sábado, 25 de marzo de 2017

Domingo semana 4 de Cuaresma ; ciclo A

Domingo de la semana 4 de Cuaresma; ciclo A

Jesús es el buen pastor que nos lleva hacia la salvación; la luz que nos abre los ojos curándonos de nuestra ceguera
«Y al pasar vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabbí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Respondió Jesús: Ni pecó éste ni sus padres, sino que aso ha ocurrido para que las obras de Dios se manifiesten en él. Es necesario que nosotros hagamos las obras del que me ha enviado mientras es de día, pues llega la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, aplicó el lodo en sus ojos y le dijo: Anda, lávate en la piscina de Siloé, que significa enviado. Fue, pues, se lavó y volvió con vista. Los vecinos y los que le habían visto antes cuando era mendigo decían: ¿No es éste el que estaba sentado y pedía limosna? Unos decían: Es él. Otros en cambio: De ningún modo, sino que se le parece. El decía: Soy yo. Entonces le preguntaban: ¿Cómo se te abrieron los ojos? El respondió: Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: Ve a Siloé y lávate. Entonces fui, me lavé y comencé a ver. Le dijeron: ¿Dónde está ése? El respondió: No lo sé. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. Y le preguntaban de nuevo los fariseos cómo había comenzado a ver. El les respondió: Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo. Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no es de Dios, ya que no guarda el sábado. Pero otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales prodigios? Y había división entre ellos. Dijeron, pues, otra vez al ciego: ¿Tú qué dices de él, puesto que te ha abierto los ojos? Respondió: Que es un profeta. No creyeron los judíos que aquel hombre habiendo sido ciego hubiera llegado a ver, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, y les preguntaron: ¿Es éste vuestro hijo del que decís que ha nacido ciego? ¿Entonces cómo es que ahora ve? Respondió sus padres: Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos; o quién le abrió los ojos, nosotros no lo sabemos. Preguntadle a él, que edad tiene, él dará razón de sí mismo. Sus padres dijeron esto pues temían a los judíos, porque ya habían acordado que si alguien confesaba que él era el Cristo fuese expulsado de la sinagoga. Por eso sus padres dijeron: Edad tiene, preguntadle a él. Llamaron, pues, por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. El les contestó: Si es un pecador yo no lo sé. Sólo sé una cosa, que siendo ciego, ahora veo. Entonces le dijeron: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? Les respondió: Y a os lo dije y no lo escuchasteis, ¿por qué lo queréis oír de nuevo? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos? Ellos le insultaron y le dijeron: Tú serás discípulo suyo; nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero ése no sabemos de dónde es. Aquel hombre les respondió: Esto es precisamente lo admirable, que vosotros no sepáis de dónde es y que me abriera los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que si uno honra a Dios y hace su voluntad, a éste le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si ése no fuera de Dios no hubiera podido hacer nada. Ellos respondieron: Has nacido empecatado y ¿nos vas a enseñar tú a nosotros? Y lo echaron fuera. Oyó Jesús que lo había echado fuera, y encontrándose con él le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? El respondió: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Lo has visto; el que habla contigo, ése es. Y él exclamó: Creo, Señor. Y se postró ante él. Dijo Jesús: Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos. Oyeron esto algunos de los fariseos que estaban con él y dijeron: ¿Acaso nosotros también somos ciegos? Les dijo Jesús: si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora decís: Vemos; por eso vuestro pecado permanece.» (Jn 9, 1-41)

1. Este domingo “Laetare" –comienza con “Alégrate, Jerusalén…”- nos tomamos un momento de respiro en el tono penitencial, para ver ya cercana la Semana Santa. Es segundo domingo de escrutinios en el catecumenado, tiempo de hacer experiencia de examen interior, renovación –para cada uno, en solidaridad con los llamados al bautismo-, domingo "luminoso" sobretodo en este Evangelio; algunos preparan hoy el Cirio pascual.
Esta doctrina se condensa en en el prefacio, centrado en el misterio de la encarnación (lo hemos celebrado en fecha no muy lejana, el 25 de marzo), y la luz: “Cristo se dignó hacerse hombre para conducir al género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los que nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el bautismo, transformándolos en hijos adoptivos del Padre”.
Jesús da vista a "este hombre" con barro, recuerdo del Génesis: el divino alfarero trabaja el barro del hombre "terrenal", iluminado-recreado por el Enviado, en el bautismo. Cristo-luz continúa conduciéndonos de las tinieblas a la luz, por medio del baño de regeneración, por el que somos "hijos de adopción".
San Ireneo habla de que el lodo que hace Jesús representa la "arcilla" con la que Dios creó al hombre, de tal manera que Jesús estaría "recreando" al hombre nuevo, al hombre salvado por su presencia.
San Agustín, nos dice que el agua de Siloé es el agua del bautismo, que habría introducido al ciego a la nueva vida de la fe.
El ciego va a ir avanzando en su confesión de Dios: progresión en la fe:
-Al preguntarle por primera vez, ¿quién lo había sanado? Él responde: "el hombre que se llama Jesús".
-Después ante los escribas y fariseos, el que era ciego proclamará: "es un profeta".
-Posteriormente al encontrarse con Jesús, el que era ciego se referirá a Jesús como: "Señor".
-Y por último, vuelve Jesús a escena para preguntarle, ¿crees tú en el Hijo del hombre? A lo que el ciego responderá: «creo, Señor". Y se postró ante él».
El curado de ceguera es expulsado de la sinagoga… pero ha entrado en un mundo nuevo: el de ver con los ojos carnales, y con los ojos de la fe, como dice san Pablo: "Vivamos, por lo tanto, como hijos de la luz".
También nos indica Jesús que las desgracias no son por los pecados, sino para que se manifiesta la gloria de Dios. No podemos pensar que los éxitos de tipo material son un premio y las desgracias un castigo.
Es una pena la actitud cerril de los fariseos. Creen tener la verdad, y rechazan la Verdad que está ante ellos.
2. Samuel va a Jesé, de Belén, para ungir el nuevo rey. En casa de Eliab  ve a los siete hijos de Jesé pero no son, y pregunta por si queda alguno: -“”Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño. Dijo entonces Samuel a Jesé: -Manda, que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido. Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia. Dijo el Señor: -Levántate y úngelo, porque éste es. Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos”. El Señor escoge según su corazón, no según piensan los hombres…
Me gusta el salmo del buen pastor, es como el recorrido de la vida. En la primera estrofa, es cuando todo va bien: “El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis 'fuerzas”.
Luego veo cuando las cosas van mal, que la confianza en Él nos da paz: “Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”. H. Bergson decía: "Los centenares de libros que yo he leído no me han procurado tanta luz ni tanto consuelo como el verso de este salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo".
La tercera estrofa me recuerda la Misa, participar de la mesa del Señor: “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa”. J. Green nos dirá: "Estas frases sencillas, estas frases de niño se quedaron sin dificultad en mi memoria. Yo veía el pastor, el valle de la sombra de la muerte, yo veía la mesa preparada. Era el evangelio en pequeño. Cuántas veces, en las horas de angustia, me he acordado del cayado reconfortante que ahuyenta el peligro. Cada día recitaba este pequeño poema profético cuyas riquezas yo nunca agotaría".
Y en la última veo el cielo: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”.
Recuerdo alguna persona en el momento de la muerte, me ha pedido recitar juntos este salmo, y en el contexto de alguien que está diciendo las últimas palabras adquiere un valor especial, un sentido más profundo, pues se ve que el salmo refleja los sentimientos-resumen de una vida de esperanza, que expresa en germen el sermón de la montaña, condensado en la imagen poética que es única manera de expresar lo inexpresable, y al recitarlo un santo que se está muriendo, se ven que esas palabras expresan el fruto maduro de una fe inquebrantable, la confianza, serenidad, optimismo. Cuando las recita alguien curtido por las luchas de la vida, por situaciones angustiosas, por pruebas de todo tipo, adquieren una viveza pues se vuelven como el testamento de quien por encima de todo, el alma entonces se ve como oveja que es conocida por su pastor. Su rara brevedad es lógica: no hacen falta más que sus 6 versículos, pues está todo dicho ahí.
San Gregorio Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en  alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus  necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen  Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la  sagrada doctrina".
3. “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia”. Las "tinieblas" del pecado y la ignorancia dejan paso a la "luz" de la presencia de Dios en Cristo, "la luz del mundo". “Pues hasta ahora da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.»” Somos “hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.
—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (J. Escrivá). Es lo que pedimos por intercesión de santa María.
Llucià Pou Sabaté

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