sábado, 13 de mayo de 2017

Domingo semana 5 de pascua; ciclo A

Domingo de la semana 5 de Pascua; ciclo A

En Jesús la misericordia divina se vierte sobre todos los hombres, se nos da Jesús que es el Camino, la Verdad y la Vida: el Camino auténtico en la caridad y el servicio; la Verdad que llena, con la oración que es un medio para conocerla; la Vida eterna de la que la Eucaristía es ya de ella prenda
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.Tomás le dice: -Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?Jesús le responde: -Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.Felipe le dice: -Señor, muéstranos al Padre y nos basta.Jesús le replica: -Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre” (Juan 14,1-12).
1. “Dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros”. Jesús va al cielo, y allí donde él está también iremos nosotros pues él ha ido a prepararnos lugar.
“Y adonde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dice: -Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?” Ésta es la gran pregunta de cada hombre, de mí mismo: «¿cómo podremos saber el camino?», ¿cómo sé por dónde debo ir para alcanzar la vida eterna, la felicidad en la tierra y, después, en el cielo? ¿Cómo puedo ser feliz?
Queremos seguir ese camino que lleva a la felicidad, que es acoger el amor de Jesús. Y escuchar esas palabras de salvación: “volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros”. Y Jesús concluye dirigiéndonos también a nosotros su palabra decisiva: “Creed en Dios y creed también en mí”. Únicamente Jesús es la luz. ¡Él sólo es la Verdad!
Señor, a veces me dejo llevar por otros caminos, cosas de gusto inmediato que produce mi egoísmo: comodidad, pereza, sensualidad, orgullo. Ayúdame a no apartarme de tu camino; y si me aparto -aunque la desviación sea pequeña-, que vuelva cuanto antes a él por la confesión. Gracias, Jesús, porque con tu vida me has dejado un sendero claro, me has marcado el camino que conduce a la felicidad. Un camino que, a veces, es difícil de ver, porque pasa por el sacrificio, por darse a los demás, por no buscarme a mí mismo (P. Cardona).
«Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Yo soy el camino: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Le declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.
Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar» (J. Escrivá, Amigos de Dios 127).
Jesús, has dejado unas huellas imborrables que marcan el camino, unas señales indelebles que me indican dónde está la verdad, unas fuentes inagotables de donde mana la vida espiritual: los sacramentos. La vida cristiana -que es esencialmente sobrenatural- se nutre de los sacramentos que Tú has dejado a la Iglesia. Sin el apoyo de los sacramentos, la oración se convierte en cavilación, y las buenas obras en sentimentalismo.
Jesús, Tú eres la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Y esa senda está marcada por los sacramentos, en especial por aquéllos que podemos recibir más a menudo: la Comunión y la Confesión.
 “Jesús le responde: -Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. «Yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (San Agustín).
Jesús, sólo hay un modo de llegar a Dios, y eres Tú: seguir el ejemplo de tu vida, vivir esa vida de la gracia que me das en los sacramentos, que es tu misma vida: «Yo soy la Vida» Toda otra vida es efímera, todo otro objetivo es superficial, si se aparta de ese «Camino» que lleva a la verdadera felicidad.
Toda «verdad» en dirección opuesta es mentira, porque sólo Tú eres la «Verdad».
“Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”.
Felipe le dice: -Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica: -Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?” Jesús parece reprochar a Felipe por su pregunta, pero era una constatación de las dificultades que la razón humana experimenta ante el misterio. Efectivamente, nos encontramos aquí en la cumbre del misterio trinitario y sólo conociendo profundamente a Jesucristo y aceptando todo su mensaje, es posible conocer a Dios como Padre, que revela su amor con la creación y la redención. Sólo Jesús es el camino hacia el Padre; sólo Jesús nos hace conocer el misterio trascendente de la Santísima Trinidad y el misterio inmanente de la Providencia de Dios, que está presente en la historia de los hombres con el proyecto de salvación, que nos trae su amor, su misericordia y su perdón.
“Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia”: Jesús subraya la perfecta identidad de naturaleza entre Él y el Padre, y por lo tanto, la identidad de pensamiento (no lo habla por su cuenta) y de acción (dentro de la distinción de las divinas Personas): “el Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre”.
Quiero estar preparado, Jesús, para que también a mí me puedas decir: «os llevaré junto a mí para que, donde yo estoy, estéis también vosotros.»
2. Vemos a la Iglesia desarrollarse bajo la acción del Espíritu Santo, en este tiempo de Pascua lleno de frutos. Decía Jacint Verdaguer que la naturaleza –árboles, flores- no puede aguantar la primavera que lleva dentro, y estalla en un mar de colores: así es la alegría de este tiempo pascual: «Señor, Tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos; míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna» (Colecta). “En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas”. Y para no distraerse de rezar y predicar, los "apóstoles" proponen a los "discípulos" que elijan a siete varones para que se encarguen de servir a los pobres. La "imposición de manos" aparece como un símbolo sagrado y jurídico, y es que la Iglesia tiene la misión de atender las necesidades de los demás, como nos enseña la Virgen María con su ejemplo: «en medio del júbilo de la fiesta, en Caná, sólo María advierte la falta de vino... Hasta los detalles más pequeños de servicio llega el alma si, como Ella, se vive apasionadamente pendiente del prójimo, por Dios» (san Josemaría). Jesús nos dio la regla de oro de que el encuentro con los demás es encontrarle a él: “cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
Manifestaciones de este servicio:
-Dejarse llevar por el Espíritu Santo, donde nos coloque en la vida.
-Olvido de mí, solo Dios basta.
-Rectificar la intención, cuando me busque, no hacerme la víctima cuando venga la señal de la cruz: acoger a Cristo en ella.
-No retener cargos, por desgracia los dictadores no saben hacer equipo, y no saben dar continuidad a lo bueno que hicieran.
-No pensar en tener siempre la razón, acoger las correcciones. Cuando alguien tiene poder se cree superior, no escucha a menudo…
-No preocuparse por los fracasos, tomar experiencia para el servicio: nos hacen más humildes, y con la humildad hay una renovada lucha fruto de confiar más en Dios y menos en nuestras fuerzas.
“Dios es  hombre de bien… Alguien de confianza y de buenos sentimientos”, decía Paul Claudel sobre este salmo: “¡Toda la tierra, si tiene corazón, que palpite sobre  el corazón de Dios! En un abrir y cerrar de ojos todo fue hecho. Y entonces, las  combinaciones de las gentes, poco tienen que ver con él”, “¡nadie es intercambiable!” Atentos y todos juntos, diremos: "Que tu amor, Señor,  esté sobre nosotros, como nuestra esperanza está en ti".
3. La Iglesia es pueblo sacerdotal, templo de Dios, "espiritual", construida y habitada por el Espíritu: cohesión mutua de las piedras vivas que somos todos, que entramos por el sacramento del Bautismo. Todo descansa sobre "la piedra escogida y preciosa" que los constructores desecharon, el Señor Jesús, a quien crucificaron los hombres, pero Dios hizo "piedra angular" de la Iglesia. "Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo".
La Iglesia es "un pueblo adquirido por Dios": lo adquirió con la sangre de su Hijo. En su triple función -sacerdotal, regia y profética- está llamada a "ofrecer sacrificios espirituales", "proclamar las hazañas del que nos llamó". En el Evangelio se nos dirá que todos están llamados a participar de la salvación de Cristo, el único camino para la verdad y la vida.
Llucià Pou Sabaté
San Matías, apóstol

«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando, que os améis los unos a los otros.» (Juan 15, 12-17)
1º. Jesús, me llamas amigo.
¡A mi!
A mí, que te he vuelto tantas veces la espalda, o que he pasado de largo con indiferencia cuando me pedías algo.
Pagas bien por mal.
Gracias.
Que sepa responder a tu amistad tratando de cumplir tu voluntad, que está bien clara: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.»
Jesús, ¿cómo me has amado?
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.»
Tú me has amado con el amor más grande posible: dando tu vida por mí; y ahora me pides que te imite.
Ayúdame a pensar en los demás, a servir a los que me rodean: mi familia, mis compañeros, mis amigos, mis vecinos.
«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.»
Jesús, me has elegido Tú: te has puesto a mi alcance, me has llenado de gracias.
No es mérito mío el ser cristiano; es un don tuyo, un talento valiosísimo que me has prestado para que lo haga rendir.
Porque no quieres que entierre mis talentos -los dones que me das-, sino que los haga fructificar: «el treinta por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mateo 4,8).
La   nueva es llamada 'ley de amor', porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; 'ley de gracia', porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; 'ley de libertad' porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo «que ignora lo que hace su señor», a la de amigo de Cristo, «porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer»(CEC.-1972).
2º. «Si el Señor te ha llamado «amigo», has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador» (Surco.-629).
Jesús, eres Tú el que me has llamado, el que te has metido en mi vida, casi sin darme cuenta.
No soy yo el que te he elegido: Tú has querido contar conmigo.
Por eso, no tengo derecho a dejarte; no puedo quedarme en una posición cómoda, de simple espectador, cuando Tú me estás pidiendo más: «os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.»
Jesús, me pides que dé fruto.
¿Pero qué fruto?
Fruto de santidad,
fruto de apostolado,
fruto de trabajo bien hecho,
fruto de servicio a los demás.
Este es el fruto que me pides después de decirme que has dado tu vida por mí y que ya no puedes mostrarme más el amor que me tienes; después de llamarme amigo «porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.»
¿Cómo no voy a responder a tu llamada?
¿Cómo no voy a intentar ir a paso rápido, al paso de Dios?
Pero necesito ayuda, y por eso me aseguras que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.»
Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes;
te pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a luchar en serio en el camino de la santidad;
te pido más generosidad, para saber dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús;
te pido más lealtad, para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con todas mis fuerzas;
te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto permanezca.

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