sábado, 18 de octubre de 2014

Domingo semana 29 de tiempo ordinario; ciclo A

Domingo de la XXIX semana del tiempo ordinario (A): Dios deja libertad para las cosas temporales, que adquieren su valor cuando se le reconoce a Él como Señor de la historia

“En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: -Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: -¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron un denario. El les preguntó: -¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron: -Del César.
Entonces les replicó: -Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22,15-21).

1. Los fariseos presentan a Jesús un dilema aparentemente insoluble. El censo de la población y el impuesto personal -que todos, excepto los niños y ancianos, estaban obligados a pagar- eran los signos más claros de la dominación romana sobre Palestina. Los partidarios de Herodes aceptaban esta situación. En el extremo contrario, los zelotas, por motivos religiosos, se negaban a pagar el impuesto y practicaban una resistencia activa: su único rey era Yahvé, y el dominio del emperador era para ellos intolerable. Los fariseos, por su parte, estaban especialmente preocupados por la observancia de la Ley y, mientras el poder romano no se enfrentase directamente con ella, solían aceptarlo. La pregunta, por tanto, estaba puesta para que -tanto si respondía de modo afirmativo como negativo- Jesús quedase malparado ante las masas populares simpatizantes de los zelotas o ante el poder romano. Jesús responde:
-“Dad al César lo que es del César”. Ante una pregunta política responde con la idea de que libremente han optado por ese poder, y la secularidad, la vida en el mundo, tiene sus reglas, que se ponen entre los hombres.
 -“Dad a Dios lo que es de Dios”. La soberanía de Dios está proclamada muy bien por ej. en Isaías: "Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios". La base de toda regulación será ese respeto a la justicia con Dios. Pero no interesa una concepción teocrática que identifique los intereses y los derechos de una nación con la misma voluntad de Dios como hacían los judíos. Jesús dice “no” a la deificación del Estado; dice “no” a la suplantación de Dios por los que dicen representarlo (Eucaristía 1987).
No se puede convertir al Dios de Jesús en César de este mundo. Él se negó a ello. La frase: "Dios está de nuestra parte" viene a significar: "nosotros tenemos la razón". También en nuestros días, a pesar de la secularización, se sigue repitiendo, ya sea con motivo de una guerra o de un partido de fútbol (“Eucaristía 1990”).
San Lorenzo de Brindisi comenta: “Tú, cristiano, eres la moneda del impuesto. En el evangelio de hoy se plantean dos interrogantes: uno el que los fariseos plantean a Cristo; otro, el que Cristo plantea a los fariseos; aquél es totalmente terreno, éste, enteramente celestial y divino; aquél es producto de una supina ignorancia y de una refinadísima malicia; éste, de la suprema sabiduría y de la suma bondad. ¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios: hay que dar -dice- a cada uno lo suyo. Sentencia llena realmente de celestial sabiduría y doctrina. Enseña, en efecto, que existe una doble esfera de poder: una, terrena, y humana; otra, celestial y divina. Enseña que se nos exige una doble obediencia, que hemos de observar tanto las leyes humanas como las divinas, y que hemos de pagar un doble impuesto: uno al César y otro a Dios. Al César el denario, que lleva grabada la cara y la inscripción del César; a Dios lo que lleva impresa la imagen y la semejanza divina: La luz de tu rostro está impresa en nosotros. Hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Tú, cristiano, eres ciertamente un hombre: luego eres la moneda del impuesto divino, eres el denario en el que va grabada la efigie y la inscripción del divino emperador. Por eso te pregunto yo con Cristo: ¿De quién son esta cara y, esta inscripción? Me respondes: De Dios. Te replico: ¿Por qué, pues, no le devuelves, a Dios lo que es suyo? Pero si realmente queremos ser imagen de Dios, es necesario que seamos semejantes a Cristo. Él es, en efecto, la imagen de la bondad de Dios, e impronta de su ser; y Dios a los que había escogido, los predestinó a ser imagen de su Hijo. Por su parte, Cristo pagó realmente al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, observando a la perfección las dos losas de la ley divina, rebajándose hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz, y estuvo perfectísimamente dotado de todas las virtudes tanto internas como externas. Brilla hoy en Cristo una suma prudencia, con la cual sorteó los lazos de los enemigos, dándoles una prudentísima y sapientísima respuesta; brilla asimismo la justicia, con la cual nos enseña a dar a cada uno lo suyo. Por esta razón, él mismo quiso pagar también el impuesto, dando por él y por Pedro un didracma; brilla la fortaleza del alma, con la cual enseñó libremente la verdad, es decir, que debía pagarse al César el impuesto, sin temer a los judíos que se sentían vejados por esto. Éste es el camino de Dios que Cristo enseña conforme a la verdad. Así pues, el que en la vida, en las costumbres y las virtudes se asemeja y conforma a Cristo, ése representa de verdad la imagen de Dios; la restauración de esta divina imagen consiste en una perfecta justicia: Pagad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. A cada cual lo suyo”.
Hoy día un nuevo puritanismo hace que lo moral sea lo legal, sustituyendo la conciencia personal (que ante Dios da cuenta) por la divinización del Estado. Quizá algunos principios sobre el tema podrían ser:
- que nos empapemos de Dios, del Evangelio, para que lleguemos a llevar en nuestro interior "lo que es de Dios" y esto nos marque toda la vida;
- no considerar que son de Dios o del Evangelio cosas que son más bien criterios personales, o del tipo de gente con la que nos relacionamos;
- esforzarnos por escuchar otras voces cristianas, y contrastarlas con nuestra manera de comprender y vivir el Evangelio, para cambiar nuestros planteamientos si fuera necesario;
- ser conscientes de que ninguna opción social o política no puede responder plenamente al Evangelio. Y no descalificar a los cristianos que piensan diferente;
- empujar, por todos los medios razonables, el acercamiento de nuestro mundo hacia el proyecto amoroso y fraternal de Dios…

2. En medio de la cautividad, se ve al emperador pagano como figura de Cristo: “Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán”. Será el rey que dará la libertad.
Ciro, rey de los persas, se ve como la mano divina, acaba con el imperio babilónico que domina Israel. Sus ejércitos entrarán en la capital en 539. Para ganarse su favor, Ciro liberará a un gran número de naciones, reducidas a la esclavitud por Babilonia. Y entre ellas los hebreos. El profeta anuncia esa liberación próxima que restituirá al pueblo su tierra y su templo, y no tiene reparo en atribuir a Ciro una vocación análoga a la de los reyes y de los profetas en Israel (Maertens-Frisque): “Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías.
Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios.
Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro”.
La liberación produce una alegría que con el salmista proclama: “cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.
Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo.
Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda. Decid a los pueblos: «El Señor es rey, él gobierna a los pueblos rectamente”.  El santuario de Dios está abierto para todos; no está reservado a los puros, a los creyentes. ¡Ya no hay privilegios! ¡Dios "viene" para todos! Viene en Jesús, y aplicando el salmo al Salvador, San Gregorio Nacianceno dice: "Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra"; y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre".
3. Pablo, expulsado de Filipos, llega a Tesalónica hacia el año 50-51, y predica, primero a los judíos y luego a los paganos; es también acusado a los tribunales, y expulsado a los cuatro meses. Sigue para Atenas y desde allí sigue a través de enviados las noticias de Tesalónica, y contento escribe esta carta, que es lo primero escrito del nuevo testamento: “Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias a Dios  ("dar gracias= "aujaisteîn", seguramente se refiere a la Eucaristía) por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones”. Proclama las virtudes teologales: “Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor”. Por último, basa la evangelización en la gracia de Dios: “Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien sabéis”.

Llucià Pou Sabaté

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