domingo, 23 de diciembre de 2018

Homilía de la Natividad del Señor


La Natividad del Señor


(Is 52,7-10) ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que anuncia y predica la paz!
(Hb 1,1-6) Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy

(Jn 1,1-18) En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios

Homilía I:  con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Mensaje de Navidad "Urbi et Orbi" (25-XII-1981)
--- El misterio de la Encarnación
--- El mundo contra el hombre
--- Dios está con nosotros
--- El misterio de la Encarnación
Os ruego hermanos y hermanas, habitantes de la urbe y orbe, que meditéis hoy sobre el nacimiento, en el establo de Belén, del Hijo eternamente nacido.
¿Por qué nace de la Virgen el que es eternamente nacido del Padre, Dios de Dios, Luz de luz?
¿Por qué en la noche en que nació de María Virgen, no había sitio para ellos en el mesón?
¿Por qué los suyos no le recibieron?
¿Por qué el mundo no le ha reconocido?
El misterio de la noche de Belén dura sin interrupción. Llena la historia del mundo y se detiene en el umbral de todo corazón humano. Cada hombre, ciudadano de Belén, ha podido mirar, ayer noche, a José y a María y decir: no hay sitio, no puedo acogeros.
Y el hombre de cada época puede decir al Verbo que se ha hecho carne: no te acojo, no hay sitio.
El mundo ha sido hecho por Él, pero el mundo no lo ha recibido.
¿Por qué el día del nacimiento de Dios es día de la no acogida de Dios por parte del hombre?
Dejemos descender el misterio del nacimiento de Cristo a nivel de corazones humanos: Vino a los suyos y...
Nosotros los hombres, inclinados una vez más ante el misterio de Belén, podemos únicamente pensar con dolor cuánto hemos perdido los moradores de la ciudad de David, por no haber abierto la puerta. ¡Cuánto pierde el hombre que no deja nacer en el interior de su corazón a Cristo: "la luz verdadera que ilumina a todo hombre"(Jn 1,9).
¡Cuánto pierde el hombre cuando lo encuentra y no ve en Él al Padre! En efecto Dios se ha manifestado en Cristo al hombre como el Padre.
¡Y cuánto pierde el hombre cuando no ve en Él la propia humanidad!. Pues Cristo ha venido al mundo para manifestar el hombre al propio hombre y hacerle ver su altísima vocación.
"A cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1,12).
En la solemnidad de la Navidad nace también un sentido deseo y una humilde plegaria: que los hombres de nuestra época acojan a Cristo; lo encuentren de nuevo y se les dé el poder, que proviene sólo de Él, porque el poder está únicamente en Él.
--- El mundo contra el hombre
No había lugar para ellos en el mesón.
El mundo que no acepta a Dios deja de ser hospitalario con el hombre.
¿No os conmueve la imagen de un mundo así: un mundo que está contra el hombre incluso antes de que éste consiga nacer; un mundo que en nombre de diversos intereses económicos, imperialistas, estratégicos, arroja del lugar de su trabajo a inmensas muchedumbres de hombres, les encierra en campos de concentración forzada, les priva del derecho a la patria, les condena a perecer de hambre y les hace esclavos?
Dios que se ha hecho hombre ¿podría venir al mundo de forma diversa a la que ha venido? ¿podía haber sitio para ellos en la posada? ¿no tenía que estar Él desde el comienzo con aquellos para los que no había sitio?
--- Dios está con nosotros
Descubramos la auténtica alegría de la Navidad.
Emmanuel: está con nosotros. Dios está con nosotros.
Aunque el mundo no le conozca, Él está con nosotros.
Aunque los suyos no le reciban, Él viene.
Aunque no haya sitio en el mesón, Él nace.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado (Is 9,5).
¿Qué poder descansa sobre sus hombros en la noche de su nacimiento? ¿Y qué poder tendrá también en las horas del Gólgota?
Un poder único. El poder que sólo Él posee. Solamente Él tiene el poder de penetrar en el alma de cada hombre con la paz de la divina complacencia. Solamente Él tiene el poder de hacer que los hombres lleguen a ser hijos de Dios.
"Vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).
Y sin embargo Él nos recibió a todos nosotros ya desde su mismo nacimiento, y abrazó a cada uno de nosotros con el amor eterno del Padre, con el amor que salva al hombre, que rescata del pecado la conciencia humana: en Él tenemos la reconciliación y la remisión de los pecados.
DP-274 81
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Es Navidad. La Palabra de Dios está en el mundo. Innumerables sentimientos y afectos atravesados de un gozo inmenso se agolpan en los creyentes. Dios se presenta en la atractiva forma de un Niño y en el seno de una familia. Aleluya. Os traigo la buena noticia: os ha nacido el Salvador. Canta la Iglesia en la Solemnidad de hoy.
Por la Encarnación del Hijo de Dios se produjo la unión entre lo divino y lo humano, lo temporal y eterno, la Santidad absoluta y la imperfección humana, proporcionando a toda criatura, desde ese momento, una dignidad de escalofrío. La Omnipotencia de Dios unida a la debilidad humana: Emmanuel, Dios con nosotros y para nosotros, porque para nuestra salvación bajó del Cielo. Sí, "Dios amó tanto al mundo que la ha dado su propio Hijo Unigénito" (Jn 3,16).
Nadie ha hecho tanto por la Humanidad, ni ha elevado la dignidad de toda criatura, ni dado un valor al trabajo, al sufrimiento y a los mil sinsabores y alegrías de esta vida, como la Encarnación del Hijo de Dios. También el cuerpo ha sido santificado. Al ser asumido por el Verbo, ese cuerpo nuestro resucitará un día para que vea la gloria del Creador del Universo.
El Verbo se hizo carne y puso su tienda, su tabernáculo, entre nosotros. Dios está en los sagrarios de nuestras iglesias. La alegría por esta llegada de Dios a la tierra ha de traducirse en una acogida a ese Dios distinta a la que tuvo el año 15 del reinado de Tiberio y que Lucas describe así: "No hubo sitio en el mesón". Cristo debe tener un lugar de privilegio en el mesón de nuestra alma, eliminando los huéspedes que le dificultan el alojamiento: la indiferencia, la ignorancia, la comodidad egoísta...
¡Hagamos el propósito de mostrar al Señor nuestra gratitud acudiendo con la frecuencia que nos sea posible a la Sta Misa, recibiéndole en la Eucaristía y acogiéndole también en quienes nos rodean, porque Él está en cada uno, en los más necesitados.
Hay que hacer un sitio de honor a Dios en nuestra vida. Él no es un huésped extraño, molesto, inoportuno... Es nuestro Padre, nuestro Liberador. Él no llega rodeado del aparato de poder que acompaña a los poderosos, llega como un niño inerme al que es fácil querer, pero también no hacer caso. Llega en la predicación de su Iglesia, en los Sacramentos... Yo, ¿salgo al encuentro del Señor con alegría, abriéndole las puertas de mi corazón o el mesón del alma está abarrotado de preocupaciones, excusas o de una helada indiferencia? ¡Recibamos al Señor que llega con la apertura y el calor que merece Aquel de quien lo hemos recibido todo! 
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«La Palabra se ha hecho carne, y ha puesto su casa entre nosotros»
I. LA PALABRA DE DIOS
Is 52,7-10: «Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios»
Sal 97,1.2-6: «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios»
Hb 1,1-6: «Dios nos ha hablado por su Hijo»
Jn 1,1-18: «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros»
II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO
La alegría que se anunciaba al pueblo cuando era proclamado un nuevo rey en Sión, la usa ahora el Profeta para anunciar la inauguración de un nuevo reinado de Dios. La inminencia del retorno de los exiliados, y el anuncio de paz subsiguiente, serán los signos perceptibles de la acción divina.
La Palabra de Dios, que había hecho surgir el mundo y el hombre, acampa en el mundo y se hace hombre para dar a los hombres el poder ser y llamarse «hijos de Dios». Percibida «en otro tiempo» (2.ª Lect.) como una revelación del proyecto de Dios sobre el mundo y el hombre, acontece ahora entre nosotros como salvación.
La Palabra se ha hecho carne precisamente en este mundo. Que este mundo sea aceptado como es y no desdeñado como morada del Hijo, es un modo de convencer al hombre de que Dios, a pesar de todo, le sigue amando.
III. SITUACIÓN HUMANA
La celebración meramente costumbrista de la Navidad la reduce. Cristianos y no cristianos, los que celebran de corazón y «los que se apuntan», todos necesitamos abandonar cualquier vestigio de frivolidad en estos días.
La búsqueda de la paz y de la convivencia no son de ahora; han sido siempre señal de la permanente e incansable búsqueda de Dios y de sus signos. En el corazón del hombre y del mundo estaban escritas esas señales, que no le dejarán tranquilo hasta que no halle a Dios en medio de este mundo que, por ser casa de Dios, cuenta con que el Padre en su Hijo ha venido a compartir la historia.
IV. LA FE DE LA IGLESIA
La fe– El Verbo se hizo carne: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre» (456).
"... para salvarnos reconciliándonos con Dios: «Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4,10)" (457).
"... para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4,9)" (458).
"... para ser nuestro modelo de santidad: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí...» (Mt 11,29)" (459).
"... para hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1,4)" (460).
La respuesta– Creer es acoger y anunciar a Cristo: "« Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida – pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó– lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo » (1 Jn 1,1-4)" (425).
– En el centro de la catequesis: Jesucristo: 426. 427. 428. 429.
El testimonio cristiano– «Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador... ¿No merecía conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech, 15)» (457). Si el amor del Padre se ha manifestado en que ha entregado a su Hijo al mundo, más patente queda cuando lo contemplamos viviendo entre quienes ha venido a salvar.

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