martes, 12 de julio de 2016

Miércoles de la semana 15 de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 15 de tiempo ordinario; año par

El encuentro con el Señor se realiza en la sencillez, vuelca su misericordia y ternura en el alma que abre su miseria a la grandeza de Dios; en cambio caen los orgullosos
“En aquel tiempo, exclamó Jesús: -«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar»(Mateo 11,25-27).
1. Te veo rezar, Jesús, y quiero aprender de ti: “-Padre, Señor del cielo y de la tierra...” Es el único pasaje del evangelio donde usas estas palabras solemnes, pues sueles hablar del Padre con términos de intimidad y familiaridad. Lo dices en continuidad con toda la Escritura: No hay otro Dios más que El. Y es quien dirige todo ese gran universo con sus millones de seres desde los átomos hasta las estrellas. Todo cuanto existe le está sometido. Es el "Señor del cielo y tierra". Te adoro, Padre, cada fiesta en la Misa: "Gloria a Dios en las alturas..."
–“Bendito seas”... Rezas, Señor, dirigiéndote al Padre en acción de gracias, alabanza, un "te lo agradezco". Veo tu corazón lleno de agradecimiento hacia el Padre. "¡Bendito seas, Padre!". Contigo, Jesús, yo repito esa sencilla y breve oración.
-“Porque lo que has escondido a los sabios y entendidos, lo has revelado a la gente sencilla”. ¡Este es el objeto de su agradecimiento! Porque Dios se "esconde" a los orgullosos... y se "revela" a los humildes. El gran Dios del Universo es desconocido de los que se creen ser más inteligentes y más sabios que los demás. Es a los pobres a quienes se da a conocer. Es entre los sencillos que naciste, Jesús; y los que escogiste como apóstoles eran también sencillos. ¿Tienes preferencia por los que no son nada en el mundo, los que son insignificantes a los ojos de los hombres?... los sencillos ¡éstos son valiosos a los ojos de Dios! Señor, ayúdame a ser "uno de esos pequeños a quien Tú te revelas.
Las personas sencillas, las de corazón humilde, son las que saben entender los signos de la cercanía de Dios. Lo afirma Jesús, por una parte, dolorido, y por otra, lleno de alegría. Cuántas veces aparece en la Biblia esta convicción. A Dios no lo descubren los sabios y los poderosos, porque están demasiado llenos de sí mismos. Sino los débiles, los que tienen un corazón sin demasiadas complicaciones. Entre «estas cosas» que no entienden los sabios está, sobre todo, quién es Jesús y quién es el Padre. Pero la presencia de Jesús en nuestra historia sólo la alcanzan a conocer los sencillos, aquellos a los que Dios se lo revela.
Los «sabios y entendidos», las autoridades civiles y religiosas, no te recibieron, Señor, en su “ignorancia”. Los letrados y los fariseos buscan mil excusas para no creer. La pregunta vale para nosotros: ¿somos humildes, sencillos, conscientes de que necesitamos la salvación de Dios?, ¿o, más bien, retorcidos y pagados de nosotros mismos, «sabios y entendidos», que no necesitamos preguntar porque lo sabemos todo, que no necesitamos pedir, porque lo tenemos todo? Cuántas veces la gente sencilla ha llegado a comprender con serenidad gozosa los planes de Dios y los aceptan en su vida, mientras que nosotros podemos perdernos en teologías y razonamientos. La oración de los sencillos es más entrañable y, seguramente, llega más al corazón de Dios que nuestros discursos eruditos de especialistas. Nos convendría a todos tener unos ojos de niño, un corazón más humilde, unos caminos menos retorcidos, en nuestro trato con las personas y, sobre todo, con Dios. Y saberles agradecer, a Dios y los demás, tantos dones como nos hacen. Siguiendo el estilo de Jesús y el de María, su Madre, que alabó a Dios porque había puesto los ojos en la humildad de su sierva (J. Aldazábal).
-“Sí, Padre, bendito seas por haberte parecido eso bien”. Me gustaría oírte decir "¡Padre!", Jesús, para aprender de ti que Dios es ante todo "la bondad". Dios es bueno, ¿Dudo, quizá alguna vez, de la bondad de Dios? Ayúdame, Señor, a rezar, como tú, esta oración de alabanza: "Gracias, oh Padre, por esto... por aquello..."
-“Mi Padre me lo ha confiado todo. Al Hijo lo conoce sólo el Padre, y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar”. Sí, lo sabemos: Dios es difícil de alcanzar. Nadie lo ha visto nunca, excepto tú, Jesús: "conoces a Dios"... ¡y lo das a conocer a los que aceptan seguirte y ser de tu escuela! Jesús, ayúdame, todos y cada día de mi vida, a conocer mejor al Padre. ¡Que tu evangelio sea mi meditación cotidiana! Que trate de penetrar mejor en tu misterio... hasta el día que, por fin, te veré cara a cara(Noel Quesson).
Los pobres en el espíritu y humildes de corazón son los queridos por Dios: «De la misma manera que los padres y las madres ven con gran gusto a sus hijos, también el Padre del universo recibe gustosamente a los que se acogen a él. Cuando los ha regenerado por su Espíritu y adoptado como hijos, aprecia su dulzura, los ama, la ayuda, combate por ellos y por eso, los llama sus «hijos pequeños» (San Clemente de Alejandría).
2. Isaías (10,5-7.13-16) proclama la “Palabra de Dios” que se muestra como Señor de la historia: “¡Ay del asirio! instrumento de mi ira, vara que mi furor maneja”.
Puede haber victorias coyunturales en el mar de la historia, pero también hay una providencia que guía los acontecimientos, que pone unos límites al mal: “-Dijo: «Con el poder de mi mano lo hice y con mi habilidad, porque soy inteligente. He borrado las fronteras de los pueblos, he saqueado sus tesoros, he abatido a los poderosos.
Como se toma un pájaro en su nido, mi mano ha robado la riqueza de los pueblos. Como se recogen huevos abandonados, he recogido yo toda la tierra. Y no hubo quien aleteara, ni abriera el pico, ni piara.» No conocemos estos planes pues Dios los combina con una real libertad humana…
-“Soy Yo quien lo ha enviado contra una nación perversa... Pero él no lo entiende así, no es éste el juicio de su corazón: lo único que quiere es destruir. ¿Acaso se jacta el hacha frente al que la tiene asida? ¿Y la sierra frente al que la maneja? Como si la vara quisiera dirigir al que la levanta, la varilla o batuta, mover el brazo que la agita”.
Una «lectura» simplemente humana de la historia es pobre, y una «lectura en la fe» nos da más perspectivas, las sobrenaturales. Desde luego, no quedamos dispensados de hacer primero el análisis humano de las situaciones. Es, incluso, necesario. Es el primer tiempo de una re-visión de vida. Pero hay que tratar de ir más lejos... hay que hacer una re-visión con esta visión de la fe, ¡hasta reconocer la acción de Dios en las acciones de la historia! (Noel Quesson).
Recuerdo dos profesores que fueron a dar clase a un colegio: uno lo pasó muy mal por la poca educación de los alumnos y mal ambiente de los colegas. El otro se lo pasaba muy bien porque empatizaba con todos, y lo escogieron los otros profesores como jefe de estudios. Cuentan de dos vendedores de zapatos que se encuentran en un pueblo de África. Uno es optimista y el otro es pesimista. El pesimista dice: -“Aquí no hay nada que hacer. Todo el mundo va descalzo”. El optimista dice: -“Aquí hay un negocio seguro, nadie tiene zapatos”. Un cristiano tiene que se realista, objetivo. Pero ser objetivo es contar, no sólo con mis posibilidades, sino con las posibilidades de Dios. Y las posibilidades de Dios son infinitas. El realismo para el cristiano es que ante la marcha de nuestro mundo, ante el panorama que vemos a nuestro alrededor, piensa: “-Esto está más o menos mal. Pero con Dios todo es posible. Aquí hay mucho que hacer. No hay nada imposible para Dios”.
3. A lo largo de la historia, vemos cómo van cayendo los poderosos, y los que se creían omnipotentes son aniquilados. Es, una vez más, lo que dijo la Virgen en el Magníficat: «derriba del trono a los poderosos y a los ricos los despide vacíos».
Vivimos en unos tiempos en que se suceden los cambios políticos y se derrumban ideologías e imperios que parecían indestructibles. Siguen teniendo vigencia las exclamaciones del salmista: «trituran a tu pueblo, oprimen a tu heredad, y comentan: Dios no lo ve... Enteraos, los más necios del pueblo, ignorantes, ¿cuándo discurriréis?».
Es evidente también cómo Dios saca bien del mal y, a través de las vicisitudes de la historia, purifica a su pueblo y le ayuda a recapacitar y a madurar. A Atila le llamaron «el azote de Dios», como Asiria lo había sido en la época que estamos leyendo. Pero el emperador Ciro será instrumento de Dios para la vuelta del “resto de Israel”, será llamado Cristo. La fidelidad a Dios es una salvaguarda de los valores que están en la base de todo progreso (J. Aldazábal).
Es la misión de los sencillos llenos de fe, que abren al mundo el Evangelio: "aquí tienen todos a Cristo, sumo y perfecto ejemplar de justicia, caridad y misericordia, y están abiertas para el género humano, herido y tembloroso, las fuentes de aquella divina gracia, postergada la cual y dejada a un lado, ni los pueblos ni sus gobernantes pueden iniciar ni consolidar la tranquilidad social y la concordia" (Pío XII, Divino Afflante Spiritu).
Llucià Pou Sabaté
San Enrique

Fue el único emperador canonizado. Nace en el año 972 en el castillo de Abaudia, sobre el río Danubio siendo hijo de Enrique, duque de Baviera y de Gisela, hija de Conrado, rey de Borgoña. Fue criado en un ambiente cristiano, su hermano Bruno era obispo, su hermana Brígida monja.
Se casó con Santa Cunegunda de Luxemburgo, que más tarde llegaría a ser Santa, con la que vivió como hermanos guardando perfecta castidad y tuvo como tutor a San Wolfgan, obispo. Al poco tiempo de morir Wolfgan lo soñó escribiendo en una pared la frase "después de 6". Enrique creyó que se trataba del momento de su muerte en 6 días y se prepara santamente, luego creyó que sería 6 meses y se siguió preparando y al cabo de 6 años fue elegido emperador. El daba gracias a Dios por tan magnífica preparación. Funda, dota y restaura los monasterios, ya que veía en ellos una fuerza viva, un foco de oración, de estudio y de actividad bienhechora. Consigue la conversión del esposo de su hermana Gisela, Esteban, el rey de Hungría, que sería San Esteban. Consultaba con Dios lo que había de disponer en el gobierno, oraba intensamente , era bondadoso con sus súbditos.

Era amado por su pueblo. Amante de la paz, se esfuerza por verla reinar en su imperio. Trabajó también  por la extensión del evangelio. Junto a esta vida agitada, llevaba cuando podía una vida recogida y piadosa como un monje.

De entre todas las iglesias, la que merecía su particular predilección era la catedral de Bamberga, que Él mismo había edificado, y en la que reposa junto con Santa Cunegunda. Junto a la estatua del famoso caballero, se encuentra un monumento en memoria de los "Santos Enrique y Cunegunda, que brillaron en medio de las tinieblas de su tiempo como dos lises de oro sobre el altar". Al final de su vida, Enrique, llamado con razón el Piadoso, se retira al monasterio de Vanne. El abad Ricardo le ordena volver al trono.

Pero poco después, el 13 de julio del año 1024, a los cincuenta y dos años, recibía la corona de la gloria en el castillo de Grona. Fue canonizado el 1146 por Eugenio III.

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