viernes, 8 de septiembre de 2017

Viernes semana 22 de tiempo ordinario, año impar

Viernes de la semana 22 de tiempo ordinario; año impar

Jesús es el esposo que llega de Dios, y hemos de hacer fiesta
“En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: -«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber.» Jesús les contestó: -«¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán.»Y añadió esta parábola: -«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: "Está bueno el añejo."»” (Lucas 5,33-39).
1. Empiezan las discusiones con los fariseos.
-“Los fariseos y sus escribas dijeron a Jesús: "Los discípulos de Juan tienen sus ayunos frecuentes y sus rezos, y los de los fariseos también, en cambio los tuyos comen y beben."” En el Antiguo Testamento, el ayuno y la abstinencia de vino eran signos de austeridad, ligados a la espera del mesías. Simbólicamente significaban: "los tiempos son malos, estamos insatisfechos, hemos perdido el gusto de vivir... que venga de una vez el tiempo de la consolación y de la alegría, cuando el mesías estará aquí."
Acusan a los discípulos de que "comen y beben", lo mismo que achacarán a Jesús (Lc 7,33s). Jesús, tú mismo habías ayunado cuarenta días en el desierto y la comunidad cristiana, desde muy pronto, dedicó dos días a la semana (miércoles y viernes) al ayuno. No eliminas el ayuno, muy arraigado en Israel. Pero indicas que ha llegado el Mesías, ha llegado el Novio, y tus amigos están de fiesta.
-“Jesús les contestó: ¿Queréis que ayunen los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?"” La respuesta es clara. Los tiempos de fiesta no son para ayunar, y expresar esa alegría -los cristianos no pueden ser personas tristes- pues "el Esposo está con ellos."
-“Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces, aquel día, ayunarán”. Es lo que hacemos en tiempos de expectación del Señor, para prepararnos durante el año litúrgico.
-“Y les decía esta parábola: "Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para echársela a un manto viejo; porque el nuevo se queda roto, y al viejo no le irá el remiendo del nuevo."” Marcos y Mateo dicen que no sirve de nada porque el tejido nuevo tira del viejo. Lucas habla de que es estropear los dos paños. Lo nuevo es el amor de Dios, la Iglesia, y encuentro ante mí una maravillosa aventura. Jesús, tú haces nuevas todas las cosas. Te pido que renueves mi corazón para apreciar la novedad de tu amor encarnado.
-“Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos, porque si no, el vino nuevo revienta los odres; el vino se derrama y los odres se echan a perder”. La nueva Alianza, a pesar de la continuidad con la Antigua, es verdaderamente una novedad: ¡Dios hecho hombre!
Jesús, subrayas el carácter de radical novedad que supone el acogerte como enviado de Dios, con la doble comparación de la "pieza de un manto nuevo en un manto viejo" y del "vino nuevo en odres viejos".
Aceptarte en nuestras vidas comporta cambios importantes. No se trata sólo de "saber" unas cuantas verdades respecto a ti, sino de dejarme transformar, cambiar mi estilo de vida. Vivir con alegría interior.
Estamos de fiesta. ¿Se nos nota?, ¿o vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Salvador? La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama "revestirse de Cristo Jesús" no consiste en unos parches y unos cambios superficiales. A los apóstoles les costó el cambio… Nosotros estamos rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana. También tenemos que ir madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No de meros retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo y el de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo (J. Aldazábal).
“El mérito de nuestros ayunos no consiste solamente en la abstinencia de los alimentos; de nada sirve quitar al cuerpo su nutrición si el alma no se aparta de la iniquidad y si la lengua no deja de hablar mal” (S. León Magno).
El ayuno y la abstinencia de vino, actitudes específicas del nazireato (Lc 22,14-20), expresaban la insatisfacción de la época presente y la espera de la consolación de Israel. Juan Bautista hizo de esta actitud una ley fundamental de su comportamiento (Lc 1,15). Desde entonces, cuando los discípulos de Jesús se dispensan de los ayunos prescritos o espontáneos, dan la impresión de desinteresarse de la llegada del Mesías y de negarse a participar de la esperanza mesiánica. La respuesta de Jesús es clara: los discípulos no ayunan porque ya no tienen nada que esperar, puesto que ya han llegado los tiempos mesiánicos: ya no tienen que apresurar, mediante prácticas ascéticas, la llegada de un Mesías en cuya intimidad ya viven. Esta intimidad será interrumpida por la pasión y la muerte de su Maestro: en este momento, ayunarán (v 30, en relación con Lc 22,18) hasta el tiempo en que el Esposo les sea devuelto en la resurrección y en el Reino definitivo.
Las parábolas del vestido y de los odres proporcionan otra respuesta a la extrañeza de los discípulos de Juan y de los fariseos. Inaugurador de los tiempos mesiánicos, Jesús es consciente de aportar al mundo una realidad sin común medida con todo lo que los hombres han poseído hasta entonces (cf Lc 16,16 o el milagro de Caná: Jn 2,10). Las dos parábolas no ofrecen ningún juicio de valor al afirmar que el vino viejo es mejor que el nuevo o que el vestido nuevo es preferible al viejo. No establecen una comparación, sino que subrayan solamente una incompatibilidad: no hay que querer asociar lo nuevo a lo viejo, so pena de perjudicar a uno y otro, porque el vestido remendado combinará mal y el odre viejo se perderá irremediablemente... y el vino con él.
La Nueva Alianza hace ceder las prescripciones de la Antigua, que tienen que acomodarse a la Nueva. El bebedor de vino viejo no dice que el nuevo sea malo; afirma solamente que no puede beberse después de haber probado el viejo, puesto que sus aromas son incompatibles. El que no ha conocido al Esposo y desea participar de su amor no puede al mismo tiempo vivir como si no existiera. El Evangelio excluye ciertas componendas (Maertens-Frisque).
-“Nadie, después de beber el vino añejo, quiere el nuevo, porque dice: "¡El añejo es el bueno!"” Quedémonos con el "bueno". ¡Danos, Señor, tu vino! (Noel Quesson).
Nosotros estamos con el Señor, como amigos invitados al banquete de bodas. Él nos dice: vosotros seréis mis amigos si cumplís mis mandamientos. No basta, por tanto, estar en intimidad con Él a través de la oración, incluso prolongada. Mientras no estemos dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, el Señor no podrá decir que somos sus amigos, y mucho menos de su familia como nos lo dice en otra ocasión: El que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. Cuando en verdad permitamos al Espíritu Santo renovar nuestra vida, entonces seremos criaturas nuevas en Cristo; entonces la vida de fe en el Señor no será sólo un parche en nosotros, ni algo nuevo que llega a un corazón que continúa cargando con el hombre viejo, que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias. De nosotros se espera una vida que manifieste la alegría de sabernos amados y unidos a Cristo; sin embargo, al contemplar que hay muchos que viven separados de Él, o que ni siquiera han oído hablar de Él, nos ha de llevar a sacrificarnos a favor de ellos, poniendo todo nuestro empeño en hacer que el Señor llegue a habitar en todos para que nuestra humanidad se renueve en el amor, en la verdad, en la justicia, en la solidaridad, y en la comunión fraterna (www.homiliacatolica.com).
2. Pablo eleva un himno a Cristo, que nosotros repetimos -junto con parte del pasaje de ayer- en Vísperas de la Liturgia de las horas, cada miércoles.
-“Cristo es la imagen del Dios invisible”... La humanidad fue ya creada según ese modelo (Gen 1,26), tiene identidad de naturaleza divina entre el Padre y el Hijo, y se alude también a que el Hijo procede del Padre: es imagen perfectísima del Padre. «Se le llama "imagen" porque es consustancial y porque, en cuanto tal, procede del Padre, sin que el Padre proceda de Él» (S. Gregorio Nacianceno, De theologia 30,20). Y Santo Tomás explica que la Imagen del Padre es perfecta en el Hijo, e imperfecta en nosotros.
-“El primogénito en relación a toda criatura... Nacido antes que toda criatura»: «Fue llamado "primogénito" no por su proveniencia del Padre, sino porque en Él fue hecha la creación... Si el Verbo fuera una de las criaturas, habría dicho la Escritura que Él es primogénito de todas las criaturas. Ahora bien, diciendo los santos que Él es "primogénito de toda la creación” directamente se muestra que es otro distinto a toda la creación y que el Hijo de Dios no es una criatura» (S. Atanasio, Contra Arrianos 2,63).
Además, «ya sabemos los cristianos que se llevó a cabo la resurrección en nuestra Cabeza y que se llevará en los miembros. La cabeza de la Iglesia es Cristo, y los miembros de Cristo, la Iglesia. Lo que aconteció en la cabeza se cumplirá más tarde en el cuerpo. Ésa es nuestra esperanza»  (S. Agustín).
-“Porque en El fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles todo fue creado por El y para El”. Las fórmulas se acumulan y se completan: ¡todo es en El, por y para El!
-“El existe con anterioridad a todos los seres y todo subsiste en El”. Y en Él la Creación continúa, construyéndose. -“Es también la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia. –“Cristo en el Principio, el Primogénito de entre los muertos para que sea El el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la Plenitud”.
-“Y quiso Dios reconciliar por Cristo y para Cristo todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos”. ¡Todo! ¡La salvación de todos! ¡La reconciliación universal! Por su cruz, por su amor hasta el final, por su sangre ofrecida (Noel Quesson).
3. Es el salmo intenso llamamiento a la oración: «Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre”. Estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, somos su pueblo, el Señor es bueno, su amor es eterno, su fidelidad no tiene límites: la bondad, el amor misericordioso («hésed»), la fidelidad. Son las tres virtudes que caracterizan la alianza de Dios con su pueblo. Como si siguiera la invitación de este salmo, la Virgen elevó al Señor un canto de alabanza manifestando su alegría; a ella en la Anunciación se le ha revelado la bondad del Señor y todas las generaciones lo proclamarán llamándola bienaventurada, reconociendo a Dios como santo.
Llucià Pou Sabaté
La Natividad de la Santísima Virgen María

Hoy ha nacido la Virgen María, de la estirpe de David, por quien vino a los creyentes la salvación del mundo y cuya vida gloriosa llenó de luz toda la tierra
“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Díos-con-nosotros"” (Mateo 1,1-16.18-23).
1. Hoy nace una clara estrella, / tan divina y celestial, / que, con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella. Nada nos dice el Nuevo Testamento sobre el nacimiento de María. Ni siquiera nos da la fecha o el nombre de sus padres, aunque según la leyenda se llamaban Joaquín y Ana. Así María con su nacimiento es alegría para Dios, que se complace en su nacimiento, en su humildad y discreción en Nazaret. Pero también, como es lógico -con la lógica divina- es causa de nuestra alegría -Causa nostrae letitiae-; antecede, es el preámbulo de nuestra Redención. Después, durante muchos años, la Virgen pasa oculta. Todo Israel espera a esa doncella, y no sabe que ya vive entre los hombres. Su naturalidad es un ejemplo de vida cristiana: Escribía san Josemaría: "ha puesto Dios en mi corazón el ansia de hacer comprender a personas de cualquier estado, de cualquier condición u oficio, esta doctrina: la vida ordinaria puede ser santa y llena de Dios, que el Señor nos llama a santificar la tarea corriente, porque ahí está también la perfección del cristiano. Considerémoslo una vez más contemplando la vida de María".
Éste nacimiento es superior a Creación, porque es la condición de la Redención. En el evangelio apócrifo de Santiago vemos a Ana, su madre, que se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo de Nazaret. Su nombre significa "el hombre a quien Dios levanta", y, según san Epifanio, "preparación del Señor". Descendía de la familia real de David. Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo tan ansiado no llegaba. Los hebreos consideraban la esterilidad como un oprobio y un castigo del cielo. Eran los tales menospreciados y en la calle se les negaba el saludo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de Dios. Esta conducta se ve celebrada en Mallorca, en una montaña que se llama Randa, donde existe una iglesia con una capilla dedicada a la Virgen. En los azulejos que cubren las paredes, antiquísimos, el Sumo Sacerdote riñe con el gesto a San Joaquín, esposo de Santa Ana, quien, sumiso y resignado, parece decir: No puede ser, no he podido tener hijos. Sabemos que su esterilidad dará paso a María. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para obtener con penitencias y oraciones la ansiada paternidad. Ana intensificó sus ruegos, implorando como otras veces la gracia de un hijo. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, de que habla el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, quien más tarde sería un gran profeta. Y así también Joaquín y Ana vieron premiada su constante oración con el nacimiento de una hija singular, María, concebida sin pecado original, y predestinada a ser la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. De Ana y de Joaquín, oriente de aquella estrella divina, sale su luz clara y digna de ser pura eternamente: el alba más clara y bella no le puede ser igual, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella. No le iguala lumbre alguna de cuantas bordan el cielo, porque es el humilde suelo de sus pies la blanca luna: nace en el suelo tan bella y con luz tan celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella (Jesus Marti Ballester).
Es María “la que, en la noche de la espera de Adviento, comenzó a resplandecer como una verdadera estrella de la mañanaStella matutina. En efecto, igual que esta estrella junto con la aurora precede la salida del sol, así María desde su concepción inmaculada ha precedido la venida del Salvador, la salida del Sol de justicia en la historia del género humano. Su presencia en medio de Israel –tan discreta que pasó casi inobservada a los ojos de sus contemporáneos– resplandecía claramente ante el Eterno, el cual había asociado a esta escondida hija de Sión el plan salvífico que abarcaba toda la historia de la humanidad" (Juan Pablo II).
Podemos leer en el Evangelio de hoy la genealogía de Jesús. Se nos presenta la historia de Israel desde Abrahán como una peregrinación que, con subidas y bajadas, por caminos cortos y por caminos largos, conduce en definitiva a Cristo (Benedicto XVI). Junto a los grandes Patriarcas —Abrahán, Isaac y Jacob—, figuran jefes, reyes y otras gentes que fueron grandes pecadores. Aparte de María su madre, las otras cuatro mujeres citadas tienen una situación irregular en la tradición judía: Tamar se prostituyó (Gn 38,2-26), Rut era extranjera, Rahab extranjera y prostituta (Jos 2,1), Betsabé, «la de Urías», adúltera (2 Sm 11,4). Ni racismo ni pureza de sangre, Jesús viene de esa humanidad que tiene grandeza y miserias. Es la historia una prueba más de que Dios nos lleva de la mano, para caminar hacia la salvación, rehaciendo nuestra vida metidos en la misericordia divina, aprendiendo a amar.
La genealogía se divide en tres períodos de catorce generaciones, marcados por David –otro pecador, pero modelo de fidelidad- y por la deportación a Babilonia. La división en generaciones no es estrictamente histórica, sino arreglada por el evangelista para obtener el número «catorce» (valor numérico de las letras con que se escribe el nombre de David), estableciendo al mismo tiempo seis septenarios o «semanas» de generaciones. Jesús, el Mesías, comienza la séptima semana, que representa la época final de Israel y de la humanidad. La octava será el mundo futuro. Con la aparición de Jesús Mesías da comienzo, por tanto, la última edad del mundo. «Engendrar», en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser, sino la propia manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se interrumpe bruscamente al final. José no es padre natural de Jesús, sino solamente legal. Es decir, a Jesús pertenece toda la tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su actividad reflejarán los de Dios mismo. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en ella. Su mesianismo no será davídico (cf. 22,4146). Mateo hace comenzar la genealogía de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán) (Lc 3, 23-38 se remonta hasta Adán). Esto corresponde a su visión teológica que integra en el Israel mesiánico a todo hombre que dé su adhesión a Jesús. La historia de Israel es, para Mateo, la de la humanidad. El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y, por otra parte, se niegue la paternidad de José respecto de Jesús, puede indicar un nuevo comienzo. Así como con Abrahán empieza el Israel étnico, con Jesús va a empezar el Israel universal, que abarcará a la humanidad entera. El Mesías salvador nace por una intervención de Dios en la historia humana. Jesús no es un hombre cualquiera. El significado primario del nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer esta acción divina como una segunda creación, que supera la descrita en Gn 1,lss. En la primera (Gn 1,2), el Espíritu de Dios actuaba sobre el mundo material ("El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas"); ahora hace culminar en Jesús la creación del hombre. Esta culminación no es mera evolución o desarrollo de lo pasado; por ser nueva creación se realiza mediante una intervención de Dios mismo. Puede aún compararse Mt 1,2-17 y 1,18-25 con los dos relatos de la creación del hombre. En el primero (Gn 1,1-2,3) aparece el hombre como la obra final de la creación del mundo; en el segundo (Gn 2,4bss) se describe con detalle la creación del hombre, separado del resto de las obras de Dios. Así Mateo coloca a Jesús, por una parte, como la culminación de una historia pasada (genealogía) y, a continuación, describe en detalle el modo de su concepción y nacimiento, con los que comienza la nueva humanidad. Jesús es al mismo tiempo novedad absoluta y plenitud de un proceso histórico.
La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel del Señor, denominación para designar al mensajero de Dios, que a veces se confunde con Dios mismo (Gn 16,7; 22,11; Ex 3,2, etc.): Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación. Entre uno y otra transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato podía hacerse desde que la joven tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la maduración física de la esposa. María está ya unida a José por contrato, pero aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su marido es la propia de personas casadas.
El ángel le anuncia a José que Marái dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a padre legal de imponer el nombre al niño, que será el Salvador.
2. Nos dirá san Pablo: llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de Mujer, nacido bajo la Ley para rescatar a los que vivían bajo la Ley. Al celebrar en este día la Natividad de la santísima Virgen María, nos alegramos porque en ella Dios nos preanuncia que su Hijo viene para liberarnos del pecado y poder presentarnos ante Él santos e inmaculados por haber depositado en el Señor nuestra fe, y habernos dejado conducir por el Espíritu Santo. Elevemos nuestra acción de Gracias al Padre Dios por el Salvador que nos dio por medio de María Virgen. Comenta Javier Echevarría: “Muchas veces habremos considerado que, con el nacimiento de María, comenzó a alborear en la tierra el día de la salvación, porque de Ella ortus est sol iustitiæ, Christus Deus noster, nació Cristo, sol de justicia, nuestro Dios y Salvador (Misa del día, antífona de entrada). Los profetas habían entrevisto esa jornada memorable, y la Iglesia lo subraya al elegir como primera lectura de la Misa un pasaje de Miqueas sobre Belén, la ciudad donde había de nacer el Mesías”.
Y Benedicto XVI explica sobre esta primera lectura del profeta Miqueas: “El oráculo dice que será descendiente del rey David, procedente de Belén como Él, pero su figura superará los límites de lo humano, pues sus orígenes son de antigüedad, se pierden en los tiempos más lejanos, confinan con la eternidad; su grandeza llegará hasta los últimos confines de la tierra, y así serán también los confines de la paz (cf. Mi 5,1-4…) para definir la venida del Consagrado del Señor, que marcará el inicio de la liberación del pueblo, el profeta usa una expresión enigmática: Hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz (Mi 5, 2). Así, la liturgia, que es escuela privilegiada de la fe, nos enseña a reconocer que el nacimiento de María está directamente relacionado con el del Mesías, Hijo de David”.
Sigue Mons. Echevarría: “En las arcanas palabras de Miqueas se entrevé una alusión a la profecía de Isaías, que el Evangelio aplica a María: ecce, virgo concipiet et pariet filium et vocabit nomen eius Emmanuel (Is 7,14; Mt 1,23); he aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un hijo, que será llamado Enmanuel; palabras que se cumplieron en el momento de la Anunciación, cuando el Verbo divino tomó carne en las entrañas purísimas de Nuestra Señora, por obra del Espíritu Santo”.
3. Canta por eso el salmo de  hoy: “alegrémonos en el Señor, y entonemos en su honor un canto nuevo”. María, la Madre de Jesús, es para nosotros un signo de la bondad del Señor para quienes Él ama. Y Dios nos ama, pues no sólo nos llamó a la vida, sino que también nos llamó a participar de la misma Vida que, en su Hijo, ofrece a toda la humanidad. Por eso, confiando en el Señor, hagamos de nuestra existencia una continua alabanza a su Santo Nombre, pues Él siempre está y estará a nuestro lado para librarnos de nuestros enemigos y hacer que nos alegremos por su salvación.
Le rezamos hoy: Tu Natividad, oh Virgen Madre de Dios llenó de gozo a todo el mundo, pues de ti ha nacido el Sol de Justicia, Cristo nuestro Dios, que destruyendo la maldición nos dio la bendición, y confundiendo a la muerte nos dio la vida sempiterna. Por ello la Iglesia no deja de llamarla Puerta del cielo (Ianua Coeli), porque el cielo bajó a la tierra a través de su carne purísima y porque a Dios vamos por medio de Ella. Como leemos en el libro de los Proverbios: "Desde la eternidad fui predestinada, y desde antiguo, antes de que la tierra fuese hecha. Aún no existían los abismos, y yo ya estaba concebida en el plan divino: aún no habían brotado las fuentes de las aguas, aún no estaba asentados los montes sobre su pesada mole, aún no había collados, cuando yo ya había nacido" (8, 23-25).
Llucià Pou Sabaté

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