sábado, 7 de mayo de 2016

Ascensión del Señor; ciclo C

Ascensión del Señor; ciclo C

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
La Ascensión de Jesús al Cielo, donde Dios lo sentó a su derecha, es modelo para nosotros: estamos también llamados a estar allí
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.» Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios” (Lucas 24,46-53).
1. -Desde la Ascensión del Señor, algo de nosotros está ya en el cielo. Como todos los misterios de la vida del Señor, la Ascensión no sólo nos revela quién es Dios. Nos desvela también la profundidad y la altura de nuestra condición humana. En la glorificación de Jesús, la humanidad ha entrado en Dios. Él, que siendo de condición divina no se avergonzó de llamarse nuestro hermano, nos introduce en el cielo. Hoy dice a sus discípulos que el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.”
«Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, escuro». Es una poesía de Fray Luis que refleja la tristeza de aquellos discípulos que ven cómo una «nube envidiosa» les priva «deste breve gozo» de la presencia de Jesús y se preguntan: «¿Qué norte guiará la nave al puerto?» Para exclamar finalmente: «¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!». Pero no nos deja… León Felipe lo explica mejor: «Aquí vino y se fue. Vino..., nos marcó una tarea y se fue. Tal vez detrás de aquella nube hay alguien que trabaja, lo mismo que nosotros, y tal vez las estrellas no son más que ventanas encendidas de una fábrica, donde Dios tiene que repartir una labor también. Aquí vino y se fue. Vino..., llenó nuestra caja de caudales con millones de siglos y de siglos; nos dejó unas herramientas..., y se fue. Él, que lo sabe todo, sabe que estando solos, sin dioses que nos miren, trabajamos mejor. Detrás de ti no hay nadie. Nadie. Ni un maestro, ni un amo, ni un patrón. Pero tuyo es el tiempo. El tiempo y esa gubia con que Dios comenzó la creación»… No hay soledad y la nostalgia tras la ascensión, sino alegría por el don del Espíritu Santo, de gozar ya su presencia en nuestra vida, y una misión que se nos confía: ser testigos de Jesús hasta los confines del mundo (Javier Gafo): “Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”, sigue diciendo el Señor. “Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo”. Los discípulos, después de haber recibido la última bendición de Jesús, "se volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios».
2. Lucas dedica su obra al amador de Dios, Teófilo, y después de los Evangelios escribe lo que pasa después de la Ascensión, lo que hemos leído en Pascua, el “evangelio del Espíritu Santo”, después “de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios”.
“Una vez que comían juntos, les recomendó: -«No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.»”
Ellos todavía tienen confuso ese Reino y piensan en poder humano: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»Pero Jesús aprovecha eso para abrirles horizontes: -«No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.» Es hoy la coronación de la glorificación de Cristo realizada en la Pascua, y preparación de la fiesta del Espíritu Santo.
No se ha ido Jesús, se queda, como señala Juan Pablo II: “En realidad, Jesús resucitado no deja definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de relación con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está presente como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica, alcanzando una profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la acción del Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseñó a los discípulos a reconocerlo: en la palabra del Evangelio, en los sacramentos y en la Iglesia, comunidad de cuantos creerán en él, llamada a cumplir una incesante misión evangelizadora a lo largo de los siglos”.
“Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista”. Se va y se queda. No podemos quedarnos mirando solo al cielo, sino que hemos de volver a lo de antes, con esa presencia de Dios, la cabeza en el cielo y los pies en la tierra: “Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: - «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse» (Hechos 1,1-11).
Dios es un Rey y estamos a su servicio, nos dice el salmista: “Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra”. A veces se oye hablar que el mundo se ha apartado de Dios, pero es que los cristianos nos hemos apartado del mundo, vivimos en Babia, a veces en la nostalgia del pasado. Nos ve el pelo a los cristianos en las películas y las telenovelas, en el mundo de la política hay pocos y pocos en los bancos y los que llevan la economía mundial. Además, no nos preocupemos mucho de hacer quinielas sobre a dónde va ir a parar el mundo, sino de lo que nos pone el Señor en las manos en este momento… el futuro está en manos de Dios, y el Espíritu Santo es un Artista que va llevando la Iglesia, y a cada uno de nosotros, nos va dando pistas en nuestro corazón, para que las sigamos y seamos felices, bienaventurados, para que en medio de nuestra debilidad nos apoyemos en su fortaleza, y en medio del tiempo vayamos descubriendo la gloria.
“Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad. Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado” (Salmo 46). Subes al cielo, Señor, y me dejas en tu viña, y me encuentro a gusto en mi cultura y feliz en mi tierra, donde me has puesto. Es fantástico estar vivo en este momento de la historia, y me alegro de ello con toda el alma, Señor. Oigo a gente que compara y se queja y preferiría haber nacido en otra tierra y en otra edad. Para mí eso es rebelión y herejía. Todos los tiempos son buenos y todas las tierras son sagradas, y el tiempo y el espacio que tú escoges para mí son doblemente sagrados a mis ojos por ser tú quien los has escogido en amor y providencia como regalo personal para mí. Me encanta mi viña, Señor, y no la cambiaría por ninguna.
Veo tu belleza y tu poder en tu obra viva, Señor, en toda tu creación y en la persona, en mí y los demás. Tú me preparas mi heredad. Soy hijo de mi tiempo, y considero este tiempo como don tuyo que quiero aprovechar con fe y alegría, sin desanimarme ni desconfiar nunca. El mundo es bello, porque tú lo has creado para mí. Gracias por este mundo, por esta vida, por esta tierra y por este tiempo. Gracias por mi viña, Señor (Carlos G. Vallés).
3. Pide S. Pablo a Dios que conceda a los efesios "espíritu de sabiduría y revelación" para conocerlo. No se trata de saber más cosas, sino del don de sabiduría que lleva al conocimiento y a la aceptación del amor de Dios y de su voluntad. S. Agustín nos habla de cuál es esa sabiduría: “Quien beba de este agua, jamás volverá a tener sed (Jn 4,13). Conocer es también amar, es ver a Dios con los ojos del corazón por una fe práctica: Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama”:la esperanza es lo primero que hemos de comprender, a lo que nos lleva la Ascensión de Jesús, que también será la nuestra; “cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro”: la herencia que esperamos, la promesa del cielo.
“Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos”: es la exaltación de Jesús resucitado que actúa en nosotros para que también resucitemos con Él. Nuestro agradecimiento se abre en acción de gracias por lo que ya hemos recibido y en la petición confiada de lo que está por venir.
Llucià Pou Sabaté

Nuestra Señora de los Desamparados

Fue en la mañana del primer domingo de Cuaresma de 1409, cuando se dirigía a predicar en la homilía de la Misa mayor en la Catedral de Valencia, el religioso de la orden mercedaria, Fray Juan Gilabert Jofré, coetáneo y amigo de San Vicente Ferrer, observó, durante el trayecto, que un grupo de muchachos maltrataba cruelmente a un pobre loco. Intervino el buen fraile en socorro del desgraciado y tras detener y reprender a los jóvenes, prosiguió su camino vivamente impresionado por el suceso. Tanto fue así que modificó el contenido de su sermón, incluyendo en él una emotiva llamada a la caridad y a favor de los “ignoscentes” que abandonados a su miseria por las calles, eran sujeto de toda clase de abusos y, asimismo, proteger a los ciudadanos de sus inconscientes acciones.

No cayeron en vacío sus palabras pues sus encendidas razones calaron en el ánimo de los presentes, entre los cuales se encontraba un mercader llamado Lorenzo Salom, que se erigió en principal valedor y promotor efectivo de la idea, de tal manera que diecinueve días después el Consejo General de la Ciudad estudiaba la iniciativa y dos meses y medio más tarde comenzaban las obras de un hospital con esta finalidad. El documento de su fundación, firmado por el rey Martín V el Humano, el 15 de marzo de 1410, establece, y en esto radica la originalidad de la propuesta, que a la atención humanitaria dispensada a los allí acogidos, se les proporcionara además asistencia médica, lo cual significaba, cultural y científicamente, la fundación del primer hospital psiquiátrico del mundo. La institución recibió el nombre en valenciano de “Hospital dels Ignocens, Folls e Orats” que, según la moderna psiquiatría, corresponde a “oligofrénico, psicósico y demenciados”.

En principio, el Papa Benedicto XIII dio por titulares y patronos del nuevo hospital a los Santos Inocentes Mártires, por ser los únicos santos a quien la iglesia tributa culto sin haber alcanzado el uso de razón en su breve vida mortal. Sin embargo, llevado por el fervor de su espíritu mariano, el pueblo valenciano empezó a tomar la costumbre de denominar al nuevo hospital con el nombre de “Nostra Dona Sancta Maria dels Innocens”, es decir, Nuestra Señora de los Inocentes. Tal fue el arraigo que alcanzó el nombre que el propio pontífice aceptó el nombre en el privilegio de fundación de una Cofradía. De este curioso modo nació una advocación de la Virgen antes que su imagen representativa.

La citada Cofradía o hermandad surgió con la idea de apoyar al Hospital con mayores recursos materiales y humanos. Sus miembros se propusieron practicar las mismas obras de misericordia del hospital y además, asistir al entierro de los dementes y cofrades, sufragar gastos del Hospital y de actos religiosos. El celo y entusiasmo de esta Cofradía pronto quiso ampliar el campo de sus asistencias más allá del Hospital y, así, se establece entre sus normas la ayuda a los condenados a muerte, proporcionándoles consuelo espiritual y cristiana sepultura, también se establecieron socorros y ayudas para los propios cofrades en caso de enfermedades, viudedad o defunción. Pronto empezó a atender a náufragos, desamparados y prostitutas por expresa gracia de Doña María de Castilla, esposa de Alfonso el Magnánimo, Rey de la Corona de Aragón.

La Cofradía alcanzó gran expansión, creándose otro hospital donde tenían acogida y eran atendidos toda clase de marginados. Se estipularon ayudas para dotes de huérfanas, para los encarcelados y necesitados, para los expósitos, y cantidades destinadas al pago de rescate de cautivos en tierras de infieles.

En este contexto, se vio la necesidad de proporcionar una nueva imagen de la Virgen para representar el patrocinio sobre los dementes del Hospital y la piadosa Cofradía, por lo que, sin pretenderse, había surgido una nueva advocación la Santísima Virgen destinada a tener un alcance universal. Por decreto del Rey Fernando el Católico firmado en Barcelona el 3 de junio de 1493, la advocación recibió el título de Nuestra Señora de los Inocentes y de los Desamparados.

La imagen, que se diseñó en tamaño natural y con dorso plano con el propósito de poderse acomodar sobre el féretro de los cofrades fallecidos en posición yacente, aunque en fiestas y solemnidades aparecía en posición vertical y con un manto de sedas, origen del actual, para disimular esta circunstancia. En un principio la imagen se guardaba y veneraba en casa del Clavario de la Cofradía, pero tras doscientos años de pervivencia de esta costumbre, y ante los graves inconvenientes que ello presentaba, se destinó una pequeña capilla en la Plaza de la Seo, lugar donde se alzó más tarde, en 1652, la actual Basílica menor, dignidad otorgada por el Papa Pío XII, mediante la que se reconocía, más que su valor artístico, su valor espirtitual como centro y símbolo de la devoción mariana de Valencia y aliento de innumerables obras de misericordia. Ya en pleno siglo XX el Papa San Juan XXIII, declara “... a la BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA bajo el título de NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS, Celestial PATRONA PRINCIPAL ante Dios DE TODA LA REGIÓN VALENCIANA...”

La onomástica de las “Amparos” se celebra el 8 de Mayo, aunque en la ciudad de Valencia se celebra con grandes solemnidades y festejos el segundo domingo de ese mes. La devoción a esta advocación de la Virgen ha llegado hasta L’Alguer (Sicilia), Manila (Filipinas), Iglesia de Santa Ana, Buenos Aires (Argentina) Basílica de San Nicolás; una población de Costa Rica lleva el nombre de “Desamparados”; también en Llobasco (El Salvador), varias poblaciones de Guatemala, Nicaragua y Venezuela; Méjico conserva vestigios en Puebla y le han dedicado la “Ciudad de los Muchachos” y la fructífera obra del Padre Álvarez en Monterrey. Asimismo, se le reza en diversas misiones de la India y África.

«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: -Mujer, aquí tienes a tu hijo. Después le dice al discípulo: -Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.» (Juan 19, 25-27)
1º. El Evangelio nos dice que María estuvo al pie de la Cruz: “Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y María Magdalena” (Juan 19,25).
María contempló con el alma desgarrada de dolor los preparativos de la Crucifixión.
Vio cómo clavaban las manos y los pies de Cristo.
Contempló cómo se burlaban de Él los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los fariseos.
Y cómo los soldados, ajenos a la grandeza de aquellos momentos, se jugaban a los dados la túnica de Jesús.
Oyó cómo Cristo pedía perdón para los que le crucificaban.
Y cómo prometía el Paraíso al Buen Ladrón.
Cristo quiso pasar por los más dolorosos tormentos de cuerpo y alma para llegar hasta el colmo del amor.
Por eso, también María sufrió tanto.
Hay un hondo misterio en estos padecimientos del Hijo y de la Madre.
Jesucristo, por infinito amor a Dios Padre y a los hombres, asumió todo el dolor y así se ofreció como víctima por nosotros a Dios Padre y nos reconcilió con Él.
María, su Madre, fue asociada íntimamente a este dolor y María también lo asumió con amor y por amor a Dios y a los hombres.
Así, a una con Cristo se ofreció a Dios Padre por la humanidad.
De esta manera, cooperó de modo único y excepcional, por gracia de Cristo y a una con Él, en la misma redención del género humano.
Por eso María es la Corredentora.
No es que Jesucristo tuviera necesidad de Ella. No. Cristo satisfizo sobreabundantemente a Dios Padre con su vida, pasión y muerte.
Es que Cristo quiso tener unida con Él a su Madre para que se ofreciera junto con Él a Dios.
Así “cooperó con él en forma del todo singular en la restauración de la vida sobrenatural de las almas Por tal motivo es nuestra Madre en orden de la gracia” (Vaticano II.-L. G.-61).          
El dolor, desde que fue asumido por Cristo y por María, es sobre todo redentor.
Y vale no por sí mismo sino por el amor con que lo aceptamos.
Pidámosle a María que sepamos ofrecerlo por nuestros pecados y por la salvación del mundo.
2º. Vio cómo su Hijo se dirigía a Ella y luego a San Juan con unas palabras que suponían una tremenda despedida llena de contenido.
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”, le dijo a María refiriéndose a San Juan, y a San Juan le dijo: “He ahí a tu Madre” (Juan 19,25-27), refiriéndose a María.
En estas palabras hay algo de suma trascendencia que se refiere a María y a todos los hombres.
Porque en San Juan estaba representada toda la humanidad.
Lo que hace Cristo es proclamar solemnemente a la faz del mundo que María es Madre de todos los hombres y que todos los hombres somos hijos de María.
Pero la Maternidad de María sobre todos los hombres no empieza en este momento.
Cristo proclama abiertamente lo que es una realidad desde el momento de la Encarnación de Cristo.
Cuando el Hijo de Dios se hizo Hombre en el seno de la Santísima Virgen, Cristo asumió una naturaleza humana, su naturaleza de hombre.
Pero además quedó constituido en Cabeza espiritual de toda la humanidad.
Así, cuando María engendraba a Cristo corporalmente, engendraba espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza.
Cuando en Belén María daba a luz corporalmente a Cristo, daba a luz espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza, es decir, a Cristo con todos los hombres.
Y ahora viene otra afirmación importante. Los dolores de parto que no padeció María en Belén ni por Cristo ni por nosotros, los sufrió únicamente por nosotros en el Calvario.
Aquí se completó la Maternidad espiritual de María.
Por eso dicen los Padres de la Iglesia que la Maternidad espiritual de María se cumplió en dos momentos: En Nazaret con la Encarnación y en el Calvario con los dolores sufridos por todos nosotros.
María es así verdadera Madre nuestra en el orden del espíritu y de la gracia.
Y como Madre, nos quiere entrañablemente.
Nos quiere porque somos sus hijos.
Y como hace la madre buena, aunque quiere a todos los hijos por igual, se preocupa más y cuida con más solicitud del hijo que está enfermo.
Recurramos, pues, humildemente a su misericordia, porque en Ella encontraremos siempre el auxilio oportuno.
Cristo, cuando sufría por nosotros en la Cruz nos conocía, veía nuestros pecados y nuestros buenos deseos.
María no nos veía.
Pero sufrió y se ofreció por nosotros.
Hoy nos ve y nos conoce desde el cielo y está más pendiente de cada uno.
Ella, siempre como Madre buena.
Nosotros debemos ser buenos hijos de su corazón.

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