martes, 30 de mayo de 2017

Miércoles semana 7 de pascua

Miércoles de la semana 7 de Pascua

Jesús nos santifica para que santifiquemos el mundo, amándolo apasionadamente
En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.
«Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad».
 (Jn 17,11b-19)
1. Jesús los llama y parece que se va: pero se queda, para ayudarnos a estar en el mundo sin ser del mundo. Señor, te pido que no escape de mis responsabilidades en el mundo, sino que me guardes del "mal". Estar en el mundo. Todos, también los sacerdotes, y dice el último concilio siguiendo esta oración sacerdotal de Jesús: "Situados aparte en el seno del pueblo de Dios no para estar separados de este pueblo, ni de cualquier hombre, sea el que sea. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida, distinta a la terrena; pero tampoco serían capaces de servir a los hombres si permanecieran extraños a su existencia y a sus condiciones de vida". Y sobre los laicos dice: "Lo propio y peculiar del estado laico es vivir en medio del mundo y de los asuntos profanos: han sido llamados por Dios a ejercer su apostolado en el mundo -a la manera de la levadura en la masa-, gracias al vigor de su espíritu cristiano." Señor, ayúdame a concretar algún punto de mejora en mis presencias en el mundo, en algún lugar donde sea más necesario en el campo de la cultura, de la labor social, de mi profesión… de las obras de misericordia. Que, santificado en la verdad, con tu palabra, que es la verdad, sepa vivir tu mandato: “como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo...” Ser otros Cristos, unido a los demás («para que sean uno, como nosotros»), con alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida»).
San Juan de la Cruz quería estar “…en toda desnudez y pobreza y vacío”… y reza Ernestina de Chambourcin: “porque en toda pobreza / me quisiste, Señor, / toda pobre me tienes. / En pobreza de amor, / en pobreza de espíritu, / sin fuerzas y sin voz. // Que anduviste en vacío / me pediste y ya voy / hacia Ti por la nada / que de mi ser quedó / la noche en que me abriste / -¡qué aurora!- el corazón. // Desnuda de mí misma / en tus manos estoy. / En pobreza y vacío / ¡renaceré, Señor! // Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada. / Voluntad de no ir / donde lo fácil llama, / de evitar la ribera / donde el sentido basta. / ¡Qué hondo no querer, / qué absolutoa desgana, / qué desviar lo inútil / arrancándole al alma / el último asidero / y hasta esa luz prestada / que le roba a lo oscuro / su claridad intacta! // Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada”, cuando el Señor nos da un nombre, es decir nos ama y nos llama, en Él lo tenemos todo”.
2. Se despide Pablo de la comunidad de Éfeso, de modo emotivo, les da últimos consejos: “Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia… Os he enseñado en todo que trabajando así es como debemos socorrer a los necesitados, y que hay que recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir”. Los discípulos “abrazándose al cuello de Pablo le besaban, afligidos sobre todo por lo que había dicho de que no volverían a ver su rostro. Y le acompañaron hasta la nave” (Hechos 20,28-38). La Iglesia, que somos todos, está compuesta de pecadores. Pero no hay problema: «os dejo en manos de Dios», y ahí estamos seguros. Con ese consejo de dar a los demás, que es fuente de alegría: Señor, ¡que sepa darme!
3. Por eso rezamos con el Salmo: “Tú, Dios mío, ordena tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro... Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor, que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa: "Reconoced el poder de Dios". Sobre Israel resplandece su majestad, y su poder sobre las nubes. Desde el santuario, Dios impone reverencia: es el Dios de Israel  quien da fuerza y poder a su pueblo. ¡Dios sea bendito!” (Salmo 67,29-30.33-36).
En esta preparación a su fiesta acabamos con esta oración al Espíritu Santo: lléname, poséeme, dame tu luz y fuerza para ser a fondo cristiano, otro Cristo. Que me deje llevar por ti, para ser como los primeros portador de paz, de fuego de amor, que quema toda violencia, que da sabor a la vida, que arrastra a Jesús a los demás con la experiencia viva de su entrega. Que sea acogedor en una escucha activa, que tenga empatía con cada persona como la tuvo Jesús, con todo lo que esto resume: que sea solidario, alegre, trabajador, leal, libre, generoso, valiente para testimoniar mi fe, sin miedo de aparecer como un loco ante los demás. Pongo esta oración bajo tu protección, Santa María, madre mía.
Llucià Pou Sabaté
La Visitación de la Virgen María

Dichosa tú, Virgen María, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor. Con tu amor y servicio nos ayudas a entender que servir es reinar
“Por aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá". Entonces María dijo: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo, y su misericordia es eterna con aquellos que le honran. Actuó con la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.Derribó de sus tronos a los poderosos y engrandeció a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada. Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre".María estuvo con Isabel unos tres meses; después regresó a su casa” (Lucas 1, 39-56).
1Se celebra esta fiesta para toda la Iglesia a partir de 1389, cuando se pidió a María su intercesión para que concluyera el cisma de Occidente. Culmina con ese día el mes dedicado de modo especial al culto de María, al menos en Europa. Esta fiesta nos manifiesta su mediación, su espíritu de servicio y su profunda humildad. Mediación que canta en el Magnificat, servicio de unos meses a su prima ya mayor, humildad que viene de su gran amor. Nos enseña a llevar la alegría cristiana allí a donde vamos: la Virgen, al conocer que su prima tendría un hijo, siendo ya mayor, fue a ayudarla “cum festinatione”, haciendo fiesta, es decir con alegría. Y al saludar a su prima salta de gozo el niño que llevaba dentro Isabel, el que será llamado Juan Bautista.
Canta un himno: “La Virgen santa, grávida del Verbo, en alas del Espíritu camina; la Madre que lleva la Palabra, de amor movida, sale de vista.
Y sienten las montañas silenciosas, y el mundo entero en sus entrañas vivas, que al paso de la Virgen ha llegado el anunciado gozo del Mesías.
Alborozado Juan por su Señor, en el seno, feliz se regocija, y por nosotros rinde el homenaje y al Hijo santo da la bienvenida.
Bendito en la morada sempiterna aquel que tu llevaste, Peregrina, aquel que con el Padre y el Espíritu, al bendecirte a ti nos bendecía. Amén”.
A la llegada de Nuestra Señora, Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama en voz alta: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno”.
Isabel inventa el Avemaría... no se limita a llamarla bendita, sino que relaciona su alabanza con el fruto de su vientre, que es bendito por los siglos. ¡Cuántas veces hemos repetido también nosotros estas mismas palabras, al recitar el Avemaría!: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Quisiera, Madre mía, pronunciarlas con el mismo gozo con que lo hizo Isabel, al trabajar, al mirar una imagen tuya…
María y Jesús siempre estarán juntos. Los mayores prodigios de Jesús serán realizados –como en este caso– en íntima unión con su Madre, Medianera de todas las gracias. “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte” (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58).
Aprendamos hoy, una vez más, que cada encuentro con María representa un nuevo hallazgo de Jesús. “Si buscáis a María, encontraréis a Jesús. Y aprenderéis a entender un poco lo que hay en este corazón de Dios que se anonada” (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 144), que se hace asequible en medio de la sencillez de los días corrientes. Este don inmenso –poder conocer, tratar y amar a Cristo– tuvo su comienzo en la fe de Santa María, cuyo perfecto cumplimiento Isabel pone ahora de manifiesto: “la plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la Visitación, indica cómo la Virgen de Nazareth ha respondido a este don” (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 1987,12).
Rezamos con la Oración de hoy: “Dios todopoderoso, Tú que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida. Por Nuestro Señor Jesucristo...”
Como contemplamos en el Santo Rosario, la Visitación es un misterio de gozo. Juan el Bautista exulta de alegría en el seno de Santa Isabel; esta, llena de alegría por el don de la maternidad, prorrumpe en bendiciones al Señor; María eleva el Magnificat, un himno todo desbordante de la alegría mesiánica: es “el cántico de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la alegría del antiguo y del nuevo Israel (...). El cántico de la Virgen, dilatándose, se ha convertido en plegaria de la Iglesia de todos los tiempos” (Pablo VI, Exhor. Apost. Marialis cultus, 1974,18).
Estas palabras son el espejo del alma de Nuestra Señora; un alma llena de grandeza y tan cercana a su Creador: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”.
Y junto a este canto de alegría y de humildad, la Virgen nos ha dejado una profecía: “desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. “Desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo acuden los fieles, en todos sus peligros y necesidades, con sus oraciones. Y sobre todo a partir del Concilio de Éfeso, el culto del pueblo de Dios hacia María creció maravillosamente en veneración y amor, en invocaciones y deseo de imitación, en conformidad de sus mismas palabras proféticas: Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso”, sigue diciendo el texto Vaticano.
La devoción popular, la inmensidad de imágenes a ella dedicadas, las incontables alabanzas que se dirigen a la Virgen en una multitud de iglesias que llevan su advocación, son prueba de que la llamamos bienaventurada, con aquellas palabras pronunciadas en la fiesta que celebramos: Dios te salve, María, llena eres de gracia..., bendita tú eres entre todas las mujeres...
De modo particular la hemos invocado a lo largo de este mes de mayo, “pero el mes de mayo no puede terminar; debe continuar en nuestra vida, porque la veneración, el amor, la devoción a la Virgen no pueden desaparecer de nuestro corazón, más aún, deben crecer y manifestarse en un testimonio de vida cristiana, modelada según el ejemplo de María, el nombre de la hermosa flor que siempre invoco // mañana y tarde, como canta Dante Alighieri (Paradiso 23, 88)” (Juan Pablo II, Homilía, 1979).
Tratando a María, descubrimos a Jesús. “¡Cómo sería la mirada alegre de Jesús!: la misma que brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría –“Magnificat anima mea Dominum!” –y su alma glorifica al Señor, desde que lo lleva dentro de sí y a su lado.
”¡Oh, Madre!: que sea la nuestra, como la tuya, la alegría de estar con Él y de tenerlo” (San Josemaría Escrivá, Surco, 95). Te pedimos, Madre mía, participar de la fe que tienes, que se haga realidad en mí lo que dijo de ti tu prima: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). Te pedimos una unión de amor como esas imágenes románicas que se te ve en el abrazo con tu prima, con un mismo mirar, con los ojos pegados que parecen el mismo, así quisiera ver las cosas con una identificación de tu mirada, desde tu mirar y desde tu corazón.

Llucià Pou Sabaté

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