad del Bautista cierra sus corazones a la aceptación a los signos de Dios realizados por Jesús.

Jesús se inscribe en la prolongación de la larga historia de la Palabra divina, manifestada a lo largo de las vicisitudes de Israel. Como la dirigencia del pasado, sumos sacerdotes y senadores del pueblo no han querido aceptar la Palabra profética de Juan. Por ello, tampoco pueden comprender el sentido de la actuación de Jesús que es el cumplimiento definitivo de supervivencia de la Palabra divina en medio del rechazo egoísta de la dirigencia israelita.

El texto presenta, de este modo, la necesidad de no dejar que los propios intereses nos lleven al rechazo de la Palabra. La identificación de nuestros intereses con los intereses divinos nace de un corazón egoísta que buscando manipular a Dios, impide el reconocimiento de su señorío sobre la propia vida y sobre la vida de los demás.

Frecuentemente, la defensa de los propios privilegios es el principal obstáculo que impide la posibilidad de la apertura a la gracia y a la libertad divina. Esa actitud impide plantear correctamente la pregunta sobre el obrar divino y hace inútil cualquier tipo de respuesta. La respuesta está ya dada en la presencia definitiva de Dios a través de Jesús y su mensaje (J. Mateos-F. Camacho).

Lo propio del rey es poseer autoridad para reinar. Precisamente en torno a la autoridad de Cristo se centra todo el evangelio de hoy. Así como a Juan Bautista le vinieron a preguntar con qué autoridad bautizaba, los sumos sacerdotes y los ancianos, es decir, los depositarios de la autoridad, vienen a investigar sobre la autoridad en cuyo nombre Jesús se permite enseñar y trastocar los hábitos del templo (Mt 21,12-22). Y con razón surge este interrogante, ya que Jesús durante su vida pública aparece como el depositario de una autoridad singular: predica con autoridad (Mc 1,22), tiene poder para perdonar los pecados (Mt 9,6), es Señor del Sábado (Mc 2,28), expulsa los traficantes del templo, etc. Motivos suficientes para que quienes representaban la autoridad "legítima" lo abordaran con la pregunta: ¿Con qué autoridad haces esto?

Los sumos sacerdotes y los ancianos, que eran los jefes del pueblo judío, piden cuentas al Señor de lo que hace, pero no movidos por un sincero deseo de saber de dónde procedía el poder de Jesús, sino buscando en su respuesta la manera de condenarlo. El pueblo en cambio, reconocía en Jesús la autoridad con la que hablaba, confirmada con sus obras maravillosas.

Los enemigos de Jesús piensan tenderle una celada de la que no podría evadirse: si Jesús contesta que la autoridad le viene de ser el Hijo de Dios, entonces ellos rasgarían sus vestiduras y lo proclamarían blasfemo. Jesús no responde directamente a esta cuestión: son los signos que realiza los que dan razón para orientar los espíritus hacia una respuesta adecuada. La malicia de los judíos jefes se hace evidente y el Señor los desenmascara al ponerlos en una situación de apremio que les descubrirá sus malas intenciones.

El pueblo, los humildes y sencillos de corazón, esos sí que comprenden de dónde proviene la autoridad de Jesús y no necesitan preguntárselo, pues ven las obras que hace y creen en sus palabras y en sus obras; pero los sacerdotes y magistrados se hacen los sordos y ciegos. Ya habían condenado a Jesús, ahora sólo les faltaba desacreditarlo frente al pueblo, primer paso para luego realizar su propósito de ejecutarlo, condenándolo a muerte ignominiosa (servicio bíblico latinoamericano).

Hoy, el Evangelio nos invita a contemplar dos aspectos de la personalidad de Jesús: la sagacidad y la autoridad. Fijémonos, primero, en la sagacidad: Él conoce profundamente el corazón del hombre, conoce el interior de cada persona que se le acerca. Y, cuando los sumos sacerdotes y los notables del pueblo se dirigen a Jesús para preguntarle, con malicia: «Con qué autoridad haces esto?» (Mt 21,23), Jesús, que conoce su falsedad, les responde con otra pregunta: «El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» (Mt 21,25). Ellos no saben qué contestarle, ya que si dicen que venía de Dios, entrarían en contradicción con ellos mismos por no haberle creído, y si dicen que venía de los hombres se pondrían en contra del pueblo, que lo tenía por profeta. Se encuentran en un callejón sin salida. Astutamente, Jesús con una simple pregunta ha denunciado su hipocresía; les ha dado la verdad. Y la verdad siempre es incómoda, te hace tambalear.

También nosotros estamos llamados a hacer tambalear a la mentira. Tantas veces los hijos de las tinieblas usan toda su astucia para conseguir más dinero, más poder y más prestigio; mientras que los hijos de la luz parece que tengamos la imaginación un poco adormecida. Del mismo modo que un hombre del mundo la utiliza al servicio de sus intereses, los cristianos la hemos de emplear al servicio de Dios y del Evangelio. Jesús ejercía su autoridad gracias al profundo conocimiento que tenía de las personas y de las situaciones. También nosotros estamos llamados a tener esta autoridad. Es un don que nos viene de lo alto. Cuanto más nos ejerzamos en poner las cosas en su sitio —las pequeñas cosas de cada día—, mejor sabremos orientar a las personas y las situaciones, gracias a las inspiraciones del Espíritu Santo (Melcior Querol i Solà).

Hace unos días mi ordenador decidió cambiar las extensiones de mis archivos. Las extensiones, como bien sabéis, son esas pocas letras colocadas tras el nombre del documento precedidas por un punto, del estilo: ".doc; .jpeg; .exe". Están situadas al final del nombre, pero es lo primero que el procesador lee para utilizar el programa adecuado para abrir el documento. Si la extensión no es la correcta no se abrirá el documento. Perfecto, pensaréis, este cura ahora, en vez de hablar de las lecturas, nos quiere colocar una clase de informática. No os preocupéis, no pierdo el hilo: contempla a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo del evangelio de hoy cuando se acercan a Jesús. ¡Tienen la extensión cambiada!. Son incapaces de reconocer al Mesías, de reconocer la obra de Dios, de escucharle. Por eso Jesús les da el "mensaje de error". Podría haber hecho un gran milagro en ese momento para hacerles creer, una manifestación cósmica y que el sol diese vueltas o quitarle veinte años de golpe a Caifás, pero seguramente ni aún así habrían creído. Intentaban abrir un documento de Dios con la extensión de los hombres, así que se quedaron como estaban: ignorantes. En ocasiones a nosotros con Dios nos puede pasar algo parecido. Muchas veces en la dura experiencia de los funerales o la enfermedad me preguntan: ¿Por qué Dios permite esto? En el fondo es la misma pregunta del evangelio ¿Quién le ha dado a Dios autoridad sobre la vida y la muerte, sobre mí o sobre mis seres queridos? ¿Quién se cree que es? Estas preguntas presentadas tan descarnadamente, y que pueden sonar a blasfemas son, en el fondo, las que surgen de nuestra soberbia, de no dejar a Dios ser Dios. Dudamos si realmente "el Señor es bueno y recto" y que, a pesar de nuestras rebeliones, "su ternura y su misericordia son eternas". Repite despacio: "Sé que Dios me quiere" y acércate a Dios como María, desde la humildad, dejándole hablar pues "enseña su camino a los humildes".

Cuando te acerques al sagrario, cuando asistas a Misa, asegúrate de ir con la "extensión correcta". No vayas para reprender a Dios, ni a juzgar al celebrante o a los que te rodean. Simplemente ponte en actitud humilde ante Dios y la Iglesia y dile despacio, con el corazón: "Señor, que no venga a pedirte cuentas, como los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, sino que esté ya escuchándote como aquellos personajes anónimos que oían atentamente tus enseñanzas". Dentro de poco llegaremos a Belén. Ésa es nuestra escuela de oración (Archimadrid).

Cristo acababa de entrar triunfalmente en Jerusalén; había echado a los mercaderes del templo, y sus enemigos, llenos de odio y envidia, se acercan a preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto?» Jesús ya había manifestado y enseñado que su poder y misión venía de Dios Padre. Sus enemigos se habían resistido a creerlo y ahora tampoco venían con ganas de abrirse a la verdad. Por tanto, Cristo opta por tomar la iniciativa y proponerles una pregunta para ponerles en aprieto. Les pregunta sobre el Bautista. Su predicación, misión y bautismo, ¿tenían origen divino o no? Básicamente era la misma pregunta que le acababan de hacer. El Bautista había predicado que Cristo era el Mesías. Así que, si los sacerdotes decían que las enseñanzas de Juan eran de origen divino, entonces habrían de admitir la misión de Jesús. Si decían que era sólo de origen humano, la gente se les echaría encima y les apedrearía. Ellos fingen la ignorancia, -pues habían venido de mala fe-, y Jesús les respeta su decisión de permanecer cerrados.

Los sacerdotes intentan rebajar a Jesús con su pregunta y, sin embargo, habiendo venido por lana, salen trasquilados. En vez de ser hombres que buscan a Dios, se buscan a sí mismos y ven en Jesús a alguien que les va a quitar protagonismo o incluso les va a desbancar. Esa envidia les llevará incluso a buscar la muerte de Cristo. Así es la envidia. Basta recordar a Herodes intentando matar al niño Jesús, o a Antipas matando a Juan para no quedar mal ante los invitados al banquete. Casi todos los apóstoles seguirían la misma suerte que el Bautista. Y así padecerían también los mártires de todos los tiempos. Los celos, la envidia, el amor propio, el deseo de ser estimado, tenido por alguien importante, del temor al «qué dirán, el brillar en un cierto nivel social, el ostentar un puesto de honra o poder son fuerzas que carcomen y matan el espíritu del evangelio en nosotros. Dios todopoderoso, que nació niño en una cueva, desmentirá esas creencias: «El que busca su vida, la perderá; el que la pierda por amor a mí, la hallará». En la película "The Damnet", los malditos, traducida como "La caída de los dioses", de Visconti, muestra como una familia de alemanes degenera como tanta gente. Recuerdo que un chico mejoró su posición social, y dejó a la novia amiga de toda la vida que ya no le "vestía", por otra de más "nivel". Le dije que estaba siendo egoista. Salimos en coche y aún en el garaje ya me decía escandalizado: "¡el cinturón de seguridad!": para él lo importante era ponérselo cuanto antes. Pensé que estábamos en una sociedad puritana… Oración: Señor, dame la gracia de vivir con pureza de intención. Que mi obrar, pensar, sentir sea por Dios y delante de Dios. Actuar: Revisaré mi actuar para no dejar que la envidia y otros males se instalen en mi corazón.

Los poderes de Jesús. Los fariseos y todos aquellos que habían sido perjudicados por la expulsión de los vendedores del Templo, se unen para poner a prueba a Jesús. Podrían tramar algo así: "A ese maestro tenemos que acusarle de blasfemo. Si le tiramos de la lengua y le provocamos con adulaciones nos dirá quien es, lo que la chusma anda pregonando de él: que es "divino", que es hijo del Altísimo... o algo por el estilo. Entonces será más sencillo acusarle..."

Pero Jesús conoce sus pensamientos, sus intenciones torcidas y su mala fe. No responde, porque ellos tampoco tienen el valor de reconocer su pecado: "No echéis vuestras perlas delante de los puercos" diría en otra ocasión...

Jesús enseñaba con autoridad, no como los escribas y fariseos. Mientras ellos se refieren a las tradiciones, a interpretaciones o a normas, Jesús habla en primera persona. "Yo os digo"... su autoridad moral es incomparable porque a su doctrina añade la convincente fuerza de sus milagros. Habrá quien no crea en sus palabras, pero ¿y a los hechos? ¿quién los podía negar? Como arguyó ante los fariseos el ciego de nacimiento recién curado: "si éste (Jesús) no viniera de Dios, no podría hacer nada". Pero he aquí que "topamos" con el misterio de nuestra libertad humana, que es capaz hasta de negar lo que es evidente.

La libertad es el mayor don que hemos recibido y también nuestro mayor riesgo. Con ella podemos aceptar a nuestro Creador, pero paradójicamente también negarle. Dios no nos ha "programado", para que le aceptemos por obligación. No somos ordenadores, sino que nuestras opciones son libres. Prueba de ello es que podemos optar por lo que no es de Dios. ¡Qué responsabilidad tenemos para saber usar bien de ella! Y ser libre es optar por obrar según la conciencia. No según es simple gusto... porque la conciencia responde ante Dios del bien, de lo mejor, y también del mal. Por ejemplo: una mentalidad materialista, no puede ser libre, porque está condicionada por el dinero, etc. Por tanto, si la libertad está gobernada por una conciencia recta, regida por la ley del amor (generosa, veraz, sincera y sacrificada), aunque pueda equivocarse alguna vez, también sabrá reencontrar el camino y elegir siempre lo bueno.

Dios habla en nuestro interior, lo ilumina para que nuestra libertad sea siempre la de un buen hijo ante su Padre (Juan Pablo Menéndez).

Cristo ha venido a purificar nuestras conciencias de todo pecado y a darnos la salvación. Él no viene con una autoridad humana, sino con la autoridad que ha recibido de su Padre Dios, pues el Padre y Él son uno. No porque hayamos recibido el Bautismo y, en razón de él, seamos templo del Espíritu Santo, tenemos asegurada la salvación eterna. El Señor nos pide que demos fruto, y que lo demos en abundancia, pues quien se cierre al amor de Dios y al amor al prójimo, quien viva en una soledad espiritual, quien piense que está en paz con el Señor porque le da culto, pero desprecia a su prójimo, se está engañando a sí mismo. No basta ofrecer el Sacrificio al Señor, es necesario que nuestro interior quede libre de egoísmos, de injusticias sociales, de persecuciones injustas, de falta de amor fraterno y solidario. No podemos cerrar nuestro corazón al llamado que Dios nos hace a la conversión por medio de su Iglesia, pues por su medio la Palabra de Dios se actualiza entre nosotros, y al mismo tiempo el Señor continúa, por medio de ella, presente entre nosotros con todo su poder salvador. ¿Realmente creemos esto?

En esta Eucaristía nos reunimos en torno al Señor como una comunidad de fe, dispuesta a darle un nuevo rumbo, el rumbo del amor, a nuestra vida personal y social. Por eso, ante el Señor y confrontando nuestra vida con su Palabra, reconocemos nuestras miserias, nuestros pecados; y no sólo pedimos perdón, sino que estamos totalmente dispuestos a reiniciar nuestro camino en el bien, libres de todo aquello que nos divide o destruye. El Señor, con un gran amor hacia nosotros, se acerca a cada uno para manifestársenos como el Dios y Padre de misericordia. Que Él purifique nuestras conciencias de todo pecado, pues tiene poder y autoridad para hacerlo. Que Él nos descubra sus caminos para seguirlos, y nos haga brillar con su luz para que jamás nos convirtamos en motivo de maldición, sino de bendición para todos cuantos nos traten.

Quienes participamos de la Eucaristía sabemos que hemos recibido el poder salvador de Dios, pues el Señor nos lo ha querido participar. La Iglesia de Cristo no tiene un poder humano sino divino. La Iglesia tiene como principal encomienda el trabajar para que todos los hombres, de todos los tiempos y lugares, se reconcilien con Dios y se reconcilien entre sí, de tal forma que vivamos como hijos de Dios unidos por un auténtico amor fraterno. Trabajar por la paz, por la unidad, por el bien de todos es la forma como la Iglesia manifiesta el poder que ha recibido de su Señor. Quien en lugar de preocuparse por su prójimo lo aplasta o destruye; quien en lugar se ser motivo de bendición se convierte en maldición para los demás, no podemos decir que realmente esté cumpliendo con la vocación que ha recibido de ser para todos un signo del amor salvador del Señor. No dejemos que nuestra fe en el Señor se nos diluya. Si realmente creemos en Cristo, si realmente esperamos de Él la salvación, aceptemos al Señor que se acerca a nosotros para purificarnos y renovarnos, de tal forma que en adelante seamos criaturas nuevas en Cristo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser un signo del amor, de la ternura y de la misericordia del Señor para nuestros hermanos, convirtiendo así a la Iglesia en un signo creíble del amor del Señor en medio del mundo (www.homiliacatolica.com).

Domingo de la 3ª semana de Adviento, C. Nos alegramos porque se acerca Jesús, y queremos preparar bien nuestras almas para que nazca en nuestro corazón

Domingo de la 3ª semana de Adviento, C. Nos alegramos porque se acerca Jesús, y queremos preparar bien nuestras almas para que nazca en nuestro corazón

       Este domingo se llama de "la alegría". Cuando el ángel le dice a la Virgen "alégrate, llena de gracia"… le dice el motivo: "el Señor es contigo". La llena de gracia está llena de alegría porque tiene a Jesús, y como se acerca Navidad nosotros también nos llenamos de contento. Pero vamos a verlo con las lecturas.

       1. El profeta Sofonías dice: "alégrate… Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén". Y dice que nos ha perdonado, que hemos de estar de fiesta, además las cosas que antes nos costaban,  al calor de la Navidad quedarán vencidas: "El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás". Hemos de pensar en hacer un Belén no sólo en nuestra casa sino en nuestro corazón, para que Jesús esté a gusto, y para esto prepararnos como el que se prepara para una fiesta y se pone guapo. Y con la Virgen tenemos una buena ayuda, ella es para nosotros fuerza y modelo de cómo prepararse para esperar a Jesús que está a punto de nacer, ella estaba ilusionada por recibirle como madre. "Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.»" Ya no tendremos miedo, y si hay algo que nos quita la paz y nos da "mal rollo" enseguida haremos las paces y pondremos la fórmula mágica para que haya otra vez "buen rollo": el aceite del perdón, de arreglar aquello enseguida, y el pan de la alegría, de una sonrisa que lo arregla todo: es el pan que pedimos en el Padrenuestro que no falte ningún día, que nos dé cada día para festejar la alegría de vivir, el pan de la Eucaristía.

       ¿Se interesa Dios por los hombres? ¿Tiene algo que ver con la historia de mi vida? Hay una canción que habla de este discurrir del tiempo: "Unos que nacen otros morirán / Unos que ríen otros llorarán / Agua sin cauce río sin mar / Penas y glorias, guerras y paz: / Siempre hay por qué vivir / Por qué luchar. / Siempre hay por quién sufrir / Y a quién amar. / Al final las obras quedan / Las gentes se van. / Otros que vienen las continuarán". Pero la vida no sigue igual, porque Jesús nos lleva de la mano en este diario que se escribe día a día, Él y nosotros escribimos el libro de la historia. "Pocos amigos que son de verdad / Cuantos te halagan si triunfando estás / Y si fracasas bien comprenderás / Los buenos quedan los demás se van. / En cualquier parte / no importa el lugar / hay hombres buenos / que al morir se van / Y mientras mueren, / en otro lugar, / los buenos viven / sin pensar en más"… hay hombres de esperanza que nos recuerdan que hay cielo, son los santos: saben que Dios nos ha dicho: «No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino».

       2. Por eso le cantamos en el Salmo: "El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación", y le damos gracias: "Dad gracias al Señor, invocad su nombre"…

       3. En la Carta a los Filipenses,  san Pablo nos dice: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres... El Señor está cerca". Y nos dice que se note, "que lo conozca todo el mundo", no podemos ir con caras tristes si somos hijos de Dios. ¿Por qué ponerse tristes, si está con nosotros el Señor? Si hacemos algo mal hacemos las paces, pedimos perdón: "Nada os preocupe"; y para esto nos da el sistema: "sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios". O sea que hay que procurar rezar y procurar en lugar de quejarse dar gracias, esto nos lo inspira Dios "para que nos sirva de salvación" (prefacio común 4). Y así la consecuencia es que "la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". Ya no nos preocupamos por la muerte o el fin del mundo porque la salvación, el cielo, ya lo comenzamos a tener aquí con Jesús con su Reino de amor. ¡El Señor está cerca! Vamos a prepararnos. Después de la consagración, al proclamar el misterio de nuestra fe, decimos: "¡ven, Señor Jesús!", y podríamos preguntarnos: "¿pero no está ya aquí?": claro, pero estas palabras con las que acaba la Biblia significan también que Jesús viene al acabar la historia, como vino hace 2000 años, y significa que viene a nuestra alma en la comunión, y de otro modo su aliento vital, su vida divina se respira en cada bautizado; y de su fuerza y amor viven todos los que en Él creen. ¡El Señor está cerca! Por esto, "¡no os preocupéis por nada!" Ocupados tan sólo en las cosas buenas, hacerlas por amor, viviendo en la presencia del Señor.

       4. El Evangelio nos dice que la gente preguntaba a Juan: - «¿Entonces, qué hacemos?» y él va diciendo que se porten bien, a nosotros nos diría: estudia y procura sacar buenas notas, sé buen compañero y no engañes, di la verdad aunque te cueste pasar algún mal rato, no falles a tus amigos ni los traiciones, procura compartir las cosas y vencer el egoísmo, vence la pereza cumpliendo tus encargos aunque no te vean…  Resumiendo: procura hacer las cosas con Jesús, que te acompaña aunque no lo ves, y cuando te cueste algo piensa que los demás necesitamos de tu lucha, que todos estamos unidos y nos ayudamos aunque no se vea, aunque estemos solos; de aquella hora de estudio depende la historia del mundo. Al Señor se le acoge en la vida normal, no a través de cosas excepcionales. Más que los gestos extraordinarios, cuenta la fidelidad en lo cotidiano. Las Tres Avemarías de la noche nos puede ayudar mucho porque en cada Avemaría le recordamos a la Virgen el momento más feliz de su vida: cuando Ella dijo Sí a lo que Dios le pedía y por ella nos vienen del Cielo tantas cosas, y le pedimos que nos ayude. Por esto los cristianos no nos cansamos de repetir esas palabras divinas: Las rezamos 50 veces en el Santo Rosario; 3 veces en el Ángelus y muchas veces en otras ocasiones. Y es la misma Virgen Santísima quien nos ha hecho saber que desea que se las recemos también tres veces, antes de acostarnos.

       Una clínica, un quirófano, y, tendida sobre la mesa de operaciones, una niña de muy pocos años. La operación a practicar es francamente difícil: tres doctores en cirugía están presentes y dos médicos anestesistas. –"A ver, nena -dice uno de éstos-; cierra los ojitos, vas a dormir". –"¡Pero si es de día! -replica la niña-; yo nunca duermo de día". –"No importa. Ahora vas a dormir. Cierra los ojitos..." –"Bueno" -dijo la pequeña conformándose, pues se dio cuenta que tarde o temprano aquellos señores se saldrían con la suya. Pero añadió. –"Yo, antes de dormir rezo siempre las tres Avemarías, ¿puedo?" –"Sí, puedes rezar tus tres Avemarías"... Y con toda sencillez, la niña se incorporó, se arrodilló, juntó sus manecitas, y empezó su oración de todas las noches: "Dios te salve, María... Ruega por nosotros, pecadores..." Luego, acabadas las tres Avemarías, se tendió en la mesa y, sin esperar otra recomendación, cerró sus inocentes ojos... Ante aquel cuadro encantador, uno de los cirujanos se sintió conmovido, y, en cuanto pudo abandonó el quirófano para retirarse a su despacho. Allí se arrodilló y empezó a llorar. Llevaba muchos años sin recibir los sacramentos y sin hacer oración. Y salió de allí decidido a cambiar. Propósito: - Rezaré las Tres Avemarías a la Virgen todas las noches antes de acostarme.

llucia.pou@gmail.com

 

 

 

AVE MARÍA