miércoles, 20 de julio de 2016

Jueves semana 16 de tiempo ordinario; año par

ueves de la semana 16 de tiempo ordinario; año par

Para ver a Dios hay que preparar el corazón, acoger la palabra del divino sembrador
«Los discípulos se acercaron a decirle: ¿Por qué les hablas en parábolas? Él les respondió: A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha dado. Porque al que tiene se le dará y abundará, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane. Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que vosotros estáis oyendo y no lo oyeron» (Mateo 13,10-17).
1. La parábola del Reino más larga, la más completa, es la del sembrador, pues Jesús irá explicando su sentido con detalle. Algunos no entienden, pues no están preparados, su corazón no puede pasar de la oscuridad a la luz… es el misterio de la libertad… así las autoridades religiosas entienden, pero rechazan la doctrina y se sulfuran aún más en su interior. La palabra es aceptada por algunos, pero luego abandonada en las dificultades… expresa esta parábola las diversas situaciones de las almas a lo largo de la historia: “cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos: su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz” (Balduino de Cantorbery).
-¿Por qué razón les hablas en parábolas, como dejando algo velado y misterioso? Y nos dice Jesús: -"Vosotros podéis ya comprender los secretos del reinado de Dios: ellos, en cambio, no pueden". Quisiera penetrar en tus palabras, Señor, en esos secretos del Reino…
-“Miran sin ver... y escuchan sin oír ni entender... Son duros de oído y han cerrado los ojos”. La segunda razón que das, Jesús, entra dentro del misterio que sólo tú conoces el corazón del hombre: muchos hombres son culpables de ni siquiera buscar la verdad, al mismo tiempo que hay libertad en materia religiosa, no se puede obligar a nadie a creer. Nos hablas de “comprender con el corazón”.
-“¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!” Danos, Señor, unos ojos nuevos, unos oídos finos... La oración y el examen-revisión de vida consiste en "mirar de nuevo" con los ojos de la fe, los acontecimientos que la primera vez se vieron con una mirada simplemente humana. Las parábolas requieren esa mirada de la fe. Toda nuestra vida es una parábola en la que Dios está escondido y desde donde nos habla. Uno puede quedarse en el exterior de las cosas y de los acontecimientos, o bien, "ver" y "oír" a Dios en el hondón de las situaciones humanas.
-“Muchos profetas y justos desearon ver lo que véis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros y no lo oyeron. Sí, Jesús se atreve a decir que El es "aquel que el pueblo de Dios esperaba"”: es el tiempo en que todo se cumple, en que todo es gracia, el momento maravilloso del encuentro de Dios con los hombres. ¿Sabremos estar atentos a esta hora de Dios y no dejar pasar la ocasión de verle y de escucharle? (Noel Quesson).
2. Jeremías (2,1-3.7-8.12-13) sigue con su vocación: “Entonces me fue dirigida la palabra del Señor: «Ve y grita a los oídos de Jerusalén.»” Gritar a los oídos.
“-De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto! El tiempo del desierto, es el del primer amor, el fervor de los comienzos de Israel.
Jeremías hablará a menudo de esta imagen -una joven desposada-, que tan bien corresponde a su temperamento dulce y tierno.
-“Luego os traje a un país muy feraz para saciaros de sus frutos y de sus bienes”. Esta es siempre la intención de Dios, saciarnos de sus bienes. Gracias.
-“Pero, apenas llegasteis, ensuciasteis mi país, cambiasteis mi heredad en lugar abominable”.
La decepción divina es que se estropea su obra, pues como decía S. Ireneo la gloria de Dios es la vida del hombre.
-“Los sacerdotes no decían: «¿Dónde está el Señor?» Los intérpretes de la Ley no me conocían”. Los pastores se rebelaron contra mí. Los profetas profetizaban por Baal y andaban en pos de los dioses impotentes.
Jeremías se atreve a atacar todas las categorías de responsables del pueblo. Los sacerdotes no hacían su trabajo esencial que es conducir a los hombres a Dios; «interrogar sobre Dios»: "¿dónde está el Señor?" Los escribas, especialistas de la Ley, fallaron en su tarea esencial: conocer a Dios y darle a conocer: la traición de los clérigos, de los intelectuales. Los reyes no han seguido más que su parecer, en vez de hacer política según el espíritu de Dios. También los profetas aceptaron la solución más fácil: seguir la religión popular que se inclinaba a los cultos fáciles de Baal. Podemos renovar nuestro deseo de rezar por todas las autoridades.
-“Es un doble mal que ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, manantial de agua viva, para construirse cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua”. Inolvidable imagen poética. ¡A nadie se le ocurre, si tiene un manantial de agua fresca y continua, construirse una cisterna... y menos una cisterna con grietas! Tal es el drama del pecado: cree que encontrará felicidad, placer... pero, halla una cisterna agrietada, engañosa, decepcionante.
3. Podemos rezar el salmo: «¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Tú nos das a beber del torrente de tus delicias. Porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz». Junto al pozo, Jesús hablará también de agua viva, la que El da y la que El es. Dame, Señor, siempre de esta agua (Noel Quesson).
Llucià  Pou Sabaté
San Lorenzo de Brindisi, presbítero y doctor de la Iglesia

Cesar de Rossi nació en Brindis, ciudad del reino de Nápoles, en 1559.  Pertenecía a una familia veneciana de cierto renombre.  A los seis años ya asombraba a todos por la facilidad de aprender de memoria páginas enteras, que declamaba en público.
Primero se educó en el convento de los franciscanos de su ciudad natal y, después, bajo la dirección de un tío suyo en el colegio de San Marcos de Venecia.  Hizo rápidos progresos, tanto desde el punto de vista intelectual como espiritual y a los dieciséis años ingresó en el convento de los capuchinos de Verona. Cuando pidió ser admitido, el superior le advirtió que le iba a ser muy difícil soportar aquella vida tan dura y tan austera.  El joven le preguntó: "Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?."  "Sí, lo habrá", respondió el superior.  "Pues eso me basta.  Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a El, cualquier padecimiento". Con el hábito religioso recibió el nombre de Lorenzo.
Durante sus estudios de filosofía y teología en la Universidad de Padua, se distinguió por su extraordinario dominio de lenguas: aprendió el griego, el hebreo, el alemán, el bohemio, el francés, el español y llegó a conocer muy a fondo el texto de la Biblia.
Por su gran don de prédica, siendo diácono,  le fue encomendado el predicar los 40 días de Cuaresma en la Catedral de Venecia por dos años consecutivos. La gente vibraba de emoción al oír sus sermones, y muchas eran las conversiones.
Después de su ordenación sacerdotal, predicó con gran fruto en Padua, Verona, Vicenza y otras ciudades del norte de Italia.  En 1596, pasó a Roma a ejercer el cargo de definidor de su orden, y el Papa Clemente VIII le pidió que trabajase especialmente por la conversión de los judíos.  Tuvo en ello gran éxito, ya que a su erudición y santidad de vida unía un profundo conocimiento del hebreo.
Un secreto.  Un sacerdote le preguntó: "Frai Lorenzo, ¿a qué se debe su facilidad para predicar? ¿A su formidable memoria?"  Y él respondió: "En buena parte se debe a mi buena memoria.  En otra buena parte a que dedico muchas horas a prepararme.  Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo"
Dormía sobre tablas.  Se levantaba por la noche a rezar salmos.  Ayunaba con frecuencia comiendo casi siempre pan y verduras.  Huía de recibir honores, y se esforzaba por mantenerse siempre alegre y de buen humor con todos.
Enviado a Alemania. Sus superiores le enviaron, junto con el Beato Benito de Urbino, a establecer a los capuchinos en Alemania como una muralla contra el protestantismo.  Los dos misioneros empezaron por atender a las víctimas de una epidemia de peste; más tarde, fundaron conventos en Praga, Viena y Gorizia, de donde habían de nacer con el tiempo las provincias de Bohemia, Austria y Estiria.  En el capítulo de 1602, San Lorenzo fue elegido superior general de su orden.  Desempeñó su cargo con vigor y caridad.  Al punto emprendió la visita de las provincias, pero, en 1605, se negó a aceptar la reelección, pues pensaba que Dios le reservaba para otras empresas.
Ante la amenaza turca. Cuando Lorenzo era vicario general, el emperador Rodolfo II le envió en misión diplomática a conseguir la ayuda de los príncipes alemanes contra los turcos, cuya amenaza se cernía sobre toda Hungría.  El santo tuvo éxito en su misión y fue nombrado capellán general del ejército que se había formado gracias a sus esfuerzos.  En algunas ocasiones, San Lorenzo fue prácticamente general en jefe del ejército; por ejemplo, antes de la batalla de Szekes-Fehervar, en 1601, los generales le consultaron, el santo les aconsejó que atacasen, arengó personalmente a las tropas y partió al frente de las fuerzas de ataque, sin más armas que un crucifijo.  La aplastante derrota que sufrieron los turcos fue atribuida por todos a San Lorenzo.  Se cuenta que, al volver de la campaña, se detuvo en el convento de Gorizia, donde el Señor se le apareció en el coro y le dio la comunión por su propia mano. 
Tras de algún tiempo de predicar y reconciliar con la Iglesia a los herejes de Alemania, recibió del emperador la comisión de persuadir a Felipe III de España a que se uniese a la Liga Católica y aprovechó la ocasión para fundar un convento de capuchinos en Madrid.  Después, fue enviado a Munich como nuncio de la Santa Sede ante Maximiliano de Baviera, el jefe de la Liga.  Desde ahí administró dos provincias de su orden y prosiguió su tarea de pacificación y predicación.  En 1618, tras de haber mediado dos veces en las diferencias reales, se retiró al convento de Caserta, con la esperanza de verse libre de todas las distracciones mundanas, por más que siempre había hecho todo lo posible por evitar que sus actividades en los asuntos seculares le apartaran de su vida como religioso.  Dios le había concedido una gracia especial para ello y el santo era frecuentemente arrebatado en éxtasis mientras celebraba la misa, de suerte que puede decirse que su vida interior constituía el punto de partida de todas sus actividades exteriores.
Los príncipes y gobernantes, por muy irreligiosos que sean, suelen apreciar los servicios de los hombres verdaderamente santos.  Los principales señores de Nápoles acudían a San Lorenzo para presentarle sus quejas por la tiranía del virrey español, duque de Osuna y le pedían que fuese a la corte del rey Felipe para evitar que el pueblo se levantase en armas.  El santo no era aún muy viejo, pero estaba enfermo y achacoso.  Cuando llegó a Madrid, supo que el rey no estaba en la ciudad, sino en Lisboa.  Así pues, prosiguió su camino a Portugal, en pleno calor del estío. Usó de toda su elocuencia y su poder de persuasión y logró que el monarca prometiese relevar del cargo de virrey al duque de Osuna.
San Lorenzo regresó entonces a su convento y ahí falleció el día de su cumpleaños, 22 de julio de 1619.   Cumplía 60 años. Fue sepultado en el cementerio de las Clarisas Pobres de Villafranca.
Su beatificación tuvo lugar en 1783; durante el proceso, se examinaron a fondo sus escritos. Dejó escritos 15 volúmenes de enseñanzas, entre ellos 800 sermones muy sabios. También un comentario del Génesis y algunas obras contra Lutero.
San Lorenzo fue canonizado en 1881. En 1959 el Papa Juan XXIII le dio el título de doctor de la Iglesia ("doctor apostolicus").
San Lorenzo de Brindisi, ruega por nosotros, qué seamos humildes amantes de la cruz y nos gastemos por Cristo.
BIBLIOGRAFÍA
Butler, Vida de los Santos.
Salesman, P. Eliécer,  Vidas de los Santos.
Sgarbossa, Mario y Luigi Giovannini - Un Santo Para Cada Día

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