sábado, 12 de noviembre de 2016

Domingo 33 de tiempo ordinario; ciclo C

Domingo de la semana 33 de tiempo ordinario; ciclo C

Hemos de trabajar, unidos al Señor, esperanzados y procurando corresponder a su amor, para estar con él en su Reino
«Como algunos le hablaban del Templo, que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas, dijo: «Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo acontecerá esto y cuál será la señal de que comienza a suceder?». Él dijo: «Mirad no os dejéis engañar; pues muchos vendrán en mi nombre diciendo: Yo soy, y el momento esta próximo". No les sigáis. Cuando oigáis rumores de guerras y revoluciones, no os aterréis: porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato. Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y, hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: esto os sucederá para dar testimonio. Determinad, pues, en vuestros corazones no tener preparado cómo habéis de responder; porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados incluso por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lucas 21,5-19).
1. Le hablan a Jesús del “Templo, que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas”, cuando Él “dijo: «Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”. Los judíos piensan que el Templo es el centro de su religión, algo así como el fundamento de todo. No conocen, como dijo Jesús a la samaritana, que es Él el Templo, y la religión será en espíritu y en verdad, formado el templo por su cuerpo, por todos nosotros, piedras vivas.
Pienso que lo que nos pides, Señor, es tener buen corazón, y dejarnos llevar. Que el sentido de la vida es amar, tener un corazón bueno que sepa amar. Que lo demás, aunque parezca muy importante la decisión de un jefe, de un juez, de un gobierno; o bien los pronósticos de salud o de dinero; o bien el futuro familiar y el número de hijos… en realidad no es importante: lo que cuenta es tener un corazón que sepa amar.
Toda construcción y toda seguridad humana es engañosa: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra". En este mundo todo pasa, sólo Jesucristo es lo permanente. De ahí que el Señor anime a los suyos a perseverar en la búsqueda de la salvación eterna a pesar de las resistencias, los malos tratos, las persecuciones que, por el testimonio de una vida cristiana coherente, encuentren en el camino (Juan Pablo II). "Esta espera de un mundo nuevo -enseña el C. Vaticano II- no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra donde crece el cuerpo de la nueva familia humana" (GS 39).
Pedimos al Señor en la colecta: "Concédenos vivir siempre alegres en tu servicio". Cerca ya del fin de año litúrgico y de la proclamación de la fiesta de Cristo Rey, esta última semana se nos habla del fin de toda la creación: Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo acontecerá esto y cuál será la señal de que comienza a suceder?». Y el Señor, uniendo el fin del Templo al de los Tiempos, dijo: «Mirad no os dejéis engañar; pues muchos vendrán en mi nombre diciendo: Yo soy, y el momento esta próximo. No les sigáis. Cuando oigáis rumores de guerras y revoluciones, no os aterréis: porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato”. El curso de la historia está surcado por desgracias, pero de ahí el Señor, que no las quiere pero sí permite habitualmente que la naturaleza o la libertad humana siga su orden, sabe sacar de todo eso algo mejor. La virtud de la esperanza consiste precisamente en confiar en Ti, Señor, porque aunque a veces lo vea todo negro, otras siento tu presencia, que eres mi Padre y quieres lo mejor para tus hijos. Siento –como te dijo san Pedro- que “sólo tú tienes palabras de vida eterna”, que las demás cosas no llenan mi corazón, sediento de afán de verdad. Por eso, para el que se sabe hijo de Dios, todo lo que ocurre es para bien, y nada en esta tierra puede quitarle la alegría. La virtud de la esperanza es una roca firme que mantiene segura mi fe y no deja que se apague mi amor por Ti.
“Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y, hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo. Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: esto os sucederá para dar testimonio”.  Sé que el que sigue tu camino se encontrará con la Cruz, que no le faltarán dificultades y a veces ser mártir como tú, unido a ti, que das tu gracia a quien pasa por contrariedades.
A veces, cuando veo gente sufrir, pienso ¿cómo Dios permite eso? Esa duda llena mi alma, pero en mi vida veo que cuando paso por una dificultad, das tu gracia para llevarla, y pienso –nos lo dice la Iglesia- que con los demás haces lo mismo. Cuando me pregunto: ¿cómo voy a perseverar a pesar del cansancio y de las contradicciones, de las dificultades exteriores y por mis miserias? Recuerdo entonces el testimonio que dejó san Pablo: ¡la gracia de nuestro Señor Jesucristo puede! De manera que soy un pecador, pero salvado por tu gracia, Señor.
La clave está en contemplar ese amor divino y corresponder, enamorándome cada día más de Ti cada día: Enamórate, y no «le» dejarás (san J. Escrivá, Camino 999). Ayúdame, Señor, a tratarte de tal modo en mi oración personal, cada día, que me sienta ligado a Ti -como la hiedra se adhiere a la pared, dice una canción- por amor (Pablo Cardona).
Habrá una oposición, en ocasiones muy fuerte, entre la verdad y la mentira, entre el servicio a los demás y la explotación de los más débiles, el amor y el egoísmo... "No tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero", dice el Señor, pero el trabajo paciente y esperanzado impondrá al final su ley, y "ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
El Catecismo señala: «El juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación. Y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte» (1040).
«La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por su Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna» (S. Cirilo de Jerusalén) (1050).
«A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz) (1022). La enseñanza de la Iglesia sobre el juicio final y el último día es un mensaje esperanzador (1040 y 1060). Quien vive en Cristo, le espera, y ansía ver a Dios.
2. Malaquías (siglo V a. C.) nos habla de un horno donde “malvados y perversos serán la paja”, que será quemada. “Pero a los que honran mi nombrelos iluminará un sol de justicia, que lleva la salud en las alas”. Se nos habla del triunfo de la justicia divina. Como un padre a su hijo, así Dios actuará en el "día de Yahvé"; de manera que la justicia y la recompensa de Dios serán unidas a la misericordia.
Por eso canta el salmista: “Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos:con clarines, y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor”. Porque “nunca se oyó cosa semejante” (San Atanasio De titulis psalmorum, 97). “Su diestra le ha dado la victoria: es decir, para salvarnos por medio de su Muerte y Resurrección, el Señor no necesitó ayuda extraña” (S. Hilario, Tractatus super psalmos97). Se refiere a "¡la salvación que tú preparaste ante todos los pueblos!" (Lucas 2,30), aquella que proclama Jesús: "atraeré hacia mí a todos los hombres" (Juan 12,32). Y Paul Claudel señala: "¿Qué canto, oh Dios mío, podemos inventar al compás de nuestro asombro? Él ha roto todos los velos. Se ha mostrado. Se ha manifestado tal como es a todo el mundo. La misma caridad, la misma verdad, todo semejante, a lo que quiso con Israel, ¡helo aquí, doquier, brillando a los ojos de todo el mundo! ¡Tierra, estremécete! ¡Que oiga en tus profundidades el grito de todo un pueblo que canta y que llora y que patalea! ¡Adelante, todos los instrumentos! ¡Adelante la cítara y el salmo! ¡Adelante, la trompeta en pleno día con sonido claro, y esta trompeta, la otra, muy bajo, como un hormigueo de trompetas que yo creía escuchar durante la noche! ¡Adelante el mar, para sumirme! ¡Adelante, la redondez de la tierra como un canasto que se sacude! ¡Ríos, aplaudid, y que se alisten las montañas, porque ha llegado el momento en que Dios va a "juzgar" a la tierra! ¡Ha llegado el día del rayo del sol, y de la radiante nivelación de la justicia!": "se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel" (nos recuerda el Magníficat de María: Lc 1,54): "Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios".
3. ¿Qué debe hacer el cristiano? Pablo da en la segunda lectura una respuesta lacónica: trabajar. Y trabajar como él. Tanto en la Iglesia como «en el mundo» Pablo ha trabajado «día y noche»: «Nadie me dio de balde el pan que comí». Al cristiano se le exige un compromiso en la Iglesia y en el mundo (von Balthasar); visto desde la providencia de Dios: "Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá" (Lc 21,18).
Llucià Pou Sabaté
San Leandro, obispo

Una de las más impresionantes figuras de la Historia de Sevilla del siglo VI es San Leandro. Vive en la segunda mitad de este siglo y le toca sufrir la oposición entre las culturas hispano-romana y visigótica, entre el catolicismo de los dominados por el rey Leovigildo y el arrianismo de los dominadores bárbaros. Nace en Cartagena ca. 540, de familia noble.
Su padre era hispano-romano y, por motivos probablemente políticos, tuvo que salir de su tierra estableciéndose en Sevilla. De sus cuatro hijos, todos son santos de la Iglesia Católica: el mayor, Leandro, otros dos varones, Fulgencio que fue obispo de Écija e Isidoro, obispo de Sevilla y Florentina, religiosa contemplativa.
A la muerte de su padre, San Leandro asumió la dirección de la familia, ocupándose de la educación de su hermano Isidoro. A éste le dedicaría más adelante un tratado para que no temiera la muerte. Terminada la educación de sus hermanos, San Leandro abrazó la vida monástica y se dedicó a difundir el catolicismo entre los visigodos en contra del arrianismo del rey.
Desde el monasterio es elevado a la sede episcopal hispalense, donde sigue su preocupación contra la herejía arriana, que Leovigildo quiso hacer extensiva a toda Hispania. Pero el plan real sufre un duro golpe cuando su hijo Hermenegildo se convierte al catolicismo. El padre le había hecho gobernador de la Bética, cuya capital era Sevilla. Aquí, San Leandro e Infunda, esposa católica de Hermenegildo, logran que éste se convierta a la fe católica. Todos los autores contemporáneos atribuyen su conversión a la predicación y consejos de San Leandro. Así, San Gregorio Magno afirma: “Poco ha que Hermenegildo, hijo de Leovigildo, rey de los visigodos, se ha convertido de la herejía arriana por la predicación de Leandro, obispo de Sevilla”.
Estalla la guerra entre Leovigildo y Hermenegildo, siendo éste derrotado por su padre y más tarde asesinado. San Leandro tiene que sufrir el destierro marchando a Constantinopla. El rey veía en él el principal responsable de la conversión y rebelión de su hijo y, por tanto, el principal obstáculo en su intento de unificación político-religiosa de Hispania sobre la base de la fe arriana.
Desde el exilio, San Leandro siguió combatiendo el arrianismo. Viendo Leovigildo la imposibilidad de de unificar la península en el arrianismo levantó el destierro a los obispos católicos. Su otro hijo, Recaredo, en contacto con San Leandro, se convierte al catolicismo en el III Concilio de Toledo presidido por el arzobispo hispalense. De esta forma, la población española adquiere la convicción de que forma un pueblo, una nación.
Pero la influencia de San Leandro en la sociedad hispana no termina en ese Concilio. En el 590 convoca y preside el I Concilio de Sevilla, contribuyendo, además, con su sabiduría, al resurgimiento literario. La escuela de Sevilla, creada por él, fue la más ilustre de todas las de España y el centro de la restauración científica visigótica. Allí se estudiaba griego, hebreo, himnos, poemas clásicos, etc. Los principales doctores visigóticos eran helenistas, y lo era también San Leandro. De esta escuela salió su más insigne discípulo, su hermano San Isidoro.
De San Leandro dice Isidoro que era “suave en el hablar, grande en el ingenio y clarísimo en la vida y doctrina”. De San Leandro se dice, igualmente, que fue un hombre distinguido por su elegancia y brillantez. Con aires de pensador, citaba a los filósofos griegos y recordaba la filosofía de Séneca.
La elocuencia del metropolitano hispalense ha sido comparada con la de San Juan Crisóstomo. Al morir sobre el año 600 dejó concluida definitivamente la cuestión arriana. Su gran personalidad y santidad fue reconocida por la Iglesia Universal y su influencia histórica por todos los tratados de nuestra Historia.
Carlos Martínez. Doctor en Historia.
Capellán del Real Monasterio de San Leandro de Sevilla

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