jueves, 21 de enero de 2016

Viernes de la semana 2 de Tiempo Ordinario; año par

Viernes de la semana 2 de tiempo ordinario; año par

Vemos la teología de la llamada; nuestra llamada divina es fruto del amor gratuito de Dios, de sus misteriosos designios de misericordia
 “En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó” (Marcos 3,13-19).
1. Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles: “En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso”. En primer lugar, los elige: "antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos” (Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.
¿Y para qué nos ha llamado? “…y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él”. Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).
Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).
Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.
Santa Teresa del Niño Jesús dice sobre el misterio de la vocación: “No voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente -¡¡¡las misericordias del Señor!!! (cf Sal 88,1)...Abriendo el Santo Evangelio, mis ojos han topado con estas palabras: “habiendo subido Jesús a un monte, llamó a sí a los que quiso; y ellos acudieron a él” (Mc 3,13) He aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y el misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma... El no llama a los que son dignos, sino a los que le place, o como dice san Pablo: “Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia” (Rm 9,15-16).
”Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida. Me maravillaba al verle prodigar favores extraordinarios a santos que le habían ofendido, como san Pablo, san Agustín, y a los que él forzaba, por decirlo así, a recibir sus gracias; o bien, al leer la vida de los santos a los que nuestro Señor se complació en acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, apartando de su camino todo lo que pudiera serles obstáculo para elevarse a él... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Jesús ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos”.
2. David perdona la vida a su perseguidor Saúl, que entra casualmente en una cueva en la que no sabe que están David y los suyos. Saúl, víctima de su temperamento inestable, se deja recomer de los celos y, en una operación militar en toda regla, persigue a David, que se ve obligado a convertirse en jefe de guerrilleros. Ya había intentado eliminarle en varias ocasiones, que no hemos leído en esta selección de lecturas de la Misa. El relato pone de relieve la grandeza de corazón de David y además el respeto que siente por el ungido de Dios, perdonando a su enemigo, a pesar de que los suyos le incitan a acabar con él casi en nombre de Dios. Una vez más aparece el carácter voluble de Saúl que, llorando, reconoce su propia falta y llega a aceptar a David como el futuro rey.
La envidia y los celos no dejan vivir a Saúl, y podríamos decir que son causa de su caída. Amargarse cuando otros tienen mejores cualidades que nosotros es causa de nuestra caída. David es imagen de Jesús que perdona en la cruz a los que le matan.
“Con tres mil hombres persigue Saúl a David”. Un día, por casualidad, para hacer sus necesidades, Saúl entra en una cueva donde está escondido David. Este podría vengarse porque se encuentra en estado de legítima defensa, y es la guerrilla: se contenta con cortarle una punta del manto. David no se deja llevar por la violencia ni el odio. Sabe ser generoso con su perseguidor. David vive ya un valor evangélico esencial. “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian.» Sí, Señor, ésta será mi oración del día de hoy. Que la fuerza del evangelio del perdón penetre nuestro duro mundo... los hombres se dañan, se odian, se desprecian, se envidian... por doquier hay heridas abiertas... Por doquier el perdón es la única solución, la del evangelio, la de David. Yo mismo, ¿a quién debo perdonar hoy?
-“Tus ojos han visto que el Señor te ha puesto en mis manos en la cueva, pero no he querido matarte, te he perdonado”. Además del perdón, hay aquí otro valor evangélico también esencial: el respeto a la vida. Ante su adversario que quiere su muerte, David se niega a matarle. El respeto a la vida es patrimonio de la humanidad. Pero ha sido preciso que Cristo nos revelara toda su profundidad. Saúl es visto como ungido del Señor, y David lo respeta. Podríamos decir que toda vida es sagrada, preciosa, «tiene un precio».
-“Saúl declaró: Tú eres más justo que yo, porque tú me favoreces y yo te hago daño... Ahora sé que reinarás sobre Israel”. También Jesús conoció la tentación de la venganza, cuando Pedro le ofreció su espada, y hubiera sido legítimo que se defendiera. Si Jesús se entregó a sus verdugos, si no tuvo una palabra para defenderse de los que le ultrajaban, si a todos perdonó, fue porque no dejó de «ver a los hombres con la mirada de su Padre». En el más pobre, en el más sucio y descuidado, en el más inhumano, en el más pecador, Jesús veía siempre a «un ser amado de Dios». Es ésta una moral nueva, que apunta ya en el corazón de David, el antepasado del Mesías. «Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso». Imitar a Dios. ¡Qué empresa! Jesús en su persona, «derribó el odio y la enemistad» (Ef 2,14; Noel Quesson).
3. “Ten piedad de mí, Dios mío, ten piedad, porque mi alma se refugia en ti; yo me refugio a la sombra de tus alas hasta que pase la desgracia. Invocaré a Dios, el Altísimo, al Dios que lo hace todo por mí: él me enviará la salvación desde el cielo y humillará a los que me atacan”. "En la medida en que la gloria de Dios se extiende sobre la tierra, aumentada por la fe de los que son salvados, las potencias celestiales, exultando por nuestra salvación, alaban a Dios" (San Gregorio de Nisa): “¡Que Dios envíe su amor y su fidelidad! ¡Levántate, Dios, por encima del cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra! porque tu misericordia se eleva hasta el cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra!
Llucià Pou Sabaté
San Vicente, diácono y mártir

«Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, cautos como las serpientes y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus sinagogas, y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de hablar; porque en aquel momento os será dado lo que habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése será salvo. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; en verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre.» (Mateo 10, 16-23)                                     
1º. Jesús, las advertencias que das a los apóstoles son válidas para tus discípulos de todos los tiempos.
Porque siempre habrá oposición entre el cristiano, que ve el mundo como medio de santificación, y el mundano, para quien el mundo es únicamente un medio de satisfacción.
Estas dos visiones antagónicas del mundo hacen que el cristiano sea necesariamente un inconformista ante los abusos del materialismo en materia de fe y de moral, y se encuentre, en ocasiones, incomprendido, despreciado, y hasta amenazado por sus mismos familiares y compañeros.
A veces, la incomprensión más dolorosa y el desprecio más inhumano provienen de los «moderados»: de los que piensan que son buenos porque no son malos.
Son cristianos, pero sin «pasarse»: saben «disfrutar» de la vida, que para eso está.
Esos familiares o amigos no entienden que se pueda ser más feliz siendo cristiano de verdad a través de una vida de oración, trabajo y entrega a los demás por amor a Ti.
Y como no entienden, se sienten en la obligación de llevar a los demás por el «buen» camino, usando todo tipo de medios físicos y psicológicos a su alcance.
«Y porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios?» (San Ambrosio).
2º. « ¡Acabar!, ¡acabar! -Hijo, «qui perseveraverit usque in finem, hic salvus erit» -se salvará el que persevere hasta el fin.
-Y los hijos de Dios disponemos de los medios, ¡tú también!: cubriremos aguas, porque todo lo podemos en Aquél que nos conforta.
-Con el Señor no hay imposibles: se superan siempre». (Forja.-656).
Jesús, aunque a veces tenga contradicciones -que no serán tan grandes como las que pasaron los primeros cristianos, y tantos otros a lo largo de la historia, también de la historia reciente- sé que tengo tu ayuda para seguir adelante en mi camino de cristiano.
Los hijos de Dios disponemos de los medios para perseverar: la oración, los sacramentos, y el ejemplo y la ayuda de los demás cristianos.
Jesús, contigo no hay imposibles: se superan siempre.                                                               
Incomprensiones, presiones de todo tipo, dificultades económicas, o el rechazo de algunas amistades -que al fin y al cabo no eran tan profundas-, no me hacen ninguna mella, cuando te contemplo azotado, escupido, coronado de espinas, clavado en una cruz, traspasado por una lanza..., por amor a mi.
Y si alguna vez tengo que hablar en público para defender mi fe o mi vocación  en clase, en mi familia, en mi trabajo-, me acordaré de tu promesa: «en aquel momento os será dado lo que habéis de decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros».

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