lunes, 20 de noviembre de 2017

Martes semana 33 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 33 de tiempo ordinario; año impar

La fidelidad de Eleazar
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: -«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -«Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: -«Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido»” (Lucas 19,1-10).

I. San Juan Crisosotomo llama a Eleazar “protomártir del Antiguo Testamento” (Homilía 3, sobre los santos Macabeos). Él era un anciano de noventa años, que se mantuvo fiel a la fe de sus padres, y prefirió la muerte a participar en los sacificios a los dioses griegos que habian remplazado a Yahvé por orden del rey Antíoco. Amigos le propusieron simular que había comido las carnes sacrificadas, según el mandato del rey, pero él se rehuso. No quiso dar un mal ejemplo a los jóvenes que pudiesen decir que se había paganizado con los extranjeros. La actidud gozosa de Eleazar en el martirio, nos recuerda a nosotros la fidelidad sin fisuras a los compromisos contrídos en la fe, para ser leales al Señor, también cuando quizá nos sería más fácil ceder por la presión de un ambiente pagano hostil, o por una circunstancia difícil que hayamos de atravesar. El Señor nos hace experimentar el mismo gozo cuando, por ser fieles a la fe y a la propia vocación, padecemos alguna contrariedad.
II. Sé fiel hasta la muerte –se lee en el Apocalipsis, y Yo te daré la corona de gloria (5). Ésto nos pide el Señor a los cristianos de todas las épocas. Con esta promesa, ¿nos vamos a avergonzar de nuestra fe, que tiene consecuencias practicas en el modo de actuar, en la que muchos quizá o estén de acuerdo? “Es fácil, -recordaba el Papa Juan Pablo II- ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serlo a la hora de la tribulación. Y solo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura toda la vida” (6). A veces los obstaculos no llegan de fuera, sino de dentro. La soberbia es el principal obtaculo de la fidelidad, y junto a ella la tibieza que hace perder la alegria en el seguimiento de Cristo, e idealiza otras posibilidades que estan al margen del camino que nos lleva a Dios. Otras veces surge la oscuridad en el alma por la falta de lucha, o bien, Dios la permite para purificar el alma. Estos obstaculos se salvan si somos dociles a la direccion espiritual, y si permanecemos cerca del Senor con un trato diario mediante la oracion viva.
III. Muchos, quiza sin saberlo expresamente, se apoyan en nuestra fidelidad. En lo humano es la lealtad, virtud esencial para la convivencia, porque inspira confianza y seguridad. Muchas veces se echa de menos la honradez para cumplir la palabra dada y los compromisos libremente adquiridos en el matrimonio, en la empresa, en los negocios. En estos momentos urge que los cristianos –luz del mundo y sal de la tierra- procuremos ser ejemplo de fidelidad y de lealtad a los compromisos contraídos. Algún día escucharemos dichosos: Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo; poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25, 21-23).

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.


La Presentación de la Santísima Virgen

La Presentación de la Santísima Virgen. En este día se recuerda la consagración de la iglesia de Santa María la Nueva, construida cerca del Templo de Jerusalén, para conmemorar la dedicación que la Virgen según una piadosa tradición hizo de sí misma al Señor, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su Concepción Inmaculada. En el siglo XIV se introdujo la fiesta en Occidente.
«Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces: Mira que tu madre y tus hermanos están fuera intentando hablarte. Pero él respondió al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Pues todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.» (Mateo 12, 46-50)
I. Nada sabemos de la vida de Nuestra Señora hasta el momento en que se le aparece el Arcángel para anunciarle que ha sido elegida para ser Madre de Dios. Llena de gracia desde el primer momento de su Concepción Inmaculada, la existencia de María es completamente singular Dios la miró y la custodió en cada instante con un amor único e irrepetible y a la vez fue una Niña normal, que llenó de gozo a todos cuantos la trataron en la vida corriente de un pueblo no demasiado grande.
San Lucas, tan diligente en examinar todas las fuentes que le pudieran aportar noticias y datos, omite cualquier referencia a María Niña. Muy probablemente, Nuestra Señora nada dijo de sus años primeros porque poco había que contar: todo transcurrió en la intimidad de su alma, en plenitud de gracia y de amor, y su Padre Dios, que esperaba, sin prisas, el momento inefable y único de la Encarnación. «¡Madre! ¿Por qué ocultaste los años de tu primera juventud? Luego vendrán los Evangelios apócrifos e inventarán mentiras; mentiras piadosas, sí, pero al fin y al cabo imágenes falsas de tu ser verdadero. Y nos dirán que vivías en el Templo, que los ángeles te traían de comer y hablaban contigo... Y así te alejan de nosotros», ¡cuando estás tan cerca de nuestro vivir cotidiano!
La fiesta que hoy celebramos no tiene su origen en el Evangelio, sino en una antigua tradición. La Iglesia no ha querido aceptar las narraciones apócrifas que suponían a Nuestra Madre en el Templo, desde la edad de tres años, consagrada a Dios con un voto de virginidad. Pero sí acepta el núcleo esencial de la fiesta, la «dedicación» que la Virgen hizo de sí misma al Señor, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde el primer instante de su concepción. Esta entrega plena de María a Dios conforme va creciendo sí que es real y ejemplar para nosotros, pues nos mueve a no reservarnos nada para nosotros mismos.
Hoy es la fiesta de la absoluta pertenencia de la Virgen a Dios y de su plena entrega a los planes divinos. Por esta plena pertenencia, que incluye la dedicación virginal, Nuestra Señora podrá decir al Angel: no conozco varón. Desvela delicadamente una historia de entrega que había tenido lugar en la intimidad de su alma. María es ya una primicia del Nuevo Testamento, en el que la excelencia de la virginidad sobre el matrimonio cobrará todo su valor, sin menguar la santidad de la unión conyugal, que Cristo mismo elevará a la dignidad de sacramento.
Hoy le pedimos a Ella que nos ayude a hacer realidad cada día esa entrega del corazón que Dios nos pide, según nuestra peculiar vocación recibida de Dios. «Ponte en coloquio con Santa María, y confíale: ¡oh, Señora!, para vivir el ideal que Dios ha metido en mi corazón, necesito volar... muy alto, ¡muy alto!
»No basta despegarte, con la ayuda divina, de las cosas de este mundo, sabiendo que son tierra. Más incluso: aunque el universo entero lo coloques en un montón bajo tus pies, para estar más cerca del Cielo..., ¡no basta!
»Necesitas volar, sin apoyarte en nada de aquí, pendiente de la voz y del soplo del Espíritu. Pero, me dices, ¡mis alas están manchadas!: barro de años, sucio, pegadizo...
»Y te he insistido: acude a la Virgen Señora repíteselo: ¡que apenas logro remontar el vuelo!, ¡que la tierra me atrae como un imán maldito! Señora, Tú puedes hacer que mi alma se lance al vuelo definitivo y glorioso, que tiene su fin en el Corazón de Dios.
»Confía, que Ella te escucha».
II. La Virgen María ha sido la criatura que ha tenido la intimidad más grande con Dios, la que ha recibido más amor de Él, la llena de gracia. Nunca negó a Dios nada, y su correspondencia a las gracias y mociones del Espíritu Santo fue siempre plena. De Ella debemos aprender a darnos por entero al Señor, con plenitud de correspondencia generosa, en el estado y en la vocación que Dios nos ha dado, en el quehacer concreto en el mundo que tenemos encomendado. Ella es el ejemplo a imitar. «Tal fue María enseña a este respecto San Ambrosio, que su vida, por sí misma, es para todos una enseñanza». Y concluía: «Tened, pues, ante los ojos, pintados como una imagen, la virginidad y la vida de la Bienaventurada Virgen, en la que se refleja como en un espejo el brillo de la pureza y la fuerza misma de la virtud».
Nuestra Madre Santa María correspondía y crecía en santidad y gracia. Habiendo estado llena de los dones divinos desde el primer instante, en la medida en que era fidelísima a las mociones que el Espíritu Santo le otorgaba, alcanzaba una nueva plenitud. Sólo en Nuestro Señor no existió aumento o progreso de la gracia y de la caridad, porque Él tenía la plenitud absoluta en el momento de la Encarnación; como enseña el II Concilio de Constantinopla, sería falsa y herética la afirmación: Jesucristo se hizo mejor por el progreso de las buenas obras. María, por el contrario, fue creciendo en santidad en el curso de su vida terrena. Más aún, existió en su vida un progreso espiritual siempre creciente, que fue aumentando en la medida en que se acercaban los grandes acontecimientos de su vida aquí en la tierra: Encarnación de su Hijo, Corredención en el Calvario..., Asunción a los Cielos.
Así ha ocurrido en el alma de los santos: cuanto más cerca van estando de Dios, más fieles son a las gracias recibidas y más rápidos caminan hacia Él. «Es el movimiento uniformemente acelerado, símbolo del progreso espiritual de la caridad en un alma que en nada se retrasa, y que camina cada vez más rápido hacia Dios cuanto más se le acerca, cuanto más es atraída por Él». Así ha de ser nuestra vida, pues el Señor nos llama a la santidad allí donde nos encontramos. Y serán precisamente las alegrías y las penas de la vida las que nos sirvan para ir cada vez más de prisa a Dios, correspondiendo a las gracias que recibimos. Las dificultades normales del trabajo, el trato con las personas que vemos todos los días, los pequeños servicios de la convivencia, las noticias que recibimos... han de ser motivos para amar cada día más al Señor. La Virgen nos invita hoy a no dejar nada escondido en el fondo del corazón que no sea de Dios por entero: «Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo», que cada día esté un poco más cerca de Ti. Dame esa prisa de los santos por crecer en tu Amor.
III. Nuestra Señora se dedicó por entero a Dios movida por el Espíritu Santo, y quizá lo hizo a esa edad en que los niños comienzan a tener uso de razón, que en Ella, llena de gracia, debieron ser de una particular luminosidad; o quizá desde siempre..., sin que mediara ningún acto formal. «Sobrado conocido tenía afirma San Alfonso Mª de Ligorio, la niña María, que Dios no acepta corazones divididos, sino que los quiere por completo consagrados a su amor en conformidad con el precepto divino: Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (cfr. Dt 6, 5), por lo que, desde el momento en que empezó a vivir, comenzó a amar a Dios con todas sus fuerzas y se le entregó por completo». María siempre perteneció a Dios; y esta pertenencia cada vez debió de ser más consciente, con un amor que alcanzaba en toda ocasión y circunstancia una nueva plenitud.
Hoy puede ser una buena oportunidad todos los días lo son para que, meditando en esta fiesta de María, en la que se pone de manifiesto su completa dedicación al Señor, renovemos nosotros nuestra entrega a Dios en medio de los normales quehaceres cotidianos, en el lugar en el que nos ha puesto el Señor. Pero hemos de tener en cuenta que todo paso adelante en nuestra unión con Dios ha de pasar necesariamente por un trato más frecuente con el Espíritu Santo, Huésped de nuestra alma, a quien Nuestra Señora fue tan dócil a lo largo de su vida. Hoy, para pedir esta gracia, nos puede ayudar la oración que compuso para su devoción personal el Venerable Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer: «Ven, ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos; fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después..., mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
»¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras...».
Pidamos también a Nuestra Señora que haya mucha gente que, dócil al Espíritu Santo, se dé por entero al Señor, como Ella, desde su primera juventud.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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