viernes, 28 de abril de 2017

Sábado de la semana 2 de Pascua

Sábado de la semana 2 de Pascua

Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.
“A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:- Soy yo. No tengáis miedo.Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían” (Juan 6,16-21).
1. El Evangelio (Juan 6,16-21) nos narra el oleaje que hace inseguros a los Apóstoles dentro de la barca; nos hace pensar en las persecuciones de la Iglesia, herejías e infidelidades: “A la caída de la tarde, los discípulos bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo”. Las cosas malas y las contrariedades nos hacen sufrir, y a veces sentimos miedo hasta que vemos que es Jesús quién está en nuestro día, en nuestra vida, en nuestra barca, y volvemos a la paz y seguridad de saber que Cristo está dentro de la barca; y podemos sentirnos seguros. Cuentan de una nave que se balanceaba en medio del oleaje y los pasajeros se angustiaban gritando aterrados. Sólo una niña jugaba tranquilamente en la cubierta, y cuando ya pasó todo le preguntaron qué le llevaba a tener esa paz, por qué no había tenido miedo: “-¿Miedo? –dijo- ¿De qué? Mi padre lleva el timón, y con él no puede pasarme nada malo”. Esa confianza es la que hemos de tener con Jesús y el Espíritu Santo que guían la Iglesia en las tempestades de la historia, y nuestras vidas. Nos dijo Jesús que Él estaría siempre con nosotros hasta el final del mundo. La Iglesia puede evolucionar en algunos puntos de su doctrina, profundizando en lo que está implícitamente en el Evangelio. No es una religión del Libro, sino de la Persona de Jesús que está vivo por su Espíritu, desarrollando aspectos de doctrina siempre dentro de la fidelidad. Por eso hemos de tener paciencia, estar en comunión, fieles a la doctrina, unidos a Jesús por los sacramentos, dóciles a la jerarquía.
Jesús domina las aguas del caos, en esta nueva Creación de la Pascua, instaura el nuevo día, Domingo, “Día del Señor”, cambia la historia. El descanso del Sábado evoluciona, como el Mar Rojo hizo pasar a la tierra prometida, ahora llegamos a ese “Día que ha hecho el Señor”, donde Jesús es el nuevo Moisés que no sólo habla con Dios sino que dice: “Yo soy, no tengáis miedo”. Así leemos en el Evangelio: “Jesús les dijo: - Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían”.
El “Yo soy” nos remite al nombre de Dios tal como lo reveló a Moisés en la zarza ardiente. En medio de nuestras oscuridades, amanece Dios, Jesús llega caminando sobre las aguas, para ayudarnos en nuestras tempestades. Llega en la oración y los sacramentos, y nos dice "no tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho estas palabras: “Cristo dirigió muchas veces esta invitación a los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No tengas miedo". Y esto mismo a José: "No tengas miedo". Cristo lo dijo a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!" Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay dentro de cada hombre"”.
2. Los Apóstoles recibían muchas peticiones de gente necesitada, pues la Iglesia ha atendido a los pobres desde el principio. De ahí lo que hoy nos cuentan los Hechos (6,1-7): “En aquellos días, debido a que el grupo de los discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien atendidas en el suministro cotidiano. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios para dedicarnos al servicio de las mesas”. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra». Es lo primero, la unión con Dios: una prioridad que ha recordado Juan Pablo II como programa de apostolado para el tercer milenio. Sin vida interior, sin oración, no es posible una verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra, no enciende al que predica».
-“Por tanto, elegid de entre vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este servicio para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra”. Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos de segunda clase respecto a los judíos «de siempre». Vemos también a veces en la Iglesia que hay “clases”. De otra parte, si de una parte hemos de hacer de “buen samaritano” y no pasar de largo, de otra el buen samaritano luego lleva al herido a una hospedería, y que el buen hostelero hiciera su trabajo. Así tienen que aparecer en la Iglesia misiones, encargos o responsabilidades, para poder llegar a todo…
-“La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron ante los apóstoles, y ellos, después de orar, les impusieron las manos”. Los 7 elegidos recuerda los 70 jueces que elige Moisés para que le ayuden a administrar justicia o los 70 miembros del Sanedrín.
-“La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe”. A partir de ahora, los cristianos se llamarán “discípulos” en los Hechos. Esteban será luego el primer mártir cristiano.
3. Justos, alabad al Señor, la alabanza es propia de los rectos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor con el arpa de diez cuerdas; pues la palabra del Señor es eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; Él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena del amor del Señor”. Jesús resucitado nos protege siempre; nos da confianza su misericordia, que vela por mí, y en este sentido hay que entender el “ojo de Dios”, que no es un espía que conoce todo para castigar, sino mirada amorosa: "Dondequiera que vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de Dios te mira" (comenta san Basilio), y acoger ese don nos da vida, como sigue diciendo el Salmo (32,1-2,4-5,18-19): “Pero el Señor se cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, para librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Llucià Pou Sabaté
Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia

«En aquel tiempo exclamó Jesús diciendo: Y te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Si, Padre, pues así fue tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quiera revelarlo». (Mateo 11, 25-27)
1º. Hoy se habla mucho de ciencia.
Parece que la ciencia puede explicarlo todo, y que sólo lo que se comprueba científicamente puede ser creído.
El problema es que las ciencias experimentales sólo pueden medir lo que es material, no lo que es espiritual.
Por eso «ocultas estas cosas a los sabios.»
No a los sabios de verdad, que saben distinguir hasta dónde llega la ciencia, sino a los que se creen sabios sin serlo, o a los soberbios que creen que su limitada razón es capaz de entenderlo todo.
También dices que Dios ha ocultado estas cosas a los «prudentes.»
Aquí te refieres, Jesús, a aquellas personas que no quieren arriesgar, que no quieren dar nada antes de haber recibido ya la recompensa.
Esas personas no te pueden conocer ni amar, porque Tú me das en proporción a lo que yo te entrego.
Es una proporción «desproporcionada»: «el ciento por uno y la vida eterna» (Marcos 10,30).
Pero el prudente da cero; y el ciento por cero, es cero.
Por eso me recuerdas: «Dad y se os dará» (Lucas 6,39-45) y no al revés.
«Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños.»
«De la misma manera que los padres y las madres ven con gran gusto a sus hijos, también el Padre del universo recibe gustosamente a los que se acogen a él. Cuando los ha regenerado por su Espíritu y adoptado como hijos, aprecia su dulzura, los ama, la ayuda, combate por ellos y por eso, los llama sus «hijos pequeños» (San Clemente de Alejandría).
Jesús, quieres que me haga niño en la vida espiritual.
El niño pequeño confía en su padre, se apoya en él, le busca cuando se encuentra en necesidad.
Esa debe ser mi conducta espiritual: que confíe en Ti, que me apoye en Ti, que te busque en todo momento.
Entonces te iré descubriendo, conociendo y amando más y más.
2º. «¡Qué buena cosa es ser niño! -Cuando un hombre solicita un favor, es menester que a la solicitud acompañe la hoja de sus méritos.
Cuando el que pide es un chiquitín -como los niños no tienen méritos-, basta con que diga: soy hijo de Fulano.
¡Ah, Señor! -díselo ¡con toda tu alma!-, yo soy... ¡hijo de Dios!» (Camino.-892).
Jesús, Tú conoces al Padre porque eres su Hijo: «nadie conoce al Padre sino el Hijo.»
Yo también voy a conocer a Dios en la medida en que me comporte como hijo de Dios: en la medida en que le trate como Padre en la oración, o que me apoye en Él cuando tengo una dificultad, o que le ofrezca todo lo que hago.
Por eso, ¡qué buena cosa es ser niño!
El que se cree maduro y virtuoso no reconoce sus errores, ni aprende, ni se deja ayudar.
Pero el niño busca enseguida los brazos fuertes de su padre cuando se encuentra en peligro.
Y por eso su padre le coge con más cariño, y le conforta con toda clase de mimos.
Jesús, por ser cristiano, mi objetivo es parecerme a Ti lo más posible.
Y uno de los aspectos más importantes en los que te he de imitar -porque incluye a todos los demás- es en la filiación divina: el vivir como hijo de Dios.
Por eso es bueno considerar cada día, y varias veces al día, esta realidad: yo soy... ¡hijo de Dios!
¿Cómo me tendré que comportar en el trabajo y en el descanso, en casa y en la calle, ante aquella situación o aquella otra?
Jesús, quieres que me haga pequeño, humilde; que te imite en ese vivir como hijo de Dios.
El sabio y el prudente se encierran en su soberbia o egoísmo, y todo lo espiritual se les oculta.
Pero a mí me has «querido revelar» el secreto de la vida sobrenatural: la filiación divina que me has conseguido muriendo en la cruz.

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