martes, 31 de mayo de 2016

Miércoles de la semana 9 de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 9 de tiempo ordinario; año par

Dios escucha nuestras peticiones, y lo que hoy es pena mañana es gloria
“En aquel tiempo, se le acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer».Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error»” (Mc 12,18-27).
1. Los saduceos no creen en la resurrección y plantean el dilema de la mujer que enviuda siete veces, para criticar la doctrina de Jesús. Tú, Señor, nos haces ver que la vida eterna te pertenece a ti y no podemos entenderlo bien: «cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos». No llega mi cabeza, Señor, pero me fío de tus palabras, porque me llenan, mi corazón me dice que dicen la Verdad. También pienso que con lo que alabas el amor, que es para siempre, no indicas que en el cielo los lazos de amor de la tierra no existirán, sino que allí en "servir y alabar" a Dios (Mt 18,10) lo tendremos todo, también los amores que nos acompañarán en el cielo. Nos dices: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre».
No me imagino esa vida eterna pero seguro que tú sabes bien cómo hacernos felices, como señalaba San Agustín: «No padecerás allí límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque vosotros dos, tú y él, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que os posea a ambos». Imagino que puedo entenderlo a través del amor de una madre, que ama a varios hijos como si fuera el único, que así será el amor del cielo, con el que amaremos de un modo angelical, no con el exclusivismo humano que hay por ejemplo tiene que haber en la tierra con el amor conyugal, de “sólo tú”, que es un camino para la unión con Dios. Por eso, cuando una persona sufre en su matrimonio y dice: “¿tendré que estar con él/ella toda la eternidad?” me parece que se le puede responder: “no, sólo ‘hasta que la muerte os separe’”, pues nada malo de la tierra permanece en el cielo. Y en cambio cuando alguien pregunta: “será este amor que tenemos sólo hasta que la muerte nos separe?” se le puede responder: “tranquilo/a, que ningún amor de la tierra deja de continuar en el cielo: estaréis juntos por toda la eternidad”. Parece una contradicción una cosa con la otra, Jesús, pero sé que si no es de esta manera será de otra mejor, y que tú harás que seamos felices sin que no nos falte nadie ni nada en el cielo.
También nos dices las palabras de la zarza ardiente: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob», y agregas: «No es un Dios de muertos, sino de vivos». Señor, veo que te pones a la altura de los que te preguntan, con tu ciencia sagrada: te pedimos que amemos las Escrituras, que abras nuestra inteligencia a una comprensión más plena.
2. Mi vida no es una «pompa de jabón que se deshace», no es fruto del azar. He sido «querido» por Dios. Todo mi esfuerzo debe consistir en corresponderle, como reza hoy san Pablo:
-Doy gracias a Dios... a quien rindo culto con una conciencia pura... Ruego sin cesar noche y día, acordándome de ti...
Es bonito, Señor, vernos, pobres hombres, en comunicación contigo, con lo invisible.
Reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos”, sigue diciendo san Pablo a Timoteo, uno de los primeros sucesores de los apóstoles, lo que ahora llamamos obispos (2, 1,1-3,6-12). Jesús, ayúdame a revivir el bautismo cada día: cuando tome al agua bendita para signarme, hazme consciente de que soy hijo de Dios, Nos has sellado con tu Espíritu, Jesús, para que te veamos en el mundo y en la historia, y quisiera reavivarlo cada día cuando pido que sea santificado el Nombre de Dios, aquí en mi vida, y me encomiendo a ti que también en la gloria eternamente.
También te pido para los pastores de tu Iglesia, Señor, lo que aquí se indica: -“Porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza”. Te pido que estas cualidades de fortaleza de ánimo y amor nos lleven a todos a dar testimonio: “No te avergüences pues del testimonio que has de dar del Señor ni de mí, su prisionero”. Que vea, Señor, el «servicio del evangelio» en la acogida a todos, sin distinción, sin partidismos. Que tus sacerdotes sean mediadores, que estén disponibles a todos, sin pensar en que unos son buenos y otros malos. Y puesto que todos somos mediadores, que tengamos todos esas cualidades, para ayudar: empatía y escucha atenta, sin pensar en imponer nuestra verdad, sino acercarnos a ella para que nos posea: que tú, Señor, que eres la Verdad, nos poseas.
-“Soporta conmigo los sufrimientos por el anuncio del Evangelio”. Te pido, Señor, tomar con garbo la cruz de cada día, que no huya de los sufrimientos de mi situación, y que unido a ti, con paciencia y fe se conviertan estos en algo útil para la salvación de todos.
No me hundiré, Señor: -“No me avergüenzo porque ¡sé bien en quien he confiado!, ¡en quien tengo puesta mi fe!”; mi vida se apoya en ti, Jesús, quiero como Pablo estar bien unido a ti, como desdea hoy Pablo con su saludo, que podemos repetir al inicio de la misa: «La gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús»…
3. Quiero terminar mi oración con el salmo de hoy: “A ti levanto mis ojos, / a ti que habitas en el cielo”. Tomo dehttp://www.pastoralsj.org esta glosa: A ti, Señor, levanto mis ojos de donde viene mi esperanza. La esperanza me llega a borbotones de tu inmenso amor, de que no te olvidas nunca de mí.
“Como están los ojos de los esclavos / fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava / fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos / en el Señor, Dios nuestro, / esperando su misericordia”.
Muchos hombres ponen su esperanza en que tengan suerte en el juego, en que todo les salga bien, en la solución de sus problemas.
Mi esperanza es pronunciar tu nombre.
Mi alegría se llama conocerte, saber de tu bondad infinita, más allá de donde alcanza mi razón.
 “Misericordia, Señor, misericordia, / que estamos saciados de desprecios… del desprecio de los orgullosos” (Sal 122). Tú eres una puerta abierta, una ventana llena de luz.
Cuando los hombres me miran, me preguntan por qué sigo creyendo, por qué tú sigues siendo mi esperanza. Me digo: si te conocieran, si supieran sólo un poco de ti, si ellos descubrieran lo que tú me has dado, estoy seguro de que no dirían lo que dicen; pues tú eres maravilloso, acoges mis pies cansados. Por eso, por todo y por siempre, tú, señor, eres mi esperanza. Amén
Llucià Pou Sabaté
San Justino, mártir

Benedicto XVI presenta a san Justino, filósofo y mártir
20 marzo 2007, audiencia general del miércoles. ZENIT.org
Queridos hermanos y hermanas:
En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia naciente. Hoy hablamos de san Justino, filósofo y mártir, el más importante de los padres apologistas del siglo II. La palabra «apologista» hace referencia a esos antiguos escritores cristianos que se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adaptada a la cultura de su tiempo. De este modo, entre los apologistas se da una doble inquietud: la propiamente apologética, defender el cristianismo naciente («apologhía» en griego significa precisamente «defensa»); y la de proposición, «misionera», que busca exponer los contenidos de la fe en un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles a los contemporáneos.
Justino había nacido en torno al año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; buscó durante mucho tiempo la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su «Diálogo con Trifón», misterio personaje, un anciano con el que se había encontrado en la playa del mar, primero entró en crisis, al demostrarle la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le indicó en los antiguos profetas las personas a las que tenía que dirigirse para encontrar el camino de Dios y la «verdadera filosofía». Al despedirse, el anciano le exhortó a la oración para que se le abrieran las puertas de la luz.
La narración simboliza el episodio crucial de la vida de Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, considerada como la verdadera filosofía. En ella, de hecho, había encontrado la verdad y por tanto el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y fue decapitado en torno al año 165, bajo el reino de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien Justino había dirigido su «Apología».
Las dos «Apologías» y el «Diálogo con el judío Trifón» son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, Justino pretende ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el «Logos», es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Cada hombre, como criatura racional, participa del «Logos», lleva en sí una «semilla» y puede vislumbrar la verdad. De esta manera, el mismo «Logos», que se reveló como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó parcialmente, como con «semillas de verdad», en la filosofía griega. Ahora, concluye Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y personal del «Logos» en su totalidad, «todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos» (Segunda Apología 13,4). De este modo, Justino, si bien reprochaba a la filosofía griega sus contradicciones, orienta con decisión hacia el «Logos» cualquier verdad filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular «pretensión» de vedad y de universalidad de la religión cristiana.
Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo al igual que una figura se orienta hacia la realidad que significa, la filosofía griega tiende a su vez a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega son como dos caminos que guían a Cristo, al «Logos». Por este motivo la filosofía griega no puede oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un propio bien. Por este motivo, mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, definió a Justino como «un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento»: pues Justino, «conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado “la única filosofía segura y provechosa” («Diálogo con Trifón» 8,1)» («Fides et ratio», 38).
En su conjunto, la figura y la obra de Justino marcan la decidida opción de la Iglesia antigua por la filosofía, por la razón, en lugar de la religión de los paganos. Con la religión pagana, de hecho, los primeros cristianos rechazaron acérrimamente todo compromiso. La consideraban como una idolatría, hasta el punto de correr el riesgo de ser acusados de «impiedad» y de «ateísmo». En particular, Justino, especialmente en su «Primera Apología», hizo una crítica implacable de la religión pagana y de sus mitos, por considerarlos como «desorientaciones» diabólicas en el camino de la verdad.
La filosofía representó, sin embargo, el área privilegiada del encuentro entre paganismo, judaísmo y cristianismo, precisamente a nivel de la crítica a la religión pagana y a sus falsos mitos. «Nuestra filosofía…»: con estas palabras explícitas llegó a definir la nueva religión otro apologista contemporáneo a Justino, el obispo Melitón de Sardes («Historia Eclesiástica», 4, 26, 7).
De hecho, la religión pagana no seguía los caminos del «Logos», sino que se empeñaba en seguir los del mito, a pesar de que éste era reconocido por la filosofía griega como carente de consistencia en la verdad. Por este motivo, el ocaso de la religión pagana era inevitable: era la lógica consecuencia del alejamiento de la religión de la verdad del ser, reducida a un conjunto artificial de ceremonias, convenciones y costumbres.
Justino, y con él otros apologistas, firmaron la toma de posición clara de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra los falsos dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas después de Justino, Tertuliano definió la misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que siempre es válida: «Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit – Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre» («De virgin. vel». 1,1).
En este sentido, hay que tener en cuenta que el término «consuetudo», que utiliza Tertuliano para hacer referencia a la religión pagana, puede ser traducido en los idiomas modernos con las expresiones «moda cultural», «moda del momento».
En una edad como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión --así como en el diálogo interreligioso--, esta es una lección que no hay que olvidar. Con este objetivo, y así concluyo, os vuelvo a presentar las últimas palabras del misterioso anciano, que se encontró con el filósofo Justino a orilla del mar: «Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden la comprensión» («Diálogo con Trifón» 7,3).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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