lunes, 3 de diciembre de 2018

Martes semana 1 de Adviento


Martes de la semana 1 de Adviento

El Mesías, “Príncipe de la Paz”
En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: - «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.» Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: -«¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron»” (Lucas 10,21-24).

I. La paz es uno de los grandes bienes constantemente implorados en el Antiguo Testamento. Sin embargo, la verdadera paz llegará a la tierra con la venida del Mesías. Por eso los ángeles anuncian cantando: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lucas 2, 14). El Adviento y la Navidad son tiempos especialmente oportunos para aumentar la paz en nuestros corazones; son tiempos también para pedir la paz de este mundo lleno de conflictos y de insatisfacciones. El Señor es el Príncipe de la paz (Isaías 9, 6), y desde el mismo momento en que nace nos trae un mensaje de paz y alegría, de la única paz verdadera y de la única alegría cierta. Nosotros perdemos la paz por el pecado, y por la soberbia y la falta de sinceridad con nosotros mismos y con Dios. También se pierde la paz por la impaciencia: cuando no se ve la mano de Dios providente en las dificultades y contrariedades. Recobramos la paz con una confesión sincera de nuestros pecados. Es una de las mejores muestras de caridad para quienes están a nuestro alrededor, y la primera tarea para preparar en nuestro corazón la llegada del Niño Jesús.
II. El cristiano es un hombre abierto a la paz y su presencia debe dar serenidad y alegría. Para poder realizar este cometido hemos de ser humildes y afables, pues la soberbia sólo ocasiona disensiones (Proverbios 13, 10). El hombre que tiene paz en su corazón la sabe comunicar casi sin proponérselo: es una gran ayuda para el apostolado. El apostolado de la Confesión, que nos mueve a llevar a nuestros amigos a este sacramento, tiene un especial premio en el Cielo, pues este sacramento es verdaderamente la mayor fuente de paz y alegría en el mundo. Quienes tienen la paz del Señor y la promueven a su alrededor se llamarán hijos de Dios (Mateo 5, 9)
III. La filiación divina es el fundamento de la paz y de la alegría del cristiano. En ella encontramos la protección que necesitamos, el calor paternal y la confianza ante el futuro. Vivimos confiados en que detrás de todos los azares de la vida hay siempre una razón de bien: todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios (Romanos 8, 28), decía San Pablo a los primeros cristianos de Roma. Santa María, Reina de la paz. Nos ayudará a tener paz en nuestros corazones, a recuperarla si la hemos perdido, y a comunicarla a quienes nos rodean.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.


San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia

Llamado Damasceno por ser de Damasco, capital de Siria.
Defendió la práctica de la veneración de imágenes contra los iconoclastas.
Llamado "Orador de Oro" por su elocuencia.  Gran poeta de la Iglesia del Este.
Nació de familia acomodada, su padre era ministro en Damasco, pero Juan renunció a esa vida, repartió sus posesiones entre los pobres y entro en el monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén.  Se dedicó al estudio y a escribir.  Quería hacer llegar los profundos tesoros de la fe a todo el mundo.
Cuando León el Isaurico, emperador de Constantinopla, prohibió el culto a las imágenes, haciéndose eco de los iconoclastas que acusaban a los católicos de adorar imágenes, San Juan Damasceno se hizo portavoz de la ortodoxia enseñando la doctrina católica. No adoramos imágenes sino que las veneramos.
Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen. -San Juan Damasceno.

No hay comentarios: