miércoles, 28 de marzo de 2018

Miércoles Santo

Miércoles Santo

Camino del Calvario
“En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?». Dícele: «Sí, tú lo has dicho»” (Mateo 26,14-25).
I. Tras una noche de dolor, de burlas y desprecio, Jesús, roto por el terrible tormento de la flagelación, es llevado para ser crucificado. Jesús es condenado a sufrir un doloroso castigo y la muerte reservada a los criminales. Al poco tiempo, todos ven que está demasiado débil para llevar sobre sus hombros la cruz hasta el Calvario. Un hombre, Simón de Cirene, que va camino de su casa, es forzado a cargar con ella. ¿Dónde están sus discípulos? Ninguno le ayuda a llevar el madero, lo ha de hacer un extraño, y obligado por la fuerza. Simón cogió el extremo de la cruz y lo cargó sobre sus hombros. El otro, el más pesado, el del amor no correspondido, el de los pecados de cada hombre, ése lo llevó Cristo, solo. Entre tanto desamparo solamente se le acerca una mujer de nombre Verónica a limpiarle el rostro con un amor de reparación. Pero el Señor está agotado y cae y se levanta por tres veces. “Has llegado en un buen momento para cargar con la Cruz: la Redención se está haciendo –ahora-, y Jesús necesita muchos cirineos.” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Via Crucis)
II. A Jesús, formando parte del cortejo, y para hacer más humillante su muerte, le acompañan dos ladrones. Como ellos, hoy también se puede llevar la cruz de distintas formas. Hay cruz llevada con rabia, contra la que el hombre se revuelve lleno de odio, o al menos, de un profundo malestar; es una cruz sin sentido y sin explicación que aleja de Dios. Es la cruz de los que no quieren comprender el sentido sobrenatural del sufrimiento. Es una cruz que no redime: es la que lleva uno de los ladrones. El segundo ladrón lleva su cruz con resignación, incluso con dignidad humana, aceptándola porque no hay otro remedio, hasta que se da cuenta que Cristo está junto a él. Y finalmente, Jesús se abraza a la cruz salvadora y nos enseña cómo debemos cargar con la nuestra: con amor, corredimiendo con Él a todas las almas, reparando por los propios pecados. Hoy podemos preguntarnos cómo llevamos las contrariedades y el dolor, si nos acercan a Cristo.
III. En el Via Crucis meditamos que, en una de aquellas callejuelas, Jesús encontró con su Madre. “Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Via Crucis). Cuando el dolor y la aflicción nos aquejen, cuando se hagan más penetrantes, acudiremos a Santa María, Mater dolorosa, para que nos haga fuertes y para aprender a santificarlos con paz y serenidad.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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