martes, 13 de septiembre de 2016

Miércoles semana 24 de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 24 de tiempo ordinario; año par

Sentir el amor de Dios nos ayuda a corresponder con amor, que es lo que da sentido a la vida
“En aquel tiempo, dijo el Señor: -«¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: "Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis." Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores." Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón»” (Lucas 7,31-35).
1. –Después de haber hecho el elogio de Juan Bautista, Jesús, le decías a la gente: “¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? y ¿a quién se parecen?” Empleas esa expresión -"esa generación"- para recriminar la falta de fe.
-“Se parecen a los chiquillos que, sentados en la plaza, se gritan unos a otros diciendo: "os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado...", "os hemos entonado endechas y no habéis llorado..."” Los chiquillos "obstinados", cabezotas... no quieren jugar con los demás. Esto pasa con los que no quieren la predicación de Juan Bautista, más bien austera... y la predicación de Jesús, más bien alegre... también encuentra obstáculos.
-“En efecto, ha venido Juan Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: Tiene un demonio dentro...” Jesús, esto lo dices después de alabar a Juan Bautista y de lamentarte de que algunos, los fariseos y escribas, no te acepten. Hay siempre excusas para no dar crédito a su mensaje. Al uno le tildan de fanático. Al otro, de comilón y "amigo de pecadores". Aunque haya curado al criado del centurión y resucitado al hijo de la viuda de Naín, no le aceptan. Cuando no se quiere a una persona, se encuentran con facilidad excusas para no hacer caso de lo que nos propone.
-“Ha venido el Hijo del hombre que come y bebe y decís: Ahí tenéis a un glotón y a un borracho, amigo de pecadores...” ¡Cuántas veces hay rechazo de unos a otros, desacreditándolos por cualquier motivo! Hay personas siempre críticas, como tú decías, Señor, que ni entran ni dejan entrar. En el fondo, lo que pasa es que resulta incómodo el testimonio de alguien y por eso se le persigue o se le ridiculiza. Cuando no nos interesa aceptar un mensaje, sacamos excusas -a veces ridículas o contradictorias- para justificar de alguna manera nuestra negativa a aceptarlo. Te pido, Señor, ser de los de corazón sencillo y humilde, los que no están llenos de sí mismos (J. Aldazábal).
Me gusta, Jesús, tu estilo de predicar y de vivir: las comidas tenían gran importancia en tu vida, para estar con la gente: Anunciabas el Reino de Dios como un banquete mesiánico; y, si bien la penitencia y la exigencia divina no estaban ausentes de tu palabra, y me gusta ese título maravilloso que se te daba, Jesús: "amigo de los pecadores". Señor, Tú que quitas el pecado del mundo, te pido que quites el pecado de mi corazón. Pero sé que me amas tal como soy, pobre y pecador, para salvarme de mi mal. ¡Gracias! Haz que haga yo otro tanto, en ese "tratar bien a los pecadores":... la llamada del publicano Mateo, y la comida con sus colegas recaudadores... la defensa de la mujer adúltera... las parábolas de la misericordia... la oveja perdida y hallada... el hijo pródigo... el paralítico perdonado, aun antes de quedar curado... el ladrón introducido en el paraíso... la primera aparición a María...
-“Pero la "Sabiduría" de Dios ha quedado justificada y acreditada por todos sus hijos”. Jesús vuelve aquí a una de sus más caras ideas: "los pequeños", los "niños" ellos poseen la "sapiencia" por oposición a los escribas y a los sabios. "Yo te doy gracias, Padre por haber escondido esas cosas a los sabios y a los inteligentes, y haberlo revelado a los pequeñuelos" (Lucas 10,21). ¡Haznos disponibles, Señor! (Noel Quesson).
"El tiempo es demasiado lento para los que esperan; demasiado veloz para los que tienen miedo; demasiado largo para los que sufren; demasiado corto para los que disfrutan, pero para los que aman, el tiempo es la eternidad". ¿Cómo se le puede transmitir esto a nuestra generación?... O sea, que "tocamos la flauta y no bailáis; cantamos lamentaciones y no lloráis". Pero el que ama no se equivoca nunca. Al final, seremos examinados de amor. O mejor: al final, el Amor recibirá al amor (gonzalo@claret.org).
2. Pablo trató de contestar a varias preguntas concretas que interesaban a esta comunidad de Corinto: celibato y el matrimonio, celebraciones litúrgicas, diversidad legítima y unidad en la Iglesia, carismas... ahora nos habla de lo importante, la «caridad», el amor-ágape! Y leemos escrito por su mano el más hermoso himno al amor que jamás haya sido escrito.
-“Entre los dones de Dios, he ahí lo mejor... Una vía superior a todas las demás: la caridad, el amor”. Sabemos que "eros" significaba el amor-deseo, el amor-placer que quiere gozar y poseer, como cuando decimos: al lobo le gustan los corderos; a mí también me gusta el cordero asado.
«Agape» significaba el amor-don, el amor desinteresado, capaz de sacrificarse por otro, como cuando decimos «la madre ama a su hijo», o «Dios nos ama»...
-“La caridad es paciente, no busca su interés. La caridad no se irrita, no es envidiosa. La caridad es servicial. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta...” Pablo piensa en Cristo, que ha realizado todo esto a la perfección.
-“Aunque conociera toda la ciencia y todos los misterios, aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, ¡si no tengo caridad, nada soy!” El «valor» esencial de nuestra religión no es la «fe» en su aspecto «doctrinal», de «conocimiento intelectual», ¡es el «amor-caridad»! Una viejecita que amasa su pan con amor tiene un mayor grado de gracia que un gran teólogo de corazón enjuto, e incluso mayor que el que hiciera milagros, dice san Pablo. «¡Por este signo seréis reconocidos como discípulos míos, si amáis!» ¿Qué parte tiene en mi vida el amor-ágape?
-“Actualmente tenemos una imagen oscura... Aquel día veremos a Dios cara a cara. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad; pero la mayor de estas tres es la caridad”. Es la vida después de la muerte. En el cielo veremos a Dios «cara a cara»: la expresión es muy viva y penetrante. Dios es "amor", y entonces estaremos totalmente investidos de ese amor: Ayúdanos, Señor, ya desde hoy (Noel Quesson).
3. Como glosó san Juan de la Cruz, "en el último día seremos examinados de amor". Al ver cómo nos quieres, Señor, me sale del alma cantarte con el salmista: “Dad gracias al Señor con la cítara, / tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; / cantadle un cántico nuevo, / acompañando los vítores con bordones”.
Es una suerte sentirse querido, y nos ayuda a corresponder: “Que la palabra del Señor es sincera, / y todas sus acciones son leales; / él ama la justicia y el derecho, / y su misericordia llena la tierra”.
Sentirme querido por ti, Señor, sin merecérmelo, me da paz, y quiero abandonarme en ti con confianza: “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, / el pueblo que él se escogió como heredad. / Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, / como lo esperamos de ti.”
Llucià Pou Sabaté
La Exaltación de la Santa Cruz

La misericordia divina transforma el mal y el pecado en perdón y salvación, pero es preciso mirar la Cruz, dejarse amar por Jesús
“En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (Juan 3,13-17)
1. “En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre”. Señor, te das a ti mismo, en ti Dios se nos da del todo.
-“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. En esta tu entrega, Señor, se nos recuerda el sacrificio que otro padre -Abraham- hizo también de su hijo único Jesús, como el Padre se entrega también en ti. Aquí nos hablas de cuando "Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte", aquel gesto salvador del desierto, y así "cuando una serpiente mordía a uno, éste miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado". Todo ello era una profecía de tu pasión en la cruz; el que te mira, el que cree, queda curado, salvado.
La salvación nos viene por tu Pasión, Señor: "Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Se salva el abismo que había abierto el pecado, eres Pontífice, creador de puentes, entre el cielo y la tierra, por el sacrificio de tu Persona divina y humana. Tu nombre, "Jesús", significa "Dios salva".
San Josemaría tuvo una iluminación: “Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: ‘et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum’ Jn 12,32. Y comprendí que serían lo hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana. Y vi triunfar a Cristo, atrayendo a sí todas las cosas”.
Vio –explica Álvaro del Portillo- que si ponemos a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, entonces Dios Nuestro Señor reinará en el mundo entero.  Regnare Christum volumus! Para eso, la Cruz. Así como Jesucristo, alzado en el madero entre el cielo y la tierra, muriendo por Amor, abrió a todos las puertas del Cielo; así nosotros, muriendo cada uno a sí mismo, procurando hacer con perfección las cosas pequeñas de cada día, buscando siempre y sólo la gloria de Dios, convirtiendo en oración todo lo que hacemos, levantamos también la Cruz de Cristo en la cumbre, en el pináculo de todas las actividades humanas, y arrastraremos hacia Dios a otras almas, que se fijarán en esos instrumentos que somos cada uno de nosotros.
Regnare Christum volumus!  Y para eso, la Cruz de cada día...: el esfuerzo por cumplir un poquito mejor las prácticas de piedad, el empeño para realizar con más perfección el trabajo profesional, la lucha para afinar en los detalles de delicadeza en el trato y ayudar a los demás con la corrección fraterna, los pequeños vencimientos por los que nuestro espíritu apostólico resulta verdaderamente como el latir del corazón...
Dentro de esa devoción al Crucificado, san Josemaría –que ponía cada año en la epacta: In laetitia, nulla dies sine cruce!, y veía que la alegría tiene las raíces en forma de cruz- quiso que representaran a Jesús  vivo en alguna imagen, de la que hay copia en el santuario de Torreciudad y en Roma: “Porque siempre lo representan muerto, y a mí muchas veces me gusta hacer la oración delante de un Crucifijo que me diga algo. También me habla por las llagas, y por los clavos que le tienen cosido al madero de la Cruz". Recordaba bien haber sentido en su interior, en medio de tormentos, un “abba, Pater!” dirigido a Dios… De la Cruz vamos siempre al gozo inmenso de sabernos hijos de Dios. Hoy, fiesta de la Santa Cruz, día en el que todos los piropos que echamos a la Cruz a lo largo del año parece que cuajan en guirnaldas de flores; hoy es día de propósitos, de generosidad, entrega, ansia de adquirir la caridad de Cristo, que cuajen en flores espléndidas, produzcan frutos sabrosos en actos de amor repetidos uno tras otro: Señor, esto por Ti; esto no lo quiero, pero lo ofrezco por Ti; esto me cuesta, Señor, esto me duele, pero lo acepto por Ti.
Jesús nos convoca en el Calvario, para que entreguemos la vida en corredención con Él: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Este es el único camino para alcanzar la felicidad en el Cielo y en la tierra, pues el que pierda su vida por mí -promete el Señor-, la encontrará (Mt 16,25). Decía S. Josemaría, repensando 30 años más tarde aquella experiencia juvenil: “Tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón -lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios (...). Vale la pena clavarse en la Cruz, porque es entrar en la Vida, embriagarse en la Vida de Cristo". Y le ayudaban aleluyas de monja a rezar: "Corazón de Jesús, que me iluminas,/ hoy digo que mi Amor y mi Bien eres,/ hoy me has dado tu Cruz y tus espinas/ hoy digo que me quieres". Pues "El Señor, Sacerdote Eterno, bendice siempre con la Cruz".
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”, nos sigues diciendo, Señor, en tu afán de salvarnos a todos… ayúdame a abrirme a tu salvación, a que mucha gente la acoja en su corazón.
2. En el 630 Heraclio, emperador de Bizancio, tras derrotar al rey de Persia, Cosroes, recuperó la reliquia de la Santa Cruz que éste se había llevado de Jerusalén catorce años antes. Cuando iban a colocar de nuevo la reliquia de la Cruz en la basílica que Constantino había erigido en el Calvario, cuenta una tradición litúrgica que "Heraclio, revestido con ornamentos de oro y piedras preciosas, quiso cruzar la puerta que da al Calvario, pero no podía. Cuanto más se esforzaba por seguir, más se sentía como clavado en aquel lugar. Estupor general. Entonces el obispo Zacarías le hizo notar al emperador que tal vez aquellas ropas de triunfo no condecían con la humildad con que Jesucristo había cruzado aquel umbral llevando la cruz. Inmediatamente el emperador se despojó de sus lujosas vestiduras y, con los pies descalzos y vestido como un hombre cualquiera, recorrió sin la menor dificultad el resto del camino y llegó hasta el lugar donde había que colocar la cruz".
De este episodio proviene remotamente el rito del Papa que se dirige sin ornamentos y con los pies descalzos, a besar la cruz. Nosotros también queremos, como el publicano (cf Lc 18,14), acercarnos con sencillez a la cruz y sentirnos perdonados, renovados como dice el profeta Isaías: "Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia del hombre; sólo el Señor será ensalzado aquel día" (Is 2,17).
En la Cruz, Señor, dijiste "todo está cumplido" (Jn 19,30). Te pido que hagas que ese día sea también hoy, que me meta en esas palabras de tu anonadamiento: "Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó a sí mismo" (Flp 2,6-8). Tú haces, Señor, que en tu carne el dolor sea convertido en gloria: "No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas, ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente, al verlo se tapaban la cara; lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido" (Is 53,2-4). María, tú entiendes de ese dolor, te pido que con tu intercesión participe yo también de "la fuerza de la cruz" (cf 1 Co 1,18), de la debilidad convertida en gloria.
El pueblo de Israel se queja por el desierto de la comida, añora el pescado y las cebollas de Egipto cuando unas serpientes muy peligrosas los atacaron, y la serpiente de bronce levantada por Moisés sobre un asta en medio del campamento pasa a ser profecía de Jesús, levantado sobre el madero de la cruz. Somos salvados también nosotros si «nos volvemos» hacia la cruz de Jesús, es decir, si nos convertimos. El pecado de la serpiente del Génesis, la seducción de la humanidad por el mal, queda aquí transformado en motivo de salvación.
Nos dijiste también, Señor, que «cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12,32-33).  Moisés intercedió por el pueblo, y así tú, Señor, en oración eres el que nos lleva a la tierra prometida de tu Reino. Tú eres el Camino, la Verdad que en él encontramos, y la Vida que es compartir con nosotros la tuya.
Así, te nos muestras en el salmo como el buen Pastor que nos busca para salvarnos: “Escucha, pueblo mío, mi enseñanza; / inclinad el oído a las palabras de mi boca: / que voy a abrir mi boca a las sentencias, / para que broten los enigmas del pasado”. Quiero aprender de tu providencia, Señor, para sentirme seguro en tus manos, en que me guías a lo largo de mi vida, de la historia: «Hizo portentos a vista de sus padres, en el país de Egipto, en el campo de Soán: hendió el mar para abrirles paso, sujetando las aguas como muros; los guiaba de día con una nube, de noche con el resplandor del fuego». Sé que tú eres siempre fiel, aunque nosotros tengamos dudas, infidelidades, flaquezas… «Hendió la roca en el desierto y les dio a beber raudales de agua; sacó arroyos de la peña, hizo correr las aguas como ríos». Sé que no te retraes por nuestros pecados, sino que te mantienes en tu amor misericordioso: «Pero ellos volvieron a pecar contra él y se rebelaron en el desierto contra el Altísimo… El hirió la roca, brotó el agua y desbordaron los torrentes… dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste, y el hombre comió pan de los ángeles; les mandó provisiones hasta la hartura. Hizo soplar desde el cielo el Levante y dirigió con fuerza el viento Sur: hizo llover carne como una polvareda, y volátiles como arena del mar; los hizo caer en mitad del campamento, alrededor de sus tiendas. Ellos comieron y se hartaron; así satisfizo él su avidez».
En tu cruz, Señor, Dios se vuelve contra sí mismo, hasta que gana tu misericordia: «Y, con todo, volvieron a pecar y no dieron fe a sus milagros. Su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza. ¡Qué rebeldes fueron en el desierto, enojando a Dios en la estepa! Volvían a tentar a Dios, a irritar al Santo de Israel, sin acordarse de aquella mano que un día los rescató de la opresión».
Es la historia de nuestra flaqueza y tu amor de Padre: «Ellos abusaron de la paciencia de Dios y se rebelaron contra él; no guardaron los preceptos del Altísimo; fueron desertores y traidores como sus padres, fallaron como un arco flojo. Provocaron su ira». Ten aún paciencia conmigo, Señor. Abre mis ojos para que vea tus obras y confíe en tu poder. Que las lecciones del pasado levanten mi confianza en el futuro. Refréscame la memoria… (Carlos G. Vallés); que sepa sentir como el salmista: “se acordaban de que Dios era su roca, / el Dios Altísimo, su redentor”.
Déjame que reconozca el historial de tu misericordia, Señor: «El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: / una y otra vez reprimió su cólera, / y no despertaba todo su furor”.
3. Jesús, aceptaste la humillación recordada por el himno, te haces esclavo y te vacías de tu divinidad para darme Vida eterna: "Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz". La cruz, señal del cristiano: “Es preciso pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14, 22). Así lo han hecho los santos, como Josemaría Escrivá: “La vida espiritual y apostólica del nuevo Beato estuvo fundamentada en saberse, por la fe, hijo de Dios en Cristo. De esta fe se alimentaba su amor al Señor, su ímpetu evangelizador, su alegría constante, incluso en las grandes pruebas y dificultades que hubo de superar” (Juan Pablo II).
Señor, te doy gracias pues tu humanidad exaltada hasta entrar en Dios hace que "toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre", como el centurión proclamó en tu cruz: "verdaderamente este hombre era hijo de Dios".
Quisiera vivir tu consejo, Pablo: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús". El himno tiene una primera parte descendente por la humillación, y una segunda ascendente pues al descenso gradual en la humillación corresponde una ascensión triunfal en la gloria. Esto nos recuerda otro pasaje: "siendo él rico se hizo pobre por vosotros, para que os hicierais vosotros ricos por su pobreza" (2 Cor 8,9). Te anonadaste, Señor (te vaciaste de ti mismo, en contraposición al que se hincha con un honor aparente) hasta el límite: hasta la muerte y muerte de cruz. Pero desde el abismo de la cruz adonde descendió porque quiso, Dios lo ensalzó para darle un "nombre" que está por encima de todo nombre. El nombre es para los hebreos la expresión del propio ser, la proclamación de lo que uno es; al recibir Jesús el "nombre-sobre-todo-nombre" se expresa lo que él es por encima de toda criatura. Jesús es el Señor. El nombre significa también la misión que uno ha de cumplir en el mundo, la misión de Cristo es la más excelsa. Al Señor, a Jesús exaltado como Señor, le compete el culto supremo de adoración, la exaltación de Cristo es la proclamación de la gloria de Dios Padre (“Eucaristía 1975”).

Llucià Pou Sabaté

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