lunes, 26 de marzo de 2018

Martes Santo

Martes Santo

Ante Pilato: Jesucristo Rey
En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces»” (Jn 13,21-33.36-38).
I. El Señor es conducido a la residencia del Procurador Poncio Pilato. “Era ya de día. El Señor iba con las manos atadas, y la cuerda que ataba sus manos se unía al cuello... Tendría frío en aquella madrugada, y sueño; la cara, desfigurada de golpes y salivazos; despeinado de los últimos tirones que le dieron; cardenales en las mejillas, y la sangre coagulada y seca... Todos le miraban espantados y sobrecogidos” (LUIS DE LA PALMA, La Pasión del Señor). El que había entrado en Jerusalén aclamado por todo el pueblo, iba ahora preso y maltratado como un malhechor. El Maestro se encuentra solo; sus discípulos ya no oyen sus lecciones: le han abandonado ahora que tanto podían aprender. Nosotros queremos acompañarle en su dolor y aprender de Él a tener paciencia ante las pequeñas contrariedades de cada día, a ofrecerlas con amor.
II. El Señor, vestido en son de burla con las insignias reales, oculta y hace vislumbrar al mismo tiempo, bajo aquella trágica apariencia, la grandeza del Rey de reyes. La creación entera depende de un gesto de sus manos. Cuando más débil se le ve, no duda en afirmar ese título que tiene por derecho propio: es Rey; su reino es el reino de la Verdad y la Vida, el reino de la Santidad y la Gracia, el reino de la Justicia, el Amor y la Paz (Prefacio de la Misa de Cristo Rey). Al contemplar al Rey con corona de espinas, maltratado y olvidado por los hombres, le decimos que queremos que reine en nuestra vida, en nuestros corazones, en nuestras obras, en nuestros pensamientos, en nuestras palabras, en todo lo nuestro.
III. Jesucristo es rey de todos los seres, pues todas las cosas han sido hechas por Él (Juan 1, 3), y de los hombres en particular, que hemos sido comprados a gran precio (1 Corintios 6, 20). En el madero de la Cruz estará para siempre escrito: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Ahora como entonces, son muchos los que lo rechazan. Parece oírse en muchos ambientes aquel grito pavoroso: no queremos que reine sobre nosotros. ¡Qué misterio de iniquidad tan grande es el pecado! ¡Rechazar a Jesús! Todas las tragedias y calamidades del mundo, y nuestras miserias, tienen su origen en estas palabras: Nolumus hunc regnare super nos, No queremos que éste (Cristo) reine sobre nosotros. Nosotros acabamos nuestra oración diciéndole a Jesús: ¡Señor, Tú eres Rey de mi corazón. Tú lo sabes bien, Señor!

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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