martes, 31 de octubre de 2017

Miércoles semana 30 de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 30 de tiempo ordinario; año impar

Lo entenderás más tarde
«Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaban hacia Jerusalén. Y uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Él les contestó: «Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y os responderá: "No sé de dónde sois". Entonces empezaréis a decir: "Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas". Y os diré: "No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los que obráis la iniquidad". Allí será el llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de Oriente y de Occidente y del Norte y el Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos» (Lucas 13,22-30).

I. Lo que Yo hago no lo entiendes ahora... dice el Señor a Pedro. También a nosotros nos ocurre lo mismo que a Pedro: no comprendemos a veces los acontecimientos que el Señor permite: el dolor, la enfermedad, la ruina económica, la pérdida del puesto de trabajo, la muerte de un ser querido. Él tiene unos planes más altos, que abarcan esta vida y la felicidad eterna. Nuestra mente apenas alcanza lo más inmediato, una felicidad a corto plazo. Incluso nos ocurre que no entendemos muchos asuntos humanos que, sin embargo, aceptamos. ¿No nos vamos a fiar del Señor, de su Providencia amorosa? Ante los acontecimientos y sucesos que hacen padecer, nos saldrá del fondo del alma una oración sencilla, humilde, confiada: Señor, Tú sabes más, en Ti me abandono. Ya entenderé más tarde.
II. Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios (Primera lectura, Año I. - Romanos 8, 28). El sentido de la filiación divina nos lleva a descubrir que estamos en las manos de un Padre que conoce el pasado, el presente y el futuro, y que todo lo ordena para nuestro bien, aunque no sea el bien inmediato que quizá nosotros deseamos y queremos, porque no vemos más lejos. Esto nos lleva a vivir con serenidad y paz, incluso en medio de las mayores tribulaciones. Por eso seguiremos el consejo de San Pedro a los primeros fieles: Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él cuida de vosotros (1 Pedro 5, 8). Por eso, en la medida en que nos sentimos hijos de Dios, la vida se convierte en una continua acción de gracias. Incluso detrás de lo que humanamente parece una catástrofe, el Espíritu Santo nos hace ver “una caricia de Dios que nos mueve a la gratitud. ¡Gracias, Señor!, le diremos al tener noticia de un acontecimiento que nos llena de pesar. Así reaccionaron los santos, y así hemos de aprender nosotros a comportarnos ante las desgracias de esta vida”.
III. El abandono y la confianza en Dios no nos llevan de ninguna manera a la pasividad, que en muchos casos sería negligencia, pereza o complicidad. Hemos de combatir el mal físico y el moral con los medios que están a nuestro alcance, sabiendo que ese esfuerzo, con muchos resultados o aparentemente con ninguno, es grato a Dios y origen de muchos frutos sobrenaturales y humanos. Apliquemos en cada caso lo que esté de nuestra parte, y después, ¡omnia in bonum!, todo será para bien.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.


Todos los Santos

Todos estamos llamados a ser santos
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y Él se pudo a hablar enseñándolos: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la Tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mateo 5,1-12).
I. Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar este día de fiesta en honor de todos los santos: de esta solemnidad se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios.
La fiesta de hoy recuerda y propone a la meditación común algunos componentes fundamentales de nuestra fe cristiana señalaba el Papa Juan Pablo II. En el centro de la liturgia están sobre todo los grandes temas de la Comunión de los Santos, del destino universal de la salvación, de la fuente de toda santidad que es Dios mismo, de la esperanza cierta en la futura e indestructible unión con el Señor, de la relación existente entre salvación y sufrimiento y de una bienaventuranza que ya desde ahora caracteriza a aquellos que se hallan en las condiciones descritas por Jesús. Pero la clave de la fiesta que hoy celebramos «es la alegría, como hemos rezado en la antífona de entrada: Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de todos los Santos; y se trata de una alegría genuina, límpida, corroborante, como la de quien se encuentra en una gran familia donde sabe que hunde sus propias raíces...». Esta gran familia es la de los santos: los del Cielo y los de la tierra.
La Iglesia, nuestra Madre, nos invita hoy a pensar en aquellos que, como nosotros, pasaron por este mundo con dificultades y tentaciones parecidas a las nuestras, y vencieron. Es esa muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, según nos recuerda la Primera lectura de la Misa. Todos están marcados en la frente y vestidos con vestiduras blancas, lavadas en la sangre del Cordero. La marca y los vestidos son símbolos del Bautismo, que imprime en el hombre, para siempre, el carácter de la pertenencia a Cristo, y la gracia renovada y acrecentada por los sacramentos y las buenas obras.
Muchos Santos de toda edad y condición han sido reconocidos como tales por la Iglesia, y cada año los recordamos en algún día preciso y los tomamos como intercesores para tantas ayudas como necesitamos. Pero hoy festejamos, y pedimos su ayuda, a esa multitud incontable que alcanzó el Cielo después de pasar por este mundo sembrando amor y alegría, sin apenas darse cuenta de ello; recordamos a aquellos que, mientras estuvieron entre nosotros, hicieron, quizá, un trabajo similar al nuestro: oficinistas, labriegos, catedráticos, comerciantes, secretarias...; también tuvieron dificultades parecidas a las nuestras y debieron recomenzar muchas veces, como nosotros procuramos hacer, y la Iglesia no hace una mención nominal de ellos en el Santoral. A la luz de la fe, forman «un grandioso panorama: el de tantos y tantos fieles laicos a menudo inadvertidos o incluso incomprendidos; desconocidos por los grandes de la tierra, pero mirados con amor por el Padre, hombres y mujeres que, precisamente en la vida y actividad de cada jornada, son los obreros incansables que trabajan en la viña del Señor; son los humildes y grandes artífices por la potencia de la gracia, ciertamente del crecimiento del Reino de Dios en la historia». Son, en definitiva, aquellos que supieron «con la ayuda de Dios conservar y perfeccionar en su vida la santificación que recibieron» en el Bautismo.
Todos hemos sido llamados a la plenitud del Amor, a luchar contra las propias pasiones y tendencias desordenadas, a recomenzar siempre que sea preciso, porque «la santidad no depende del estado soltero, casado, viudo, sacerdote, sino de la personal correspondencia a la gracia, que a todos se nos concede». La Iglesia nos recuerda que el trabajador que toma cada mañana su herramienta o su pluma, o la madre de familia dedicada a los quehaceres del hogar, en el sitio que Dios les ha designado, deben santificarse cumpliendo fielmente sus deberes.
Es consolador pensar que en el Cielo, contemplando el rostro de Dios, hay personas con las que tratamos hace algún tiempo aquí abajo, y con las que seguimos unidos por una profunda amistad y cariño. Muchas ayudas nos prestan desde el Cielo, y nos acordamos de ellas con alegría y acudimos a su intercesión.
Hacemos hoy nuestra aquella petición de Santa Teresa, que también ella misma escuchará, en esta Solemnidad: «¡­Oh ánimas bienaventuradas, que tan bien os supisteis aprovechar, y comprar heredad tan deleitosa...! Ayudadnos, pues estáis tan cerca de la fuente; coged agua para los que acá perecemos de sed».
II. En la Solemnidad de hoy, el Señor nos concede la alegría de celebrar la gloria de la Jerusalén celestial, nuestra madre, donde una multitud de hermanos nuestros le alaban eternamente. Hacia ella, como peregrinos, nos encaminamos alegres, guiados por la fe y animados por la gloria de los Santos; en ellos, miembros gloriosos de su Iglesia, encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad.
Nosotros somos todavía la Iglesia peregrina que se dirige al Cielo; y, mientras caminamos, hemos de reunir ese tesoro de buenas obras con el que un día nos presentaremos ante nuestro Dios. Hemos oído la invitación del Señor: Si alguno quiere venir en pos de Mí... Todos hemos sido llamados a la plenitud de la vida en Cristo. Nos llama el Señor en una ocupación profesional, para que allí le encontremos, realizando aquella tarea con perfección humana y, a la vez, con sentido sobrenatural: ofreciéndola a Dios, ejercitando la caridad con las personas que tratamos, viviendo la mortificación en su realización, buscando ya aquí en la tierra el rostro de Dios, que un día veremos cara a cara. Esta contemplación trato de amistad con nuestro Padre Dios podemos y debemos adquirirla a través de las cosas de todos los días, que se repiten muchas veces, con aparente monotonía, pues «para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas raras. A todos los hombres sin excepción, Cristo les pide que sean perfectos como su Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas».
¿Qué otra cosa hicieron esas madres de familia, esos intelectuales o aquellos obreros..., para estar en el Cielo? Porque a él queremos ir nosotros; es lo único que, de modo absoluto, nos importa. Esta santa decisión tiene mucha importancia para los demás. Si, con la gracia de Dios y la ayuda de tantos, alcanzamos el Cielo, no iremos solos: arrastraremos a muchos con nosotros.
Quienes han llegado ya, procuraron santificar las realidades pequeñas de todos los días; y si alguna vez no fueron fieles, se arrepintieron y recomenzaron el camino de nuevo. Eso hemos de hacer nosotros: ganarnos el Cielo cada día con lo que tenemos entre manos, entre las personas que Dios ha querido poner a nuestro lado.
III. Muchos de los que ahora contemplan la faz de Dios quizá no tuvieron ocasión, a su paso por la tierra, de realizar grandes hazañas, pero cumplieron lo mejor posible sus deberes diarios, sus pequeños deberes diarios. Tuvieron quizá errores y faltas de paciencia, de pereza, de soberbia, tal vez pecados graves. Pero amaron la Confesión, y se arrepintieron, y recomenzaron. Amaron mucho y tuvieron una vida con frutos, porque supieron sacrificarse por Cristo. Nunca se creyeron santos; todo lo contrario: siempre pensaron que iban a necesitar en gran medida de la misericordia divina. Todos conocieron, en mayor o menor grado, la enfermedad, la tribulación, las horas bajas en las que todo les costaba; sufrieron fracasos y éxitos. Quizá lloraron, pero conocieron y llevaron a la práctica las palabras del Señor, que hoy también nos trae la Liturgia de la Misa: Venid a Mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os aliviaré. Se apoyaron en el Señor, fueron muchas veces a verle y a estar con Él junto al Sagrario; no dejaron de tener cada día un encuentro con Él.
Los bienaventurados que alcanzaron ya el Cielo son muy diferentes entre sí, pero tuvieron en esta vida terrena un común distintivo: vivieron la caridad con quienes les rodeaban. El Señor dejó dicho: en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros. Ésta es la característica de los Santos, de aquellos que están ya en la presencia de Dios.
Nosotros nos encontramos caminando hacia el Cielo y muy necesitados de la misericordia del Señor, que es grande y nos mantiene día a día. Hemos de pensar muchas veces en él y en las gracias que tenemos, especialmente en los momentos de tentación o de desánimo.
Allí nos espera una multitud incontable de amigos. Ellos «pueden prestarnos ayuda, no sólo porque la luz del ejemplo brilla sobre nosotros y hace más fácil a veces que veamos lo que tenemos que hacer, sino también porque nos socorren con sus oraciones, que son fuertes y sabias, mientras las nuestras son tan débiles y ciegas. Cuando os asoméis en una noche de noviembre y veáis el firmamento constelado de estrellas, pensad en los innumerables santos del Cielo, que están dispuestos a ayudarnos...». Nos llenará de esperanza en los momentos difíciles. En el Cielo nos espera la Virgen para darnos la mano y llevarnos a la presencia de su Hijo, y de tantos seres queridos como allí nos aguardan.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

lunes, 30 de octubre de 2017

Martes semana 30 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 30 de tiempo ordinario; año impar

La manifestación de los hijos de Dios
“En aquel tiempo, decía Jesús: - ¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas. » Y añadió: -¿A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta»” (Lucas 13,18-21).
I. En sentido amplio puede decirse que todas las criaturas, especialmente las espirituales, son hijas de Dios, aunque con una filiación muy imperfecta, pues su semejanza con el Creador no es, de ningún modo, identidad de naturaleza. Sin embargo, con el Bautismo se produjo en nuestra alma un nuevo nacimiento, una elevación sobrenatural, que nos hizo participar de la naturaleza divina. Esta elevación sobrenatural dio origen a una filiación divina inmensamente superior a la filiación humana propia de cada criatura. Las palabras que desde la eternidad aplica el Padre a su Unigénito, nos las apropia ahora a nosotros. A cada uno nos dice: Tú eres mi hijo; Yo te he engendrado hoy (Salmo II, 7). Este hoy es nuestra vida terrena, pues Dios nos da cada día este nuevo ser.
II. Nuestra filiación es una participación de la plena filiación exclusiva y constitutiva de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Es a partir de esta filiación como entramos en intimidad con la Trinidad Santa, es una verdadera participación de la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La filiación divina ha de estar presente en todos los momentos del día, pero se ha de poner especialmente de manifiesto si alguna vez sentimos con más fuerza la dureza de la vida. Nuestro Padre no puede enviarnos nada malo. Podemos decir: ¡Omnia in bonum! Todo es para bien “¡Señor, que otra vez y siempre se cumpla tu sapientísima Voluntad” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Via Crucis).
III. La filiación divina no es un aspecto más, entre otros, del ser cristianos: De algún modo abarca todos los demás. No es propiamente una virtud que tenga sus actos particulares, sino una condición permanente del bautizado que vive su vocación. Podemos decir que todos los dones y gracias nos han sido dados para constituirnos en hijos de Dios, en imitadores del Hijo hasta llegar a ser alter Christus, ipse Christus, ¡otro Cristo, el mismo Cristo! (ÍDEM). Cada vez hemos de parecernos más a Él. Nuestra vida debe reflejar la suya. Considerar nuestra filiación divina en la oración nos llenará de paz, viviremos abandonados en las manos de Dios, y viviremos la fraternidad cristiana con los que nos rodean, quienes también son hijos de Dios. Nuestra Madre Santísima nos enseñará a saborear las palabras del Salmo II: Tú eres mi hijo; Yo te he engendrado hoy.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Lunes semana 30 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 30 de tiempo ordinario; año impar

Mirar al cielo
Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Habla una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: -«Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús habla curado en sábado, dijo a la gente: -«Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.» Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: -«Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no habla que soltarla en sábado?» A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía” (Lucas 13,10-17).
I. En el Evangelio de la Misa, San Lucas (13, 10-17) nos relata cómo Jesús entró a enseñar un sábado en la sinagoga, según era su costumbre, y curó a una mujer que había estado encorvada por dieciocho años, sin poder enderezarse de ningún modo. El jefe de la sinagoga se indignó porque Jesús curaba en sábado: no sabe ver la alegría de Dios al contemplar a esta hija suya sana del alma y de cuerpo, y con su alma pequeña no comprende la grandeza de la misericordia divina que libera a esta mujer postrada por largo tiempo. La mujer quedó libre del mal espíritu que la tenía encadenada y de la enfermedad del cuerpo. Ya podía mirar a Cristo, y al Cielo, y a las gentes, y al mundo. Nosotros también estamos muy necesitados de la misericordia del Señor, y la consideración de estas escenas del Evangelio nos llevará a confiar más en Él y a imitarle en su misericordia en el trato con los que nos rodean y nunca pasaremos indiferentes ante su dolor o su desgracia.
II. “Así encontró el Señor a esta mujer que había estado encorvada durante dieciocho años: no se podía erguir (Lucas 13, 11). Como ella –comenta San Agustín- son los que tienen su corazón en la tierra” (Comentario al Salmo 37). Muchos pasan la vida entera mirando a la tierra, atados por la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (1 Juan 2, 16). La concupiscencia de la carne impide ver a Dios, pues sólo lo verán los limpios de corazón (Mateo 5, 8). La concupiscencia de los ojos, una avaricia de fondo, nos lleva a no valorar sino lo que se puede tocar: los ojos se quedan pegados a las cosas terrenas, y por lo tanto, no pueden descubrir las realidades sobrenaturales y llevan a juzgar todas las circunstancias sólo con visión humana. Ninguno de estos enemigos podrá con nosotros si continuamente suplicamos al Señor que siempre nos ayude a levantar nuestra mirada hacia Él.
III. Cuando, mediante la fe, tenemos la capacidad de mirar a Dios, comprendemos la verdad de la existencia: el sentido de los acontecimientos, la razón de la cruz, el valor sobrenatural de nuestro trabajo, y cualquier circunstancia que, en Dios y por Dios, recibe una eficacia sobrenatural. El cristiano adquiere una particular grandeza de alma cuando tiene el hábito de referir a Dios las realidades humanas y los sucesos, grandes o pequeños, de su vida corriente. Acudamos a la misericordia del Señor para que nos conceda ese don vivir de fe, para andar por la tierra con los ojos puestos en el Cielo, en Él, en Jesús.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

sábado, 28 de octubre de 2017

Domingo semana 30 del tiempo ordinario, ciclo A

Domingo de la semana 30 de tiempo ordinario; ciclo A

Creados para la alegría
«Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se pusieron de acuerdo, y uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para tentarle: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas.» (Mateo 22, 34-40)
I. La Antífona de entrada de la Misa nos invita a la alegría y nos señala el camino para encontrarla: Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro. Cuando no buscamos a Dios es imposible estar contentos. La tristeza nace del egoísmo, del afán de compensaciones, del descuido de las cosas de Dios y de las de nuestros hermanos los hombres..., de estar pendientes de nosotros mismos, en definitiva. Sin embargo, el Señor nos ha creado para la alegría. Nos quiere más alegres cuanto más cerca de Sí nos llama. Ya en el Antiguo Testamento se anuncia: No temas, tierra; alégrate y gózate porque son muy grandes las cosas que hace el Señor... Alegraos y gozaos, hijos de Sión, en el Señor, vuestro Dios, que os dará la lluvia a su tiempo y hará descender sobre vosotros la temprana y la tardía de otras veces.
Para nosotros los cristianos, la alegría es una verdadera necesidad. Cuando el alma está alegre se vierte hacia fuera y tiene alas para volar hacia Dios y para excederse en el servicio a los demás; un corazón alegre está más cerca de Dios, se dispone para llevar a cabo empresas grandes y es estímulo para sus hermanos. La tristeza paraliza los mejores propósitos de santidad y de apostolado, y oscurece el ambiente. Es un gran mal. Por eso, San Pablo repetía una y otra vez a los primeros cristianos: Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos. Por otra parte, en medio de las fuertes contradicciones que estaban padeciendo, la alegría era su fortaleza y el mejor medio para atraer a otros a la fe.
La tristeza no se origina por dificultades o sufrimientos más o menos graves, sino por dejar de mirar a Jesús. Enseña Santo Tomás que este mal del alma es un verdadero vicio causado por el desordenado amor de sí mismo, y es causa de otros muchos males. Es como una raíz enferma que sólo produce frutos amargos. La tristeza origina muchas faltas de caridad, despierta el afán de compensaciones y permite, con frecuencia, que el alma no luche con prontitud en las tentaciones que provienen de la sensualidad.
"Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado", pues la alegría es el primer efecto del amor, y la tristeza el fruto estéril del egoísmo, de la pereza..., del desamor, en definitiva. "La tristeza mueve a la ira y al enojo; y así experimentamos que, cuando estamos tristes, fácilmente nos enfadamos y nos airamos por cualquier cosa; y más, hace al hombre sospechoso y malicioso, y algunas veces turba de tal modo que parece que quita el sentido y saca fuera de sí". El alma entristecida cae con facilidad en el pecado y se queda sin fuerzas para el bien; es camino cierto para la derrota. Como la polilla al vestido, y la carcoma a la madera, así la tristeza daña el corazón del hombre.
Si alguna vez sentimos que nos ronda esta mala enfermedad del alma, o que ya se ha introducido dentro, examinemos dónde tenemos puesto el corazón. ""Laetetur cor quaerentium Dominum" -Alégrese el corazón de los que buscan al Señor.
"-Luz, para que investigues en los motivos de tu tristeza". ¡Qué difícil es estar triste -aun en medio del dolor, de la pobreza, de la enfermedad...- cuando de verdad andamos con la mirada puesta en el Señor, y somos generosos en lo que nos está pidiendo en esa situación, quizá humanamente difícil! Como San Pablo, podremos decir siempre: estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en medio de las tribulaciones. Si buscamos realmente al Señor en nuestra vida, nada podrá quitarnos la paz y la alegría. El dolor purificará el alma, y las mismas penas se transformarán en gozo.
II. Laetetur cor quaerentium Dominum... que se alegren los corazones que buscan al Señor.
El Evangelio de la Misa de este domingo invita a la alegría, porque es una llamada al amor. El mandamiento del amor es a la vez el de la alegría, pues esta virtud "no es distinta de la caridad, sino cierto acto y efecto suyo". De aquí que el índice de nuestra unión con Dios venga señalado por la alegría y el buen humor que ponemos en el cumplimiento del deber, en el trato con los demás, en el modo como llevamos el dolor y las contradicciones.
Cuando los fariseos se acercaron a Jesús para preguntarle por el mandamiento principal de la ley, Jesús les respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Esto es lo que necesitamos: dirigirnos a Dios con todo lo que tenemos y somos, servir al prójimo, abrirnos a él, y olvidarnos de nosotros mismos, huir de la preocupación por estar más cómodos, dejar nuestra vanidad y el orgullo a un lado, poner la mirada lejos de nosotros..., amar.
Muchos piensan que van a ser más felices cuando posean más cosas, cuando sean más admirados..., y se olvidan de que sólo necesitamos "un corazón enamorado". Y ningún amor puede llenar nuestro corazón, que fue hecho por Dios para alcanzar su plenitud en los bienes eternos, sin el Amor. Los demás amores limpios -los otros no son amores- adquieren su verdadero sentido cuando buscamos al Señor sobre todas las cosas. Por el contrario, ni el egoísta, ni el envidioso, ni quien tiene puesta su alma en los bienes de la tierra... gustarán de aquella alegría que prometió Jesús a los suyos, porque no sabrá querer, en el sentido más profundo y noble de la palabra. "Mas esta fuerza tiene el amor, si es perfecto: que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos. Y verdaderamente es así, que, aunque sean grandísimos trabajos, entendiendo contentamos a Dios, se nos hacen dulces". Todas las dificultades y tribulaciones son llevaderas de la mano del Señor.
III. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte... Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, rezamos al Señor con las palabras del Salmo responsorial.
En Él encontramos la seguridad y todo lo que necesitamos, también la alegría y la paz en cualquier situación por la que estemos pasando. Por eso, no dejaremos nunca de tratarlo personalmente, con intimidad, cada día. Mucho nos va en ello.
La alegría y la paz que bebemos en esa fuente inagotable que es Cristo, hemos de llevarla a quienes Dios ha puesto más cerca de nosotros, a nuestros hogares, que no han de ser en ningún momento tristes, ni oscuros, ni tensos por las incomprensiones y los egoísmos, sino "luminosos y alegres", como fue aquel donde vivió Jesús con María y José. Cuando en el lenguaje habitual se dice "esa casa parece un infierno", enseguida se nos viene a la mente un hogar sin amor, sin alegría, sin Cristo. Un hogar cristiano debe ser alegre porque en él está el Señor que lo preside, y porque ser discípulos suyos significa, entre otras cosas, vivir esas virtudes humanas y sobrenaturales a las que tan íntimamente está unida la alegría: generosidad, cordialidad, espíritu de sacrificio, simpatía, empeño por hacer la vida más amable a quienes están cerca...
Hemos de llevar esta alegría serena, resultado de tratar diariamente al Señor, a nuestro lugar de trabajo, a la calle, a las relaciones con los clientes, a quien nos pregunta por una dirección en una ciudad que le es desconocida... Muchos se encuentran tristes e inquietos y necesitan, ante todo, ver la alegría que el Señor nos ha dejado para ponerse ellos también en camino. ¡Cuántos han descubierto el sendero que lleva a Dios a través de la alegría cristiana, hecha vida en un compañero de trabajo, en un amigo...!
Este gozo cristiano es también el estado de ánimo necesario para el cumplimiento de nuestras obligaciones. Y cuanto más elevadas sean éstas, tanto más habrá de elevarse nuestra alegría. Cuanto mayor sea nuestra responsabilidad (padres, sacerdotes, superiores, maestros...), mayor también la obligación de tener esa alegría para comunicarla. El rostro del Señor debía resplandecer de alegría, y su paz se manifestó incluso en su Pasión y Muerte. También en esos momentos quiso darnos ejemplo para que le imitáramos si el camino de la vida se nos hiciera cuesta arriba.
El recurso a Nuestra Madre Santa María -Causa nostrae laetitiae, Causa de nuestra alegría- nos permitirá encontrar fácilmente el camino de la paz y del gozo verdadero, si alguna vez lo hubiéramos perdido. Enseguida comprenderemos que esa senda que conduce a la alegría es la misma que lleva a Dios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

viernes, 27 de octubre de 2017

Sábado de la semana 29 de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 29 de tiempo ordinario; año impar

La higuera estéril
En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.» Y les dijo esta parábola: -«Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas"»” (Lucas 13,1-9).
I. En el Evangelio de la Misa de hoy (Lucas 13, 6-9) se habla de la higuera que año tras año no daba fruto a pesar de los cuidados que le prodigaba su dueño. La higuera representa a aquel que permanece improductivo (Jeremías 8, 13) de cara a Dios. El Señor nos ha colocado en el mejor lugar, donde podemos dar frutos según las propias condiciones y gracias recibidas, y hemos sido objeto de los mayores cuidados del más experto viñador desde el mismo momento de nuestra concepción: Nos dio un Ángel Custodio para que nos protegiera, la gracia inmensa del Bautismo, se nos dio Él mismo como alimento en la Sagrada Comunión, incontables gracias y favores del Espíritu Santo. Sin embargo es posible que el Señor encuentre en nuestra vida pocos frutos, y a pesar de todo, vuelve una y otra vez con nuevos cuidados: Es la paciencia de Dios (2 Pedro 3, 9). El Señor no da nunca a nadie por perdido, confía en nosotros, aunque no siempre hayamos respondido a sus esperanzas.
II. Cada persona tiene una vocación particular, y toda vida que no responde a ese designio divino se pierde. El Señor espera correspondencia a tantos desvelos, a tantas gracias concedidas, aunque nunca podrá haber paridad entre lo que damos y lo que recibimos. Sin embargo, con la gracia sí que podemos ofrecerle cada día muchos frutos de amor: de caridad, de apostolado, de trabajo bien hecho. Examinemos en nuestra oración: si tuviéramos que presentarnos ahora delante de Dios, ¿nos encontraríamos alegres, con las manos llenas de frutos para ofrecer a nuestro Padre? Aprovechemos hoy para hacer propósitos firmes. “Dios nos concede quizá un año más para servirle. No pienses en cinco, ni en dos. Fíjate sólo en éste: en uno, en el que hemos comenzado...” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios), en el que está por terminar.
III. Dios quiere de nosotros no apariencias de frutos, sino realidades que permanecerán más allá de este mundo: personas que hemos acercado a la Confesión, horas de trabajo terminadas con hondura profesional y rectitud de intención, pequeñas mortificaciones, vencimientos en el estado de ánimo, orden, alegría, pequeños servicios a los demás. También invoquemos la paciencia divina que el Señor ha tenido con nosotros, para otras personas que quizá, con una constancia de años, pretendemos que se acerquen a Jesús. Nuestra Madre nos alcanzará la gracia abundante que necesita nuestra alma para dar más frutos y la que precisan nuestros familiares y amigos para que aceleren el paso hacia su Hijo, que los espera.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Santos Simón y Judas, apóstoles

Pocas cosas sabemos con certeza de estos dos Apóstoles que hoy celebra la Iglesia.
El nombre de Simón figura en el undécimo lugar en la lista de los Apóstoles. Lo único que sabemos de él es que era de Caná y que se le daba el apodo de «Zelotes» o «Celoso».
Judas, por sobrenombre Tadeo, es aquel Apóstol que en la última Cena preguntó al Señor por qué se manifestaba a los discípulos y no al mundo. (Juan 14, 22).
La liturgia romana, a diferencia de la de los orientales, conmemora el mismo día, juntamente, a estos dos Apóstoles.
En tiempos de Jesucristo había muchos grupos de matiz religioso-político y uno de éstos era el de Simón, de aquí el sobrenombre con que se le conoce. Simón ardía de celo por la religión judía y luchaba con todas sus fuerzas por echar de encima el yugo del dominio extranjero. Quizá era un poco parecido a Saulo en su celo por las leyes y costumbres de Israel.
Parece que era de temperamento fogoso, ardiente y que deseaba que todos pensaran como él. Pero llegó un día la gracia hasta él y el Maestro lo llamó a que le siguiera y, él, dejándolo todo, le siguió incondicionalmente. Desde entonces para distinguirlo de Simón Pedro le llamarán Simón el Zelotes. Es del Apóstol que menos datos fideldignos conservamos.
Simón el Zelotes ha entrado en el camino de la humildad. Su nombre y los rastros de su vida se pierden ya. Seguro que estuvo presente en todos los grandes acontecimientos de nuestra fe. Jesucristo lo amó entrañablemente y siguió la misma suerte que los demás Apóstoles. Estaba presente el día de Pentecostés y quedó lleno del Espíritu Santo. Lleno de aquel fuego abrasador salió por los mundos para predicar a Jesucristo. La tradición dice que recorrió varios países, especialmente Mesopotamia y Persia, donde murió mártir de Jesucristo.
De San Judas ya sabemos algo más, aunque sea poco. Era pariente del Señor y se le denomina siempre con el nombre de Tadeo «o no el traidor» para distinguirlo del Iscariote o el traidor.
Tadeo significa «el firme», «el valiente», «el esforzado». Como familiar de Cristo, le conoce a fondo. Quizá ya vivía con Jesús antes de comenzar el apostolado. En el corazón de Judas arde el fuego apostólico ya antes de ser enviado por el Maestro a predicar el Evangelio y antes de que venga sobre ellos la fuerza del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Por ello él sentirá que aquellas maravillas que les dice a ellos, que el Mensaje de salvación que les predica Cristo, no llegue a todos los hombres. Judas posee, pues, un corazón ecuménico y universal. Por ello quiere que el Maestro alargue su misión. Esto ya lo hará por medio de ellos cuando sean su brazo largo, y hagan de voz, de pies y manos para llevar el Evangelio a toda criatura.
A Judas debemos una de las Cartas canónicas. Él escribe ya contra los primeros herejes a los que hay que atajar: «Hombres impíos -les llama- que cambian la gracia de nuestro Dios en lujuria, y niegan a Jesucristo, desprecian la sujeción y se corrompen». La Carta va dirigida a los que quieren seguir la verdadera fe y esperan a Jesucristo en su venida. San Judas se presenta humildemente en su Carta llamándose «un siervo de Jesucristo», quizá lo haga para no distinguirse ante los demás por los lazos de sangre y carne que le unían con el Maestro.
La tradición también une a Judas con Simón en su martirio en Persia. Esta noticia la trae San Jerónimo y algunos otros autores antiguos.

jueves, 26 de octubre de 2017

Viernes semana 29 de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 29 de tiempo ordinario; año impar

Los signos de los tiempos
“En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: -«Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: "Chaparrón tenemos", y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: "Va a hacer bochorno", y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo» (Lucas 12,54-59).
I. Desde siempre los hombres se han interesado por el tiempo y por el clima, especialmente los agricultores y los marinos, para tener un pronóstico en razón de sus tareas. En el Evangelio de la Misa (Lucas 12, 54-59), Jesús advierte a los hombres que saben prever el clima, pero no saben discernir las señales abundantes y claras que Dios envía para que conozcan que ha llegado el Mesías. El Señor sigue pasando cerca de nuestra vida, con suficientes referencias, y cabe el peligro de que en alguna ocasión no lo reconozcamos. Se hace presente en la enfermedad o en la tribulación, en las personas con las que trabajamos o en las que forman nuestra familia, en las buenas noticias esperando que le demos las gracias. Nuestra vida sería bien distinta si fuéramos más conscientes de la presencia divina y desaparecería la rutina, el malhumor, las penas y las tristezas porque viviríamos más confiados de la Providencia divina.
II. La fe se hace más penetrante cuanto mejores son las disposiciones de la voluntad. Cuando no se está dispuesto a cortar con una mala situación, cuando no se busca con rectitud de intención sólo la gloria de Dios, la conciencia se puede oscurecer y quedarse sin luz para entender incluso lo que parece evidente. Si la voluntad no se orienta a Dios, la inteligencia encontrará muchas dificultades en el camino de la fe, de la obediencia o de la entrega al Señor (J. PIEPER, La fe, hoy). La limpieza de corazón, la humildad y la rectitud de intención son importantes para ver a Jesús que nos visita con frecuencia. Rectifiquemos muchas veces la intención: ¡para Dios toda la gloria!
III. Todos vamos por el camino de la vida hacia el juicio. Aprovechemos ahora para olvidar agravios y rencores, por pequeños que sean, mientras queda algo de trayecto por recorrer. Descubramos los signos que nos señalan la presencia de Dios en nuestra vida. Luego, cuando llegue la hora del juicio, será ya demasiado tarde para poner remedio. Este es el tiempo oportuno de rectificar, de merecer, de amar, de reparar, de pagar deudas de gratitud, de perdón, incluso de justicia. A la vez, hemos de ayudar a otros que nos acompañan en el camino de la vida a interpretar esas huellas que señalan el paso del Señor cerca de su familia, de su trabajo... Hemos de saber descubrir a Jesús, Señor de la historia, presente en el mundo, en medio de los grandes acontecimientos de la humanidad, y en los pequeños sucesos de los días sin relieve. Entonces sabremos darlo a conocer a los demás.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Jueves semana 29 de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 29 de tiempo ordinario; año impar

¡Fuego he venido a traer a la tierra!
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres Contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra»” (Lucas 12,49-53).
I. El Señor manifiesta a sus discípulos el celo apostólico que le consume: Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que yo arda? (Lucas 12, 49) San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio de la Misa, enseña: “los hombres que creyeron en Él comenzaron a arder, recibieron la llama de la caridad. Inflamados por el fuego del Espíritu Santo, comenzaron a ir por el mundo y a inflamar a su vez...” Somos nosotros quienes hemos de ir ahora por el mundo con ese fuego de amor y de paz que encienda a otros en el amor a Dios y purifique sus corazones. “El fuego que Jesús ha traído a la tierra es Él mismo, es la Caridad: ese amor que no sólo une el alma a Dios, sino a las almas entre sí” (CH. LUBICH, Meditaciones) Hoy es un buen día para considerar en nuestra oración si nosotros propagamos a nuestro alrededor el fuego del amor de Dios.
II. El apostolado en medio del mundo se propaga como un incendio. Cada cristiano que viva su fe se convierte en un punto de ignición en medio de los suyos, en el lugar de trabajo, entre sus amigos y conocidos... Pero esa capacidad sólo es posible cuando se cumple en nosotros el consejo de San Pablo a los cristianos: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús (Filipenses 2, 5): esto nos lleva a pensar, mirar, sentir, obrar y reaccionar como Él ante las gentes. Jesús se compadecía de los hombres: su amor era tan grande que no se dio por satisfecho hasta entregar su vida en la Cruz. Este amor ha de llenar nuestro corazón: entonces nos compadeceremos de todos aquellos que andan alejados del Señor y procuraremos ponernos a su lado para que, con la ayuda de la gracia, conozcan al Maestro. Todas las almas interesan al Señor. Cada una de ellas le ha costado el precio de su Sangre. Imitando al Señor, ninguna alma nos debe ser indiferente.
III. Después de cada encuentro único que tenemos con el Señor en la Santa Misa, nos ocurrirá como aquellos hombres y mujeres que fueron curados de sus enfermedades en algún lugar de Palestina: no cesaban de pregonar por todas partes las maravillas que el Maestro había obrado en su alma o en su cuerpo. Cada encuentro con el Señor lleva esa alegría y a la necesidad de comunicar a los demás ese tesoro. Así propagaremos un incendio de paz y de amor que nadie podrá detener. Y también, llenos de gozo, podremos repetir muy dentro del corazón: He venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda? Es el fuego del amor divino, que trae la paz y la felicidad a las almas, a la familia, a la sociedad entera.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

martes, 24 de octubre de 2017

Miércoles semana 29 de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 29 de tiempo ordinario; año impar

Mucho le pedirán
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» Pedro le preguntó: -«Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» El Señor le respondió: -«¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá»” (Lucas 12,39-48).
I. Dios nos llamará para rendir cuentas de la herencia que dejó en nuestras manos y nos pedirá a cada uno de nosotros según nuestras circunstancias personales y las gracias que recibimos: puede venir en la segunda vigilia o en la tercera..., a cualquier hora. Todos tenemos que cumplir una misión en la tierra, y de ella hemos de responder al final de la vida. Seremos juzgados según los frutos, abundantes o escasos, que hayamos dado. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán (Lucas 12, 39-48). ¿Cuánto nos ha encomendado a nosotros? ¿Cuántos dependen de mi correspondencia personal a las gracias que recibo?
II. La responsabilidad en una persona que vive en medio del mundo ha de referirse, en buena parte, a su trabajo profesional, con el que da gloria a Dios, sirve a la sociedad, consigue los medios necesarios para el sostenimiento de la propia familia y realiza su apostolado personal. El sentido de responsabilidad llevará al cristiano a labrarse un prestigio profesional sólido, y a cumplir y a excederse en su tarea. “Cuando tu voluntad flaquee ante el trabajo habitual, recuerda una vez más aquella consideración: “el estudio, el trabajo, es parte esencial de mi camino. El descrédito profesional –consecuencia de la pereza- anularía o haría imposible mi labor de cristiano. Necesito –así lo quiere Dios- el ascendiente del prestigio profesional, para atraer y ayudar a los demás” “No lo dudes: si abandonas tu tarea, ¡te apartas –y apartas a otros- de los planes divinos” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco)
III. Pensemos en las incontables gracias que hemos recibido a lo largo de la vida, larga o corta, aquellas que conocimos palpablemente, y esa infinidad de dones que nos son desconocidos. Todos aquellos bienes que habíamos de repartir a manos llenas: alegría, cordialidad, ayudas pequeñas pero constantes... Meditemos hoy si nuestra vida es una verdadera respuesta a lo que Dios espera de nosotros. El Señor ha llegado ya y está todos los días entre nosotros. Es a Él a quien en cada jornada dirigimos nuestra mirada para comportarnos como hijos delante de su Padre, como el amigo delante del Amigo. Y cuando al final de nuestra vida demos cuenta de la administración que hicimos de nuestros bienes, se llenará nuestro corazón de alegría al ver esa fila interminable de personas que, con la gracia o nuestro empeño se acercaron a Él. A Nuestra Señora le pedimos que nos ayude a cumplir todo lo que su Hijo nos ha encomendado.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Martes semana 29 de tiempo ordinario, año impar

Martes de la semana 29 de tiempo ordinario; año impar

La vigilancia en el amor
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos»” (Lucas 12,35-38).
I. Tener las lámparas encendidas (Lucas 12, 35-38) indica la actitud atenta, propia del que espera la llegada de alguien. La situación del cristiano no puede ser de somnolencia y de descuido. Y esto por dos razones: porque el enemigo está siempre al acecho, como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pedro 5, 8), y porque quien ama no duerme (Cantares 2, 5). “Vigilar es propio del amor. Cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre, esperándola, y cada minuto que pasa sin ella es en función de ella y transcurre vigilante (...). Jesús pide el amor. Por esto solicita vigilancia” (CH. LUBICH, Meditaciones). Cuando el alma está adormecida, Jesús se marcha si haber llamado a nuestra puerta, pero si el corazón está en vela, llama y pide que se le abra (SAN AMBROSIO, Comentario al Salmo 18). Muchas veces a lo largo del día Jesús pasa a nuestro lado. ¡Qué pena si la tibieza impidiera verlo!
II. Todos los días nos encontramos con obstáculos que nos apartan de Dios. Generalmente debemos luchar en pequeños detalles. Muchas veces el empeño por mantenernos en estado de vigilia, bien opuesto a la tibieza, se concretará en fortaleza para cumplir nuestras normas de piedad, esos encuentros con el Señor que nos llenan de fuerzas y de paz. Otras veces la lucha estará centrada en el modo de vivir la caridad, en tener buen humor; o tendremos que empeñarnos en realizar mejor el trabajo, en ser más puntuales, en poner los medios para continuar nuestra formación humana, profesional y espiritual. En la lucha por lo pequeño, el alma se fortalece y se dispone para oír las continuas inspiraciones y mociones del Espíritu Santo. Y es también en el descuido de lo pequeño es donde el enemigo se hace peligroso y difícil de vencer.
III. El corazón que ama está alerta; el tibio duerme. El estado de tibieza se parece a una pendiente inclinada que cada vez se separa más de Dios: nace una preocupación por no excederse, por quedarse en lo indispensable para no caer en pecado mortal, aunque se acepta con frecuencia el venial. Se justifica esta actitud por razones de naturalidad, de eficacia, de salud, que ayudan al tibio a ser indulgente con sus pequeños defectos desordenados, apegos a personas o cosas, caprichos, comodidad. Se va tirando, queda en el corazón un vacío de Dios que se intenta llenar con otras cosas, que no son de Dios y no llenan. Tened las lámparas encendidas..., atentos a los pasos del Señor. Nadie estuvo más atento a la llegada del Señor a la tierra que María. Ella nos enseñará a mantenernos vigilantes.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Antonio María Claret, obispo

Antonio Claret y Clará nació en Sallent (Barcelona, España) el 23 de diciembre de 1807. Era el quinto de once hijos de Juan Claret y Josefa Clará. Le bautizaron el día de Navidad. La escasa salud de su madre hizo que se le pusiera al cuidado de una nodriza en Santa María de Olot. Una noche en que Antonio se quedó en la casa paterna se hundió la casa de la nodriza muriendo todos en el accidente. Para Claret aquello supuso siempre una señal de la providencia.
La cuna de Claret fue sacudida constantemente por el traqueteo de los telares de madera que su padre tenía en los bajos de la casa. Ya desde sus primeros años Antonio dio muestras de una inteligencia y de buen corazón. A los cinco años, pensaba en la eternidad: por la noche, sentado en la cama, quedaba impresionado por aquel "siempre, siempre, siempre". El mismo recordaría estas palabras, más tarde, siendo Arzobispo:
"Esta idea de la eternidad quedó en mí tan grabada, que, ya sea por lo tierno que empezó en mí o ya sea por las muchas veces que pensaba en ella, lo cierto es que es lo que más tengo presente. Esta misma idea es la que más me ha hecho y me hace trabajar aún, y me hará trabajar mientras viva, en la conversión de los pecadores" (Aut. nº 9)
La guerra popular contra Napoleón embargaba vivamente el ambiente de la época. Sus soldados pasaban frecuentemente por la villa entre los años 1808 y 1814. Hasta los sacerdotes del pueblo se habían sumado a la lucha. En 1812 se promulgaba la nueva Constitución.
Mientras, Antonio jugaba, estudiaba, crecía... Dos amores destacaban ya en el pequeño Claret: la Eucaristía y la Virgen. Asistía con atención a la misa; dejaba momentáneamente el juego para visitar a Jesús en la iglesia siempre que no ocasionara molestias a sus compañeros; iba con frecuencia, acompañado de su hermana Rosa, a la ermita de Fusimaña y rezaba diariamente el rosario.
Una debilidad de Antonio eran los libros. Se los devoraba. Pocas cosas contribuyeron tanto a la santidad de Antonio como sus lecturas, las primeras lecturas de su infancia. Porque sus lecturas eran escogidas. Pero ya entonces Antonio tenía una ilusión: llegar a ser sacerdote y apóstol. Sin embargo, su vocación debería recorrer todavía otro itinerario.
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Entre los Telares:
Toda su adolescencia la pasó Antonio en el taller de su padre. Pronto consiguió llegar a ser maestro en el arte textil. Para perfeccionarse en la fabricación pidió a su padre que le permitiera ir a Barcelona, donde la industria estaba atrayendo a numerosos jóvenes. Allí se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de la Lonja. Trabajaba de día, y de noche estudiaba. Aunque seguía siendo un buen cristiano, su corazón estaba centrado en su trabajo. Gracias a su tesón e ingenio llegó pronto a superar en calidad y belleza las muestras que llegaban del extranjero. Un grupo de empresarios, admirados de su competencia, le propusieron un plan halagüeño: fundar una compañía textil corriendo a cuenta de ellos la financiación y el montaje de la fábrica. Pero Antonio, inexplicablemente, se negó. Dios andaba por medio.
Unos cuantos hechos le hicieron más sensible el oído a la voz de Dios.
a) Un amigo a quien estimaba mucho tenía el grave vicio del juego. Llegó a robarle sus ahorros para jugarlos y cuando los perdió, desesperado robó una joyas valiosas, las cuales también perdió en el juego. La policía siguiendo el rastro de las joyas dio con él y lo encarceló; todos comenzaron a calumniar a Antonio, diciendo que era cómplice de su amigo. Esta experiencia empezó a crear en su corazón un disgusto por el mundo, las amistades y las riquezas.
b)El segundo hecho que le ocurrió fue estando un día con unos amigos en la playa, metió los pies para refrescarse en el agua, y de pronto una ola gigantesca lo arrastró hacia mar adentro, y Antonio que no sabía nadar se estaba ahogando. De sus labios solo salió un grito "Virgen Santa, salvadme" , y sin saber cómo, Antonio estaba en la orilla, sano y salvo y para colmo sus vestidos secos totalmente.
c)El tercer hecho fue el que le ocurrió al ir a visitar a un amigo a su casa. Cuando llegó, el amigo no se encontraba y quien estaba en casa era la esposa. Ella, dándose cuenta de la gallardía de Antonio, quedó cegada con un amor indigno y le dijo: "Antonio, ¡qué diferente eres de mi esposo, siempre agrio y despectivo! Quisiera que fuéramos buenos amigos".
Claret huye de la tentación. "Señora, vuestro esposo tarda y tengo mucho que hacer..." Ella intentó detenerle, pero en vano. Antonio se deshace de ella para no volver más.
Por fin, las palabras del Evangelio: "¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?", le impresionaron profundamente.
Los telares se pararon en seco, y Antonio se fue a consultar a los oratorianos de San Felipe Neri. Por fin tomó la decisión de hacerse cartujo y así se lo comunicó a su padre. Su decisión de ser sacerdote llegó a oídos del obispo de Vic D. Pablo de Jesús Corcuera que quiso conocerle. Antonio salía de Barcelona a principios de septiembre de 1829 camino de Sallent y Vic. Tenía 21 años y estaba decidido a ser sacerdote.
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En el Seminario
En el seminario de Vic, forja de apóstoles, Claret se formó como seminarista externo viviendo como fámulo de Don Fortià Bres, mayordomo del palacio episcopal. Pronto iba a destacar por su piedad y por su aplicación. Eligió como su confesor y director al oratoriano P. Pere Bac. Después de un año llegó el momento de llevar a cabo su decisión de entrar en la cartuja de Montealegre, y hacia allí salió, pero una tormenta de verano que lo sorprendió en el camino dio al traste con sus planes. Tal vez Dios no le quería de cartujo. Dio media vuelta y retornó a Vic.
Este hecho nos muestra la apertura tan grande de San Antonio a las inspiraciones del Espíritu Santo y a las obras y señales de Dios.
Al siguiente año, Antonio pasó la prueba de fuego de la castidad en una tentación que le sobrevino un día en que yacía enfermo en la cama. Vio que la Virgen se le aparecía y, mostrándole una corona, le decía: "Antonio, esta corona será tuya si vences". De repente, todas las imágenes obsesivas desaparecieron. Siempre la Virgen Santísima sale a la defensa y auxilio de sus hijos.
Bajo la acertada guía del obispo Corcuera el ambiente del Seminario era óptimo. En él trabó amistad con Jaime Balmes, que se ordenaría de Diácono en la misma ceremonia en que Claret se ordenó de Subdiácono. Fue en esta época cuando Claret entró en un profundo contacto con la Biblia, que le impulsaría a un insaciable espíritu apostólico y misionero.
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Sacerdote:
A los 27 años, el 13 de junio de 1835, el obispo de Solsona, Fray Juan José de Tejada, ex-general de los Mercedarios, le confería, por fin, el sagrado orden del Presbiterado, junto con otros compañeros seminaristas. Su primera misa la celebró en la parroquia de Sallent el día 21 de junio, con gran satisfacción y alegría de su familia. Su primer destino fue precisamente Sallent, su ciudad natal.
A la muerte de Fernando VII la situación política española se había agravado. Los constitucionales, imitadores de la Revolución francesa, se habían adueñado del poder. En las Cortes de 1835 se aprobaba la supresión de todos los Institutos religiosos. Se incautaron y subastaron los bienes de la Iglesia y se azuzó al pueblo para la quema de conventos y matanza de frailes. Contra este desorden pronto se levantaron las provincias de Navarra, Cataluña y el País Vasco, estallando la guerra civil entre carlistas e isabelinos.
Pero Claret no era político. Era un apóstol. Y se entregó en cuerpo y alma a los quehaceres sacerdotales a pesar de las enormes dificultades que le suponía el ambiente hostil de su ciudad natal. Su caridad no tenía límites. Por eso, los horizontes de una parroquia no satisfacían el ansia apostólica de Claret. Consultó y decidió ir a Roma a inscribirse en "Propaganda Fide", con objeto de ir a predicar el Evangelio a tierras de infieles... Corría el mes de septiembre de 1839. Tenía 31 años.
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En Roma busca su identidad misionera:
Con un hatillo y sin dinero, a pie, un joven cura atravesó los Pirineos camino de la ciudad eterna. Llegado a Marsella tomó un vapor a Roma. Ya en la ciudad eterna, Claret hizo los ejercicios espirituales con un padre de la Compañía de Jesús. Y se sintió llamado a ingresar como novicio jesuita; había ido a Roma para ofrecerse como misionero del mundo, pero Dios parecía no quererle ni misionero "ad gentes" ni tampoco jesuita. Una enfermedad -un fuerte dolor en la pierna derecha- le hizo comprender que su misión estaba en España. Después de tres meses abandonó el noviciado por consejo del P. Roothaan.
Regresado a España, fue destinado provisionalmente a Viladrau, pueblecito entonces de leñadores, en la provincia de Gerona. En calidad de Regente (el párroco era un anciano impedido) emprendió su ministerio con gran celo. Tuvo que hacer también de médico, porque no lo había ni en el pueblo ni en sus contornos, utilizando yerbas y ungüentos medicinales para aliviar las penas de los que venían a verle.
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Misionero Apostólico en Cataluña:
Como Claret no había nacido para permanecer en una sola parroquia, su espíritu le empujó hacia horizontes más vastos. En julio de 1841, cuando contaba con 33 años recibió de Roma el título de Misionero Apostólico. Por fin era alguien destinado al servicio de la Palabra, al estilo de los apóstoles. Esta clase de misioneros había desaparecido desde San Juan de Avila. A partir de entonces su trabajo fue misionar. Vic iba a ser su residencia. Claret, siempre a pie, con un mapa de hule, su hatillo y su breviario, caminaba por la nieve o en medio de las tormentas, hundido entre barrancos y lodazales. Se juntaba con arrieros y comerciantes y les hablaba del Reino de Dios. Y los convertía. Sus huellas quedaron grabadas en todos los caminos. Las catedrales de Solsona, Gerona, Tarragona, Lérida, Barcelona y las iglesias de otras ciudades se abarrotaban de gente cuando hablaba el P. Claret.
Caminando hacia Golmes le invitaron a detenerse porque sudaba; él respondía con humor: "Yo soy como los perros, que sacan la lengua pero nunca se cansan".
"Padre, confiese a mi borrico" -le dijo un arriero con tono burlón. "Quien se ha de confesar eres tú -respondió Claret- que llevas 7 años sin hacerlo y te hace buena falta". Y aquel hombre se confesó.
En otra ocasión sacó de apuros a un pobre hombre, contrabandista, convirtiendo en alubias un fardo de tabaco ante unos carabineros que les echaron el alto. La mayor sorpresa se la llevó el buen hombre cuando, al llegar a su casa, observó que el fardo de alubias se había convertido de nuevo en tabaco. Son algunas de las "florecillas claretianas" de aquella época.
Otros hechos prodigiosos se cuentan, pero sobre todo se destacaba su virtud de penetrar las conciencias. Tenía enemigos que le calumniaban y que procuraban impedir su labor misionera teniendo que salir en su defensa el arzobispo de Tarragona. Pero su temple era de acero. Todo lo resistía y salía airoso de todas las emboscadas que le tendían.
Además de la predicación, el P. Claret se dedicaba a dar Ejercicios Espirituales al clero y a las religiosas, especialmente en verano. En 1844 , por ejemplo, los daba a las Carmelitas de la Caridad de Vic, asistiendo a ellos Santa Joaquina Vedruna.
Durante este tiempo también publicó numerosos folletos y libros. De entre ellos cabe destacar el "Camino Recto", publicado en 1843 por primera vez y que sería el libro de piedad más leído del siglo XIX. Tenía 35 años. En 1847 fundaba junto con su amigo José Caixal, futuro obispo de Seu D'Urgel y Antonio Palau la "Librería Religiosa". Ese mismo año fundaba la Archicofradía del Corazón de María y escribía los estatutos de La Hermandad del Santísimo e Inmaculado Corazón de María y Amantes de la Humanidad, compuesta por sacerdotes y seglares, hombres y mujeres.
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Apóstol de las Islas Canarias: ( marzo 1848 - mayo 1849)
El 6 de marzo de 1848 salía de Cádiz para las islas Canarias con el recién nombrado obispo D. Buenaventura Codina. Tenía 40 años. Y es que tras la nueva rebelión armada de 1847 ya no era posible dar misiones en Cataluña. Desde el Puerto de la Luz de Gran Canaria hasta los ásperos arenales de Lanzarote resonó la convincente voz de Claret. Misionó Telde, Agüimes, Arucas, Gáldar, Guía, Firgas, Teror... El milagro de Cataluña se repitió de nuevo. Claret tuvo que predicar en las plazas, sobre los tablados, al campo libre, entre multitudes que lo acosaban. A pesar de una pulmonía no cesó en su intenso trabajo. En Lanzarote da misiones en Teguise y Arrecife.
Gastó 15 meses de su vida en las Canarias, y dejó atrás conversiones,  prodigios, profecías y leyendas. Los canarios vieron partir con lágrimas en los ojos un día a su "padrito" y lo despidieron con añoranza. Era en los últimos días de mayo de 1849. Aún perdura su recuerdo.
"Estos canarios me tienen robado el corazón... será para mí muy sensible el día en que los tendré que dejar para ir a misionar a otros lugares, según mi ministerio" (Carta al obispo de Vic, 27 de sept.).
S. Antonio M. Claret es Copatrono de la Diócesis de Canarias junto con la Virgen del Pino.
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Fundador y director espiritual
Poco después, el 16 de julio de 1849, a las tres de la tarde en una celda del seminario de Vic fundaba San Antonio María Claret la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Tenía 41 años. Eran los Cofundadores los PP. Esteban Sala, José Xifré, Manuel Vilaró, Domingo Fábregas y Jaime Clotet.
"Hoy comienza una gran obra" -dijo el P. Claret.
¿Cómo serán los Hijos del Inmaculado Corazón de María?
"Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios
y la salvación de las almas"
El Padre Claret sabía que era impulsado por Dios; y Dios le reveló tres cosas:
1) Que la Congregación se extendería por todo el mundo.
2) Que duraría hasta el fin de los tiempos.
3) Que todos los que murieran en la Congregación se salvarían.
En la espléndida floración de nuevos institutos religiosos que se operó en el siglo XIX, fue el confesor real el más decidido colaborador que se encontraron casi todos los fundadores y fundadoras de su tiempo. Con la Madre París ya había fundado en Cuba el año 1855 el Instituto de Religiosas de María Inmaculada, llamadas misioneras claretianas, para la educación de las niñas.
Bajo su dirección espiritual se incluyen Santa Micaela del Santísimo Sacramento, fundadora de las Adoratrices, y Santa Joaquina de Vedruna, fundadora de las Carmelitas de la Caridad.
Intervino directa o indirectamente en otras fundaciones. Se relacionó con Joaquím Masmitjà, fundador de las Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María, con D. Marcos y Dña. Gertrudis Castanyer fundadores de las Religiosas Filipenses, con María del Sagrado Corazón fundadora de las Siervas de Jesús, con Ana Mogas fundadora de las Franciscanas de la Divina Pastora. Le encontramos con Fracesc Coll fundador de las Dominicas de la Anunciata. También tuvo parte en la fundación de las Esclavas del Corazón de María, de la M. Esperanza González. Y habría que añadir su influjo en la Compañía de Santa Teresa, Religiosas de Cristo Rey, etc.
Todas estas instituciones nacieron o germinaron gracias al P.Claret.
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Arzobispo de Santiago de Cuba: (1851-1857)
Un hecho de capital importancia puso pronto en peligro su recién fundado Instituto. El P. Claret era nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba. Aceptó el cargo después de todos los intentos de renuncia el 4 de octubre de 1849 y el día 6 de octubre de 1850 era consagrado obispo en la catedral de Vic. Tenía 42 años. Antes de embarcarse para Cuba y después de ir a Madrid a recibir el palio y la gran cruz de Isabel la Católica efectuó tres visitas: a la Virgen del Pilar, en Zaragoza, a la Virgen de Montserrat y a la Virgen de Fusimaña, en Sallent, su Patria chica. Y aún le dio tiempo, antes de partir, para fundar las "Religiosas en sus Casas o las Hijas del Inmaculado Corazón de María, actual Filiación Cordimariana." En el puerto de Barcelona un inmenso gentío despidió al Arzobispo Claret con una apoteósica manifestación.
En el viaje hacia La Habana aprovechó para dar una misión a bordo para todos los pasajeros, oficialidad y tripulación. Y al fin... Cuba. Seis años gastaría Claret en la diócesis de Santiago de Cuba, trabajando incansablemente, misionando, sembrando el amor y la justicia en aquella isla en la que la discriminación racial y la injusticia social reinaban por doquier.
Fue un Arzobispo evangelizador por excelencia.  Renovó todos los aspectos de la vida de la iglesia: sacerdotes, seminario, educación de niños, abolición de la esclavitud...  En cinco años realizó cuatro veces la visita pastoral  de la diócesis.  El pueblo de Baracoa, por ejemplo, tenía 62 años que no veía obispo alguno.
Se enfrentó a los capataces, les arrancó el látigo de las manos... Un día reprendió a un rico propietario que maltrataba a los pobres negros que trabajaban en su hacienda. Viendo que aquel hombre no estaba dispuesto a cambiar de conducta, el Arzobispo intentó darle una lección. Tomó dos trozos de papel, uno blanco y otro negro. Les prendió fuego y pulverizó las cenizas en la palma de su mano. "Señor, -le dijo- ¿podría decir qué diferencia hay entre las cenizas de estos dos papeles? Pues así de iguales somos los hombres ante Dios".
El P. Claret tenía una capacidad inventiva que denotaba un ingenio poco común. En Holguín se organizaron fiestas populares. El número fuerte del programa era el lanzamiento de un globo tripulado por un hombre. El artefacto aerostático era de los primeros que se ensayaban en aquellos tiempos. No tuvo éxito; comenzó a elevarse, pero el piloto perdió el control y cayó en un pequeño barranco. El Arzobispo estudió el problema y un día sorprendió a todos: "Hoy he dado con el sistema de la dirección de los globos". Y les mostró un diseño, que todavía hoy se conserva.
Era un hombre práctico. Fundó en todas las parroquias instituciones religiosas y sociales para niños y para mayores; creó escuelas técnicas y agrícolas, estableció y propagó por toda Cuba las Cajas de Ahorros, fundó asilos, visitó cuatro veces todas las ciudades, pueblos y rancherías de su inmensa diócesis. Siempre a pie o a caballo.
Pero ni siquiera en Cuba le dejaron en paz sus enemigos. La tormenta de atentados llegó al cúlmen en Holguín, donde fue herido gravemente por un sicario a sueldo de sus enemigos, al que había sacado poco antes de la cárcel, cuando salía de la iglesia. El P. Claret, casi agonizando, pidió que perdonaran al criminal. A pesar de todo, sus enemigos siguieron sin perderle de vista.
Estas son las palabras del propio Santo:
"Yo bajé del púlpito fervorosísimo, cuando he aquí que al concluir la función, había mucha gente y todos me saludaban. Se acercó un hombre, como si me quisiera besar el anillo; pero al instante alargó el brazo, armado con una navaja de afeitar, y descargó el golpe con todas su fuerza. Pero yo llevaba la cabeza inclinada y con el pañuelo que tenía en la mano derecha me tapaba la boca, en lugar de cortarme el cuello, como intentaba, me rajó la cara, o mejilla izquierda, desde la frente a la oreja hasta la punta de la barba, y de escape me cogió el brazo derecho.
Hecha la primera cura, me llevaron a la casa. No puedo yo explicar el placer, el gozo y alegría que sentía mi alma al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por el amor de Jesús y de María y poder sellar con la sangre de mis venas las verdades Evangélicas.
En la curación de las heridas ocurrieron tres cosas prodigiosas: la primera fue la curación momentánea de una fístula que los facultativos habían dicho que duraría. Con el corte de la herida se rompieron completamente las glándulas salivales. Tenían que operarme al día siguiente. Yo me encomendé a la Santísima Virgen María, me ofrecí y resigné a la voluntad de Dios, y al instante quedé curado.
El segundo prodigio fue que la cicatriz del brazo quedó como una imagen de la Virgen Dolorosa, de medio cuerpo, y además de relieve tenía colores blanco y morado. Se fue desvaneciendo con los años.
El tercer prodigio fue el pensamiento de la Academia de San Miguel, pensamiento que tuve en los primeros días de hallarme en cama y que fue aprobada por el Papa Pío IX."
Los católicos de Cuba lo recuerdan con profundo cariño y veneración.
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Confesor de la Reina Isabel II y Misionero en la Corte y en España: (1857-1868).
Al cabo de seis años en Cuba un día le entregaron un despacho urgente del capitán general de La Habana en el que se le comunicaba que su Majestad la Reina Isabel II le llamaba a Madrid. Era el 18 de marzo de 1857.
Llegado a Madrid, supo el P. Claret que su cargo era definitivamente el de confesor de la Reina. Contrariado aceptó, pero poniendo tres condiciones: no vivir en palacio, no implicarle en política y no guardar antesalas teniendo libertad de acción apostólica.
Tenía 49 años cuando regresó de Cuba. Pero Claret no había nacido para cortesano. En los 11 años que permaneció en Madrid, su actividad apostólica en la Corte fue intensa y continuada. Pocas fueron las iglesias y conventos donde su voz no resonara con fuerza y convicción. Desde la iglesia de Italianos, situada en la actual ampliación de las Cortes y desde la iglesia de Montserrat, donde está situado actualmente el Teatro Monumental, desarrolló una imparable actividad. Principalmente se hizo notar en sus misiones al pueblo y en sus ejercicios al clero.
Restauró El Escorial y organizó en él un centro de estudio.
"Pero en la corte me sentía como un pájaro enjaulado... como perro atado... Tengo unos deseos tan grandes de salir de Madrid para ir a predicar por todo el mundo que no lo puedo explicar... Sólo Dios sabe lo que sufro... Cada día tengo que hacer actos de resignación conformándome a la voluntad de Dios..."
"No tengo reposo, ni mi alma halla consuelo sino corriendo y predicando"
Los viajes con la Reina.  Mientras la acompañaba en sus giras por España aprovechaba también para desarrollar un intenso apostolado. A primeros de junio de 1858 la real caravana rodaba por las llanuras de la Mancha, Alicante, Albacete, Valencia... y en julio por Castilla, León, Asturias y Galicia.
El recorrido por el sur fue de un entusiasmo extraordinario, llegando a predicar en un solo día 14 sermones. El Reino de Dios era anunciado y el pueblo respondía con generosidad.  "En estos viajes, la Reina reúne a la gente y yo les predico".
"Oh Virgen Y Madre de Dios... soy hijo y misionero vuestro formado en la fragua de vuestra misericordia y amor...
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Presidente del Monasterio de El Escorial:
La Reina le nombró Presidente del Real Monasterio de El Escorial para su restauración, dado su lastimoso estado a raíz de la ley de exclaustración de 1835. Desempeñó este cargo desde el año 1859 hasta el año 1868. Corto tiempo, pero suficiente para dar muestras de su talento organizador. Se repararon las torres y alas del edificio, así como la gran basílica. Se restauraron el coro y los altares, se instalaron dos órganos, se adquirió material científico para los gabinetes de Física y laboratorios de Química, se restauró la destartalada biblioteca y se construyó otra nueva; se repoblaron los jardines, se plantaron gran cantidad de árboles frutales y de jardín. Con todo, el Arzobispo ponía anualmente en manos de la Reina un buen superávit. Parecía un milagro.
Con la restauración material emprendió la espiritual. Creó una verdadera Universidad eclesiástica, con los estudios de humanidades y lenguas clásicas, lenguas modernas, ciencias naturales, arqueología, escolanía y banda de música. Estudios de Filosofía y Teología, con Patrística, Liturgia Moral y ciencias Bíblicas, lenguas caldaica, hebrea, arábiga, etc. Hizo de este monasterio uno de los mejores centros de España. Y gracias a su afán recuperó su esplendor la octava maravilla del mundo.
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Apóstol de la prensa:
"Antonio, escribe", -le dijeron Cristo y la Virgen-.
Como una enorme y sensible pantalla de radar, Claret escrutaba continuamente los signos de los tiempos: "Uno de los medios que la experiencia me ha enseñado ser más poderoso para el bien es la imprenta, -decía-, así como es el arma más poderosa para el mal cuando se abusa de ella".
Escribió unas 96 obras propias (15 libros y 81 opúsculos) y otras 27 editadas, anotadas y a veces traducidas por él. Sólo si se tiene en cuenta su extrema laboriosidad y las fuerzas que Dios le daba, se puede comprender el hecho de que escribiera tanto llevando una dedicación tan intensa al ministerio apostólico. Claret no era solamente escritor. Era propagandista. Divulgó con profusión los libros y hojas sueltas. En cuanto a su difusión alcanzó cifras verdaderamente importantes.
Jamás cobraba nada de la edición y venta de sus libros; al contrario, invertía en ello grandes sumas de dinero. ¿De dónde lo sacaba? De lo que obtenía por sus cargos y de los donativos.
"No todos pueden escuchar sermones... pero todos pueden leer..."
"El predicador se cansa... el libro siempre está a punto... Son los libros la comida del alma..."
Entre el centenar de obras de todos tamaños que escribió, destacan:
"Avisos" a toda clase de personas.
"El camino recto"
"El catecismo explicado"
"El colegial instruido"
"Los libros son la mejor limosna".
En el año 1848 había fundado la Librería Religiosa junto al Dr.Caixal, futuro obispo de Seo de Urgel, precedida por la "Hermandad espiritual de los libros buenos", que durante los años que estuvo bajo su dirección hasta su ida a Cuba imprimió gran cantidad de libros, opúsculos y hojas volantes, con un promedio anual de más de medio millón de impresos. En el primer decenio de la fundación recibió la felicitación personal del Papa Pío IX.
Aún sacerdote fundó la Hermandad del Santísimo e Inmaculado Corazón de María, cuya finalidad era la de mantener permanentemente la difusión de los libros y constituyó uno de los primeros ensayos de apostolado seglar activo por estar integrada por sacerdotes y seglares de ambos sexos.
Una de sus obras más geniales fue la fundación de la Academia de San Miguel (1858). En ella pretendía agrupar las fuerzas vivas de las artes plásticas, el periodismo y las organizaciones católicas; artistas, literatos y propagandistas de toda España para la causa del Señor. Gracias a su prestigio consiguió reunir en ella las figuras más representativas del campo católico español. En nueve años se difundieron gratuitamente numerosos libros, se prestaron otros muchos y se repartió un número incalculable de hojas sueltas.
Y fundó las bibliotecas populares en Cuba y en España. Más de un centenar llegaron a funcionar en España en los últimos años de su vida.
Bien merece el P.Claret el título de apóstol de la prensa.
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Un hombre Santo:
La suntuosidad cortesana no impidió al P. Claret vivir como el religioso más observante. Cada día dedicaba mucho tiempo a la oración. Su austeridad era proverbial y su sobriedad para las comidas y bebidas, admirable.
Este era su horario. Dormía apenas seis horas levantándose a las tres de la mañana. Antes que se levantaran los demás tenía dos horas de oración y lectura de la Biblia, luego otra hora con ellos, celebraba su Eucaristía y oía otra en acción de gracias, desde el desayuno hasta las diez confesaba y luego escribía. Lo que peor soportaba era la hora de audiencia hacia las doce. Por la tarde predicaba, visitaba hospitales, cárceles, colegios y conventos.
Su pobreza era ejemplar. Un día se llevó un susto al llevarse la mano al bolsillo. Le pareció haber encontrado una moneda, pero enseguida se repuso, no era una moneda, sino una medalla. En una ocasión no teniendo otra cosa para poder auxiliar a un pobre empeñó su cruz arzobispal.
San Antonio era un verdadero místico. Varias veces se le vio en estado de profundo ensimismamiento ante el Señor. Un día de Navidad, en la iglesia de las adoratrices de Madrid, dijo haber recibido al Niño Jesús en sus brazos.
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En Intimidad con el Señor:
La clave de toda la espiritualidad de San Antonio es el amor al Santísimo Sacramento, que devoró su corazón durante toda su vida. Este amor es el que le hace transformarse en Cristo, en Cristo paciente y sacrificado.
Desde niño acudía con frecuencia a la Santa Misa, reconociendo a Cristo realmente presente en la Eucaristía, fuente de toda su vida.
Dice San Antonio: "Sentía cómo el Señor me llamaba y me concedía el poder identificarme con El. Le pedía que hiciese siempre su voluntad.
La vivencia de la presencia de Jesús en la Eucaristía, en la celebración de la Misa o en la adoración de Jesús Sacramentado era tan profunda que no la sabía explicar. Sentía y siento su presencia tan viva y cercana que me resulta violento separarme del Señor para continuar mis tareas ordinarias".
Un privilegio incomparable del que fue objeto fue la conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra durante nueve años. Así lo escribió en su Autobiografía:
"El día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la iglesia del Rosario de La Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales, y tener siempre día y noche el santísimo sacramento en mi pecho. Desde entonces debía estar con mucho más devoción y recogimiento interior. También tenía que orar y hacer frente a todos los males de España, como así me lo manifestaba el Señor en otras oraciones."
Esta presencia, casi sensible, de Jesús en el P. Claret debió ser tan grande, que llegó a exclamar: "En ningún lugar me encuentro tan recogido como en medio de las muchedumbres".
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Imagen de los dos corazones que colgaba en su cuarto

Devoción a la Virgen María, Madre y Maestra:
Desde niño, la devoción y el amor a la Santísima Virgen marcaron la vida de San Antonio. La Virgen Santísima era para él la estrella que le guiaba en su vida. Siempre la visitaba en el altar de su parroquia y se imaginaba que sus oraciones subían al cielo por unos "hilos misteriosos".  Le gustaba visitar a la Santísima Virgen en su santuario de Fusimaña.
De niño, todos los días rezaba una parte del Santo Rosario y cuando mayor lo rezaba completo, los quince misterios todos los días. Era gran devoto del Santo Rosario a tal punto que la Virgen le dijo un día: "Tú serás el Domingo de estos tiempos. Promueve el Santo Rosario"
Pasaba largo tiempo frente a una imagen de la Virgen haciendo sus oraciones y rezos, y hablándole con cordialidad y confianza, porque estaba convencido de que la Santísima Virgen lo escuchaba...
En obsequio a la Virgen María se abstenía no sólo de pecados mortales, sino hasta de veniales, de faltas e imperfecciones, y aún se abstenía de cosas lícitas, solo para mortificarse y abstenerse de alguna cosa en obsequio a María Santísima.
El amaba a María, pero María le amaba más a él, pues siempre le concedía lo que pedía y aún cosas que nunca pidió, le concedió. La Virgen Santísima lo libró de enfermedades, de peligros y aun de la muerte muchas veces, por mar o por tierra; le libró de tentaciones y de ocasiones de pecar.
Decía el Santo: "Ya veis cuanto importa ser devoto de María Santísima. Ella os librará de males y desgracias de cuerpo y alma. Ella os alcanzará los bienes terrenales y eternos. ...Rezadle el Santo Rosario todos los días con devoción y fervor y veréis como María Santísima será vuestra Madre, vuestra abogada, vuestra medianera, vuestra maestra, vuestro todo después de Jesús".
En otro lado dice: "Ni en mi vida personal, ni en mis andanzas misioneras podía olvidarme de la figura maternal de María. Ella es todo corazón y toda amor. Siempre la he visto como Madre del Hijo amado y esto la hace Madre mía, Madre de la Iglesia, Madre de todos. Mi relación con María siempre ha sido muy íntima y a la vez cercana y familiar, de gran confianza. Yo me siento formado y modelado en la fragua de su amor de Madre, de su Corazón lleno de ternura y amor. Por eso me siento un instrumento de su maternidad divina. Ella está siempre presente en mi vida y en mi predicación misionera. Para mí, María, su Corazón Inmaculado, ha sido siempre y es mi fuerza, mi guía, mi consuelo, mi modelo, mi Maestra, mi todo después de Jesús".
"Oh Virgen Madre de Dios... soy hijo y misionero vuestro, formado en la fragua de vuestra misericordia y amor...
 
Un hombre perseguido:
No es de extrañar que un hombre de la influencia del P. Claret, que arrastraba a las multitudes, atrajera también las iras de los enemigos de la Iglesia. Pero las amenazas y los atentados se iban frustrando uno a uno, porque la Providencia velaba sobre él que se alegraba en las persecuciones. Fueron numerosos los atentados personales que sufrió en vida. La mayor parte frustrados por la conversión de los asesinos.
Pero fue peor la campaña difamatoria que se organizó a gran escala por toda España para desacreditarlo ante las gentes sencillas. Se le acusó de influir en la política, de pertenecer a la famosa "camarilla" de la Reina con Sor Patrocinio, Marfori y otros, de ser poco inteligente, de ser obsceno en sus escritos refiriéndose a "La Llave de Oro", de ser ambicioso y aún de ladrón. Pero Claret supo callar, contento de sufrir algo por Cristo.
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Ante el reconocimiento del Reino de Italia:
El 15 de julio de 1865, el gobierno en pleno se reunía en La Granja para arrancar a la Reina su firma sobre el reconocimiento del Reino de Italia, que equivalía a la aprobación del expolio de los Estados pontificios.
El P. Claret ya había advertido a la Reina que la aprobación de este atropello era, a su parecer, un grave delito, y la amenazó con retirarse si lo firmaba. La Reina, engañada, firmó. Claret no quiso ser cómplice permaneciendo en la corte. Oró ante el Cristo del Perdón, en la iglesia de La Granja, y escuchó estas palabras: "Antonio, retírate".
Transido de dolor al verse obligado a abandonar a la Reina en aquella situación, se dirigió a Roma. Allí el Papa Pío IX le consoló y le ordenó que volviera otra vez a la corte. La familia real se alegró inmensamente de su retorno. Pero una nueva tempestad de calumnias y de ataques se desencadenó contra él. Se puede decir de Claret que fue uno de los hombres públicos más perseguidos del siglo XIX.
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Desterrado:
El 18 de septiembre de 1868, la revolución, ya en marcha, era incontenible. Veintiún cañonazos de la fragata Zaragoza, en la bahía de Cádiz, anunciaron el destronamiento de la Reina Isabel II. Con la derrota del ejército isabelino en Alcolea caía Madrid, y la revolución, como un reguero de pólvora, se extendió por toda España.
El día 30, la familia real, con algunos adictos y su confesor, salía para el destierro en Francia. Primero hacia Pau, luego París. El P. Claret tenía 60 años.
Los desmanes y quema de iglesias se prodigaron, cumpliéndose otra de las profecías del P. Claret: la Congregación tendrá su primer mártir en esta revolución. En La Selva del Camp caía asesinado el P.Crusats.
El 30 de marzo de 1869 Claret se separaba definitivamente de la Reina y se iba a Roma.
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Padre del Concilio Vaticano I:
El día 8 de diciembre de 1869 comenzaron a llegar a Roma 700 obispos de todo el mundo, superiores de órdenes religiosas, arzobispos, primados, patriarcas y cardenales. Comenzaba el Concilio Ecuménico Vaticano I. Allí estaba el P. Claret.
Uno de los temas más debatidos fue la infalibilidad pontificia en cuestiones de fe y costumbres. La voz de Claret resonó en la basílica vaticana:
"Llevo en mi cuerpo las señales de la pasión de Cristo, -dijo, aludiendo a las heridas de Holguín-; ojalá pudiera yo, confesando la infalibilidad del Papa, derramar toda mi sangre de una vez".
Es el único Padre asistente a aquel Concilio que ha llegado a los altares.
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El ocaso de sus días:
El 23 de julio de 1870, en compañía del P. Xifré, Superior General de la Congregación, llegaba el Arzobispo Claret a Prades, en el Pirineo francés. La Comunidad de misioneros en el destierro, en su mayoría jóvenes estudiantes, recibió con gran gozo al fundador, ya enfermo. El sabía que su muerte era inminente. Pero ni siquiera en el ambiente plácido de aquel retiro le dejaron en paz sus enemigos. El día 5 de agosto se recibió un aviso. Querían apresar al señor Arzobispo. Incluso en el destierro y enfermo, el P. Claret tuvo que huir. Se refugió en el cercano monasterio cisterciense de Fontfroide. En aquel cenobio, cerca de Narbona, fue acogido con gran alegría por sus moradores.
"Me parece que ya he cumplido mi misión, en París y en Roma he predicado la ley de Dios... En París como capital del mundo, en Roma capital del catolicismo, lo he hecho de palabra y por escrito, he observado la santa pobreza...

Su salud estaba completamente minada. El P. Clotet no se separó de su lado y anotó las incidencias de la enfermedad. El día 4 de octubre tuvo un ataque de apoplejía.
El día 8 recibió los últimos sacramentos e hizo la profesión religiosa como Hijo del Corazón de María, a manos del P. Xifré.
Llegó el día 24 de octubre por la mañana. Todos los religiosos se habían arrodillado alrededor de su lecho de muerte. Junto a él, los Padres Clotet y Puig. Entre oraciones Claret entregó su espíritu en manos del Creador. Eran las 8:45 de la mañana y tenía 62 años.
Su cuerpo fue depositado en el cementerio monacal con una inscripción de Gregorio VII que rezaba: "Amé la justicia y odié la iniquidad, por eso muero en el destierro".
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Glorificado:
Los restos del P. Claret fueron trasladados más tarde a Vic, en 1897, donde se veneran. El 25 de febrero de 1934 la Iglesia le inscribió en el número de los beatos. El humilde misionero apareció a la veneración del mundo en la gloria de Bernini. Las campanas de la Basílica Vaticana pregonaron su gloria.
Y el 7 de mayo de 1950 el Papa Pío XII lo proclamó SANTO. Estas fueron sus palabras aquel memorable día:
"San Antonio María Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes: pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante. De apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra. Fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia. Siempre en la presencia de Dios, aún en medio de su prodigiosa actividad exterior. Calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y, entre tantas maravillas, como una luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios".