miércoles, 1 de junio de 2016

Jueves de la semana 9 de tiempo ordinario; año par

Jueves de la semana 9 de tiempo ordinario; año par

El camino del amor a Dios y a los demás, es la senda auténtica de la vida feliz
“En aquel tiempo, se llegó uno de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas” (Mc 12,28-34).
1. La pregunta que hacen a Jesús es sobre un tema importante: ¿qué es lo principal en la moral? «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» La hace un maestro de la Ley. Jesús le dio la respuesta, siguiendo la Escritura: "Escucha Israel, el primero es: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas." Amar… con "corazón, alma, mente, fuerza" que son nuestras facultades para amar.
Sigue Jesús: -“El segundo es éste: "Amaras a tu prójimo como a ti mismo"”.
San Agustín dirá: «Ama y haz lo que quieras».
Jesús ha respondido con el texto sagrado, como solían hacer los expertos en Escritura. Y el maestro de la ley se abre a la Verdad, explicada con la interpretación correcta de la Palabra (Jesús, que es la misma Palabra, da el sentido correcto); y proclama con otro texto bíblico: amar a Dios con todo el corazón y a los otros como a uno mismo «vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Ante tantas obligaciones como tenían los judíos, ha podido por fin establecer qué es lo esencial.
Se habían multiplicado las leyes, que pueden agobiar si se toman como obligaciones. Pasaba esto con los judíos y nos puede pasar a nosotros. Tiene que haber leyes, pero necesitamos buscar la esencia para no perdernos con tantos preceptos. Para los judíos, 248 preceptos positivos y 365 negativos, que se complicaban con las diversas controversias según las escuelas de rabinos. También el Código de Derecho Canónico contiene 1752 cánones, aunque quieren regularse por el bien de las almas. Así, no hay ley que nos aprisione, si hay amor a Dios «con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» y así participamos de ese amor a Dios, y podemos amar a los demás.
En una conversación hablaron de una persona ausente diciendo con dureza que había hecho algo mal, y alguien añadió además: “¡porque hay que hacer las cosas como Dios manda!” San Josemaría, que estaba presente, dijo: “lo que Dios manda es que vivamos la caridad”. Lo otro, la “perfección”, podrá ser más o menos interesante, pero en este sentido secundario. Quizá utilizamos tantos “pequeños mandamientos” como son «los sacrificios y las ofrendas» para recriminar a los demás, como nuevos fariseos… Te pido, Señor, buscar la verdad con lealtad. Que como hace Jesús, la verdad se abra paso no a fuerza de imposiciones, sino por la misma fuerza de la verdad.
El amor es el resumen de toda la ley. Amar a Dios (escucharle, adorarle, rezarle, amar lo que ama él) y amar al prójimo (a los simpáticos y a los menos simpáticos, ayudarles, acogerles, perdonarles). Por la noche, podemos hacer un poco de examen de conciencia y preguntarnos: ¿cómo hay ido hoy mi amor a Dios, a los demás?, ¿me he buscado a mí mismo? Hemos de llegar a mejorar el tercer mundo, pero comenzar por la familia y nuestro pequeño mundo, quienes nos rodean. En la misa, en el momento de darnos la paz con los más cercanos, podemos recordar cómo vamos en nuestro amor (J. Aldazábal).
2. –“¡Acuérdate de Jesucristo, descendiente de David, resucitado de entre los muertos: éste es mi evangelio!”Tenemos esta “buena nueva”: ¡Cristo ha resucitado! El hijo de María, Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, que nos salva. Esta es nuestra fe. “Perfecto Dios, perfecto hombre”, como se indica en un himno de fe. Gracias, Jesús (Salvador), ungido de Dios (Cristo), Emanuel (Dios con nosotros): si Tú fueras sólo un hombre, no podrías salvarme. Si fueras sólo Dios, no me entenderías… gracias, por ser uno de los míos.
-“Por El estoy sufriendo, hasta llevar cadenas como un malhechor”. Hay una unión mística entre Pablo y Cristo: también yo quiero unir mis cruces a tu Cruz, Jesús, unirme a tu misteriosa misión salvadora.
-“Pero todo esto lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación por Jesucristo con la gloria eterna”. Quiero unirme a tu misterio, Jesús, no lamentarme de mis penas y dolores, fracasos y sinsabores, sino unirme a ti, que me haces ver que contigo todo irá bien: "si morimos con El, viviremos con El".
Esto significa que viva yo según tu corazón, Jesús. Ayúdame a vivir lo que indica el Apóstol: -“Procura presentarte ante Dios como hombre probado, como obrero que no tiene por qué avergonzarse, como fiel transmisor de la Palabra de la verdad”.
3. Para esto, te diré, Señor, con el salmista (24): "Señor, enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas: / haz que camine con lealtad; / enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”. Son como las indicaciones del Apóstol, hechas oración.
El Señor es bueno y es recto, / y enseña el camino a los pecadores; / hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes”. 
Mi deseo, Señor, es ser humilde para poder ver. Dame ese “ver” que me haga saber encontrar el camino. Te lo pido por intercesión de Santa María, la caminante que sabe seguir tus mandatos, Señor, en la “obediencia de la fe”: “Las sendas del Señor son misericordia y lealtad / para los que guardan su alianza y sus mandatos. / El Señor se confía con sus fieles / y les da a conocer su alianza”.
Llucià Pou Sabaté
San Marcelino y san Pedro, mártires

Marcelino y Pedro se encuentran entre los Santos romanos que se conmemoran diariamente en el canon de la Misa. Marcelino era sacerdote en Roma durante el reinado de Diocleciano, mientras que Pedro según se afirma, ejercía el exorcismo. Uno de los relatos que habla de la "pasión" de estos mártires, cuenta que fueron aprehendidos y arrojados a la prisión, donde mostraron un celo extraordinario en alentar a los fieles cautivos y catequizar a los paganos. Marcelino y Pedro, fueron condenados a muerte por el magistrado Sereno o Severo, quien ordenó que se les condujera en secreto a un bosque llamado Selva Negra para que nadie supiera el lugar de su sepultura.
Allí se les cortó la cabeza. Sin embargo, el secreto se divulgó, tal vez por el mismo verdugo que posteriormente se convirtió al Cristianismo. Dos piadosas mujeres exhumaron los cadáveres y les dieron correcta sepultura en la catacumba de San Tiburcio, sobre la Vía Lavicana. El emperador Constantino mandó edificar una Iglesia sobre la tumba de los mártires y, en el año 827, el Papa Gregorio IV donó los restos de estos Santos a Eginhard, hombre de confianza de Carlomagno, para que las reliquias fueran veneradas. Finalmente, los cuerpos de los mártires descansaron en el monasterio de Selingestadt, a unos 22 km. de Francfort. Durante esta traslación, cuentan algunos relatos, ocurrieron numerosos milagros.

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