domingo, 11 de septiembre de 2016

Lunes semana 24 de tiempo ordinario; año par

Lunes de la semana 24 de tiempo ordinario; año par

Tu Palabra, Señor, nos trae la salvación y la Eucaristía y la caridad
«Cuando terminó de decir todas estas palabras al pueblo que le escuchaba, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un criado enfermo y moribundo a quien estimaba mucho. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, cuando llegaron junto a Jesús, le rogaban encarecidamente diciendo: «Merece que hagas esto, pues aprecia a nuestro pueblo y él mismo nos ha construido una sinagoga». Jesús, pues, se puso en camino con ellos. Y no estaba ya lejos de la casa cuando el centurión le envió unos amigos para decirle: «Señor no te tomes esa molestia, porque no soy digno de que entres en mi casa, por eso ni siquiera yo mismo me he considerado digno de venir a ti; pero di una palabra y mi criado quedará sano. Pues también yo soy un hombre sometido a disciplina y tengo soldados bajo mis órdenes: digo a éste: ve, y va; y al otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado de él, y volviéndose a la multitud que le seguía, dijo: «Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe». Y cuando volvieron a casa, los enviados encontraron sano al siervo. (Lucas 7,1-10)
1. Jesús, hoy nos muestras tu diálogo con un hombre de fe: -“Jesús entró en Cafarnaúm. Un centurión del ejército romano tenía un siervo a quien estimaba mucho; éste estaba enfermo a punto de morir”. Este oficial era un pagano... pues al hacer el milagro que le pedía, Jesús hizo notar "que no había encontrado una fe tal ni en Israel". Estamos ante una salvación universal… desde su fundación de Jesús, aunque luego no todos vivan ese espíritu…
-“El centurión había oído hablar de Jesús, y le envió unos notables judíos para rogarle que fuera a curar a su siervo...”: "Merece que se lo concedas porque quiere a nuestra nación y es él quien nos ha construido la sinagoga". Ese pagano es seguidor de Jesús sin saberlo, busca la verdad, y de su propio bolsillo había pagado la construcción de una sinagoga, que no era su religión romana. Quizá había superado el politeísmo. Entre los paganos y los incrédulos que me rodean ¿no los hay que se interrogan y que buscan la verdad?
-“Jesús se fue con ellos. No estaba ya lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, que yo no soy quién para que entres bajo mi techo. Por eso tampoco me atreví a ir en persona a encontrarte.”" No quiere el pagano que Jesús se manche entrando en su casa, pero Jesús, para quien no hay esas impurezas legales, agradece esa atención y es respetuoso con el detalle de cortesía.
-“No merezco que entres bajo mi techo”. Como él, también nosotros nos encontramos indignos de estar en presencia de Dios: ¡es maravilloso pensar que la Iglesia no ha hallado fórmula mejor para poner en nuestros labios en el momento que nos acercamos a la eucaristía! Repito esa fórmula de humildad, de verdad. Rezo...
-“Pero con una palabra tuya se curará mi criado”. Jesús, sueles curar con gestos y palabras, y delante de la persona enferma. Aquí lo harás a distancia con el centurión, y solo con la palabra, como decimos en la misa: "pero di solamente una palabra y mi alma quedará salvada".
Y el oficial subraya el poder de la palabra, por su propia experiencia del mando -"digo a mis subalternos: "ve" y "va"”- y quiere decir que tu palabra, Jesús, es una palabra potente, que realiza siempre lo que decide. Jesús, di una palabra por lo que te pido… (lo que tengamos en el corazón ahora mismo): que se cure esa persona, que se arregle esta situación… si conviene, si es la voluntad de Dios… tu sola Palabra está presente para salvarnos. Auméntame la fe, Señor, para creer en esta Palabra, que opera nuestra salvación.
-“Al oír esto Jesús se quedó admirado: No he encontrado tanta fe...”  La Fe... ese sexto sentido que nos permite percibir unas realidades nuevas, invisibles a los sentidos corporales. Dichosos ellos, paganos modernos o cristianos, que mantienen su corazón a la escucha de esas realidades misteriosas y que no aceptan estar solamente clavados a la materia... al tiempo... Lo eterno está aquí (Noel Quesson).
Hoy vemos también intercesores, santos que nos ayudan a aumentar la fe: «Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» (Catecismo 956).
Señor, auméntame la fe, basada en la humildad: «no soy digno de que entres en mi casa»… y esto no depende de mis méritos: «Pásmate ante la bondad de Dios, porque Cristo quiere vivir en ti..., también cuando percibes todo el peso de la pobre miseria, de esta pobre carne, de esta vileza, de este pobre barro.
”-Sí, también entonces, ten presente esa llamada de Dios: Jesucristo, que es Dios, que es Hombre, me entiende y me atiende porque es mi Hermano y mi Amigo» (J. Escrivá, Forja 182).
2. San Pablo sigue instruyéndonos, ahora en la unidad y comunión: -“Hermanos, no os felicito por vuestras asambleas porque son más para mal que para bien: Cuando os reunís, hay entre vosotros divisiones... Cada uno se apresura a comer su propia cena...” Los corintios celebraban la eucaristía durante una comida, llamada "ágape". Pablo les reprocha hacer de ella precisamente todo lo contrario de lo que ha de ser un encuentro familiar: que haya divisiones entre ellos, y que estas desigualdades chocantes se note en la comida de hermandad: pues las personas ricas se agrupaban en las mismas mesas y comían mejor mientras que los pobres tenían que contentarse con lo poco que podían meter en su cesta.
Es un punto de examen para evitar nosotros el individualismo, el "cuerpo de Cristo" es comunión, en la vida corriente, también fuera de la misa.
Ahora nos habla de “la cena del Señor”: -“Os he transmitido lo que recibí de la tradición que viene del Señor”. Este es el texto más antiguo sobre la institución de la eucaristía. No se inventa la eucaristía, esta carta se ha escrito muy pocos años después de que ellos, evangelizados, reciban de los apóstoles esa tradición que «viene del Señor». Y es lo que recuerda esta carta, de manera que saben que fue exactamente así como han recibido la Eucaristía de los apóstoles. Y que esto es estar «en comunión con el conjunto de la Iglesia», al estar en comunión con Cristo.
-“La noche misma en que fue entregado, el Señor Jesús tomó pan... Esto es mi cuerpo entregado por vosotros... Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre... Cada vez que comáis de este pan y bebáis de esta copa proclamáis la muerte del Señor, hasta que venga”. Lo esencial es la «Fe»: «Proclamaréis la muerte del Señor». Esto nos permite comprender mejor, cuán escandalosa era la conducta anticomunitaria de los corintios. Jesús se ha «entregado», «ha amado hasta el fin», ha llegado a «morir por nosotros»... y ¿podríamos vivir nosotros como unos «individualistas», y unos «egoístas»?
-“Haced esto en memoria mía”.  La eucaristía es una acción: «¡haced!». Es una acción simbólica, cargada de un «recuerdo», de un «memorial» (Noel Quesson).
En el Padrenuestro nos hace decir lo de "perdónanos como nosotros perdonamos", a continuación nos invita a "darnos fraternalmente la paz", luego vemos cómo se parte el Pan en el que vamos a participar todos (un símbolo de unidad), y así vamos a comulgar en procesión, cantando, unos junto a otros, y participando posiblemente del mismo cáliz.
Cada Eucaristía nos debe hacer crecer también en fraternidad. Como dice el Catecismo, "para recibir en verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos" (Catecismo 1397).
3. Con el salmo te pido, Señor, celebrarte con amor: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo: "Aquí estoy."” Quiero estar contigo, Jesús, para vivir como tú la obediencia al Padre:
"-Como está escrito en mi libro- / para hacer tu voluntad." / Dios mío, lo quiero, / y llevo tu ley en las entrañas.” Quiero aprender también mi misión, vivir tu vida:
“He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he cerrado los labios: / Señor, tú lo sabes. Alégrense y gocen contigo / todos los que te buscan; / digan siempre: "Grande es el Señor" / los que desean tu salvación.”
Llucià Pou Sabaté
Santísimo Nombre de María

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA
(9-14 DE SEPTIEMBRE DE 2006)
SANTA MISA EN LA EXPLANADA DE ISLING
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
 Ratisbona, martes 12 de septiembre de 2006
"El que cree nunca está solo". Permitidme repetir una vez más el lema de estos días y expresar mi alegría porque podemos verlo realizado aquí:  la fe nos reúne y nos regala una fiesta. Nos da la alegría en Dios, la alegría por la creación y por estar juntos. Sé que esta fiesta ha requerido mucho empeño y mucho trabajo previo. Por las noticias de los periódicos he podido conocer un poco cuántas personas han dedicado su tiempo y sus fuerzas para preparar esta explanada de un modo tan digno; gracias a ellos está la cruz aquí, sobre la colina, como signo de Dios para la paz del mundo; los caminos de entrada y de salida están libres; la seguridad y el orden están garantizados; se han preparado alojamientos, etc.
No podía imaginar —e incluso ahora lo sé sólo sucintamente— cuánto trabajo, hasta los mínimos detalles, ha sido necesario para que pudiéramos reunirnos todos hoy aquí. Por todo ello quiero decir sencillamente:  "¡Gracias de todo corazón!". Que el Señor os lo pague todo y que la alegría que ahora podemos experimentar gracias a vuestra preparación vuelva centuplicada a cada uno de vosotros.
Me conmovió conocer cuántas personas, especialmente de las escuelas profesionales de Weiden y Amberg, así como empresas y particulares, hombres y mujeres, han colaborado para embellecer mi casa y mi jardín. Me emociona tanta bondad, y también en este caso quiero decir solamente un humilde "¡gracias!" por este esfuerzo. No habéis hecho todo esto por un hombre, por mi pobre persona; en definitiva, lo habéis hecho por la solidaridad de la fe, impulsados por el amor a Cristo y a la Iglesia. Todo esto es un signo de verdadera humanidad, que brota de haber sido tocados por Jesucristo.
Nos hemos reunido para una fiesta de la fe. Ahora, sin embargo, surge la pregunta:  ¿Pero qué es lo que creemos en realidad? ¿Qué significa creer? ¿Puede existir todavía, de hecho, algo así en el mundo moderno? Viendo las grandes "Sumas" de teología redactadas en la Edad Media o pensando en la cantidad de libros escritos cada día a favor o contra la fe, podemos sentir la tentación de desalentarnos y pensar que todo esto es demasiado complicado. Al final, por ver los árboles, ya no se ve el bosque.
Es verdad:  la visión de la fe abarca el cielo y la tierra; el pasado, el presente, el futuro, la eternidad; por ello no se puede agotar jamás. Ahora bien, en su núcleo es muy sencilla. El Señor mismo habló de ella con el Padre diciendo:  "Has revelado estas cosas a los pequeños, a los que son capaces de ver con el corazón" (cf. Mt 11, 25). La Iglesia, por su parte, nos ofrece una pequeña "Suma", en la cual se expresa todo lo esencial:  es el así llamado "Credo de los Apóstoles". Se divide normalmente en doce artículos, como el número de los Apóstoles, y habla de Dios, creador y principio de todas las cosas; de Cristo y de su obra de la salvación, hasta la resurrección de los muertos y la vida eterna. Pero en su concepción de fondo, el Credo sólo se compone de tres partes principales y, según su historia, no es sino una amplificación de la fórmula bautismal, que el Señor resucitado entregó a los discípulos para todos los tiempos cuando les dijo:  "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19).
Esta visión demuestra dos cosas: en primer lugar, que la fe es sencilla. Creemos en Dios, principio y fin de la vida humana. En el Dios que entra en relación con nosotros, los seres humanos; que es nuestro origen y nuestro futuro. Así, la fe es al mismo tiempo esperanza, es la certeza de que tenemos un futuro y de que no caeremos en el vacío. Y la fe es amor, porque el amor de Dios quiere "contagiarnos". Esto es lo primero:  nosotros simplemente creemos en Dios, y esto lleva consigo también la esperanza y el amor.
La segunda constatación es la siguiente:  el Credo no es un conjunto de afirmaciones, no es una teoría. Está, precisamente, anclado en el acontecimiento del bautismo, un acontecimiento de encuentro entre Dios y el hombre. Dios, en el misterio del bautismo, se inclina hacia el hombre; sale a nuestro encuentro y así también nos acerca los unos a los otros. Porque el bautismo significa que Jesucristo, por decirlo así, nos adopta como hermanos y hermanas suyos, acogiéndonos así como hijos en la familia de Dios. Por consiguiente, de este modo hace de todos nosotros una gran familia en la comunidad universal de la Iglesia. Sí, el que cree nunca está solo. Dios nos sale al encuentro.
Encaminémonos también nosotros hacia Dios, pues así nos acercaremos los unos a los otros. En la medida de nuestras posibilidades, no dejemos solo a ninguno de los hijos de Dios.
Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo:  ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas:  ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional.
Los cristianos decimos:  "Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra", creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no debemos tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. Nos alegra poder conocer a Dios. Y tratamos de hacer ver también a los demás la racionalidad de la fe, como san Pedro exhortaba explícitamente, en su primera carta (cf. 1 P 3, 15), a los cristianos de su tiempo, y también a nosotros.
Creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora surge inmediatamente la segunda pregunta:  ¿en qué Dios? Pues bien, creemos precisamente en el Dios que es Espíritu Creador, Razón creadora, del que proviene todo y del que provenimos también nosotros.
La segunda parte del Credo nos dice algo más. Esta Razón creadora es Bondad. Es Amor. Tiene un rostro. Dios no nos deja andar a tientas en la oscuridad. Se ha manifestado como hombre. Es tan grande que se puede permitir hacerse muy pequeño. "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre", dice Jesús (Jn 14, 9). Dios ha asumido un rostro humano. Nos ama hasta el punto de dejarse clavar por nosotros en la cruz, para llevar los sufrimientos de la humanidad hasta el corazón de Dios. Hoy, que conocemos las patologías y las enfermedades mortales de la religión y de la razón, las destrucciones de la imagen de Dios a causa del odio y del fanatismo, es importante decir con claridad en qué Dios creemos y profesar con convicción este rostro humano de Dios. Sólo esto nos impide tener miedo a Dios, un sentimiento que en definitiva es la raíz del ateísmo moderno. Sólo este Dios nos salva del miedo del mundo y de la ansiedad ante el vacío de la propia vida. Sólo mirando a Jesucristo, nuestro gozo en Dios alcanza su plenitud, se hace gozo redimido. Durante esta solemne celebración de la Eucaristía dirijamos nuestra mirada al Señor, que está aquí ante nosotros clavado en la cruz, y pidámosle el gran gozo que él prometió a sus discípulos en el momento de su despedida (cf. Jn 16, 24).
La segunda parte del Credo concluye con la perspectiva del Juicio final, y la tercera parte con la de la resurrección de los muertos. Juicio:  ¿se nos quiere infundir de nuevo el miedo con esta palabra? Pero, ¿acaso no deseamos todos que un día se haga justicia a todos los condenados injustamente, a cuantos han sufrido a lo largo de la vida y han muerto después de una vida llena de dolor? ¿Acaso no queremos todos que el exceso de injusticia y sufrimiento, que vemos en la historia, al final desaparezca; que todos en definitiva puedan gozar, que todo cobre sentido?
Este triunfo de la justicia, esta unión de tantos fragmentos de historia que parecen carecer de sentido, integrándose en un todo en el que dominen la verdad y el amor, es lo que se entiende con el concepto de Juicio del mundo. La fe no quiere infundirnos miedo; pero quiere llamarnos a la responsabilidad. No debemos desperdiciar nuestra vida, ni abusar de ella; tampoco debemos conservarla sólo para nosotros mismos. Ante la injusticia no debemos permanecer indiferentes, siendo conniventes o incluso cómplices. Debemos percibir nuestra misión en la historia y tratar de corresponder a ella. No se trata de miedo, sino de responsabilidad; se necesita responsabilidad y preocupación por nuestra salvación y por la salvación de todo el mundo. Cada uno debe contribuir a esto. Pero cuando la responsabilidad y la preocupación tiendan a convertirse en miedo, recordemos las palabras de san Juan:  "Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre:  a Jesucristo, el Justo" (1 Jn 2, 1). "En caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn 3, 20).
Celebramos hoy la fiesta del "Nombre de María". A quienes llevan este nombre —mi mamá y mi hermana lo llevaban, como ha recordado el Obispo— quisiera expresarles mi más cordial felicitación por su onomástico. María, la Madre del Señor, recibió del pueblo fiel el título de "Abogada", pues es nuestra abogada ante Dios. Desde las bodas de Caná la conocemos como la mujer benigna, llena de solicitud materna y de amor, la mujer que percibe las necesidades ajenas y, para ayudar, las lleva ante el Señor.
Hoy hemos escuchado en el evangelio cómo el Señor la entrega como Madre al discípulo predilecto y, en él, a todos nosotros. En todas las épocas los cristianos han acogido con gratitud este testamento de Jesús, y junto a la Madre han encontrado siempre la seguridad y la confiada esperanza que nos llenan de gozo en Dios y en nuestra fe en él.
Acojamos también nosotros a María como la estrella de nuestra vida, que nos introduce en la gran familia de Dios. Sí, el que cree nunca está solo. Amén.
© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana
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“Venid a mí, los que me amáis, y saciaos de mis frutos; mi nombre es más dulce que la miel, y mi herencia, mejor que los panales” (Eclesiástico 24,20).
El 12 de septiembre se celebra la memoria del Santísimo Nombre de María. San Buenaventura, dirigiéndose a la Virgen, dice: “Dichoso el que ama tu nombre santo, pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia”.
Los cristianos glorificamos al Padre, ante todo, por el “Nombre de Jesús”, el Verbo encarnado, el Salvador: “le pondrás por nombre Jesús”, dice el ángel a María (Lucas 1,31). En Jesús se nos ha revelado y se nos ha dado en la carne el Nombre de Dios Santo (cf Catecismo 2812). En la Carta a los Filipenses se afirma que el Padre concedió a Jesús el “nombre que está sobre todo nombre”, el nombre de Dios, “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Filipenses 2,9-10).
Dios también es glorificado por el “Nombre de María”, por la persona y por la misión de la Madre del Redentor. Su nombre es celebrado por la Liturgia como glorioso y santo, como maternal y providente.
El beato Ramón Llull, en su obra Blanquerna, cuenta la historia de un monje que sólo tenía por oficio dirigir, tres veces al día, una salutación a Nuestra Señora: “¡Ave, María! Salúdate tu siervo de parte de los ángeles y de los patriarcas y los profetas y los mártires y los confesores y las vírgenes, y salúdate por todos los santos de la gloria. ¡Ave, María! Saludos te traigo de todos los cristianos, justos y pecadores […] ¡Ave, María! Saludos te traigo de los sarracenos, judíos, griegos, mongoles, tártaros, búlgaros […] Todos ellos y muchos otros infieles te saludan por ministerio mío, cuyo procurador soy…". Ojalá que, al invocar el Santo Nombre de María, también nosotros nos hagamos procuradores de los demás hombres, para que Ella sea la estrella luminosa que nos guíe a todos.

Oración
Oh Dios, cuyo Hijo, al expirar en la cruz, quiso que la Virgen María, elegida por él como Madre suya, fuese en adelante nuestra Madre, concédenos a quienes recurrimos a su protección ser confortados por la invocación de su santo nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Guillermo Juan Morado.
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MARÍA, EL NOMBRE DE LA VIRGEN
“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Fue traído del cielo. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor... Si los nombres de personajes bíblicos juegan papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!... Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en mundo y eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.
España se anticipó en solicitar y obtener de la Santa Sede la celebración de la fiesta del Dulce Nombre de María. Nuestros cruzados, después de ocho siglos de Reconquista, apenas descubierta América, pidieron su celebración en 1513. Cuenca fue la primera diócesis que la solemnizó.

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“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor... Si los nombres de personajes bíblicos juegan un papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!... la Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en el mundo y en la eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.
España, fue la primera en solicitar y obtener de la Santa Sede autorización para celebrar la fiesta del Santísimo Nombre de Maria. Y esto acaeció el año 1513. Cuenca fue la diócesis que primeramente solemnizó dicha fiesta, siguiendo su ejemplo, en seguida, las demás, porque el amor a la Virgen Maria es efusivo y prende con facilidad en terrenos de sincera devoción.
Fue el papa Inocencio XI, quien decretó, el 25 de noviembre del año 1683, que toda la Iglesia celebrara solemnemente la fiesta del Santísimo nombre de Maria.
San Bernardo de Claraval en una oración dice así: No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus labios».
Deliciosamente narra sor María Jesús de Ágreda, en su Mística Ciudad de Dios, la escena en la cual la Santísima Trinidad, determina dar a la "Niña Reina" un nombre. Y dice que los ángeles oyeron la voz del Padre Eterno, que anunciaba: "María se ha de llamar nuestra electa y este nombre ha de ser maravilloso y magnífico. Los que la invoquen con afecto devoto, recibirán copiosísimas gracias; los que la estimen y pronuncien con reverencia, serán consolados y vivificados; y todos hallarán en él remedio de sus dolencias, tesoros con que enriquecerse, luz para que los encamine a la vida eterna".
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.

La Virgen en sus distintas advocaciones, coronada de estrellas o atravesada de espadas dolorosas, resume en su culto los amores de la Península Ibérica. Creció bajo su manto, desde las montañas de Covadonga al iniciar la gran cruzada de Occidente, hasta terminarla invocando su nombre en aguas de Lepanto. La carabela de Colón descubriendo América, la prodigiosa de Magallanes dando la primera vuelta al mundo, bordarán también entre los pliegues de sus velas henchidas al viento, el dulce nombre de María, Reina y Auxilio de los cristianos.
Después de la derrota de Lepanto, los turcos se retiran hacia el interior de Persia. Cien años más tarde, con inesperado coraje, reaccionan y ponen sitio a Viena. Alborea límpido y radiante el sol del 12 de septiembre de 1663. El ejército cruzado ‑sólo unos miles de hombres‑ se consagra a María. El rey polaco Juan Sobieski ayuda la misa con brazos en cruz. Sus guerreros le imitan. Después de comulgar, tras breve oración, se levanta y exclama lleno de fe: ¡Marchemos bajo la poderosa protección de la Virgen Santa María!»
Se lanzan al ataque de los sitiadores. Una tormenta de granizo cae inesperada y violenta sobre el campamento turco. Antes de anochecer, el prodigio se ha realizado. La victoria sonríe a las fuerzas cristianas que se habían lanzado al combate invocando el nombre de María, vencedora en cien batallas. Inocencio XI extiende a toda la iglesia la festividad del dulce y santísimo nombre de María para conmemorar este triunfo de la Virgen.
«Y el nombre de la Virgen era María»... Preguntas: «¿quién eres?»> Con suavidad te responde: «Yo, como una viña, di aroma fragante. Mis flores y frutos son bellos y abundantes. Soy la madre del amor hermoso, del temor, de la santa esperaza. Tengo la gracia del camino y de la verdad. En mí está la esperanza de la vida» (cf. Si 24, 16‑21).

ESTRELLA, LUZ, DULZURA
María, Estrella del mar. En las tormentas de la vida, cuando la galerna ruge y encrespa olas, cuando la navecilla del alma está a punto de naufragar: Dios te salve, María, Estrella del mar.
María, Esperanza. Eso significa también su nombre arco iris de ilusión y anhelo que une el cielo con la tierra. «Feliz el que ama tu santo nombre ‑grita San Buenaventura , pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia».
Está llena de luz y transparencia. Sostiene en sus brazos a la luz del mundo (cf. Jn 8, 12). Irradia pureza. El nombre de María indica castidad, apunta Pedro Crisólogo. Azucenas y jazmines, nardos y lirios, embalsaman el ambiente con la fragancia de sus perfumes. Pero María, iluminada y pura, nos embriaga con el aroma de su virginidad incontaminada. Nos invita a todos: ,Venid a mí los que me amáis, saciaos de mis frutos. Mi recuerdo es más dulce que la. miel, mi heredad mejor que los panales» (Si 24, 19‑20).
María, mar amargo, simboliza asimismo su nombre. Asociada a la redención dolorosa de Cristo, su corazón es mar de amargura inundado de sufrimientos. Pide reparación y amor aún hoy, en Fátima y Lourdes. Dios te salve María, mar amargo de dolores. Angustia de madre, que ve con tristeza que sus hijos se condenan...
«María, nombre cargado de divinas dulzuras» (San Alfonso de Ligorio, ‑ 1 de agosto). «Puede el Altísimo fabricar un mundo mayor, extender un cielo más espacioso ‑exclama Conrado de Sajonia‑, pero una madre mejor y más excelente no puede hacerla»». Años antes, San Anselmo (‑‑ 21 de abril), prorrumpía lleno de admiración: «Nada hay igual a ti, de cuanto existe, o está sobre ti o debajo de ti. Sobre ti, sólo Dios. Debajo de ti, cuanto no es Dios>.
«Dios te salve, María...» San Bernardo (.‑ 20 de agosto), entusiasmado al mirarla, siente su corazón arrebatarse en amor. Cantaba un día la Salve con sus monjes en un anochecer misterioso. Llenos de melancolía y esperanza, los cistercienses despiden el día rodeando a la Virgen. Al llegar a la petición final ‑‑‑después de este destierro, muéstranos a jesús, fruto bendito de tu vientre‑, Bernardo sigue solo balbuceando lleno de Júbilo, loco de amor: <«¡Oh clementísima, oh piadosísima, oh dulce Virgen María...!»
MIRA A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA
Estrella de los mares. Ave, Maris stella», le canta la Iglesia. La estrella irradia luz sin corromperse. De María nace Jesús sin mancillar su pureza virginal. Ni el rayo de luz disminuye la claridad de la estrella, ni el Hijo de la Virgen marchita su integridad. María es la noble y brillante estrella que baña en su luz todo el orbe. Su resplandor ilumina la tierra. Enardece corazones, florecen virtudes, se amortiguan pasiones y se ahogan los vicios.
Es la estrella bella y hermosa reluciendo en las tinieblas del mundo y marcándonos la ruta del cielo. «<Mi recuerdo durará por los siglos. El que me come, tendrá más hambre; el que me bebe, tendrá más sed. El que me escucha, no se avergonzará. El que trabaja conmigo, no pecará. Los que me den a conocer, tendrán la vida eterna» (cf. Si 24, 20‑22).
San Bernardo nos dice en este día del Santísimo y Dulce Nombre de María: ,No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus labios».
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.
El Santísimo y Dulce Nombre de María será para nosotros emblema de victoria. Así ella va delante señalando luminosa el camino... Nos apropiamos las palabras de San Bernardo que continúan su segunda homilía de la Anunciación. <,,Siguiéndola a ella, no te desviarás. Rogándola, serás fuerte. Mirándola, no te equivocarás. Agarrándote, no caerás. Siendo ella protectora, no temerás. Capitana, no te fatigarás. Siendo propicia, llegarás».
Padre Tomás Morales, s. j.Lunes de la semana 24 de tiempo ordinario; año par

Tu Palabra, Señor, nos trae la salvación y la Eucaristía y la caridad
«Cuando terminó de decir todas estas palabras al pueblo que le escuchaba, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un criado enfermo y moribundo a quien estimaba mucho. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, cuando llegaron junto a Jesús, le rogaban encarecidamente diciendo: «Merece que hagas esto, pues aprecia a nuestro pueblo y él mismo nos ha construido una sinagoga». Jesús, pues, se puso en camino con ellos. Y no estaba ya lejos de la casa cuando el centurión le envió unos amigos para decirle: «Señor no te tomes esa molestia, porque no soy digno de que entres en mi casa, por eso ni siquiera yo mismo me he considerado digno de venir a ti; pero di una palabra y mi criado quedará sano. Pues también yo soy un hombre sometido a disciplina y tengo soldados bajo mis órdenes: digo a éste: ve, y va; y al otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado de él, y volviéndose a la multitud que le seguía, dijo: «Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe». Y cuando volvieron a casa, los enviados encontraron sano al siervo. (Lucas 7,1-10)
1. Jesús, hoy nos muestras tu diálogo con un hombre de fe: -“Jesús entró en Cafarnaúm. Un centurión del ejército romano tenía un siervo a quien estimaba mucho; éste estaba enfermo a punto de morir”. Este oficial era un pagano... pues al hacer el milagro que le pedía, Jesús hizo notar "que no había encontrado una fe tal ni en Israel". Estamos ante una salvación universal… desde su fundación de Jesús, aunque luego no todos vivan ese espíritu…
-“El centurión había oído hablar de Jesús, y le envió unos notables judíos para rogarle que fuera a curar a su siervo...”: "Merece que se lo concedas porque quiere a nuestra nación y es él quien nos ha construido la sinagoga". Ese pagano es seguidor de Jesús sin saberlo, busca la verdad, y de su propio bolsillo había pagado la construcción de una sinagoga, que no era su religión romana. Quizá había superado el politeísmo. Entre los paganos y los incrédulos que me rodean ¿no los hay que se interrogan y que buscan la verdad?
-“Jesús se fue con ellos. No estaba ya lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes, que yo no soy quién para que entres bajo mi techo. Por eso tampoco me atreví a ir en persona a encontrarte.”" No quiere el pagano que Jesús se manche entrando en su casa, pero Jesús, para quien no hay esas impurezas legales, agradece esa atención y es respetuoso con el detalle de cortesía.
-“No merezco que entres bajo mi techo”. Como él, también nosotros nos encontramos indignos de estar en presencia de Dios: ¡es maravilloso pensar que la Iglesia no ha hallado fórmula mejor para poner en nuestros labios en el momento que nos acercamos a la eucaristía! Repito esa fórmula de humildad, de verdad. Rezo...
-“Pero con una palabra tuya se curará mi criado”. Jesús, sueles curar con gestos y palabras, y delante de la persona enferma. Aquí lo harás a distancia con el centurión, y solo con la palabra, como decimos en la misa: "pero di solamente una palabra y mi alma quedará salvada".
Y el oficial subraya el poder de la palabra, por su propia experiencia del mando -"digo a mis subalternos: "ve" y "va"”- y quiere decir que tu palabra, Jesús, es una palabra potente, que realiza siempre lo que decide. Jesús, di una palabra por lo que te pido… (lo que tengamos en el corazón ahora mismo): que se cure esa persona, que se arregle esta situación… si conviene, si es la voluntad de Dios… tu sola Palabra está presente para salvarnos. Auméntame la fe, Señor, para creer en esta Palabra, que opera nuestra salvación.
-“Al oír esto Jesús se quedó admirado: No he encontrado tanta fe...”  La Fe... ese sexto sentido que nos permite percibir unas realidades nuevas, invisibles a los sentidos corporales. Dichosos ellos, paganos modernos o cristianos, que mantienen su corazón a la escucha de esas realidades misteriosas y que no aceptan estar solamente clavados a la materia... al tiempo... Lo eterno está aquí (Noel Quesson).
Hoy vemos también intercesores, santos que nos ayudan a aumentar la fe: «Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» (Catecismo 956).
Señor, auméntame la fe, basada en la humildad: «no soy digno de que entres en mi casa»… y esto no depende de mis méritos: «Pásmate ante la bondad de Dios, porque Cristo quiere vivir en ti..., también cuando percibes todo el peso de la pobre miseria, de esta pobre carne, de esta vileza, de este pobre barro.
”-Sí, también entonces, ten presente esa llamada de Dios: Jesucristo, que es Dios, que es Hombre, me entiende y me atiende porque es mi Hermano y mi Amigo» (J. Escrivá, Forja 182).
2. San Pablo sigue instruyéndonos, ahora en la unidad y comunión: -“Hermanos, no os felicito por vuestras asambleas porque son más para mal que para bien: Cuando os reunís, hay entre vosotros divisiones... Cada uno se apresura a comer su propia cena...” Los corintios celebraban la eucaristía durante una comida, llamada "ágape". Pablo les reprocha hacer de ella precisamente todo lo contrario de lo que ha de ser un encuentro familiar: que haya divisiones entre ellos, y que estas desigualdades chocantes se note en la comida de hermandad: pues las personas ricas se agrupaban en las mismas mesas y comían mejor mientras que los pobres tenían que contentarse con lo poco que podían meter en su cesta.
Es un punto de examen para evitar nosotros el individualismo, el "cuerpo de Cristo" es comunión, en la vida corriente, también fuera de la misa.
Ahora nos habla de “la cena del Señor”: -“Os he transmitido lo que recibí de la tradición que viene del Señor”. Este es el texto más antiguo sobre la institución de la eucaristía. No se inventa la eucaristía, esta carta se ha escrito muy pocos años después de que ellos, evangelizados, reciban de los apóstoles esa tradición que «viene del Señor». Y es lo que recuerda esta carta, de manera que saben que fue exactamente así como han recibido la Eucaristía de los apóstoles. Y que esto es estar «en comunión con el conjunto de la Iglesia», al estar en comunión con Cristo.
-“La noche misma en que fue entregado, el Señor Jesús tomó pan... Esto es mi cuerpo entregado por vosotros... Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre... Cada vez que comáis de este pan y bebáis de esta copa proclamáis la muerte del Señor, hasta que venga”. Lo esencial es la «Fe»: «Proclamaréis la muerte del Señor». Esto nos permite comprender mejor, cuán escandalosa era la conducta anticomunitaria de los corintios. Jesús se ha «entregado», «ha amado hasta el fin», ha llegado a «morir por nosotros»... y ¿podríamos vivir nosotros como unos «individualistas», y unos «egoístas»?
-“Haced esto en memoria mía”.  La eucaristía es una acción: «¡haced!». Es una acción simbólica, cargada de un «recuerdo», de un «memorial» (Noel Quesson).
En el Padrenuestro nos hace decir lo de "perdónanos como nosotros perdonamos", a continuación nos invita a "darnos fraternalmente la paz", luego vemos cómo se parte el Pan en el que vamos a participar todos (un símbolo de unidad), y así vamos a comulgar en procesión, cantando, unos junto a otros, y participando posiblemente del mismo cáliz.
Cada Eucaristía nos debe hacer crecer también en fraternidad. Como dice el Catecismo, "para recibir en verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos" (Catecismo 1397).
3. Con el salmo te pido, Señor, celebrarte con amor: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo: "Aquí estoy."” Quiero estar contigo, Jesús, para vivir como tú la obediencia al Padre:
"-Como está escrito en mi libro- / para hacer tu voluntad." / Dios mío, lo quiero, / y llevo tu ley en las entrañas.” Quiero aprender también mi misión, vivir tu vida:
“He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he cerrado los labios: / Señor, tú lo sabes. Alégrense y gocen contigo / todos los que te buscan; / digan siempre: "Grande es el Señor" / los que desean tu salvación.”
Llucià Pou Sabaté
Santísimo Nombre de María

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA
(9-14 DE SEPTIEMBRE DE 2006)
SANTA MISA EN LA EXPLANADA DE ISLING
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
 Ratisbona, martes 12 de septiembre de 2006
"El que cree nunca está solo". Permitidme repetir una vez más el lema de estos días y expresar mi alegría porque podemos verlo realizado aquí:  la fe nos reúne y nos regala una fiesta. Nos da la alegría en Dios, la alegría por la creación y por estar juntos. Sé que esta fiesta ha requerido mucho empeño y mucho trabajo previo. Por las noticias de los periódicos he podido conocer un poco cuántas personas han dedicado su tiempo y sus fuerzas para preparar esta explanada de un modo tan digno; gracias a ellos está la cruz aquí, sobre la colina, como signo de Dios para la paz del mundo; los caminos de entrada y de salida están libres; la seguridad y el orden están garantizados; se han preparado alojamientos, etc.
No podía imaginar —e incluso ahora lo sé sólo sucintamente— cuánto trabajo, hasta los mínimos detalles, ha sido necesario para que pudiéramos reunirnos todos hoy aquí. Por todo ello quiero decir sencillamente:  "¡Gracias de todo corazón!". Que el Señor os lo pague todo y que la alegría que ahora podemos experimentar gracias a vuestra preparación vuelva centuplicada a cada uno de vosotros.
Me conmovió conocer cuántas personas, especialmente de las escuelas profesionales de Weiden y Amberg, así como empresas y particulares, hombres y mujeres, han colaborado para embellecer mi casa y mi jardín. Me emociona tanta bondad, y también en este caso quiero decir solamente un humilde "¡gracias!" por este esfuerzo. No habéis hecho todo esto por un hombre, por mi pobre persona; en definitiva, lo habéis hecho por la solidaridad de la fe, impulsados por el amor a Cristo y a la Iglesia. Todo esto es un signo de verdadera humanidad, que brota de haber sido tocados por Jesucristo.
Nos hemos reunido para una fiesta de la fe. Ahora, sin embargo, surge la pregunta:  ¿Pero qué es lo que creemos en realidad? ¿Qué significa creer? ¿Puede existir todavía, de hecho, algo así en el mundo moderno? Viendo las grandes "Sumas" de teología redactadas en la Edad Media o pensando en la cantidad de libros escritos cada día a favor o contra la fe, podemos sentir la tentación de desalentarnos y pensar que todo esto es demasiado complicado. Al final, por ver los árboles, ya no se ve el bosque.
Es verdad:  la visión de la fe abarca el cielo y la tierra; el pasado, el presente, el futuro, la eternidad; por ello no se puede agotar jamás. Ahora bien, en su núcleo es muy sencilla. El Señor mismo habló de ella con el Padre diciendo:  "Has revelado estas cosas a los pequeños, a los que son capaces de ver con el corazón" (cf. Mt 11, 25). La Iglesia, por su parte, nos ofrece una pequeña "Suma", en la cual se expresa todo lo esencial:  es el así llamado "Credo de los Apóstoles". Se divide normalmente en doce artículos, como el número de los Apóstoles, y habla de Dios, creador y principio de todas las cosas; de Cristo y de su obra de la salvación, hasta la resurrección de los muertos y la vida eterna. Pero en su concepción de fondo, el Credo sólo se compone de tres partes principales y, según su historia, no es sino una amplificación de la fórmula bautismal, que el Señor resucitado entregó a los discípulos para todos los tiempos cuando les dijo:  "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19).
Esta visión demuestra dos cosas: en primer lugar, que la fe es sencilla. Creemos en Dios, principio y fin de la vida humana. En el Dios que entra en relación con nosotros, los seres humanos; que es nuestro origen y nuestro futuro. Así, la fe es al mismo tiempo esperanza, es la certeza de que tenemos un futuro y de que no caeremos en el vacío. Y la fe es amor, porque el amor de Dios quiere "contagiarnos". Esto es lo primero:  nosotros simplemente creemos en Dios, y esto lleva consigo también la esperanza y el amor.
La segunda constatación es la siguiente:  el Credo no es un conjunto de afirmaciones, no es una teoría. Está, precisamente, anclado en el acontecimiento del bautismo, un acontecimiento de encuentro entre Dios y el hombre. Dios, en el misterio del bautismo, se inclina hacia el hombre; sale a nuestro encuentro y así también nos acerca los unos a los otros. Porque el bautismo significa que Jesucristo, por decirlo así, nos adopta como hermanos y hermanas suyos, acogiéndonos así como hijos en la familia de Dios. Por consiguiente, de este modo hace de todos nosotros una gran familia en la comunidad universal de la Iglesia. Sí, el que cree nunca está solo. Dios nos sale al encuentro.
Encaminémonos también nosotros hacia Dios, pues así nos acercaremos los unos a los otros. En la medida de nuestras posibilidades, no dejemos solo a ninguno de los hijos de Dios.
Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo:  ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas:  ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional.
Los cristianos decimos:  "Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra", creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no debemos tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. Nos alegra poder conocer a Dios. Y tratamos de hacer ver también a los demás la racionalidad de la fe, como san Pedro exhortaba explícitamente, en su primera carta (cf. 1 P 3, 15), a los cristianos de su tiempo, y también a nosotros.
Creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora surge inmediatamente la segunda pregunta:  ¿en qué Dios? Pues bien, creemos precisamente en el Dios que es Espíritu Creador, Razón creadora, del que proviene todo y del que provenimos también nosotros.
La segunda parte del Credo nos dice algo más. Esta Razón creadora es Bondad. Es Amor. Tiene un rostro. Dios no nos deja andar a tientas en la oscuridad. Se ha manifestado como hombre. Es tan grande que se puede permitir hacerse muy pequeño. "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre", dice Jesús (Jn 14, 9). Dios ha asumido un rostro humano. Nos ama hasta el punto de dejarse clavar por nosotros en la cruz, para llevar los sufrimientos de la humanidad hasta el corazón de Dios. Hoy, que conocemos las patologías y las enfermedades mortales de la religión y de la razón, las destrucciones de la imagen de Dios a causa del odio y del fanatismo, es importante decir con claridad en qué Dios creemos y profesar con convicción este rostro humano de Dios. Sólo esto nos impide tener miedo a Dios, un sentimiento que en definitiva es la raíz del ateísmo moderno. Sólo este Dios nos salva del miedo del mundo y de la ansiedad ante el vacío de la propia vida. Sólo mirando a Jesucristo, nuestro gozo en Dios alcanza su plenitud, se hace gozo redimido. Durante esta solemne celebración de la Eucaristía dirijamos nuestra mirada al Señor, que está aquí ante nosotros clavado en la cruz, y pidámosle el gran gozo que él prometió a sus discípulos en el momento de su despedida (cf. Jn 16, 24).
La segunda parte del Credo concluye con la perspectiva del Juicio final, y la tercera parte con la de la resurrección de los muertos. Juicio:  ¿se nos quiere infundir de nuevo el miedo con esta palabra? Pero, ¿acaso no deseamos todos que un día se haga justicia a todos los condenados injustamente, a cuantos han sufrido a lo largo de la vida y han muerto después de una vida llena de dolor? ¿Acaso no queremos todos que el exceso de injusticia y sufrimiento, que vemos en la historia, al final desaparezca; que todos en definitiva puedan gozar, que todo cobre sentido?
Este triunfo de la justicia, esta unión de tantos fragmentos de historia que parecen carecer de sentido, integrándose en un todo en el que dominen la verdad y el amor, es lo que se entiende con el concepto de Juicio del mundo. La fe no quiere infundirnos miedo; pero quiere llamarnos a la responsabilidad. No debemos desperdiciar nuestra vida, ni abusar de ella; tampoco debemos conservarla sólo para nosotros mismos. Ante la injusticia no debemos permanecer indiferentes, siendo conniventes o incluso cómplices. Debemos percibir nuestra misión en la historia y tratar de corresponder a ella. No se trata de miedo, sino de responsabilidad; se necesita responsabilidad y preocupación por nuestra salvación y por la salvación de todo el mundo. Cada uno debe contribuir a esto. Pero cuando la responsabilidad y la preocupación tiendan a convertirse en miedo, recordemos las palabras de san Juan:  "Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre:  a Jesucristo, el Justo" (1 Jn 2, 1). "En caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn 3, 20).
Celebramos hoy la fiesta del "Nombre de María". A quienes llevan este nombre —mi mamá y mi hermana lo llevaban, como ha recordado el Obispo— quisiera expresarles mi más cordial felicitación por su onomástico. María, la Madre del Señor, recibió del pueblo fiel el título de "Abogada", pues es nuestra abogada ante Dios. Desde las bodas de Caná la conocemos como la mujer benigna, llena de solicitud materna y de amor, la mujer que percibe las necesidades ajenas y, para ayudar, las lleva ante el Señor.
Hoy hemos escuchado en el evangelio cómo el Señor la entrega como Madre al discípulo predilecto y, en él, a todos nosotros. En todas las épocas los cristianos han acogido con gratitud este testamento de Jesús, y junto a la Madre han encontrado siempre la seguridad y la confiada esperanza que nos llenan de gozo en Dios y en nuestra fe en él.
Acojamos también nosotros a María como la estrella de nuestra vida, que nos introduce en la gran familia de Dios. Sí, el que cree nunca está solo. Amén.
© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana
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“Venid a mí, los que me amáis, y saciaos de mis frutos; mi nombre es más dulce que la miel, y mi herencia, mejor que los panales” (Eclesiástico 24,20).
El 12 de septiembre se celebra la memoria del Santísimo Nombre de María. San Buenaventura, dirigiéndose a la Virgen, dice: “Dichoso el que ama tu nombre santo, pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia”.
Los cristianos glorificamos al Padre, ante todo, por el “Nombre de Jesús”, el Verbo encarnado, el Salvador: “le pondrás por nombre Jesús”, dice el ángel a María (Lucas 1,31). En Jesús se nos ha revelado y se nos ha dado en la carne el Nombre de Dios Santo (cf Catecismo 2812). En la Carta a los Filipenses se afirma que el Padre concedió a Jesús el “nombre que está sobre todo nombre”, el nombre de Dios, “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Filipenses 2,9-10).
Dios también es glorificado por el “Nombre de María”, por la persona y por la misión de la Madre del Redentor. Su nombre es celebrado por la Liturgia como glorioso y santo, como maternal y providente.
El beato Ramón Llull, en su obra Blanquerna, cuenta la historia de un monje que sólo tenía por oficio dirigir, tres veces al día, una salutación a Nuestra Señora: “¡Ave, María! Salúdate tu siervo de parte de los ángeles y de los patriarcas y los profetas y los mártires y los confesores y las vírgenes, y salúdate por todos los santos de la gloria. ¡Ave, María! Saludos te traigo de todos los cristianos, justos y pecadores […] ¡Ave, María! Saludos te traigo de los sarracenos, judíos, griegos, mongoles, tártaros, búlgaros […] Todos ellos y muchos otros infieles te saludan por ministerio mío, cuyo procurador soy…". Ojalá que, al invocar el Santo Nombre de María, también nosotros nos hagamos procuradores de los demás hombres, para que Ella sea la estrella luminosa que nos guíe a todos.

Oración
Oh Dios, cuyo Hijo, al expirar en la cruz, quiso que la Virgen María, elegida por él como Madre suya, fuese en adelante nuestra Madre, concédenos a quienes recurrimos a su protección ser confortados por la invocación de su santo nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Guillermo Juan Morado.
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MARÍA, EL NOMBRE DE LA VIRGEN
“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Fue traído del cielo. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor... Si los nombres de personajes bíblicos juegan papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!... Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en mundo y eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.
España se anticipó en solicitar y obtener de la Santa Sede la celebración de la fiesta del Dulce Nombre de María. Nuestros cruzados, después de ocho siglos de Reconquista, apenas descubierta América, pidieron su celebración en 1513. Cuenca fue la primera diócesis que la solemnizó.

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“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida.
El nombre de la Madre de Dios no fue escogido al azar. Todos los siglos han invocado el nombre de María con el mayor respeto, confianza y amor... Si los nombres de personajes bíblicos juegan un papel tan importante en el drama de nuestra redención y están llenos de sentido, ¡cuánto más el de María!... la Madre del Salvador, tenía que ser el más simbólico y representativo de su tarea en el mundo y en la eternidad. El más dulce y suave, y, al mismo tiempo, el más bello de cuantos nombres se han pronunciado en la tierra después del de Jesús. Sólo para los nombres de María y Jesús ha establecido la liturgia una fiesta especial en su calendario.
España, fue la primera en solicitar y obtener de la Santa Sede autorización para celebrar la fiesta del Santísimo Nombre de Maria. Y esto acaeció el año 1513. Cuenca fue la diócesis que primeramente solemnizó dicha fiesta, siguiendo su ejemplo, en seguida, las demás, porque el amor a la Virgen Maria es efusivo y prende con facilidad en terrenos de sincera devoción.
Fue el papa Inocencio XI, quien decretó, el 25 de noviembre del año 1683, que toda la Iglesia celebrara solemnemente la fiesta del Santísimo nombre de Maria.
San Bernardo de Claraval en una oración dice así: No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus labios».
Deliciosamente narra sor María Jesús de Ágreda, en su Mística Ciudad de Dios, la escena en la cual la Santísima Trinidad, determina dar a la "Niña Reina" un nombre. Y dice que los ángeles oyeron la voz del Padre Eterno, que anunciaba: "María se ha de llamar nuestra electa y este nombre ha de ser maravilloso y magnífico. Los que la invoquen con afecto devoto, recibirán copiosísimas gracias; los que la estimen y pronuncien con reverencia, serán consolados y vivificados; y todos hallarán en él remedio de sus dolencias, tesoros con que enriquecerse, luz para que los encamine a la vida eterna".
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.

La Virgen en sus distintas advocaciones, coronada de estrellas o atravesada de espadas dolorosas, resume en su culto los amores de la Península Ibérica. Creció bajo su manto, desde las montañas de Covadonga al iniciar la gran cruzada de Occidente, hasta terminarla invocando su nombre en aguas de Lepanto. La carabela de Colón descubriendo América, la prodigiosa de Magallanes dando la primera vuelta al mundo, bordarán también entre los pliegues de sus velas henchidas al viento, el dulce nombre de María, Reina y Auxilio de los cristianos.
Después de la derrota de Lepanto, los turcos se retiran hacia el interior de Persia. Cien años más tarde, con inesperado coraje, reaccionan y ponen sitio a Viena. Alborea límpido y radiante el sol del 12 de septiembre de 1663. El ejército cruzado ‑sólo unos miles de hombres‑ se consagra a María. El rey polaco Juan Sobieski ayuda la misa con brazos en cruz. Sus guerreros le imitan. Después de comulgar, tras breve oración, se levanta y exclama lleno de fe: ¡Marchemos bajo la poderosa protección de la Virgen Santa María!»
Se lanzan al ataque de los sitiadores. Una tormenta de granizo cae inesperada y violenta sobre el campamento turco. Antes de anochecer, el prodigio se ha realizado. La victoria sonríe a las fuerzas cristianas que se habían lanzado al combate invocando el nombre de María, vencedora en cien batallas. Inocencio XI extiende a toda la iglesia la festividad del dulce y santísimo nombre de María para conmemorar este triunfo de la Virgen.
«Y el nombre de la Virgen era María»... Preguntas: «¿quién eres?»> Con suavidad te responde: «Yo, como una viña, di aroma fragante. Mis flores y frutos son bellos y abundantes. Soy la madre del amor hermoso, del temor, de la santa esperaza. Tengo la gracia del camino y de la verdad. En mí está la esperanza de la vida» (cf. Si 24, 16‑21).

ESTRELLA, LUZ, DULZURA
María, Estrella del mar. En las tormentas de la vida, cuando la galerna ruge y encrespa olas, cuando la navecilla del alma está a punto de naufragar: Dios te salve, María, Estrella del mar.
María, Esperanza. Eso significa también su nombre arco iris de ilusión y anhelo que une el cielo con la tierra. «Feliz el que ama tu santo nombre ‑grita San Buenaventura , pues es fuente de gracia que refresca el alma sedienta y la hace fecunda en frutos de justicia».
Está llena de luz y transparencia. Sostiene en sus brazos a la luz del mundo (cf. Jn 8, 12). Irradia pureza. El nombre de María indica castidad, apunta Pedro Crisólogo. Azucenas y jazmines, nardos y lirios, embalsaman el ambiente con la fragancia de sus perfumes. Pero María, iluminada y pura, nos embriaga con el aroma de su virginidad incontaminada. Nos invita a todos: ,Venid a mí los que me amáis, saciaos de mis frutos. Mi recuerdo es más dulce que la. miel, mi heredad mejor que los panales» (Si 24, 19‑20).
María, mar amargo, simboliza asimismo su nombre. Asociada a la redención dolorosa de Cristo, su corazón es mar de amargura inundado de sufrimientos. Pide reparación y amor aún hoy, en Fátima y Lourdes. Dios te salve María, mar amargo de dolores. Angustia de madre, que ve con tristeza que sus hijos se condenan...
«María, nombre cargado de divinas dulzuras» (San Alfonso de Ligorio, ‑ 1 de agosto). «Puede el Altísimo fabricar un mundo mayor, extender un cielo más espacioso ‑exclama Conrado de Sajonia‑, pero una madre mejor y más excelente no puede hacerla»». Años antes, San Anselmo (‑‑ 21 de abril), prorrumpía lleno de admiración: «Nada hay igual a ti, de cuanto existe, o está sobre ti o debajo de ti. Sobre ti, sólo Dios. Debajo de ti, cuanto no es Dios>.
«Dios te salve, María...» San Bernardo (.‑ 20 de agosto), entusiasmado al mirarla, siente su corazón arrebatarse en amor. Cantaba un día la Salve con sus monjes en un anochecer misterioso. Llenos de melancolía y esperanza, los cistercienses despiden el día rodeando a la Virgen. Al llegar a la petición final ‑‑‑después de este destierro, muéstranos a jesús, fruto bendito de tu vientre‑, Bernardo sigue solo balbuceando lleno de Júbilo, loco de amor: <«¡Oh clementísima, oh piadosísima, oh dulce Virgen María...!»
MIRA A LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA
Estrella de los mares. Ave, Maris stella», le canta la Iglesia. La estrella irradia luz sin corromperse. De María nace Jesús sin mancillar su pureza virginal. Ni el rayo de luz disminuye la claridad de la estrella, ni el Hijo de la Virgen marchita su integridad. María es la noble y brillante estrella que baña en su luz todo el orbe. Su resplandor ilumina la tierra. Enardece corazones, florecen virtudes, se amortiguan pasiones y se ahogan los vicios.
Es la estrella bella y hermosa reluciendo en las tinieblas del mundo y marcándonos la ruta del cielo. «<Mi recuerdo durará por los siglos. El que me come, tendrá más hambre; el que me bebe, tendrá más sed. El que me escucha, no se avergonzará. El que trabaja conmigo, no pecará. Los que me den a conocer, tendrán la vida eterna» (cf. Si 24, 20‑22).
San Bernardo nos dice en este día del Santísimo y Dulce Nombre de María: ,No apartes tu mirada del resplandor de esta estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del mundo. Cuando soplen vientos de tentaciones o te abatan tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a la estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados, anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe de tus labios».
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo.
El Santísimo y Dulce Nombre de María será para nosotros emblema de victoria. Así ella va delante señalando luminosa el camino... Nos apropiamos las palabras de San Bernardo que continúan su segunda homilía de la Anunciación. <,,Siguiéndola a ella, no te desviarás. Rogándola, serás fuerte. Mirándola, no te equivocarás. Agarrándote, no caerás. Siendo ella protectora, no temerás. Capitana, no te fatigarás. Siendo propicia, llegarás».
Padre Tomás Morales, s. j.

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