sábado, 24 de septiembre de 2016

Domingo de la semana 26 de tiempo ordinario; ciclo C

Domingo de la semana 26 de tiempo ordinario; ciclo C

La codicia impide ver el cielo, donde todo encontrará su sitio, también las injusticias de este mundo se convertirán en justicia
«Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de los desperdicios que caían de la mesa del rico y nadie se los daba. Y hasta los perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. Le contestó Abrahán: hijo, acuérdate que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora, pues, aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros hay interpuesto un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de ahí a nosotros. Y le dijo: te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos. Pero le replicó Abrahán: Tienen a Moisés y a los Profetas. !Que los oigan! El dijo: no, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán. Y les dijo: si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite» (Lucas 16, 19-31).
1. Vemos hoy un pobre llamado Lázaro, y un rico del que solo sabemos que vivía como epulón. El rico aparece como un hombre sin otro ideal que pasarlo bien sin acordarse de los que lo pasan mal. Lázaro (=Eleazar, "Dios salva") es el pobre a quien el rico ha olvidado, pero de quien Dios se acuerda en todo momento. Las faltas de respeto a la dignidad de Lázaro que el rico ocasiona, contrastan con los perros que se acercaban a lamerle las llagas. “Aconteció, pues, que murió aquel pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado”. Según el judaísmo, todos los difuntos iban a parar al "infierno" o "seol", aunque no todos los difuntos iban a parar al mismo lugar: unos iban al "edén" o lugar de descanso, otros a la "gehenna" o lugar de tormento. Pero tanto los buenos como los malos esperaban en el "seol" el juicio definitivo de Dios al final de los tiempos. Entre el "edén" y la "gehenna" se abría un abismo infranqueable.
Abrahán no atiende la súplica del rico (que Lázaro fuera a refrescarle) y le hace ver que la diferencia entre su estado y el de Lázaro no es más que una consecuencia lógica de la divina justicia: “No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo, pues lo que es común y ha sido dado para el uso de todos, lo usurpas tú solo. La tierra es de todos, no sólo de los ricos” (San Ambrosio). “Dios puso delante de todos la misma tierra. ¿Cómo, pues, siendo común, tú posees hectáreas y más hectáreas, y el otro ni un terrón?", dice san Juan Crisóstomo, que añade: San Juan Crisóstomo predicando en cierta ocasión, decía así a sus oyentes: «Os ruego y os pido y, abrazado a vuestros pies, os suplico, que mientras tengamos vida nos arrepintamos, nos convirtamos, nos hagamos mejores, para que no nos lamentemos inútilmente, cuando muramos, como este rico de la parábola».
Cuando yo era pequeño, pensé en la segunda petición del rico (que Lázaro fuera a advertir a los hermanos): si está en el infierno, ¿cómo puede tener sentimientos buenos? Puesto que se nos presentaba esta parábola como un ejemplo del infierno perpetuo, condenación eterna. Fue para mí un alivio ver en Benedicto XVI estas palabras (de su encíclica Spes Salvi): “En la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31), Jesús ha presentado como advertencia la imagen de un alma similar, arruinada por la arrogancia y la opulencia, que ha cavado ella misma un foso infranqueable entre sí y el pobre: el foso de su cerrazón en los placeres materiales, el foso del olvido del otro y de la incapacidad de amar, que se transforma ahora en una sed ardiente y ya irremediable. Hemos de notar aquí que, en esta parábola, Jesús no habla del destino definitivo después del Juicio universal, sino que se refiere a una de las concepciones del judaísmo antiguo, es decir, la de una condición intermedia entre muerte y resurrección, un estado en el que falta aún la sentencia última”. Después de la muerte está el juicio, para salvación o condenación, “y tampoco falta la idea de que en este estado se puedan dar también purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la comunión con Dios. La Iglesia primitiva ha asumido estas concepciones, de las que después se ha desarrollado paulatinamente en la Iglesia occidental la doctrina del purgatorio”.
“¡Ay del que no advierte / que hay un supremo Juez de juzgadores, / que hay otra Ley sobre la ley del fuerte; / que al pasar los umbrales de la muerte / los vencidos serán los vencedores!” (Rubén Darío). "Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo porque en ellos servimos a Jesús" (Sta. Rosa de Lima). Llega la muerte y todo se clarifica, el tiempo pone las cosas en su sitio…  Pasaron los placeres y las miserias. Todo se acabó y se trasformó. Uno pasó de los placeres a los tormentos; el otro de las miserias a los placeres. Efectivamente, tanto los placeres como las miserias habían sido pasajeros; los tormentos y placeres que les siguieron no tienen fin. Ni se condena a las riquezas en la persona del rico ni se alaba la pobreza en la persona del pobre; pero en el primero se condenó la impiedad y en el segundo se alabó la piedad” (San Agustín, sermón 299).
En la vida, dice Teresa de Calcuta, lo único que nos queda es lo que damos. Lo demás se pudre… De todos los recursos existentes en el mundo unos pocos países acaparan la mayoría, dejando el resto para todos los demás países del mundo: una parte del mundo pasa hambre ante la indiferencia de unos privilegiados, que tienen la mesa bien abastecida y que desperdician lo que podría remediar el hambre de millones de seres humanos. Y dedicamos muchos recursos a cosas superfluas: "Son tontos los que por avaricia se complacen en cosas que se limitan a guardar. El que amontona sus pagas, las mete en saco roto. Tal es el que recoge y mete la cosecha, y sufre mengua el que a nadie da parte de lo suyo. Pero es cosa de burla y merece carcajadas que haya hombres que usan orinales de plata y retretes de vidrio... y esas mujeres, tan ricas como locas, que mandan hacerse de plata los recipientes de sus excrementos, como si la gente rica no pudiera defecar si no es lujosamente" (San Clemente de Alejandría).
Es el segundo domingo seguido que las lecturas nos hablan de la idolatría al dinero, que impide ver a Dios. “La avaricia (después del pecado) cortó lo que había de noble en la naturaleza, tomando de antemano la ley como auxiliar del poder. Pero tú mira la igualdad primitiva, no la distinción postrera; no la ley del poderoso, sino la del Creador" (san Gregorio nacianceno).
El juicioserá sin misericordia para quien no practicó misericordia”(Sant 2,13), quienes idolatran las riquezas sin temor de Dios, musitando entre sí: «¿quién ha resucitado? ¿Quién ha podido contarnos lo que allí se cuece? Desde que enterré a mi padre no he vuelto a oír su voz».
2. «Tumbados sobre las camas». De nuevo la primera lectura de Amós es importante para comprender el evangelio. No  solamente se echan pestes contra las posesiones y las riquezas, sino contra lo que éstas  producen en el hombre con harta frecuencia: sibaritismo, holgazanería, borrachera de  bienestar sin tener para nada en cuenta la situación del país (Israel estaba entonces  seriamente amenazado, pero «no os doléis de los desastres de José»). Esta  «despreocupación» egoísta y esta falsa «autoseguridad» son condenadas por el profeta: «Se acabó la orgía de los disolutos», «irán al destierro» los primeros. Dios –dice el salmo- “hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda, y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad”.
3. San Ignacio va a decir que no es para que nos asustemos, sino para que "Si del Amor de Dios me olvidare", dice tan hermosamente, "Su santo temor me haga volver al camino", por las dudas, quizá mi fragilidad hace que en algún momento me olvide de Dios, me olvide de su Ley, pues... si de ese Amor me llego a olvidar, si me llego a olvidar de todo lo que Dios ha hecho por mí, y lo que hizo Jesucristo, al menos que su Santo Temor me vuelva otra vez al camino recto... como decía el Doctor Angélico: "el alma corre hacia Dios, como la mosca hacia la luz". "Tú, hombre de Dios (...) tiende a la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre". Tiende, porque estamos siempre aprendiendo, como en construcción, orientados con ese consejo: "combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna". Conquistarla por anticipado, aun cuando esta perseverancia exige un  combate permanente, «el buen combate de la fe», que debe llevarse a cabo «sin mancha ni  reproche» como encargo de Cristo y de la Iglesia. Pero no  quiere decir tratar de aferrar o apresar a Dios, «que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver», y que sólo  puede ser adorado, nunca aferrado o conquistado por el hombre. Decidirse por Él, dar  testimonio de Él, significa por el contrario que se ha sido aferrado por él y que se cumple su  encargo”(von Balthasar). Confiando en el Señor: "Te recomiendo que conserves el mandato sin mancha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo".  Con la Virgen rezamos: “Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”. [Misal Romano]. 
Llucià Pou Sabaté

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