domingo, 14 de enero de 2018

Lunes semana 2 de tiempo ordinario; año par

Lunes de la semana 2 de tiempo ordinario; año par

Santidad de la Iglesia
 “Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!"” (Marcos 2,18-22).
I. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, continúa la acción santificadora de Jesús, principalmente a través de sus sacramentos. Su doctrina ilumina nuestra inteligencia, nos da a conocer al Señor, nos permite tratarlo y amarlo. Nuestra Madre la Iglesia nunca ha transigido con el error en la doctrina de la fe, con la verdad parcial o deformada; ha permanecido siempre vigilante para mantener la fe en toda su pureza, y la ha enseñado por el mundo entero. Gracias a su indefectible fidelidad, por la asistencia del Espíritu Santo, podemos nosotros conocer la doctrina que enseñó Jesucristo, en su mismo sentido, sin cambio o variación alguna. Todo árbol bueno produce buenos frutos (Mateo 7, 17), y la Iglesia da frutos de santidad. La santidad no está de ordinario en cosas llamativas, no hace ruido, es sobrenatural; pero trasciende enseguida, porque la caridad, que es la esencia de la santidad, tiene manifestaciones externas: en el modo de vivir todas las virtudes, en la forma de realizar el trabajo, en el afán apostólico...
II. La Iglesia es santa: santidad en su Cabeza, Cristo, y santidad en muchos de sus miembros. Son innumerables los fieles que han vivido su fe heroicamente: todos están en el Cielo, aunque la Iglesia haya canonizado sólo a unos pocos. Son también incontables, aquí en la tierra, las personas que viven santamente: madres de familia generosas, trabajadores que santifican su trabajo; estudiantes que saben ir con alegría contra corriente; enfermos que ofrecen su vida por sus hermanos en la fe, con gozo y paz. Esta santidad radiante de la Iglesia queda velada en ocasiones por las miserias personales de los hombres que la componen, pero la presencia santificadora del Espíritu Santo, la sostiene limpia en medio de tantas debilidades. Nosotros, con fe y amor, entendemos que la Iglesia es santa y que sus miembros tengan defectos, sean pecadores. Esto nos moverá a portarnos siempre como buenos hijos de la iglesia, a amarla más y más, a rezar por aquellos hermanos nuestros que más lo necesitan.
III. La Iglesia es Madre de todos nosotros, y nos proporciona todos los medios para adquirir la santidad. Nadie puede llegar a ser buen hijo de Dios si no vive con amor y piedad estos medios de santificación, porque “no se puede tener a Dios como Padre, quien no tiene a la Iglesia como Madre” (SAN CIPRIANO, Sobre la unidad de la iglesia Católica) Seamos buenos hijos, “amor con amor se paga”, un amor con obras. Terminamos nuestra oración invocando a María, Mater Ecclesiae, Madre de la iglesia, para que nos enseñe a amarla más.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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