sábado, 29 de diciembre de 2018

Homilías Sagrada Familia

Domingo de la Sagrada Familia; ciclo C

(Sir 3,3-7.14-17) "Quien honra a su padre, vivirá vida más larga"
(Col 3,12-21) "Revestios de entrañas de misericordia"
(Lc 2,41-52) "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la parroquia romana de San Marcos (29-XII-1985)
--- Familia de Belén y familia cristiana
--- Santidad de la familia
--- Comunidad de vida y de amor
--- Familia de Belén y familia cristiana
"Christus natus est nobis, venite adoremus"
La Iglesia entera está aún todavía invadida por la alegría de la Navidad. La alegría de la que participan los corazones de los hombres, reanima las comunidades humanas, se manifiesta en las tradiciones, en las costumbres, en el canto y en la cultura entera.
Un día, en los campos de Belén, los pastores que guardaban sus rebaños fueron atraídos por este anuncio, que hoy repite la Iglesia entera. Todos lo transmiten, por así decir, de boca en boca, de corazón a corazón. "Christus natus est nobis, venite adoremus".
La Iglesia vive hoy la alegría de la Navidad del Señor, del Hijo de Dios, en Belén: como misterio de la Familia, de la Santa Familia.
Es una verdad profundamente humana: por el nacimiento de un niño la comunidad conyugal del hombre y de la mujer, del marido y de la esposa, se hace más perfectamente familia. Al mismo tiempo, éste es un gran misterio de Dios, que se revela a los hombres: el misterio escondido en la fe y en el corazón de aquellos Esposos, de aquellos Cónyuges: María y José, de Nazaret. Al comienzo sólo ellos fueron testigos de que el Niño que nació en Belén es "Hijo del Altísimo", venido al mundo por obra del Espíritu Santo.
A ellos dos, a María y José, les fue dado a conocer el misterio de aquella Familia que el Padre celestial, con el nacimiento de Jesús, formó con ellos y entre ellos.
--- Santidad de la familia
En la medida en que este misterio se revela a los ojos de la fe de los otros hombres, la Iglesia entera ve en la Santa Familia una particular expresión de la cercanía de Dios y al mismo tiempo un signo particular de elevación de toda familia humana, de su dignidad, según el proyecto del Creador.
Esta dignidad se confirma de nuevo con el sacramento del matrimonio, con ese sacramento que es grande -como dice San Pablo- "en Cristo y en la Iglesia" (cfr. Ef 5,32).
Orientando los ojos de nuestra fe hacia la Santa Familia, la liturgia de este domingo trata de poner de relieve lo que es decisivo para la santidad y la dignidad de la familia. Hablan de ello todas las lecturas: tanto el libro del Sirácida como la Carta de San Pablo a los Colosenses, como, finalmente, el Evangelio según Lucas.
En el Salmo responsorial se pone de relieve la singular presencia de Dios en la familia, en la comunión matrimonial del marido y de la mujer, en la comunión que lleva al amor y a la vida. Dios está presente en esta comunión como Creador y Padre, dador de la vida humana y de la vida sobrenatural, de la vida divina. De su bendición participan los cónyuges, los hijos, su trabajo, sus alegrías, sus preocupaciones.
"Dichoso el que teme al Señor...serás dichoso, te irá bien...tu mujer, como parra fecunda...tus hijos, como renuevos de olivo...que veas la prosperidad de Jerusalén, todos los días de tu vida" (Sal 127/128).
--- Comunidad de vida y de amor
San Pablo, en la Carta a los Colosenses, trata de poner de relieve el clima de la familia cristiana: el clima espiritual, el clima afectivo, el clima moral.
Escribe: "Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada" (Col 3,12-14).
Hay que leer con atención y meditar todo el pasaje de la Carta a los Colosenses, en el que el Apóstol formula los buenos deseos para los cónyuges y las familias cristianas sobre todo aquello que determina el verdadero bien de la comunidad humana, especialmente de aquella que en síntesis se puede llamar "communio personarum", "íntima comunidad de vida y de amor" (cfr. Gaudium et spes, 49).
No existe otra comunidad interhumana tan unificante, tan profunda y universal como la familia. Y al mismo tiempo, tan capaz de hacer felices, y tan exigente, porque es muy vulnerable, dado que está expuesta a diversas "heridas".
Por ello los buenos deseos del Apóstol se refieren a los problemas más esenciales de la familia cuando escribe:
- revestíos de "amor, que es el ceñidor de la unidad consumada...";
- "la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón...";
- "la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza".
Así se forma la familia humana en toda su dignidad y nobleza, en su entera belleza espiritual (que es incomparablemente más importante que todas las riquezas "reales" y materiales), ¡por la Palabra de Dios!, ¡por la palabra de Cristo!
En esta Palabra se encierran las indicaciones y los mandamientos que determinan la solidez moral de aquella fundamental comunidad humana, de aquella "communio personarum".
Por ello se puede decir que toda la primera lectura de la liturgia de hoy es un amplio comentario al IV mandamiento del Decálogo:
¡"Honra a tu padre y a tu madre"!
Hay que leer con atención este texto y meditarlo, teniendo siempre ante los ojos aquel "amor, que es el ceñidor de la unidad consumada".
Efectivamente, el amor crea el honor, la estima recíproca, la solicitud premurosa, tanto en la relación de los hijos hacia los padres, como en la de los padres hacia los hijos, y sobre todo en la relación recíproca entre los cónyuges.
De este modo el matrimonio y la familia se convierten en aquel ambiente educativo que es absolutamente insustituible: el primero y fundamental y más consistente ambiente humano, que se convierte luego la "iglesia doméstica". Se puede decir que en la familia también la educación se hace, a menudo inadvertidamente, una autoeducación, porque una sana comunidad familiar permite de por sí el desarrollo normal de toda persona que la compone.
Una especial confirmación de esta realidad son las palabras del Evangelio de San Lucas sobre Jesús cuando tenía doce años:
"Él bajó con ellos (es decir, con María y José)... y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2,51-52).
El testimonio sobre la vida de la Santa Familia de Nazaret, como oís, es muy conciso, y al mismo tiempo rico de contenido.
En esta perspectiva y en este contexto fueron pronunciadas las palabras de Jesús cuando tenía doce años, palabras que se proyectan en su futuro:
"¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lc 2,49).
Precisamente estas palabras que se proyectan en el futuro -las palabras que María y José en aquel momento todavía no comprendían- constituyen una especial comprobación de la santidad de la Familia de Nazaret.
Palabras como éstas, que miran al futuro de los hijos, son fruto de la intensa madurez espiritual de toda familia cristiana.
En efecto, junto a los padres deben madurar los jóvenes, hijos e hijas, para una específica vocación que cada uno de ellos recibe de Dios.
Hagamos siempre nuestras las palabras de esta oración: "Dios, Padre nuestro, que has propuesto la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo: concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo".
DP-322 1985
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Cristo vivió la mayor parte de su vida en este mundo junto a sus padres. Esta larga permanencia, tanto más llamativa por cuanto que fue enviado por el Padre con un plan de salvación, pone de relieve la importancia que tiene el hogar en los planes de Dios.
Dios ha elevado a la categoría de un precepto el amar y honrar a los padres. Se trata, por tanto de algo que está por encima de las conveniencias y de los sentimientos humanos, algo que pertenece a la naturaleza misma de las cosas tal como Dios las ha querido. Porque el hombre, enseña Sto Tomás, “se hace deudor de los demás según la excelencia y según los beneficios que de ellos ha recibido. Por ambos títulos, Dios ocupa el primer lugar, por ser sumamente excelente y se principio primero de nuestro existir y de nuestro gobierno. Pero después de Dios, los padres..., pues de ellos hemos nacido y nos hemos criado...; es a quienes más debemos”.
Todo lo que hagamos por nuestros padres, especialmente en la ancianidad, será poco: “Hijo mío -acabamos de escuchar en la 1ª Lectura-, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes... La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados”. Pero este amor hecho de gratitud no debe impedir a los hijos seguir con libertad el camino que Dios les haya trazado. De ahí que S. Jerónimo recuerde: “Honra a tu padre, pero si no te separa del verdadero Padre”. No es verdadera piedad filial la que lleva a desoír la llamada a una vida entregada completamente a Dios por atender a los padres. Sobre todo, a esos padres absorbentes, vampiros, los llaman algunos siquiatras, que exigen, con una voracidad siempre insatisfecha, una compañía que los hijos no pueden objetivamente proporcionarles. Y no hay verdadero amor a los hijos, es más, nos convertimos en sus enemigos (“enemigos del hombre los de su casa” Mt 10, 36) cuando nos oponemos resueltamente a lo que Dios espera de ellos.
El comportamiento de María y José cuando encuentran en el Templo a su Hijo después de tres día de angustiosa búsqueda es un ejemplo a seguir, tanto más, por cuanto que “ellos no entendieron lo que quería decir”. “Jesús tenía conciencia, enseña Juan Pablo II, de que ‘nadie conoce bien al Hijo sino el Padre“ (cf Mt 11,27), tanto que aún aquella a la cual había sido revelado el misterio de su filiación divina, su Madre, vivía en la intimidad con este misterio sólo por medio de la fe. Hallándose al lado del Hijo, bajo un mismo techo..., avanzaba en la peregrinación de la fe, como subraya el Concilio (L. G. 58)”. El niño, desde su primera infancia, ha de palpar en el hogar que, junto  a las personas que ve, hay otra presencia misteriosa en su vida: Dios, de cuyo amor dependen sus padres y él. Si al llegar a la adolescencia decide -como Jesús- ocuparse de las cosas de Dios y esto implica la separación física de sus padres, éstos, como María y José, han de respetar esa decisión aunque, como ellos, no la entiendan.
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre”. Si hemos concebido nuestra vida como un extender el reinado de Jesucristo, la satisfacción de los padres consistirá en ver cómo sus hijos se implican en ese proyecto. ¡Cuántos buenos padres han acariciado en lo íntimo de su corazón tener un hijo sacerdote! “Que Nazaret nos enseñe lo que es la familia, decía Pablo VI, su comunión de amor, su austera y sencilla belleza, su ácter sagrado”.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«Los padres de Jesús lo encuentran en el templo»
I. LA PALABRA DE DIOS
Si 3, 3-7. 14-17a: «El que teme al Señor, honra a sus padres»
Sal 127, 1-2.3.4-5: «Dichoso el que teme al Señor»
Col 3, 12-21: «La vida de familia vivida en el Señor»
Lc 2, 41-52: «Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los hombres»
II. LA FE DE LA IGLESIA
«La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos» (2201).
«La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso puede y debe decirse Iglesia doméstica. Es una comunidad de fe, esperanza y caridad» (2204).
La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo... (2205).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«Para expresar la comunión entre generaciones el Divino Legislador no encontró palabra más apropiada que esta:  «Honra..." (Ex 20,12). Estamos ante otro modo de expresar lo que es la familia. La familia es una comunidad de relaciones interpersonales particularmente intensas: entre esposos, entre padres e hijos, entre generaciones; es una comunidad que ha de ser especialmente garantizada. Y Dios no encuentra garantía mejor que ésta:  «Honra".  «Honra" quiere decir: reconoce, o sea, déjate guiar por el reconocimiento conocido de la persona, de la del padre y la de la madre ante todo y también de la de todos los demás miembros de la familia» (Juan Pablo II, Carta a las familias, 15).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

A. Apunte bíblico-litúrgico
A la familia se refieren las tres lecturas proclamadas. La primera de ellas a la familia en cuanto institución; las otras dos, a la familia cristiana.
El autor del Eclesiástico se fija en la relación del hijo con los padres. Se insinúa implícitamente la corriente de vida que los padres transmiten a los hijos...
El Evangelio da varios datos que configuran la familia cristiana. Comunión en el amor («Te buscábamos angustiados»). Unidos en la prueba (desandan el camino para la búsqueda del Niño). Cumplimiento del deber religioso (el hecho de subir a celebrar la Pascua y las palabras de Cristo «no sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre») y escuela de realización personal («Jesús iba creciendo en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres»).
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
Los misterios de la vida oculta de Jesús: 531-534.
La respuesta:
La familia cristiana: 2201-2206.
El cuarto mandamiento: 2251-2253.
C. Otras sugerencias
La actual cultura plantea grandes desafíos a la familia. El amor esponsal se desnaturaliza por la enorme fuerza del hedonismo y el amor libre. Se hace necesaria una eduación para un amor paciente, abnegado, comprensivo.
El cristiano está llamado a defender y actualizar la familia cristiana conforme a la Doctrina Social de la Iglesia.
Muchas familias existen hoy víctimas de pobreza y marginación que tienen que emigrar de su país y no encuentran protección en el país que las recibe. Como emigró a Egipto la familia de Nazaret.

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