sábado, 23 de septiembre de 2017

Domingo semana 25 de tiempo ordinario. Ciclo A

Domingo de la semana 25 de tiempo ordinario; ciclo A

Lo más importante en la vida no son nuestros méritos sino acoger el amor que Dios nos da
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: -Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: -Nadie nos ha contratado. El les dijo: -Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: -Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: -Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. El replicó a uno de ellos: -Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (Mateo 20,1-16).
El reino de los cielos es semejante a un amo de casa que salió muy de mañana a ajustar obreros para su viña…”  Gracias, Jesús, por contarnos la parábola de los trabajadores de la viña, donde “es Dios quien llama al hombre al trabajo y que el trabajo debe contribuir a la plasmación continua del mundo según el proyecto del mismo Dios. Todo tipo de trabajo humano, todas sus variantes, están incluidas en la parábola evangélica. En el punto de partida esta parábola incluye la llamada al hombre a redescubrir el significado del trabajo, teniendo presente el designio salvífico de Dios”, señalaba Juan Pablo II en 1981; y, al plantearse qué es el trabajo, añadía: “es una prerrogativa del hombre-persona, un factor de plenitud humana que ayuda precisamente al hombre a ser más hombre. Sin el trabajo no solo no puede alimentarse, sino que tampoco puede autorrealizarse, es decir, llegar a su dimensión verdadera. En segundo lugar y consecuentemente, el trabajo es una necesidad, un deber que da al ser humano, vida, serenidad, interés, sentido. El Apóstol Pablo advierte severamente, recordémoslo: ‘el que no quiera trabajar, no coma’ (2 Tes 3,10). Por consiguiente cada uno está llamado a desempeñar una actividad sea al nivel que fuere, y el estar ocioso y el vivir a costa de otros quedan condenados. El trabajo es, además, un derecho, ‘es el grande y fundamental derecho del hombre’”.
El trabajo llega a ser igualmente un servicio, de tal modo que “el hombre crece en la medida en que se entrega por los demás". Y de esta armonía se beneficia no sólo el individuo sino también la misma sociedad.
Añadía el Papa que hay en el trabajo un “significado último en el designio salvífico de Dios”, donde “no sólo debemos dominar la tierra, sino también alcanzar la salvación. Por tanto, al trabajo está vinculada no sólo la dimensión de la temporalidad, sino también la dimensión de la eternidad”.
La horas de contratación son: 6 de la mañana (amanecer, hora primera, prima), 9 (media mañana, hora tercera, tercia), 12 (mediodía, hora sexta), 3 de la tarde (media tarde, hora novena, nona), 5 de la tarde (caer de la tarde, hora undécima). Los judíos computaban las horas diurnas de 6 de la mañana a 6 de la tarde. Después de contratar también a los de última hora, acaba el trabajo y viene la hora de cobrar. “Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno”. Y los trabajadores se quejan… es la queja que oímos del hijo mayor en la parábola del padre misericordioso que acoge al hijo pródigo, y de tantos otros que oponen la justicia de Dios, tal como los hombres la conciben, y su comportamiento misericordioso. Si pensamos distinto, tendremos que cambiar nuestro modo de pensar… "Si vuestra justicia no sobrepasa la de los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos".
"¿No puedo hacer lo que quiero de mis bienes? ¿O has de ver con mal ojo que yo sea bueno?", Jesús, das el golpe de gracia a un concepto de Dios y de su retribución al modo humano.
“Es tentación del hombre de todos los tiempos juzgar los planes de Dios, conforme a las propias categorías. Dios desborda nuestros pensamientos. Por eso, el hombre ante Dios ha de ser humilde y sencillo, confiado en su Amor a cada uno de nosotros, que ha llamado a la existencia y a su Reino.
En un mundo donde todo se cobra y todo se paga qué difícil es comprender, aceptar y vivir la gratuidad con los demás y con Dios” (Catecismo, 543).
La recompensa divina, un denario, excede de tal manera el esfuerzo realizado por nosotros, que quien ha sido llamado al alba no puede pensar que tiene más méritos que quien fue convocado a mediodía o en el crepúsculo de su vida.  
Jesús, veo que cuentas esta parábola luego de tu encuentro con el joven rico, y quiero aprender el contexto de lo que cuentas, para la mejor comprensión del texto. Acabas diciendo: "Todos los que hayan dejado esposa... por causa mía, recibirán la herencia de la vida eterna. Ahora bien, muchos que son primeros, serán últimos y muchos que son últimos, serán primeros". Dices a los discípulos que son los primeros, pero pueden ser últimos. Y lo repites hoy al final de la parábola: "Así es como los últimos serán los primeros y los primeros los últimos". Dices a tus discípulos que ellos pueden ser los últimos. Esta es la pauta de interpretación.
El Talmud de Jerusalén contiene un relato parecido en la forma a la parábola que hemos escuchado. Se trata del discurso funerario que pronuncia un rabino al sepultar a un joven maestro de 28 años. En él se cuenta cómo un rey contrató obreros para su viña y también pagó a todos lo mismo. Pero, ante las protestas, su contestación fue: éste ha trabajado en dos horas más que vosotros en todo el día. El joven rabino difunto había hecho más en 28 años que muchos doctores en cien. Se le premiaba la cantidad de trabajo que fue capaz de realizar en poco tiempo. La forma narrativa, como se ve, es bien similar, pero el fondo es muy distinto: mientras el discurso rabínico habla de mérito, la parábola de Jesús se refiere a la gracia. En el primer caso, la causa del premio está en el trabajo de quien lo recibe; en el segundo, en la bondad del que lo otorga. En alguna ocasión, la liturgia de la misa recoge en sus oraciones: no por nuestros méritos sino conforme a tu bondad. Nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Dios se presenta como un amo generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Esta es la buena noticia del evangelio. Pero nosotros insistimos en atribuirle el metro siempre injusto de nuestra humana justicia. En vez de parecernos a él intentamos que él se parezca a nosotros con salarios, tarifas, comisiones y porcentajes. Queremos comerciar con él y que nos pague puntualmente el tiempo que le dedicamos y que prácticamente se reduce al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón. Con una mentalidad utilitarista, muy propia de nuestro tiempo, preguntamos: ¿Para qué sirve ir a misa, si Dios nos va a querer igual? Así evidenciamos que no hemos tenido la experiencia de que Dios nos quiere y no reaccionamos en consecuencia amándole también más por encima de leyes y medidas. Exigimos normas cuyo cumplimiento diferencie a los buenos de los malos. Vemos absurdo y hasta injusto ser queridos todos por igual. ¡A cada uno lo suyo!, decimos como quien da un argumento incontestable con tono de protesta sindical ante Dios. Tardamos en comprender que la traducción no es: "Paz a los hombres de buena voluntad", sino: "Paz a los hombres que Dios ama". Tampoco hay conexión entre culpa y desgracia. Olvidamos que la gracia ha sustituido a la ley. Necesitamos que existan los malos para podernos calificar de buenos. De esta forma, el amor al hermano se torna imposible (“Eucaristía 1990”).
2. Los planes divinos subvierten los nuestros, son siempre más altos de lo que podamos aspirar, por eso es muy pobre la visión que algunos tienen del cielo, de estar con un arpa aburrida rodeado de ángeles… prefieren su egoísmo sin darse cuenta que le degrada, y como les gusta lo malo, prefieren su “infierno”, en lugar de aspirar a mejorar su gusto… es como estar en la mejor representación de una Opera con los auriculares escuchando la peor música. Por eso dice el profeta: “Buscad al Señor mientras se le encuentra,  invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes”.
El malvado, ¿para qué vive, para qué trabaja si luego está la nada, lo absurdo? El salmista despierta en nosotros una idea que será central en el Evangelio: Dios es amor. Y por eso sale de nosotros alabarle: “Día tras día te bendeciré, Dios mío, y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente”.
3. San Pablo viene a decirnos que la muerte es el paso a algo mucho mejor, y que si prefiere seguir viviendo aquí es para el servicio a los demás: “Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Pero si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero no sé qué escoger”… Pablo deja el asunto en las manos de Dios y acepta su voluntad en cualquier caso, pues todo contribuye tanto la vida como la muerte, para bien de los que se salvan. Lo importante es que los cristianos vivan dignamente y conformen su conducta a las enseñanzas del Señor. A través del amor podremos llegar a comprender y a desear con realismo vivir el estilo de vida que vive ya Jesús. Desde la cárcel, el Apóstol está olvidado de su destino, pensando sólo en hacer el bien, ha logrado desprenderse del ego para vivir la vida de verdad.
Llucià Pou Sabaté
Nuestra Señora de la Merced. San Vicente María Strambi, obispo

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED

En castellano se le ha llamado en plural, Virgen de las Mercedes, que no corresponde con el sentido originario de la advocación.
El significado del título "Merced" es ante todo "misericordia". La Virgen es misericordiosa y también lo deben ser sus hijos. Esto significa que recurrimos a ella ante todo con el deseo de asemejarnos a Jesús misericordioso.
MARÍA Y PEDRO NOLASCO
Eran tiempos en que los musulmanes saqueaban las costas y llevaban a los cristianos como esclavos a África. La horrenda condición de estas víctimas era indescriptible. Muchos perdían la fe pensando que Dios les había abandonado. Pedro Nolasco era comerciante. Decidió dedicar su fortuna a la liberación del mayor número posible de esclavos. Recordaba la frase del evangelio: "No almacenéis vuestra fortuna en esta tierra donde los ladrones la roban y la polilla la devora y el moho la corroe. Almacenad en el cielo, donde no hay ladrones que roben, ni polilla que devore ni óxido que las dañe" (Mt 6,20).
Año 1203. El laico, Pedro Nolasco inicia en Valencia la redención de cautivos, redimiendo con su propio patrimonio a 300 cautivos. Forma un grupo dispuesto a poner en común sus bienes y organiza expediciones para negociar redenciones. Su condición de comerciantes les facilita la obra. Comerciaban para rescatar esclavos. Cuando se les acabó el dinero forman cofradías-para recaudar la "limosna para los cautivos". Pero llega un momento en que la ayuda se agota y Pedro Nolasco se plantea entrar en alguna orden religiosa o retirarse al desierto. Entra en una etapa de reflexión y oración profunda.
LE RESPONDE LA VIRGEN
Nolasco pide a Dios ayuda y, como signo de la misericordia divina, le responde la Virgen que funde una congregación liberadora. La noche del 1 al 2 de agosto de 1218, la Virgen se les apareció a Pedro Nolasco, a Raimundo de Peñafort, y al rey Jaime I de Aragón, y les comunicó a cada uno su deseo de fundar una congregación para redimir cautivos. La Virgen María movió el corazón de Pedro Nolasco para formalizar el trabajo que el y sus compañeros estaban ya haciendo. La Virgen llama a Pedro Nolasco y le revela su deseo de ser liberadora a través de una orden dedicada a la liberación de los cautivos de los musulmanes, expuestos a perder la fe. Nolasco le dice a María:
-¿Quién eres tú, que a mí, un indigno siervo, pides que realice obra tan difícil, de tan gran caridad, que es grata Dios y meritoria para mi?:
-“Yo soy María, la que le dio la carne al Hijo de Dios, tomándola de mi sangre purísima, para reconciliación del género humano. Soy la que recibió la profecía de Simeón, cuando ofrecí a mi Hijo en el templo:”Mira que éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel; ha sido puesto como signo de contradicción: y a ti misma una espada vendrá a atravesarte por el alma”:
-¡Oh Virgen María, madre de gracia, madre de misericordia! ¿Quién podrá creer que tú me mandas?:
-“No dudes en nada, porque es voluntad de Dios que se funde esta congregaciónn en honor mío; será una familia cuyos hermanos, a imitación de mi hijo Jesucristo, estarán puestos para ruina y redención de muchos en Israel y serán signo de contradicción para muchos."
LA INSTITUCION NUEVA
Pedro Nolasco, funda la congregación, apoyado por el Rey Jaime I de Aragón, el Conquistador y aconsejado por San Raimundo de Peñafort. Su espiritualidad se fundamenta en Jesús, el liberador de la humanidad y en la Virgen, la Madre liberadora e ideal de la persona libre. Los mercedarios querían ser caballeros de la Virgen María al servicio de su obra redentora. Por eso la honran como Madre de la Merced o Virgen Redentora. En el capítulo general de 1272, los frailes toman el nombre de La Orden de Santa María de la Merced, de la redención de los cautivos, mercedarios. El Padre Antonio Quexal, siendo general de la Merced en 1406, dice: "María es fundamento y cabeza de nuestra orden".
EN LA CATEDRAL DE BARCELONA
El 10 de agosto de 1218 en el altar mayor de la Catedral de Barcelona, en presencia del rey Jaime I de Aragón y del obispo Berenguer de Palou, se crea la nueva institución. Pedro y sus compañeros vistieron el hábito y recibieron el escudo con las cuatro barras rojas sobre un fondo amarillo de la corona de Aragón y la cruz blanca sobre fondo rojo, titular de la catedral de Barcelona. Pedro Nolasco reconoció siempre a María Santísima como la auténtica fundadora de la congregación mercedaria.
LA VIRGEN DE LA MERCED, LA FUNDADORA
El título mariano de la Merced tiene su origen en Barcelona, España, cuando muchos eran cautivos de los moros y en su desesperación y abandono estaban en peligro de perder la fe . La Virgen de La Merced, manifesta su misericordia por para atenderlos y liberarlos. La talla de la imagen de la Merced venerada en la basílica de la Merced de Barcelona es del siglo XIV, de estilo sedente, como las románicas. He subido piadosamente a su camarín y he comprobado su aspecto imponente por su talla extraordinaria e impresionante. El año 1696, el papa Inocencio XII extendió la fiesta de la Virgen de la Merced a toda la Iglesia el 24 de septiembre.
ACTUALIDAD DEL CARISMA
El carisma mercedario de liberar a los cautivos sigue siendo tan necesario como siempre. María ofreció todo su ser para que viva el Hijo de Dios encarnado. En el cántico del Magníficat (Lc 1, 46), María expresa la liberación de Dios. El Papa Juan Pablo II dijo que "María es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad". La Virgen continúa velando por sus hijos cautivos de Satanás (LG 62) y nos pide nuestra cooperación. Nosotros debemos dar nuestra vida para que su Hijo viva en nosotros y así pueda liberar a nuestros hermanos. Ella nos enseñará como hacerlo.
DIOS PADRE DE MISERICORDIA, MARÍA MADRE DE MISERICORDIA.
Dios es Padre de Misericordia, María es Madre de Misericordia. Ella refleja la misericordia de Dios, sufriéndolo todo por sus hijos. Los cristianos debemos también reflejar la misericordia de Dios sufriéndolo todo por amor. "Mirad la hondura o cavidad del lago de donde habéis sido tomados, las entrañas de la Madre de Dios" - Las obras de misericordia que la Virgen pidió incluyen la visita, el acompañamiento y la ayuda a los que salen de la cárcel.
UNA CONGREEGACION LAICAL
Así fue en los primeros tiempos. Su primera ubicación fue el hospital de Santa Eulalia, junto al palacio real. en Barcelona. Allí recogían a indigentes y a cautivos que regresaban de tierras de moros y no tenían donde ir. Seguían la labor que ya antes hacían de crear conciencia sobre los cautivos y recaudar dinero para liberarlos. Salían cada año en expediciones redentoras. San Pedro continuó sus viajes personalmente en busca de esclavos cristianos. En Argelia, África, lo hicieron prisionero pero logró conseguir su libertad. Aprovechando sus dones de comerciante, organizó con éxito por muchas ciudades colectas para los esclavos.
CUARTO VOTO
Además de los tres votos de la vida religiosa, pobreza, castidad y obediencia, hacían un cuarto voto: dedicar su vida a liberar esclavos. Se comprometían a quedarse en lugar de algún cautivo que estuviese en peligro de perder la fe, cuando el dinero no alcanzara a pagar su redención. Así lo hizo San Pedro Ermengol, un noble que entró en la orden tras una juventud disoluta. Este cuarto voto distinguió a la nueva comunidad de mercedarios. El Papa Gregorio IX aprobó la comunidad y San Pedro Nolasco fue nombrado Superior General. El rey Jaime decía que la conquista de Valencia, se debía a las oraciones de Pedro Nolasco. Cada triunfo que obtenía lo atribuía a sus oraciones.
DESCANSA YA, SIERVO BUENO Y FIEL
Pedro Nolasco, a los 77 años, pronunció el Salmo 76: "Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos y con tu brazo has rescatado a los que estaban cautivos y esclavizados". y se durmió en el regazo de la Virgen. Su intercesión logró muchos milagros y fue canonizado en 1628.
En el año 1696, el papa Inocencio XII extendió la fiesta de la Virgen de la Merced a toda la Iglesia, y fijó su fecha el 24 de septiembre.
ORACION
Virgen y Señora nuestra de la Merced,
a ti suplicamos que, mediante tu maternal intercesión ante tu hijo Jesucristo, nos alcances la verdadera libertad de los hijos de Dios y nos hagas libres de cualquier esclavitud, de modo que experimentemos en nosotros la alegría de la salvación. Amén
ORACION
María, Merced de Dios, regalo de Cristo a los hombres. La Trinidad Santa te envió a Barcelona, mensajera de libertad y misericordia, para, por medio de Pedro Nolasco, mostrarte corredentora, mediadora, Madre de todos, ternura de Dios para los pobres.
Madre de la Merced, enséñanos a valorar nuestra fe cristiana, haznos capaces de amar con caridad mercedaria, conviértenos en portadores de paz.
Que tus besos derritan la violencia que nos envuelve, hasta que recuperemos, en tu regazo materno, la ilusión de familia, transformado el mundo en un hogar.
Bendice esta ciudad tuya, que te proclama patrona y princesa y gusta, enamorada, de llamarte madre.

SAN VICENTE MARIA STRAMBI, OBISPO

Poco antes de su muerte, Pablo de la Cruz quiere que esté cerca de sí el padre Vicente. Le estrecha afectuosamente las manos y lo mira fijamente a los ojos. “Padre Vicente, le dice, te encomiendo la Congregación”. A la comprensible sorpresa de Vicente, añade motivos de mayor maravilla. “Harás cosas grandes, harás mucho bien”. Vicente tiene solamente treinta años, es pasionista apenas hace seis. No faltan religiosos maduros, expertos, ejemplares. Pero Pablo quiere confiar su congregación a él, al joven Vicente. Y ve bien el fundador. Vicente: un religioso que ilumina con la ciencia y la bondad los comienzos de su congregación; un obispo, ejemplo de heroica fidelidad al papa. Santo, misionero, teólogo, guía espiritual, marca los últimos veinte años del setecientos y el primero del ochocientos. Famoso en Italia, incluso popular en Roma.
¿Tarea difícil? Está Vicente
Hijo del farmaceutico José Strambi y de Eleonor Gori, Vicente nace en Civitavecchia (Roma) el 1 de enero de 1745. De sus padres hereda una fe sencilla y un particular amor hacia los pobres, que lo caracterizará durante toda su vida. El padre colma de consistentes donaciones a la cofradía del nombre de Jesús a la que está inscrito; perdona, con frecuencia, deudas y ha depositado una considerable cantidad de dinero para la educación y el futuro de las jóvenes necesitadas. Vicente no es menos. El padre, además, lo debe incluso frenar la excesiva generosidad. La madre ve con alegría la vocación sacerdotal del muchacho; no así su padre que, aún siendo cristiano irreprochable, alimenta totalmente otros proyectos para aquel hijo único suyo (dos hermanitos y una hermanita alegran durante poquísimo tiempo la familia Strambi). Entre tanto, en el seminario de Montefiascone (Viterbo), Vicente comienza la formación filosófica, teológica y bíblica atrayéndose la admiración de los superiores y condiscípulos por la vivaz inteligencia y por la distinguida piedad.
Se traslada a Roma y luego a Viterbo para perfeccionarse en la sagrada elocuencia y en otras disciplinas. Al padre dice que su única herencia es el Crucificado: destina, pues, a otros el patrimonio familiar. Ordenado subdiácono a los 21 años, es llamado por el obispo de Montefiascone para la tarea de prefecto del seminario, tarea que Vicente ejerce haciéndose querer bien por todos. Pero no deja de estudiar, convencido que ciencia y santidad son esenciales para la misión sacerdotal. A los 22 años es nombrado rector del seminario de Bagnoregio (Viterbo). El 29 de diciembre de 1767, incluso antes de cumplir los 23 años, es ordenado sacerdote.
Advirtiendo cada vez más clara la vocación a la vida religiosa, pide entrar primero con los padres de la Misión, y luego con los Capuchinos. Los primeros no lo aceptan porque es débil de salud, los segundos porque es hijo único. En Civitavecchia, durante una misión, Vicente conoce a Pablo de la Cruz y queda fascinado por su santidad y su ardor misionero. Lo vuelve a ver en el convento de San Ángel de Vetralla (Viterbo) donde hizo los ejercicios espirituales en preparación al sacerdocio. En la circunstancia se entretuvo con él en amable conversación. Pide, entonces, entrar con los Pasionistas. En 1768, muy joven sacerdote, es recibido por el mismo Pablo. Pero antes ha tenido que vencer grandes dificultades suscitadas por el papá que ya de mala gana lo había visto partir para el seminario y que no logra asumir un golpe aún más duro. El señor José escribe al mismo fundador expresando todo su desacuerdo. Se dirige también al cardenal Santiago Oddi, obispo de Viterbo, para que convenza al hijo a dejar Monte Argentario (Grosseto), donde el joven ya es novicio con el nombre de Vicente María. Pero inútilmente. Por último, el padre se resigna y establece relaciones amigables con Pablo.
Emitida la profesión religiosa el 24 de septiembre de 1769, Vicente comienza a predicar ejercicios espirituales al clero y misiones al pueblo, para lo cual manifiesta aptitudes sobresalientes. Pero pronto es obligado a reducir las predicaciones. En 1773, en efecto, es llamado a Roma en la casa general de los Santos Juan y Pablo para la tarea de profesor y director de los estudiantes teólogos. Vicente reserva particulares atenciones a los jóvenes, esperanza de la nueva congregación. Está atento a su salud, los guía espiritualmente, los forma en la sana teología.
Es, ciertamente, de los más grandes misioneros del siglo. Por deseo del papa predica con frecuencia en Roma en iglesias importantes y en momentos, incluso, difíciles. Para la apertura del año santo de 1775 Clemente XIV le encarga predicar al pueblo romano en la iglesia de Santa María en Trastévere. La elección es felicísima. Entre los oyentes está el mismo pontífice. Siempre, por el papa es llamado a dirigir más veces los ejercicios espirituales a los cardenales, a los obispos, a los prelados de la curia Romana y de la corte pontificia, al clero de la capital. Ya lo conocen todos. Lo llaman simplemente “el predicador pasionista santo”. Sus predicaciones están, con frecuencia, acompañadas de hechos prodigiosos. Tiene el don de la profecía, lee el interior de los corazones. El 13 de enero de 1793 en Roma es asesinado Hugo de Basville, diplomático, representante de la revolución francesa. Con el pretexto de visitar los monumentos, andaba desarrollando actividad sediciosa. El pueblo va a la plaza, amenazante y tumultuoso, durante varios días. Se le pide a Vicente, a nombre del papa, hacer algo. Las palabras de Vicente, ya bien conocido, obtienen el resultado esperado. A él acuden los papas para la solución de casos particularmente delicados. Tan grande es la fama de la que goza que, según fuentes autorizadas, en el atormentado conclave en Venecia que elige papa a Pío VII, es propuesta, incluso su candidatura y 5 de los 34 cardinales dan el propio voto a él, siendo un simple religioso pasionista.
Dentro de la congregación ejerce el oficio de profesor de teología, director de los estudiantes. Cubre el cargo de superior, de provincial, de consultor general. Pero se hace siervo de todos, se adapta a los trabajos más humildes presentándose, incluso, en los trabajos de la cocina y de la huerta. No quiere ninguna distinción. Tiene cualidades extraordinarias para consolar a los afligidos y para suscitar fervor y devoción en el corazón de los hermanos y de los fieles. Escribe también algunos textos escolares y libros de contenido espiritual. Digno de especial mención, es el “Mes de la preciosísima Sangre” testimonio e irradiación directa de su espiritualidad pasionista. Y luego, su obra magistral: la admirable biografía de Pablo de la Cruz. La escribe, como dice él mismo, de rodillas y permaneciendo en la celda habitada por el santo en el convento vecino a San Ángel de Vetralla. Allí se admira su competencia de historiador y teólogo, pero, sobre todo, una extraordinaria inspiración espiritual. Caso raro: un santo, biógrafo de otro santo. Es postulador de la causa de Pablo; encargo que llevará a cabo, incluso, siendo obispo.
Eminente director espiritual guía, sea a personalidades sobresalientes que a gente de modesta condición. Algunos nombres: el fundador de los misioneros de la Preciosísima Sangre, san Gaspar del Búfalo, la beata Ana María Taigi, la venerable María Luisa Maurizi, la venerable María Clotilde Adelaida de Saboya, esposa de Carlos Emmanuel IV rey de Cerdeña. Vicente interviene también en la conversión de Paulina Bonaparte hermana menor de Napoleón. Mujer tan hermosa como depravada, luego de un diálogo con él, cambia de vida dedicándose a obras de bien.
Con el Papa. Por el Papa
En 1801 Pío VII lo nombra obispo de Macerata y Tolentino. Vicente corre personalmente a él manifestándole el deseo de permanecer en convento y de continuar en la vida de misionero itinerante. Pero el papa no cede. Le asegura: “Sábete que nadie se ha interesado para elegirte; lo he hecho yo espontáneamente, por mi personal conocimiento, por inspiración divina”. Vicente se resigna. Consagrado obispo el 26 de julio, el 31 parte para Macerata, separándose “con angustia de espíritu” de los hermanos. En Macerata comienza inmediatamente aquel trabajo que renovará el rostro de la diócesis. Apenas llegado, visita a los párrocos, las cárceles, los hospitales, los monasterios; organiza una misión popular en la que participa él mismo. Vive una vida austera y penitente. Pobre, los pobres serán su atención constante. “Los pobres son mis patrones, dice. Yo no soy sino su ecónomo”. Es acuñada por él la frase hoy frecuente: “Oír el clamor de los pobres”, los pobres gritan, gritan”. Padre dulce y exigente. Durante la visita pastoral rehúsa fiestas y comidas especiales. Quien no se adecua paga una multa; la relativa cantidad es devuelta a los pobres. Atenciones continuas reserva para el seminario. Favorece la vida religiosa. Santo, estimula a la santidad. Elimina escándalos y abusos: no teme tomar duras disposiciones cuando el caso lo amerita. El episcopado está abierto a todos. Comprensible la aprehensión de alguno cuando se difunde la noticia de su posible transferencia. Se hace intérprete el vice – comisario pontificio de Tolentino con una carta a la secretaría de Estado.
Para la iglesia, entre tanto, se condensan nubes amenazadoras. En 1805 Napoleón Bonaparte comienza a ocupar el estado pontificio. Las tropas francesas entran, incluso, en Macerata. Requerido hacer juramento de fidelidad al emperador, Vicente rehúsa, declarándose fidelísimo al papa. Es condenado al exilio. El 28 de septiembre de 1808 Macerata saluda llorando a su obispo deportado primero a Novara y luego a Milán. Pero su santidad tiene manera de resplandecer, aún, en el exilio: consuela, alienta a otros obispos exiliados como él. Lo llaman “obispo pasionista santo”. Nada más normal que Vicente llegue a ser confesor requerido, consejero autorizado y buscado sea por laicos que por eclesiásticos. Predica frecuentemente al clero, a los seminaristas, a los hermanas.
Napoleón suprime también las congregaciones religiosas. Los Pasionistas se ven obligados a regresar a sus propios pueblos de origen. La prueba es durísima. Vicente está cerca, incluso, de sus hermanos gozando por la ocasión de particulares permisos obtenidos en secreto del papa. Pero no olvida su diócesis: la lleva en el corazón, la sigue con afecto. A los pobres de Macerata hace llegar señales tangibles de su recuerdo y de su amor. Antes de salir de Macerata había dicho que el exilio habría durado menos de seis años; Así sucede. El ocaso de Napoleón devuelve la libertad a la iglesia y a los obispos el derecho de ejercer su ministerio. Vicente regresa a Macerata el 14 de mayo de 1814 acogido con entusiasmo. Antes de llegar se detiene en Ancona donde se encuentra con el papa Pío VII, también, él conducido al exilio. Los dos se abrazan conmovidos. El papa, dos días después, pasa por Macerata: saluda al obispo y lo elogia por su fidelidad haciendo aún más plena la alegría de todos.
Como fácilmente se advierte, la diócesis ha resentido de modo evidente la ausencia de su pastor. Vicente debe comenzar nuevamente una obra de reconstrucción moral y espiritual. Tiene 70 años y, si bien, las fuerzas están ya al final, no las ahorra. Animosamente va al encuentro, primero de Joaquín Murat y luego con el general Federico Bianchi comandante de las tropas austriacas: la ciudad se salva por mérito de su obispo. Y llamarlo “padre de la ciudad” es lo mínimo que puedan hacer. Se acerca personalmente a los enfermos y moribundos, golpeados por una terrible epidemia y por la carestía, para llevar los sacramentos y una palabra de consuelo y de esperanza. Para quitar el hambre a los pobres, pide limosna a los nobles conocidos en Milán durante el exilio y vende los objetos sagrados de la iglesia. Abre un hospicio para ex prostitutas y un conservatorio para las jóvenes en peligro. Se dice, y con razón, que Vicente es para Macerata lo que san Carlos Borromeo para Milán. Aún en medio de tantas ocupaciones, no deja de predicar misiones y ejercicios espirituales, solicitado con insistencia, acogido con alegría, escuchado con respeto y veneración.
Probado por los sufrimientos, por los años y por el trabajo, muchas veces ha pedido al papa poder regresar al convento para prepararse, rezando, a la muerte. Súplica jamás acogida. “Es suficiente su sombra para gobernar la diócesis”, respondía el papa. Al final, León XII en 1823 lo complace. Pero sólo en parte. Lo quiere, en efecto, en su residencia para consuelo espiritual, como su consejero y confesor. El 21 de noviembre de 1823 Vicente deja Macerata entre el llanto general. Partiendo confía: “Macerata la he amado siempre y he sido amado. Macerata la llevo en el corazón”. Luego se quita el anillo episcopal, lo entrega al limosnero diciendo: “Es la única cosa que me queda. Véndalo y den lo recaudado a los pobres”.
El papa lo requiere en diálogo cada día. Con él va estudiando una reforma de la diócesis de Roma y de toda la iglesia. Lo veneran todos. Los cardenales encontrándolo se arrodillan pidiendo la bendición. Del palacio pontificio se acerca diariamente a la iglesia de los Santos Juan y Pablo donde ha sido consagrado obispo: se detiene en oración sobre la tumba del fundador sumergiéndose en grandes recuerdos; se entretiene en amable diálogo con los hermanos. En el mes de diciembre el papa se enferma gravemente. Vicente es llamado para administrarle el viático. Es la medianoche del 23 de diciembre de 1823. El diálogo es de aquellos que se deben recordar. El papa, apenas lo ve lo abraza y le susurra: “Vicente mío, yo creía hacerte santo, pero algún otro pontífice lo hará”. Y Vicente: “Ánimo santidad; el Señor no privará a la iglesia de su pastor en tiempos tan difíciles. Hay una persona que ofrece la vida para vuestra curación”. Al amanecer del día 24 Vicente celebra la misa y se ofrece víctima por la salud del papa.
Al terminar la misa el papa sorprendentemente queda curado. Habrá vivido, como predicho por Vicente, aún 5 años y 4 meses. Es el mismo León XII que anota la profecía. Vicente, en cambio, se enfermó de improviso, muere una semana más tarde, el primero de enero de 1824 día de su 79 cumpleaños. Mártir de la caridad y del altruismo. Sepultado en la iglesia de los Santos Juan y Pablo, junto al fundador, es declarado santo en 1950. Desde 1957 descansa en “su” Macerata, donde había sido pastor celoso y venerado durante 22 años.

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