jueves, 17 de diciembre de 2009

Viernes de la 2ª semana de Adviento. “Si hubieras atendido a mis mandatos... No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre… os hemos tocado la flauta…” aprender a oír la música divina de la vida

Viernes de la 2ª semana de Adviento. "Si hubieras atendido a mis mandatos... No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre… os hemos tocado la flauta…" aprender a oír la música divina de la vida

 

Isaías 48,17-19. Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: «yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería corno arena, como sus granos, los vástagos de tus entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí.»

 

Salmo 1,1-2.3.4 y 6. R. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.

        Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.

        Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.

        No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos pero el camino de los impíos acaba mal.

 

Evangelio según san Mateo 11,16-19. En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: - «¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado.7 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio. " Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores." Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios.»

 

Comentario: 1.- Is 48,17-19. -El destierro es para el pueblo una prueba de Dios, para que conozca sus caminos, para que vea a dónde le lleva su infidelidad. Todo pecado priva de la bendición divina. Por eso toda infidelidad exige el destierro, símbolo de la lejanía de Dios. El mayor pecado del pueblo no fue quebrantar los mandamientos de Dios sino considerarlos inútiles en su vida. Prescindir de Dios y de su voluntad para convertirse en seres autónomos sin otra ley que su propio arbitrio. Por eso Dios se presenta, dolorido, ante ellos para hacerles comprender el verdadero sentido de los mandamientos que les dio. No fue para imponerles un yugo, para oprimirlos con carga pesada. Se los dio como señales de tráfico para que no se equivocaran en el camino que habían de seguir, para enseñarles y marcarles el verdadero camino, el camino de la paz, la justicia y la felicidad. Preciosa concepción de la ley antigua, tan olvidada no sólo por los israelitas sino incluso por muchos cristianos de nuestros días. El hombre, ciego por su autosuficiencia egoísta, sigue caminando al azar, haciendo su camino, despreciando las indicaciones de tráfico, sin percatar del gran peligro que corre de no llegar a la única meta a la que está destinado.

-Así habla el Señor, tu Redentor. En nuestro lenguaje corriente, ese término «redención» evoca la idea de «rescate»: pagar en lugar de otro para rescatarlo. Ciertamente, Jesús se puso en nuestro lugar y pagó duramente, nuestra justificación. Pero de hecho, el término, de origen hebreo, tiene otro matiz: «Yo, el Señor, soy tu redentor, tu 'goel'». En el derecho tribal primitivo había un «goel»: era el hombre encargado de «vengar la sangre», el responsable del honor de la tribu. De hecho la idea es pues la de «un amor de Dios que se ha comprometido en el destino de los hombres». La idea principal no es la de un Dios que requiere sangre para aplacarse. Es la idea de un Dios que ama «apasionadamente la humanidad y se compromete totalmente para salvarla». «¡Yo, el Señor, vengo a auxiliarte!» «Yo, el Señor, soy tu «goel», tu redentor!» ¡Qué misterio! Contemplo en Belén a Jesús encarnado, compartiendo totalmente nuestra condición humana, y muriendo en la cruz.

-Yo, el Señor tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir. Dios se ha comprometido en nuestra salvación. Pero no nos reemplaza. Nos invita a "caminar", a aceptar la instrucción "provechosa", la que salva. La enseñanza de Jesús, el Evangelio. "Te doy una instrucción, una enseñanza" dice Jesús también. ¿Cómo es mi fidelidad en recibir y meditar esa enseñanza? ¿Cómo me esfuerzo en aumentar mi cultura religiosa? ¿Y en ser fiel a la oración?

-Si hubieras estado atento a mis mandatos... «Atento»... Es una cualidad esencial a la oración... y a toda la vida del hombre. Haznos atentos, Señor. Jesús hablaba a menudo de vigilancia: «velad y orad» ¡Tan a menudo vivo como adormilado, dejándome llevar! «Os doy un mandamiento nuevo: ¡que os améis los unos a los otros!» ¡Estar atentos a amar! ¡No dejar pasar las ocasiones de amar!

-...Tu paz sería como un río. El que se deja "guiar" por Dios, el que escucha la «enseñanza provechosa», el que está «atento a amar», ¡está lleno de paz! ¡Un río! Evoco esa imagen...

-...Tu dicha y tu justicia serían como las olas del mar. ...Tu posteridad sería como la arena del mar, y tus hijos tantos como los granos de arena. Repetición de la promesa hecha a Abraham. A pesar de todos nuestros rechazos, de todas nuestras faltas de amor, Dios quiere nuestra felicidad, nuestra «justicia» nuestra «rectitud», nuestra «santidad»... ¡vasta y potente como las olas del mar! Y Dios quiere que nuestra vida sea fecunda, que «nuestros talentos rindan el céntuplo»... ¡como los granos de arena de las riberas! Una sola condición: estar atento a tus mandatos, Señor (Noel Quesson).

El Señor, antes que nada, nos quiere comprometidos con Él; nos quiere como trabajadores a favor de la justicia y de la paz. Por eso nos invita diciendo: "Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás llegará a ustedes por añadidura." ¿Cuando, después de haber estado en la presencia de Dios, volvemos a nuestras actividades diarias, llevamos sólo el deseo de que el Señor nos conceda bienes pasajeros; o nos lo llevamos a Él, para ponernos a trabajar en la construcción de un mundo renovado en Cristo?

 

2. Sal. 1. No se puede construir la conciencia humana sin un fundamento divino. –Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, quien lo sigue no caminará en las tinieblas. Por eso, para el justo la ley del Señor es su gozo. Bien lo dice el Salmo1: «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos… sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto… y cuanto emprende tiene un buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento, porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal». Éste es un salmo de instrucción con respecto al bien y al mal, poniendo ante nosotros vida y muerte, bendición y maldición, a fin de que tomemos el camino recto que lleva a la felicidad, y evitemos el que de cierto conduce a la miseria y a la ruina. Nos muestra: I. La santidad y la dicha de una persona piadosa (vv. 1-3). II. La pecaminosidad y la miseria del malvado (vv. 4, 5). III. El fundamento y la razón de ambos casos (v. 6).

Versículos 1-3. El salmista comienza por el carácter y la condición del piadoso. El Señor conoce por su nombre a los que son suyos (Nm 16:5; 2 Ti 2:19), pero nosotros hemos de conocerlos por su carácter, el cual se nos presenta aquí mediante las normas que escoge para su conducta: A) El hombre piadoso (v 1) no anda en consejo de malos, etc. Se pone primero esta parte de su carácter, porque apartarse del mal es el primer paso por el que comienza la sabiduría. (a) Ve en torno suyo malhechores, de los que el mundo está lleno. Se describen aquí por medio de tres epítetos: malos, pecadores, escarnecedores. Primero son malvados, carentes de temor de Dios. Cuando falta este temor de Dios, el hombre muestra ser pecador, en abierta rebelión contra Dios. Las omisiones abren el camino a las comisiones y así se endurece, a la larga, el corazón de tal manera que los pecadores se hacen escarnecedores, despreciando todo lo sagrado, burlándose de la piedad y tomando a broma el pecado. El vocablo hebreo para malos (mejor, malhechores) indica una persona que no se somete a ninguna norma, sino que se deja llevar de todo mal deseo. La persona piadosa no puede menos de ver con tristeza a los tales, cuyos criterios son tan insensatos y tan opuestos a los suyos. (b) Por consiguiente, no anda según los consejos, los criterios, de ellos. No sigue sus principios, ni toma el camino de ellos, ni se sienta para participar en el corro de los burladores, lo cual equivaldría a asociarse con quienes promueven el reino del diablo.

B) En cambio, el piadoso, para hacer el bien, se somete a la dirección de la palabra de Dios, familiarizándose con ella (v. 2). Todos los que se deleitan en que haya un Dios, han de deleitarse también en que haya una Biblia, la revelación de Dios y de su voluntad, y del único camino hacia la dicha en él: En su ley medita de día y de noche (comp. Jos 1:8). El estudio y la práctica de la Ley de Dios es la delicia del hombre piadoso, como el autor del Sal 119. El verbo hebreo para meditar significa literalmente musitar: leer y dialogar consigo mismo sobre las grandes cosas que la Biblia contiene, fijarlas en la mente y en el corazón y experimentar en la vida el sabor y el poder de ellas.

Seguridad que se da al piadoso de que ha de disfrutar de las bendiciones de Dios. El salmo comienza literalmente: «¡Oh, las bendiciones del varón!, etc.» (el hebreo ashrey es plural). La bondad y la santidad no sólo son el camino hacia la felicidad (Ap 22:14), sino que se identifican con la felicidad misma; aun cuando no hubiese otra vida después de ésta, el hombre que va por el camino del deber es ya un hombre dichoso. Será como árbol, fructífero y floreciente, pues las bendiciones divinas producen efectos reales. El justo es plantado por la gracia de Dios; por naturaleza, todos somos olivos silvestres y continuamos siéndolo hasta que somos injertados por un poder de arriba, celestial. Nunca crece por sí mismo un buen árbol; es plantío de Yahweh para ser árbol de justicia y en ello ha de ser glorificado Dios (Is 61:3). Es plantado junto a los medios de gracia, llamados aquí corrientes de aguas; de aquí saca el justo provisión abundante de fuerza y vigor, pero de forma secreta, oculta a las miradas de la gente. De quienes participan de los medios de gracia ha de esperarse que, tanto en sus criterios como en su conducta, respondan a las intenciones de la gracia y lleven fruto. Y su hoja no cae. Su follaje no se marchita, sino que son de hoja perenne. En cuanto a los que muestran solamente las hojas de profesión cristiana, sin fruto alguno, las hojas mismas, al fin, se marchitarán y caerán; pero si la palabra de Dios gobierna el corazón, la profesión se conservará siempre verde y fresca; tales laureles no se marchitan.

Versículos 4-6. Se describe ahora el carácter de los malvados (v 4): (A) En general, son el reverso de los justos, tanto en carácter como en condición: no llevan fruto, sino agraces de Sodoma que inutilizan la tierra. (B) En particular, mientras los justos son como árboles útiles, valiosos y fructíferos, los malvados son como el tamo que arrebata el viento; son como la parte más liviana de la paja, el polvo que el amo de la era quiere ver lejos de allí, puesto que para nada sirve…

La razón que se da de este final tan distinto de los buenos y los malos (v 6). Yahweh conoce, es decir, aprueba complacido y remunera la conducta de los justos, por lo que les hace dichosos y prósperos (al menos, espiritualmente), pero está airado contra la senda de los malos, la cual, ya de suyo, lleva a los hombres a la ruina y a la perdición (Rm 6:23). Al cantar estos versículos, y orar sobre ellos, dejémonos poseer de un santo temor de la porción del malvado y de una santa diligencia en presentamos a Dios aprobados en todo, buscando su favor de todo corazón (com. de edit. Clie).

Dios no nos creó para la muerte, sino para la vida. Tampoco se recrea en la muerte de los suyos. Él quiere que todos alcancen la plenitud de la vida que nos ofrece por medio de su Hijo Jesús. Nadie puede, por tanto, sentirse excluido de esa vida y de esa gracia. Dios, por todos los medios posibles, saldrá al encuentro del hombre pecador para llamarlo a la conversión, dándole la oportunidad de rectificar sus caminos. Pero si alguien se obstina en su pecado, y a causa de él muere, no puede culparse a Dios de la condenación de los malvados. Jesús mismo, llorando sobre Jerusalén le indicará: ¡Si hoy conocieras la oportunidad que Dios te da! Pero eso está oculto a tus ojos; oculto porque las cosas pasajeras y pecaminosas, porque tu terquedad a cerrarte al amor de Dios te enceguecieron para que no vieras aquello que te conduce a la salvación. Ojalá y no vaya a sucedernos a nosotros lo mismo.

El Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo. Dios es quien justifica al hombre. Pero no basta con haber recibido su vida por medio del Bautismo, que nos une, en comunión de vida, con el Hijo de Dios. Es necesario no quedarnos como ramas parásitas; es necesario que demos fruto, y fruto abundante de buenas obras si no queremos que el Padre nos arranque y nos sequemos y nos quedemos sin esperanza de vida. Por eso hemos de estar atentos a la Palabra que Dios pronuncia sobre nosotros para que la dejemos dar fruto en nosotros, de tal forma que, tomando cuerpo en nuestra vida, seamos convertidos en la Palabra que toma carne en la Iglesia, esposa de Cristo, y continúa su obra salvadora a favor de todos los hombres. Quien, aún perteneciendo a la Iglesia, y tal vez participando de la mesa del Señor y anunciando el Evangelio a los demás, lleva una vida de maldad no puede decir que es sincero en su fe, ni puede estar seguro de encaminarse hacia la posesión de los bienes definitivos.

 

3.- Mt 11,16-19. *Cosas de 2007: La Iglesia celebra durante el Adviento todo el Misterio de Jesús, desde Navidad hasta Pentecostés. En este Tiempo de Adviento, las cuatro semanas que nos sirven de tiempo de preparación para la Navidad, hoy se nos propone este pasaje del Evangelio en preparación para la venida de Cristo. Es tiempo de piadosa y alegre esperanza. "¡Ven Señor Jesús!". "Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! - "Ecce veniet"! - ¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia." (Beato Josemaría. Forja, 548).

No podemos hacer como esos inconscientes que no se enteran, que no se preparan para la gran fiesta. Jesús nos enseña a saber escuchar la música del amor, hacer el bien, pedir a Dios saber "entonar" bien el cántico de la generosidad, del amor que es lo más grande y se vive en lo más pequeño de cada día. Para ello, hemos de luchar, entrenarnos en el oído, y quitar la vanidad, orgullo, egoísmo…

En medio del bullicio del mundo, hemos de hacer como los niños que reconocen al Maestro, se acercan a Él, y Él los bendice y abraza, y proclama con éxtasis entusiasmado: "Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños." Suele la gente ofrecer su mejor imagen, para causar buena impresión. Así, los profesores principiantes suelen hacer ver en sus clases que saben mucho de lo que enseñan. Pero más enriquecedor es acercarse a un sabio, y contemplar su sencillez, y ver cómo escucha, y a veces responde: "no sé" ante una pregunta. Aparentar puede ser necesario para el que quiere "ser más", pero no para el que quiere ser "pequeño", el que le basta con lo que tiene, el que está contento con lo que ya es, hijo de Dios. Nicodemo quería hacerse pequeño, y no sabía cómo: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?" (Jn. 3, 4). San Josemaría comentaba así este "proceso": "hacernos niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia; reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, pedir como piden los niños" (Es Cristo que pasa, n.143). Es un camino de sencillez, y puesto que nos hemos montado una careta, camino de volver atrás, descomplicación, quitar los laberintos del corazón, máscaras en los sentimientos, gafas de sol. Mostrarnos a los demás tal como somos no es fácil, se requiere estar contentos con lo que somos, sin ansiar otras cosas. También requiere que si hay algo que mejorar, lo procuremos: "Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano -y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo arranquemos.

"¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús." (Forja n. 161).

Hay un famoso cuadro en la iglesia de Sant Paul, en Londres, que muestra Jesús, abriendo la puerta del corazón de una persona. Alguien le dijo al pintor, en la presentación de la pintura: "falta el picaporte de esa puerta", y el pintor contestó: "no se me olvidó pintarla, es que esta puerta, la del corazón de cada persona, sólo puede abrirse desde dentro". Vamos a procurar abrir esa puerta para que entre Jesús, y con él el Cielo, en nuestro corazón. Vamos a procurar que todos los hombres le abran la puerta a Jesús. Vamos a hacer muchas copias de esta llave, para mostrar a los demás cual el secreto de la felicidad, del cielo: "El que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése entrará". Vamos a "entender" la música del corazón, para decir con toda el alma, cada día, con mucha fe, las palabras del Padre Nuestro: "Hágase tu voluntad." Oír la música: "por tanto, todo el que oye estas palabra mías y las pone en práctica es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca."

Jesús es el que llama a la puerta del corazón del hombre, toca la música para consolar al triste, acompañar al enfermo, ayudar al necesitado, visitar al que esté solo. Llama y toca la música ahí donde nos encontramos: en la familia, con los amigos, vecinos…

"En vísperas de la Navidad —cuenta la Madre Teresa de Calcuta— yo abrí un hogar para enfermos de SIDA en Nueva York como regalo de nacimiento para Jesús. Lo empezamos con quince lechos para otros tantos pacientes y con cuatro jóvenes a quienes conseguí sacar de la cárcel porque no querían morir allí. Ellos fueron los primeros huéspedes de nuestro hogar. Les había preparado una capilla, de modo que tales jóvenes de veinte o veinticinco años, que no habían estado cerca o se habían alejado de Jesús, de la oración o de la confesión, pudiesen, si lo deseaban, acercarse de nuevo a Él. Gracias a la bendición de Dios y a su amor, sus corazones se transformaron por completo. Los trece o catorce han fallecido ya en nuestro hogar, porque se trata de una enfermedad mortal, incurable. La última vez que estuve allí, recientemente todavía, uno de ellos hubo de ser trasladado al hospital. Antes de ir me dijo:

—Madre Teresa, usted es amiga mía. Quiero hablar a solas con usted.

¿Qué creéis que me dijo aquel hombre que veinticinco años atrás se había confesado y comulgado por última vez y que desde entonces había interrumpido sus contactos con Jesús?

Me dijo esto:

—¿Sabe, Madre Teresa? Cuando siento un tremendo mal de cabeza, lo comparto con el dolor de Jesús al ser coronado de espinas. Cuando experimento un dolor insoportable (y es que el dolor que produce esa enfermedad es insoportable de verdad), cuando el dolor resulta insoportable en mi espalda, lo comparto con el dolor de Jesús al ser azotado. Cuando el dolor se hace insoportable en mis manos y mis pies, lo comparto con el dolor experimentado por Jesús al ser crucificado. Le pido que me lleve de nuevo al hogar. Quiero morir cerca de ustedes.

Conseguí permiso del médico para llevármelo a casa. Lo acompañé a la capilla. Jamás he visto a nadie hablar con Dios como lo hizo aquel hombre, con un amor de comprensión tan grande entre él y Jesús. Después de tres días murió. Difícil de comprender el cambio experimentado por aquel hombre."

La vida es como una canción de amor, que como toda canción tiene una letra y una música: la letra es lo que toca en cada momento hacer, pero la entonación musical es importante, si no sería muy aburrida la vida: es la música del corazón, el amor, lo que da sentido a la letra, como decían aquellos del primer concurso de "Operación triunfo": "Nos une una obsesión. Cantar es nuestra vida y mi música es tu voz. Cuenta con mi vida que hoy la doy por ti. Mi pasión la quiero compartir. A tu lado me siento seguro... a tu lado yo puedo volar... a tu lado mis sueños se harán por fin realidad. A tu lado... Estamos hoy unidos cantando esta canción... A tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo a tu lado yo puedo volar. A tu lado hoy brilla mi estrella a tu lado mis sueños se harán por fin realidad". Al lado de Dios estamos seguros, su música es camino seguro de felicidad. Es una música sutil y encantadora, nos hace –como decía aquel grupo- "soñar despierto, vivir lo nuestro, volar" en este universo sobrenatural, dondequiera que vayamos. Con el corazón llevando esta música, podemos disfrutar profundamente de la compañía de las personas que nos rodean (familiares, amigos, conocidos o extraños), entre ellas aquellos cuyos caracteres no son perfectos, del mismo modo que nuestro propio carácter no es perfecto. Estamos entonces abiertos a la belleza, al misterio y a la grandeza de la vida corriente, "comprendemos" que siempre ha sido bella, misteriosa y grandiosa, y que siempre lo será... como cantaba también ese grupo: "Juntas nuestras manos la estrella brillará / música es la fuerza que nos empujará... / juntos corazones en una sola voz, / tantas ilusiones en un corazón... / Cógela y aprieta fuerte, / lucha cueste lo que cueste, / contra el viento contra el fuego llegarás al mismo cielo... / Mi estrella será tu luz..., / coge mi mano yo estoy contigo / esto es un sueño sueña conmigo... / Mi estrella será tu luz... / y conseguirlo no es tan difícil si la voz te sale del corazón".

La estrella es María, nuestra esperanza, Adviento vivo de la presencia del Señor. Ella nos hace sentir a Jesús que nos busca, oír su música, aprender a bailar con esa música divina… rezar, desperezarse de esperar en la plaza y caminar con Jesús y trabajar con él… ésta es la vida: "Cristo se ha hecho para nosotros camino, y ¿podremos así perder la esperanza de llegar? Este camino no puede tener fin, no se puede cortar, no lo pueden corroer la lluvia ni los diluvios, ni puede ser asaltado por los ladrones. Camina seguro en Cristo, camina; no tropieces, no caigas, no mires atrás, no te detengas en el camino, no te apartes de Él. Con tal que cuides esto habrás llegado." (San Agustín, Sermón 170, 11). No pensemos que no tenemos méritos, pues es Él quien toca su música, con nosotros como instrumentos… "a veces el más insignificante violín puede elevarse por encima del conjunto de la orquesta, pidiendo atención para su quejumbrosa súplica. Escucha las pequeñas voces de tu vida y advierte que también ellas tienen algo que expresar con su canto" (Alaric Lewis OSB). Para oír la música divina hay que escuchar en nuestro corazón, y en el silencio oírle… "En toda composición musical hay silencios, pequeños descansos que detienen el sonido para hacernos gustar con mayor plenitud el conjunto. Descubre la absoluta belleza del silencio aún en medio del paso acelerado de la vida, y disfruta los momentos de reposo" (sigue diciendo Lewis). Así iremos entonando este cántico de amor: "Dicen que el universo vibra en 'fa'. Si es cierto..., lo que conocemos como Dios seguramente vibrara en 'fa' y será música" (Rafael Pascual). Descubriremos otra visión de Dios, autor de este misterio: "La música es tan alta, que ninguna inteligencia puede superarla y de ella emana un poder que todo lo domina y del que nadie es capaz de dar razón" (Goethe).

 

**Cosas que pongo de mercaba.org, en 2009: La parábola tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. Entre los niños ocurre con frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa, otros a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto esencial de referencia en la parábola. Inmediatamente se pasa a la aplicación de la misma: así es esta generación. Y cuando Jesús utiliza la palabra "generación" lo hace ordinariamente en sentido peyorativo de censura descorazonada, de reprensión infructuosa e inútil (12, 39-42; 23, 36; Mc 8, 12-38). Si fuésemos a precisar todavía más el sentido de la parábola tendríamos que recurrir a otros lugares del evangelio donde la generación lleva el calificativo de "mala y adúltera" (infiel a la palabra de Dios y sus exigencias). Jesús retrata en la parábola al pueblo judío que le ha negado la fe. Y de modo especial a los dirigentes cualificados del pueblo, a los especia- listas cualificados de la ley. Ellos son los más directamente responsables. De la parábola pudiera deducirse la conclusión siguiente: unos que quieren y otros que no quieren jugar. ¿Tiene cada uno de estos grupos un significado especial en la aplicación doctrinal de la parábola? No lo creemos. Se trata, más bien, de rasgos parabólicos que se hallan en función de la enseñanza. "Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos tocado cantos fúnebres y no os habéis entristecido". ¿Tenemos en estas palabras el retrato del Bautista, que incitaba a la penitencia, y el de Jesús, que invitaba a la alegría? El Maestro alude al Precursor y al Hijo del hombre para poner de relieve el capricho de aquel pueblo. El sentido de la parábola es claro: los judíos siempre rechazan la palabra de Dios, en cualquier forma que les haya sido propuesta. Su comportamiento no es el de héroes sino el de niños tercos y caprichosos. Sentados (v. 11) en el comodín de una religión desfigurada por ellos, y por lo mismo inauténtica, se sentían felices diezmando el anís, la menta y el comino y descuidaban, cobijados bajo el manto de su religiosidad oficial, lo fundamental de la ley: la justicia, la misericordia, la fe. Sentados en la plaza criticaban la actitud de todos los enviados de Dios: todos aquéllos que no entren por sus caminos y se ajusten a sus planes están lejos del camino de la salvación, incluso el mismo Jesús.

Son ellos, los dirigentes del pueblo, los que viven sentados como señores en la plaza y se arrogan el derecho de elegir las piezas que deben tocarse. Por encima de todos debe prevalecer su criterio, su plusvalía, su capricho. Y al no querer obedecer nunca, quedan excluidos del camino de la salud. Porque nuestra vida fundamentalmente es obediencia. La obediencia de la fe.

Al final de la parábola añade Jesús esta sentencia: "la Sabiduría se acredita por sus obras". Cuando se habla de la sabiduría en el mundo griego, y también en nuestro mundo, se piensa sencillamente en la ciencia. El mundo de la Biblia piensa de manera distinta. La sabiduría, sin calificativo alguno, es la sabiduría de Dios. Con ella se hace referencia al plan de Dios sobre el mundo y su ejecución a través de los hombres elegidos por él para lograrlo. Este proverbio afirma, por consiguiente, que tanto el Bautista como Jesús son agentes eminentes en la realización del plan de Dios. Su conducta puede parecer equivocada y ser juzgada como tal por los dirigentes del pueblo judío, pero sus obras demuestran que están en la línea de la verdad y que, por tanto, los equivocados son ellos. Por otra parte sabemos -y lo repite frecuentemente el Nuevo Testamento- que Jesús es la sabiduría de Dios. La obra salvadora que llevó a cabo en el mundo demuestra que aquéllos que le rechazaron no tenían razón (com de edit. Marova).

Después del juicio sobre el Bautista (su excepcional grandeza hace resaltar aún más la grandeza de ser discípulo de Jesús), un juicio "sobre esta generación" (11,16-19). Como de costumbre, Jesús recurre a una comparación. Dos grupos de niños, dispuestos en fila en la plaza uno enfrente de otro, deciden jugar a los funerales. Pero cuando el primer grupo comienza las lamentaciones, el otro ni se mueve; ha perdido todo el interés por el juego. Es demasiado triste, dicen. Entonces se cambia y comienza de nuevo; se juega a bodas. Pero tampoco esta vez se mueve el segundo grupo: el juego es demasiado alegre. Jesús reprocha a los hombres de esta generación ser como niños caprichosos; no saben lo que quieren; o mejor, lo saben muy bien; quieren que se les deje en paz. Se podría titular así la parábola: las excusas de quien no quiere decidirse. Para el que no quiere decidirse siempre hay excusas al alcance de la mano. Se rechaza una actitud, lo mismo que la contraria; se critica una propuesta, y luego otra; es la prueba de la falta de sinceridad. Hoy diríamos "falta de voluntad política" (Bruno Maggioni).

"¿A quién se parece... y no habéis llorado?" Así ve Jesús a la gente de su tiempo y a nosotros. NIños que no saben lo que quieren. Que nos dejamos llevar solamente de nuestro capricho, de nuestra voluntad propia, sin dar importancia a lo que en realidad vale para la vida eterna. Cristo es el "camino, la verdad y la vida". Quien le sigue no andará en tinieblas. Que sea su ley, su voluntad, nuestro gozo y nos asemejaremos al "árbol plantado al borde de la acequia", "nuestra paz será como un río y nuestro fruto, abundante como la arena del mar". El profeta echa en cara al pueblo su infidelidad y le dice bien claro lo que se ha perdido por no ser fiel al amor de Dios. En este texto de Mateo, es Cristo mismo quien como el profeta en la anterior lectura de Isaías, echa en cara a los de su generación que no tienen la suficiente madurez para creer y ser de verdad fieles: sois como críos, les dice. Viene el Bautista con su austeridad y le acusan de extraño endemoniado; viene Cristo con su sencillez, se sienta a compartir la vida y la comida de los hombres, y le dicen que es un pinta y un comilón cualquiera. Venga quien venga, haga lo que haga, diga lo que diga, donde no hay sensibilidad, ni honradez, ni capacidad de creer y amar, habrá siempre salidas infantiles y excusas para no creer. Sufrimos hoy en el mundo y en la Iglesia una de esas crisis de inmadurez que nos hace hablar y obrar en todo como críos; la ingenuidad infantil en unos, la pataleta en otros... y en todo y para todos la crítica, la acusación y el insulto.

¿De quién hablamos bien hoy? ¿Quién nos merece respeto y admiración? ¿Quién nos mueve a creer y a obrar, a echar una mano, a colaborar? El papa mal, los obispos mal, los curas mal, los seglares mal... ¿y el mal que está dentro de nosotros? La madurez se manifiesta en la sencillez, en el respeto a los demás, a quienes se les toma en serio. Ser capaces de admirar más que de despreciar. Ser más adultos y menos críos. Y sentirse plenamente responsable.

-"Madrecita mía ¿es verdad que todos ante todos, por todos, somos culpables? -No saben las criaturas eso, que si lo supieran, desde ahora empezaría el Paraíso". (Dostoievski). ¿De qué sirve acusar a los individuos?

-Jesús declara a las gentes: "¿a quién compararé esta raza de hombres? es semejante a los muchachos sentados en la plaza que interpelando a otros..." Escena llena de vivacidad, observada por Jesús y hoy también observable por nosotros. Seguramente Jesús alguna vez debió pararse a mirar. Grupos de muchachos jugando en la calle. -Os hemos entonado cantares alegres y no habéis bailado; cantares lúgubres y no habéis llorado. Sí, he ahí cómo ve Jesús a las gentes de su tiempo. Esta "generación caprichosa e inestable que no sabe lo que quiere: son niños que juegan a "la boda"... y luego al "entierro". Una de las bandas debuta con un canto alegre, pero a los otros no les hace gracia. Entonces comienza un canto triste, ¡pero la cosa tampoco marcha! Entre los niños, esto suele ser sólo un capricho pasajero, que no tiene consecuencias. Pero para los adultos del tiempo de Jesús -¿y del nuestro?-, no se trata ya de un juego... sino de su vida eterna! "Esto no es serio" parece decir Jesús ¿No somos quizá también nosotros gente caprichosa? ¿Tenemos el sentido de nuestras responsabilidades? ¿Somos adultos? ¿capaces de perseverar? En este tiempo de Adviento ¿"mantenemos" las resoluciones tomadas? o bien ¿nos dejamos llevar por deseos caprichosos del momento? ¿Hemos conseguido una cierta firmeza en nuestras decisiones? o bien ¿capitulamos dando paso a posturas infantiles, pasajeras?

-Porque vino Juan que casi no come, ni bebe, y dicen: Es un loco. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen " ¡Es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y de pecadores! Sí, los contemporáneos de Jesús no han sabido leer los signos de los tiempos. Juan Bautista vivía como un asceta, llevando una vida rigurosa y penitente, con ayuno y abstención de alcohol: predicaba así la conversión: "haced penitencia"... En general, no se le escuchó. Su actitud no gustaba. Jesús en cambio, vive como un hombre corriente; come normalmente, bebe vino: predica el "festín mesiánico"... la era nueva del gozo con Dios. . . ¡y se le acusa de ser "un glotón y un bebedor"! ¡Se le acusa de ser "un amigo de los pecadores"! Gracias, Señor Jesús, por permitir que te hicieran esta acusación. Gracias de haber venido a inaugurar el tiempo de la alegría, de habernos venido a ofrecer tu amistad a nosotros, que somos pecadores. Amigo de los pecadores... Amigo de los pecadores... Gracias.

Juan Bautista es un hombre de penitencia y se lo reprochan. Jesús es hombre de apertura, se lo reprochan también. ¡Cuán hábil es la humanidad para rehusar las llamadas de Dios! Encontramos siempre buenas razones para quedarnos con nuestra testarudez infantil. Sánanos, Señor, de nuestras ligerezas. Haz que tomemos en serio lo que Tú nos propones.

-Pero, la sabiduría de Dios se revela "justa" a través de lo que hace. Señor, enséñanos a juzgar "justo", juzgando "según tu sabiduría divina". Finalmente, Juan Bautista y Jesús eran ambos igualmente necesarios a la humanidad: a uno encargó Dios el invitar a la austeridad y a la penitencia... al otro encargó Dios el aportarnos la alegría da Reino... El tiempo de Adviento y de Navidad comporta esos dos aspectos (Noel Quesson).

Jesús echará en cara a su generación que no reciben a los enviados de Dios, ni al Bautista ni a Jesús mismo. Ya en la primera lectura el profeta se lamenta con tristeza de que el pueblo era rebelde y no había querido obedecer a Dios. No eligió el camino del bien, sino el del propio capricho. Y así le fue. Si hubiera sido fiel a Dios, hubiera gozado de bienes abundantes, que el profeta describe con un lenguaje cósmico lleno de poesía: la paz sería como un río, la justicia rebosante como las olas del mar, los hijos abundantes como la arena. Si Israel hubiera seguido los caminos de Dios, no habría tenido que experimentar las calamidades del destierro. El tono de lamento se convierte en el salmo en una reflexión sapiencial: «el que te sigue, Señor, tendrá la vida de la vida». «Dichoso el hombre para el que su gozo es la ley del Señor. Será como árbol plantado al borde de la acequia», lleno de frutos. «Porque el camino de los impíos acaba mal».

Tampoco hicieron caso al Bautista muchos de sus contemporáneos, ni al mismo Jesús, que acreditaba sobradamente que era el Enviado de Dios. «Vino al mundo y los suyos no le recibieron». Esta vez la queja está en labios de Jesús, con la gráfica comparación de los juegos y la música en la plaza. Un grupo de niños invita a otro a bailar con música alegre, y los otros no quieren. Les cambian entonces la música, y ponen una triste, pero tampoco. En el fondo, es que no aceptan al otro grupo, por el motivo que fuera. Tal vez por mero capricho o tozudez. La aplicación de Jesús es clara. El Bautista, con su estilo austero de vida, es rechazado por muchos: tiene un demonio, es demasiado exigente, debe ser un fanático. Viene Jesús, que es mucho más humano, que come y bebe, que es capaz de amistad, pero también le rechazan: «es un comilón y un borracho». En el fondo, no quieren cambiar. Se encuentran bien como están, y hay que desprestigiar como sea al profeta de turno, para no tener que hacer caso a su mensaje. De Jesús, lo que sabe mal a los fariseos es que es «amigo de publicanos y pecadores», que ha hecho una clara opción preferencial por los pobres y los débiles, los llamados pecadores, que han sido marginados por la sociedad. La queja la repetirá Jesús más tarde: Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y no quisiste.

a) ¿Cuál será la excusa de nuestra negativa. si no nos decidimos a entrar en el Adviento Y a vivir la Navidad? El retrato de muchos cristianos que no se toman en serio a Cristo Jesús en sus vidas puede ser en parte el mismo que el de las clases dirigentes de Israel, al no aceptar a Juan ni a Jesús: terquedad, obstinación y seguramente también infantilismo e inmadurez. Hay personas insatisfechas crónicas, que se refugian en su crítica, o ven sólo lo malo en la historia y en las personas, y siempre se están quejando. Esta actitud les resulta, tal vez sin pensarlo explícitamente, la mejor excusa para su voluntad de no cambiar. Este papa no les convence porque es alemán, el otro polaco. El anterior, porque era italiano. A aquél porque dudaba, a ese porque no duda, a este porque no tiene tanta buena imagen. Y así con muchas otras personas o campañas o tareas. Nos cuesta comprometernos. Y es que si tomamos en serio a Cristo, y a su Iglesia, y los dones de su gracia, eso cambia nuestra vida, y se ponen en juicio nuestros criterios, y se nos coloca ante la alternativa del seguimiento del Evangelio de Cristo o del de este mundo.

¿Cuántos Advientos hemos vivido ya en nuestra historia? ¿De veras acogemos al Señor que viene? Cada año se nos invita a una opción: dejar entrar a Dios en nuestra vida, con todas las consecuencias. Pero nos resulta más cómodo disimular y dejar pasar el tiempo. En vez de decir o cantar tantas veces el «ven, Señor Jesús», podríamos decir con sinceridad este año: «voy, Señor Jesús» (J. Aldazábal).

Como que se nos vienen a la mente aquellas palabras de Esteban a los sanedritas: Ustedes, hombres testarudos, tercos y sordos, siempre se han resistido al Espíritu Santo. Eso hicieron sus antepasados, y lo mismo hacen ustedes. Cuando uno tapona sus oídos para no escuchar a Dios ni dejarse convertir por Él, por más que quiera Dios hacer algo por él será imposible pues esa cerrazón podría considerarse tanto como haber cometido un pecado contra el Espíritu Santo donde ya no hay remedio. ¿Qué más pudo hacer Dios por nosotros que no haya hecho, si lo único que faltaba, que era enviarnos a su propio Hijo, ya lo hizo? Ojalá y tengamos la debida apertura al Señor para recibirlo y dejarnos salvar o perdonar por Él, y dejar que su Espíritu guíe en adelante nuestra vida.

En esta Eucaristía el Señor nos manifiesta su amor incondicional y hasta el extremo. A Él ya no le importa nuestra vida pasada, por muy malvados que hayamos sido. Él sólo nos contempla con amor de Padre, lleno de compasión y de misericordia hacia nosotros. Él contempla a su propio Hijo, en el momento supremo, en que entrega su vida por nosotros y es glorificado por su filial obediencia, en este Memorial de nuestra fe. Ante esta manifestación del amor de Dios hacia nosotros, Él espera nuestra respuesta de fidelidad y no sólo las alabanzas de nuestros labios. Él quiere que lo honremos también con el corazón que se abra para recibirlo como salvación nuestra. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.

Dejados instruir por Dios; llenos de su Vida y de su Espíritu, no podemos quedarnos sentados ante el reclamo que Dios nos hace por medio de la voz de los que sufren injusticias o guerras, persecuciones o vejaciones, para manifestarles nuestra fe en Cristo, que nos impulse a actuar al estilo de Jesús, que pasó haciendo el bien, aún a costa de la entrega de su propia vida por amor nuestro. El Adviento, que nos prepara para la venida del Salvador, debe hacernos abrir los ojos ante el Señor que se acerca a nosotros, día a día, en la presencia del hombre azotado por la injusticia, por la enfermedad, por el hambre, por la desilusión, por la pobreza, por el pecado, por el vicio. Si en verdad creemos en Cristo hemos de esforzarnos día a día para que las ilusiones y esperanzas que muchos tienen en lograr un mundo más justo y más fraterno, no queden sin alcanzarse. Hay muchos, que incluso sin creer en Cristo, se esfuerzan por crear un mundo más humano. ¿Nos quedaremos al margen de esas luchas auténticas que han surgido en muchos hombres de buena voluntad? ¿Podremos hacerlas llegar a su plenitud por actuar, ya no sólo desde el punto de vista humano, sino desde nuestra fe en Cristo?

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles a la Palabra de Dios en nosotros, para poder ser no sólo portadores de la misma con las palabras, sino con el testimonio de una vida que realmente se encuentra comprometida con Cristo y con su Reino. Amén (www.homiliacatolica.com).

El derecho a equivocarse. Con tanto desconcierto –ya no estamos en una "sociedad cristiana" hoy es fácil equivocarse. Incluso diría que muchos tienen cierto "derecho" a equivocarse. Con tanto desconcierto preguntas a unos y te dicen "¿ni come ni bebe?…tiene un demonio. ¿Come y bebe? … Es un comilón y borracho". Y, ¡venga a dar vueltas a la misma calle!. Sería muy triste si nos quedáramos dando vueltas eternamente, pero nos dice Isaías: "Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues". No podríamos tener mejor copiloto. Fíate de Él. Te ha dejado a la Iglesia para que te diga cuáles son las señales auténticas, para indicarte cuál es el buen camino. A la Iglesia y a los que están en comunión con ella. No a esos "copilotos"- incapaces de dedicar un momento a hablar con su Señor- que ponen su magisterio por encima del Magisterio; ni a esos "teóricos" que en vez de buscar nuevos caminos y allanar los existentes se empeñan en conducir campo a través hasta despeñarse. El copiloto es el Señor, tu redentor, y le escuchas por medio de la Iglesia (Archimadrid).

Una de las experiencias más amargas que podemos experimentar al desvivirnos por alguna persona, sea familiar o amigo, es cuando no somos correspondidos. Si en "pago", por los servicios prestados se nos ignora o se nos critica, nos sentimos traicionados y heridos. A Jesús en este pasaje le sucede algo parecido. Se siente triste y decepcionado de la respuesta del hombre. Él como Dios, nos ha amado y querido hasta el límite –inigualable- de la encarnación y de su muerte en cruz. En su vida no hizo otra cosa que pasar "haciendo el bien"... y todo este despliegue de compasión, de amor y misericordia ¿dio fruto? ¿cuál fue la respuesta recibida a cambio? Sabemos que la semilla dio fruto después de su muerte. En nuestro caso, tenemos que reconocer que "todo" podría estar a nuestro favor. Tenemos su presencia en la eucaristía, su gracia sacramental, su acción a través de su Espíritu Santo... tenemos a María, Madre nuestra.

Ojalá el Señor vea cómo vamos poco a poco progresando en su conocimiento, aprendiendo a apreciar, a gustar todos estos medios que nos hacen sus amigos y nos impulsan a compartir con Él las penas y las alegrías. Nuestra felicidad y realización personales dependen de saber escuchar y responder al Señor y con más razón durante este Adviento, preparándonos a su venida.

Me pregunto hoy: ¿Por qué estaremos siempre insatisfechos? Si hay por que hay y si no porque no… total ¿quién nos dará gusto? Ya vemos hoy que esto mismo pasaba en tiempos de Jesús, en los cuales no importaba que se hiciera para atraer a la gente a Dios de ninguna manera participaban. Antes nos quejábamos de que no entendíamos nada de la misa pues era en Latín y por eso no íbamos; luego se puso en español y ahora resulta que es demasiado larga, que el sonido no jala, que el padre es muy aburrido… en fin, que excusas no faltan. El resultado: tampoco vamos a misa. De manera que si la Iglesia presenta más apertura, es una descocida que ya no tiene moral; si se cierra, es una retrograda oscurantista que solo quiere dominar a la gente... Total… ¿Cómo le daremos gusto a la gente? Y es que como dice san Agustín: "Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti." Mientras que el hombre no centra su vida en Cristo, toda su vida es insatisfacción… no importa de que se trate siempre estaremos inconformes e incómodos. Cosa muy distinta ocurre en los que aceptan a Cristo, sabiduría de Dios, en su vida. Par ellos la satisfacción no proviene de las cosas exteriores, incluso ni de la personas, todo viene del amor de Dios que se desarrolla en el corazón de los que creen. Abre tu corazón a Cristo para que él nazca y viva en ti: Verás qué distinta es la vida desde su amor y amistad (Ernesto María Caro).

Nuestra vida no tiene sentido si no es junto al Señor. ¿Adónde iremos, Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6, 68). Él viene a traernos un amor que lo penetra todo como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin sentido. Amor exigente es el del Señor, que pide siempre más y nos lleva a crecer en finura del alma con Dios y a dar muchos frutos. Pero si el cristiano deja que el amor se enfríe, vendrá esa terrible enfermedad interior que es la tibieza: Cristo queda como oscurecido, por descuido culpable, en la mente y en el corazón; no se le ve ni se le oye. Queda en el alma un vacío de Dios que se intentará llenar de otras cosas, que no son de Dios y no llenan. Esta enfermedad tiene curación si ponemos los medios. Siempre se puede descubrir de nuevo aquel tesoro escondido, Cristo, que un día dio sentido a la vida. En la oración y en los sacramentos nos espera siempre el Señor.

Por faltas aisladas no se cae necesariamente en la tibieza. La tibieza nace de una dejadez prolongada en la vida interior que se expresa en el descuido habitual de las cosas pequeñas, en la falta de contrición ante los errores personales, en la falta de metas concretas en el trato con el Señor. Se ha dejado de luchar por ser mejores y se abandona la mortificación. La tibieza es como una pendiente inclinada; casi insensiblemente nace una preocupación por no excederse, por quedarse en el límite, en lo suficiente para no caer en pecado mortal, aunque se descuida y se acepta sin dificultad el venial. Las Comuniones son frías, la Santa Misa distraída, la oración difusa, y el examen se abandona. Estemos alerta para percibir los primeros síntomas de esta enfermedad del alma, y acudamos con prontitud a la Virgen. Ella aumenta nuestra esperanza, y nos trae la alegría del nacimiento de Jesús.

Fomentar el espíritu de lucha, nos llevará a cuidar el examen de conciencia. De ahí sacaremos un punto en el que mejorar al día siguiente y un acto de contrición por las cosas en que aquel día no fuimos del todo fieles al Señor. Este amor vigilante es el polo opuesto a la tibieza. Y de nuevo, cerca de Cristo. Con una alegría nueva, con una humildad nueva. Humildad, sinceridad, arrepentimiento... y volver a empezar con una alegría profunda e incomparable. Nuestra Madre nos ayudará a recomenzar (Francisco Fernández Carvajal).

Un problema de sintonía. Dios se queja de su pueblo. No hay sintonía. Llamó a penitencia por medio de Juan, y la respuesta fue de rechazo; llamó a amistad por medio de Cristo, y de nuevo el rechazo. La dureza del hombre desconcierta al mismo hombre si reflexiona un poco sobre ella.

Nos conmueve la palabra de Isaías. He aquí a un Dios que casi tiene que darle explicaciones a su pueblo. "Te instruyo por tu bien", dice el Señor, por si alguien no lo había entendido. El problema de nuevo es de sintonía: el bien que Dios quiere no es bien que el pueblo quiera. O tal vez estos bienes coinciden en el fondo, pero la obediencia a los mandatos, camino para el bien, no encuentra espacio en el corazón endurecido del pueblo.

Ahora bien, nosotros no podemos quedarnos contemplando el espectáculo de la desobediencia pasada. Es preciso que hoy y aquí creamos en la palabra del profeta: lo que Dios nos ordena nos lo ordena por nuestro bien. La gran mentira del demonio es: "Dios no te ama, no se ocupa de ti"; la gran verdad revelada por Cristo es: "Dios te quiere a ti; eres importante para él". Y desde ese amor y desde esa importancia que tienes ante él, te ordena sus mandamientos.

El amigo de sus enemigos… La crítica contra Jesús, recogida por él mismo en el evangelio de hoy, es en el fondo un elogio en su parte final: "ahí tienen a un amigo de pecadores". Frase que nació el desprecio y de la envidia, y que sin embargo describe bien el misterio y el ministerio de Jesucristo: es el amigo de los pecadores, el amigo de sus enemigos.

La ley de Moisés prohibía juntarse con el enfermo de lepra, por temor al contagio de la lepra. Con una lógica semejante estos hombres quieren que se prohíba el contacto con los pecadores, por miedo a contagiarse de pecado. No han descubierto que Jesús no quedará sucio, sino que los limpiará. Jesús es el lugar del "bien fuerte", el bien que no se ensucia en contacto con el mal, sino que lo vence y lo limpia. Él es la luz que vence a las tinieblas.

Si Jesús fuera enemigo de sus enemigos, podría tal vez ganarles a ellos pero a precio de dar una victoria a la enemistad y un nuevo cubil al odio. El amigo de los enemigos es aquel que pierde, a primera vista, pero gana la batalla, porque vence no a un humano débil sino a un pecado fuerte (Pere Grau i Andreu).

Jesús: ¿qué más puedes hacer por mí? Has probado todas las combinaciones: me has mostrado la alegría de servirte; me has advertido del castigo que merecen los que mueren en pecado mortal; me has dado el ejemplo de profetas y santos muy diversos; y finalmente has muerto en la cruz por mí. Tienes razón, Jesús, a veces parezco un niño que no se conforma con nada, aunque en el fondo de mis excusas hay bastante de egoísmo y comodidad. Hoy, mirando al sagrario donde te encuentras encerrado por amor a mí, me pregunto: ¿Qué más puedes hacer para que te ame, para que te entregue un poco de mi tiempo, de ese tiempo que Tú mismo me has regalado? Está claro que siempre puedo encontrar excusas: ¿por qué he de hacer más, si tal persona tampoco lo hace? ¿Por qué siempre yo? ¿Por qué he de hacer esta norma de piedad? ¿Por qué he de obedecer a alguien que tampoco será perfecto? Ese sacerdote es poco simpático; ese sacerdote es poco serio... Jesús: a todo le encuentro pegas. A todo... menos a mi criterio. Jesús, Tú ya has hecho mucho: has venido al mundo, te has hecho hombre; has trabajado, reído y sufrido como nosotros; has muerto en la cruz y te has quedado en la Eucaristía. ¿Qué más puedes hacer? Que no ponga más excusas para venir a verte, para recibirte en la comunión, para tenerte presente en mi trabajo... y en mi descanso.

Es más fácil decir que hacer - Tú.... que tienes esa lengua tajante -de hacha-, ¿has probado alguna vez, por casualidad siquiera, a hacer «bien» lo que, según tu «autorizada» opinión, hacen los otros menos bien? [Camino 441].

Ha venido Juan que no come ni bebe y dicen... Ha venido el Hijo del Hombre que come y bebe y dicen... Decir es muy fácil. Criticar lo sabe hacer cualquiera.

Pero la sabiduría se acredita por sus propias obras. Son las obras lo que cuenta. En vez de criticar tantas cosas que me parece que se hacen mal, yo ¿qué hago? Jesús, en mi vida diaria tengo miles de ocasiones para mejorar mi actitud de crítica negativa. Desde un plato que se ha quemado un poco, o un recado que alguien entendió mal, hasta un jefe o un profesor que se ha equivocado, o un conocido que da mal ejemplo. ¿Cómo lo habría hecho yo en esas circunstancias? ¿No podría haber hecho algo para mejorar aquella situación? Jesús, que no permita ninguna crítica a tu Iglesia, ni a tus ministros. El que tenga una queja, debería preguntarse primero qué ha hecho él por la Iglesia. Siempre hay gente dispuesta a criticar a la Iglesia. No importa lo que hagan sus miembros, porque siempre se puede criticar algo. Ocurre como te ocurría con los fariseos: si estás con unos, porque estás con unos; si estás con todos, porque quieres abarcarlos a todos; si haces algo, porque no haces lo otro; y así sucesivamente. Así como los buitres, que pasan volando por muchos prados y lugares amenos y olorosos sin que hagan aprecio de su belleza, son arrastrados por el olor de cosas hediondas; así como las moscas, que no haciendo caso de las partes sanas van a buscar las úlceras, así también los envidiosos no miran ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la grandeza de las obras buenas, sino en lo podrido y corrompido [San Basilio, Hom. sobre la envidia]. Que no caiga yo en el vicio de la crítica negativa, de la murmuración, del descrédito. Que busque siempre el lado positivo, el esfuerzo realizado, la buena intención. Que intente comprender, perdonar, enseñar con paciencia, aguantar los defectos de los demás que no sean ofensa de Dios -como ellos también soportan los míos-, alabar o callarme antes de criticar (Pablo Cardona).

¡Qué difícil es anunciar el Evangelio a quienes han hecho de su corazón de carne un corazón de piedra! Difícilmente aceptarán el mensaje de salvación, pues han tapado sus oídos para no escuchar, y cerrado su corazón para no convertirse a Dios y dejarse salvar por Él. Sin embargo, lo que para los hombres es imposible, es posible para Dios. Él puede hacer que de esas piedras nazcan hijos de Dios. El Padre Dios, en su gran amor por nosotros, nos envió a su propio Hijo para ofrecernos el perdón, de tal forma que, una vez reconciliados con Él mediante la Sangre del Cordero Inmaculado, no sólo lo llamemos Padre, sino que lo tengamos por Padre en verdad. La Iglesia de Cristo jamás puede desanimarse cuando se vea rechazada, perseguida e incluso puesta en una cruz. A nosotros corresponde el anuncio del Mensaje de Salvación, hecho con las palabras, pero sobre todo con el testimonio personal de una vida que se realice conforme a aquello que anuncia. Hagámonos cercanos a todos; incluso a los más grandes pecadores. El Señor nos enseñó a convivir con toda clase de personas, no tanto para dejarnos dominar por el mal que ha encadenado a muchos, sino para conducir a todos a la salvación y a la vida eterna. Ojalá y después, tal vez, de ser criticados por nuestra cercanía a los pecadores, podamos decir junto con Cristo: ¿Quién podrá echarme en cara un pecado? Si nos hemos hecho pobres con los pobres y pecadores con los pecadores, no ha sido para condenarnos con ellos, sino para salvarlos. Entonces también podremos decir que la sabiduría de Dios, que actúa en la Iglesia, se justifica a sí misma por sus obras.

Dios nos ha cumplido sus promesas de salvación por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros, por obra del Espíritu Santo, en el seno Virginal de María de Nazaret. Hoy Él nos ha reunido para celebrar la salvación que ha logrado para nosotros mediante la entrega de su propia vida, manifestándonos, así, su amor hasta el extremo. Él quiere que su Iglesia se convierta en un signo creíble de su amor en el mundo, para conducir a todos a la salvación. Para que esto se haga realidad en nosotros nos hemos de dejar transformar por el Espíritu de Dios como criaturas nuevas, renovadas en Cristo Jesús y revestidas de Él. Para eso es necesario que no sólo nos arrodillemos ante el Señor, sino que no cerremos nuestro corazón a la Vida y al Espíritu que Dios nos ofrece. Al entrar en comunión de Vida con el Señor en la Eucaristía, que estamos celebrando, estamos aceptando en nosotros los Dones de Dios, iniciando, así, un nuevo camino en la presencia de nuestro Dios y Padre. Hechos uno con Cristo, Él nos envía para que demos testimonio de la vida nueva que aquí hemos recibido.

Los que creemos en Cristo continuamente nos hemos de poner en camino para anunciar el Evangelio en todos los ambientes y lugares. Nuestro anuncio será muchas veces con nuestras palabras; pero las más de las veces será mediante el testimonio de una vida recta, amoldada al espíritu del Evangelio. Si queremos un mundo más justo, más en paz, más fraterno y libre de todo aquello que destruye la vida social o familiar, hemos de ser los primeros en ponernos a trabajar a favor del Reino de Cristo. No podemos llamarnos personas de fe en Él mientras nos quedamos sentados en las plazas criticando a quienes luchan a brazo partido por construir un mundo nuevo. El Señor nos ha enviado como testigos de su amor y de su verdad. Aun cuando al contemplar el mal que se ha adueñado de muchos ambientes, tuviésemos la tentación de desanimarnos y trabajar sólo por salvarnos a nosotros mismos, olvidándonos de hacer el bien a los demás para que también ellos vayan por caminos que les conduzcan a la paz y a la salvación, levantemos la cabeza y seamos fieles a la Misión salvadora que el Señor nos ha confiado como una luz que no podemos ocultar sólo para nosotros mismos, sino con la que hemos de iluminar al mundo entero.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser fieles en la escucha de su Palabra y de la puesta en práctica de la misma, para ser dignos de que el Señor habite en nuestros corazones, haciéndonos renacer, día a día, como hijos de Dios cada vez más perfectos. Amén (homiliacatolica.com).

No hacen caso ni de Juan ni de Jesús. Hay personas incapaces de ver al Señor. Son los eternos insatisfechos, los intransigentes con los demás, los que solo ven lo negativo de los hombres, los que siempre interpretan mal sus actos, los que se consideran superiores a los demás. El Señor tuvo que enfrentarse con personas semejantes. Por eso contra el Señor y contra su mensaje de salvación se han dirigido en todos los tiempos las acusaciones más diversas y contradictorias. También les sucede lo mismo a aquellos que le siguen con amor verdadero. Comenta San Agustín: «Aquí no se baila; pero no obstante que no se baile, se leen las palabras del Evangelio: "Os hemos cantado y no habéis bailado". Se les reprocha, se les recrimina y se les acusa por no haber bailado. ¡Lejos de nosotros el retornar aquella insolencia! Escuchad cómo quiere la Sabiduría que lo entendamos. Canta quien manda; baila quien cumple lo mandado. ¿Qué es bailar sino ajustar el movimiento de los miembros a la música? ¿Cuál es nuestro cántico? No voy a decirlo yo, para que no sea algo mío. Me va mejor ser administrador que actor. Recito nuestro cántico: "No améis al mundo, ni a las cosas del mundo"…(1 Jn 2,15). «¡Qué cántico, hermanos míos! Escuchasteis al cantor, oigamos a los bailarines: haced vosotros con la buena ordenación de las costumbres lo que hacen los bailarines con el movimiento de sus cuerpos. Hacedlo así en vuestro interior: que las costumbres se ajusten a la música. Arrancad los malos deseos y plantad la caridad» (Sermón 311, 4-8, en Cartago, año 405).

 

Jueves de la 2ª semana de Adviento. “Yo soy tu redentor, el Santo de Israel”, dice el Señor, que manda Juan Bautista que ahora nos acompaña como preparación a estos días de adviento

Jueves de la 2ª semana de Adviento. "Yo soy tu redentor, el Santo de Israel", dice el Señor, que manda Juan Bautista que ahora nos acompaña como preparación a estos días de adviento

 

Isaías 41,13-20. Yo, el Señor, tu Dios, te agarro de la diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio.» No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio -oráculo del Señor-. Tu redentor es el Santo de Israel. Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo, dentado: trillarás los montes y los triturarás; harás paja de las colinas; los aventarás, y el viento los arrebatará, el vendaval los dispersará; y tú te alegrarás con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel. Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos; plantaré en la estepa cipreses, y olmos y alerces, juntos. Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de 1srael lo ha creado.

 

Salmo 144,1 y 9.10-11.12-13ab. R. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.

Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que té bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas;

explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

 

Evangelio según san Mateo 11,11-15. En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga».

 

 

Comentario: 1.- Is 41,13-20. El libro de la Consolación (Is 40-55) ha sido elaborado en torno a tres ejes de reflexión: una apologética del monoteísmo frente a los falsos dioses extranjeros, una teología de la redención por el Servidor paciente y una presentación del futuro escatológico dentro del marco de una tipología del Éxodo. Nuestra lectura pertenece a este último grupo. El carácter maravilloso consignado en los vv 18-19 no debe sorprendernos: el período del Éxodo ha sido para Israel la era por excelencia de los milagros; algo así como la vida de Jesús para el cristiano. Así, el Segundo Isaías se preocupa de mostrar a sus contemporáneos que el Éxodo es un gesto permanente de Dios: las prisas de la huida (Is 52,11-12), la nube protectora (Is 52,12b), el paso del mar (Is 43,16), el agua que brota de la roca (Is 48,21), la transformación del desierto en paraíso (Is 43,19-21), cruzando por un camino que no es sólo geográfico, sino también el camino de la alianza y de la santidad (Is 35,8). Estas maravillas operadas en el Éxodo sirven por lo demás, para proclamar la realidad del Dios único (v 20). A lo largo de toda su obra el autor está preocupado, en efecto, por una apologética del moneteísmo frente a los falsos dioses. A los ojos de la religión dualista de los medos, los elementos del Bien y del Mal se enfrentan sin que se pueda adivinar el resultado final de su lucha. A los ojos del monoteísmo judío Dios dirige todas las evoluciones del mundo conforme a su designio, sin que ninguna otra fuerza pueda oponerse: basta con conocer a Dios y su plan para comprender la historia del mundo y saber que camina hacia su felicidad. La educación del sentido de la historia, que era ya el tema de la lectura primera del segundo domingo de Adviento (ciclo B), da aquí un paso más: la historia tiene un sentido porque Alguien sabe adónde va: un Dios que comunica su conocimiento a los hombres jalonando su historia de maravillas marcadas con su huella. Cierto que el hombre moderno tiene la pretensión de saber adónde va su historia y de conducirla a su término. El cristiano también lo sabe, y esa es la razón de que su trabajo y sus compromisos se asemejen tanto al trabajo y a los compromisos del ateo. Pero su conocimiento viene de un Dios del que se fía, que jalona su historia con las "maravillas" de la alianza nueva y del que es un testigo en el mundo (Maertens-Frisque).

-"No temas gusanito de Yavhé". Israel en el destierrro ha sido como un gusano pisoteado por las naciones. Dios le asegura su protección cariñosa: lo lleva de la mano, "Te agarro de la diestra". Es preciso saborear durante el día esta maravillosa expresión de amor de Dios. "Yo te llevo de la mano". -"Los pobres buscan.." Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia. Fórmula que expresa le espera, el deseo. -Yo, el señor, les responderé. -No temas, Yo te ayudo. No temas, Jacob, débil gusanillo; Israel, miserable mortal. Esta es ya una bienaventuranza: la de los pobres. Medito sobre la debilidad, la pequeñez. La pequeñez de ese pueblo de deportados, despreciados, explotados, perdidos en la gran Babilonia pagana. La pequeñez de María, portadora, sin embargo, del Misterio de Dios. María, «débil criatura» vivía en una pobre aldea, casi desconocida. ¡No en Roma, la triunfante... No en Atenas, la sabia... Ni en Babilonia, la soberbia... Ni siquiera en Jerusalén, la santa... Ni en ninguna de las grandes capitales de la época! Sino en Nazaret poblado desconocido, en medio de gente humilde y sencilla. El verdadero valor no procede de la situación humana sino de la mirada de Dios. ¿Qué es lo que esto cuestiona mi vida?

-Yo soy el Señor, tu Dios. Te tengo asido por la diestra. Es preciso saborear, en el silencio, esas declaraciones de amor... Basta con dejarse llevar por esa imagen: ¡Toma mi diestra, Señor! ¡Quédate de veras «conmigo»! Escucho... Escucho esas palabras que me diriges. ¿Qué podría dañarme, en mi pequeñez, si, de verdad, conservo tu mano en la mía?

-Triturarás los montes... Y tú te regocijarás en el Señor. Es una réplica contra los opresores babilonios. Es, ante todo, el anuncio de un gran gozo después de la pena.

-Los pequeños y los pobres buscan agua... pero no hay nada. Su lengua se les secó de sed. La boca de Dios lo testifica. «Los pobres buscan...» Esa fórmula expresa la espera, el deseo. La imagen es la de «tener sed»... una necesidad biológica concreta, que no puede satisfacerse con hermosas palabras. «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia.» Pero, que el término bíblico no nos oculte el verdadero sentido. ¡No es «agua» lo que los pobres de HOY andan buscando! ¿Cuál es su deseo? Ser amados y considerados... ganar regularmente un salario justo... ir adquiriendo algo más de responsabilidad, de confort... ser como todo el mundo, no ser humillados... ser atendidos en las necesidades, con una visita oportuna... y que los sufrimientos y la mala suerte no sea algo normal en sus vidas... Ante esos deseos tan humanos, ante esa «sed», debemos también, como Dios, testificar «y no hay nada» ¿Es una espera frustrada, un deseo inútil, la Nada?

-Yo, el Señor, los atenderé... No los abandonaré... Señor, realiza tu promesa. Señor, ayúdanos también a atender a los pobres en todo lo que esté de nuestra parte.

-Abriré en los montes, ríos y fuentes... Convertiré el desierto en lagunas... Y la tierra árida en hontanar de aguas... Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos, olivos, cipreses, pinos y enebros... De modo que todos vean y sepan que la mano del Señor ha hecho eso. Imágenes de lozanía, de fecundidad y de abundancia. En nuestro mundo tan «árido», tan duro... ¡haz que mane el «agua viva»! (Noel Quesson).

Dios se manifiesta en la historia; la Biblia no es un manual dogmático con una serie de verdades abstractas, atemporales. La aparición de Ciro significa la desaparición de las grandes potencias, que hasta entonces habían tenido el monopolio de la política mundial. La teología de la historia contenida en estos versículos nos dice que, en todo acontecimiento, la iniciativa está en manos de Dios, el cual interviene en cada momento y en cualquier lugar. Todo converge para hacer realidad las promesas de la alianza con el escogido, con el amado, con el siervo. La «emanuelidad», la presencia de Dios en medio de su pueblo, se afirma con insistencia y vigor: «No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios» (v 10). La exhortación a la confianza se convierte en una bella glosa del nombre de «Yahvé» en el sentido de «Yo soy el que siempre está aquí (contigo)». La presencia gramaticalmente destacada de los pronombres personales «yo-tú» traduce con eficacia el sentido y la fuerza de esta proximidad. El Segundo Isaías, teólogo sutil, sabe jugar con los conceptos de potencia de Dios y debilidad del hombre. El Dios «Santo», es decir, el totalmente Otro, el Trascendente, se servirá de su trascendencia para hacer sentir todo el peso de su inmanencia salvadora.

La misma gramática hebrea registra la idea: el "Santo" (Qadosh) se «modifica» cuando pasa a ser el «Santo de Israel» (Qed osh), aunque sea en una cosa tan insignificante como la vocalización. Es la superación de toda teodicea aséptica para entrar en una teología que acabará afirmando en una perspectiva joánica que Dios ha plantado la tienda entre los hombres (Jn 1,14). De ahí que el autor de estos versículos contemple al Santo caminando al lado de Israel, el pueblo descrito como débil: «No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio, dice el Señor, tu redentor es el Santo de Israel» (14). Dios se comporta como un goel (redentor); lo cual significa en la cultura religiosa judía acudir en ayuda de otro por razones de consanguinidad o por un pacto. Dios es el goel que realizó un día la gesta del éxodo y que ahora la va a repetir. El uso del verbo bará, reservado para describir la acción creadora de Dios, designa en el Segundo Isaías una acción no menos importante: la salvación, acontecimiento que va más allá de la esfera puramente histórica. A partir de aquí, la joven comunidad neotestamentaria encuentra su conexión con el Antiguo Testamento y la justificación de su manera de interpretarlo (F. Raurell).

El Señor nunca olvida sus promesas. Él sale al encuentro de sus siervos, de los que confían en Él y le viven fieles para reanimarlos en tiempos difíciles. ¿Acaso puede temer aquel a quien el Señor tiene asido por la diestra y de quien escucha estas consoladoras palabras: Yo soy el que te ayuda; tu Redentor es el Dios de Israel? Él puede hacer que florezcan nuestros desiertos y que en nuestras arideces broten ríos y fuentes de agua viva. Por eso, levantemos el corazón, pues Dios se ha hecho Dios-con-nosotros; Él va en camino con nosotros pues ha hecho suya nuestra naturaleza humana para que también nosotros hagamos nuestra su divinidad. ¿Hay algo más esperanzador para nosotros, pobres pecadores? Dios ha tenido compasión de nosotros; dejémonos encontrar y salvar por Él. Permanezcamos fieles a su amor; hagamos la prueba y veremos cuán bueno es el Señor, pues a pesar de que seamos como un gusanillo u oruguita, el Señor se ha puesto de nuestra parte y se ha levantado en contra de nuestro enemigo para redimirnos, para hacernos partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte. Reconocer nuestra pequeñez, y sabernos amados por Dios, y dejarnos amar por Él será lo único que le dará seguridad a nuestro caminar, desde esta vida, hacia la posesión de los bienes definitivos.

Después de que el pueblo de Israel se había multiplicado como las estrellas del cielo, y como las arenas de las playas, ahora, en el destierro se ha reducido a un resto fiel, pues muchos, ya establecidos en esas tierras extrañas, se han olvidado de Dios dedicándose a sus negocios. Y el Señor contempla a los suyos como a un gusano indefenso, temeroso de que alguien lo pise y ahí termine todo. Pero, puesto que son el resto que aún le pertenece al Señor, Él le habla con amor y ternura diciéndole: ¡no temas, pues yo estoy contigo; estoy de tu parte! Más aún soy tu Redentor (go' el), es decir, el que sale en tu defensa para liberarte de tus enemigos, incluso a costa de la entrega de mi propia vida. Y Dios ha cumplido esta Palabra que nos ha dirigido, pues por medio de su propio Hijo, hecho uno de nosotros, nos libró del pecado y de la muerte, dando su vida por nosotros. Y ahora, a la Iglesia, le ha confiado el perdón de los pecados, no sólo en la administración del sacramento de la Reconciliación, sino también en la entrega de la propia vida, para que los demás tengan vida. El Señor nos quiere cercanos a los demás, especialmente a los pobres y desprotegidos, para remediar sus males. Procuremos, pues, continuar con la obra redentora que Cristo confió a su iglesia.

 

2. Sal 145/144. Los judíos en el destierro han sido como un gusano pisoteado por las naciones. Pero Yavé lo defiende, lo lleva en la mano. Hace de Él un instrumento de purificación para los enemigos de Dios: trillo que tritura, bieldo que aventa. Yavé es su libertador. Él mismo será fuente para su pueblo sediento. El mundo reconocerá el poder de Dios. Esto se ha visto en los tiempos mesiánicos. El Señor libera al hombre del hambre, de la miseria, de la esclavitud, de la ignorancia y de las enfermedades, es uno de los anhelos de la humanidad. El hombre incrédulo piensa que todo está en sus manos, pero se equivoca, porque el egoísmo es el mayor enemigo de los males de este mundo. El hombre egoísta solo piensa en su propio bienestar. Solo Dios y los que lo aman pueden ser la salvación del mundo en todos los tiempos. Dios es nuestro libertador, porque solo en Él se halla la solución de los problemas humanos. Solo Él puede suscitar en los hombres sentimientos humanitarios. De todos modos la raíz de todos los males es el pecado y solo Dios puede perdonarlo. Juan el Bautista envió una embajada a Jesús para ver si Él era el Mesías. Jesús da la respuesta: «Los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, la alegre noticia es anunciada a los pobres» Nosotros somos los ciegos, los paralíticos, los leprosos, los muertos. Cristo ha venido y nos ha curado, nos ha resucitado a la vida de la gracia. No tenemos necesidad de más Mesías ni de mesianismos. Cristo ha venido y con Él la salvación de todo el mundo, un nuevo orden social que mitiga y suprime la miseria humana. El Salmo 144 canta con gozo esta verdad: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey, bendecir tu nombre por siempre jamás. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Por eso queremos que todas las criaturas le den gracias, lo bendigan sus fieles, proclamen la gloria de su reinado, que hablen de sus hazañas, explicando sus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de su reinado, porque su reinado es un reinado perpetuo y su gobierno va de edad en edad». «De su plenitud todos hemos recibido, gracia por gracia» (Jn 1,12. 16) «Sabemos que hemos sido transplantados de la muerte a la vida» (1 Jn 3,14). «Vivamos, pues, la novedad de esta vida» (Rom 6,4), como verdaderos hijos de Dios, participando de su naturaleza divina.

Bendigamos y alabemos al Señor, nuestro Dios y Padre, pues Él siempre se manifiesta bondadoso para con nosotros. Él jamás nos ha abandonado; podrá una madre olvidarse del fruto de sus entrañas, pero Dios jamás se olvidará de nosotros. Por eso, no sólo con los labios, sino con toda nuestra vida, entretejida de amor y de fidelidad a Él, bendigamos su santo Nombre, pues ha hecho grandes maravillas en favor nuestro. Pero nosotros no podemos quedarnos sólo en la alabanza al Señor; si en verdad vivimos unidos a Él por el amor, lo hemos de dar a conocer a todas las naciones. El Señor viene a cada uno de nosotros para convertirnos en signos de su amor salvador para todos los pueblos; ojalá y cumplamos con fidelidad amorosa esa misión que se nos ha confiado.

El Señor nos ha trasladado de la muerte a la vida. Esa es la obra salvadora que Él ha realizado a favor nuestro, mediante su Misterio Pascual. Por eso, a partir de haber sido amados y perdonados por Dios, hemos de iniciar una nueva vida, cuyo comportamiento sea una continua alabanza y bendición de su Santo Nombre. Pero no sólo nos hemos de conformar con alabar al Señor de un modo personal. A partir de haber experimentado el amor de Dios, hemos de anunciar su Nombre a los demás, de tal forma que, viendo nuestras buenas obras, también ellos retornen al Señor y lo glorifiquen con una vida intachable. Así estaremos contribuyendo para que el Reino de Dios se vaya construyendo, ya desde ahora, entre nosotros. Si queremos, no sólo hablar de Cristo, sino ser sus testigos, seamos los primeros en vivir como fieles discípulos suyos, escuchando su Palabra y poniéndola en práctica.

 

3.- A. Comentario que hice en 2007. a) Juan Bautista se esforzó en vivir su vocación: le costó la cabeza. Pero fue fiel a su misión: Precursor del Mesías. De él profetizó Isaías diciendo que era la voz que clama en el desierto, preparando las sendas del Señor, enderezando sus sendas. Y toda su vida fue fiel a esta misión, desde le mismo seno materno proclamó a Jesús, moviéndose en el seno de su madre. Es grande Juan por su testimonio de vida entregada, penitente (se vestía con piel de camello, vivía en el desierto y se alimentaba de langostas y miel silvestre). Su vida era servicio a los demás: predica la conversión y penitencia y bautiza con agua anunciando que vendrá quien bautiza con el Espíritu Santo. Su coherencia es proverbial, proclama la verdad sin ningún respeto humano por quedar bien, o por miedo a perder la vida. Murió por denunciar al rey Herodes tener a Herodías, la mujer de su hermano. Le siguieron los primeros discípulos de Jesús: por lo menos Juan y Andrés, que luego llevaron a los demás.

b. No es fácil estar firme ante las dificultades, cuando estas hacen todo más duro. Los robles son fuertes y están curtidos ante vientos y heladas, están preparados y lo resisten todo. Las mimosas, cuando hiela flaquean, incluso se mueren. En la vida espiritual conviene que seamos fuertes, con espíritu deportista, entrenando una y otra vez: "El Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan." En la lucha espiritual, no cuentan los resultados sino la lucha en las cosas pequeñas de cada día: transformando la envidia en detalles de servicio, el mal genio en comprensión, la "memoria histórica" en perdón, la comodidad en pensar en los demás, el estar "en Babia" por prestar atención a lo que toca, el pesimismo por el volver a empezar.

3. "Hoy, decía san Josemaría Escrivá, que empieza un tiempo lleno de afecto hacia el Redentor, es un buen día para que nosotros recomencemos. ¿Recomenzar? Sí, recomenzar. Yo -me imagino que tú también- recomienzo cada jornada, cada hora; cada vez que hago un acto de contrición, recomienzo". Y esto significa luchar "de tal manera que, detrás de cada pelea y de cada batalla, haya una pequeña victoria, con la gracia de Dios; y de este modo contribuimos a la paz de la humanidad".

c. En el mundo, tan lleno de agresividad, falta paz. En un pueblo me contaron de niños violentos que se peleaban en la calle, aparentemente los padres eran educados, pero bajo esta educación: ¿qué veían los niños? Coincidimos en pensar que los niños captan lo que hay en el interior de los mayores, más allá de estas capas de educación con que a veces nos revestimos. Y viendo una tensión de violencia contenida, ellos salían violentos sin ninguna careta. Por esto, si de verdad queremos que haya paz en el ambiente, hemos de llevarla en nuestro corazón. Para ello, es importante no encerrarse en pequeños traumas e insatisfacciones, no conformarse con los fracasos, sino convertirlos en experiencia para recomenzar: luchar con perseverancia, convertir lo bueno en una ocasión de agradecimiento, y lo malo en ocasión de rectificar, con un poco más de amor. El tiempo litúrgico va clamando: ¡ven, Señor Jesús!, ¡ven! Estas son llamadas para ahondar en la fuerza y el amor que vienen de esta búsqueda sincera de Jesús, deseando que nazca en nosotros, que nos transforme en Él.

d. El examen de conciencia es una buena arma para luchar con este espíritu de victoria. El siervo de Dios Álvaro del Portillo nos aconsejaba "hacer a conciencia el examen de conciencia", es decir poner atención a ahondar en las raíces de nuestra actuación, agradecer las luces sobre lo que aún no va, ya que saber a dónde hay que ir -qué es lo que hay que mejorar- es tener medio camino hecho.

B. Notas que tomo de mercaba.org, en 2009. Mt 11,11-15. El papel del Bautista en la obra redentora de Dios vuelve a cobrar viva realidad en cada Adviento, "pues la fuerza de Juan va delante de nosotros cuando nos disponemos a creer en Cristo" (San Ambrosio, a Lc 1,17); y podemos añadir, cuando nos disponemos, llenos de fe, a celebrar en la liturgia la venida de Cristo. Y cuanto más nos inclinamos ante el juicio de Juan, tanto más la Iglesia y nuestras almas se asemejan a la figura espiritual del Precursor; se convierten en heraldos de Cristo. Y desde el momento en que entra en juicio consigo misma, Cristo está presente en ella y siente necesidad de anunciar lo que ve. Se desvanecen las sombras del pecado y de la gravedad del juicio surge la alegría de sentir a Dios cerca: Deus manifeste veniet, "Dios viene visiblemente" (Sal 49,3). Con razón deja la Iglesia que el júbilo de este alegre mensaje prevalga sobre la seriedad de la predicación de la penitencia. Pues si Juan también anunció lo que vio, al Dios hecho hombre, la Iglesia ha visto más todavía que él: la redención del mundo y la gloria del hombre nuevo. San Juan no pudo hacer más que vislumbrar este milagro en el bautismo del Jordán, que era, según sabemos hoy nosotros, una imagen de la muerte y resurrección del Señor. En consecuencia, según la palabra del Señor, el menor en el reino de Dios, que es la Iglesia, "es mayor que Juan el bautista" (M 11,11). En el mensaje de Adviento de la Iglesia no reinan ya las tinieblas que reinaron durante tantos miles de años de irredención, sino que arde jubilosa la luz de una salvación que viene experimentando hace casi dos mil años. Deus manifeste veniet, "Dios viene visiblemente", exclama. ¡Lo llevo dentro de mí; aquí está, míralo! Espera y a la vez anuncia lo que ya posee. El volver a celebrar el nuevo año de salud ha de proporcionarle mayor experiencia y redención (Emiliana Löhr).

Una de las grandes figuras del Adviento, es Juan Bautista, el que prepara la venida del Mesías. Durante varios días todos los evangelios nos hablarán de este precursor.

-Jesús declaraba a las multitudes.. "En verdad os digo: entre los hijos de los hombres no ha habido otro mayor que Juan Bautista". La fórmula es solemne en boca de Jesús: "Sí, en verdad os digo." La fórmula bíblica es aún más contundente: "entre los nacidos de mujer." No se habla pues de un elogio restringido, como si la comparación sólo se refiriera a los contemporáneos de Juan. Jesús lo eleva por encima de todos los hombres, a través de toda la historia.

-Y sin embargo el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. ¡He aquí algo casi inverosímil! El menor de los cristianos, el menor de los bautizados es "mayor" que Juan. Comienza un nuevo tiempo. Una nueva era para la humanidad. La venida de Jesús divide la humanidad en dos: antes... y después... Uno no se atrevería a decir semejantes cosas, Señor, si no las hubieras dicho antes Tú mismo. ¡Qué dignidad la nuestra! Juan Bautista ha sido el hombre "bisagra" que ha hecho dar el gran giro a la humanidad: ha mostrado a Jesús y ha desaparecido ante El. Le ha dado todos los discípulos que primero fueron suyos. Fue el mayor del "Antiguo Testamento"; pero, el más pequeño del "Nuevo Testamento" es mayor que él. ¿Puede decirse esto de "mí"? ¡Cómo debería yo respetar mi dignidad de bautizado, lleno de la gracia de Dios! Esto vale para todos los bautizados. ¿Qué conclusión debería yo sacar?

-Desde el tiempo de Juan Bautista hasta el presente, el reino de los cielos se alcanza con violencia, y son los violentos, los que se esfuerzan por conquistarlo. Misteriosa palabra que prueba, por lo menos una cosa: que el Reino de Dios no se instaura fácilmente. Resistencias muy fuertes se oponen a que Dios reine verdaderamente. ¿Se trata solamente de Satán que quiere detener el trabajo mesiánico de Cristo? -El relato de la tentación sería una prueba-. ¿Se trata también de los Zelotes, quienes, en tiempo de Jesús, querían imponer el Reino de Dios por las armas y por la violencia? Siendo así que Jesús se presenta como el mesías de los pobres, que rehúsa valerse de la fuerza. De todos modos, lo cierto es que las potencias del mal están activas hasta el final de los tiempos. Y que Juan Bautista ha invitado a sus discípulos al combate, dándoles ejemplo de una vida dura y asceta. No se construye el Reino en la facilidad, la molicie, o el dejar-hacer. Señor, despiértanos de nuestras indolencias. El tiempo de Adviento es un tiempo de vigilancia y de esfuerzo. ¿Qué evoca en mí la palabra "ascesis"? ¿Sobre qué punto de mi vida el Señor me pide que me haga violencia? Antes de buscarla, en prácticas excepcionales ¿no debo primero descubrir la "ascesis" que está ahí, presente en mi vida, y que tan a menudo rehúso? El combate para "amar mejor". El combate para "rezar mejor". El combate para "servir mejor y comprometerme más" (Noel Quesson).

A partir de hoy, y hasta el día 17, el hilo conductor de las lecturas lo llevará el evangelio de cada día, con la figura de Juan Bautista, el precursor del Mesías. Mientras que las lecturas del A.T. nos irán completando el cuadro de los pasajes evangélicos. Si Isaías había sido hasta ahora quien nos ayudaba a alegrarnos con la gracia del Adviento, como admirable profeta de la esperanza, ahora es el Bautista quien, tanto en los domingos como entre semana, nos anuncia que se acaba el A.T. y el tiempo de los profetas, que con Jesús de Nazaret empiezan los tiempos definitivos. Más tarde será María de Nazaret quien nos presente a su Hijo, el Mesías enviado por Dios.

Dios asegura de nuevo que estará cerca de su pueblo, con un lenguaje lleno de ternura: «yo, el Señor, tu Dios, te cojo de la mano y te digo: no temas, yo mismo te auxilio», «y tú te alegrarás con el Señor». Las imágenes que usa el profeta para dibujar esta salvación mesiánica están llenas de poesía y de futuro. Dará de beber a los sedientos, responderá a todo el que le invoque, hará surgir ríos en terrenos áridos, transformará el desierto llenándolo de árboles de toda especie. Es, de nuevo, la escenografía paradisíaca: la vuelta a la felicidad inicial estropeada por el pecado del hombre. En la página que leemos hoy es a todo el pueblo de Israel a quien se dirige Dios diciéndole que le convertirá en trillo aguzado, o sea, en instrumento eficaz de preparación a los tiempos mesiánicos, roturando y preparando el terreno para la salvación. Dios cuida de su pueblo y a su vez éste es llamado a ser instrumento de salvación para los demás.

Ese Dios volcado hacia su pueblo decidió, al cumplirse la plenitud de los tiempos, enviar a su Hijo al mundo. Y quiso también que su venida estuviera preparada por un precursor, Juan Bautista. Hemos escuchado cómo Jesús alaba a Juan. Dice de él que es el profeta a quien se había anunciado cuando se decía que Elías volvería. Ya ha venido, aunque algunos no le quieran reconocer. Y es el más grande de los nacidos de mujer. El Bautista es el último de los profetas del A.T., el que establece el puente a los tiempos nuevos, los definitivos. Por eso dice también Jesús que «el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él»: ahora que viene el Profeta verdadero, todos los demás quedan relativizados; ahora que se congrega el nuevo Pueblo en torno al Mesías, ha llegado a la plenitud el pueblo primero, la primera alianza. Aprovecha Jesús para decir que su Reino supone esfuerzo, que hace violencia. Sólo los esforzados se apoderan de él. Es un orden nuevo de cosas exigente y radical. El Bautista ya anunció que el hacha estaba dispuesta para cortar el árbol. El Reino es gracia y es alternativa: salvación y juicio a la vez. Él, el Bautista, hombre recio donde los haya, fue de los que recibieron con entereza este Reino. Supo mantenerse en su lugar, humilde: «conviene que yo mengüe y que él crezca», porque no era él el Salvador, sino el que le preparaba el camino. Vivió en la austeridad y predicó sin recortes el mensaje de conversión. Fue la voz que clama en el desierto para preparar la venida del Mesías. Además, encaminó a sus discípulos hacia Jesús, el nuevo y definitivo Maestro: «éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

a) Juan el Bautista nos invita a un Adviento activo, exigente. Celebrar la venida de Dios, en la próxima Navidad, no es sólo cosa de sentimiento y de poesía. La gracia del Adviento, de la Navidad y de la Epifanía pide disponibilidad plena, apertura a la vida que Dios nos quiere comunicar. Supone, como predicaba Isaías y repetía el Precursor, preparar caminos, allanar, rellenar, enderezar, compartir con los demás lo que tenemos, hacer penitencia, o sea, cambiar de mentalidad. Si Navidad no nos cuesta ningún esfuerzo, será seguramente porque no hemos profundizado en su significado sacramental. El don de Dios es siempre a la vez tarea y compromiso. Es palabra de consuelo y de conversión.

b) En la Plegaria Eucarística IV del Misal se alaba a Dios por cómo ha tratado siempre a los débiles y pecadores: «cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». Como decía Isaías de Yahvé y su pueblo Israel, «yo te cojo de la mano y te digo: no temas». En el Adviento se deberían encontrar esas dos manos: la nuestra que se eleva hacia Dios pidiendo salvación, y la de Dios, que nos ofrece mucho más de lo que podemos imaginar. No es tanto que Dios salga al encuentro de nuestra mano suplicante, sino nosotros los que nos damos cuenta con gozo de la mano tendida por Dios hacia nosotros. Adviento es antes gracia de Dios que esfuerzo nuestro. Aunque ambos se encuentran en el misterio que celebramos. Ojalá todos, como prometía Isaías, «veamos y conozcamos, reflexionemos y aprendamos de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho» (J. Aldazábal).

En un mundo convulsionado, en el que los ricos son cada vez más ricos, mientras los pobres buscan el sustento y no lo encuentran, las palabras del profeta en el oráculo que trae la liturgia de hoy nos dan un rayo de esperanza. Al ser humano desesperado, que se siente como un gusanito según las palabras del profeta, el Dios Salvador le dice que nada hay que temer porque él mismo vendrá en su auxilio. América Latina vive en una situación difícil como el paso por el desierto de los israelitas, pero ese desierto se convertirá en lugar habitable, en un paraíso si los hombres y mujeres aprendemos a reconocer a Dios en medio de nosotros. Jesús de Nazaret viene al mundo para ayudarnos a encontrar a Dios en medio de nuestra historia. A su contemporáneos, Juan Bautista debió abrirles el camino, preparar la comprensión de su mensaje; como todo profeta -y así lo consideraba el pueblo- fue incomprendido; no contemporizó con los poderosos, vivió retirado de los lujos de la ciudad, y luchó siempre contra la violencia y a pesar de esto, o tal vez por esto, fue criticado. Pero Jesús lo alaba y lo reconoce como el más grande entre todos los que lo han precedido; sin embargo, cualquiera de los más pequeños (los discípulos: 10,42) en el Reino es mayor que Juan.

Juan anunció la proximidad del Reino, pero aunque sacó a muchos de la institución del judaísmo, pertenece al tiempo del Antiguo Testamento. El nacimiento de Jesús da inicio a una nueva era, la del Reino de Dios. Los que participan del Reino gozan de una realidad de la que Juan no ha podido participar.

Juan Bautista es presentado como el nuevo Elías. Como se recordará en el libro de los Reyes aparece la grande y misteriosa figura de Elías. Según las tradiciones bíblicas la aparición de Elías precedería la irrupción del tiempo mesiánico. El profeta que se elevó al cielo en un carro de fuego (2 Re 2,1-18) volvería para consumar las promesas del rey definitivo. Jesús toma esa figura mítica y la transforma mediante una novedosa interpretación: el espíritu de Elías está en todos los profetas que lo sucedieron, especialmente en Juan. Pero, a partir de Juan las cosas cambian. Antes, la pureza ritual y el rigor legal eran el camino de salvación. De ahora en adelante, el camino de salvación es el camino trazado por Jesús. Por eso dice: "Con Juan Bautista han terminado los tiempos de la Ley de los profetas". Jesús de Nazaret inaugura un nuevo tiempo, que es definitivo para la salvación. A eso se debe que Jesús haya presentado a Juan Bautista como el nuevo Elías: todo lo que había antes del Bautista es antiguo; todo que empieza con Jesús es nuevo y definitivo. Hoy, nos enfrentamos a un mundo sin esperanza. La dinámica industrial y tecnológica conducen al mundo a la catástrofe. Los políticos de las grandes naciones no terminan de ponerse de acuerdo en las estrategias para salvar la tierra. Cada día es más notoria la escasez de alimento en los países más pobres. Ante este panorama desolador es oportuno que nos preguntemos ¿cuál es nuestra visión de futuro? ¿Y qué estamos haciendo para transformar la realidad de muerte en realidad de vida?

El texto de Isaías nuevamente nos invita a la esperanza en un mundo re-creado por Dios. Desde las necesidades de los pobres, la acción de Dios cubrirá estas necesidades. Es decir, Dios recreará el mundo a partir de lo que los pobres necesiten y esperen. Dios les devolverá a los pobres aquello que le fue quitado: el agua, la tierra, la libertad, el trabajo digno. La recreación es, entonces, para el pobre que todo lo ha perdido. Esta esperanza puede hacernos concebir una acción que solamente depende de Dios. Es cierto que está fuera de discusión cualquier intento de redención voluntarista, en el que el ser humano participa únicamente desde su voluntad. El texto del evangelio viene a completar esta visión. El Reino de Dios, ese tiempo y estado de recreación ya presente en la historia, no ha cambiado la situación de los pobres. El mundo pareciera que sigue igual (o peor...). Es que en esta nueva creación los "esforzados", "los violentos", los luchadores, harán que el Reino haga fuerza para su manifestación. De esta manera evitamos cualquier interpretación de pasividad del hombre y la mujer ante la responsabilidad del Reino. Por otra parte, esta idea nos lleva a pensar que la acción por el Reino genera violencia, rupturas, propias del hecho de querer crear algo nuevo. Toda creación es un acto de violencia sobre lo viejo o sobre la materia que deja lugar a lo nuevo. En definitiva, no se trata de un Reino que se presente como por acto de magia, ni que se exprese débilmente. Desde la acción de Dios, desde su compromiso desde los pobres, desde la fuerza por hacer presente la Vida sobre la muerte, el Reino se mostrará violento, recreando lo viejo hacia lo nuevo. Latinoamérica, bajo el amparo de Guadalupe, aún sigue haciendo presión para lograr esto nuevo que está naciendo en su seno. Esta presión ha llevado a muchos hermanos y hermanas de nuestro continente a dar su vida en este nacimiento. Por lo tanto celebramos en este día un nacimiento que se va "haciendo" en la historia, desde la violencia de esta gestación hacia un Continente nuevo, de justicia, de paz y fraternidad  (servicio bíblico latinoamericano).

"El que tenga oídos que oiga". Así acaba el Evangelio de hoy. Estamos en el ecuador del Adviento, dentro de trece días celebraremos la Navidad. Llevamos doce preparando la venida de Cristo, así que escuchemos: "No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel". ¡Lo que hay que oír!. Gusanito. Oruga. Definición de gusano: "Nombre vulgar de las larvas vermiformes de muchos insectos, como algunas moscas y coleópteros, y las orugas de los lepidópteros"…"Nombre común que se aplica a animales metazoos, invertebrados, de vida libre o parásitos, de cuerpo blando, segmentado o no y ápodo" (Diccionario de la lengua española). Así nos llama "El Señor, tu Dios". Desde luego si me lo llama otro podría haber más que palabras. Más de uno se ha batido por menos. Pero hemos decidido escuchar y escucharemos.

"Desde los días de Juan, el Bautista, hasta ahora se hace violencia contra el reino de Dios y gente violenta quiere arrebatárselo". Mira a tu alrededor. Cuánta violencia hay aún hoy contra Cristo y contra la Iglesia. Cuántas informaciones sesgadas. Cuántos ataques contra la persona, templo del Espíritu Santo. Cuántos ataques a la vida de indefensos, nacidos o no. Cuánta "kultura" que degrada la capacidad de conocer y conocerse del hombre. Cuántos portavoces del mal que se apropian indebidamente del apellido modernidad.

Ante todo eso, algunos pensarán en una gran campaña de marketing, un buen lavado de cara, un lifting del Evangelio y de la Iglesia, en definitiva, una ofensiva en lucha declarada contra los enemigos de Dios y su Iglesia. ¡Somos más y mejores! ¡Al abordaje!. Seamos como las imágenes de Santiago matamoros que, espada en mano, cortemos las cabezas de los infieles. Aireemos la porquería de los demás y hundámoslos en su miseria. Tenemos poder: Usémoslo.

Esto pensarán los que tienen una visión terrena de la Iglesia (igual que sus enemigos en el fondo). Cuando nos vengan esos pensamientos, escuchemos al Señor, nuestro Dios, que nos dice: "¡Só ápodo! (gusano a fin de cuentas) Que no te has enterado de nada, tu fuerza está acostado en un pesebre, colgado en una cruz. El "mayor de los nacidos de mujer" viste una piel de camello y come langostas (de las que saltan). Yo soy "lento a la cólera y rico en piedad". ¿Quién eres tu para ponerte en mi lugar?. Pero "no temas. Tu redentor es el Santo de Israel. Yo mismo te auxilio para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado. No temas, gusanito de Israel"

Ante tantos ataques a la fe te puedes sentir muy pequeño, una oruga; pero una oruga de Dios. Mira la humillación de María, de Cristo, de los santos y descubrirás la grandeza de Dios. El que tenga oídos que oiga (Archimadrid).

Hoy, el Evangelio nos habla de san Juan Bautista, el Precursor del Mesías, aquél que ha venido a preparar los caminos del Señor. También a nosotros nos acompañará desde hoy hasta el día dieciséis, día en el que acaba la primera parte del Adviento. Juan es un hombre firme, que sabe lo que cuestan las cosas, es consciente de que hay que luchar para mejorar y para ser santo, y por eso Jesús exclama: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mt 11,12). Los "violentos" son los que se hacen violencia a sí mismos: ¿Me esfuerzo para creerme que el Señor me ama? ¿Me sacrifico para ser "pequeño"? ¿Me esfuerzo para ser consciente y vivir como un hijo del Padre? Santa Teresita de Lisieux se refiere también a estas palabras de Jesús diciendo algo que nos puede ayudar en nuestra conversación personal e íntima con Jesús: «Eres tú, ¡oh Pobreza!, mi primer sacrificio, te acompañaré hasta que me muera. Sé que el atleta, una vez en el estadio, de desprende de todo para correr. ¡Saboread, mundanos, vuestra angustia y pena, y los frutos amargos de vuestra vanidad; yo, feliz, obtendré de la pobreza las palmas del triunfo». Y yo, ¿por qué me quejo enseguida cuando noto que me falta alguna cosa que considero necesaria? ¡Ojalá que en todos los aspectos de mi vida lo viera todo tan claro como la Doctora! De un modo enigmático Jesús nos dice también hoy: «Juan es Elías (...). El que tenga oídos que oiga» (Mt 11,14-15). ¿Qué quiere decir? Quiere aclararnos que Juan era verdaderamente su precursor, el que llevó a término la misma misión que Elías, conforme a la creencia que existía en aquel entonces de que el profeta Elías tenía que volver antes que el Mesías (Ignasi Fabregat).

Algunos se comportan, a lo largo de su vida, como si el Señor hubiera hablado de entregamiento y de conducta recta sólo a los que no les costase -¡no existen!-, o a quienes no necesitaran luchar. Se olvidan de que, para todos, Jesús ha dicho: el Reino de los Cielos se arrebata con violencia, con la pelea santa de cada instante [Surco 130]. El Reino de los Cielos, que es vivir con Dios, se alcanza con lucha: los esforzados lo conquistan. Vivir contigo, Jesús, cumpliendo tu voluntad, sirviéndote y amándote, no es una fantasía sentimental -sentimentaloide- en la que nada cuesta y todo va rodado. ¡Hay que luchar! Tú mismo me has dicho: Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame [Mt 26,24]. He de luchar contra mí mismo: contra mi propia voluntad, si es contraria a la tuya; contra comodidades y gustos personales. Jesús, a veces me desanimo porque me cuesta seguirte. Y entonces pienso: «esto no es para mí»; «yo es que soy así; en cambio, a ése otro sí que le va: lo hace todo bien». ¿Es que no le cuesta a «ése otro»? Lo que ocurre es que soy un comodón, y no quiero luchar lo que debería. Espabílame, Jesús. No dejes que caiga en la tibieza -la lucha a medias- porque la tibieza atonta, y si no la combato, cada vez me costará más luchar. El que tenga oídos, que oiga. No me sugieres: «si te resulta fácil ... »; sino que me das tu gracia, me tocas por dentro y me dices: «tú que tienes formación, sígueme más de cerca». Jesús, aunque me cueste, quiero seguirte. Si te sigo de verdad, me enamoraré más y más de Ti, y me costará menos luchar. Pero siempre tendré que luchar, porque sólo los esforzados te conquistan (Pablo Cardona).

El Reino de Dios padece violencia, y quienes se esfuerzan lo conquistan (Mateo 11,12). Padece violencia la Iglesia por parte de los poderes del mal, y padece violencia el alma de cada hombre, inclinada al mal como consecuencia del pecado original. Será necesario luchar hasta el final de nuestros días para seguir al Señor en esta vida y contemplarle eternamente en el Cielo. La vida del cristiano no es compatible con el aburguesamiento, la comodidad y la tibieza. El Adviento es un tiempo propicio para que examinemos cómo luchamos contra las propias pasiones, los defectos, el pecado, el mal carácter. Esta lucha que nos pide el Señor a lo largo de nuestra vida, muchas veces se concretará en fortaleza para cumplir delicadamente nuestros actos de piedad con el Señor, sin abandonarlos por cualquier cosa, o por el estado de ánimo; se concretará en el modo de vivir la caridad, en hacer un apostolado eficaz a nuestro alrededor. El Señor está a nuestro lado y ha puesto un Ángel Custodio que nos ayudará en la lucha, si acudimos a él.

En nuestro andar hacia el Señor no siempre venceremos, tendremos muchas derrotas; unas de escaso relieve; otras tendrán importancia, pero el desagravio y la contrición nos acercarán más a Dios. Y comenzaremos de nuevo sin pesimismo –fruto de la soberbia-, con paciencia y humildad, pidiendo más ayuda al Señor. Nuestro amor a Dios se manifiesta no tanto en los éxitos que creemos haber alcanzado, sino en la capacidad de comenzar de nuevo, de renovar la lucha interior. Pidamos hoy a la Virgen la gracia de no abandonarla jamás y la humildad de recomenzar siempre.

No comenzamos de nuevo por un empeño personal, como si tratáramos de afirmar que nosotros podemos sacar adelante las cosas. Nosotros no podemos nada. Precisamente, cuando nos sentimos débiles, la fuerza de Cristo habita en nosotros (2 Cor 11-12). ¡Y es una fuerza poderosa! El fundamento de nuestra esperanza está en que el Señor desea que recomencemos de nuevo cada vez que hemos tenido un fracaso, quizá aparente, en nuestra vida interior o en nuestro apostolado. "Detesta con todas tus fuerzas la ofensa que has hecho a Dios y, con valor y confianza en su misericordia, prosigue el camino de la virtud que habías abandonado" (San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota). Tenemos una Madre y un Ángel custodio que nos ayudan (Francisco Fernández Carvajal, resumido por Tere Correa de Valdés Chabre).

Nuestra vida debe ser un continuo caminar hacia la posesión de los bienes definitivos. Sin embargo, sabemos que constantemente estamos expuestos a una diversidad de tentaciones, que quisieran apartarnos del camino del bien. Nuestra propia concupiscencia nos inclina más al mal que al bien; y, como nos recuerda san Juan de la Cruz: "aunque el camino es llano y suave para los hombres de buena voluntad: el que camina caminará poco y con trabajo si no tiene buenos pies y ánimo y porfía animoso en eso mismo." Y para esto no bastan nuestros débiles y frágiles esfuerzos y decisiones; es necesario dejarse amar por Dios, dejarse acoger por Él y dejar que su Vida se ha nuestra vida; entonces será distinto, pues Él llevará a cabo su obra de salvación en nosotros, pequeños y humillados, pero totalmente confiados en Él. Y esta nuestra confianza en Él; y esta nuestra entrega a Él; y el que Él nos reciba y haga suyos, tomándonos bajo su cuidado, llega a su plenitud en nosotros al participar de la Eucaristía. Permanezcamos en su amor para que esté siempre no sólo con nosotros, sino en nosotros y pueda, así, guiar nuestros pasos por el camino del bien, conforme a su voluntad santísima.

No temas. Ojalá y nosotros, como Iglesia, realmente cumplamos con la Misión que el Señor nos ha confiado de convertirnos en un signo del amor salvadora y protector de Dios para los desvalidos. Hay muchos clamores de libertad en el mundo, pues muchos han quedado esclavizados por los poderosos, de los que dependen apenas para sobrevivir; víctimas de la injusticia, son comprados por un par de sandalias y se les trata como a bestias de trabajo, o como a un engranaje más de la maquinaria de producción; así, conculcados sus derechos fundamentales, viven desprotegidos de su dignidad y faltos de esperanza. Muchos han huido de esa vida indigna y se han refugiado en la violencia, para reclamar sus derechos. Muchos, queriendo olvidar su realidad injusta, se han refugiado en la droga, en el alcohol, o en el desenfreno hueco de felicidad. En el fondo late una esperanza, casi apagada, ansiando una libertad que no alcanza a llegar. ¿Dónde está la Iglesia, portadora de libertad? Ojalá y no nos refugiemos en una vida pietista e intimista. Ojalá y no seamos los primeros en ser los causantes del mal de nuestros hermanos. Ojalá y no nos convirtamos en unos mercaderes del Evangelio. El Señor nos quiere como testigos de su amor, de su misericordia, de su liberación, de su alegría y de su paz. ¿Realmente somos un signo creíble de Jesucristo, Salvadora y Redentor en el mundo? Ojalá y no nos llenemos de orgullo, sino que nos hagamos pobres con los pobres, pequeños con los pequeños, para caminar, junto con ellos, a impulsos del Espíritu Santo, hacia una vida más fraterna, más digna y más en paz, hasta lograr nuestra plena liberación y salvación en la eternidad. La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Él es el más grande de entre los personajes del Antiguo Testamento, pues Dios le dio la misión de presentar al Cordero de Dios, en quien se cumplen las promesas divinas de salvación. Sin embargo el más pequeño entre los hombres de fe en Cristo supera en grandeza al Bautista, pues no sólo ha visto, sino que ha unido su vida al mismo Hijo de Dios. El Reino de Dios irrumpe en nosotros con toda su fuerza salvadora, y, a pesar de la violencia de que es objeto a causa de las persecuciones, los que poseemos la Fuerza del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y nos hace firmes en el testimonio de nuestra fe, lograremos que ese Reino llegue finalmente a su plenitud en todos los hombres. Así el Reino de Dios no será la obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre convertido por el Señor en portador de la salvación, con la valentía del Espíritu de Dios, que hará que nunca claudiquemos del compromiso que el Señor nos ha confiado: Hacer que su Evangelio llegue a todas las criaturas.

El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía; y nosotros hemos respondido a su llamado. Él nos ha unido a sí mismo comunicándonos su Vida y su Espíritu. No importa que en nuestro pasado hayamos sido, tal vez, unos malvados. Dios nos contempla como un Padre lleno de misericordia y quiere tomarnos de la mano con gran ternura para ayudarnos a caminar en el bien. Dios, efectivamente, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Su Hijo hecho uno de nosotros, ha entregado su propia vida para que nuestra existencia se convierta en una continua alabanza del Nombre del Señor. Por eso, los que hemos sido rescatados por la Sangre de Cristo, ya no debemos vivir para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Nuestra vocación mira a convertirnos en un signo del amor de Dios para los demás. Y no importa que parezcamos poca cosa; ante Dios, sus hijos, por muy humildes que parezcan ante los ojos del mundo, tienen la misma dignidad de su Hijo amado.

Por eso, vivamos, efectivamente, como hijos amados de Dios, no sólo por nuestras oraciones, sino por llevar una vida intachable. No podemos despreciarnos a nosotros mismos. No podemos decir que poco o nada valemos a causa de nuestras miserias y fragilidades. Nosotros valemos la sangre de Cristo; ese es nuestro valor ante el Padre Dios. Ante la figura de Cristo, entregado por nosotros, entendemos nuestra dignidad propia y la dignidad de los demás. El hombre, desde Cristo, tiene una nueva lectura de su propia naturaleza. Ojalá y también, desde Cristo, aprendamos a no despreciar a nadie, sino a trabajar por el bien de todos. Quien pase la vida persiguiendo o despreciando a su prójimo a causa de su raza, de su color, de su cultura, no puede poner la mano sobre la Biblia para manifestarse como hijo de Dios, pues el ser hijo de Dios se manifiesta haciendo vida esa Palabra de Dios que nos impulsa a amarnos como hermanos, con el mismo valor que todos tenemos a los ojos de Aquel a quien todos, con el mismo derecho de hijos, le invocamos como Padre nuestro.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser portadores de Cristo y de su Reino en nosotros, anunciándolo no sólo con los labios, sino con toda nuestra vida convertida en un testimonio de amor fraterno. Entonces el Señor, que se acerca a nosotros, nos encontrará fraternalmente unidos y dispuestos a participar eternamente de su Reino eterno que ha hecho, ya desde ahora, su morada en nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).

Verdaderamente el Reino exige esfuerzo… ser cristiano y hacer que la vida cristiana sea una realidad no es algo que sucede por arte de magia, sino que exige de la cooperación de cada uno de nosotros. Es necesario por ello estar convencidos de que verdaderamente vale la pena ser cristiano. Si no estamos completamente convencidos de que la vida en el Reino, que la vida cristiana es la mejor opción y oportunidad que tiene el hombre para ser feliz y alcanzar la plenitud y su realización, será muy difícil que el Reino se haga una realidad. ¿Estás convencido de que ser cristiano vale la pena? De esta respuesta depende el esfuerzo que harás, no sólo en adviento, sino toda tu vida para vivir conforme al evangelio y permitir que la vida en el Espíritu sea una realidad en ti.

Toma mi mano, Señor, agárrame fuerte, pues estoy perdido y sin fuerzas para afrontar el camino. Un mar de dudas me inquieta y a cada paso me topo con la cruda realidad: Soy menos de lo que soñé. ¡Cuánto me cuesta aceptar este momento, esta verdad de mi ser! Y Tú me dices: "No temas, yo mismo te auxilio y me estrecho a ti porque soy tu Redentor. Lo que ahora ves sin mordiente, lo verás como trillo aguzado para proclamar mi Palabra... y tú te alegrarás con el Señor". ¿Es posible, Señor, que puedas transformar este desierto en estanque y este yermo que no da fruto en fuente de agua viva? ¿Es posible que puedas alumbrar un río en este monte pelado y sin futuro? ¿Crees que dentro de un tiempo podré acudir a Ti como quien está alegre por encontrar el camino de llevar tu Palabra a mis hermanos? ¿Crees que yo seré causa de salvación para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor es quien modela este universo? Bendito seas Señor porque me has hecho nacer en tu Reino, el más pequeño. Bendito y alabado seas, Señor, porque tu Reino hace fuerza en mi interior para nacer un hombre nuevo. Dame las condiciones apropiadas para esforzarme por tu Reino, para que sea posible el milagro de romper fronteras. Cuando el mensaje esté claro, dame valor para asumirlo aunque cree en mí rechazo o ira, pero que no tire la toalla al apostar por tu Reino en estos días. Quiero entrar en tu Reino, siendo sólo Tú quien te ocupes de mí. No me abandones, Dios mío (Miguel A. Niño de la Fuente: cmfmiguel@yahoo.es). La oración colecta (Gelasiano) pide al Señor que despierte nuestros corazones y que los mueva a preparar los caminos de su Hijo, para que cuando venga podamos servirte con una conciencia pura.

Ninguno más grande que Juan el Bautista. El Antiguo Testamento tuvo la misión de preparar la venida del Mesías. El último profeta fue el Bautista, que lo señaló  con el dedo. Jesús de Nazaret es el que inaugura la nueva era. Con Él hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios y coherederos de su  gloria. Pero, hemos de luchar, ser comprometidos con entera radicalidad con lo que exige esa nueva vida. Así lo expresa San León Magno: «¿Cómo podrá tener parte en la paz divina aquél a quien agrada lo que desagrada a Dios y el que desea encontrar su placer en cosas que sabe ofenden a Dios? No es ésta la disposición de los hijos de Dios, ni la nobleza recibida con su adopción... Grande es el misterio encerrado en este beneficio, que Dios llame al hombre hijo y el hombre llame a Dios Padre. Estos títulos hacen comprender y conocer a quien se eleva a tal altura de amor... Nuestro Señor Jesucristo, al nacer verdaderamente hombre, sin dejar de ser verdaderamente Dios, ha realizado en sí mismo el origen de una nueva criatura, y en el modo de su nacimiento ha dado a la humanidad un principio espiritual.

«¿Qué inteligencia podrá comprender tan gran misterio, qué lengua narrar una gracia tan grande? La injusticia se vuelve inocencia; la vejez, juventud; los extraños toman parte en la adopción; y las gentes venidas de otros lugares entran en posesión de la herencia. Desde este momento, los impíos se convierten en justos; los avaros, en bienechores; los incontinentes, en castos; los hombres terrestres, en hombres celestes (cf. 1 Cor 15, 49), ¿De dónde viene un cambio tan grande sino del poder del Altísimo? El Hijo de Dios ha venido a destruir las obras del diablo. Él se ha incorporado a nosotros y a nosotros nos ha incorporado a Él, de modo que el descenso de Dios al mundo de los hombres fue una elevación del hombre hasta el mundo de Dios» (Homilía 7ª sobre la Natividad del Señor, 3 y 7). La fe cristiana es un  don de Dios, pero ella exige del hombre una entrega, una elección. Los valores auténticamente humanos pueden preparar al cristianismo, pero éste exige un salto más allá de la humanidad. Quiere una decisión tomada delante de Cristo, aceptándolo como modelo que transforma radicalmente la experiencia humana. Reducir la religión cristiana a los límites de lo razonable, de lo «honesto» en el sentido únicamente humano, es una tentación a la que se recurre con frecuencia. Esto no significa que para ser buenos cristianos no se tenga que ser ante todo razonables y honestos. Pero vivamos con Cristo una vida nueva. Continuemos en nosotros la misma vida de Cristo. Seamos todos un nuevo Cristo viviente. El verdadero cristiano es un sarmiento unido a la Vid que es Cristo. Si nosotros no ponemos obstáculos, la vida de Cristo es nuestra vida. Nos preparamos para la Navidad en que se ha de consumar nuestra plena unión con Cristo  (Manuel Garrido).