jueves, 4 de octubre de 2018

Viernes semana 26 de tiempo ordinario; año par


Viernes de la semana 26 de tiempo ordinario; año par

Preparar el alma
En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lucas 10,13-16).
I. Jesús pasó muchas veces por diversas ciudades derramando innumerables bendiciones sobre sus habitantes, pero éstos no se convirtieron; no hicieron penitencia, y sin esa conversión del corazón, acompañada de la mortificación, la fe se obscurece y no se sabe descubrir a Cristo que nos visita. Cristo sigue pasando por nuestras ciudades y continúa derramando sus bendiciones sobre nosotros. Saber escucharle y cumplir su voluntad hoy y ahora es de capital importancia para nuestra vida. La Sagrada Escritura llama dureza de corazón cuando existen malas disposiciones y resistencia a la gracia (Éxodo 4, 21; Romanos 9, 18). A veces alegamos dificultades de algún tipo, pero en realidad se trata de resistencia a abandonar un mal hábito o a luchar decididamente contra algún defecto que impide una mayor correspondencia a lo que el Señor pide. Hemos de quemar con la mortificación, las malas hierbas que tienden a crecer en nuestra alma, para convertir nuestro corazón en tierra buena que espera la semilla para dar fruto.
II. La mortificación no es algo negativo; por el contrario, rejuvenece el alma, la dispone para entender y recibir los bienes divinos, y nos sirve para reparar por nuestros pecados pasados. Por eso pedimos frecuentemente al Señor enmendationem vitae, spatium verae paenitentiae: Un tiempo para hacer penitencia y enmendar la vida (MISAL ROMANO, Formula intentionis misae). Encontramos tres campos para la mortificación: la aceptación amorosa y serena de los contratiempos que cada día nos llegan: cosas que nos son contrarias, aquellas que no son como nosotros quisiéramos, o que llegan de modo inesperado y que nos exigen cambiar de planes. El Señor que permite el mal, sabe sacar bienes en beneficio de nuestra alma (J. URTEAGA, Los defectos de los santos). No dejemos nosotros de convertirlo en motivo de amor, de crecimiento interior.
III. El segundo campo de nuestras diarias mortificaciones es el cumplimiento del deber, con el que nos hemos de santificar. Ahí encontraremos cada día la voluntad de Dios para nosotros; y hacerlo con perfección, con puntualidad y con amor, requiere sacrificio. El tercer campo de mortificaciones está en aquellas que buscamos voluntariamente con deseo de agradar al Señor, y de disponernos mejor para la oración, para vencer las tentaciones, y para ayudar a nuestros amigos a acercarse al Señor: “Una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra del espíritu de penitencia” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja) Nuestro Ángel Custodio nos ayudará a vencer los estados de ánimo y el cansancio... será muy grato al Señor y una gran ayuda a quienes están con nosotros.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Nuestra Señora del Pozo

El origen de la devoción a la Advocación Mariana de La Madonna del Pozzo se remonta al siglo XIII, en la Roma de la edad media. La tradición indica que alguien arrojó, voluntariamente, una imagen de Maria realizada sobre una pieza de piedra dentro de un pozo cisterna o pozo de agua. El profundo hoyo se encontraba ubicado en el establo de la residencia de un Cardenal en las inmediaciones de Roma.
En la noche entre el 26 y el 27 de septiembre del año 1256 se produce el prodigioso hecho de que el agua empieza a brotar con tal fuerza desde el pozo, que eleva a la superficie la imagen de la Virgen retratada en piedra. Los testigos advirtieron no sólo el fluir violento del agua sino de modo mucho mas resaltable, que se elevaba a la superficie la piedra con la imagen de la Virgen. El hecho fue inmediatamente reconocido como un milagro, al punto que el propio Pontífice realizó una procesión hasta el lugar de los hechos. Desde entonces esta advocacion de María es conocida como la Señora del Pozo, o la Madonna del Pozzo.

En la actual Iglesia-Santuario esta imagen es venerada en una Capilla, donde muchos fieles se acercan cotidianamente para beber el agua del antiguo pozo, que luego de tantos siglos sigue brotando.
El contiguo convento de los Siervos de Maria fué abierto en el año de 1513, que era anteriormente convento de la Observancia y después de Mantua. Desde el año 1803 forma parte de la Provincia de Romaña, hoy Provincia de Piemonte-Romaña de los Siervos de María. Los sacerdotes servitas custodian este santo lugar, señalado por la Gracia de Dios.
Oracion:
Señora del Pozo, luz de luz, alegría de alegría
esperanza de los tristes, amor de los afligidos
consuelo de los pobres de espíritu
linterna que alumbra las noches de oscuridad.
Danos tu luz, omnipotencia suplicante
elévanos en la oración, sujetos a tu calcañal
humildes en la espera, firmes en la confianza
entregados a tu Maternidad Divina.
Tu, Señora de la Alta Gracia
llévanos a tu Hijo, Jesús
ábrenos al Divino Espíritu de Amor
enséñanos a conocer el Amor del Padre.
Que tu luz sea nuestra luz
Que tu amor sea nuestro amor
Que tu esperanza sea nuestra esperanza
Que tu fe sea nuestra fe
Señora del Pozo, serena nuestros corazones
para que unidos a tu Inmaculado Corazón
y con la alegría de ser tu fiel reflejo
seamos capaces de unirnos a tu santa corredención
En un mundo donde más y más gente cae en el pozo de la depresión, esta advocación Mariana viene a oficiar como bastón y ayuda de quienes desean encontrar en el amor a Dios el camino de salida de la tristeza extrema. Un mal moderno por definición, la depresión nos invade poniendo un vacío que nos distancia de la esperanza y la alegría de ser hijos de Dios. Puede ser clasificada claramente como un desierto espiritual, que el hombre debe aprender a sobrellevar como una cruz que Jesús nos invita a compartir con Él. Vista de este modo, la tristeza o depresión adquieren un valor espiritual inmenso, porque nos unen con la angustia que el Señor sufrió en el Getsemaní, la noche en que iba a ser traicionado y entregado. Jesús verá con agrado nuestra ofrenda, y nos sacará a la luz de la esperanza cuando nuestra alma esté lista para recibir Su Gracia.

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