sábado, 26 de marzo de 2016

Domingo de Pascua. Ciclo C. Homilias

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II.
Alocución “Urbi et Orbi” en el Domingo de Resurrección (6-IV-1980)
--- La losa del sepulcro
--- Testigos de la Resurrección
--- No rechaces a Cristo
--- La losa del sepulcro
“...y vio que la piedra había sido movida” (Jn 20,1).
En la anotación de los acontecimientos del día que siguió a aquel sábado, estas palabras tienen un significado clave.
Al lugar donde había sido puesto Jesús, la tarde del viernes, llega María Magdalena, llegan las otras mujeres. Jesús había sido colocado en una tumba nueva, excavada en la roca, en la cual nadie había sido sepultado anteriormente. La tumba se hallaba a los pies del Gólgota, allí donde Jesús crucificado expiró, después que el centurión le traspasara el costado con la lanza para constatar con certeza la realidad de su muerte. Jesús había sido envuelto en lienzos por las manos caritativas y afectuosas de las piadosas mujeres que, junto con su madre y con Juan, el discípulo predilecto, habían asistido a su extremo sacrificio. Pero, dado que caía rápidamente la tarde e iniciaba el sábado de pascua, las generosas y amorosas discípulas se vieron obligadas a dejar la unción del cuerpo santo y martirizado de Cristo para la próxima ocasión, apenas la ley religiosa de Israel lo permitiese.
Se dirigen pues al sepulcro, el día siguiente al sábado, temprano, es decir, al romper el día, preocupadas de cómo remover la piedra que había sido puesta a la entrada del sepulcro, el cual además había sido sellado.
Y he aquí que, llegadas al lugar, vieron que la piedra había sido removida del sepulcro.
Aquella piedra colocada a la entrada de la tumba, se había convertido primeramente en un mudo testigo de la muerte del Hijo de Hombre.
Con piedra así se concluía el curso de la vida de tantos hombres de entonces en el cementerio de Jerusalén: más aún, el ciclo de la vida de todos los hombres en los cementerios de la tierra.
Bajo el peso de la losa sepulcral, tras su barrera imponente, se cumple en el silencio del sepulcro la obra de la muerte, es decir, el hombre salido del polvo se transforma lentamente en polvo (cfr. Gen 3,19).
La piedra puesta la tarde del Viernes Santo sobre la tumba de Jesús, se ha convertido, como todas las losas sepulcrales, en el testigo mudo de la muerte del Hombre, del Hijo del Hombre.
¿Qué testimonia esta losa, el día después del sábado, en las primeras horas del día?
¿Qué nos dice? ¿Qué anuncia la piedra removida del sepulcro?
--- Testigos de la Resurrección
En el Evangelio no hay una respuesta humana adecuada. No aparece en los labios de María de Magdala. Cuando asustada, por la ausencia del cuerpo de Jesús en la tumba, esta mujer corre a avisar a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús amaba (cfr. Jn 20,2), su lenguaje humano encuentra solamente estas palabras para expresar lo sucedido:
“Han tomado al Señor del monumento y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2).
También Simón Pedro y el otro discípulo se dirigieron de prisa al sepulcro; y Pedro, entrando dentro, vio las vendas por tierra, y el sudario que había sido puesto sobre la cabeza de Jesús, al lado (cfr. Jn 20,7).
Entonces entró también el otro discípulo, vio y creyó; “aún no se había dado cuenta de la Escritura, según la cual era preciso que Él resucitase de entre los muertos” (Jn 20,9).
Vieron y comprendieron que los hombres no habían logrado derrotar a Jesús con la losa sepulcral, sellándola con la señal de la muerte.
La Iglesia canta con alegría las palabras del antiguo Salmo:
“¡Alabad a Yavé, porque es bueno, porque es eterno su amor! ¡Diga la casa de Israel: que es eterno su amor!” (Sal 118,1-2).
“Excelsa la diestra de Yahveh, la diestra de Yahveh hace proezas! No, no he de morir, que viviré, y contaré las obras de Yahveh” (Sal 118,16-17).
“La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido; esta ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos” (Sal 118,22-23).
Los artífices de la muerte del Hijo del Hombre, para mayor seguridad, “pusieron guardia al sepulcro después de haber sellado la piedra” (Mt 27,66).
Muchas veces los constructores del mundo, por el cual Cristo quiso morir han tratado de poner una piedra definitiva sobre su tumba.
Pero la piedra permanece siempre removida de su sepulcro; la piedra, testigo de la muerte, se ha convertido en testigo de la Resurrección:
“Excelsa la diestra de Yahveh, la diestra de Yahveh hace proezas!” (Sal 118,16).
La Iglesia anuncia siempre y de nuevo la Resurrección de Cristo. La Iglesia repite siempre con alegría a los hombres las palabras de los ángeles y de las mujeres pronunciadas en aquella radiante mañana en la que la muerte fue vencida.
La Iglesia anuncia que está vivo Aquel que se ha convertido en nuestra Pascua. Aquel que ha muerto en la cruz revela la plenitud de la Vida.
--- No rechaces a Cristo
Este mundo que por desgracia hoy, de diversas maneras, parece querer la “muerte de Dios”, escuche el mensaje de la Resurrección.
Todos vosotros que anunciáis “la muerte de Dios”, que tratáis de expulsar a Dios del mundo humano, deteneos y pensad que “la muerte de Dios” puede comportar fatalmente “la muerte del hombre”.
Cristo ha resucitado para que el hombre encuentre el auténtico significado de la existencia, para que el hombre viva en plenitud de su propia vida, para que el hombre, que viene de Dios, viva en Dios.
Cristo ha resucitado. Él es la piedra angular. Ya entonces se quiso rechazarlo y vencerlo con la piedra vigilada y sellada del sepulcro. Pero aquella piedra fue removida. Cristo ha resucitado.
No rechacéis a Cristo vosotros, los que construís el mundo humano.
No lo rechacéis vosotros, los que, de cualquier manera y en cualquier sector, construís el mundo de hoy y de mañana: el mundo de la cultura y de la civilización, el mundo de la economía y de la política, el mundo de la ciencia y de la información. Vosotros que construís el mundo de la paz... ¿o de la guerra? Vosotros que construís el mundo del orden..., ¿o del terror? No rechacéis a Cristo: ¡Él es la piedra angular!
Que no lo rechace ningún hombre, porque cada uno es responsable de su destino: constructor o destructor de la propia existencia.
Cristo resucitó ya antes de que el Ángel removiera la losa sepulcral. Él se reveló después como piedra angular, sobre la cual se construye la historia de la humanidad entera y la de cada uno de nosotros.
Pongamos nuestra confianza en la fuerza de la cruz y de la Resurrección; ¡tal fuerza es más poderosa que la debilidad de toda división humana!
La Iglesia se acerca hoy a cada hombre con el deseo pascual: el deseo de construir el mundo sobre Cristo. Cristo “nuestra pascua” no deja de ser peregrino con nosotros en el camino de la historia, y cada uno puede encontrarlo, porque Él no cesa de ser el Hermano del hombre en cada época y en cada momento.
DP-94 1980
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Celebramos hoy la cumbre del misterio de nuestra Salvación y que cada uno de los 52 domingos del año conmemoramos también. La verdad nuclear del Cristianismo. El triunfo de Cristo sobre la muerte y el comienzo de una Vida Nueva para Jesús y para nosotros. La consumación del proyecto salvador de Dios. "Nosotros somos testigos", dirán los Apóstoles en su primera predicación (1ª lect).
Por eso la Iglesia rompe a cantar en la Vigilia Pascual: "Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo...Goce también la tierra inundada de tanta claridad y que, radiante con el fulgor del Rey Eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero". (Pregón Pascual). Nuestra alegría es grande porque entendemos que, incorporándonos a esa "Vida Nueva" que nos llega por los Sacramentos, resucitaremos también con Jesucristo.
La Resurrección de Jesús es no sólo un hecho histórico sino un acontecimiento absolutamente único. Un suceso que los discípulos del Señor comprendieron que estaba llamado a cambiar la vida humana. Jesús no regresó a nuestro tiempo y a nuestra condición terrestre actual como Lázaro, el hijo de la viuda de Naím o la hija de Jairo. Jesús entró corporalmente en la eternidad y abrió definitivamente las puertas a todo el que crea en El y viva su vida. Su Resurrección no es un retroceso a nuestra forma de vida, es una promoción hacia adelante y ya irreversible: Cristo Resucitado ya no muere, vive glorioso en el Cielo.
La Resurrección de Cristo es la prueba más clara de que El es la Vida, una vida que se reveló más fuerte que la muerte. Ella nos recuerda que el amor siempre puede más que el odio; la verdad que la mentira; la entrega y el servicio desinteresado a los demás sobreviven a todos los egoísmos; que el bien y la buena conciencia triunfan al final sobre los que extorsionan a los demás.
El consuelo que esta gozosa verdad ofrece a la hora de la muerte no oculta lo terrible de ella, pero, a su luz, el dolor que este trance provoca en nosotros, permite al cristiano ver más allá de él la vida eterna. Esa Vida que los testigos de la Resurrección pudieron ver y palpar y que nos anuncian para que nuestra alegría sea completa (Cfr 1 Jn 1,4).
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«!En verdad resucitó el Señor!»
I. LA PALABRA DE DIOS
Hch 10, 34a. 37-43: Nosotros hemos comido y bebido con él después de su resurrección
Sal 117, 1-2.16ab-17.22-23: Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo
Col 3, 1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo [o 1Co 5, 6b-8: Barred la levadura vieja, para ser una masa nueva]
Jn 20, 1-9: El había de resucitar de entre los muertos
II. LA FE DE LA IGLESIA
«En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente el misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora... vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa... todos los demás acontecimientos... son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo... no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente...» (1085). 
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«Cuando meditamos, oh Cristo, las maravillas que fueron realizadas en este día del domingo de tu santa Resurrección, decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo comienzo la creación... la salvación del mundo... la renovación del género humano... en él el cielo y la tierra se regocijaron y el universo entero quedó lleno de luz. Bendito es el día del domingo, porque en él fueron abiertas las puertas del paraíso para que Adán y todos los desterrados entraran en él sin temor» (Fanqîth, Oficio siríaco de Antioquía) (1167).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
«... su descubrimiento [del sepulcro vacío] por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo" (20, 6) "vió y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf Jn 11, 44)» (640).
Los protagonistas de la perícopa son Pedro y el otro discípulo «que Jesús amaba». Serán los primeros testigos de la Resurrección. Al ver el sepulcro vacío, creen. La fe está vinculada a entender la Escritura: «que El había de resucitar de entre los muertos». Del principio al fin de la Revelación, Dios se muestra siempre fiel, no abandona ni a su pueblo ni a cada uno de sus hijos. Ni se deja vencer en fidelidad. Por eso resucita al Justo por excelencia, «el Hijo amado, el predilecto».
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
La Resurrección de Cristo y la Santísima Trinidad: 648-650.
Resucitados ya con Cristo: 1002-1004.
La respuesta:
Esperanza personal y comunitaria: 1817-1821. 1042-1050.
La Eucaristía y la resurrección: 1402-1405.
C. Otras sugerencias

Para que el misterio de la resurrección arraigue en el corazón, es imprescindible la experiencia de la vida de Dios en nosotros, en cuanto es posible en este mundo. La actividad espiritual, la atención a la vida del Espíritu en nosotros, en línea con el «ejercicio cuaresmal», conducen a tal experiencia.
«"La Iglesia, desde la Tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón 'día del Señor' o domingo"» (1166). El Domingo es el símbolo real de la identidad cristiana, que reclama la celebración de la Eucaristía y del Día.

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